Anna XVII

Todas las historias han de tener un final

Madrid, Enero- Febrero 2021, Anna y Albert

Habían pasado las navidades y no había tenido más noticias de Albert. Las niñas habían estado con su padre algunos días, pero habíamos vuelto a la rutina prenavideña.

Esta mañana en el trabajo recibí una llamada de un número desconocido. Al principio rechacé la llamada, pensando que debía ser cualquier compañía de telefonía para que aceptara sus ofertas: pero al repetirse contesté. Era Albert y me pedía permiso para recoger a las niñas esta tarde. Me quedé sorprendida, era la primera vez que hablaba directamente conmigo, normalmente eran mis hijas quien me informaban de sus intenciones.

Así que aquella misma tarde, aprovechando que salí temprano del trabajo y nadie me esperaba en casa, decidí asistir al gimnasio a quemar unas cuantas calorías que habría acumulado durante las fiestas y en contra de mi costumbre, decidí darme un baño relajante en casa en lugar de la ducha rápida del gimnasio.

En ello estaba, me había quitado la sudadera y mi cuerpo aparecía cubierto tan solo por un top y unas mallas ceñidas, esperando que se acabase de llenar la bañera para añadir sales minerales, cuando sonó el timbre de la puerta.

¿Quién podría ser? Era demasiado pronto para que fueran mis hijas y además tenían llaves propias, podían abrir ellas mismas la puerta.

Al abrir la puerta comprobé que efectivamente eran mis hijas y su padre.

-          ¿Pasa algo? ¿Por qué no habéis usado vuestras llaves?

Tuve la suerte de tener la boca cerrada cuando Anna abrió la puerta, porque en caso contrario me hubiera quedado con la boca abierta. Ana estaba embutida en unas mallas que le sentaban como una segunda piel, el top estaba completamente humedecido por el sudor y se entreveían los pezones que se le marcaban claramente en la ropa elástica.

-          Ha sido culpa mía; Anna. Las niñas han insistido para que les explique unos deberes de mates que tienen; pero antes de entrar tenía que pedirte permiso.

-          Estáis en vuestra casa, no necesitáis mi permiso. Yo voy a tomar un baño que acabo de llegar del gimnasio- dijo Anna dándose la vuelta y alejándose por el pasillo.

-          ¿Le estás mirando el culo a mamá? - preguntó mi hija mayor entre risitas.

-          ¿Yo?¡Qué tonterías se os ocurren!

Pero no pude evitar las risitas y el cachondeo de mis hijas que evidentemente tenían toda la razón, aunque no estuviera dispuesto a reconocerlo.

Estuve algo más de una hora ayudando a mis hijas en las tareas. Comprobé con orgullo que eran listas y mis explicaciones las asimilaban al momento; hasta tal punto que llegué a preguntarme sino habían ideado una argucia para que las acompañara a casa.

En ese momento entró mi esposa, bueno mi exesposa en la habitación.

-          ¡Niñas a ducharse! Os quiero listas en media hora y cenamos. Si quieres puedes quedarte a cenar; Albert, pero no te hagas muchas ilusiones: una tortilla de patatas, ensalada y algo de embutido.

-          ¡Por favor, papá, quédate!- rogaron mis dos pequeños monstruitos al unísono, poniendo una carita más que estudiada a la que ningún mortal podía negarse.

Cada vez estoy más convencido que mis hijas estaban dejando de ser niñas a pasos agigantados para convertirse en dos terribles manipuladoras.

-          ¿Esta bien, me quedo! ¿Puedo ayudarte a preparar la cena?

-          Sí claro, acompáñame a la cocina. Algo encontraremos que puedas hacer.

Me tocó preparar la ensalada y cortar unas lonjas de jamón y queso. Mientras lo hacía, miraba de reojo a Anna que estaba extrañamente callada, pensativa, ensimismada en si misma, de tal manera que al dar la vuelta a la tortilla, estuvo a punto de provocar un accidente de consecuencias devastadoras.

-          Ya he acabado con la ensalada, ¿Quieres que haga algo más?

-          Ya la aliñaré yo, que a ti siempre se te ha escapado la mano con el vinagre. Si quieres puedes poner la mesa y empezar a sacar los platos, mientras yo voy acabando.

