Anónimos

Una pareja de anónimos se sienten atraidos al coincidir en una cafetería.

DESCONOCIDO

Llevaba como un mes coincidiendo con aquel tipo de aspecto europeo en la cafetería a la hora de almorzar. Desde el primer día que coincidieron por casualidad, sus miradas quedaron enganchadas. Ella disimuladamente pilló varias veces a él mirándole el culo. Su magnífico culo en forma de manzana. No pudo remediar sentirse halagada. Pero durante el resto del mes, ella también se había fijado en aquel tipo que, sin duda, no era de allí. Un hombre muy alto, de complexión delgada y belleza discreta. Diría que rondaría su edad, más o menos.

Con el paso de los días, el cruce de miradas era cada vez mayor, incluso llegaron a cierta complicidad. En la distancia de las mesas se hacían ciertos gestos. Con un asentimiento él dio su aprobación el día que ella apareció con un vestido escotado y corto que realzaba su culo. En otra ocasión fue ella la que descaradamente le escrutó de arriba abajo para acabar mordiéndose el labio inferior en una ocasión en que el tipo se levantó y se caminó en su dirección con su elegancia natural. A ella le llegó el olor de Issey Miyake que el hombre iba dejando a su paso.

Por más que habían llegado a generar un código de comunicación, nunca habían llegado a hablar uno con la otra. No sabían sus nombres. Ni siquiera habían oído sus voces. Nunca habían cruzado una palabra. Pero entre ellos se iba generando una tensión sexual indisimulable. Cada día, ambos acudían a la cafetería para verse. Llegaban, se saludaban y se “hablaban” a su manera.

Fue él el primero en dar el paso. Un día que ella se encontraba en la barra, él pasó justo por detrás y aprovechando el bullicio en ese momento se acercó a ella e hizo pasar su cuerpo por el de ella. No dudó en acariciar levemente su culo. La mujer suspiró y sintió un escalofrío que recorrió su espalda y se materializó humedeciendo sus braguitas.

Ella sintió el leve roce de la mano de él sobre su vestido como única separación con la piel de su culo desnudo y cubierto únicamente por un tanga que se escondía vicioso entre sus maravillosos glúteos. Le excitó. Se mojó. Y su mente fantaseó con la mano de aquel completo desconocido.

Aquel fue el primer roce de los siguientes que vinieron después. Invariablemente, cuando ella se acercaba a la barra a pagar su consumición él se dirigía al baño. Al pasar junto a ella siempre alargaba la mano para acariciarle el culo hasta que llegó un momento en que la mujer sacaba lo sacaba hacia atrás para que el contactó fuera más intenso. Siempre aprovechando el bullicio de clientes para evitar miradas indiscretas. Cuando él seguía su camino hacia el baño ella salía de la cafetería y lo hacía imaginando que el hombre se excitaba después de tocarla y se masturbaba.

El comportamiento fue el mismo durante muchos días hasta que ella sintió la necesidad de salir de dudas. Aquel viernes, la mujer fue a la barra y el hombre fue a su encuentro. Al pasar junto a ella alargó la mano y ella sacó el culo. El contacto fue más directo. Más intenso. Incluso llego a hacer presión sobre los glúteos. El hombre siguió su camino hacia los baños pero la mujer no salió inmediatamente según su costumbre.

Esta vez se encaminó hacia los baños. Arriesgándose a ser pillada se dirigió hacia el masculino. En caso de ser descubierta diría que se había confundido. Entró y estaba vacío. Un lavabo, un par de urinarios y un cubículo destinado al váter. Allí oyó un ruido ahogado. Una especie de movimiento constante de piel contra piel acompañado de una respiración forzada. Contuvo la respiración y pudo oír como alguien dentro de aquel cubículo se estaba masturbando.

La apertura de la puerta la sorprendió quieta. Sus miradas volvieron a cruzarse. Él se detuvo al verla. Ella le sonrió con lasciva satisfacción. El hombre asintió levemente con la cabeza asumiendo lo que acababa de hacer. La mujer giró y se fue. Estaba excitada al saber que un desconocido, cada día, le cogía el culo y después se encerraba en un baño a fantasear con ella mientras se masturbaba.

El hombre se lavó las manos y se refrescó la cara después de haberse aliviado pensando en el tremendo culo de aquella completa desconocida. Ella se había arriesgado a descubrirlo y había ganado. Tendría que dar un paso más.

