Anna XIII

Una noche en New York, un último remanso de paz antes de que llegue la tempestad

Nueva York, Albert, Enero 2020

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.

Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan

y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas

al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

Nocturno de Brooklyn Bridge, Federico García Lorca

Apenas son las cuatro de la mañana y ya no puedo dormir más. Me acerco a la ventana y me recreo mirando como el gran gusano de luz serpentea por las calles de la ciudad sin sueño, mientras una cacofonía de sirenas retumba en mis oídos.

Ayer regresé de Madrid. Después de dejar a mis hijas en casa, cogí un taxi para el aeropuerto donde tras dos horas de retraso pude coger el vuelo de vuelta. Fue una tarde eterna, el sol se negaba a ocultarse y solo obtuve la paz de la noche al aterrizar en el aeropuerto. Una vez pasé las aduanas, seguí hasta el vestíbulo donde me esperaba Susan. Al verme corrió a abrazarme y a besarme como si hiciera años que no nos veíamos. Cogimos un taxi y en algo más de 1 hora nos encontramos en casa. Me di una ducha rápida y nos sentamos a tomar una ligera cena. Intentamos hablar, pero yo estaba demasiado cansado y al notarlo, Susan, sugirió que nos fuéramos a dormir y que por la mañana ya le contaría las novedades de mi viaje.

Han sido unos días complicados. Tras recoger a mis hijas, fuimos hasta la casa de nuestros padres donde actualmente vive mi hermana Gemma. Los primeros días los pasamos muy bien, pero conforme iba llegando el momento de volver a separarnos una extraña melancolía se apoderó de mí. Me empecé a preguntar si realmente había hecho bien en abandonar Madrid y a mis hijas para continuar mi vida en otra parte alejada del mundo. Me cuestionaba sino había sido yo también un egoísta que solo miró por su propia conveniencia.  Quizás debía haberme quedado, luchar por la custodia de mis hijas y no abandonarlas sin ni tan siquiera darles una explicación de lo que había pasado. ¿Pero qué les podía explicar? Aún hoy me cuesta recordar todo lo sucedido y el precio por traer de vuelta todos aquellos recuerdos es un dolor que me parte el alma. Sin embargo, tengo claro que llegará un momento en que mis hijas me harán las preguntas para las que hoy  todavía no estoy preparado para responder.

Una de aquellas noches, tras acostar a mis princesas, mi hermana me sometió a un interrogatorio de tercer grado intentando averiguar las respuestas a unas preguntas que se me escapaban. ¿Qué iba a hacer? ¿Me había planteado mi futuro? ¿Era consciente que mis hijas me necesitaban cada vez más?

-          ¿Por qué no vuelves? Han pasado tres años. No te digo que vuelvas con Anna, tráete a Susan y vivid los dos en Madrid. Estoy segura que no tendríais problemas para encontrar trabajo y así las podrías ver mucho mas a menudo. Si quieres yo podría hablar con Anna y gestionar otro régimen de custodia. Estoy seguro que ella no se negaría.

-          No sé si puedo hacerle eso a Susan, no sé si puedo arrastrarla hasta aquí sin comprometerme, sin empezar una relación en serio, sin prometerle una familia.

-          ¿Y por qué no lo haces? Prácticamente nada cambiaría, estáis viviendo juntos y te ha ido bien con ella. ¿Por qué no formalizáis vuestra relación?

La verdad es que llevaba muchos días dándole vueltas al tema, incluso desde antes que me lo planteara mi hermana. Todo parecía tan fácil y, sin embargo, había algo que en el último momento que me contenía, que me impedía pedirle a Susan que diéramos un paso más en nuestra relación. Al principio pensé que era miedo, no quería volver a poner mis sentimientos en manos de una mujer que pudiera volver a traicionarme, pero poco a poco me fui dando cuenta que ésta no era la verdadera razón.

Empezaba a amanecer, las sombras empezaban a retirarse de las calles, sigilosamente y los cocodrilos abandonaban las aceras para volver a sus alcantarillas. La ciudad volvía a ser para los humanos que la habitábamos.

Me levanté y volví a nuestra habitación. Sobre la cama el cuerpo casi desnudo de Susan, solo cubierto por unas pequeñas braguitas rosas, atraía mi mirada. Su espalada desnuda se movía al ritmo de su respiración y sus cabellos rubios se desparramaban por la almohada. Un antifaz cubría sus ojos y protegía sus sueños de la luz de la mañana.

Me senté en mi lado de la cama y girándome hacia ella empecé a besar su espalda dormida, apenas tocándola levemente con mis labios. No quería despertarla, pero necesitaba el contacto con su piel, necesitaba sentirla porque durante este tiempo que habíamos vivido juntos, ella se había convertido en mi faro, en un puerto seguro donde amarrar mi vida que iba totalmente a la deriva antes de conocerla.

