Anna XVI

Un regalo de Navidad

Navidad 2020, Anna, Madrid

Hoy era el último día de clase, las niñas acababan a mediodía y Albert se había ofrecido a irlas a buscar y llevarlas a comer, pues yo tenía trabajo hasta las cinco de la tarde. Cuando llegué a casa todavía no habían vuelto y me entretuve intentando organizar las futuras navidades.

Poco más de una hora después, llegaron mis hijas, eufóricas como casi siempre que estaban con su padre.

-          Lo hemos pasado superbién – me anunció Nuria.

-          ¿Qué habéis hecho todas estas horas?

-          Pues papá nos ha llevado a comer al McDonald.¡Oh, vamos mamá, hace años que no íbamos a un sitio así! Nuestras compañeras van cada semana - continuó Montse al ver mi ceño fruncido.

-          Y después hemos ido a la bolera. Papá nos ha enseñado a jugar a los bolos. Es todo un campeón. ¿sabías que él y Susan iban a jugar con sus amigos casi cada semana?

-          ¿Susan?  Y quién es Susan? – dije haciéndome la tonta; aunque algo sabía de ella por parte de Gemma.

Mis dos hijas callaron y se miraron entre ellas. La mirada de a mayor a la pequeña de desaprobación, me indicaba que acababa de meter la pata. Montse intentó arreglar la situación.

-          Es una amiga de papá que trabajaba con él en su mismo hospital. ¿No te hablamos de ella, cuando estuvimos en cada de tía Gemma el verano?

-          Pero que sepas que tu idea nos ha parecido magnífica – interrumpió Nuria la explicación de su hermana, seguramente para no incidir más en el tema.

-          Claro que si, mamá, va a ser magnífico.

-          ¿Y se puede saber, cuál ha sido mi genial idea esta vez?

Se volvieron a mirar entre ellas, extrañadas.

-          Papá nos ha dicho que le has invitado a comer en navidad y que no se lo perdería por nada del mundo. Es verdad ¿no?

-          Sí, sí; claro. Lo que pasa es que todavía no me había respondido y no os lo quería decir hasta que no tuviera su confirmación. Quería daros una sorpresa, pero por lo que parece vuestro padre se me ha adelantado.

La verdad es que las sorpresas me las había llevado yo. Por un lado parece que hay o hubo otra mujer en la vida de Albert y que parecía más importante de lo que había dado a entender Gemma, por otro parece que se había autoinvitado para la comida de navidad. Pues, muy bien, si lo que quería es una hogareña comida de navidad, eso es exactamente lo que iba a obtener.

-          Muy bien, chicas, me tendréis que ayudar a prepararlo todo. Montse busca por internet donde podemos encontrar galets y tu Nuria sube a casa de la abuela y pídele la picadora para hacer canelones.

Al cabo de un rato bajo mi madre para traerme lo que le había pedido y hablar conmigo.

-          Al final no vendréis a comer con nosotros, ¿verdad?

-          Ya ves, ha surgido un imprevisto, pero podéis bajar a comer con nosotros.

-          Lo he hablado con tu padre y hemos decidido comer en nuestra casa. Queremos daros la intimidad necesaria para que vaya todo bien. Pero ¿estás segura que quieres meterte en estos berenjenales? Te vas a pasar dos días en la cocina.

-          Albert siempre me hablaba de cómo eran las navidades cuando vivían sus padres, qué era lo que comían. Por aquel tiempo estaba tan agobiada con mis dos hijas pequeñas que no me podía permitir el lujo de pasarme tantas horas en la cocina. Ahora puedo hacerlo, es más, quiero hacerlo, tengo que hacerlo, mamá.

Mentiría si dijese que disfruté con todos los preparativos navideños. Esta vez no era como en los últimos años. Tenía la sensación de que estaba pasando un examen y me debía esmerar; pero todo lo di por bien empleado a cambio de tener a Albert aquel día en casa.

Llegó el día y estaba todo preparado, bueno solo quedaba prepararme yo, así que me recluí en el aseo me duché, repartí cremas por mi cuerpo y fui a mi tocador donde tras algo más de media hora conseguí uno de aquellos maquillajes que parecía que no llevabas nada. Las dudas volvieron a asaltarme cuando abrí mi armario. De alguna manera sentía que la primera impresión que recibiera Albert de mí iba a ser importante, gajes del oficio. Al final me decidí por un sencillo vestido con cuello de camisa de Valentino de color azul cielo, dudando hasta el último momento cuántos botones desabrocharme y unas sandalias de tacón de Jaime Mascaró, una apuesta clara por la elegancia y la sencillez. Lo último fue el pelo, pensé en recogerlo; pero recordé que a Albert le gustaba ver mi pelo suelto y así lo dejé. Un imperceptible toque en mis labios completó mi indumentaria aquel día.

