Anna VII
La noche donde se abrieron las puertas del Averno
Capítulo 7
Revisé de nuevo el móvil, no había ninguna llamada ni ningún mensaje. Dudé en llamar a casa de mis padres y darles la noticia; pero preferí que pudieran dormir un rato más: Si algo tenía claro es que se aproximaban días duros y que íbamos a necesitar de toda nuestra determinación para salir adelante. Al entrar en el Whatsapp volví a ver la cara sonriente de Manuel en los chats, ahora me parecía premonitoria de todo lo que pasó en aquel maldito mes de Diciembre…
Anna, Diciembre de 2015
- ¿Has acabado? Al final llegaremos tarde.
Estaba acabando de arreglarme, lo hacía sin prisas. La verdad es que no me hacía ninguna ilusión tener que ir a la cena de empresa de mi marido. Eran especialmente aburridas y solo hablaban de temas de trabajo por lo que mi participación se limitaba a la de mera comparsa, a asentir a todo y a repartir sonrisas a diestro y siniestro. Este año me había planteado muy seriamente no asistir a la cena, pues la situación entre Albert y yo estaba bastante tensa. Salíamos de una discusión muy agria donde había llegado a plantearle si tenía un amante. Albert se limitó a decir que estaba loca e irse a dormir, dejándome en el salón alimentando mis dudas.
Salí de la habitación y me dirigí a hablar con Julia, nuestra canguro, para darle las últimas instrucciones. Mis padres estaban de viaje y había tenido que recurrir a la hija de una compañera de trabajo para que cuidara a nuestras hijas.
- Date prisa. Son casi las nueve y la cena empieza a las nueve y media.
- Pues ¡Qué pena! Seguro que nos perdemos lo mejor de la velada. ¡Ah ,no que lo mejor de la velada es cuando acaba! – respondí con ironía
Albert me miró con mala cara, pero evitó responder a mi comentario; supongo que para evitar la enésima discusión que amenazara mi presencia en la cena aquella noche.
Al final, tuvimos suerte con los semáforos y conseguimos llegar a tiempo al restaurante donde se celebraba. La mayoría de compañeros de mi marido ya estaban en el vestíbulo donde habían servido un cóctel para animar la espera. Entramos y tras dejar nuestros abrigos en la consigna que había en recepción , pasamos a ejecutar el ritual de saludos, risas y felicitaciones para las próximas fiestas. Este año había bastantes personas nuevas que no conocía, porque la clínica había abierto una nueva ala ese mismo verano y habían tenido que contratar nuevo personal. Ésta había sido una de las razones del incremento de trabajo que había tenido mi marido, alguien había tenido la feliz idea de hacerle responsable de la contratación y puesta en marcha del edificio anexo.
Aproveché la coyuntura para ir a los lavabos y comprobar si mi maquillaje continuaba en su sitio y una vez dentro he de reconocer que me demoré más de lo deseable; digamos que tampoco se me había perdido nada allí fuera y dudaba que me echaran a faltar. Recuerdo que pensé que iba a ser una noche difícil, pero lo cierto era que ni en mis peores pesadillas podía prever como acabaría esa noche y sobre todo las consecuencias que de allí se derivaron.
Al volver al vestíbulo vi a mi marido charlando animadamente con una chica que no conocía. Era una mujer joven, 25 o 26 años le echaría así de primeras, de pelo rubio y ojos azules; una auténtica barbie que además vestía un vestido que sin ser demasiado provocativo si que era suficientemente sugerente para que cualquiera entreviera lo que iba por debajo y a fuerza de ser sincera, había de reconocer que a pesar de ser algo bajita, todo lo demás lo tenía en su sitio y en abundancia.
Los estuve observando unos minutos mientras me desplazaba erráticamente por el salón, saludando a algunos conocidos que no me importaban lo más mínimo. Albert hablaba animadamente, su cara aparecía relajada; había abandonado ese semblante serio y tenso que había lucido en casa durante los últimos meses. Ella reía a cada momento, como si más que hablar con mi marido, estuviera en un show del club de la comedía. Tampoco pude dejar de observar como un par de veces sujetó a mi marido por el antebrazo, unas confianzas que encontré fuera de lugar; sobre todo teniendo en cuenta que su mujer se encontraba en la misma sala.
- Ven, cariño. Te presento a Cristina, ya te había hablado de ella. Será la persona que me va a acabar de ayudar a organizar la nueva sala del hospital. Esta especializada en gestión hospitalaria y aunque te pueda parecer muy joven , la verdad es que está muy preparada para su edad. Cristina; está es mi mujer, Anna.
