Anónimos
El primer mensaje me lo puso en el parabrisas del coche pero, como iba con prisa, no lo vi hasta que ya estaba conduciendo.
11-mayo-08
ANÓNIMOS
El primer mensaje me lo puso en el parabrisas del coche pero, como iba con prisa, no lo vi hasta que ya estaba conduciendo. Se me había hecho muy tarde en la oficina y tenía ganas de llegar a casa para cenar y relajarme. Al principio di por supuesto que aquel papel que se agitaba ante mis narices era el típico panfleto de publicidad, pero al fijarme mejor me di cuenta de que estaba cuidadosamente doblado y empezó a intrigarme. Imaginando posibles explicaciones pensé que quizá alguien me hubiese roto un piloto o hecho alguna rozadura al estacionar y había dejado sus datos para dar parte al seguro. Suspiré malhumorada.
Haciendo gala de una suerte que no me creía ni yo, pude aparcar delante de casa sin dar demasiadas vueltas y, para rematar la fortuna, el guaperas del segundo, que volvía de tirar la basura, tuvo el detalle de esperarme con el portal abierto.
Aquel papelito que hacía unos minutos estaba deseando leer, pasó inmediatamente a un segundo plano; en realidad fue un milagro que me acordase de cogerlo teniendo en cuenta que el chico que me gustaba corría el riesgo de coger una pulmonía por sujetarme la puerta.
El trayecto en el ascensor fue frustrante, como casi todos mis contactos con él, porque apenas me dirigía la palabra y esta vez no fue ninguna excepción. Salvo los saludos de rigor y un par de monosílabos para confirmarme mi apreciación de la llegada del frío, no pude sacarle más. Por lo que mi mal humor había regresado cuando entré en casa.
Mientras comentaba el encuentro durante la cena con mi hermana pequeña, con la que comparto piso, me tomo el pelo por encapricharme de un chico al que apenas conozco. Luego vimos un rato la tele y nos acostamos.
No volví a recordar la notita dichosa hasta la mañana siguiente cuando me puse el abrigo y metí las manos en los bolsillos buscando las llaves. La desdoble presurosa, era un folio manuscrito, tras echarle un vistazo rápido no pude por menos que pararme a leerlo detenidamente.
"Querida Sonsoles.
Hoy por fin he decido dar el paso de acercarme a ti y debido en parte a mi timidez, al miedo al rechazo por tu parte y a un montón de pensamientos abstractos que corren por mi cabeza he creído que esta podía ser la mejor forma de hacerlo, o al menos la más fácil para mí ahora mismo.
Te estarás preguntando si esto es una broma o simplemente el venazo de un colgado. La verdad es que no es ni una cosa ni otra, aunque es cierto que para mí sí es una pequeña locura.
He de decirte que, a menos que te sientas incómoda, tengo intención de seguir escribiéndote para intentar que te intereses por mí, pero por nada del mundo quisiera que te sentara mal mi comportamiento, por lo que, si llega el momento en que desees cortar esta forma de contacto sólo déjame una nota en tu parabrisas comunicándomelo.
Con afecto, un amigo."
Una mezcla de asombro, simpatía y alucine me invadieron ante tal notificación. No conocía aquella letra, ni tenía la más mínima idea de quién era el autor. Tentada estuve de despertar a mi hermana para contárselo, pero pensé en la poca gracia que iba a hacerle, además tendría tiempo de llamar luego desde el trabajo. Salí disparada y pasé la mañana canturreando e imaginando quién podría ser mi admirador secreto, mi amigo anónimo, o el graciosillo bromista.
Esa noche volví a encontrar otra nota en el mismo sitio, pero esta vez no me pasó desapercibida. Miré a uno y otro lado antes y después de cogerla, y tentada estuve de no leerla antes de arrancar el coche, pero no pude resistirme.
"Querida Sonsoles.
No he visto nota en tu coche, lo que significa que, de momento al menos, sigues soportándome.
Espero que hoy estés de buen humor, yo estoy muy nervioso por esto de las notas. Aunque no lo creas es importante para mí no dar un paso en falso con mi intento de conquistarte, porque supongo que habrás sospechado ya que es eso lo que más deseo. Soy consciente de que contarte esto así es una cobardía y que no te doy opción de demasiada respuesta, además de que, hasta a mí mismo, me da la impresión que me estoy embalando, por lo que cambiaré de tema.
Supongo que estarás intrigada, sospechando de unos y otros como autores de los anónimos. De mí te puedo decir que, aunque soy de tu entorno cercano, no es fácil que des conmigo, ni siquiera creo que te hayas fijado en mí nunca. De ahí el temor a acercarme a ti, siempre alegre y atenta con todo el mundo, estoy seguro que, hasta dándome calabazas serías encantadora, pero aún con una de tus preciosas sonrisas te aseguro que me dolería recibirlas.
