Anna VI
Segundo interludio
Capítulo VI Interludio 2
Anna Julio 2017
- ¿Creo que hoy deberíamos hablar de Albert, ¿no te parece? - preguntó la doctora
Claro que deberíamos hablar de Albert, pero cada vez que pensaba en él, sentía aquella opresión en el pecho, aquella tristeza que me embargaba que simplemente me resultaba imposible; pero debía hacerlo, por mis hijas, por mí.
- Nos casamos en Junio del 2006. Fue una ceremonia sencilla con apenas 40 invitados y solo pudimos disponer de 15 días de vacaciones. Empezamos en Atenas de viaje de novios y acabamos en la isla de Mikonos. Pronto tuvimos que volver a Barcelona. Albert tenía que trabajar, cogía guardias para ganar más dinero, pero no importaba: éramos felices. Hacíamos el amor en cualquier sitio y a cualquier hora.
Al año siguiente acabó el MIR y empezó a trabajar como cirujano titulado. Ese mismo verano llegó Nuria, nuestra hija mayor. Queríamos formar una familia numerosa, yo no tuve hermanos y siempre me hubiera gustado tenerlos.
Me paré un momento, me estaba costando respirar. Otra vez la ansiedad se apoderaba de mí cuando traía su recuerdo. Carmen se levantó y sin decirme nada me trajo un vaso de agua. Aproveché para retirar el pelo de mi cara y formar una coleta tras la nuca.
- Me parece que has perdido un pendiente- dijo Carmen al observar que solo llevaba un pendiente.
Me saqué el pendiente y lo sostuve sobre mi palma. El pendiente era de titanio y tenía engarzadas seis pequeñas esmeraldas. Tantos recuerdos.
- Me lo regaló Albert cuando nació Nuria. Ellos dos tienen los ojos verdes ¿Sabes el origen mitológico de las esmeraldas?
- Pues no ,creo que no.
- Aquiles había enfurecido a los dioses por dar muerte a Héctor y estos pidieron su cabeza para equilibrar la balanza, así que enviaron al Dios Apolo para que acabase con el más valiente de los guerreros aqueos. Una flecha atravesó su talón, su única parte vulnerable y al caer del carro, se desnucó. Atenea, la virgen guerrera que le protegía lloró su perdida y cuando aquellas lágrimas salieron de sus ojos verdes y cayeron en tierra, se formaron las esmeraldas.
- ¿Y qué pasó con el otro pendiente?
- Lo perdí, Carmen. Lo perdí la misma noche que perdí mi vida, la noche que se fue.
Un denso silencio se volvió a instalar en el despacho, la Doctora Ribas claramente estaba pensando como continuar la conversación. Al final, optó por desviar el tema.
- ¿Cómo se lo han tomado las niñas?
- Al principio fue muy duro, solo preguntaban por su padre y yo no sabía que decirles, algunas noches las dejaba solas y me iba a llorar a la habitación, creía que no lo resistiría; pero ellas poco a poco, han ido aceptando la nueva situación; aunque en realidad no comprenden nada.
- Pero verán poco a su padre…
- En realidad, no. Les regalo un portátil y cada día mantienen una videoconferencia por Skype. De alguna manera ahora le ven más que los meses anteriores a nuestra separación.
- ¿ Qué pasó aquel día cuando volviste a casa?
- Lo llamé miles de veces, le mandé mensajes y WhatsApps ; solo pidiéndole que se pusiera en contacto conmigo, que me dijera que estaba bien. Comprendía que no quisiera hablar conmigo; pero no podía desaparecer así, sin más. Al tercer día, por la tarde llamaron a la puerta. Creía que era él, así que no te imaginas la sorpresa que me llevé al abrir la puerta y encontrarme a mi cuñada Gemma, que vivía en Barcelona, con un semblante serio y con una cartera de mano.
Gemma es abogada. Albert la llamó el mismo día y le pidió que le ayudara a preparar el divorcio. Gemma pidió unos días de vacaciones en el trabajo y se trasladó a Madrid. En principio para tratar de convencer a Albert que lo que estaba haciendo era una tontería, hasta convencerse ella de que cualquier argumento que le daba caía en saco roto, que no había nada que hacer. Siguiendo sus directrices, Gemma preparó un acuerdo de divorcio de mutuo acuerdo. Tal como me explicó las condiciones eran muy ventajosas para mí: me cedía la casa, las niñas vivirían conmigo hasta su mayoría de edad; aunque se reservaba dos periodos al año para estar con ellas y me otorgaba una más que generosa pensión para la manutención de las niñas. Me preguntó si quería visitar a otro abogado por mi cuenta; aunque me advirtió que las condiciones eran en extremo generosas y que ella las había redactado en contra de su criterio. No hizo falta, allí mismo le firmé los papeles y solo le pedí que me dejara hablar con él, solo unos minutos; pero se negó. Las instrucciones de Albert en este sentido habían sido tajantes: no quería volver a hablar conmigo.
