Año nuevo...
Casandra es una mujer que sacrifica su satisfacción por el bien de su matrimonio, pero en su fiesta de año nuevo ocurre algo que quizás la haga cambiar.
Esa fría mañana del 31 de diciembre podía escucharse en toda la enormidad de la casa gemidos provenientes de la habitación principal; adentro, una hermosa mujer entrada en los tardíos treintas resistía los embates de un robusto, por no decir obeso, hombre cuya calvicie ya hacía inútiles todas las formas de peinarse para ocultar su falta de pelo.
La mujer estaba simplemente tendida en la cama con aquel mastodonte que había sido su esposo por dos décadas encima de ella, aguantando todos sus kilos y el tedio que sentía por no poder experimentar placer al hacer el amor con él, si es que a cinco minutos en posición de misionero podía llamársele así.
Todo en el acto era tan rutinario y soso que ni siquiera tenía que quitarse el sostén, simplemente se acostaba sin el calzón, abría las piernas y esperaba que su marido introdujera el minúsculo miembro en su vagina tanto tiempo como él quisiera, o más bien pudiera.
Tenía calculado incluso el tiempo en que su esposo llegaría al clímax, cuando faltaba poco para que terminara ella empezaba a moverse como si estuviera llegando al orgasmo y gritaba con fuerza, algunos segundos después sentía el poco semen que aún le salía a su marido en su interior. Ese era un consejo que su madre le había dado: “A los hombres les gusta sentir que son los mejores en el sexo, así que tú hazles creer eso para no romper su frágil autoestima de macho”
Se levantó de la cama, dejando al manatí tendido de espaldas respirando dificultosamente para recuperar el aire de todo el esfuerzo físico que puso en el encuentro sexual. Ella entró al baño para asearse y cuando salió comenzó a maquillarse y peinarse frente el amplísimo espejo de su tocador.
— Qué mejor forma de empezar el día que con un rico mañanero —dijo él mientras se ponía dificultosamente en pie para dirigirse al baño a hacer lo propio.
— Casi me destrozas la vagina, Jorge —mintió— La próxima vez contén un poco tu fuerza por favor. ¿Qué hubiera pasado si me lastimas? Hoy tengo muchas cosas qué hacer, tengo que afinar los detalles para la fiesta de la noche, tengo que ir a ver a mamá…
— Yo igual tengo que ir a atender unas cosas a la oficina —le gritó desde el baño, había dejado la puerta abierta para que pudieran seguir platicando— Pero para el medio día ya estaré libre, si quieres puedo ayudarte en algo.
— No, no te preocupes, solo estaré un poco más atareada de lo normal pero nada fuera de lo normal. Además pondré a Dorita para que me ayude con algunas cosas y listo, más que suficiente.
Terminaron de arreglarse en silencio. Se despidieron con un beso en la boca y él se fue a la oficina mientras ella bajó a desayunar. A sus casi 40 años se esmeraba por mantenerse en forma y los resultados se notaban, tenía buen cuerpo, unos senos grandes y firmes, unas nalgas paradas y bien torneadas, amplias caderas y breve cintura, esa era la razón por la que Jorge aun la deseaba a pesar de haber pasado 20 años juntos.
Se sentó en la larga mesa del comedor a esperar a que Dorita, la sirvienta, le llevara el desayuno.
— ¿Los muchachos ya desayunaron? —preguntó refiriéndose a sus hijos.
— El joven Tomás desayunó muy temprano y se fue a jugar golf con el papá de su novia, el joven Andrés salió a verse con unos amigos y la joven Estela aún no se levanta.
— Ok. Dorita voy a necesitar que me ayudes a coordinar a los meseros y a los que traen las mesas para la noche. También necesito que Brandon me lleve en la tarde a ver a mi mamá, para que tenga listo el carro.
— Sí señora, yo le aviso para que lo tenga listo.
Cuando terminó de desayunar salió al amplísimo jardín trasero donde Kevin, hijo de en medio de Dorita, cortaba el césped con la podadora para que estuviera perfecto para la fiesta de la noche.