Puntual como siempre, sonó el timbre y las niñas se apresuraron a abrir la puerta   al grito de “ya voy yo”. Por mi parte, permanecí en el comedor cambiando de sitio un par de adornos, intentando apaciguar mis nervios.

Fue en ese momento cuando le vi. Estaba en la puerta flanqueado por mis hijas y sosteniendo un botella de vino blanco en una mano y otra de negro en la otra.

-          Felices fiestas. Como no sabía el menú he traído una de cada- dijo mientras sostenía en alto las dos botellas.

-          Bueno no te preocupes y tampoco esperes gran cosa, será una comida muy sencilla. Sentaos a la mesa que iré a por el primer plato.

La verdad es que la comida resultó mucho más relajada de lo que esperaba. Albert hablaba continuamente con mis hijas y éstas reían y disfrutaban como hacía años que no las había visto. Yo apenas participaba en la conversación, algunas veces asentía o negaba cuando alguno de ellos me interpelaba directamente. Apenas probé la comida, un nudo en el estómago, producto de mis nervios no me permitía ingerir alimento alguno. Apenas probé medio plato de la escudella de navidad que había preparado para que Albert se sintiera como en casa.

-          Sabes, Anna que cuando vivían mis padres todas las navidades, comíamos una escudella como ésta y después el pavo relleno.

-          ¡Qué casualidad , de segundo tenemos pavo!- dijeron las niñas a coro.

Evidentemente de casualidad ninguna, tenía que hacer que Albert se sintiera como en casa, aunque paradójicamente ya estaba en su casa. Cuando acabamos de comer, las niñas insistieron en jugar a un juego de mesa. Yo me disculpé, alegando que tenía que hacer los canelones para mañana con los restos de la carn d’olla.

Desde la cocina, mientras me dedicaba a aquella estúpida misión de hacer los canelones, podía oírles discutir, pelearse por el juego y sobre todo reír y fue en ese mismo momento mientras rellenaba los canelones con carne picada cuando entendí que la felicidad había vuelto a casa, porque pese a todos mis esfuerzos era él el que aportaba la felicidad y supe que sin él mi vida no tendría sentido.

Hicimos una frugal cena, con un yogur y algo de fruta y al acabar les pedí a las niñas que se retiraran a sus habitaciones a dormir, lo que por una vez hicieron sin rechistar.

-          ¿Vendrás a darnos un besito de buenas noches, verdad, papá?

-          Por supuesto mis princesas un caballero andante como yo solo vive para ver cumplidos vuestros deseos.

-          ¡Pero, qué payaso te estás volviendo, papá!

Cuando se retiraron nuestras hijas, nos quedamos solos, mirándonos fijamente sin saber bien que decirnos. Creo que tenía tantas cosas que decirle que no me salían las palabras.

-          Bueno, ya he molestado bastante, les doy un beso y me voy.

-          Eso será si quieres. Ésta también es tu casa. Deberías quedarte a dormir; es tarde y hace mucho frío en la calle.

Albert pareció meditarlo, pero no dijo nada. Se levantó y fue a despedirse a las habitaciones de sus hijas. Al acabar volvió hasta el comedor para despedirse de mí.

-          Gracias por este día, lo he pasado muy bien.

-          ¿de verdad no quieres quedarte? A las niñas les haría mucha ilusión verte por la mañana. Sino pensarán que lo han soñado.

-          Me gustaría, pero no he traído el pijama.

-          Te equivocas, tienes un pijama en tu armario.

-          No puede ser mío. Me llevé toda mi ropa.

-          Si claro, toda tu ropa limpia, pero no la que estaba en el cubo de la ropa sucia. Acompáñame quiero enseñarte una cosa.

Salimos al pasillo y lo conduje hasta nuestra habitación. Entré, pero Albert se quedó en el marco, dudando entre entrar o permanecer en la puerta.

-          Pasa, por favor.

Abrí una de las puertas del armario ropero del lado donde Albert siempre había guardado sus cosas y a pesar de que estaba prácticamente vacío se podían ver algunas prendas colgadas o perfectamente dobladas que estoy segura que él reconoció como suyas. Cogí su pijama y se lo ofrecí.

-          Vaya, esto si que no me lo esperaba. Resulta extraño que hayas conservado mi ropa, ¿no?