Cuando llegué a la mesa, llevando la tortilla cortada en porciones y me senté, me invadió una extraña sensación de dejà vu, como si los últimos años no hubieran pasado y siguiéramos siendo la misma familia que en su día fuimos. En realidad, había estado pensando si estábamos actuando bien. No quería que las niñas se ilusionaran y un día su padre desapareciera o volviéramos al oscurantismo que había presidido los últimos años. De hecho no dejaba de pensar a qué obedecían lo últimos cambios que había observado en Albert. No sabía si debía estar ilusionada o por el contario me iba a llevar otra decepción, porque su silencio de las últimas semanas me supuso una enorme desilusión.

-          Le he puesto cebolla, ya sé que a ti te gusta así y a las niñas también. Si hubiera sabido que venías, habría preparado alguna otra cosa- me disculpé

-          Si hubiera sabido que había tortilla de patatas hubiera venido mucho antes. Creo que es una de las cosas que más añoré durante mi estancia en Nueva York.

-          ¡Qué exagerado que eres! Seguro que debía haber un montón de sitios donde encontrarla en el menú.

-          Sí, sí que encontré algunos sitios que la incluían en la carta, pero ni punto de comparación con la que tú hacías- Anna dejó escapar una risita de satisfacción y cerró sus ojos en señal de aceptación del cumplido- solo te diré que una de las veces que la pedimos, nos trajeron una tortilla hecha con patatas chips, ya sabes esas de bolsa.

“Pedimos”. No se había dado cuenta, pero el uso de ese plural me provocó un pequeño ataque de celos al imaginarme a Albert acompañado por aquella rubia yanqui de la que mis hijas me habían hablado. Sentía unas ganas inmensas por preguntarle sobre ella, por saber cuál era su estado actual, pero el tema estaba vetado por lo que lo único que hice fue pedir a Albert que me pasara el plato con queso.

Al pasarle el plato y observar aquella casi imperceptible mueca que se había formado en la cara de Anna, me di cuenta que había metido la pata, que sacar en la conversación a Susan aunque hubiera sido de forma velada, no había sido lo más oportuno. De todas formas, conseguimos acabar la cena sin más incidentes reseñalables.

Anna mandó a las niñas a que se cepillarán los dientes, prepararan sus cosas para mañana y se fueran a dormir y que pasaría en medía hora para darles las buenas noches. Mis hijas sin replicar se retiraron sonriendo.

-          Pero no hagáis nada malo que desde nuestra habitación se escucha todo.

-          Eso, eso que no queremos aumentar la familia.

-          Niñas estos comentarios están fuera de lugar. Disculpaos inmediatamente y retiraos- - dijo Anna con cara de pocos amigos y con un tono que hasta a mí me dio miedo.

Recogimos la mesa y fregamos los platos. Anna me comentó que si no había mucha cosa prefería no utilizar el lavavajillas, no se desperdiciaba tanta agua. Durante el tiempo que estuvimos en la cocina lo hicimos en silencio, en un silencio un tanto extraño, pues me daba la sensación de que debíamos hablar pero ninguno de los dos quería iniciar la conversación.

Al acabar me dirigí a la habitación de mis hijas para despedirme de ellas, Estuvimos un rato hablando hasta que consideré que ya habían abusado bastante y regresé al comedor, donde estaba sentada viendo la televisión con las piernas dobladas sobre el sofá. Cuando aparecí apagó la tele.

-          Bueno, pues ya va siendo hora de que yo también me vaya.

-          No me hace gracia que salgas a las calles tan tarde y posiblemente no llegarás al toque de queda. Es mejor que te quedes. Además, quería hablar contigo….

-          Muy bien, me quedaré. Yo también quería hablar contigo. Sobre todo, darte las gracias por invitarme el día de Navidad, lo pasé muy bien y aunque no lo creas fue muy importante para mí.

-          Bueno la verdad es que te invitaste tú solo- Anna se dio cuenta que la broma no había sonado muy bien y rectificó al momento- Entiéndeme, que no es una crítica; al revés me pareció una gran idea por tu parte, pero…

Verás…, es que no sé cómo explicártelo. No entiendo que luego desaparezcas… Es que no sé que pensar…. Y me gustaría saber, más que nada para no hacerme falsas ilusiones, ni malinterpretar…

Y en ese momento la besé, busqué sus labios de fresa con los que siempre había soñado y la besé suavemente durante unos pocos segundos. Al apartarme, comprobé que no había obtenido el resultado esperado. Anna me miraba con una cara de incredulidad, de sorpresa que me hizo pensar que tal vez no queríamos lo mismo y el que había malinterpretado la situación tal vez había sido yo.

