Anna XIV

Y mientras tanto, en la otra parte del mundo...

Madrid, Anna, Enero 2020

La doctora Rojas me recibió con una sonrisa a la puerta de su despacho.

-          Buenas tardes, Anna. ¡Cuánto tiempo sin verte! Pasa por favor.

Nada parecía haber cambiado como si en lugar de un par de años, fuese ayer cuando visité aquel despacho por última vez. La mesa de caoba, las estanterías repletas de libros, los cuadros donde se veían escenas de un pueblo pesquero que nunca reconocí y aquellos sillones desde donde había desnudado mi alma, para volver a encontrarme.

Recordé las primeras sesiones que tuvimos, la ansiedad que me embargaba cuando tuve que explicar mi vida y sobre todo mi gran pecado que me llevó a perder lo que más amaba. Ahora con el tiempo he aprendido a dirigir mi vista atrás y bloquear mis sentimientos; pero durante unos meses estos ejercicios de introspección constituyeron para mí la peor de las torturas. Olvidar, solo quería olvidar. Despertarme y que todo fuera una pesadilla; pero no, la pesadilla fue real y he tendido que pagar las consecuencias de mis actos.

-          Te veo muy bien – prosiguió la doctora nada más sentarnos- ¿Cuánto hacía de tu última visita?

-          Algo más de dos años. Si te acuerdas cuando me diste el alta, me pediste que te viniera a ver para hacer una visita de control.

-          Sí claro, por supuesto. Tu terapia terminó. Se trata más de un cambio de impresiones, de comprobar como ha ido todo.

Ambas quedamos calladas, no sabía exactamente qué era lo que se suponía que debía contarle de aquellos últimos años.

-          ¿Tú, que dirías que ha sido lo más importante que te ha pasado en este tiempo? – preguntó la doctora para romper el hielo.

-          Posiblemente que he cambiado de empresa, sigo trabajando en lo mismo, pero ahora estoy en una empresa más pequeña.

-          Pues mira podías empezar por eso mismo. Cuéntame cómo cambiaste de trabajo y sobre todo porqué lo hiciste.

Cuando volví al trabajo, tuve la sensación que nada había cambiado durante los meses que había estado de baja por depresión. Mi mesa era la misma y sobre ella todavía se podía ver una foto de mi familia, de nosotros cuatro, en otro tiempo. Lo primero que hice fue quitarla y guardarla en uno de los cajones.

-          ¿Y por qué lo hiciste exactamente? – preguntó Carmen

-          ¿Por qué lo hice? Supongo porque Albert ya no estaba en mi vida, porque,aunque me siguiera doliendo, debía a aprender a vivir sin él, porque seguir viendo su imagen cada día, no me aportaría más que recuerdos dolorosos.

Los primeros meses fueron muy intensos. Llegaba a casa muy cansada, supongo que por efecto de la medicación que seguía tomando; pero el ambiente en el trabajo, era bueno y lo más importante nadie hacía preguntas. Lo que no llegaba a comprender era si lo hacían porque lo sabían todo o bien porque preferían no saber nada.

-           ¿Y qué tal la relación con Manuel?

-          Bueno para ser sincera, aparte de una conversación donde me dio la bienvenida y se alegró de mi recuperación, lo cierto es que durante los dos primeros meses apenas hablamos. Si te digo la verdad, parecía que me evitaba y por mi parte, como ya puedes suponer, tampoco tenía una especial ilusión por relacionarme con él.

Así fue durante los primeros meses, no coincidíamos prácticamente en ningún sitio, las pocas veces que hablamos fue para encargarme algún trabajo especial o para preguntarme cómo iba la tarea. Recuerdo incluso que, si alguna vez iba hasta la máquina de café y lo veía allá, me daba media vuelta y volvía a mi despacho.

Hasta que un día, un par de meses después, me envió a su secretaría para pedirme que fuera a su despacho.

-          Sabes lo que quiere, Marta.

-          Ni idea chica, lo único que te puedo decir es que lleva unos días como si fuera un tigre enjaulado. Solo me ha dicho que te pases cuando tengas un momento, o sea que no debe ser nada urgente.

