Año nuevo

Mi cuñada y yo en un viaje interesante

Nochevieja para los que ya hemos pasado de los 30 y tenemos algún hijo, no pasa más allá de felicitarte con los que tienes más cerca, tomarte un par de copas de champán e irte a la cama antes de que se cumpla la primera hora del año.

De las doce personas que nos encontrábamos cenando, la única que salió a celebrarlo como merecía fue mi cuñada, la hermana pequeña de mi mujer. Olga a sus 25 años era una hembra con las seis letras que tiene la palabra, un cuerpo rotundo, de caderas marcadas, pechos grandes y redondos, tez morena, pelo y ojos negros... Como os podéis imaginar, alguna vez me había sorprendido a mí mismo fantaseando con la hermanita de mi esposa, pero eso, creo que es algo que debe ser habitual entre los que tenemos la fortuna de tener cuñada, y si está como Olga, pues supongo que es inevitable.

Tengo fama de dormir como un tronco, y muestras más que sobradas he dado de ello, pero llevaba unos días en los que no pegaba ojo. La empresa que habíamos puesto en marcha uno de mis hermanos y yo parecía salir a flote poco a poco, pero el reto que teníamos por delante era lo más grande que nos había ocurrido en nuestro año y medio escaso de andadura. Habíamos conseguido vender una gran instalación a una gran empresa de una ciudad muy fría del norte de España, y como no querían parar la producción, tendríamos que ponerlo en marcha entre el día 3 y 5 de enero. Tres días nada más, se podía hacer, pero no podía quitármelo de la cabeza y esto afectaba a mi sueño. Así que cuando a las 7 de la mañana mi cuñadita no tuvo la delicadeza de descalzarse en el pasillo de madera que la llevaba a la habitación, me desperté de forma inmediata.

Estábamos en una pequeña casa contigua a la de mis suegros que nos ceden los vecinos en navidades, tiene dos habitaciones, una la ocupábamos mi esposa y yo y la otra mi cuñada. Pude oír perfectamente como cerraba la puerta, como se trastabillaba con la cama y hasta como caían los vaqueros que llevaba puestos. Solamente el poder imaginármela desnudándose hizo que me empalmara. Pero lo que llevó mi erección a un nivel superior, fue empezar a escuchar ligeros gemidos, que fueron en aumento. Despierto como estaba no pude evitar levantarme para acercarme más a aquel sonido celestial que provenía del otro lado de la pared. Me acerqué a la puerta de la habitación de Olga y a la pequeña rendija que dejaba me ver solo iluminada por la poca luz de las farolas que entraba por la ventana, como mi cuñada se masturbaba bajo el edredón. Adivinaba más que veía su cara de placer y también sus contoneos bajo las mantas, pero fue más que suficiente, para que me fuera a mi cama encendido. Tanto fue así que no pude parar de restregar a mi mujer hasta que se despertó y no sé muy bien si de buena o mala gana, pero acabamos teniendo un polvo espectacular, con sordina eso sí ya que dar rienda suelta a nuestros gemidos hubiera sido por decirlo de alguna manera, imprudente.

El día de año nuevo siempre tiene algo de fin de una época, es algo que he sentido desde pequeño y esta vez no fue diferente. Al menos la conversación con mi suegro fue agradable y su bodega es espectacular, así que la corta mañana del 1 de enero se fue entre buen vino, la Marcha Radetzky y algún salto de esquí, como supongo es habitual en la mayoría de hogares. Casi a la hora de la comida llegó mi cuñada favorita. Estaba guapa a pesar de haber trasnochado y el día transcurrió sin mayores sobresaltos... Hasta que llegaron los postres y Olga cogió el teléfono. Podía ver su cara de enfado o disgusto desde el otro lado del comedor principal, malas noticias para mi cuñadita. Cuando volvió a la mesa nos contó el motivo de su enfado. Olga trabajaba casi como becaria haciendo trabajo de comercial, y aunque esa semana entre año nuevo y reyes en teoría tenía vacaciones, los planes habían cambiado y tenía que ir a visitar una empresa a una pequeña ciudad del norte, interesada en trabajar para ellos. Resulta que esa ciudad estaba a sólo 20 kilómetros de donde tenía que ir yo, así que sin pensármelo dos veces me ofrecí a llevarla al día siguiente y traerla el día 5 sana y salva a su casa. A la familia de mi mujer le parecía una idea genial y a Olga también, así que sin más el día siguiente saldríamos de viaje los dos.

