Anna X
Acompañadme en busca de la respuesta a la última de las preguntas "¿y después qué?
“Palpé el sobre y me di cuenta que en cualquier caso había algo más que una nota, y lo abrí y extraje las fotografías y en ese mismo momento comprendí sin ningún género de dudas que mi mundo se había venido abajo, que mis peores temores se habían hecho realidad. Y entendí su mensaje, porque no hacía falta nada más. Era su manera de decirme que todo había acabado, que el único hombre que de verdad me había amado y al que yo siempre he amado, había muerto para mí.
Y entonces lloré, extendí mi cuerpo sobre su lado de la cama y dejé que todas aquellas lágrimas que llevaba reprimiendo toda la mañana, mojaran la colcha que todavía me remitía los restos de su aroma. Y así fue como me encontraron mis padres cuando trajeron a mis hijas unas horas después; sin ni tan siquiera haber recuperado la capacidad para poder explicarles lo que había pasado; supongo que las fotografías desparramadas por el suelo, les ofrecieron el relato de todo lo que había sucedido esa noche.”
Octubre 2016, Albert, unos días después.
Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez, Madrid Barajas
El vuelo va a salir con retraso. Es como si el destino se hubiese confabulado en mi contra y se riera de mi decisión de empezar una nueva vida y poner un océano entre medio.
Observó a la gente. Me preguntó cuántos de ellos estarán a punto de iniciar un viaje turístico, cuántos viajarán por negocios y cuántos como yo buscarán un nuevo futuro o simplemente escapar de su pasado.
La niña que está sentada delante de mí no deja de mirarme con curiosidad, con esa desvergüenza que solo a los niños les está permitida. Me recuerda a Nuria y Montse, mis princesitas, a las que no sé cuándo volveré a ver, cuando volveré a apretar sus manitas para que no tengan miedo por la noche. Me he convertido por propia decisión en un paria, lo he abandonado todo, porque ya no podía soportar más ese dolor que se ha enquistado en mi pecho, esa opresión que no me deja respirar y que ha convertido mis noches en una sucesión de duermevelas de las que terminó despertando invariablemente con lágrimas en los ojos. Mi padre decía que los hombres no lloran, pero se equivocaba porque cuando sientes que todo ha acabado, que tu vida ya no tiene sentido, las lágrimas son el último recurso que te queda.
Todo empezó o acabó, la verdad es que se me hace difícil distinguirlo aquella noche en que me tuve que enfrentar a la verdad que llevaba meses carcomiéndome en mi interior. Anna me engañaba, tenía una aventura con su jefe en el trabajo (¡Qué tristemente tópico!) Yo que siempre había creído que nuestro amor era eterno y estaba por encima de todas las cosas mundanas, me veía expulsado de repente de mi jardín del Edén, para ir a parar a un lodazal del que no sabía si podría salir, a decir verdad, ni tan siquiera sabía si quería salir.
“Pues según consta en su ficha, está usted muerto”. Todavía recordaba las palabras de aquella inspectora con ese acento tan característico de las Islas afortunadas. Sí, claro que estaba muerto, el problema era que todavía no me había dado cuenta. Mis sentidos todavía embotados por los efectos del alcohol al que no estaba acostumbrado, me proporcionaban una sensación de falsa euforia que me mantenía en un estado de seminconsciencia.
Recuerdo haber llegado a casa, vagar por las habitaciones y por fin, tras asumir lo que había pasado, rellenar un par de maletas y abandonar el que había sido mi hogar para siempre. Después me dirigí a un hotel, cercano a mi trabajo, donde al poco de entrar en la habitación caí rendido sobre la cama. Desperté a la mañana siguiente tras 14 0 15 horas de sueño, interrumpido por pesadillas, por imágenes que no me dejaban descansar. Al mirar el teléfono, comprobé que tenía una buena colección de mensajes, llamadas perdidas y WhatsApps, la mayoría de ellos con el nombre de ella. Después de una ducha rápida, abandoné el hotel y me dirigí a una tienda de telefonía donde adquirí una tarjeta nueva y me pasé medía mañana, copiando de la agenda algunos números que no quería perder. Me di cuenta que apenas rescaté unos pocos números y al acabar cambié la sim y arrojé la vieja a un contenedor de basura. En ese momento me pareció un ejercicio de justicia poética.
