Anna XV

Un encuentro, una conversación tanto tiempo demorada.

Madrid, Anna, Diciembre 2020, Puente de la Constitución

Veritas liberavit vos

Ha sonado el timbre y las niñas corren presurosas a abrir la puerta. Hace ya casi seis meses que no habían vuelto a ver a su tía y llevan días esperando que se reúna con nosotras. Siento gritos y risas, pero he decidido esperar en el comedor, hasta que aparece Gemma flaqueada por mis dos hijas. Se para en el marco de la puerta, me sonríe y abre sus brazos.

No me lo pienso dos veces, me refugio en un caluroso abrazo, mi vida no está como para despreciar muestras de afecto.

-          No te preocupes hace dos días me hice una PCR antes de venir a veros.

-          Te recuerdo que ya he pasado la enfermedad, tengo inmunidad natural.

-          ¿Cómo estás? - Me pregunta mientras intenta descubrir la respuesta en el fondo de mis ojos.

-          Bien, apenas me han quedado pequeñas secuelas. Todavía no distingo según que olores, pero me he recuperado bastante bien. Hace unos meses que he vuelto al gimnasio y la verdad es que el ejercicio físico me ha ido perfecto.

-          No me refería a eso.

-          ¿Nos has traído algo, tía? – pregunta Nuria con esa desvergüenza propia de su edad.

-          Pues la verdad es que sí, antes de salir hablé con Papa Noel y nos pusimos de acuerdo en que yo misma os traería los regalos.

Gemma rebuscó entre su bolsa y dejó dos paquetes rectangulares idénticos encima de la mesa. Las niñas se los quedaron mirando como si de un dulce se tratara.

-          ¡Para quién es cada uno?

-          Esta vez, tenéis el mismo regalo. Todavía me acuerdo de todas las disputas que tuvisteis este verano porque las dos os gustaba más el regalo de la otra, pero no queríais cambiarlos.

Mis hijas se lanzaron como lobos hambrientos a desenvolver los paquetes que revelaron dos Iphone de última generación que las dejó con la boca abierta. Al instante giraron sus ojos hacia mí para que diera mi aprobación y pudieran cogerlos. ¿Cómo les podía negar nada? Los últimos años habían sido muy difíciles y mis hijas habían sido mi sustento, ellas habían sido mi fuerza para continuar adelante y ambas habían estado a mi lado, a pesar de que la marcha de su padre había sido muy duro para ellas y creo que fueron desde un principio conscientes que yo había tenido mucho que ver en su partida.

Tras un leve asentimiento de ojos, mis hijas cogieron sus móviles y se retiraron a “configurarlos”  a sus habitaciones, dejándonos a Gemma y a mí solas para que pudiésemos hablar.

-          ¿Te vas a quedar con nosotras estos días?

-          No, me quedaré con mi hermano. Hace meses que no estamos juntos; pero no te preocupes que no os vais a librar de mí. Vendré cada día a veros y a pasar un rato con las niñas. Ah, por cierto, también tengo un regalo para ti.

-          No tenías que haberte molestado.

Gemma sacó una cajita cuadrada más pequeña, envuelta en papel navideño y me la entregó

-          Vaya parece que a mi no me ha tocado un iphone.

-          Ja, ja. Ya no quedaban más en la tienda, tonta.

Rompí el papel y me encontré una cajita de terciopelo, de esas que suelen guardar joyas. Al abrirla vi un colgante de oro, era un símbolo chino o japonés. Mis ojos buscaron interrogantes los de mi cuñada.

-          Significa esperanza, fe; es parte del yin positivo que todas las personas tenemos, pero que a veces olvidamos. Tal vez ha llegado el momento de que lo lleves.

-          ¿De verdad crees que un colgante me va a hacer ver la vida de otra manera?

-          Por supuesto que no. Las cosas no cambian por tener o dejar de tener fe, las cosas cambian cuando nosotros creemos que van a cambiar y obramos en consecuencia. Por cierto, me gustaría hacerte una pregunta…- Se quedó mirándome como esperando un signo de aprobación y al mostrarlo continuó- Supongo que te acuerdas que este verano me llamaste porque querías hablar con Albert y, aunque no podía darte su número de teléfono, si que te facilité que pudieras hacerlo, pero nunca llegaste a contactar con él. ¿Por qué te arrepentiste?

-          ¿Arrepentirme? No, no; fui a verlo. Lo esperé hasta que le vi salir de la clínica…

-          ¿Y?