-          Perdóname, es mejor que me vaya a dormir, ya continuaremos hablando otro día. ¡Buenas noches!

Anna se retiró y yo me quedé perplejo, confundido. Había metido la pata claramente, no había interpretado bien las señales.¿Qué esperaba?¿Qué todo siguiera igual que hace cuatro años cuando me fui? ¿Qué Anna me hubiera estado esperando durante todo ese tiempo? Quizás ya había rehecho su vida y yo solo había venido a complicársela. Había entrado en sus vidas como un elefante en una cristalería sin pensar en las consecuencias que mis acciones pudieran acarrear. Era mejor que me fuera y respetara su espacio, Me levanté y me dirigí al que fue nuestro dormitorio con la intención de despedirme de Anna, pero al llegar a su puerta, sentí unos sonidos que me parecieron sollozos. Llamé a la puerta y le pregunté si se encontraba bien. Anna abrió la puerta. Al mirarla a los ojos deduje que había llorado.

-          Yo…, lo siento. Venía a disculparme. No he podido evitarlo, pero no te preocupes no volverá a pasar. Será mejor que vuelva a mi casa.

-          No quiero que te vayas.

Y fue en ese momento cuando reconocí otra vez a mi esposa, cuando se plantó ante mi segura y orgullosa, cuando me miró con aquella mirada de nuestros primeros años, cuando cogió mis manos y me arrastró suavemente hacia nuestro dormitorio.

Y me besó, liberando toda esa pasión contenida que guardábamos dentro de nosotros. Me empezó a desnudar mientras sus manos recorrían mi torso desnudo, me desató el cinturón y bajó mis pantalones. En ese momento recobré el sentido y bajé los tirantes de su camisón y ante mí aparecieron enhiestos, desafiantes aquellos pechos con los tantas noches había soñado. La llevé hasta la cama y empecé a mordisquear sus pezones, arrancándole gemidos de placer. Reseguí su cuerpo, acaricié y lamí cada centímetro de su piel sintiendo aquella fragancia que me embriagaba, que me volvía loco, para finalmente subir mi mano  entre sus muslos y cuando alcancé su braguita la noté mojada, producto del deseo que la invadía.

-          Hazme el amor, por favor. No puedo más.

Me incorporé para bajarle aquella pequeña braguita rosa que apenas cubría su pubis, quedando expuestos sus labios a mi mirada lujuriosa. Me quité los boxers y agarrando mi pene con una mano lo dirigí a la entrada de su vagina, pero en lugar de introducirla la moví arriba y abajo resiguiendo sus labios, aumentando la espera y el placer.

-          Por favor – gimió con voz entrecortada.

Puse sus dos brazos extendidos sobre su cabeza y la penetré y empujé hasta notar como mi pene alcanzaba su pasadizo secreto, sintiendo como los movimientos espasmódicos de su vagina aferraban mi pene mientras iniciaba mi cortejo sexual. Al cabo de un par de minutos Anna se deshizo de mi presa y tomó la iniciativa. Me hizo caer de espaldas sobre la cama y se montó sobre mí.

-          Ahora verás lo que te has perdido durante todo este tiempo.

Se clavó mi pene en su totalidad de un solo movimiento y empezó a agitarse sobre mi. Al principio los movimientos circulares eran lentos, mientras mi pene recorría todo el interior de su vagina, pero poco a poco fue incrementando la intensidad y cuando agarré uno de los pezones y lo pellizqué produciéndole un gemido de dolor y placer que anunció la maniobra final, Anna empezó a botar inmisericorde sobre mí, aplastando mis testículos con sus nalgas y subiendo hasta que mi pene pugnaba por liberarse. Sentía que no iba a durar mucho, entre lo bajo de forma que me encontraba y el tratamiento que me estaba dedicando, no me vi capaz de aguantar mucho.

-          Anna me voy a correr…

-          Sí, hazlo, dámelo.