Aquella tarde hice dos llamadas. La primera de ellas a mi jefe al que le remití mi decisión de abandonar el trabajo y le pedí que arreglara los papeles con la mayor brevedad posible. No pude obviar un completo cuestionario que incluyó la información de que mi mujer había llamado a la clínica preguntando por mí; pero mi negativa a entrar en detalles, a mantenerme firme en lo que ya había decidido acabaron por vencer su resistencia , entendió que la situación no tenía marcha atrás y que debía respetar mis decisiones. La verdad es que resultó una conversación dura. Durante los últimos meses habíamos ido ganando confianza y habíamos adquirido un grado de amistad y familiaridad que me hacía sentir completamente integrado en mi trabajo.
Después llamé a mi hermana. Ella siempre había sido mi pilar, mi pañuelo de lágrimas, la persona que más me cuidó en mi infancia y la que siempre estuvo a mi lado. La necesitaba, necesitaba que ella se ocupase de todo, porque yo no creía tener fuerza para acometer solo todo lo que iba a pasar los siguientes días. No hablamos mucho, apenas diez minutos, para pedirme que mañana por la mañana a primera hora la fuera a buscar al aeropuerto y que ya hablaríamos con más calma y sobre todo que no me precipitase, que no hiciese nada que pudiera lamentar más tarde.
Allí me encontraba al día siguiente, después de ducharme, afeitarme y adquirir una cierta apariencia de normalidad pues no quería asustar a mi hermana, por lo menos no hacerlo antes de tiempo; porque lo cierto es que a pesar de haber estado repasando durante buena parte de la noche lo que iba a decirle, todavía no había resuelto qué partes quería explicar y qué partes prefería que permanecieran ocultas.
Nos fundimos en un abrazo nada más vernos que me reconfortó, me recordó que todavía había personas que me querían y de las que no podía simplemente desaparecer. Tomamos un taxi y nos dirigimos a almorzar sin entrar de lleno en la conversación que teníamos pendiente, como si de alguna manera ambos quisiéramos retrasarla lo más posible, pues ambos sabíamos que las decisiones que de ella surgieran iban a afectar profundamente muchas vidas y que después de ello, ya no seríamos los mismos.
Tras pedir un par de cafés expreso ya no pudimos dilatarlo más.
- Me voy a divorciar de Anna. Quiero que prepares los papeles y que te pongas en contacto con ella. Necesito que todo se desarrolle lo más rápidamente posible. Cuando acabe me marcharé a New York, donde he conseguido un nuevo trabajo.
Lo solté todo de un tirón, en esas pocas palabras se resumía mi futuro en ese momento. Mi hermana puso una cara de incredulidad inconfundible. Abrió los ojos exageradamente y durante unos segundos se quedó sin saber qué decir, ella que desde pequeña siempre habían tenido que hacer callar, porque parecía una máquina parlante, ahora se había quedado sin palabras..
- No puedes hacerlo. Os queréis, tenéis dos niñas preciosas que os necesitan. Tiene que haber otra solución. Explícame que ha pasado, cómo has llegado a tomar esa decisión. Sabes que ella es el amor de tu vida.
- Era. Me engaña, tiene un amante con el que ha mantenido relaciones regularmente durante los últimos meses.
- No creo que Anna haya hecho eso, ¿has hablado con ella? ¿Qué te ha dicho?