La acompañé a la puerta y antes de salir, me abrazó y me dijo: “Pero, ¿qué has hecho, Anna?, me dio un beso en la frente y se fue. Y yo me quedé con la puerta abierta; pensando que ahora sí todo había acabado y había sido por mi culpa. No sé, creo que hasta ese momento me negaba a admitir que todo había finalizado, mantenía una mínima esperanza de que tal vez me perdonara.
- ¿Lo volviste a ver?
- Sí claro, coincidimos en el juzgado unos días después para formalizar el divorcio. Estaba muy delgado y no hacía buena cara; bueno supongo que yo tampoco. Intenté ir hacia él, hablarle, pero Gemma me sujetó del brazo y me pidió que no lo hiciera, que respetara su voluntad. Ésa fue la última vez que le vi; porque al salir de la sala, desapareció en un instante y ni tan siquiera tuve la oportunidad de despedirme.
Sí lo hice de Gemma, que me pidió que contara con ella para lo que fuera, que no estaba dispuesta a renunciar a sus sobrinas y que las visitaría tanto como pudiese y así lo ha hecho. Un mes o así más tarde nos visitó por primera vez, y pasó un fin de semana con nosotras; aunque no quiso de ninguna de las maneras quedarse a dormir en mi casa. Fue entonces cuando les trajo el ordenador a las niñas y me informó que Albert se había ido hacía ya una semana.
- ¿Sabes algo más de él?
- No hemos vuelto a hablar. Todo lo que sé es por Gemma o por las niñas. Se fue a Estados Unidos. Llevaba años recibiendo ofertas de Mount Sinai, pero no había querido tenerlas nunca en cuenta; por no obligar a su familia a un traslado. Supongo que después de lo que pasó, surgió la oportunidad y se trasladó a Nueva York.
- ¿Qué pasó?
Sí esa era la pregunta. ¿Qué pasó? ¿Por qué?¿Cuántas veces se lo había preguntado ella misma en las largas y solitarios noches de insomnio de los últimos meses?¿ Cuándo había empezado todo realmente?
- Todo empezó hace 4 años, cinco años después de que naciera Montse,nuestra hija pequeña. Estuve unos años trabajando a media jornada para cuidar de mis hijas y me estanqué en el trabajo, vi claramente que no tenía futuro y la agencia empezó a menguar. Las campañas nacionales e internacionales se diseñaban en Madrid y aquí simplemente recibíamos migajas o contratos muy locales. Entonces surgió la posibilidad de trasladarme a la central con unas condiciones muy ventajosas. Lo hablamos durante unos días y al final Albert decidió apoyarme y que nos fuéramos todos a Madrid. Él pidió una excedencia y consiguió trabajo en una de las mejores clínicas privadas de la capital, supongo que su curriculum le abría todas las puertas. Los primeros meses fueron muy duros para todos: mudanza, colegio nuevo, nuevos vecinos; pero lo superamos; seguíamos enamorados y nuestro amor podía con todo.
Volvía a sentir que me faltaba el aire, que no podía continuar, no quería recordar; porque era muy doloroso; pero sabía que debía salir de ese pozo, por mis hijas.
- Debes liberarte, Anna. Tienes que afrontar todo lo que pasó. Necesitas asumirlo, comprenderlo para poder seguir tu vida. Te has quedado encallada estos meses, negándote la posibilidad de rehacer tu vida y continuar adelante.
- Todo cambio cuando ascendieron a Albert, le nombraron jefe de cirugía y subdirector de la clínica. Por un lado ello supuso una sustancial mejora económica, pero conllevaba un precio. Albert empezó a trabajar más y más horas. La mayoría de los días se pasaba el día entero en la clínica y apenas veía a sus hijas. Llegaba a casa cansado y nuestra relación empezó a cambiar. Incluso algunos fines de semana tenía que viajar por cuestiones laborales. Había semanas que apenas teníamos tiempo para hablar, nuestras relaciones sexuales también se resintieron. Cada vez lo hacíamos menos y cuando lo hacíamos parecía tener prisa por acabar como si fuera un trámite más. No supe cómo afrontar la nueva situación: No podía decirle nada; porque él se había sacrificado para que yo tuviera una mejor perspectiva laboral y no podía pedirle que renunciara a la suya.