No podía más, agarré sus glúteos para marcar el ritmo de la penetración y empujé con todas mis fuerzas, intentando llegar hasta su útero, cuando sentí sus espasmos, señal que estaba empezando su orgasmo  me corrí, me corí como un animal, en cuatro o cinco disparos que la llenaron con mi semen. Caí sobre su pecho agotado, como si en lugar de un coito de quince minutos, hubiéramos estado toda la noche duro que te pego. No sé cuanto tiempo permanecimos así, abrazados, acariciándonos suavemente mientras nos besábamos de mil maneras diferentes. Y justo en aquel momento sentí que volvía a ser feliz, que había recuperado lo que me quitaron, que había recuperado mi vida otra vez.

-          Ni me acuerdo cuando fue la última vez que lo hice, algunos espermatozoides seguro que estaban caducados.

-          - Ves yo en cambio estuve en la cama con alguien hace unas semanas.

Cuando Anna vio mi cara de pánico, se rio y lo aclaró.

-          Fuiste tú, cielo, en esta misma cama.

Nos levantamos y nos dirigimos al lavabo para tomar una ducha rápida que nos liberase de toda la humedad que envolvía nuestros cuerpos. Al volver a la cama, Anna se giró hacia mi lado y me pidió que la abrazara. Y así, de esa forma nos entregamos los dos a los brazos de Morfeo.

Llevo rato despierto, mirando su cara dormida, relajada. Su pelo ha cambiado se ha hecho más claro y está algo más largo de lo que solía llevarlo. Esta noche lo he entendido todo: el porqué no me decidía a comprometerme con Susan, el porqué he vuelto, el porqué estoy aquí despertándome junto a ella cuando me juré que no la volvería a ver, que no hablaríamos nunca más; pero la amo, siempre la he amado e intentar negar esta evidencia no me conducirá a ningún lado. Ésa es mi maldición, desde el día que la vi por primera vez estoy condenado a ser su esclavo, porque ella lo es todo para mí.

Me levanto y me doy una ducha rápida antes de preparar el desayuno y despertar a mis hijas. Mientras preparo el zumo y el café oigo como cae el agua de la ducha. Me gustaría ser una gota para recorrer todo el cuerpo de Anna, para sentir como se estremece con el agua todavía fría.

Entran mis hijas en la cocina, no parecen sorprendidas de encontrarme aquí; es casi como si lo hubieran dado por supuesto. Quizás sea cosa de los adultos complicarnos demasiado nuestras vidas, quizás sea todo más sencillo.

-          ¿Cómo han dormido mis princesas?

-          Bueno, cuando mamá dejó de pegar gritos, pudimos dormir mucho mejor,¿verdad?

-          ¡Niñas! – Anna puso cara seria, de enfado; aunque una ligera sonrisa la delataba.

-          Venga menos discutir y a comer que se nos hace tarde. Hoy si no te importa, llevaré a las niñas al colegio.

-          Con una condición, no se te ocurra besuquearme, ni abrazarme delante de mis amigas.

-          Conmigo lo puedes hacer, papá – dijo la pequeña.

Estuvimos unas semanas viviendo de esa manera. Yo estaba más tiempo en su casa que en la mía; incluso me había traído una maleta con ropa y utensilios de aseo para cuando me quedaba a dormir por la noche. Era consciente que debía tomar una decisión final, aquello no tenía demasiado sentido. Incluso sentía como Anna sin presionarme, estaba esperando que tomara alguna determinación. Mis hijas se lo tomaban más a la ligera. Un día Montse me llegó a preguntar medio de broma si tenía una amante las noches que no venía. De hecho la respuesta era más sencilla, simplemente había días que tenía guardia y un día a la semana lo pasaba en mi pequeño apartamento dedicado a tareas domésticas.

De lo que no tenía ninguna duda es que volvía a ser feliz y eso en definitiva era lo más importante de todo. De alguna manera, notaba que mi odisea había acabado y que por fin podía volver a mi palacio de Ítaca, había vencido todas las maldiciones de los dioses.

Cuando sonó el móvil aquella mañana en el trabajo, estábamos en una reunión decidiendo la próxima campaña publicitaria de una conocida marca de refrescos. Me había olvidado de silenciar el móvil y cuando lo iba a hacer, observé que la llamada entrante era de Gemma, por lo que me disculpé y salí al pasillo a contestarla. No era normal que ella me llamara a estas horas pues ambas trabajábamos y normalmente nos comunicábamos por las noches.

