Año nuevo, y el cinto viejo
Isaac decide poner paz y orden en la comida de Año Nuevo, para recordarles a sus féminas lo que pasa cuando discuten entre ellas sacando constantemente los trapos sucios de la familia.
Año nuevo, y el cinto viejo
Isaac Petrovic emigro con veinticinco años de su Rumania natal para instalarse en España. Lo hizo acompañado de su querida Katherina, y juntos formaron una familia de cinco componentes, pues de su unión nacieron sus tres hijas. Amanda la pequeña de veinticinco años y estudiante de derecho, Clara de treinta cinco casada y con un hijo pequeño, y Sofía la mayor de treinta y ocho años y con una hija ya de dieciocho años a la que llamaron Ylenia.
Como cada final de año toda la familia se reunía para celebrar en familia estas entrañables fiestas, aunque al final como cada vez que se reunían todos, siempre aparecían viejas rencillas, envidias y diferencias entre las hermanas, que provocaban discusiones y enfrentamientos que al cabeza de familia le sacaban de quicio. Contaba ya con setenta y dos años, y pensaba que ya estaba demasiado viejo y cansado para estas cosas.
Presidiendo la mesa contemplaba desde allí sentado como sus tres hijas, e incluso su nieta se enfrentaban y discutían por cualquier memez. Entonces recordaba cuando estas eran más pequeñas y como con solo levantarse y alzar la voz todas obedecían y se callaban con el temor en el cuerpo por si decidía quitarse el cinto y acariciar sus lindas posaderas con él una docena de veces. No siempre lo hacía, pero de vez en cuando si que las mandaba a la mesa para recibir una buena tunda y bajarlas así los humos. A su mujer no le gustaban ese tipo de castigos, aunque le hubiese reconocido que las tendría que haber dado alguno más de los ya recibidos.
Clara la echaba en cara a Sofía que de pequeñas siempre era ella la que tenía que ayudar a su madre en casa, y ella aun siendo la mayor se escaqueaba aludiendo que tenía que estudiar mucho, aunque jamás se llego a sacar ninguna carrera. Amanda apoyaba a la mediana y claro esta su nieta Ylenia defendía a su madre. Las parejas de ellas como era de costumbre estaban sentados al fondo de la mesa charlando y disfrutando de la cena sin prestar atención a la discusión, como si todo aquello no fuera con ellos.
-Siempre era yo la que iba a la compra con mama para ayudarla a traerla. Siempre era yo la que barría y hacia las camas mientras ella cocinaba. Y tú, ¿Qué hacías tu? – Argumentaba Clara.
-Estudiando, recuerda que siempre he ido varios cursos por delante de ti, y no son tan fáciles los cursos superiores en comparación con los que cursabas tu. – apelaba Sofía.
-Pero si jamás te has sacado una carrera, ni siquiera el titulo de mecanografía. Tú que ibas a estudiar, estabas con tu Alfredo al teléfono todo el día. – atacaba Amanda.
-Mira quien fue a hablar, la que se pasa todo el día jugando a las cartas en el campus de la universidad, o de copas con su novio – contrarrestaba Ylenia defendiendo a su madre.
Y poco a poco la cosa iba desmadrándose, tirándose en cara que si ahora siempre era una la que llamaba a la otra, que si siempre era la otra la que acompañaba a su madre al médico hasta que al final falleció. La discusión subía de tono y el pobre Isaac veía como sus hijas iban a llegar incluso a las manos, por eso con voz enérgica y potente se levanto de su silla, desplazándola un par de metros hacia atrás y grito.
-¡YA ESTA BIEN JODER! Me tengo que quitar el cinto y meteros en vereda como cuando erais pequeñas.
Isaac consiguió hacerlas callar a todas al momento, atrayendo incluso la atención de sus yernos que hasta ese momento estaban aun a lo suyo, como si la cosa no fuese con ellos. La mirada de las hermanas paso radicalmente de el enojo y la ira, al temor y el miedo cuando vieron como su anciano padre se desabrochaba el cinturón para hacerlo correr a través de las trabillas del pantalón hasta acabar sujetándolo doblado por la mitad con su mano derecha, de forma totalmente amenazadora.
-Esto tenía que haberlo hecho antes, mucho antes, pero como siempre vuestra madre me retenía. Son buenas chicas, algo traviesas solo eso. Y claro os librabais día sí, y día también de probar el cinto. – clamaba Isaac con la mirada encendida.
-Papa, ya no somos unas crías, ¿sabes? – le contesto Sofía con voz temblorosa, pues hacia mucho que no veía así a su padre.