Un abrazo de tu anónimo amigo."
Aunque esa noche echaban en la tele una de las series que más nos gustaban, pasamos de ella, pusimos el vídeo a grabar y nos dedicamos a analizar y destripar cada detalle de las notitas analizando quienes podían ser los presuntos autores. Hicimos una lista que me pareció enorme, casi todos compañeros de trabajo, por el sitio dónde encontraba los mensajes. No me había dado cuenta hasta ese momento de la cantidad de tíos que conocía, pero me parecía absurdo que yo les pudiese interesar ni a la tercera parte de ellos. Aún así, como el juego era divertido, participé con mi hermana en él y como resultado nos dieron las tantas. Cuando ya nos acostábamos Bea me dijo "Sonso, aunque de momento esto sea sólo una chiquillada hay mucho pirado suelto. Tú si notas algo sospechoso no te arriesgues y grita."
Mi hermana tiene una forma peculiar de decir las cosas, entendí enseguida que, a pesar de las bromas y la gracia con que trataba el asunto estaba un poco inquieta. Le prometí que iba a tener cuidado asegurándole que no tenía de qué preocuparse.
El fin de semana no tuve anónimos, y eso que bajé expresamente hasta donde tenía el coche para asegurarme, lo que me hizo confirmar que el admirador era alguien de mi entorno de trabajo.
Cuando el lunes fui a coger el coche me lo encontré sin batería. Maldiciendo todo lo que se me ocurrió corrí a la parada del autobús, llegaría tardísimo y encima mi amigo no tendría dónde ponerme nota. Vaya asco de lunes. Llamé a Bea desde el trabajo a ver si podía ella acercarse a por una batería nueva, pero me dijo que hasta el martes por la tarde no iba a poder, y luego a ver cuándo pillaba algún amigo que me la instalase. Ya me veía toda la semana sin coche, con la de trasbordos que me suponía llegar al trabajo en transporte público. Además, él creería que no quería más notas, ese pensamiento me inquietaba sin parar, estaba realmente interesada por esos anónimos.
Asumí el trastorno de los madrugones, los autobuses y el no tener noticias de mi admirador, no podía hacer otra cosa. Eso sí, me encargué de que todo el personal de la empresa se enterase de se me había averiado el coche para que, si él estaba allí se diese por aludido, no era un rechazo hacia sus notas.
El jueves casi me caigo patas arriba cuando, al llegar de comer y sentarme en mi mesa me encontré un folio doblado bajo el teclado de mi ordenador. Tenía el corazón a cien por hora sólo por ver aquél papel, en realidad me puse tan nerviosa que me encerré en el baño para leerlo, por si andaba por allí el que los escribía y notaba mi exagerada reacción.
"Querida Sonsoles:
He pasado unos días apenadísimo pensando que no volvería a escribirte hasta que me he enterado de lo de tu coche. No sabes cómo me alegro, no es que me alegre de que no tengas coche, pero , bueno tú me entiendes.
En realidad me he arriesgado a dejar la nota hoy sobre tu escritorio sólo para decirte lo aliviado que estoy y porque he estado pensando en que puede ser bueno que tengamos alguna otra forma de comunicarnos además de ésta, por si surge una emergencia. Además, quiero poder darte algo para que te sea más fácil confiar en lo que te digo, por eso quiero que tengas el número de mi móvil. Si algún día, por lo que sea quieres llamarme, con número oculto o como tú consideres, hazlo.
Un abrazo de tu amigo."
Vaya subidón me supuso aquello. No sólo no desistía en su empeño, además ponía de su parte para que pudiese llamarle si quería. Pasé toda la tarde alelada sin poder concentrarme y analizando las reacciones de todos mis compañeros. Aunque, si aquel hombre había tardado unos días en saber lo de mi coche, no era fácil que fuese de mi departamento. Tendría que estudiar más detenidamente al resto de mis conocidos durante las comidas o los cafés.
Me costó casi un cabreo que Bea no llamase esa misma noche al número de teléfono que me había dejado mi desconocido. Había pensado en hacerlo yo misma, pero después de mucho meditarlo llegué a la conclusión de que, de momento, iba a esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Cuando arreglé el coche las notas se reanudaron. Cada vez más cariñosas y aportando pequeños datos sobre las opiniones, forma de pensar y apreciaciones de mi amigo. Llegó un momento en el que empecé a engañar a mi hermana porque empezaba a estar muy inquieta con el interés demostrado por el desconocido. Pero, en realidad él no me presionaba a nada, ni me resultaba amenazante en absoluto.