-          Ni mucho menos, ya te lo he dicho antes. Ésta siempre será tu casa, tanto si vuelves a ella como si decides no volver nunca más. Eso ya no depende de mí.

-          Me has dejado sin saber qué decir. Tal vez podría quedarme en el cuarto de invitados. Bueno si todavía lo conservas.

-          Claro que sí. Te acompaño y te dejaré una manta por si esta noche bajan mucho las temperaturas.

Una vez que lo tuve instalado en el cuarto, me dirigí al aseo donde me di una ducha caliente para relajarme. Había sido un día con demasiadas emociones y mi corazón palpitaba desbocado. Volví a mi habitación y comencé el ritual previo a meterme en la cama. Cepillar mi pelo, poner el móvil a cargar y por fin me puse un camisón corto de seda y me refugié bajo las sábanas.

Me costó dormir, quería retener en mi memoria hasta el más pequeño detalle de lo que había sucedido ese día. Por un lado, mi cabeza me decía que no debía hacerme ilusiones, que tal vez mañana Albert se marcharía y quizás tardaría tres años en volver a verlo, pero mis emociones se encontraban desbordadas y no me dejaban descansar.

Al final agotada, me dejé llevar y caí rendida por una tensión que no me había abandonado en todo el día. Recuerdo una campaña publicitaría que montamos hace unos años cuyo eslogan rezaba “ hoy puede ser el primer día del resto de tu vida”, De alguna manera así me sentía yo.

No sé que fue exactamente lo que me despertó aquella noche, tal vez algún ruido o quizás fuese la luz, el caso es que poco a poco volvió la conciencia a mí. La luz del pasillo se filtraba en nuestra habitación, mis ojos se iban acostumbrando a aquella penumbra y entonces me di cuenta que no estaba sola, un ligero movimiento en la cama me hacía saber que alguien más se encontraba sobre el colchón.

Me giré despacio y entonces le vi. Estaba sentado sobre el borde de la cama, mirando fijamente a la mesita de noche.

-          ¿Albert?

-          Oh, perdona. No quería despertarte. No podía dormir. Demasiados recuerdos…

Su tono de voz parecía la de un chico al que has pillado robando unas golosinas. Me fijé en su mano que acariciaba el marco de la foto que había sobre la mesita de noche, una foto de nuestra boda.

-          Siempre ha estado ahí, no tenía porqué quitarla. - me justifiqué.

-          No, no me entiendas mal. Simplemente me ha sorprendido que después de tanto tiempo, después de todo lo que ha pasado no haya ido a parar al fondo del desván.

-          Yo no fui la que se marchó de casa, Albert. Quizás no tenga derecho a decirte esto, pero tú para mí sigues siendo el mismo. A pesar de los papeles que hayamos firmado, tu sigues siendo mi marido y eso nada ni nadie, podrá cambiarlo.

Comprendo que te hayas marchado, que te hayas separado de mí, incluso que me olvides; pero no me pidas que yo haga lo mismo.

Albert se llevó las manos a los ojos y en ese gesto, entendí su sufrimiento, el dolor que todavía le acompañaba, su lucha interna entre lo que quería y lo que debía y toda aquella culpa que había conseguido arrinconar con la terapia, volvió hasta mi otra vez con toda su crudeza. Aparté la colcha, ofreciéndole su lado de la cama.

-          Venga, entra , tonto. Hace frío y solo faltaría que cogieras una pulmonía por mi culpa.

Albert se quedó unos segundos inmóviles, calibrando tal vez las consecuencias de lo que iba a hacer; pero al final su parte pragmática debió vencer y se metió en nuestra cama aunque se situó casi en el borde y dándome la espalda.

-          ¡Buenas noches!

A la mañana siguiente desperté y ya no estaba, Por unos momentos tuve la sensación de haberlo soñado, que aquellas 24 horas habían sido producto de mi imaginación. Me puse una bata y comprobé que no estaba em la habitación de los invitados, Recorrí toda la casa, pero no había rastro de él, excepto en la cocina en donde colgaba una nota sujeta con un imán en la nevera.

“Ayer olvidé decirte que hoy tenía guardia y que me tengo que presentar en el hospital a las 8. Lo he pasado muy bien. Gracias por todo.” Firmado de su puño y letra.

Bueno no había sido la mejor noche de nuestra vida, pero quizás había sido un paso para normalizar nuestra relación; aunque sinceramente, por aquel entonces no vislumbraba mucho futuro y era mejor así pues no quería ilusionarme con esperanzas que nunca se iban a cumplir.