Susan había hecho mucho por mí, me había curado y me había aportado esa estabilidad que me fue arrebatada. Fue paciente los primeros días, calmo mi ansiedad y me abrazaba cuando algunas noches despertaba de una pesadilla bañado en sudor. Nunca me pidió nada, aunque yo sabía lo que quería, yo sabía cuales eran sus deseos secretos y, sin embargo, siempre fui egoísta ante una persona tan generosa. Algunos días pensaba que le estaba robando la vida, que no se merecía la vida que yo le daba; pero las pocas veces que conseguía hablar de este tema con ella, acababa inevitablemente llevando su dedo a mis labios para hacerme callar y después me besaba.

A veces pienso que hubiera sido de mi si no la hubiera conocido, hubiera seguido siendo aquel lobo solitario de mis primeros días, centrado única y exclusivamente en su trabajo. Hubiera acabado siendo una persona amargada sin la menor ilusión por vivir y lo sabía con certeza, pues durante un tiempo estuve caminando por ese lado.

Empecé a tocarla con mis manos suavemente. Aparte sus cabellos y recorrí su columna, mientras mis labios buscaban su cuello desnudo. En ese preciso momento se escuchó un débil gemido. Susan volvía poco a poco del mundo de los sueños. Empecé un masaje relajante sobre su trapecio, hundiendo mis pulgares, mientras rotaba mis manos sobre sus escapulas.

Susan empezó a ronronear como una gatita en celo e hizo ademán de quitarse el antifaz, pero no se lo permití, atrapé sus manos antes de que llegaran a su destino y volví a ponerlas a ambos lados de su cuerpo.

-          No lo hagas. Quiero que hoy me sientas con tus otros sentidos, que tu piel sienta mis manos, mis labios…

Y fui recorriendo su espalda con mis labios, mientras mis manos mucho más atrevidas se posaron en sus glúteos, buscando su gruta del deseo. Empecé a acariciarla por encima de su braguita. Lo cierto es que no tenía mucho margen de maniobra por lo que le pedí que se diera la vuelta, lo que cumplió inmediatamente dejando expuestos sus magníficos pechos donde destacaban una pequeñas y rosadas aureolas.

Hacia ellas me dirigí inmediatamente. Atrapé sus pezones inhiestos entre mis labios, mientras mis manos recorrían su cuerpo hasta que subiendo entre sus muslos empecé a tocar nuevamente  la ropa de su braguita y uno de mis dedos la apartó a un lado para recorrer osado sus labios vaginales. Sus gemidos se acrecentaron cuando toqué su botón del placer y al notar la humedad que empezaba a emanar de su vagina, introduje uno de mis dedos lo que le provocó un pequeño bote de sorpresa.  Abandoné sus pechos y empecé a bajar poco a poco por su cuerpo, deteniéndome en su ombligo y jugando con mi lengua con un pequeño diamante que lo cubría, dando pequeños estirones, mientras mi dedo seguía sus movimientos rotatorios y mi pulgar masajeaba su clítoris.

-          I’m coming- gritó Susan sin poder reprimir su deseo.

Supongo que aquella mañana, alguno de nuestros vecinos se debió despertar con su grito de placer, pero no me importó. La dejé descansar unos segundos mientras besaba su cuello y le hablaba en susurros prometiéndole la continuación que iba a dejar pequeño el preludio.

Entonces le quité su última defensa y mis labios empezaron a subir entre sus muslos, mientras mis manos iban separándolos poco a poco, ganado espacio para mi batalla final. Y llegué hasta sus labios y mi lengua los fue separando, notando la humedad de su pasado orgasmo. Subí un poco más y mis labios se apropiaron de su clítoris, mientras mi lengua lo rodeaba y volví a meter un dedo y luego otro en la profundidad de su vagina sintiendo en mis dedos esa humedad reveladora. Los saqué y los llevé hasta sus labios y al notar su contacto, ella abrió su boca y permitió que entrasen en ella, y nada más probar su sabor ligeramente salado empezó a chuparlos con ansia.

-          Por favor, la necesito. Hazme el amor.

No quería excitarla más, me puse sobre ella y empecé a meter mi pene en una vagina completamente humedecida y que no ofrecía la menor resistencia. Fue un polvo muy clásico, mi pene entraba y salía entre sus labios, deslizándose sin apenas fricción. Al poco tiempo, cogí sus tobillos y los puse sobre mis hombros para con esa postura poder alcanzar su parte más profunda. Notaba como mi pene alcanzaba su cérvix, mientras su respiración se iba haciendo cada vez más agitada. Aproveche la coyuntura para acelerar mi ritmo, al mismo tiempo que sus gemidos empezaban a ser cada vez más ruidosos. Al cabo de un par de minutos de mantener aquel ritmo frenético empecé a sentir que no podría aguantar mucho más y se lo hice saber.

