Anna III
Aparecen las primeras claves.
Cap III Interludio 1
Anna Mayo 2017
- ¡Adelante!
Abrí la puerta del despacho de la Doctora Ribas, la misma a la que llevaba asistiendo regularmente los últimos meses. Ante mí se abrió un despacho moderno y funcional, no exento de algún toque femenino, como el ramo de rosas que sobresalía de un jarrón de porcelana situado frente a un par de sillones que ya me resultaban más que conocidos. La doctora se quitó sus gafas de leer y sonriéndome, se dirigió hasta mí.
- Buenos días, Anna. ¿Cómo te encuentras?
- Buenos días, Carmen. La verdad es que me siento mucho mejor. Parece que poco a poco voy saliendo del túnel.
- ¿Nos sentamos? – preguntó solicita ofreciendo el par de sillones con un gesto de su mano.
- Sigues tomando la medicación, supongo.
- Claro que sí, la verdad es que me ha ayudado mucho, no sé que hubiera hecho sin ella
- No debes descuidarla. Ahora estás en una fase en que te parecerá que ya vas siendo la misma, pero necesitas el refuerzo de esos ansiolíticos para afrontar tu día a día. La semana pasada te incorporaste al trabajo de nuevo. Cuéntame ¿Cómo fue todo?
- La verdad es que muy bien; parecía que nada había cambiado. Lo único que por la noche estoy muy cansada; nada más acostar a mis hijas me meto en la cama y me quedó dormida como un tronco.
- Si, no te preocupes. Eso es normal, es producto de tu medicación. Poco a poco la iremos retirando, pero el hecho de que duermas sin problemas es el mejor indicador de que tu recuperación va por buen camino. ¿Cómo están las niñas?
- Muy bien, ellas también lo han pasado mal; pero se alegran de verme recuperada y que hayamos conseguido una cierta normalidad en casa. Ellas han sido mi soporte en estos meses. Es anormal que unas niñas pequeñas sean el sustento de la madre, pero la verdad es que así ha sido. Los días que estuvieron fuera, fueron los peores que he pasado durante esta etapa.
La palabra etapa me la enseñó la doctora Ribas en una de las sesiones. Insistió mucho en que me diera cuenta de que me encontraba en una etapa de mi vida a la que posiblemente le seguiría otra y que en ningún caso debía quedarme atascada, lo importante era avanzar, avanzar siempre como solía repetirme una y otra vez. Se hizo un pequeño silencio, la doctora prefería que fueses tú la que hablases, respetando tus silencios y su papel se limitaba a hacer pequeñas preguntas para que la conversación fuese más fluida y evitar silencios engorrosos, como ya me había explicado anteriormente.
- ¿Qué tal, él? ¿Hablasteis?
- Sí, claro. No podemos evitarnos, trabajamos juntos. El primer día salimos a comer juntos y hablamos.
Nuevamente, quedamos en silencio, sabía que quería que continuase; pero no me salían las palabras. Todavía me afectaba hablar sobre lo que pasó, las palabras se atascaban en mi garganta. Como si hubiera leído mis pensamientos, Carmen me ofreció un poco de agua, que acepte sin dudarlo.
- Ya sabes que hablamos por teléfono unos días después; ya le dije ahí que lo nuestro había acabado y que no quería volver a saber nada más de él. Supongo que lo entendió porque durante estos meses no he tenido ninguna comunicación, nunca ha intentado ponerse en contacto conmigo. Fue muy atento, comprensivo diría yo, casi parecería que sentía todo lo que pasó. Pero la verdad es que el continuó con su vida como si nada hubiera pasado y la mía quedó destrozada en cien mil pedazos.
- ¿Le odias?
¿Le odio? Con el paso del tiempo y analizando todo lo que pasó, me he dado cuenta de cosas que en su momento me pasaron desapercibidas, que no fui capaz o simplemente no quise ver. Manuel siempre fue un depredador; espero con paciencia su momento como esos leopardos que permanecen agazapados entre las hierbas durante horas oteando a su presa. Fue entonces, cuando notó mi debilidad, cuando empezó a desplegar todas sus armas de seducción ante mí. Poco a poco, sin prisas; para que fuera yo la que inconscientemente me acercara más a él, para que fuera yo la que me apoyara en él.