Aproveché para cerrar unas gestiones que tenía pendientes y al acabar fui a su despacho. Al llegar, Marta me hizo un gesto para que pasara.

-          ¿Puedo pasar? – pregunté abriendo unos centímetros la puerta.

-          Por supuesto, Anna, siéntate por favor.

Lo notaba nervioso, en cambio yo estaba muy tranquila.

-          Verás, Anna, durante todo este tiempo te he querido dar tu espacio…

-          ¿Acaso tiene alguna queja de mi trabajo?

-          No, no. No se trata de eso. La verdad es que estamos muy contentos con tu trabajo. Pero tutéame, por favor. Me gustaría que pudiésemos ser amigos.

-          Usted y yo nunca hemos sido amigos, ni lo seremos. Tuteo a las personas con las que tengo confianza, a mis amigos y a quien me lo pide y se ha ganado mi respeto. Evidentemente usted no pertenece a ninguna de esas categorías.

-          ¿Por qué me tratas así, Anna? Sabes que te he echado mucho de menos, que me paso noches enteras pensando en ti. Había pensado, que si tu quisieras…, bueno… que podríamos volver a intentarlo. Podríamos formalizar una relación…, de otra manera.

No me lo podía creer, aquel individuo que estaba delante de mí, era el mismo que había arruinado mi matrimonio, el que me había hecho perder lo más importante que tenía. Aquel hijo de puta, me estaba pidiendo que hiciéramos borrón y cuenta nueva. Pelillos a la mar.

-          Pues mira Manuel creo que te voy a hacer caso y te voy tutear.

-          Claro que sí, Anna. Esa es la mentalidad – dijo con una sonrisa en los labios- y sobre mi proposición ¿Qué te parece? Quizás necesitarías un poco más de tiempo para pensártelo con calma.

-          Pues no. No creo que sea necesario, aunque me debato entre dos opciones. Por un lado, lo que realmente me gustaría sería cortarte tus cojones y llenarte la boca con ellos, pero como sería bastante sucio y sería una pena manchar la tapicería de ese magnifico sillón, desde donde te crees el amo del mundo, en lugar del gusano patético que eres; creo que optaré por la segunda y si esta conversación se repite de cualquier manera, lo que haré será ponerte una demanda por acoso laboral y te arrastraré por todos los juzgados que la admitan para que todos sepan la clase de cabrón que eres.

Tú ya me has arruinado la vida. ¿Sabes? ahora ya no tengo nada que perder, mi marido se ha ido y sé que nunca volverá a mi lado, por lo que ahora soy un animal herido, Manuel, un animal peligroso. Piensa en esto cuando te dirijas a mí.

Sin darle tiempo de respuesta y disfrutando de la cara de imbécil que se le había quedado, me levanté, salí de su despacho y cerré la puerta con un portazo que creo se oyó hasta en la Cibeles.

-          Lo siento, Marta. Se me ha escapado la puerta – me justifiqué ante su secretaría que me miraba con cara de incredulidad, mientras dejaba salir una pequeña risita.

Muchas veces pienso que ése fue el día que salí más satisfecha del trabajo. De alguna manera, sabía que me había quitado un lastre muy importante en mi vida. Naturalmente, Manuel, se tomó mis amenazas en serio y desde aquel día me evitaba lo más posible.

-          ¿Por qué cambiaste de trabajo, entonces?- preguntó Carmen intrigada.

-          Verás la gente que nos dedicamos a la publicidad, nos conocemos todos. Coincidimos en eventos, en conferencias, en galas. Un día hablando con la jefa de una agencia de publicidad competidora de la nuestra, Isabel, me preguntó si estaba a gusto en mi trabajo y si había considerado la posibilidad de cambiar de aires. Me sugirió que las puertas de su empresa siempre estarían abiertas para mí y que si algún día me decidía, no dudara en llamarla, que llegaríamos a un acuerdo.