-          Justo cuando iba en su dirección. Vi salir a Cristina, se besaron y se fueron juntos en su coche. Me di la vuelta y me marché. No tengo ningún derecho a entrometerme.

-          ¡Oh, Dios , Anna! ¿por qué sigues castigándote de esta manera? ¿Cristina? ¿La misma Cristina que ha tenido gemelos a principios de año y que se casó con su novio de toda la vida hace un par de años?

-          Entonces…., ¿estás diciendo que entre ellos no hay nada?

-          Anna, Albert jamás te engaño con Cristina, su relación  con ella fue cordial, pero siempre en el terreno profesional. Es más estoy segura que él hubiera sido incapaz de engañarte con nadie, porque siempre te ha amado, porque nunca ha necesitado a nadie más. Las niñas y tú erais su vida, la razón de su existencia, por eso cuando sucedió…. – aquí hizo una pauta , incomoda, tratando de buscar alguna palabra suave que no sonara a crítica- bueno eso, él tuvo que marcharse. No pudo resistirlo, ni tan siquiera pudo hablarlo. Se lo llevó escondido en lo más remoto de su corazón. Han tenido que pasar dos años para que podamos hablar del tema y aún así, sé que hay cosas que me oculta que jamás ha querido desvelar.

Gemma cumplió su palabra y vino todos los días a vernos. El domingo antes de coger el AVE, estuvo comiendo en nuestra casa, Albert tenía guardia aquel día.

-          ¿Vas a hablar con él?

-          No lo sé, Gemma. Creo que no servirá de nada. Su actitud no ha variado en lo más mínimo. Seguimos igual que hace cuatro años, quizás removerlo solo nos aporte más dolor.

-          Hace  unos meses te hubiera dicho que posiblemente tendrías razón, pero ahora no lo sé, creo que Albert de alguna manera ha conseguido dejarlo atrás.

Y ahí me encontraba yo otra vez, delante de la clínica donde trabajaba y soportando un frío sin precedentes en Madrid con lo que eso significa. A eso de las cinco, le vi salir por la puerta principal y dirigirse hacia el parking de empleados. Salí corriendo detrás de él y le llamé. Al oírme se giró con cara extrañada, como si no entendiese qué estaba pasando.

-          ¿Les ha pasado algo a las niñas?

-          No, no les ha pasado nada. Están perfectamente. Soy yo, quería hablar contigo… - en ese mismo momento me paré, el pequeño monólogo que había ensayado por la noche, me parecía ahora ridículo,

-          ¿Y bien? Te escucho.

Miré a mi alrededor y crucé mis brazos sobre mis pechos. Albert al darse cuenta de la situación, propuso que fuéramos hasta un bar que había doblando la esquina en el que solían hacer escapadas todo el personal sanitario para librarse de los insufribles menús de la cafetería.

En apenas un par de minutos, conseguimos llegar hasta la cafetería y al poco de entrar, empecé a recobrar el color en mis mejillas y a mover con normalidad los dedos de mis manos. Fuimos hasta una mesa en el fondo y pedimos un par de cafés con leche.

-          Quería agradecerte lo que hiciste por mí cuando me encontraba en la UCI

-          Bueno allá eras una paciente más y ya sabes que tenemos el deber de velar por vuestra salud. No hice nada más que no hubiera hecho por cualquier otro paciente.

-          Me cogiste de la mano, me dijiste que todo iría bien…

-          Vaya no creía que lo recordases. Te inducimos un coma para que tu cuerpo se fuera recuperando. En fin, ya no tiene importancia. Si no quieres nada más…

La conversación se me estaba yendo de las manos. No había venido a darle las gracias, no a comentar el horrible tiempo que estábamos teniendo estos días. Tenía que arriesgar, tenía que abrirle mi corazón y que pasase lo que Dios quisiera.

-          En realidad, había venido a pedirte perdón.

-          Vaya, el correo viene con algo de retraso, pero bueno. Dicho está. Supongo que no esperarás que ahora te abrace y te diga que está todo perdonado.

-          No, no he venido a que me perdones, solo a pedirte perdón. Soy consciente que si la situación hubiera sido a la inversa posiblemente yo no te perdonaría. Quiero explicarte lo que pasó aquellos días que destruyeron nuestro matrimonio. Solo te pido algo de tu tiempo, solo te pido que si alguna vez signifiqué algo en tu vida, me escuches.

-          Esta bien soy todo oídos.