Pero no, yo tuve la culpa. Fui yo la que le dejo acercarse, aunque sabía el peligro que eso comportaba. Las habladurías sobre Manuel corrían por toda la oficina y todas sabíamos que más de una había acabado abierta de piernas. Ni tan siquiera puedo aducir desconocimiento; aunque si que es cierto que durante un tiempo me repetía aquello de que lo tenía todo bajo control, que no era más que un juego; pero los ratones no pueden jugar con el gato y yo acabé siendo un triste ratoncito. Al final, cuando juegas con fuego, acabas quemándote.
- Te importa que hablemos de otra cosa, no estoy cómoda hablando sobre eso todavía.
- Claro que sí, como tú quieras. Mira he estado repasando mis notas de la semana pasada cuando me contaste como perdiste tu virginidad. ¿Crees que supuso un trauma para ti?
Me sentía más liberada hablando de mi pasado lejano, de mi infancia, del instituto; aunque notaba que conforme íbamos avanzando en el tiempo se me hacía más cuesta arriba. Un día deberíamos de hablar de Albert, pero todavía no estaba preparada.
- ¿Traumatizada? No, por favor. Digamos que no fue lo que toda chica espera, pero tampoco se puede decir que fuera horrible, quizás fue simplemente decepcionante; aunque para ser sincera consiguió mejorar con el tiempo.
- ¿Y eso?
- Salimos durante unos meses, hasta que acabó el verano. Lo cierto es que aquellas salidas nocturnas que acababan en el cuarto de Javier se repitieron unas cuantas veces. Creo que llegué a aprenderme de memoria todos los posters que colgaban en las paredes. Las siguientes veces fue mucho mejor, supongo que una vez nos libramos los dos de mi virginidad, pudimos centrarnos más en nuestro propio placer. Es más, fue Javier quien me proporcionó mi primer orgasmo, bueno en pareja, ya sabes.
Lo pasamos muy bien, aunque recuerdo que por aquella época mis padres empezaron a olerse algo y empezaron también los interrogatorios y la vigilancia.
Hacía tiempo que no pensaba en mi primer novio, probablemente desde aquella noche. ¿Mi primer novio, he dicho? Nunca lo había visto así, no creo que lo fuera, tampoco fue mi primer amor; simplemente era un chico que me gustaba y con el que lo pasaba bien; aunque ahora mil años después, te das cuenta de que no teníamos nada en común, que apenas hablábamos entre nosotros, porque posiblemente no teníamos ningún tema sobre lo que charlar y que simplemente fuimos dos extraños que se unieron una noche de primavera.
- ¿ Cómo acabó todo?
- Murió, simplemente. Fue el fin de una etapa. Al acabar el verano, marchamos a vivir a un piso de Barcelona para estudiar en la Universidad y eso fue todo. Supongo que ellos encontrarían a otro par de chicas a las que llevarse al huerto.
¿Fue realmente así? Bueno, no exactamente. Javier al final se pilló de mí. Hasta recuerdo un día que se presentó por sorpresa en nuestro piso de Barcelona y acabó siendo bastante desagradable. Los últimos días de verano se mostró muy posesivo, no quiso entender que aquello no llevaba a ninguna parte. Creo recordar que un día hasta mi padre tuvo una discusión con él; porque me vino a buscar a casa por la noche y no quería marcharse sin hablar conmigo. En mi defensa solo diré que nunca le mentí, nunca alimenté falsas esperanzas, porque siempre supe desde un principio que aquella relación tenía los días contados.
- ¿Qué recuerdas de tu época universitaria?
