Anna IX

Tercer interludio. Se completa el puzle.

Capitulo 9 Interludio 3

-          ¿Y qué pasó al día siguiente? - preguntó la doctora Ribas.

-          Me desperté tarde, cuando me levanté me di cuenta que estaba sola en casa. No era de extrañar, mi marido muchas veces se llevaba a las niñas, adoraba pasar tiempo con ellas. En la cocina, sobre la mesa encontré una nota donde me hacían saber que habían ido a pasear, que comprarían algo para los postres y que no me preocupara por la comida que ya estaba todo preparado. Ya ves, parecía que nada había cambiado; pero yo sabía que nuestro mundo se iba a hacer pedazos.

Al cabo de un par de horas, escuché la puerta abrirse. Creo que había permanecido las dos horas sin moverme delante de aquella nota, leyéndola una y otra vez como si quisiera convencerme de que todo seguiría igual. Y fue entonces cuando las vi venir corriendo hacia mí, a abrazarme con esas caritas de felicidad cuando me di cuenta de que no tendría el valor para afrontarlo, que tendría que aprender a vivir con mi pecado y que no podía extender la penitencia a los demás.

¿Fui una cobarde? Tal vez, lo único que puedo alegar en mi defensa es que creo que lo hice más por mis hijas, por Albert incluso que por mi misma. En aquel momento me pareció que era la mejor decisión que podía tomar y que era lo mejor para todos.

-          Pero no funcionó…

-          Al principio, parecía que podríamos superarlo, que quedaría como un error y que sería capaz de devolver la normalidad a mi familia siempre que pudiera mantenerlo en secreto, pero todo se complicó…

El lunes, cuando volví al trabajo, estaba aterrada. Mi único objetivo, por así decirlo se centraba en evitar a mi jefe, en no permanecer nunca sola para no darle ocasión de que pudiese acercarse a mí. Y así nos pasamos una semana; sin tener el menor contacto; aunque también es cierto que él no hizo nada por comunicarse conmigo; parecía que no hubiese pasado nada y que todo hubiese sido una pesadilla. A la semana siguiente, me llamó a su despacho.

Había enviado a su secretaría para pedirme que cuando tuviera un momento libre, pasase por su despacho. A partir de ese momento, empecé a encontrarme mal, a sudar; incluso me planteé poner alguna excusa y marcharme a casa; pero no lo podía hacer, tenía que afrontar lo sucedido y dejar las cosas claras. Le explicaría que fue un error y que bajo ninguna circunstancia se iba a volver a repetir, que quería a mi marido a mis hijas y que no estaba dispuesta a poner en peligro a mi familia; vamos lo que viene siendo el paquete de arrepentimiento completo.

-          ¿Cómo fue esa primera toma de contacto?

-          La verdad es que supuso una sorpresa total. Para empezar Manuel no hizo ni la más mínima alusión a aquella noche. Se limito a comunicarme que el presidente y él habían decidido nombrarme jefa de equipo, que tenía un par de días para elegir a sus componentes y que mi primera prueba de fuego iba a ser la campaña publicitaria de una conocida multinacional. Un verdadero caramelo, porque si salía bien, mi carrera profesional podía pasar a otra dimensión. El resto de la conversación trató sobre el aumento de sueldo que conllevaría y otras ventajas adicionales, todo ello desde el más puro profesionalismo.

Salí del despacho con una sensación muy rara. Por un lado, me fijaba en las miradas de mis compañeras  tratando de averiguar si realmente pensaban que ese ascenso se debía a haberme abierto de piernas; pero por otro creía firmemente que merecía esa oportunidad, porque había trabajado duro esos últimos años y me había labrado una reputación entre mis compañeros fuera de toda duda. De alguna manera me molestaba que hubieran coincidido ambas cosas; aunque me seguía diciendo a mí misma que todo era pura casualidad y que no tenía nada que ver una cosa con la otra. Aún y con todo, mis recelos se mantuvieron las primeras semanas, pero en todo ese tiempo no recibí ningún tipo de señal que me hiciese pensar lo contrario.