— Pásala por todo el jardín, que no quede ni una sola yerba alta— Le gritó con fuerza en lo que a muchos podría parecerles un regaño.
— Sí señora Casandra.
La casa donde vivían Casandra y su familia era una de esas tan grandes y opulentas que incluso tenían una casa anexo para que viviera la servidumbre. Ahí vivían Dorita y sus tres hijos, quienes fungían como jardineros, choferes, y mozos en general cuando era requerido, incluso el menor de ellos, Axel, ayudaba en ocasiones a pesar de que aun estudiaba la preparatoria.
Casandra encontraba hilarante que los hijos de Dorita tuvieran nombres extranjeros, más que nada porque se les veía el nopal en toda la cara de artesanía prehispánica que tenían y a pesar de que nunca lo expresó con palabras sí lo hizo con las risas contenidas cada vez que escuchaba a Dorita pronunciar sus nombres con acento de pueblo, cosa que para nadie pasaba desapercibida a excepción de la misma Casandra.
Esa noche la casa estaba completamente iluminada y más llena de vida de lo habitual. Los invitados comían y bebían muy a gusto con la música del dj de fondo. Jorge platicaba plácidamente con amistades con las que tenía negocios mientras sus hijos convivían con sus amigos parados y formando un círculo cerca de la cabina del dj.
A su vez Casandra caminaba entre las mesas saludando a todos. Se veía impactante con el pelo castaño cayendo sobre sus hombros portando un elegante vestido color negro, corto y entallado que le hacía lucir sus atributos, sobre todo sus grandes tetas que parecían a punto de salir del amplísimo escote y ese pequeño detalle no pasó desapercibido para los varones de la fiesta, sobre todo para los amigos de sus hijos.
Otras mujeres de su categoría preferían algo más discreto para las fiestas, un vestido largo tal vez y no tan escotado, pero para Casandra sacrificar un poco de elegancia para lucir el cuerpo que aún tenía valía la pena; ser vista era uno de los pocos consuelos que le quedaba ante una precaria vida sexual con su marido, a quien dicho sea de paso le gustaba que ella se vistiera de esa manera para poder presumir todo lo que se comía.
Ya habían pasado las campanadas que marcaban el inicio de un nuevo año. La fiesta estaba en su apogeo y ella, aunque ya estaba sentada en la mesa de su esposo y sus conocidos escuchándolos hablar de negocios seguía pendiente de los meseros y del servicio de comida y bebida que había contratado. Ella no entendía nada de negocios, solo se limitaba a asentir sonriente cuando Jorge parecía decir algo inteligente.
Pudo notar, entre copa y copa, que uno de los hombres con los que hacía negocios su marido no le quitaba la vista de encima; lo conocía bien, era un importante empresario que invertía en diversos giros.
No podía negar que aquel hombre, de nombre Nardo, era atractivo a pesar de estar ya entrado en sus cuarentas, casi la misma edad de Jorge pero a diferencia de éste él sí se mantenía en forma, las arrugas comenzaban a aparecer en su rostro y unas pocas canas adornaban las sienes en su pelo negro.
La plática de Nardo era tan interesante que Casandra no pudo evitar sonreír en un par de ocasiones, recobrando la compostura cuando recordaba la fama de mujeriego que tenía; aun así continuó escuchándolo atenta en vez de poner atención a su esposo.
En determinado momento se levantó al baño y justo al salir se topó con Nardo, quien parecía haberla estado esperando todo ese tiempo.
— Te ves espectacular, Casandra. Si yo fuera Jorge no te dejaría sola ni un solo minuto.
— Qué cosas dices Nardo.
Una leve risita escapó de entre sus labios, como si fuera una colegiala nuevamente. Estaba nerviosa por la cercanía de aquel hombre y no sabía cómo reaccionar, lo cierto era que sentía atracción por él y aunque había intentado contenerse la presencia de Nardo era tan fuerte que empezaba a romper todas sus defensas.