- Pues lo típico. Yo empecé la carrera de diseño y publicidad y Susi escogió magisterio. Íbamos juntas a Blanquerna, una universidad privada y prácticamente teníamos el mismo horario, por lo que casi siempre se nos veía juntas. Al principio hacíamos vida monacal, pero conforme avanzaba el curso, pues ya te puedes imaginar. Dos chicas guapas, viviendo solas en la gran ciudad. Empezamos a ir a fiestas, después a aceptar invitaciones y alguna vez acababan en la cama de una o de las dos. Tampoco te creas, éramos también bastante responsables y en ningún momento dejamos de lado los estudios. Solo queríamos pasarlo bien, disfrutar de la vida y sentir esa pasión que nuestros cuerpos reclamaban. Sin embargo, en verano, todo se salió de madre.
Todavía recuerdo aquel día. Estábamos a punto de acabar los exámenes finales y llevábamos dos semanas prácticamente sin salir, cuando una tarde llegó Susi como un ciclón, parecía que le hubiera tocado la lotería. ”Ya tenemos trabajo para este verano, nos vamos a ganar unas pelas que falta nos hace”. Debería haber desconfiado de sus ideas, pero por aquel entonces estábamos muy unidas y la hubiera seguido hasta el fin del mundo. De hecho, algo así hice.
- ¿Conoces Ibiza, Carmen?
- Pues no, nunca he estado. Si te vale Formentera o Córcega, en esas islas si que he pasado algunos días de vacaciones.
- Ja, ja. No, nada que ver. Aquel verano Susi se empeñó en que trabajásemos un mes en Ibiza, poniendo copas tras la barra de una disco. Por supuesto engañamos a nuestros padres haciéndoles creer que habíamos recibido una oferta formal de un hotel y que entraríamos a trabajar en el restaurante del mismo.
- Pero no fue así, no.
- En aquella época Ibiza era un supermercado de droga, sexo y playa. Estuvimos trabajando un mes detrás de la barra de una discoteca de 11 a 7 de la mañana, cuatro días seguidos y luego teníamos dos para descansar. ¿Te imaginas lo que era eso? Nos pasamos un mes seleccionando tíos entre las múltiples ofertas que tenías cada noche para acabar follando en cualquier sitio. Dormíamos en la playa, tomando el sol y por la tarde seguías follando hasta la cena y luego tenías que volver al trabajo. A veces follabas con dos tíos diferentes el mismo día, incluso en alguna ocasión amanecimos entre una maraña de cuerpos. Perdí la noción del tiempo, cuando me di cuenta tenía a Susi delante mío diciéndome que teníamos que hacer las maletas, porque nuestro ferry salía al día siguiente. Aquel mes de Julio, perdí ocho kilos. Cuando vio mi madre el estado esquelético, palabras textuales, con el que volví a casa casi le da un soponcio. Estuvo el mes de agosto sobrealimentándome por un tubo hasta que recuperé casi todos los kilos perdidos. Bueno, ya sabes cómo son las madres.
- ¿Y las drogas?
- Hasta ese momento solo habíamos compartido algún porro, nos daba mucho respeto ese tema. La primera semana en Ibiza tratamos de apartarnos; pero resultaba imposible, la gente te ofrecía coca como si te diera un cigarro o un chicle y te miraban de otro modo si la rehusabas. Al final, no tuvimos opción. Para mantener ese ritmo de vida te has de meter alguna raya o tomarte un par de anfetas antes de ir a trabajar para no caer muerta sobre la barra. Ese modo de vida solo lo pueden aguantar personas muy jóvenes y solo durante un periodo corto de tiempo. Éramos dos chicas de apenas 19 años que querían comerse el mundo; al año siguiente comprobamos que es más fácil que el mundo te coma a ti.
- ¿Volvisteis al año siguiente?
- Por supuesto, no podíamos renunciar a ese subidón de adrenalina. Era vivir la vida en toda su intensidad, nada que ver a lo que conocíamos. Estábamos deslumbradas y no podíamos renunciar a ello. Durante todo el año, solo esperábamos que acabase el curso escolar para hacer las maletas y volver. Ibiza nos había convertido en unas adictas. No fue fácil, todavía recuerdo las lágrimas de mi madre y los gritos de mi padre. Al final tuvimos que apelar a la mayoría de edad para marchar sin el consentimiento de nuestras familias.