-          Lo que vas a escuchar probablemente te dolerá, pues no pienso ocultarte nada. Pero antes de empezar quiero dejarte claras dos cosas. La primera es que la culpa de lo que pasó fue enteramente mía, por mi estupidez y por no confiar en ti y la segunda, aunque te extrañe es que siempre te he amado, te lo juro por lo que más quiero en este mundo, por mis hijas que son ya lo único que me queda de ti.

-          Vaya pues para quererme tanto, parece que no lo demostraste muy bien. Quizás no tenemos el mismo concepto del amor.

-          Déjame que te lo explique y después si no quieres volver a oír mi voz, ni a verme lo entenderé y nunca te volveré a pedir nada.

Y así fue como comencé a relatarle todo lo que había ocurrido sin esconder nada desde aquella noche de la cena de empresa, hasta la mañana que volví del Anatómico Forense y me encontré la casa vacía y supe que aquello era el final de nuestro matrimonio.

Me costó mucho, fue muy duro. En algunos momentos tuve que pararme para coger aire, en algunos momentos tuve que luchar contra mi misma para no volver a llorar. Si algo tenía claro es que no quería que él tuviese pena por mí. Si algo no quería de ninguna manera era convertirme en el objeto de su compasión.

Durante cerca de una hora fui explicándole todo lo que pasó aquellos días, mientras observaba sus ojos fijos en mí, como queriendo escrutar la veracidad de todo lo que le contaba. Albert no me interrumpió durante todo mi relato, simplemente alguna palabra animándome a seguir cuando me quedaba callada, cuando necesitaba recomponerme para seguir.

Me acuerdo de concluir volviendo a pedirle perdón. a decirle que lo sentía en el alma por el dolor que había ocasionado a todos, por haber roto lo más precioso que tenía, por no haber sido digna de su amor y recuerdo haber sentido una sensación de liberación, de paz interior que me congraciaba conmigo misma. Aquella tarde, después de mucho tiempo creo que volví a ser yo misma, creo que me volvía encontrar después de muchos años perdida. No sabía si Albert me perdonaría algún día, pero aquella tarde creo que yo me empecé a perdonar.

-          ¿Y ahora qué sugieres que hagamos, nos damos un abrazo y olvidamos todo lo que pasó?¿Hacemos borrón y cuenta nueva y fingimos que todo no fue más que un lamentable error?

La ironía de Albert me hacía daño, sus palabras se clavaban en mi corazón como puñales porque en el fondo sabía que tenía razón, que todas mis explicaciones no valían para nada, porque el dolor que le había provocado era de tal magnitud que nada de lo que dijera o hiciera conseguiría mitigarlo. Pero aquella tarde era muy consciente de que estaba todo perdido, que lo que había pasado nos había separado para siempre y que simplemente no tenía solución y de esa manera, con la fuerza del perdedor, con la certeza de saber que ya no podía perder más, pues todo lo había perdido, dejé que mi corazón siguiese hablando.

-          Ya te he dicho que no quiero tu perdón, no te lo estoy pidiendo. El perdón no se pide, se ofrece y sé que tu no puedes dármelo y no te juzgo por ello.

-          ¿Entonces qué es lo que quieres, Anna?

Esto es lo que quiero, volver a sentir como pronuncias mi nombre; porque en la soledad de mis noches te he oído tantas veces llamarme. Quiero que me ames, como yo siempre te he amado, quiero volver al pasado y borrar todos estos años en los que no he sido más que un fantasma; pero todo esto  no podía decírtelo, no tenia derecho a hacerlo y mis palabras fueron muy diferentes.

-          Quiero que hablemos de nuestras hijas, quiero que subas a buscarlas a casa y no tengas que esperarlas en la calle como si la casa estuviera apestada o yo fuera el diablo. Quiero que alguna navidad nos podamos reunir todos juntos y pasar un día sin ira, sin reproches y no te lo pido por mí, Albert, porque no tengo derecho a pedirte nada; sino por tus hijas, porque sé que son lo más apreciado que tenemos en nuestro mundo y ellas no se han merecido nada de lo que ha pasado. Tal vez ya va siendo hora de pensar más en ellas que en nosotros.

Diciendo esto, saqué un billete de cinco euros para depositarlo sobre la mesa y sin esperar ningún tipo de respuesta por su parte, me levanté y me despedí de él, obviando la cara de incredulidad que se le había quedado y sintiendo su mirada fija en mi espalda mientras abandonaba la cafetería para enfrentarme de nuevo al frío de Madrid.