-¿En serio? ¿Pues pregúntale a tu hermana pequeña que la paso la semana pasada?
Amanda miro a sus hermanas sin saber muy bien que contestar, hasta que al final bajando la mirada asintió y respondió.
-Papa me dio una buena tunda en el trasero por llegar casi de día a casa y algo cargadita de más… ya me entendéis, ¿no?
Los cuñados se miraron asombrados por lo acontecido, y ellos mismo decidieron irse al bar de enfrente para que aquello quedara en familia, como si ellos no formaran en esos momentos parte de ella. Ylenia muy pícaramente intento unirse al dúo, intentando escabullirse de aquella situación tan turbia que no presagiaba nada bueno, pero su abuelo la detuvo en seco.
-Ylenia tu quédate, que hace un momento estabas pero que bien metida en el ajo, y para tu desgracia también tengo para ti.
Ylenia se detuvo en seco girando sobre sus pies hasta situarse al lado de su madre tras una leve indicación de cabeza por parte de su abuelo. La puerta de la calle se cerró y quedaron en el salón el padre, sus tres hijas y su querida nieta.
-Voy al baño, esta próstata me está matando, y ahora cuando vuelva ajustamos cuentas.
Isaac paso frente a sus hijas y nieta con paso lento y cansado, acorde a su edad, bajo la atenta mirada de estas que presagiaban una cuádruple azotaina en sus traseros con el viejo cinturón de su padre, y en el caso de Amanda abuelo.
-No creo que se atreva a castigarnos como cuando éramos pequeñas, ¿verdad? – dijo Clara mirando a su hermana mayor.
-¿Y de ser así vas a impedírselo, o te vas a callar poniendo el culo? Porque yo pienso que estamos en problemas – la contesto Sofía devolviéndole la mirada.
-Os puedo asegurar que no se va a cortar ni un gramo, lo sé de antemano que vivo bajo su tutela, y raro es el mes que no me da una de las buenas. – afirmo Amanda
-Ya, pero yo soy su nieta. Mama, ¿tú no le dejaras? – protesto Ylenia que daba por sentado que su madre y sus tías iban a cobrar, pero intentando escabullirse aun de la que se avecinaba.
-A las buenas y a las malas guapa, que bien que defiendes siempre a tu madre tirando mierda sobre nosotras. Además ya eres mayor de edad, así que a…. – profirió Clara dejando la frase a medias cuando creyeron oír volver al abuelo.
-¿Ya viene? – pregunto Ylenia
-No, aun tardara un rato hija, y esa es la prueba para saber que si que nos va a dar una buena tunda a cada una. – la respondió su madre.
-¿Por qué?
-Porque de pequeña ya lo hacía, se ausentaba durante un buen rato después de haberte dejado claro que ibas a cobrar, para que el miedo se fuera apoderando de ti, y sufrieras con la jodida espera. Contra más tiempo pasara más grande era la zurra. – la contesto ahora tu tía Clara.
Pasaron cerca de diez minutos hasta que el viejo Isaac hizo de nuevo acto de presencia en el salón de su casa. Se dirigió al fondo del salón y desde allí ordeno a sus hijas y nieta que se situaran frente al mueble bar, en fila y en silencio. No quería oír ni una queja, ni un solo susurro, pues ya había oído de todo.
-En fila y en silencio, o será peor la cosa. Todos los años igual, todos los cumpleaños igual, siempre la misma cantinela, pero….
Isaac caminaba a lo largo del salón de un lado a otro al tiempo que les soltaba un pequeño discurso, y se golpeaba la pierna derecha con la correa que iba a utilizar para calentar el culo de su prole. Para finalizar su discurso se paro frente a ellas, que en estado firme y con las manos atrás como tapándose el culo a forma de protegérselo les dijo.
-Yo creo que con veinticinco correazos aprenderéis la lección, eso sí con el culo al aire desde el primero. ¿Algo que añadir? ¿Empezamos?
Isaac las miraba con la correa sobre sus manos, de forma que las cuatro pudieran contemplarla en todo su esplendor. Un cinturón de cuero de unos tres centímetros de ancho, y lo suficientemente largo aun doblado en dos, como para cubrir sus traseros de lado a lado de un solo correazo.
Ninguna de ellas hablo, y dando Isaac por concluida su charla, confirmo con su silencio que las cuatro aceptaban el castigo impuesto. Retrocedió sobre sus pasos y se situó en el borde de la mesa del salón, llamando a Amanda la primera para recibir su parte.
-Amanda, ya sabes lo que tienes que hacer.