Esta vez no fue todo tan bien. Nuestra segunda experiencia en la isla se saldó con un regusto muy amargo, sobre todo para Susi. De alguna manera, ya nunca volvería a ser la misma, aquella vitalidad, aquella alegría se quedó enterrada en alguna cala ibicenca. No estaba segura de querer recordarlo.
- ¿Qué pasó?
- Al principio todo marchaba como el año anterior; aunque ese año nos pusieron a trabajar en dos barras distintas, por lo que había días que coincidíamos y otros no. Incluso nuestros días de descanso eran diferentes.
Me paré para inspirar profundamente. Practiqué uno de esos ejercicios de relajación que me había enseñado la doctora para calmar mi ansiedad. Aquella imagen que viví todavía me perseguía, jamás podré olvidarla.
- Creo que fue pocos días antes de volver a casa. Nos habían invitado a una fiesta de esas que no puedes dejar de ir en un chalet de tres plantas, con piscina y un jardín enorme. Pertenecía a un productor de cine americano, creo recordar. Yo trabajaba aquella noche por lo que no pude asistir. Todavía recuerdo la cara de Susi mientras se arreglaba para ir a la fiesta, me daba una envidia terrible. Cuando volví al día siguiente, la casa estaba vacía, esperé unas horas y al mediodía angustiada, llamé a un amigo para que me acercara al lugar de la fiesta. Estaba muy nerviosa, en mi cabeza se empezaban a acumular negros presentimientos.
Llegamos a la casa y nos dispusimos a buscarla entre una colección de cuerpos desnudos que daban fe de la clase de fiesta en la que había acabado. En las mesas podías ver todavía rayas de coca y el jardín estaba lleno de vasos y botellas vacías. La encontramos en el segundo piso, estaba estirada desnuda en una cama redonda, parecía en estado catatónico y entre sus nalgas se veían restos de sangre. Tenía la mirada perdida. Al principio no me reconoció, lo único que decía una y otra vez es “quiero irme”.
- ¿Habían abusado de ella?
- Tardó meses en contarme lo que sucedió en aquella fiesta. Subió con tres tíos, borracha, hasta el culo de coca y aquellos tres animales hicieron con ella lo que quisieron durante horas. Ella les pedía que la dejaran marchar, pero su resistencia parecía excitarles más, al final su mente se retiró a un lugar lejano donde permaneció hasta que la encontramos. La violaron.
- ¿Lo denunciasteis?
- Supongo que está de broma, doctora. Quizás en nuestros días hubiera tenido una pequeña oportunidad, pero hace veinte años en Ibiza, intentarlo siquiera era como intentar parar un tsunami con un cubo. Ella fue voluntariamente a la fiesta, nadie la obligó a beber o a meterse la coca. Había testigos que la habían visto subir riendo con aquellos energúmenos. No era más que otra chica que servía de carnaza en esas fiestas y no se hace una idea de quien eran los hombres que iban a ellas. Quizás cuando fuera a poner la denuncia, se encontrara con muchos de los que asistieron a la fiesta, allí.
- ¿Y cómo acabó todo?
- Nuestro jefe se presentó en casa aquella tarde con un cheque con nuestro sueldo más una gratificación extra por nuestro excelente trabajo y con dos billetes de avión para Barcelona que salía esa misma noche. Teníamos un taxi esperando en la puerta. Estaba pagado también, por supuesto.
Al acabar de relatar lo sucedido aquel verano, noté como me había quitado un peso de encima. No se lo había contado nunca a nadie, ni tan siquiera a Albert. Durante veinte años fui fiel a la promesa que hicimos en aquel avión de regreso a Barcelona de que nadie sabría lo que había pasado en Ibiza. Perdóname, Susi, le estoy fallando a todo el mundo; hoy también a ti, parece que ya no puedo mantener ninguna de mis promesas.
- Creo que ya está bien por hoy, continuaremos la semana que viene a la misma hora ¿te parece bien?
- Hasta la próxima semana. ¡Qué pases un buen fin de semana!
Y con esas palabras, salí de la consulta para volver a enfrentarme otra vez a mi mundo.