Poco a poco, las cosas parecían irse arreglando; todo parecía volver a la normalidad; incluso la situación en casa había mejorado. Albert llegaba a casa mucho antes, estaba mucho más atento y las discusiones desaparecieron de un plumazo. Tampoco voy a ser tan ingenua de afirmar que todo se borró tan de repente. Sentía que Albert estaba molesto conmigo y, aunque nunca me reprochó nada, lo cierto es que las heridas que nos infringimos durante aquel mes de diciembre todavía seguían abiertas.

Durante seis semanas trabajamos en el proyecto de la campaña publicitaría. Manuel apenas asistió a un par de reuniones para evaluar como iba el trabajo y para felicitarnos por la calidad del mismo. Durante todo ese tiempo su comportamiento hacia mí fue estrictamente profesional, hasta tal punto que me llegué a plantear que realmente se hubiese olvidado de aquella cena de empresa.

Justo cuando finiquitábamos el proyecto, el presidente nos convocó a una reunión. La empresa que nos había contratado quería hacer una puesta en común con todas las agencias que habían desarrollado su campaña en diversos países y nos conminaban a una reunión de trabajo para hacerlas compatibles que tendría lugar la siguiente semana en Londres. En representación de nuestra agencia iríamos Manuel y yo. Por supuesto no se planteaban inconvenientes a una campaña publicitaría que movería millones de Euros.

-          ¿Te planteaste no ir?

-          Sí, por supuesto; pero eso hubiera significado el final de mi carrera profesional. Si no iba, pasaría a ser la chica de los cafés; aparte de que hubiera sido muy difícil justificar mi ausencia. Por otro lado, el hecho de que Manuel no hubiera intentado nada durante ese tiempo me aportaba una cierta seguridad de que no tenía por qué pasar nada fuera de lo normal. Además, yo ya sabía de que pie cojeaba y esta vez no me iba a coger por sorpresa. Se trataba simplemente de pasar tres días dentro de la más estricta profesionalidad.

Salimos de Madrid a las 6 y media de la tarde y en apenas dos horas aterrizamos en Heathrow, desde donde nos dirigimos a nuestro alojamiento en un céntrico Hotel cerca de Waterloo donde tendría lugar la convención. Llegamos pasadas las diez y aunque el check in resultó de lo más rápido y eficiente, lo cierto es que a esas horas estaba el restaurante cerrado y me tuve que conformar con un sándwich que me subió el servicio de habitaciones y a dormir pues al día siguiente teníamos que estar dispuestos a las ocho de la mañana, por lo que puse la alarma de mi IPhone a las seis y media.

Al día siguiente las delegaciones de ocho países tenían que exponer las líneas maestras de su campaña, para lo que contaban con un máximo de una hora.

Mi turno llegó después del lunch y sinceramente creo que nuestro proyecto les impresionó. Apoyándome en un Powerpoint, que había elaborado nuestro departamento de informática, desgrané durante 40 minutos las líneas maestras de nuestra campaña publicitaria. Llevábamos ideas nuevas, frescas por contraposición a otras agencias que apenas aportaban nada a la línea más clásica.

Las exposiciones acabaron sobre las seis de la tarde y nos retiramos hasta el día siguiente donde se seleccionarían los proyectos y se adjudicarían las tareas. En otras palabras, donde se repartiría el pastel.

Estaba eufórica, nuestra propuesta encabezaba todas las previsiones; nuestro trabajo iba a ser reconocido, valorado por encima de todos los demás. Por fin obtenía el reconocimiento que había estado buscando todos aquellos años. El ver sus caras de aprobación, sus gestos de asentimiento mientras explicaba el proyecto en el que habíamos estado trabajando, me proporcionaba una nueva energía que nunca había probado. Era el néctar del éxito, embriagador que se extendía por todos mis sentidos.

-          …Esta noche?

-          Perdona ¿qué decías? – contesté mientras me giraba y contemplaba los ojos de Manuel fijos en mí.

-          Te preguntaba si me acompañarías a cenar esta noche. Hay un excelente restaurante de comida mediterránea en este mismo hotel. No es cuestión de desaprovecharlo…

-          Sí, claro como quieras.

-          He reservado mesa para las 8, el restaurante está en la primera planta. ¿quedamos allí?

Aquella noche me sentía el centro del mundo, me sentía intocable. Mañana íbamos a firmar un contrato de millones de euros y todo había sido gracias a nuestro excelente trabajo.