- Hace tiempo que no hablamos, solo compartimos partes domésticos; pero encargué una investigación a una oficina de detectives y me consiguieron las pruebas inequívocas de que realmente estaba sucediendo. Tenía fotos, fotocopias de facturas de hotel. No hay margen de error.
- ¿Quieres que hable con ella? Hay que dejar que se explique, tiene que haber una explicación.
- No, no quiero que intervengas, solo quiero tu ayuda profesional, pero si no te ves dispuesta a ofrecérmela, contrataré a otro abogado.
- ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Quieres que hunda tu vida y la de tu familia, ¿no te das cuenta que paso por estas situaciones prácticamente a diario y solo conllevan un pozo de dolor para todos? Tienes que intentar arreglarlo, no puedes dejar simplemente que tu vida se escurra por el inodoro. Tú no eres así.
- No puedo, Gemma. He buscado en mi interior, pero no me queda nada; solo una ira que hasta a mí mismo me asusta. El Albert que tu conocías ha muerto. Tengo que irme, no solo por mí, también por ella, por mis hijas. ¡Ojalá viese otra posibilidad!
Aquella tarde, volvimos al hotel y durante la tarde; estuvimos discutiendo el convenio regulador que marcaría la separación. Esencialmente le cedía la custodia de mis hijas, así como la vivienda conyugal y una paga compensatoria; a cambio me aseguraba la disponibilidad de poder estar con mis hijas en dos periodos anuales de un máximo de un mes. Mi hermana no parecía convencida en ningún momento; pero poco a poco quedó clara mi determinación y cuando comprendió que era imposible hacerme cambiar de opinión, se puso a redactar los documentos: tampoco estuvo muy de acuerdo en los términos que elegí para poner fin a nuestro matrimonio, pero cansada supongo de discutir conmigo fue cediendo a todas mis demandas y cumplimentando su trabajo. Apenas tres horas después mi vida, se resumía en unas pocas páginas que una vez firmadas por los dos, harían que nuestros caminos se separasen. Es curioso pensé que tardase casi ocho años en tener una oportunidad para tener una cita con ella y ahora en apenas unas horas, podíamos poner punto y final a nuestra vida en común.
A la mañana siguiente cuando nos despedimos antes de que ella fuera a imprimir los documentos y pasase por nuestra casa para pedirle a Anna que los firmara, solo le pedí una cosa.
- No quiero hablar con ella, no quiero que me llame, no quiero oír su voz. No puedo, Gemma. No sé lo que sería capaz de decir o hacer, no quiero que ella tenga un último recuerdo de mí así. ¿Lo entiendes?
- Estoy superada por todo lo que me has contado, pero tengo que respetar tu voluntad. De la misma manera te digo, que ellas para mi siguen siendo parte de mi familia y siempre lo seguirán siendo.
- No te preocupes, no esperaba menos de ti.
- ¿Qué harás esta mañana?
- Voy a acercarme a la clínica: Intentaré solucionar mi baja laboral.
- ¿Quieres que te ayude en eso, también?
- No, no es necesario, trabajamos con un bufete de abogados que ya habrán preparado toda la documentación. Te necesito con ella, eso es todo. Intenta que todo vaya lo más rápido posible.
- Después me pasaré por los juzgados y haré un par de llamadas para agilizar trámites, veré qué puedo hacer. Nos veremos esta tarde.
Por mi parte estuve toda la mañana firmando papeles y gestionando otros nuevos, como el pasaporte que tenía caducado y que me obligaba a su renovación. Por lo que parece, en nuestro mundo, no es tan fácil eso de irse y desaparecer.
Por la tarde volvió Gemma. En su cara llevaba impresas las marcas de la tarea que le había obligado a aceptar. Apenas me dirigió la palabra, se retiró a su habitación tras anunciarme que Anna ya había firmado los papeles. Más tarde en la cena, discutimos.
- Deberías hablar con ella. No te pido que la perdones, solo que la escuches. Está mal, está muy mal. No sé lo que ha pasado, pero Anna no está bien. No puedes irte sin más.