No opuso resistencia cuando vio acercarse el rostro del hombre al suyo, el beso fue lento y profundo, sus labios se movían al compás que los de Nardo marcaban, las manos experimentadas buscaron su breve cintura y ella, por instinto, buscó el cuello masculino para colgarse de él.
— Aquí no —musitó rompiendo abruptamente el beso— Puede vernos alguien.
Lo tomó del brazo y lo condujo hasta uno de los cuartos de huéspedes donde, una vez dentro, cerró con seguro por si alguien quería entrar.
Volvió a sentir las fuertes manos de Nardo en su cuerpo, recorriéndola suavemente y con delicadeza mientras devoraba su boca sin parar. Casandra se abandonó totalmente al deseo, nunca le había pasado por la mente serle infiel a Jorge pero tras muchos años sin sentir lo que Nardo provocaba en ella una mínima gota de agua hubiera sido capaz de hacer derramar el vaso.
Nardo la tendió con facilidad en la cama, aun en medio de la oscuridad podía distinguirse las siluetas de ambos. Se acomodó entre las piernas abiertas de Casandra, sus manos ascendían por los muslos mientras sus labios besaban el largo cuello de cisne. Le bajó la tanga y ella se la terminó de quitar, y cuando él busco la vagina palpándola con los dedos la encontró dispuesta, abierta, húmeda y caliente para él.
Se bajó el cierre y se sacó el miembro erecto para cubrirlo con un condón, luego volvió a acomodarse sobre Casandra y la penetró con cuidado, lentamente para que sintiera cada centímetro de su virilidad entrando en ella, separando sus paredes vaginales y haciéndola gemir un poco en el proceso.
Casandra estaba disfrutando como años antes no lo hacía, cuando Nardo empezó a moverse hacia atrás y adelante se aferró con las piernas a él. Esa vez sí estaba gimiendo genuinamente, sus gritos no eran fingidos aunque sí los contenía un poco por si había alguien cerca.
A juzgar por lo que sentía la verga de Nardo era más grande y gruesa que la de su esposo, incluso se movía mucho mejor que las lerdas acometidas a las que Jorge llamaba tener sexo. El temor a ser descubiertos, la adrenalina que producía lo prohibido de aquel encuentro mezclado con la mayor sapiencia que Nardo tenía en cuanto a satisfacer mujeres hizo que se excitara sobremanera.
Al sentir la fuerza que imprimía Nardo en sus movimientos no pudo evitar gemir un poco a pesar de que trataba de contenerse, la música era bastante ruidosa para cubrir cualquier ruido pero no quería arriesgarse a que los descubrieran.
Los labios de Nardo besaron todo su cuello hasta que buscaron nuevamente los suyos para devorarlos con más ansias. Entonces ella sintió que él se ponía un poco más rígido de lo que ya estaba; pudo escuchar el jadeo ahogado entre sus bocas mientras los espasmos del miembro en su vagina indicaban que se había venido. Y así, sin siquiera estar desnudos por completo, disfrutó más que con su esposo todos esos años.
Encendieron la luz tan solo para entrar al baño, él para limpiarse el miembro con una toallita húmeda y ella para asearse la vagina.
Acordaron que ella saliera primero a la fiesta y él esperara algunos minutos, así lo hicieron, cuando Casandra volvió a la mesa con su esposo notó que eran cuarto para las dos de la mañana, Jorge estaba tan ebrio que apenas podía hilar las palabras que salían de su boca cuando platicaba incoherencias con sus amigos.
Miró a su alrededor, todos los jóvenes habían emigrado ya, solo quedaba un pequeño grupo de cinco que, a juzgar por su forma de beber, parecía ser el escuadrón de la muerte que se iba a quedar hasta muy entrada la mañana y algunos amigos y socios de Jorge. Suspiró aliviada porque al parecer todos estaban tan ocupados y alcoholizados que nadie se hubiera tomado la molestia de notar su ausencia.
En eso vio a Nardo acercarse tan solo para despedirse de todos con un fuerte apretón de manos y un brevísimo intercambio de palabras.