-          Un poco más, cariño. Yo también estoy a punto.

Apenas fui capaz de demorarme unos segundos más, hasta que sentí que se venía y eyaculé en su vagina durante un tiempo que me pareció interminable.

-          Parece que estabas cargado. Eso quiere decir que no ha habido mucho movimiento por España, no? Si no fuera porque te echo tanto de menos, te diría que te puedes ir cada semana si a la vuelta repetimos como hoy.

-          Siento no haber durado mucho, pero ya has visto que iba algo necesitado.

-          No hace falta que te justifiques, cariño. Me lo he pasado muy bien y he tenido dos orgasmos de película. Ya firmaría despertarme cada día así.

Nos duchamos juntos acariciándonos, pasando la esponja por todo su cuerpo mientras nos besábamos como adolescentes desbocados. ¿Era eso el amor? ¿Me había enamorado de Susan? No lo sabía, pero en cualquier caso sino era amor era un sucedáneo muy bien conseguido y sin embargo algo seguía martilleando mi cerebro. Su imagen volvía a aparecer y volvía a sentir emociones confrontadas. Habían pasado tres años y todavía no había podido olvidarla, todavía seguía siendo esclavo de mis recuerdos.

Mientras Susan se vestía y ponía orden en nuestro dormitorio, yo me dirigí a la cocina para empezar a preparar el desayuno. Saqué de la nevera el zumo de naranja y la leche, rellené un par de boles con cereales y preparé unas tostadas. A los pocos minutos apareció Susan vestida, si así puede llamarse, con una escueta camiseta que apenas cubría parte de las braguitas negras que se había puesto. Evidentemente no llevaba sujetador y sus pechos se movían libremente marcando sus pezones un reguero en la tela.

-          Si vas a ir así por casa, no sé si voy a poder contenerme.

-          Ja, ja no seas tonto. Desayunemos y después ya veremos- respondió con voz sugerente.

Durante el desayuno le fui contando todo lo que habíamos hecho durante esos días, omitiendo mi conversación con mi hermana, porque no quería nublar nuestro primer día del año juntos. De todas formas, era consciente que más tarde o más temprano, ésta sería una conversación que no podríamos evitar.

Como la mayoría de familias americanas nos habíamos acostumbrado a tener la televisión encendida mientras comíamos. Se podría decir que era una asidua invitada en todas nuestras comidas. Como casi siempre habíamos puesto la CNN y aunque no oíamos las noticias, pues habíamos quitado el volumen para poder hablar entre nosotros, las imágenes servían para hacerte una idea de lo que estaba pasando por el mundo.

-          Déjame escuchar esta noticia- pedí a Susan mientras subía el volumen con el mando a distancia.

En la pantalla aparecía un reportero de la cadena que informaba desde Pequín. Por lo que parecía en una región central de China había aparecido una nueva cepa de un virus altamente contagioso y que al parecer se había extendido rápidamente.

-          Bueno pues ya tenemos otro caso más de gripe asiática. Las farmacéuticas darán saltos de alegría- comentó Susan al acabar la noticia- La semana pasada leí un artículo sobre ese nuevo virus y la enfermedad que genera en el Times del domingo. No parecía especialmente preocupante. Hay varias cepas de gripe con un grado de mortalidad significativamente más alto que esta. Quizás lo único preocupante pueda ser su capacidad de contagio.

-          ¿No has visto nada raro en la noticia?

-          Bueno estaban las calles semivacías, pero eso puede ser debido a que es domingo y debía estar grabada a primera hora. En cuanto a las mascarillas, tú sabes que son habituales en muchos países asiáticos.

-          No, no era eso. El cielo…. Estaba completamente despejado. Pequín es una de las ciudades con más tráfico del mundo y por lo tanto una de las más contaminadas, pero en las imágenes no vemos rastro de contaminación. Eso solo es posible si ha habido una drástica disminución del tráfico y para que esto haya pasado quiere decir que el tema debe ser más serio de lo que nos quieren hacer creer.

Me gustaría decir que ya desde ese momento fui capaz de prever la magnitud del problema que se nos venía encima, pero mentiría; aunque si tengo que afirmar que me dejó preocupado y durante los días que siguieron intenté estar al día de todas las noticias que provenían de China.

Sin embargo, por aquel entonces nada hacía pensar que aquella nueva cepa de virus de la gripe sería tan importante en nuestras vidas. Es más, ni se me pasó por la cabeza que aquel minúsculo patógeno iba a poner la vida cotidiana de todo el mundo patas arriba.

Aquella noche,soñé con ella...