Aquel día la verdad es que me lo tomé mas como un cumplido que como una posibilidad real, pero durante los siguientes días le fui dando vueltas y al final pensé que tal vez me iría bien un cambio de aires, empezar otra vez en un sitio diferente. La verdad es que, aunque la gente se portó muy bien conmigo, cada vez que veía a aquel miserable se me removían las tripas; así que una tarde tras concertar una cita con Isabel, me decidí. Perdí algo de dinero, porque ellos no podían pagarme mi sueldo integro; pero lo cierto es que valió la pena, cuando empecé a trabajar con ellos, recuperé la ilusión por mi trabajo que había perdido e incluso conseguí arrastrar a algunos clientes de mi propia cartera. Vamos fue una pequeña venganza.

-          Yo creo que hubiera entrado en el despacho de ese reptil y le hubiera tirado por encima un tintero, ya sabes , de esa tinta que no hay manera de  limpiar. Más que nada, para que tuviera un recuerdo mío.- Carmen se llevó las manos a la boca, como pidiendo perdón por haber opinado.

Durante todo el tiempo que duró mi terapia, nunca la había visto juzgar a nadie. Supongo que las psiquiatras también son personas normales y a veces pierden esa máscara de impasibilidad con la que se esconden de sus pacientes.

-          Bueno a decir verdad si que hice algo- continué- cuando presenté mi carta para notificar mi renuncia en los 15 días que marca la ley, utilizando el correo del presidente, también adjunté una carta personal donde le explicaba con todo lujo de detalles, lo que había pasado.

-          ¿Y? ¿Te creyeron?

-          Supongo que sí, porque Manuel como ya te comenté tenía cierta fama, sobre todo entre el personal femenino. Al día siguiente, a media mañana, el presidente se personó en mi despacho.

Esencialmente me dijo que comprendía los motivos de mi renuncia; aunque estaba muy contento con mi trabajo y que si en algún momento, decidía volver estaría encantado de contar conmigo otra vez.

Cuando salía, se giró y me pidió perdón. Me pidió perdón por no poder apoyarme más, por no despedirlo de inmediato y por consentir que fuera yo la que tuviera que irse. Sin embargo, no se veía capaz de soportar el escándalo y además estaba seguro que los accionistas pedirían su cabeza. Lo que sí me prometió es que hablaría con él y que lo iba a atar corto y que si se enteraba del menor escarceo que se pudiera volver a repetirse lo pondría de patitas en la calle sin pensárselo.

El presidente hizo todo lo que pudo probablemente. Sus intereses y los míos eran diferentes; aunque al final consiguió emocionarme cuando me cogió la mano entre las suyas y me deseó suerte. También me dijo que mañana ya no era necesario que volviese, que me tomará unas vacaciones y que el personalmente se ocuparía de gestionar mi finiquito sacando todo lo que pudiese sacar y añadiendo una pequeña indemnización como retribución por mis años de dedicación a la empresa. Y así fue mi último día de la agencia. Aquel día lloré al recordar que había arrastrado a mi familia a vivir en Madrid precisamente para trabajar allí y ahora que había perdido a mi marido, la abandonaba.

-          ¿Estás contenta en tu nuevo trabajo?

-          Creo que hice bien, perdí algo de dinero; pero a cambio conseguí estar más relajada en mi trabajo y empecé a disfrutar otra vez de él. Además mis compañeros resultaron muy amables y me acogieron con cordialidad desde el primer día. Bueno, quizás debería haber dicho compañeras, porque solo trabajan dos hombres, todas las demás somos mujeres.

-          ¿Y qué me dices del sexo?

Pues no había mucho que contar, la verdad y tampoco me apetecía demasiado aunque al final le conté mi única aventura con Javier.

En la agencia trabajábamos doce mujeres y dos hombres por lo que las posibilidades de relaciones eran más bien escasas y más teniendo en cuenta que Ernesto, un joven de unos 25 años, al único que le ponía ojitos era a Javier. La verdad es que nos hacía mucha gracia, porque se esforzaba en disimular sus tendencias sexuales, cuando todo el mundo las tenía muy claras. Javier era todo  lo contrario, atractivo, varonil y sobre todo con unos modales exquisitos. Yo le echaba unos 45 años, pero es posible que tuviera alguno más, pues se notaba que se cuidaba y que mantenía su cuerpo en forma.