-          Dime Gemma – dije tras aceptar la llamada.

-          Es Albert…. En el hospital – la voz de Gemma sonaba alterada, preocupada. Un escalofrío recorrió mi espalda- Yo soy su contacto sanitario por eso se han puesto en contacto conmigo.

-          No te entiendo. ¿Qué ha pasado?

-          Albert, lo han ingresado en la UCI esta mañana. Se ha contagiado

-          ¿Cómo está?- grité- ¿Qué te han dicho?

-          Apenas nada, solo me han informado de que de momento es mejor que no vayamos y que ya nos informarán. Salgo esta misma mañana para Madrid, en 2 horas estoy ahí.

-          Te paso a buscar al aeropuerto y vamos las dos al hospital a ver si nos pueden decir algo.

Y allí estábamos las dos en el vestíbulo del hospital, peleándonos con dos encargados de seguridad que nos barraban el paso y que no dejaban pasar. Mi cuñada se puso muy nerviosa y les empezó a amenazar con denunciarles a ellos y a toda la dirección del hospital por algún tipo de derecho constitucional básico que parecía estaban violando.

Al final, no sé si por las amenazas de Gemma o simplemente porque Albert era una persona muy conocida y muy querida, conseguimos que nos atendiese el gerente que se comprometió a llamar a un médico de la UCI para que nos informara de su estado.

A los quince minutos, entró uno de los compañeros de mi marido con el cual habíamos coincidido en alguna ocasión años atrás. No pude dejar de observar que su cara denotaba preocupación y el saludo fue bastante frío.

-          Buenos días, Anna. – saludó girándose hacia mi cuñada, esperando una presentación.

-          Es Gemma, la hermana de Albert. Por favor, dinos cómo se encuentra. ¿Qué ha pasado? ¿cómo puede ser si estaba vacunado?

-          Sí se le había administrado la primera dosis de la vacuna de Pfizer, pero la inmunidad no se completa hasta recibir la segunda dosis. Le hemos realizado una PCR y ha resultado positivo cuando hemos notado que esta mañana presentaba algunos síntomas. La fiebre le ha subido rápidamente y empezaba a tener problemas respiratorios.

-          ¡Jaime, dime que se pondrá bien, por Dios!

-          Haremos todo lo que podamos y más; pero tenemos un problema.

Gemma y yo nos miramos preocupadas. El comentario no invitaba precisamente a la calma.

-          Como ya sabéis Albert tenía desde joven un problema con una de sus válvulas, una pequeña malformación.

-          Pero siempre nos dijo que no era importante, que podía hacer vida normal.

-          Lo cierto es que durante el tiempo que estuvo fuera se agravó algo el problema. Nada serio, pero ahora se está enfrentando a una infección respiratoria y su corazón está sobreactivo. Le hemos medicado para reforzar su corazón y lo hemos conectado a un respirador, pero la situación no os quiero engañar es delicada.

-          Queremos  verlo, nos quedaremos aquí hasta que mejore – dijo Gemma.

-          No, no imposible. Ya nos hemos saltado algunas reglas teniendo esta conversación. Tenéis que iros a casa. Os prometo que os mantendré informadas si se produjera cualquier novedad.

Por la cara que puso el gerente al decirnos esto, tuvimos claro que la discusión había terminado y que no podíamos hacer nada más de momento, por lo que fuimos a recoger a las niñas, darles la noticia lo más suavemente que pudimos e irnos a esperar a casa.

Las horas pasaban lentamente, el tiempo parecía detenerse mientras la inquietud nos consumía a todas. Al final a eso de las 12 de la noche, conseguimos que las niñas se fuesen a dormir, mientras nosotras permanecíamos sentadas en el salón mirando incesantemente mi móvil, esperando que sonara, pero su silencio, nos llenaba de negros presagios.

Fue una noche muy larga. Recuerdo que en cierto momento , me acordé de aquella noche en la que Albert se había ido de nuestra casa. Recordé mis horas esperando en aquel solitario pasillo del Anatómico Forense. En otros momentos me rendía al cansancio y cerraba mis ojos, pero al instante los abría sobresaltada, en una duermevela desesperante.

Entre las cinco y las seis de la mañana, recibí una llamada de un número desconocido.