El lunes la situación fue muy diferente. Él se levantó antes de que ella fuera a la barra. Tampoco se dirigió al baño. Se marchó de la cafetería pero al pasar cerca de la mesa de ella dejó caer un trozo de papel y siguió su camino. Ella esperó dos segundos antes de agacharse a recogerlo. Lo desdobló:

"¿Te apetecería un encuentro furtivo? Hazmelo saber"

La mujer quedó sorprendida. Aquel desconocido le estaba ofreciendo la posibilidad de tener un encuentro furtivo. Sexo prohibido, peligroso, morboso. Su cara se enrojeció. Un calor nacido en su entrepierna recorrió todo su cuerpo hasta su cara. Se notaba húmeda y su clítoris palpitaba. Miró alrededor por si alguien la había visto recoger y leer aquel papel. Nadie conocido en toda la cafetería. Las dudas se amontonaban en su cabeza y le impedían pensar con claridad.

Volvió a su oficina dándole vueltas a la cabeza. No era una adolescente para hacer un disparate. Irse con un desconocido era una auténtica locura. Una morbosa y excitante locura. Estuvo pensando en eso durante toda la mañana y toda la tarde y toda la noche. Era una mujer casada disimuladamente aburrida. Atrapada en una relación rutinaria con polvos cada 20 días en la noche de los sábados. Quería a su marido. Y el sexo, por poco que fuera, no era malo pero a posibilidad de una aventura anónima, secreta con un desconocido era demasiado atractiva para no aprovecharla.

El martes, en la cafetería no pasó nada. Ella no se levantó a la barra y él se fue sin tocarle el culo. El miércoles por la mañana ella habló con su jefe para tomarse la tarde libre. A su marido lo llamó por teléfono para decirle que a lo mejor se retrasaría (no sabía cuánto tiempo le llevaría aquello). Por último escribió un papelito y lo mantuvo en su mano. En la cafetería la mujer buscó al hombre con la mirada. Sus ojos se engancharon. Ella asintió levemente. Él levantó la ceja a modo de sorpresa.

Pasado un tiempo, la mujer se levantó a la barra. El hombre se dirigió a su encuentro. Cuando llegó a su altura alargó la mano pero la mujer se giró. Quedaron frente a frente. Se miraron a los ojos. Disimuladamente, y en medio del desconcierto, ella puso un pequeño papel en la mano de él. Salió de la cafetería sin mirar atrás. Él se fue al baño. Allí leyó el papel:

"Estaré frente a la cafetería a las 4. No tengo mucho tiempo".

El hombre no se masturbó ese día.

A las 4 de la tarde ella estaba frente a la cafetería. Nerviosa y sin tener claro lo que iba a hacer miraba el reloj. Decidió que si en 3 minutos no llegaba se iría. Un minuto después un coche aparcó junto a la acera. Era él.

Hicieron el trayecto sin hablarse. Duró poco. Llegaron sobre las 4:30 a un bloque de pisos, discretos. Pisos pequeños, suficientes para lo que se usaban. Ninguno de los propietarios tenía su residencia allí. Eran pisos de “solteros”. Eran picaderos. Entraron en uno propiedad del hombre. Era sencillo pero elegante. Un pequeño salón con cocina incluída, un baño y un dormitorio.

Una vez dentro, se miraron. Se besaron apasionadamente. Él agarraba el cuerpo de ella que suspiraba con cada recorrido de la mano de él. Echó la cabeza hacia atrás y le ofreció su busto. El no dudó en devorarlo. Sin darse cuentas estaban solamente vestidos con la ropa interior. Negro el bóxer de él que difícilmente contenía la erección de su pene. Roja la de ella, un sujetador que alzaba sus preciosas tetas algo caídas pero muy apetecibles. Cuando se quitó el sujetador el hombre se abalanzó por los pezones color marrón oscuro de la mujer. Ella suspiró con satisfacción al sentir como succionaba sus pezones.

La tensión entre ellos había explotado. La respiración entrecortada, los gemidos, los suspiros ponían banda sonora a aquella relación prohibida y secreta. La mujer se arrodilló ante él, Estaba solamente vestida con su tanguita rojo totalmente empapado de su flujo vaginal. Su culo quedaba al aire. Lo miró a la cara cuando tiró de sus bóxer liberando una buena polla. Con un glande gordo, de color rojo intenso y del que líquido pre seminal empezaba a manar. Sin pensarlo abrió su boca y lo engulló. Era caliente, ocupaba más espacio que el de su marido, el gustaba. Sabía mucho a sexo, a morbo.