Amanda trago saliva y camino hasta el borde de la mesa, donde sin decir palabra alguna comenzó a bajarse los pantalones vaqueros y las bragas de color blanco que llevaba puestas, hasta dejarlas a la altura de sus rodillas. Luego se inclino y saco el culo hacia fuera separando ligeramente las piernas. Cerró los ojos y espero la primera caricia de aquel cinto que para su desgracia ya había probado en más de una ocasión.
Isaac no se hizo de esperar, estiro su brazo derecho, acaricio con el cuero el trasero a castigar, y sin pensárselo dos veces llevo su brazo hacia atrás para dejarlo correr de retorno al culo de su hija y así asestarle el primer correazo. Una franja roja horizontal apareció en el culo de Amanda casi nada mas impactar el cinturón en el, arrancándola al mismo tiempo un quejido hondo que denotaba que aquel correazo la había cruzado el trasero provocándola un profundo dolor. Dos segundos después el padre repitió la misma acción, y así sucesivamente el cinto fue haciendo su cometido en el trasero de su hija. Amanda no abrió siquiera los ojos, al contrario los apretó mas intentando concentrarse para poder recibir lo mas dignamente su castigo, justo lo contrario que sus hermanas y sobrina que al ver el culo de Amanda tornándose rojo tras cada correazo recibido, abrían mas los ojos sabiendo que una de ellas sería la siguiente en probarlo.
Tras recibir los veinticinco correazos Amanda obtuvo el permiso de su padre para levantarse, frotarse el trasero con las manos todo lo que quisiera y ocupara su lugar al lado de una de sus hermanas, cediendo su lugar a una de ellas. La segunda iba a ser Clara dejando así para el final a madre e hija.
-Clara adelante. Ya sabes lo que te espera y como has de situarte. ¿Cuánto hacia que no probabas uno de estos? – la dijo Isaac mostrándola el cinto de forma amenazadora.
Clara no podía ni creerse lo que estaba haciendo. Hacía muchos años que había abandonado la casa de sus padres y su tutela, sin embargo una vez más iba a subirse el vestido, bajarse las bragas, y poner el trasero para que su padre se lo calentara como hacia cuando era pequeña. Camino despacio hacia la mesa con la vista puesta en el suelo, luego ralentizo los movimientos mientras miraba a su padre subiéndose el vestido y bajándose las braguitas de color negro que llevaba puestas, haciéndole pucheritos. En su interior albergaba la esperanza del perdón, pero la mirada inflexible de su padre la hizo desistir, inclinando su cuerpo sobre la mesa hasta apoyar sus brazos sobre esta, dejando bien expuesto su culo para recibir su castigo.
El primer correazo no se hizo mucho de esperar, arrancando un alarido profundo e intenso a Clara que se pudo oír incluso en el bar de enfrente donde su marido y su cuñado esperaban el final del mismo tomándose una cerveza bien fría.
-Esa es mi mujer, reconozco ese grito aunque cuando lo oigo en casa normalmente es porque la he cagado en algo. – le dijo Alejandro a su cuñado mientras escupía el hueso de la aceituna que masticaba.
El segundo correazo llego con la misma intensidad que el primero, pero esta vez el alarido fue menor, aunque Clara no pudo retener sus manos que se fueron directas a su culo para intentar consolarlo con unas intensas friegas.
-No, no, no jovencita, las manos sobre la mesa. No has visto a tu hermana antes. Si quieres mueve el culo todo lo que quieras, a mi me da igual, el siguiente caerá irremisiblemente sobre él, abarcándolo por completo, pero las manos quietas si no quieres repetir .
-Perdón papa, no más por favor. No nos pelearemos mas, te lo juro – le dijo Clara a su padre que negó con la cabeza mientras con su mano izquierda la indicaba que volviera a recuperar la posición de castigo.
El tercer correazo la hizo nuevamente arrancar un alarido igual de profundo que el primero, como el cuarto y el quinto. El culo de Clara se torno de un rojo intenso mientras Ylenia agarraba la mano a su madre viendo aquel espectáculo del que próximamente ella, iba a ser la protagonista principal. Jamás hubiera pensado que su abuelo fuera tan severo con sus hijas, y menos aun con su amada nieta.
El castigo de Clara llegaba a su final y toda ella era una mar de lágrimas. Aguanto como pudo los últimos diez correazos moviendo el culo de izquierda a derecha, doblando las rodillas intentando ganar tiempo al tiempo para poder recuperarse del dolor infligido hasta finalmente recibir los veinticinco correazos. Luego tras recibir el permiso de su padre se coloco al lado de su hermana Amanda con las manos en el trasero, llorando a moco tendido y sin casi poder ponerse recta. En su pensamiento una única idea, nunca más se pelearía con sus hermanas.