Tenía un par de horas que aproveche para visitar el gimnasio y soltar algo de adrenalina, llamar a casa y hablar con las niñas y con mi marido. Quería que él también participase de ese triunfo, quería reconocerle todo lo que había hecho por mí, su fe ciega que en ningún momento sentí desfallecer. Me di una ducha y me apresuré a arreglarme. Escogí un vestido sencillo, pero elegante de color beige. Nada demasiado llamativo y apenas utilice maquillaje, quería dejar claro mediante mi apariencia que de ninguna manera buscaba algo más que una simple cena. Me miré al espejo. Seguía siendo guapa, deseable. Cuando volviese, me propuse reconquistar a mi marido. En aquel momento me sentía capaz de todo.

La cena resultó de lo más agradable. Manuel era un hombre de mundo que sabía envolverte con su conversación, que te adulaba con sutilezas y dotado de un fino sentido del humor. Poco a poco fue venciendo mis pequeñas reticencias iniciales y cuando acabamos de cenar había ganado mi confianza, como si nada hubiera pasado entre nosotros y fuéramos simplemente dos compañeros de trabajo celebrando el éxito de su misión. Al acabar me pidió que le acompañara a tomar una última copa en la terraza de la octava planta desde donde se disfrutaban de unas magnificas vistas de la ciudad de Londres. Como todavía era pronto y me sentía demasiado excitada para meterme en la cama, no puse impedimento alguno y acepté un gin tonic mientras el gran ojo de Londres nos contemplaba. Estuvimos cerca de una hora, charlando. Manuel se empeñó en contarme anécdotas del trabajo que me hicieron reír y me relajaron, hasta que sentí que era el momento de retirarnos y así se lo hice saber.

Bajamos los dos en el ascensor y Manuel me acompañó hasta la puerta de mi habitación, la suya se encontraba al final del pasillo. Se detuvo a mi lado mientras buscaba la tarjeta magnética con la que abrir la puerta.

-          ¿No me vas a invitar a tomar la última? - preguntó al oír el clic de la puerta.

-          No creo que sea apropiado. Ya sabes que estoy casada y no quiero dar pie a malas interpretaciones.

-          Vaya eso no es lo que creo recordar de la última vez que estuvimos en un hotel.

Me quedé lívida, no sabía que decir. Ese último cambio de personalidad me había cogido por sorpresa, parecía que el Manuel educado y encantador se había quedado en la terraza del hotel.

-          Podemos pasarlo bien sin que se entere tu marido. Me has tenido tres meses masturbándome con el par de vídeos que te hice aquella noche.

La luz de peligro se encendió rápidamente en mi cerebro. Manuel no se iba a conformar con una simple negativa.

-          ¿Me estás chantajeando?

-          Ni mucho menos, estos vídeos son para mi uso exclusivo; aunque no creo que a tu marido le gustase mucho ver como mi semen se desparramaba por todo tu culo mientras gritabas como una perra.

-          Así el ascenso, era solo para que me volviera a abrir de piernas.

-          Pues ahora que lo dices has sido francamente desagradecida. Esperaba que me lo hubieras agradecido y no tener que recordártelo. Has sido una chica mala y voy a tener que castigarte.

Con estas palabras abrió la puerta mientras con el otro brazo enlazaba mi cintura y me introducía en la habitación. No podía reaccionar, trataba de buscar una solución, pero no se me ocurría nada: estaba en sus manos, había vuelto a caer como una estúpida. No tenía más remedio que seguirle el juego, quizás se conformaría…

Nada más cerrar la puerta, me empujó contra ella y se sacó la polla semiflácida.

-          Te acuerdas de ella, ¿verdad?

Estaba petrificada, no me podía mover. Él llevó mi mano hacia su pene y empecé a acariciarlo. Tal vez si le tocaba se correría y me dejaría.

-          Arrodíllate y chúpala.

Seguía sin moverme, intentando buscar una solución; una varita mágica que lo resolviera todo y entonces me golpeó, me dio una bofetada que me sacó de mi ensimismamiento.

-          Venga a que esperas.