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Volví a levantarme temprano, era un domingo gris y la cercanía del trabajo que me esperaba unido a pegarme un viaje de cerca de cuatro horas junto a aquel monumento de mujer me tenían inquieto. Comimos temprano y antes de las dos nos encontrábamos en la autopista hablando de cosas sin importancia y sin dejar de utilizar el limpia parabrisas en ningún momento. A medida que nos acercábamos a nuestro destino la temperatura iba cayendo hasta rondar los 0 grados, a falta de escasos 50 km una fila de warnings nos indicaba que algo iba a hacer que el final del viaje no estuviera cerca, para colmo, la lluvia se había convertido en nieve. Tras media hora prácticamente parados, un guardia civil nos indicó que teníamos que dejar la autopista ya que un camión se cruzado

y no se podía pasar. La nieve estaba cuajando en el asfalto y la noche y la caravana hacían realmente incómodo conducir. Llegamos a un nuevo atasco. No se permitía el paso a vehículos sin cadenas y los coches se agolpaban en un área de servicio con un hotel de una estrella. Allí pedimos una habitación, pero no había sitio ni en recepción, así que decidimos seguir. La cosa se iba poniendo cada vez peor, y la carretera serpenteante entre bosques no ayudaba para nada. Unas luces azules destellantes de la guardia civil de tráfico nos indicaron que no se podía continuar, y nos desviaron hacia un pueblo que no contaba con más de 4 calles y varias casas esparcidas por las praderas teñidas de blanco. Afortunadamente una de ellas era una casa rural. Era preciosa, pequeña, de piedra, casi parecía una casa de cuento. Lo primero que pensamos fue que probablemente estuviera ocupada y no hubiera ningún sitio libre. La idea de tener que dormir en el coche me martilleaba la cabeza teniendo en cuenta lo que me esperaba al día siguiente. Sin mucha fe llamamos al timbre de aquella coqueta casa y cuando después de 10 minutos y varios intentos estábamos a punto de abandonar apareció una pareja de unos 60 años. Eran los dueños de la casa que venían de tomar un café. Nos explicaron que la casa la estaban utilizando ellos durante la navidad por lo que no tenían huéspedes, pero que en vista de las circunstancias climatológicas, nos dejarían la buhardilla para pasar la noche. La buhardilla era realmente acogedora, con un tejado pronunciado que llegaba a los 3 metros en su parte central y no pasaba de un metro a la altura de las ventanas, un pequeño baño y una cama grande que ocupaba casi toda la estancia. Dejamos las cosas y siguiendo las amables indicaciones de los dueños de la casa nos fuimos al pueblo a comer un bocadillo y tomar una cerveza. Me sorprendió que mi cuñada pareciera tan tranquila y no hiciera ninguna referencia ante el hecho de que tuviéramos que compartir cama, yo por mi parte tenía serias dificultades para disimular mi excitación y nerviosismo.

Regresamos a la habitación y aunque hacía mucho que había anochecido, todavía eran las 9 de la noche. Estaba cansado, así que me fui a la cama sin perder mucho tiempo. No utilizo pijama para dormir, así que aproveché que Olga se fue al baño para quitarme rápidamente la ropa y meterme en la cama en calzoncillos. Cuando abrió la puerta del baño mi corazón empezó a golpear frenéticamente contra mi pecho, allí estaba ella, con un camisón de algodón blanco que le tapaba por poco las braguitas negras que se adivinaban al trasluz del aseo y con un fruncido bajo el pecho que realzaba sus espectaculares tetas, las cuales a pesar de dejar claro y sin ninguna duda que se habían liberado del oprimente sujetador se veían firmes. Estaba totalmente empalmado y traté de disimular girando la cabeza en la almohada como si estuviera dormitando. Así me encontraba cuando le vino un bostezo y estiró sus brazos, entonces ya no me quedó ninguna duda del color del que eran sus braguitas y de la firmeza de sus senos, pues al estirarse, el camisón le subió a la altura de la ingle.