Bueno eso de que estaba muy bien preparada para su edad ya lo empezaba a tener claro, es más teniendo en cuenta las miradas y risitas que le dedicaba a mi marido, me atrevería a decir que estaba más que preparada. Refrenando mi instinto inicial de tirarle del pelo hasta arrancárselo y sacarle los ojos, le dediqué una de mis mejores sonrisas mientras nos dábamos un par de besos en nuestras mejillas, con la vana esperanza que al menos le corriera el maquillaje.
- ¿ Y hace mucho qué os conocéis?
- Empecé a trabajar este verano a media jornada, sobre todo para organizar los turnos de trabajo de la nueva ala; pero hace un par de meses, gracias a tu marido, me han hecho un nuevo contrato a jornada completa y no paro de hacer horas.
¡Pues qué bien! Por fin había averiguado con quien pasaba mi marido la mayoría de su tiempo cuando no estaba en casa. Mis luces de alarma se activaron al momento, las sirenas empezaron a sonar: los tiempos coincidían.
En ese preciso instante, nos avisaron de que ya podíamos pasar al comedor donde aparecían dispuestas unas 10 mesas rectangulares, preparadas para doce comensales cada una de ellas y que contaban con tarjetas con nuestros nombres. Habían dispuesto a las parejas para que se sentaran en el lado opuesto de la mesa, quedando así uno enfrente del otro y como no podía ser menos Cristina le tocó sentarse a la derecha de mi marido. La noche prometía.
Yo no tuve mucha suerte, a mis flancos dos doctores entrados en años se prepararon para gozar de mi compañía durante la cena. A Javier, lo conocía. Era un amigo de mi marido que se había divorciado hacía un par de años, lo cual después de aguantarle toda la noche no pude más que reconocer lo afortunada que había sido su exmujer librándose de él. A mi derecha Ramón, un médico nuevo y afortunadamente algo más comunicativo, estuvo toda la cena haciendo atentos esfuerzos por tratar de distraerme y que se me quitara esa cara de manzanas agrías que llevaba ofreciendo desde que entramos.
Peo el verdadero espectáculo estaba delante de mí. Cristina con esa despreocupación y egoísmo propia de la juventud atraía constantemente la atención de sus parejas de asiento que para mi desgracia uno de ellos era mi marido. Durante toda la cena asistí a un festival de risas, sonrisas y leves toques en la mano que me sacaban de quicio, mientras iba vaciando las copas de vino que Ramón inconscientemente rellenaba.
Al acabar los postres, la sesión se relajó. La gente empezó a levantarse y a cambiar sus asientos. Mi marido fue al lavabo y ese fue el momento que aprovechó Cristina para sentarse a mi lado, ya que Javier parecía haberse ido a otra mesa a ver si tenía más suerte.
- No sabes lo que me alegra haberte conocido. Tu marido no deja de hablar de ti.
Teniendo en cuenta como iban las cosas por casa últimamente no sé cómo tuve valor de preguntarlo.
- Ah, sí ¿Y qué cuenta?
- Pues lo enamorado que está de ti, lo mucho que os queréis y lo feliz que ha sido en su matrimonio. ¡Ojalá yo encuentre una persona como tu marido para compartir mi vida!
Lo que me hacía dudar es que el “como” sobrara y fuera precisamente Albert el que estaba en sus preferencias de futuro.
- Pues no me lo imagino en su despacho compartiendo intimidades matrimoniales contigo - le lancé para que no se hiciera la idea de que era tonta.
- ¡No, no que va! Albert es de lo más profesional en el trabajo. Todo esto me lo contó cuando fuimos al Simposio sobre organización hospitalaria el mes pasado en Barcelona. Cenamos juntos las dos noches y después me invitó a tomar una copa en el mismo bar del hotel.
Vaya, el mismo simposio al que me ofrecí a acompañarle para poder saludar a mis amistades de Barcelona que hacía años que no veía y al que me había convencido de que no fuera, porque estaría ocupado todo el día y no podría estar por mí. Ahora lo entendía todo mejor. ¡Qué ciega había estado!
La gente empezaba a abandonar el restaurante, a fin de cuentas el día siguiente era jueves y la gran mayoría trabajábamos; así que cuando volvió Albert le pedí que nos fuéramos a casa a lo que no puso ningún impedimento. Estuvimos unos minutos más, despidiéndonos de sus compañeros y “especialmente” de Cristina que según dijo se quedaba un rato más; porque para un día que salía…
La vuelta a casa fue en el más riguroso silencio, que interrumpió Albert poniendo música en el coche; cosa que sabe que no me gusta, siempre he preferido que hablemos; pero al parecer ese día no estaba demasiado interesado en abrir un diálogo.