No sé porqué lo hice, pero sentía que tenía que obedecerle. Me arrodillé y me la llevé a la boca, al principio recorría toda su extensión, ensalivándola tanto como me era posible; hasta que el mismo me la metió en la boca y empezó a meterla hasta llegar a mi garganta y producirme arcadas. Me estaba ahogando, pero ni así era capaz de rebelarme. Me cogió el pelo y haciendo un improvisada cola, me guiaba con su mano, me marcaba el ritmo que él quería, mientras notaba como se iba endureciendo cada vez más.

-          Ya está bien. Ponte de pie que te voy a dar tu ración.

Me bajo los tirantes del vestido y dejó mis senos al aire. Al sentir mi desnudez quise rebelarme, pero estaba atrapada entre la puerta y su cuerpo. Intenté suplicarle, pero mi voz quedó apagada por el gemido de dolor que proferí al sentir como me retorcía uno de mis pezones. Fue un dolor agudo, nítido que me hizo estremecer y liberó una lágrima.

Me empezó a besar, primero el cuello por detrás de la oreja y fue acercándose hacia mis labios mientras sentía como su lengua iba recorriendo mis mejillas y amenazaba invadir mi boca. Al mismo tiempo su mano se movía por debajo de mi vestido y me acariciaba por encima de mis braguitas.

-          A partir de ahora cuando quiera follarte, vendrás con tanga; a menos que te diga que vengas sin nada. Date la vuelta, ponte contra la puerta.

Me bajó las bragas y recorrió mi raja. No estaba mojada y al notarlo se escupió en su mano antes de volverme a acariciar. Introdujo un dedo entre mis labios y empezó a moverlo, al cabo de un par de minutos introdujo el segundo dedo, mientras con la otra mano masajeaba mi clítoris. No pude evitarlo y dejé escapar un gemido mientras notaba como mi zona vaginal empezaba a rezumar fluidos. En ese momento abandonó mi cueva y cogiéndose el pene lo empezó a pasear entre mis labios de arriba abajo, despacio, disfrutando de mi excitación. Había cerrado los ojos y me abandoné a las sensaciones que me proporcionaba.

-          Pídemelo, puta. Quiero que me pidas que te folle.

-          No, no, por favor, Manuel, no lo hagas…

Mi último intento a la desesperada por evitarlo, murió cuando noté como con un golpe de caderas violento entraba hasta lo más profundo de mi ser.

-          Prepárate que ahora viene lo bueno.

Empezó a moverse deprisa, casi diría con saña y cada vez que su pelvis golpeaba mis nalgas, recibía un empujón que me golpeaba con la puerta. Al cabo de unos minutos paró, probablemente para recomponerse y darse un pequeño respiro. Sentí su resuello en mi nuca y al momento sus dientes atraparon el lóbulo de mi oreja.

-          Ni se te ocurra, no me dejes ninguna marca.- conseguí decir con lo poco que quedaba de mi voluntad.

-          Ja, ja. Veo que ahora te preocupa que el cabrón de tu marido, descubra que ya no tiene la exclusiva. No te preocupes, no me interesa que sepa lo nuestro. Lo único que me importa es que cuando te llamé estés siempre a mi disposición. Quiero que seas mi puta, no casarme contigo y de aquí unos meses cuando me aburras, ya me buscaré otra. Arrodíllate en el suelo a cuatro patas.

Hice lo que me mando, ¿qué más podía hacer a estas alturas? Era consciente de que me hallaba en su poder, que nada que dijese le iba a hacer cambiar de opinión. En ese instante note su pulgar mojado de su saliva que jugaba con la entrada de mi ano.

-          No lo  hagas; nunca lo hemos hecho por ahí. Lo notará

-          No te preocupes, cielo. Hoy no tenemos tiempo. Otro día con más calma serás tú la que me lo pida, pero aún has de recibir tu castigo.

Y volvió a penetrarme mientras seguía jugando con su pulgar, metiéndolo apenas un par de centímetros y me dio un par de azotes en las nalgas, mientras me pedía que yo también me moviera. Al final, no resistí más y aunque había estado intentando no correrme, no darle esa satisfacción, mi cuerpo venció a mi mente y noté esos estremecimientos de placer que supusieron mi última derrota; o al menos, así lo creí entonces.

Al momento la sacó y se puso de pie.