Intenté dormir, pero no pude. Esta vez no eran las preocupaciones laborales las que me tenían desvelado, era la presencia a escasos centímetros de aquella preciosidad tapada con dos prendas más que livianas, era su olor, era su respiración... A punto estuve varias veces de levantarme al baño y machacármela de buena gana, pero allí seguía, paralizado, prácticamente flotando con la cantidad de estímulos que llegaban desde los escasos centímetros que me separaban de aquella mujer. El nivel de paralización se incrementó cuando de repente noté que algo tocaba mi brazo, segundos después ese leve toque se convirtió prácticamente en un pellizco en mi antebrazo. Yo no podía mover ni un músculo, estaba rígido, y entonces entendí el motivo de aquellos roces, fue en el momento en que empecé a oír algo que me era cercanamente familiar, los leves gemidos de mi cuñada que cada vez iban subiendo de tono. Aquellos pellizcos tenían un objeto, asegurarse de que estaba completamente dormido, y sabiendo la profundidad de mi sueño, tener vía libre para masturbarse. Estaba a punto de explotar, ella ya lo había hecho varias veces, y aunque no pueda decir que mi talla sea como para protagonizar una película porno, si no que es más bien normal, aquello asomaba ya por encima del calzoncillo, que era incapaz de contenerlo. De repente su húmeda mano derecha cogió mi mano y mis pulsaciones subieron de forma exponencial, más aún cuando pude sentir la suavidad de su braguita húmeda, así me tuvo dirigiendo mi mano izquierda durante algún minuto hasta que pasó a la siguiente fase. Ahora aquella deliciosa prenda aplastaba suavemente mi mano y la yema de mis dedos podían dibujar perfectamente la milimétricamente rasurada línea de vello púbico de mi cuñada, para poco después rozar un abultado y duro botoncito que provoco un gemido tremendo. Era su vientre el que se restregaba en mis inmóviles dedos. Mi dedo corazón fue dirigido por su mano a un túnel húmedo, carnoso, delicioso... no se encontraba solo, el dedo índice de mi cuñada lo acompañaba y lo obligaba a un movimiento que provocaba cada vez más espasmos en aquel espectacular cuerpo.

No podía soportarlo más así que con un evidente ronroneo simulé que me acababa de despertar, aquello tenía que terminar ya, o cambiaba los dedos por lo que me palpitaba entre mis piernas o me iba al baño para que terminara entre mis manos. Olga se dio por enterada de mi despertar, pero lejos de apartarse se lanzó a mi besarme con furia y agarró mi sobreexcitado miembro con una rapidez frenética. Colocó sus rodillas a los lados de mis caderas y frotaba su húmedo sexo contra el mío, que a pesar de no haberse desprendido todavía de las braguitas prácticamente podía definir aquella rajita de norte a sur. La luz que entraba por la ventana era la suficiente para poder deleitarme con aquellas maravillosas tetas tirando a grandes y perfectamente redondas que aparecieron ante mi cuando se deshizo del camisón. Las areolas eran grandes y abultadas y los pezones no se quedaban atrás. De repente mi cuñada se apartó a un lado la fina tela que la separaba de mi miembro y de un solo y certero golpe se lo introdujo entero, provocándome un sinfín de sensaciones simultáneas, su calor, su humedad, su textura, aquello entraba y salía con gran facilidad. No tardé en correrme dentro de aquel chochito húmedo y caliente, pero a ella le dio igual, parecía que nada le podría hacer parar de gemir. Afortunadamente las paredes de la casa eran suficientemente anchas como para que los dueños no se despertaran. La visión de mi dulce cuñada botando sobre mi pene y aquellas tetas perfectas saltando sin control hicieron que apenas perdiera la erección, ella aumentó el ritmo y después de unos minutos irrepetibles soltó un alarido brutal, llevando mi excitación a un nivel superior y haciendo que me volviera a correr dentro de ella al ver los espasmos incontrolables que recorrían su cuerpo . Jadeante todavía por las sensaciones se recolocó las braguitas, se puso el camisón y me dio un beso de buenas noches.

Dormí como hacía semanas que no lo había hecho. Cuando me levanté mi cuñada ya estaba desayunando con los dueños de la casa que me miraron con un toque de sorna y quizá envidia cuando me vieron bajar.

Durante la media hora que tardamos en llegar a nuestro destino no hicimos comentarios de lo sucedido esa noche. Cuando se despidió de mí me dejó un mensaje claro:

-Con un poco de suerte el miércoles cuando vengas a buscarme nieva otra vez...