Por aquel entonces empezaron las primeras discusiones. ¿Puedes creerte que hasta entonces jamás habíamos discutido? Al principio eran por cosas nimias y lo arreglábamos rápidamente con un abrazo o simplemente pidiendo perdón; pero poco a poco esas discusiones fueron haciéndose más serias y acababan con uno de los dos que se marchaba de la habitación en la que estábamos en silencio, dejando las espadas en alto. En setiembre murieron los padres de Albert y él se encerró en una burbuja de silencio y dolor, no quiso que lo sufriéramos nosotras, pero eso fue poco a poco consumiéndole.
- Teníais que haber buscado ayuda, quizás un consejero matrimonial os podía haber hecho reflexionar y evitar los conflictos.
- Eso es lo que me dijo mi madre. Mis padres se trasladaron a Madrid dos años antes, ya sabes, para estar cerca de las nietas. Somos su única familia. Al final decidí aguantar en espera de tiempos mejores. Por otra parte, yo me volqué en el trabajo; no sé si para escapar de esa situación que me angustiaba o como consecuencia de Manuel.
Manuel era el director de la agencia, un hombre de unos 45 años perfectamente conservado, pues era un fanático del deporte y de la alimentación equilibrada y con un atractivo fuera de toda duda, lo que denominaríamos un maduro resultón. Él simplemente constituía los grupos de trabajo y nombraba una responsable de grupo: Había tres personas que eran fijas y la dirección de los otros grupos iba rotando según las características del proyecto. Raramente se inmiscuía en el trabajo en grupo; aunque tampoco era inusual del todo que asistiese a alguna reunión. Durante los primeros años no había dirigido ninguna campaña. Sin embargo, en los últimos meses algo había cambiado: había recibido la dirección de mis primeros proyectos y Manuel había pasado de la indiferencia absoluta, a alabar mi trabajo y a colmarme de atenciones que despertaban la envidia de los demás y que a mí me proporcionaban un subidón de autoestima. Empezaba a sentirme valorada, agasajada incluso y esa sensación compensaba mi situación matrimonial. Llegó un momento que estaba más a gusto en el trabajo que en casa.
Conforme pasaba el tiempo seguía siendo el centro de sus atenciones. Me había invitado un par de veces a comer a su restaurante favorito para discutir temas laborales y siempre se había comportado como un caballero. Yo sabía que le gustaba, porque eso las mujeres lo sabemos; porque por mucho que disimulara, de cuando en cuando la mirada se le iba a mis piernas o mi escote; pero jamás me había hecho ninguna insinuación, ni habíamos tocado temas que no fueran estrictamente de trabajo. La única vez que recuerdo que nos salimos del guion fue en una comida en la que me preguntó sobre mi relación matrimonial, pues había notado que ya no venía tan alegre como antes y que mi carácter había cambiado. Con mucho tacto, la verdad es que consiguió enterarse de que la situación entre mi marido y yo no estaba pasando nuestro mejor momento; aunque los consejos que me dio iban en la línea de que intentáramos arreglarlo, porque las veces que nos había visto juntos le habíamos parecido una pareja de enamorados.
Ahora meses después de que todo pasara, me doy cuenta de lo ingenua que fui, de como me dejé enredar en esa telaraña que con tanta paciencia tejió sobre mí y con esto no quiero disculparme; porque jamás me obligó a nada o me amenazó, pero me había convertido sin saberlo en su pieza de caza. Fui yo sola la que lo echó todo a perder.
¿Nunca lo hablaste con tu marido?
Por aquel entonces la comunicación entre los dos se limitaba a lo más esencial. Hablábamos de las niñas y sobre decisiones domésticas que siempre se tienen que tomar; pero nuestro trabajo y nuestra relación parecían temas vetados. Y así continúo todo hasta que llegamos al mes de diciembre, donde todo se fue a la mierda.
¿Quieres que lo dejemos para otro día? Faltan solo unos minutos y tendré que interrumpirte en la parte más importante.
Sí será mejor. Creo que por hoy ya está bien. Nos veremos la semana que viene.