-Sofía a la izquierda, Ylenia al lado de tu madre. Vamos deprisa que se me enfría el brazo.
Sofía comenzó el camino hacia la mesa llevando de la mano a su hija Ylenia. Esta miraba a su madre como sin acabar de creérselo, durante unos segundos se acordó de las veces que su madre se había quitado la zapatilla para amenazarla con alguna azotaina por alguna travesura, o incluso para dejársela bien grabada en el culo por ellas, pero jamás hubiera imaginado que su abuelo las fuera a castigar de este modo y encima juntas.
-Pégame a mí si quieres papa, pero a Ylenia no. No es justo. – imploro la madre en defensa de su hija.
-Para contestar a sus tías y ponerse al mismo nivel que vosotras tres es capaz, de modo que si es justo. Haberte quitado más veces la zapatilla y haberla enseñado con ella mejores modales. No te lo reprocho, yo tendría que haberme quitado este más veces, de seguro que no estábamos ahora así. – la contesto Isaac mostrándola una vez más el cinto.
Agarradas de la mano madre e hija miraron al frente. Ylenia ya lloraba sin haber recibido ni un solo correazo, su madre la apretó la mano intentando insuflarla un poco de fuerza. Aquello iba a doler, pero era soportable, y tenía un final.
El primer correazo cayó sobre el trasero de Ylenia que solamente resoplo. Un segundo después callo otro sobre el trasero de Sofía. Dos marcas alargadas e idénticas aparecieron sobre los traseros de ambas, como dos tatuajes casi simétricos. Infundiéndose cada una fuerzas sobre la otra Isaac fue descargando su brazo y su justicia sobre los traseros de ambas, volviendo a teñir de nuevo dos preciosos culos de color rojo. Amanda contemplaba el castigo sin lágrimas ya en los ojos, no así Clara que aun gemía intermitentemente. Las dos se frotaban aun sus posaderas con ambas manos.
Dos, tres, cuatro, cinco….. diez, doce, trece…. Los correazos continuaban cayendo y los gritos de madre e hija intercalados seguían oyéndose en el bar de enfrente donde Alejandro y Alfredo, continuaban disfrutando de unas cervecitas fresquitas.
-¿Tu crees que nuestra suegra nos habría zurrado alguna vez con su zapatilla de estar viva en una de estas? – le pregunto Alejandro a Alfredo con los gritos de su cuñada y sobrina de fondo. Al cabo de unos segundos ambos se echaron a reír. Aquella situación no era muy lógica, pero….
Veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro y veinticinco. Ylenia no podía creer que aquello se hubiera acabado. El culo la ardía como si lo tuviera pegado a una estufa. Su madre lloraba desconsolada a su lado como una colegiala. Ambas seguían agarradas de la mano como si fueran dos intimas amigas de la infancia. Pero por fin aquella tortura había acabado.
-A vuestro sitio. – ordeno Isaac.
Las cuatro damas se situaron nuevamente frente a él con sus faldas y vestidos levantados, o sus pantalones bajados, y todas con las bragas por las rodillas. Todas ellas tenían sus manos en sus traseros frotándoselos en mayor o menor intensidad, dependiendo del tiempo trascurrido desde la finalización de su castigo.
-No voy a dudar en quitármelo las veces que haga falta, estéis juntas o no. Y no me temblara la mano, ni me importara la edad que tenéis. Si creo que debéis probarlo de nuevo ya sabéis lo que os pasara. – Isaac se paseaba frente a ellas golpeando el cinturón sobre su mano, recordando lo que nuevamente pasaría si volvían a pelearse entre ellas. - Ylenia, ve a buscar a tu padre y a tu tío y que vuelvan cuando quieran. Vestiros y sigamos con la fiesta.
Todas ellas se subieron primero las braguitas que llevaban puestas, con mucho cuidado porque el roce de estas contras sus traseros incomodaba bastante. Luego Amanda se subió su pantalón sintiendo nuevamente incomodidad, menos sus hermanas y sobrina que dejando caer sus ropas estas volvieron a su estado inicial.
Issac tras la espera cogió una botella de cava y la abrió como si nada hubiera pasado, aunque el trasero de sus féminas decía todo lo contrario. Después de rellenar cuatro copas brindo con sus hijas, ya que Ylenia había salido corriendo a avisar a su padre y a su tío, que continuaban en el bar charlando sin preocuparse de sus mujeres, tal vez por si en un momento dado también comenzaban a formar parte de la fiesta. Ya sabían cómo se las gastaba su suegro.