Desde los primeros días mostró una cierta atracción por mí, detalles de esos que nos damos cuenta las mujeres, miradas huidizas, casi siempre coincidíamos en la máquina del café, a pesar de que no teníamos una hora fija; en fin se podría decir que sin ser ni muchísimo menos exagerado, pero me estaba lanzando una serie de sutiles señales que yo me empeñaba en ignorar. Incluso un par de veces, había sugerido la posibilidad de ir a tomar algo, después del trabajo que yo rehusé amablemente objetando mi deber con mis hijas.

-          Deberías darle una oportunidad- me dijo Charo un día en el que él no estaba en el café.

Charo era más o menos de mi edad y habíamos conectado enseguida. Era divorciada  y tenía a su cargo dos hijas como yo. Supongo que esta situación paralela, nos había permitido congeniar desde el primer momento y ahora pues habíamos cogido una confianza mutua que iba más allá del puro trato laboral. Se podría decir que ya éramos más amigas que compañeras.

-          ¿Perdona? ¿qué me estás intentando decir?

-          Pues eso, que le podrías dar una oportunidad. El pobre hombre lo intenta de todas las maneras y debe ser frustrante. Deja que te invite un día, si sale mal no perderás nada, y si sale bien te puedes dar una alegría.

-          ¿Y por qué no te la das tú?

-          Porque a mí no me mira con esos ojos de cordero degollado; pero si lo hiciera no te digo yo que no me daría un par de revolcones. Hará ya tres años que enviudó y desde entonces no le había visto fijarse en nadie, hasta que apareciste.

Dos semanas más tarde, un viernes, me propuso ir a cenar a un restaurante que habían inaugurado en su barrio, con la excusa de que no quería ir él solo. Creo que no tenía muchas esperanzas de que aceptara, pero aquel día tal vez por lo que me dijo Charo o simplemente porque también me apetecía salir una noche y romper la vida monacal que llevaba haciendo desde mi divorcio, decidí sorprenderlo aceptando su invitación.

Le facilité mi dirección y quedamos que me recogería a las 9. Al llegar a casa y explicar a las niñas el motivo por el que se quedarían esa noche con los abuelos, las dejé sin saber que decir; al menos en un primer momento, porque cuando se recobraron de la sorpresa, empezó el interrogatorio.

-          ¿Vas solo a cenar? ¿Cuántos años tiene? ¿Nos lo vas a presentar?¿Dónde os habéis conocido?¿ Es una cita?

-          Basta ya niñas, esto es el mundo al revés. Tendría que ser yo la que os interrogara cuando me pedís para salir con vuestras amigas. Es simplemente un compañero de trabajo al que pienso acompañar a cenar y ya está. Siento decíroslo, pero aquí se acaba la historia; o sea que no os montéis ninguna película que no vale la pena.

A las nueve en punto, sonó el interfono y le contesté que bajaba en un momento. Fui a despedirme de mis hijas y de mi madre que estaban viendo la tele en el comedor.

-          Pues para no ser una cita, parece que te has arreglado como si lo fuera- replicó mi hija mayor con retintín.

-          Portaos bien y haced caso a todo lo que diga la abuela. Mañana subiré a desayunar con vosotros y recogeré a las niñas -informé a mi madre.

-          Tú tranquila hija. Ya sabes que nos encanta quedarnos con ellas. No te preocupes por nosotras y pásatelo bien que ya te toca.

La cena resultó entretenida, Javier era un excelente conversador, aunque me di cuenta que estaba algo tenso y que en mi presencia perdía ese halo de seguridad que ostentaba en el trabajo.

-          Te notó algo extraño, quizás no soy como esperabas.

-          No, no. Todo lo contario. Es que me he quedado deslumbrado al verte. Me temo que soy yo el que no parece estar a la altura.