-          Date la vuelta, quiero que me la chupes.

Y eso hice, mientras una de sus manos me agarraba por detrás de mi cabeza y marcaba el ritmo que él quería. Tardó apenas unos segundos antes de descargar todo su semen en mi boca sin avisar y sin que pudiera evitarlo.

-          Vamos, trágatelo todo. Ni se te ocurra dejar escapar ni una gota.

Sentía el sabor entre agrio y salado inundando mis papilas gustativas y produciéndome arcadas; pero aun así conseguí tragármelo, mientras veía como me grababa con su móvil. Entendí que era el precio para que todo terminara aquella noche.

-          Muy bien, putita. Vas aprendiendo rápido. Y ahora te dejo, descansa que mañana va a ser un día muy importante para todos y tienes que estar fresca.

Con esas palabras, metiéndose la polla y acariciando mis labios, se dio la vuelta y desapareció por la puerta; dejándome tirada en el suelo, vencida, totalmente hundida sin saber qué sería de mi vida.

Callé, había sido muy duro dejar que volvieran los recuerdos de aquella noche. En mi fuero interno me sentí vejada, ultrajada. Aquello había sido una violación, consentida pero violación a fin de cuentas. Recuerdo que toda la alegría del día, se esfumó como por arte de magia y a pesar de que conseguimos un importante éxito la mañana siguiente para nuestra empresa, cuando llegué al aeropuerto donde me esperaban mi marido y mis hijas una sensación de derrota y decepción me acompañaba de una forma tan visible que mi marido me preguntó qué había ido mal.

-          Y los encuentros continuaron, ¿no?. ¿No te planteaste poner fin a esa situación? – preguntó Carmen.

-          Claro que lo hice, tras cada cita. Siempre me decía que sería la última, se lo planteé varias veces, pero él hacía oídos sordos. Dos o tres veces al mes me requería y yo tenía que ir; era el precio de su silencio. Era el precio por conservar a mi familia; aunque las cosas en casa volvían a ir mal. Apenas hacíamos el amor, me sentía sucia y no quería que mi marido pudiese notar algo. Poco a poco la situación se fue deteriorando, volvieron las discusiones, los silencios forzados y mi corazón se resquebrajaba cuando contemplaba como poco a poco le estaba perdiendo sin poder hacer nada por evitarlo.

-          La mentira es una calle de sentido único.

-          Ahora con el paso del tiempo me he dado cuenta de mi error. Tenía que habérselo contado toda aquella primera noche, ponerme de rodillas y suplicar su perdón; pero fui cobarde y mi miedo acabó al final con nuestra familia.

-          No es fácil tomar decisiones así en la situación en la que estabas. Tampoco supiste valorar la clase de persona de era tu jefe. Lo importante es aprender de nuestras experiencias y pasar página. Debes evolucionar, entrar en otra etapa y debes hacerlo por tus hijas y por ti misma. Hasta que no lo consigas, no encontrarás la felicidad.

¿La felicidad? La felicidad se había ido de casa, dejándome un sobre con unas fotos que mostraban mi culpabilidad. Al final todo fue en vano y el precio que tendré que pagar es precisamente ése: mi felicidad; porqué si algo tengo claro es que nunca podré ser feliz sin él.

Epílogo

La puerta de la sala volvió a abrirse y de la misma aparecieron dos médicos con batas y guantes llevando uno de ellos una bandeja sobre la que se veían algunas piezas de ropa.

-          Señora Calvet, nos podría decir si reconoce esta ropa. Mírela detenidamente, por favor y díganos si podría pertenecer a su marido.

Sobre la bandeja se veían unos pantalones chinos con abundantes manchas que deduje eran restos de sangre, una camisa de flores igualmente manchada y unas zapatillas Nike.

-          Por supuesto que no son de mi marido. Albert no se pondría en la vida una camisa así y jamás utilizaba deportivas con ropa de vestir.

-          Señora – prosiguió el compañero- me temo que ha habido una lamentable confusión. Hemos recibido una llamada de una comisaria desde donde nos alertaban que este cadáver no era quien consta en la documentación y que su marido ha pasado por allí hace unas horas para interponer una denuncia por robo.

-          Quiero verlo.