- Ya lo hemos hablado. Ahora mismo lo mejor que puedo hacer es desaparecer. No me veo capaz de hacer nada más. No puedo escucharla, no puedo verla, no quiero verla nunca más.
- No sé qué ha pasado exactamente, ni porqué lo ha hecho; pero si algo tengo claro es que ella sigue queriéndote.
- Ya ha pasado el tiempo del amor. Anna me ha defraudado, me ha traicionado. Ya no puedo confiar en ella, solo quiero que desaparezca de mi vida, solo quiero olvidarla.
- Te estás equivocando, hermano, huir no es una opción. Puedo entenderte, pero…
- No, no puedes entenderme, si lo hicieras no me cuestionarías. La he querido siempre, con toda mi alma, con todo mi ser. Siempre fue ella. Precisamente por eso, tengo que poner punto y final a esta historia.
Al final, conseguí que Gemma sin compartir mis decisiones, al menos las respetara. Y sí fue eficiente en su trabajo, consiguió una vista en pocos días donde ambos aceptamos las condiciones pactadas. Incluso ella misma impidió que Anna se acercase a mi aquella mañana en la que coincidimos en los juzgados, en la que al acabar me escabullí, incapaz de cruzar ni un simple saludo con Anna. Escapé como un malhechor, como si hubiera sido yo el malo de la película, sin tan siquiera atreverme a mirarla a la cara; porque en el fondo sabía que seguía amándola, que por mucho que lo intentara, ella siempre había sido y será el amor de mi vida.
Ayer pasé por el colegio de mis hijas, las vi en el patio mientras jugaban con sus compañeras. Lo hice a escondidas, no quería que me viesen por no darles unas explicaciones de las que no me sentía capaz. Se me partió el alma o lo que quedaba de ella. Ya estaba preparado para irme.
Gemma me ha acompañado al aeropuerto esta mañana, la he visto hacer un esfuerzo titánico para no llorar. En el fondo, sé que no comparte mi decisión, que únicamente ha estado a mi lado porque soy su hermano y me ha protegido durante toda la vida. Sé que no me comprende, que nadie me comprende; pero desde lo más intimo de mi ser tengo la certeza absoluta que esto era lo único que podía hacer. Al despedirnos, me ha entregado una vieja libreta. En ella escribí durante muchos años mi diario hasta que abandoné el hogar familiar y me fui a estudiar. Ella lo ha guardado durante todos estos años como si de un tesoro se tratase.
- Léelo, quizás te encuentres a ti mismo otra vez.
Lo abro al azar por una de las últimas paginas y empiezo a leer para intentar hacer más amena la espera.
“Ayer tuve visita con el cardiólogo. Buenas noticias, mi malformación de la válvula Mitral apenas aparece en la resonancia. Puedo hacer una vida normal, incluso puedo hacer deporte. Simplemente tengo que tener en cuenta una serie de precauciones. Sin embargo, mi corazón ha sufrido un duro golpe esta mañana. Por fin he reunido el valor para pedirle a Anna una cita, y a pesar de las advertencias de mis amigos lo he hecho y me ha rechazado. Más tarde la he visto irse con dos chicos mayores en moto. ¿En qué estaría pensando? Las chicas como ella no se fijan en chicos como yo. Tengo que empezar a olvidarla.”
Y en eso estaba, veinte años después, intentando borrarla de mi mente, renegando de mis recuerdos; mientras volaba a otro continente esperando que no me persiguiese su imagen, porque en el fondo sabía que no me iba a ninguna parte; simplemente estaba huyendo.
En ese preciso momento, se anunció el embarque para los pasajeros de mi vuelo a Nueva York. Me levanté y me dirigí hacia mi puerta de embarque y cuando pasé al lado de una de las papeleras, arrojé mi diario, porque no quería ser nunca más esclavo de mi pasado.