Al llegar a casa; pedimos un taxi para Julia y Albert la acompañó hasta que se subió en él. Por mi parte me encerré en el lavabo y empecé a desmaquillarme, en ese momento oí como se cerraba la puerta y los pasos de Albert subiendo la escalera. Me encontraba algo mareada, las copas de vino, teniendo en cuenta que apenas bebo me estaban afectando; aunque no acababa de decidirme a qué se debía ese malestar general que se había instalado por todo mi cuerpo y mi mente. Al acabar, subí las escaleras y entré en la habitación. Albert estaba ya metido en la cama, medio incorporado y repasando el móvil que había tenido en silencio durante toda la velada.
- ¿Te lo has pasado bien, cariño?
Durante unos instantes, analicé la frase, el tono para ver si detectaba una ironía secreta en la pregunta; pero no me lo pareció.
- Ha sido maravilloso. Es una pena que solo os reunáis una vez al año, esto habría que repetirlo mucho más a menudo – respondí asegurándome por mi tono sí pudiese captar mi comentario irónico.
- Ya sabes que son mis compañeros, es un compromiso que no puedo evitar.
- Sí ya he visto tus ganas de evitarla – respondí mientras entraba yo también en la cama
Albert quedó unos segundos en silencio, como sopesando la posibilidad de entrar a saco o plantearse un repliegue defensivo.
- ¿Qué estás queriendo decir exactamente?
- Nada que me ha sorprendido que no me hayas hablado de tu “amiga”
- Cristina no es mi amiga; es mi compañera de trabajo con la que comparto las tareas de organización y dirección del hospital. Y para que lo sepas es una persona muy bien preparada y eficiente. Anda ven aquí tonta, no te montes más películas.
Intentó abrazarme y llevarme hasta él, pero me zafé bruscamente y me di la vuelta. Albert se giró hacia mí y empezó a besar mi cuello. Ese fue el momento que escogí para estallar.
- Mira, Albert si vas caliente, le dices a esa putita que te lo arregle, pero de mí, olvídate.
- ¿Qué estás insinuando?
- ¿Insinuando, dices? ¿ Con quién fuiste a Barcelona el mes pasado? Ahora entiendo porqué no querías que te acompañara
Albert volvió a quedarse otra vez en silencio, como sopesando sus opciones.
- Fui con ella, pero no pasó absolutamente nada entre nosotros, Era un fin de semana de trabajo, nada más.
- ¿Y entonces por qué no me dijiste que ibas con ella? ¿Por qué no me dijiste que cada noche cenabas con ella y luego la invitabas a una copa?
- Precisamente por esto; porque no quería que hicieras una montaña de un grano de arena; porque llevamos meses de reproches y discusiones tontas y no quería tirar más leña al fuego.
- Eres un cabrón, te estás tirando a la puta esa y encima quieres justificarte conmigo.
- ¡Retira eso inmediatamente! – exigió Albert casi gritando con un tono que denotaba su enfado.
- Ni lo sueñes, pero que sepas que tonta no soy: si eso es lo que quieres, eso es lo que tendrás.
No sé porqué dije eso, no lo pensaba de verdad; pero la rabia se había adueñado de mí y lo único que deseaba en aquel momento era hacerle daño, que pasara por lo que yo había pasado esta noche, por lo que estaba pasando cada día.
Albert se quedó sorprendido, supongo que nunca pudo imaginarse una respuesta así por parte mía. Pude observar su cara de incredulidad y decepción mientras cogía su almohada y me hacía saber que se iba a dormir al cuarto de invitados.
Estuve horas dando vueltas en la cama aquella noche. Era la primera vez que le insultaba, la primera vez que me abandonaba y se iba a dormir a otra cama. ¿Estaría equivocada y me estaba montando yo misma una película? No sé, los indicios apuntaban a algo extraño, algo debía haber pasado para que Albert hubiese cambiado tanto, para que nuestra vida hubiera entrado en una espiral de autodestrucción.
Acompañada por todas aquellas preguntas, por todas aquellas dudas y por unas lágrimas que pugnaban por escapar de mis ojos, conseguí dormir o maldormir mejor dicho porque al día siguiente al oír el despertador me levanté como si unas manadas de búfalos se hubieran estado paseando por todo mi cuerpo. Escuche el ruido de la ducha, prueba de que Albert se había levantado antes y se aprestaba a despertar a las niñas y preparar nuestro desayuno como hacia todas las mañanas. Todavía tenía la mente embotada, producto del alcohol que había tomado.
En ese momento cuando me decidía a abandonar la habitación y darme una ducha en el aseo de abajo, sonó un pitido en el móvil de Albert. Era una entrada de WhatsApp. Era ella. Solo decía: “esta noche me lo he pasado muy bien”. Era suficiente.