-          Soy Jaime Cardona. Lo siento Anna -el doctor hizo una pausa para que asimilara lo que venía.

En ese momento sentí que mi mundo se venía abajo, que la historia se repetía y que todo acababa en ese mismo momento.

-          Albert ha muerto- prosiguió el médico.

Me quedé sin saber qué hacer o qué decir; como si mi mente hubiese abandonado mi cuerpo y dejé caer el móvil. Gemma lo recogió y siguió hablando durante unos minutos. Cuando acabó me abrazó y me dijo:

-          Ha sido el corazón; Anna, no le ha aguantado.

Y yo no decía nada, solo me dejaba abrazar mientras le pedía a mi Dios, a ese Dios en el que nunca había creído que me llevara a mi también, que no me dejase otra vez sin él.

A los dos días celebramos su sepelio en la capilla del tanatorio. Yo me senté en el primer banco con mis hijas a ambos lados. Detrás nuestro mi cuñada y mis padres intentaban infructuosamente animarnos.

Gemma se ocupo de todo aquel día y los siguientes. No sé que hubiera hecho sin ella, pues demostró tener una fortaleza que yo no tuve. Incluso se ofreció a decir unas palabras en su memoria en mi lugar, tras rechazar yo esa posibilidad.

No recuerdo las palabras de Gemma, no podía concentrarme lo más mínimo. Era como si estuviera viviendo la vida de otra persona, como si todo lo que estaba pasando no fuera más que un sueño, un sueño del que sabes nunca vas a despertar.

Lo más duro fue el final. La gente iba pasando delante nuestro y nos iba dando el pésame; uno a uno en una sucesión interminable, mientras mis hijas y yo misma aguantábamos estoicamente.

Por fin acabó aquella hilera de recordatorios de tu propio dolor y al darme la vuelta para marcharnos. la vi sentada en un banco de la última fila.

Cuando salíamos por el pasillo central, se levantó y se dirigió hacia nosotros. Vestía totalmente de negro, todo su cuerpo recubierto de negro. Guantes negros, botas negras por encima de unos pantalones de montar negros y sus ojos ocultos tras unas gafas de sol con cristales tintados naturalmente de negro.

-          Te acompaño en el sentimiento, Anna.

Juro que había oído esa frase más de cien veces en los últimos minutos, pero cuando la oí de su boca sonaba totalmente diferente. Ella realmente lo sentía, sus palabras no eran un convencionalismo más de este tipo de sucesos.

-          ¿Nos conocemos? ¿De qué conocías a Albert?

-          No, no nos conocemos. Me llamo Martha. A Albert lo conocí hace unos años por un asunto relacionado con un seguro de vida. Era un hombre excepcional. Debes sentirte afortunada de haber podido compartir tantos momentos con un hombre así.

Y como por arte de magia aquel argumento, me llegó al corazón. Quizás tenía razón, no debía pensar en lo que había perdido sino en todo lo que habíamos vivido.

-          La vida continúa, Anna, para ti y para tus hijas.

Parecía como si supiera lo que estaba pensando y entonces ocurrió lo más extraño de ese día. Se quitó las gafas de sol y me miró fijamente con aquellos ojos tan negros que tardaré en olvidar, porque me di cuenta que no te miraba a los ojos; sino que miraba más allá a tu interior, llegaba hasta los últimos recovecos de tu cerebro.

-          ¡Vaya, qué interesante! – dijo mientras se sacaba el guante de su mano derecha y posaba su mano desnuda por debajo de mi barriga.- ¿Me permites?

Me dio la sensación que aquella mujer no pedía permiso, simplemente te lo anunciaba y me dejo sin capacidad de respuesta. Simplemente dejo la mano unos segundos y sonrió.

-          La vida sigue, Anna. Ahora eres tú la que debe ser fuerte, porque tus hijos te van a necesitar. Busca en tu interior.

Dicho esto y dejándonos a todos con la boca abierta se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la salida, pero cuando apenas había avanzado unos metros, se paró y dirigiéndose otra vez a mí, soltó una última frase que sonó de lo más enigmático y que todavía a día de hoy no podría decir a que se refería.

-          Él también será importante.

Y tras esas palabras se volvió hacia la puerta de nuevo y desapareció como si realmente nunca hubiese estado allí.

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