-          Vera, creo que es mejor que no lo haga todavía. El cuerpo se encuentra en muy mal estado y la cara completamente desfigurada. Déjenos acabar nuestro trabajo y le permitiremos entrar e identificarlo.

-          Quiero verlo- repetí machaconamente.

No podía esperar un par de horas más con aquella incertidumbre, no podía pasar otra vez por lo mismo; tenía que salir de dudas inmediatamente, tenía que verle.

-          Está bien. Puede usted pasar, pero estoy en mi deber de advertirle que la imagen puede ser desagradable.

Sin hacer mucho caso de sus excusas, me dirigí con decisión hacía ellos y al ver mi determinación se dieron la vuelta y me precedieron a la sala de autopsias.

Al fondo sobre una mesa de mármol, tapado por un plástico grueso que no permitía ver con claridad descansaba un cuerpo. Al llegar a su lado uno de los doctores se aprestó a retirar el plástico hasta descubrir el cadáver hasta la línea de la cintura.

El color del pelo coincidía con el de mi marido, pero éste lo llevaba mucho más corto. Aunque de estatura podían ser bastante semejantes, la complexión del cadáver era mucho más robusta que la de mi marido. Definitivamente la persona que se encontraba expuesta ante mí no era Albert y así se lo hice saber a los forenses.

Salí del anatómico forense como alma que lleva el diablo, sin entender absolutamente nada de lo que había ocurrido aquella noche y con mi mente navegando en un mar de dudas. Corrí hasta la esquina donde había visto al llegar una parada de taxis y cogí uno, facilitándole la dirección de nuestra casa. Saqué el móvil y llamé a Albert. La locución me informó que el número marcado se encontraba apagado o fuera de cobertura, lo que me indujo a pensar que probablemente se lo habían robado también y por eso no se había puesto en contacto conmigo. Por otro lado, esta explicación no me acababa de cuadrar. No era propio de Albert no haberme llamado, aunque fuera solo para tranquilizarme. En ese momento sentí un ligero escalofrío como si mi cuerpo me estuviera advirtiendo de que algo estaba pasando, de que algo iba mal.

Después de pagar el taxi, corrí hasta nuestra casa. Nada más abrir la puerta, noté un silencio extraño, desgarrador, fuera de lugar. Le llamé, grité su nombre mientras iba recorriendo la casa buscando alguna pista que pudiera iluminar la incertidumbre en la que me hallaba; pero la única respuesta seguía siendo aquel silencio asfixiante. No sé si fue conscientemente, pero dejé nuestra habitación para el final de la inspección, al abrir la puerta me di cuenta de que  tampoco estaba allí. Recorrí con la mirada nuestro dormitorio, mi camisón que yacía producto de la precipitación en el suelo, el lado de mi cama deshecha que había abandonado tan solo hacia unas horas y sobre la mesita de Albert…

Un sobre, el sobre. No estaba allí esta madrugada cuando salí de casa. Me acerqué lentamente sin dejar de observarlo y tomé asiento en su lado de la cama. Retrasé lo más que pude el gesto para cogerlo, algo dentro de mí me advertía sobre su posible contenido. Tenía que haberlo dejado  Albert, pero ¿por qué me dejaba una nota cuando podía haberme llamado por teléfono desde casa?. Palpé el sobre y me di cuenta que en cualquier caso había algo más que una nota, y lo abrí y extraje las fotografías y en ese mismo momento comprendí sin ningún genero de dudas que mi mundo se había venido abajo, que mis peores temores se habían hecho realidad. Y entendí su mensaje, porque no hacía falta nada más. Era su manera de decirme que todo había acabado, que el único hombre que de verdad me había amado y al que yo siempre he amado, había muerto para mí.

Y entonces lloré, extendí mi cuerpo sobre su lado de la cama y dejé que todas aquellas lágrimas que llevaba reprimiendo toda la mañana, mojaran la colcha que todavía me remitía los restos de su aroma. Y así fue como me encontraron mis padres cuando trajeron a mis hijas unas horas después; sin ni tan siquiera haber recuperado la capacidad para poder explicarles lo que había pasado; supongo que las fotografías desparramadas por el suelo, les ofrecieron el relato de todo lo que había sucedido esa noche.