Al trabajo solía ir con pantalones y ropa cómoda, con zapatos sin tacón y prácticamente sin maquillaje. Aquella noche vestía un vestido corto y ceñido   a medio muslo y con un escote que podía considerarse generoso. Si a ello, sumamos los zapatos de tacón y el maquillaje, no era de extrañar que apreciara las diferencias.

-          ¿Te  ha gustado el sitio? – preguntó tras rechazar la oferta del postre.

-          Es bonito, tiene un cierto toque retro y la cena ha estado muy bien.

-          Si quieres podíamos ir a tomar algo a un sitio tranquilo o sí te apetece conozco un bar musical que está muy animado por las noches. Tiene una pequeña pista de baile, aunque ya te advierto que no es lo mío.

Me quedé pensativa, calibrando mi decisión y lo que podría comportar. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar? ¿por qué había aceptado la invitación exactamente? Quizás lo mejor sería pedirle que me llevara a casa…

-          Vamos a tu casa- contesté con voz firme.

No sé porqué lo dije exactamente, ni tampoco si realmente lo quería, pero algo dentro de mí, me pedía que diera un paso más para recobrar mi vida, tenía que superar esa prueba.

Estoy segura que Javier estaba mucho más nervioso que yo. Supongo que ni en su sueño ideal, había contemplado esa posibilidad. Le costó encontrar las llaves, abrir la puerta y al entrar en su casa se quedó sin saber que hacer.

-          ¿Quieres tomar algo?- preguntó para romper el hielo.

-          Llévame a tu habitación.

La verdad es que para ser un hombre solo, la casa estaba impecable, con cada cosa en su sitio; reflejo quizás del carácter ordenado y metódico de su propietario.

Al llegar al dormitorio, bajé la cremallera y dejé que el vestido resbalará por mi cuerpo quedando en ropa interior negra y medías del mismo color.

-          Ven- le dije- no te voy a comer, al menos de momento.

Le quité la americana y le desbotoné la camisa lentamente, mientras sentía como controlaba su instinto. Sentí su pequeño escalofrió cuando le abrí el cinturón.

-          Eres tan bella. No te imaginaba así – pareció disculparse mientras lo decía.

Ya no le dejé decir nada más, me acerqué a el y pasando mis brazos por detrás de la nuca, le empecé a besar suavemente, quería que se embriagara con el sabor de mis labios. Lo acompañé hasta la cama y le quité toda la ropa, excepto un boxer de color negro. Seguí besándolo mientras mis manos empezaban a explorar su cuerpo. Al poco rato, paré y me levanté. Me puse delante suyo, mirándole fijamente mientras abría el cierre de mi sujetador y liberaba mis pechos que todavía desafiaban la gravedad terrestre. Me quité la braguita a juego y quedé expuesta, cubierta únicamente por las medias negras antes de volver a su lado y susurrarle al oído.

-          Hazme el amor.

Javier cumplió. Se notaba que sabía acariciar a una mujer, lamió mis pezones y acarició mis pechos mientras una cascada de sensaciones que creía olvidadas me invadía. Empecé a tocarle por encima del bóxer primero y después agarré su miembro enhiesto y empecé a pajearlo, hasta que escuché sus primeros gemidos.

-          Ahora, métemela.

Le ayudé a ponerse un preservativo. Me hizo algo de daño al invadir mi vagina, porque no estaba suficientemente húmeda, pero no quise esperar más tiempo. Javier empezó a bombear en un misionero clásico y tras un par de minutos me di cuenta que si le dejaba acabaría mucho antes de lo deseable.

Puse mi mano sobre su pecho y le empujé con suavidad para que abandonara mi cuerpo.

-          Espera, no tengas prisa. Déjame hacer a mí.

Monté sobre su cuerpo y volví a introducirme su miembro, mientras empezaba a moverme con movimientos circulares para que su pene recorriera todas las paredes de mi vagina al mismo tiempo que le ofrecía mis pechos con los pezones ya erectos.  Cuando intentó acapararlos con sus manos y estrujarlos, empecé un movimiento hacia arriba y abajo, sintiendo como mis nalgas apretaban sus testículos, permanecía un par de segundos quieta y volvía a repetir el movimiento. Cuando notaba que estaba a punto de acabar, suspendía todo movimiento y esperaba unos segundos para que aguantara. Yo también me había excitado, notaba como mis flujos permitían ahora el deslizamiento sin ningún tipo de roce. Estábamos a punto los dos, por eso empecé un ritmo más frenético.