— Te acompaño a la salida.
Le dijo ella y así lo hizo, lo acompañó hasta la entrada y se despidió de él con un apasionado beso en la boca. Miró el auto de Nardo salir de la propiedad y entró de nuevo a la casa.
Pasó a la cocina para ver cómo iba todo con el personal de servicio de la comida, miró el reloj para ver si aún no vencía el servicio de meseros, estaban a punto de dar las 2 de la mañana, aun hacía falta una hora para que los meseros se fueran.
Iba de regreso al lado de su esposo, caminando por un pasillo, cuando se encontró con un guapo joven de unos veinte años a lo mucho y pelo corto rubio oscuro, quien por la cara que tenía podía adivinarse que estaba bastante tomado, el ligero tambaleo con el que caminaba lo terminaba de confirmar.
— Señora, tenía que decirle que usted se ve muy bien. —dijo arrastrando las palabras y sin poder evitar que sus ojos bajaran hasta el pronunciado escote de la bella dama que estaba ante él.
— Gracias —respondió por cortesía— ¿Eres uno de los amigos de mis hijos verdad?
— Sí, me llamo Daniel, soy amigo de Tommy. Me habían contado que tenía una mamá muy guapa pero no imaginaba que tanto.
— ¿Estás bien? Pareces un poco tomado ¿Quieres que te llame un Uber?
Lo que obtuvo por respuesta no lo vio venir nunca, el jovencito le apretó las tetas sin pudor alguno y, aprovechándose de su mayor estatura y fuerza física, la besó a la fuerza.
Ella pudo haberlo rechazado, haberlo empujado o metido un rodillazo en la entrepierna, pero en vez de eso, tal vez por las muchas copas de vino que había bebido, aceptó la lengua del amigo de su hijo en su boca.
El corazón agitado, la adrenalina por poder ser descubiertos por alguien, el agradable olor que emanaba Daniel y la actitud osada la excitaron sobremanera. Esa noche estaba harta de contenerse, de tener que conformarse con un par de minutos de una mala parodia de sexo; quería volver a sentir, volver a disfrutar. Su encuentro con Nardo parecía haber abierto la llave de una manguera para regar su sequía.
— Aquí no —le dijo ella apartándose un poco— Ven.
Lo condujo hasta el mismo cuarto al que había llevado a Nardo, si alguien los veía juntos podía decir que lo llevó para que descansara y se le bajara la peda aunque a juzgar por los invitados que quedaban nadie notaría la ausencia de ambos.
Una vez dentro cerró con seguro por dentro, la única forma en poder abrir la puerta desde afuera era con llave y solo Dorita las tenía.
Daniel volvió al ataque devorándole la boca con más hambre que antes, ella disfrutaba la forma en que la joven lengua se movía dentro de su boca y la avidez de las tersas manos recorriendo con desesperación todo su cuerpo, las tetas, la espalda, sus nalgas duras y firmes por las horas en el gimnasio.
Pensó que por accidente en uno de los movimientos bruscos, pues el joven la hizo recorrer un par de paredes de la habitación entre beso y beso, habían encendido la luz. El amigo de su hijo le bajó el cierre del vestido y la ayudó a quitárselo, a la prenda le siguió toda la ropa interior.
— Te ves mucho mejor de lo que te imaginaba desnuda —dijo él sonriendo— Quiero verte así, completa, tal cual eres, perfecta.
Comprendió que haber encendido la luz no había sido por equivocación, él quería contemplarla en todo su esplendor.
Se sentó en la cama mientras él se desnudaba, observó cómo se iba descubriendo cada parte de su blanco cuerpo al caer las prendas una a una; primero el torso lampiño y algo marcado, luego las piernas algo gruesas, finalmente el miembro grande y grueso con el glande ovalado y sonrosado.