Después de varias semanas me atreví a dejarle yo una nota en la que le contaba lo mucho que me gustaba leerle, la ilusión con que cada día esperaba su mensaje y las veces que, después de comer, bajaba al coche con la esperanza de pillarle y descubrir por fin quién era, aunque no estuviese segura de querer saberlo aún. Y le explicaba que quizá fuese ese precisamente el motivo de no haberle llamado a pesar de que en sus cartas él me recordase de vez en cuando que podría hacerlo cuando quisiese y sin ningún compromiso.
Cuando esa noche no encontré su nota me agobié bastante pensando si podía haberle dicho algo que le hubiese sentado mal y apenas pude dormir dándole vueltas a las palabras que había escrito el día antes, pero no encontré motivo alguno para que él se hubiese molestado.
Fue sorprendente que la nota la encontrase por la mañana al día siguiente pegada al parabrisas por la helada que había caído. Así que, había averiguado dónde vivía. Por primera vez me sentí un poco incómoda. Leí:
"Hola Sonsoles.
Ayer casi me da un síncope al encontrar tu nota. Me alegré tanto que olvidé dejar la mía. Soy un desastre.
Como no puedo dejar de leerla, de mirar el teléfono pensando en que me llames, ni pegar ojo, he decidido escribirte una carta nueva y venir de madrugada a dejártela.
En realidad me siento tan eufórico que me voy a atrever a pedirte un favor, un favor erótico. No te asustes. Me estoy arrepintiendo ya de haber escrito eso, suena fatal.
Solo quería pedirte que me llames, que me digas "estoy aquí", sentirte pensando en mí un instante. Y sí, es erótico es porque no puedo prometerte que al hacerlo no provoques en mí reacciones de ese tipo.
Si decides no llamar lo entenderé. Pero por favor no te enfades conmigo. No puedo evitarlo, cada día me gustas más.
Un beso, mi querida Sonsoles."
Una oleada de calor interna me hizo olvidar en intenso frío de la mañana. Estuve todo el día dándole vueltas, distraída, aunque ya sabía que iba a hacerlo no sabía bien cómo hacerlo, porque no quería llamar desde mi móvil, ni ponerlo en oculto para no darle impresión de desconfianza y desde casa ni loca, sólo me quedaba usar el teléfono de la oficina pero tendría que buscar la forma de quedarme sola. Remoloneé toda la tarde, de tal forma que me dieron las tantas acabando algo supuestamente urgente y, en cuanto salió mi último compañero cogí el teléfono y marqué.
Descolgó enseguida con un "¿Diga?", su voz varonil me resultó vagamente familiar pero irreconocible. "Hola" le dije muy nerviosa y él sí pareció reconocerme a mí en el acto, un segundo de silencio me hizo dudar de haber hecho bien en llamarle, hasta que dijo "Gracias Sonsoles, muchas gracias". "De nada, sólo quería que supieses que estoy aquí".
Bajé corriendo al coche, recogí su nota y no me atreví a leerla esta vez hasta que no llegué a casa y me metí en mi cuarto. Estaba terriblemente avergonzada y a la vez contenta de haber dado ese paso.
"Mi querida Sonsoles.
No sé como me he atrevido a dejarte esa carta anoche. Te aseguro que no sé aún de dónde he sacado el valor para pedirte nada y mucho menos usando esos términos. Por favor perdóname. No volveré a insinuarte que me llames, tú tienes mi número, tú decidirás hacerlo cuando creas conveniente. Lo siento mucho.
Se acercan las navidades y supongo que tendrás vacaciones. Me gustaría no perder el contacto contigo esos días por eso quiero pedirte permiso para acercarme a tu casa alguna noche a dejar mis cartas. Prometo portarme bien a partir de ahora.
Un beso afectuoso de tu más fiel amigo."
Me hizo reír su precipitada disculpa y entendí el silencio con aire de sorpresa que mantuvo al escuchar mi voz al teléfono, él supondría que ya había leído su nota y claro, no debía saber muy bien el motivo de mi llamada. Intenté imaginar su sorpresa y me sentí bien por haber hablado con él, aunque hubiesen sido sólo un par de palabras.
Esa noche me toqué pensando en él, pensando si sería cierto que mi voz y el haberle prestado ese minuto de atención directa habrían supuesto de verdad alguna reacción sexual. Imaginando si se masturbaba pensando en mí igual que yo lo había hecho ya muchas veces pensando en él. Cada vez tenía más ganas de poder ponerle cara.
Empecé a dejarle notas. Me gustaba picarle por el temor que demostraba a que yo me molestase por cualquier detalle. Le provocaba con temas sexuales y comentarios con doble lectura y, entre unas cosas y otras nos fuimos conociendo.