El hombre gimió de placer cuando la mujer generó saliva y comenzó un movimiento de cabeza llevando la cabeza de la polla hasta más allá de la campanilla. Era una magnifica come-pollas. A ella le gustaba. Le encantaba comerse una buena polla, gorda, caliente y jugosa como la de aquel completo desconocido. Antes de correrse le tiró del pelo para retirar la boca. La puso de pie y la llevó a la cama.

La mujer se tumbó boca arriba. Abrió las piernas y le ofreció un coño rasurado de labios gruesos y clítoris enorme. Se veía brillante por la lubricación. Él lo observaba, lo admiraba. Ella se acarició. Con dos dedos se abrió los labios dejando a la vista una vagina rosada, húmeda y riquísima que el hombre no dudó en devorar con ansias, con hambre. Ella gemía de gusto. Se agarró a la cabeza de él y la presionó contra su coño. Se sentía muy puta en ese momento y se excitó, más aún.

El hombre devoraba aquellos labios vaginales de sabor exquisito. Con su lengua recorría cada pliegue de aquel coño desconocido del que no conocía ni el nombre. Desde el agujero del culo, donde intentaba meter la lengua, hasta el clítoris la paseaba. Le ardía. Le gustaba recoger todo el flujo vaginal con ella desde el inicio de la vagina hasta masajear el clítoris con la punta. Luego lo trillaba con los labios, los succionaba, lo movía con su lengua. Lo mordía hasta que ella comenzó a arquear su espalda en señal de que estaba a punto de llegar.

En ese momento, se incorporó y abriéndole las piernas le clavó la polla en el coño. Ella gritó, luego empezó a gemir con cada empujón y golpe de cadera del hombre. Él lo notaba apretado, estrecho, como si la estuviera desvirgando. No dejó de empujar cada vez con más fuerza contra el coño de aquella mujer. Ella le besó y le araño la espalda. El gritó y se la dejó clavada muy honda durante varios segundos. La mujer la sentía muy adentro, Muy profunda. La sentía latir muy cerca de su cerviz uterino. Le estaba pegando una tremenda follada.

De repente el hombre se detuvo. Salió de dentro de ella y el coño se quejó con un ruido como de descorche. La hizo ponerse a cuatro patas. La visión del culo y el coño de aquella mujer era espectacular. Ella colocó la cabeza sobre el colchón y llevó sus dedos a su clítoris. El hombre dio una tremenda nalgada antes de dirigir su glande al agujero del culo de la mujer. Ésta se sorprendió y dio un grito asustada pero no se retiró. Se preparó para ser sodomizada por un desconocido. Hacía mucho tiempo que no le abrían el culo. Su marido no era aficionado.

El hombre aprovechó el flujo vaginal como lubricante y comenzó a presionar. Ella se quejaba y mordía la almohada. Su respiración era entrecortada cuando notó que el gordo glande del hombre logró avanzar. De repente, recibió una embestida fuerte que acabó por encajarle la polla hasta el fondo. SE sentía muy ocupada. La sensación del sexo anal era algo maravilloso. Siempre le había dado mucho morbo que le partiesen el culo, y en esta ocasión el morbo era mucho mayor porque era un desconocido del que no sabía ni el nombre.

El hombre se agarró a la cadera de la mujer y comenzó una profunda y frenética metisaca sin atender a los gritos de quejas de ella. En realidad no eran quejas sino suspiros de satisfacción. Aquel culo estrecho y apretado tenía pinta de ser un experto tragón. El esfínter no había tardado demasiado en adaptarse al grosor de su polla demostrando experiencia en el sexo anal.

El hombre estaba a punto de llegar al orgasmo cuando tiró del pelo rizado de la mujer obligándola a incorporase sin dejar de penetrar profundamente su culo. Ella gemía muy fuerte, arqueó la espalda y aceleró el movimiento de sus dedos sobre su clítoris. El hombre bufó junto a su oído en señal de que se estaba corriendo dentro de sus entrañas. Ella también gritó de placer cuando le llegó el orgasmo que se acentuó al sentir la leche caliente del desconocido inundar sus intestinos. Cayeron rendidos. Él sobre ella. Dormitaron durante unos minutos indeterminados.

A ella se le escapaba el semen del culo que palpitaba por volver a su tamaño original después de haber sido profanado hasta lo más profundo. Se recompusieron. Sin hablar. Aquello solamente había sido sexo prohibido. No necesitaban conocer sus nombres, ni siquiera volver a verse en sus vidas. Y así sucedió. Cuando el hombre llevó a la mujer frente a la cafetería donde la había recogido nunca más volvieron a cruzarse. La mujer llamó por teléfono a su marido para anunciarle que ya volvía a casa.