-          No puedo más- gimió

-          Espera, espera. Un poco más.

Entonces sentí como eyaculaba y cuando apretó mis nalgas para detener mis movimientos, sentí como yo también alcanzaba el orgasmo y me dejé caer sobre su pecho para que me rodeara con sus brazos. Permanecimos unos minutos en aquella posición hasta que me liberé y le pedí permiso para ducharme. Estuve unos minutos dejando que el agua caliente resbalase por mi cuerpo, mientras trataba de aclararme, de darle sentido a lo que había hecho y lo más importante entender el porqué lo había hecho. Me sequé y volví a la habitación donde pude constatar que Javier había quedado agotado y continuaba en la misma posición en la que le había dejado. Se levantó y me pidió unos minutos mientras se daba una ducha rápida. Al cabo de un cuarto de hora, cuando volvió ya estaba completamente vestida y sentada en la cama esperándole.

-          Creía que te quedarías…

-          No cielo, tengo que volver a casa. Hace muchos años me quedé a desayunar y la cosa no acabó bien. Además, les prometí a mis hijas que lo haría con ellas. He pedido un Uber, en unos minutos llegará.

-          ¿No te lo has pasado bien?

-          Claro que sí. Hacía años que no tenía un orgasmo así.

-          Entonces podemos repetir otro día, ¿no?

Este era el momento que estaba intentado evitar, pero que había que dejar claro por el bien de los dos. No podía consentir que se hiciera ilusiones, que se confundiera.

-          Javier, esto que ha pasado hoy, no se va a volver a repetir. Me lo he pasado muy bien, tú eres un hombre maravilloso, pero yo no estoy buscando ningún tipo de relación. Estoy en un momento de mi vida en que no puedo permitirme complicarme, no tengo sitio para nadie más, lo siento.

-          ¿Y que tal se lo tomó? - pregunto la doctora Ribas.

-          Bien, supongo. No tuvimos ningún problema; aunque desde aquel día apenas coincidíamos en el café y no hubo ningún ofrecimiento más.

-          ¿Mientras practicabais el coito notaste alguna sensación extraña, alguna barrera que te cohibiera?

-          No, fue normal, lo único…., lo único extraño fue que mi primer pensamiento nada más acabar fue para Albert, pensé que las sensaciones que tenía con él, nunca más las volvería a sentir.

-          Bien, es humano comparar. Tampoco le des más importancia. Al revés teniendo en cuenta todo el tiempo que llevabas sin hacerlo, podríamos decir que la experiencia resultó de lo más positivo.

Te has dado cuenta que llevamos hablando casi una hora y es la primera vez que sale su nombre. ¿Quieres que hablemos de él?

-          La verdad es que no hay mucho que hablar. Desde que nos separamos, nunca ha vuelto a hablar conmigo y no lo he vuelto a ver; incluso cuando viene a recoger a las niñas permanece en la calle.

He sabido por mis hijas que ha rehecho su vida, que vive con una colega suya y que por lo que parece está mucho mejor. Me alegro por él, se lo merece. Por mi parte, intentó olvidarlo porque sé que nunca volverá a mi vida, pero no lo consigo, sigue siendo el protagonista de mis sueños.

-          Tu misma lo has dicho, Anna. El ha rehecho su vida y eso es lo que debes intentar hacer tú: salir, conocer gente, darles una oportunidad de que puedan entrar en tu vida. No podemos vivir anclados al pasado y Albert es tu pasado. Déjale marchar y continúa con tu vida.

Pero el destino a veces es caprichoso y poco tiempo después, una de aquellas ancianas hechiceras de ojos oscuros que tejían el devenir de los mortales desde las raíces del enorme fresno donde colgaban los nueve mundos, decidió que ya era hora de cruzar nuestros hilos nuevamente y así fue como todo nuevamente cambió.