Relamió sus labios al verlo acercarse lentamente, el pene erecto estaba frente a su cara ofreciéndosele, al verlo más de cerca notó algunas venas verdosas recorriendo el grueso tronco que respingaba como invitándola a chuparlo, finalmente lo hizo. Le dio una tímida lamida a la punta del glande, luego lo cubrió todo con sus labios e intentó meterse todo el palo a la boca pero no pudo, casi lo logró pero no pudo llegar hasta el tope.
El rubio le tomó suavemente el pelo para guiar la felación, la boca de Casandra le brindaba un gran placer a pesar de no ser una experta. Fue él quien se alejó un poco para terminar con la mamada que le daba la mamá de su amigo, no porque no le gustara sino porque también quería probarla, así que la recostó en la cama con gentileza y le abrió las piernas para acomodarse entre ellas; pasó su lengua por toda la vagina inflamada, olía bastante bien y eso le agradó aún más.
— Que rica puchita, me la voy a comer toda. —dijo él antes de comenzar a chupar.
Casandra se estremeció al sentir la lengua del joven moviéndose en su interior, lamiendo por dentro de su coñito y revolviéndose como un torbellino. Al bajar la mirada encontró los ojos claros viéndola fijamente, estaban llenos de lujuria y notó que eso la ponía más caliente aun.
Arqueó la espalda cuando sintió dos dedos entrando y saliendo de su panochita al tiempo que la boca del rubio atendía su clítoris, chupándolo e incluso mordiéndolo delicadamente para hacerla vibrar. Se retorció al sentir los dedos presionando por dentro a la altura del clítoris, no pudo evitar gemir con fuerza mientras agua coñal mojaba la cara del amigo de su hijo.
De pronto se calmó abruptamente ese remolino de placer, se reclinó un poco hacia adelante para poder ver a su joven amante y lo encontró sacando de su pantalón un condón, mismo que abrió y se puso en su erecto miembro antes de volver a colocarse entre sus piernas, levantándoselas y acomodándoselas en los hombros para jalarla por los muslos y situar la verga revestida de látex en la entrada de su abierta y mojada conchita que lo esperaba ansiosa.
Ella se estremeció cuando sintió que entraba la verga con cierto cuidado pero con rapidez, podía apreciar cómo sus paredes vaginales se anchaban por la invasión del grueso tronco y tan pronto como el rubio empezó a bombear con la energía y la desbordante vitalidad tan propia de su juventud comenzó a disfrutar.
Sus gemidos y jadeos iban acompasados con los de él, a pesar de calcularle no más de veinte años era todo un hombre cogiéndola poniendo toda su fuerza en cada una de las embestidas con las que la atravesaba. No pudo evitar la comparación con Nardo, quien a pesar de ser un hombre experimentado no logró hacerla gozar tanto como Daniel.
Sintió el inequívoco temblor y rigidez en el rubio, quien se detuvo dentro de ella para venirse en medio de espasmos y jadeos. Entonces Casandra, al notar que Daniel había terminado, bajó las piernas mientras él salía de ella por última vez y se quitaba el condón, amarrándolo y tirándolo en el bote de basura del baño.
Estuvieron recostados en la cama por un rato mientras recuperaban las fuerzas. Daniel fue el primero en vestirse nuevamente pero en vez de regresar a la fiesta simplemente se fue sin despedirse de nadie. Casandra sí tuvo el cuidado de asearse un poco e incluso subió a su habitación para perfumarse un poco y cubrir cualquier rastro de olor que pudiera haber quedado impregnado en su cuerpo.
Salió un rato más a la fiesta, su esposo lucía más borracho de lo que lo había dejado si es que eso era posible.
A eso de las cinco de la mañana sintió que el cansancio comenzaba a vencerla, los meseros ya se habían retirado así como el dj y el servicio de comida, la muy contada gente que quedaba se había pasado a una sola mesa. Ella se despidió y se excusó para poder subir a dormir, indicándoles a los pocos invitados que si necesitaban algo con confianza podían pasar a la cocina o a la barra para servirse.
Una vez en la comodidad de su cuarto se despojó del vestido y la ropa interior para ponerse una cómoda bata color champagne, se desmaquilló y sonrió a su reflejo cuando estaba sentada en su tocador, definitivamente había sido una buena noche.