No había dejado de preguntarme quién sería el chico misterioso. Ya había ido descartando nombres de los que pusimos en la lista que había confeccionado con Bea, hasta quedarme con cuatro candidatos a los que tenía fichadísimos y con los que intentaba coincidir cada vez que podía para sonsacarles información, escuchar atentamente su voz a ver si la reconocía e intentar que escribiesen algo para ver si reconocía su letra. Pero era difícil, porque no había vuelto a escuchar la voz de mi chico, y mis compañeros respondían con tonteos ante mis tonteos. Así que acababa siempre con dudas y sin decidir cuál de los cuatro podría ser.
Llegaron las navidades, pero las cartas no se espaciaron. Ya nos atrevíamos a escribirnos nuestras fantasías más íntimas y nuestros pensamientos más profundos, por lo que no me pareció que llamarle el día de Navidad para felicitarle fuese demasiado atrevido. Esta vez lo hice desde mi teléfono, sin ocultarme, pero no me lo cogió. Cuando se lo reproché en mi siguiente nota, su respuesta me alegró el corazón.
"Mi querida Sonsoles.
¿Eras tú? ¿Tú la que llamabas? ¿Desde tu propio teléfono? Ya no tendrás que dármelo cuando seamos novios formales. Siento no haber descolgado, no pensé que fueses tú. Gracias mi adorada amiga.
Quiero proponerte algo, esta vez no es sexual (graciosilla), aunque puede que sí lo sea, ya veremos, todo depende de ti. Me gustaría acabar con esto para empezar con algo más importante aún, quisiera que quedásemos y he pensado que la macro fiesta de máscaras de fin de año podía ser un buen lugar y un buen momento.
¿Aceptas estar esa noche allí para que pueda darte un primer beso?
Que sepas que te quiero sea cual sea tu respuesta."
Subí a casa corriendo, arranqué una cuartilla, escribí "SIIIIIIIIIIIIIIIIII" y bajé corriendo a ponerla en el coche.
Mi hermana me hablaba esa noche sobre un jamacuco que le había dado a la madre de nuestro vecino durante el día de Navidad y que al final todo había quedado en un susto sin más; cosa que, hacía unos meses, me habría servido de excelente excusa para bajar a verle, preguntarle y aprovechar para intentar hablar un rato con él, pero esa noche yo apenas la escuchaba y ella se dio cuenta.
Se lo conté todo. Ella pensaba que lo de las notas había quedado en agua de borrajas. Casi me mata al enterarse de que llevaba tanto tiempo carteándome con el desconocido y más aún ocultándoselo a ella. Imaginad su reacción cuando supo que iba a quedar con él en Nochevieja.
Estuve histérica a partir de ese día. Bea andaba espiando mi coche para ver si pillaba al tipo que "acosaba" a su hermana y no paraba de amenazarme por si se trataba de una broma del día de los inocentes, cosa que me hizo pensar a mí en que la broma me la podían estar gastando a mí. Una broma muy cruel. Pero pasó el dichoso día sin novedades.
Al día siguiente sí ocurrió algo sorprendente. Bajaba con Bea a tomar el vermut cuando el vecino del segundo salió a nuestro encuentro, nos saludó muy amablemente y sin comerlo ni beberlo nos propuso salir con él y un amigo en Nochevieja. Mi hermana dijo sí en el acto, yo le miré dubitativa, ella me dio un codazo y entonces yo dije sí también. Luego vino la discusión, ella convenciéndome con poderosos argumentos: "¿como vas a dejar pasar la ocasión de salir con el guaperas para irte con un desconocido? ¿y si es un loco? ¿me vas a amargar así la Nochevieja?", y cosas por el estilo, a cada cual más lógica si te parabas a pensarlas, la verdad.
Hacía un tiempo hubiese dado cualquier cosa por que mi vecino se fijase en mí. Y precisamente ahora, ahora que me gustaba otro chico, me invitaban a salir los dos el mismo día. No era justo.
Después de darle muchas vueltas y de hablar mucho con mi hermana, el día treinta por la mañana me dispuse a escribir una carta para disculparme por no poder ir a la fiesta de máscaras, rompí cinco folios con cinco excusas estúpidas y entonces me di cuenta de que no quería escribir aquella nota.
Bajé la escalera y llamé al segundo. Él abrió la puerta, estaba serio. "Mira, lo siento pero no voy a poder salir en Nochevieja. Tenía ya una cita y no quiero anularla", le planté así por las buenas. "Lo entiendo, no pasa nada" me dijo sonriente, casi como si le alegrase mi disculpa.
Subí a casa contenta, sabiendo que había hecho no sólo lo correcto sino lo que de verdad quería hacer. Lo que no supe hasta dos días después es que Miguel, mi vecino, rompió una carta también ese día, una en la que se despedía apenado asegurándome que comprendía que anulase nuestro compromiso de la fiesta de máscaras por salir con alguien de quién sí conocía su aspecto.
Un relato de ErotikaLectura .