Estaba a punto de apagar la luz cuando un hombre corpulento, alto, prieto y evidentemente en estado de ebriedad irrumpió al cuarto intempestivamente, era Brandon, el hijo mayor de Dorita la sirvienta y a juzgar por el ceño fruncido de sus pobladas cejas negras no estaba de muy buen humor que digamos.
— ¡Brandon! —exclamó con sorpresa, cerrándose más la bata instintivamente ante la presencia del mozo— ¡¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas, y sobre todo por qué diablos entras así?!
— Hay algunas cosas que tengo que decirle, señora Casandra. —la forma en que pronunció las últimas palabras hacían notar cuán grande era su enojo.
— Sea lo que sea puede esperar para cuando nos despertemos todos. Además estas no son formas de entrar a la habitación de tus patrones, pero ya después hablaremos de eso. Vete, por favor.
Abrió la puerta del cuarto para invitarlo a retirarse, pero el prieto la cerró con violencia empujándola con una de sus grandes y gruesas manazas.
— Ni puta madre. Me vas a escuchar ahora mismo vieja pendeja. Ya estoy hasta la madre de que nos hagas menos a mi mamá, a mí y a mis hermanos con tus chingaderas. Nos haces comer comida distinta y más barata a la que mi mamá prepara para tu familia, nos obligas a usar platos y cubiertos de plástico en vez de la vajilla de plata que usan ustedes, no podemos tomar nada del refrigerador sin pedirte permiso, crees que no nos damos cuenta pero te cagas de risa cuando oyes mi nombre o el de mis hermanos. Nos haces trabajar día y noche como tus putos esclavos. Eres una chingada mamona de mierda pero eso se acabó, te voy a dar una lección para que se te quite lo pendeja.
Casandra, por primera vez, tuvo miedo por su vida. Ese tipo con facha de delincuente no solo estaba muy molesto sino también borracho, lo que lo hacía ser capaz de hacer cualquier cosa.
Pensó que Brandon la iba a golpear, el temor la paralizo por completo, ni siquiera podía articular palabra. Pero el prieto, en vez de madrearla, le quitó con violencia la bata y le rodeó la cintura con el brazo para aprisionarla contra su robusto cuerpo.
— Verga es lo que te hace falta para que se te quite lo mamona, y es lo que te voy a dar hasta que te hartes pendeja.
Sintió asco cuando la boca del prieto comenzó a chuparle las tetas, se retorcía para intentar zafarse pero todo era inútil, él era mucho más fuerte que ella y la manejaba a su antojo. Gritó con desesperación para que alguien la escuchara pero fue en vano, nadie podía escuchar su petición de auxilio en esa casa tan grande.
Brandon, por el contrario, disfrutaba mordiendo los rosados pezoncitos de su patrona, muy diferentes a las oscuras aureolas de las mujeres con las que había estado. Los quejidos de Casandra cuando insertó dos de sus gruesos dedos en la panochita sin previo aviso era música para sus oídos, por mucho tiempo había deseado bajarle los humos y esa madrugada el exceso de alcohol en su sangre le habían dado el valor que por tanto tiempo le faltó.
A Casandra le dolía todo lo que el prieto le hacía, la dedeaba sin el menor cuidado como si lo que deseara fuera hacerle el mayor daño posible, sus tetas estaban babeadas y marcadas por los dientes del criado que se había saciado con ellas hasta el hartazgo. No podía sentirse más humillada, o al menos eso pensó hasta que sintió que su conchita comenzaba a lubricarse, mojando los dedos de Brandon con la savia de su panochita como si no tuviera control alguno en ella.
Su cuerpo la estaba traicionando de la peor manera, nunca le hubiera pasado por la mente tener sexo con un hombre tan bajo y corriente como Brandon y sin embargo ahí estaba disfrutando de las sucias caricias y apretones de las manos correosas.
Cuando se dio cuenta ya no estaba siendo aprisionada por Brandon, las manos del sirviente le apretaban las nalgas como queriendo exprimirlas mientras las separaban, ella estaba pegada a su cuerpo sintiendo la furiosa erección contenida por el pantalón rozándose contra su húmeda y abierta panocha.
Sus ojos, inundados de lujuria, encontraron los de Brandon llenos de coraje; abrió la boca para aceptar la gruesa lengua dentro y que envolviera la suya una y otra vez, dominándola por completo. Aquellos gruesos labios del prieto eran los que mejor la habían besado en toda su vida, el sabor a cerveza se notaba en la saliva que Brandon intercambiaba con ella como un elixir que la hacía desear más y más de su empleado.
Olía a loción barata, vestía prendas que se vendían en el mercado, y aun así tenía algo que le terminó encantando a Casandra. Ella se aferró al cuello del moreno mientras él la cargaba para aventarla a la cama, donde lo esperó con las piernas abiertas mientras se desnudaba. Abrió los ojos en sorpresa al verlo desnudo por completo, era robusto pero no gordo, y al ver la verga grande y gorda que tenía parada entre las piernas tragó en seco.
Brandon la acomodó para colocar la verga en la entrada caliente de la panocha, clavándola de un solo golpe y provocando que las lágrimas le salieran a Casandra cuando sintió el tronco empalándola sin piedad y abriendo violentamente su panocha. La embestía brutalmente, sin piedad, como si quisiera partirla en dos. Los gritos de su patrona eran cada vez más fuertes y eso le daba más ánimos para arremeter con más fuerza contra ella. Descargaba toda su ira en cada metida de verga que le daba, pero lo cierto era que también disfrutaba con el estrecho y caliente coñito.
Ella resistía todos los feroces embates de Brandon, mirándolo encima de ella como una bestia furiosa atacando a su indefensa presa. Sentía el sudor del moreno goteando sobre su cuerpo, en otro momento eso le hubiera dado asco, pero ahí tendida en la cama gozando como loca simplemente le fascinaba.
Sintió algo que no había sentido antes, ni con su marido ni con nadie más. Un espasmo eléctrico recorrió todo su cuerpo mientras Brandon continuaba clavándola con todas sus fuerzas, no pudo evitar convulsionarse mientras alcanzaba un sonoro orgasmo, sin embargo el sirviente no se detuvo al sentirla lacia entre sus manos.
A los pocos minutos él disminuyó la velocidad de sus embestidas pero las hizo más profundas como si fueran estocadas, y Casandra sintió los chorros de semen caliente y viscoso inundando su coñito.
Pensó que ya por fin había terminado la venganza de Brandon, pero repentinamente sintió que él la acomodaba de cucharita para penetrarla desde atrás y apretándole las tetas con sus fuertes manos como si quisiera reventarlas. Poco a poco fue incrementando el ímpetu, batiendo la leche dentro de su panocha con ferocidad, hasta el punto en que las embestidas se habían vuelto frenéticas.
Brandon, justo cuando estaba a punto de venirse, sacó la verga y se encaramó un poco sobre ella para disparar la segunda ráfaga de chorros de semen sobre las tetas y el abdomen de Casandra, embarrándolo luego con su verga para esparcirlo en su piel como si fuera crema humectante. Tomó la bata que momentos antes vestía Casandra y se limpió la verga con ella, aventándosela luego a ella sobre su cuerpo mequeado para después vestirse y retirarse en silencio.
Casandra se quedó lánguida sobre la cama, patiabierta con el coño chorreando la mezcla de su agüita con la leche de Brandon y sus mecos embarrados en su cuerpo. Toda su piel hedía al olor del criado, pero lejos de darse un baño para limpiarse se quedó acostada para conservarlo el mayor tiempo posible en ella.
— Año nuevo…vida nueva.
Musitó para sí misma con una enorme sonrisa de satisfacción en los labios, pensando que a partir de esa mañana aprovecharía todas las oportunidades que tuviera para disfrutar como esa noche, pero sobre todo porque había descubierto las virtudes de los hombres vulgares y corrientes como Brandon.