Anna II
Realmente todo empezó aquel día
Capítulo II
La puerta emitió un leve crujido al abrirse y un hombre de mediana edad con gafas de montura metálica vistiendo una bata blanca se dirigió hasta mí.
- ¿Señora Calvet?- preguntó mientras extendía su mano hacia mí.
- Sí, soy yo dígame.
- Buenos días, estamos practicando una autopsia a su marido. Acabaremos en un par o tres de horas. Si quiere cerca de aquí hay una cafetería, no es necesario que permanezca aquí.
- No se preocupe; estoy bien aquí- mentí educadamente- ¿me puede explicar que ha sucedido?, la policía apenas me ha dicho que ha sido un accidente
- En efecto se trata de un accidente de tráfico, el coche se salió de la carretera, posiblemente porque iba a una velocidad superior a la permitida y chocó frontalmente contra uno de los pilares del puente de la autovía. Su marido salió despedido a través del parabrisas delantero al no llevar el cinturón de seguridad puesto. Como puede comprender su cara ha sufrido múltiples heridas como consecuencia de los trozos de cristal que han quedado incrustados en ella.
Quizás debería usted, marcharse. No hace muy buena cara y la verdad la temperatura aquí es un poco fría, no creo que le convenga.
- Estoy bien, solo un poco aturdida por lo repentino de la situación.
- Sí, sí claro; entiendo. Procuraremos acabar lo antes posible.
- Gracias.
Volví al banco de madera, me senté y miré mis pies. Llevaba los mismos zapatos de tacón con lo que había salido esa noche. Ni siquiera había pensado en ponerme algo más cómodo y me estaban matando.
¿El cinturón? Sí eso era lo que me había extrañado, ¿Cómo podía ser que Albert, un maniático de la seguridad no llevara puesto el cinturón? ¿Otro cambio más para añadir a los múltiples que se habían producido los últimos meses?
Cerré los ojos y dejé que mi mente se llenará de recuerdos, dejé que los recuerdos de mi pasado fluyeran y el primero que me vino a mi mente fue aquel día naturalmente. Allí empezó todo.
“La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”
Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura (1927-2014)
Anita, Mayo de 1998
- Jopé, tia, ¡Vaya tetas que se te están poniendo! Como sigas así vamos a arrasar en la disco.
Mi imagen reflejada en el espejo, mostraba una chica con pelo entre rubio y castaño claro enmarcando una carita de niña buena en la que destacaban dos ojos grises de herencia materna. Pero lo que realmente llamaba mi atención era el volumen de mis senos que en apenas un par de años habían pasado de la categoría de insignificantes a llamar la atención entre mis compañeros del sexo masculino.
- ¿Y qué me pongo? No querrás que vaya así al Insti- dije señalando mi sujetador de encaje negro que estaba empezando a quedarse pequeño.
Susi rebuscó en mi armario y me alcanzó un top negro de tirantes que me puse inmediatamente. El top dejaba ver mi ombligo, adornado con un piercing, fruto de una batalla campal con mi padre; pero lo peor es que por la parte de arriba dejaba ver buena parte de mis recién adquiridos encantos, así como los tirantes del sujetador.
- No me puedo poner esto, tía. Ya sabes que el dire es un carroza y no le hace gracia que vayamos así…
- Ponte una blusa por encima y cuando salgamos te la quitas. Cuando te vean van a quedar alucinados. Tenemos que conseguir que nos lleven a la Atlántida esta noche.
- Acuérdate de decirle a mi madre que me quedo en tu casa esta noche; pero no le digas nada de que tus padres están de viaje. Si se entera mi padre, me veo castigada hasta que las ranas críen pelos.
- ¡Qué exagerada que eres! Venga, date prisa que como lleguemos tarde nos van a meter otro parte y nos tocará un sábado de servicios.
Tardamos apenas 10 minutos en llegar al insti; aunque el último tramo tuvimos que hacerlo corriendo. Entrabamos por la puerta cuando sonaba la sirena y nos dirigíamos a clase cuando distraída choqué con un chico y mi bolso cayó al suelo desparramándose todo su contenido por el pasillo. Rápidamente ayudada por Susi recogimos todos los objetos y los volcamos de nuevo en el bolso.
- Anita, me parece que esto es tuyo.
Al sentir esa voz, me giré y contemplé a un chico alto, algo desgarbado vestido con un pantalón de chándal y una sudadera de Rem que sostenía algo en su mano izquierda. Sus ojos verdes, intensos se quedaron fijos en los míos, sentí un leve estremecimiento
- Me parece que se ha roto el lazo – dijo estirando su mano para que lo cogiera.
Era un paquete de pañuelos que guardaba en una funda de ganchillo que me había hecho mi abuela hace un par de años y en efecto el lazo rojo que servía de adorno aparecía descosido y uno de sus lados colgaba suelto.
- Ah sí, pero no es nada. Le diré a mi abuela que me lo cosa. Gracias… , Eduard.
- Albert, me llamo Albert.
- Ah, sí; perdona es que no me salía tu nombre - mentí con esa ligereza propia de la adolescencia.
Lo cierto es que llevábamos ocho meses de COU y no me había fijado nunca en él. Lo único que sabía es que era un alumno nuevo que había cambiado de residencia el año pasado y que en todos los exámenes sacaba un diez. Me daba una rabia cuando repartían los exámenes y la profe siempre lo felicitaba…
Entramos a clase, yo me dirigí hacia el final de aula donde me esperaba Susi y él se dirigió a la parte delantera como era habitual.
- ¿Qué hacías? ¿Confraternizando con el enemigo?
- Has visto que ojos más bonitos tiene.
Susi giró la cara y se puso a sacar sus libros.
Más tarde en el patio, volvimos a vernos. Nosotras estábamos en un rincón apartado, porque alguna fumaba y aunque no estaba permitido, se hacía la vista gorda. Cuando digo nosotras, me refiero a las tías buenas de clase; un selecto grupito de cinco que siempre nos reuníamos para contarnos nuestros progresos; dicho de otra manera, para hablar de chicos esencialmente.
Justo delante nuestro, pero a una distancia prudencial como no podía ser de otra forma se había colocado el grupo de empollones con Eduard, perdón Albert, a la cabeza y que nos observaba disimuladamente, pero sin mucho éxito.
- Ni lo sueñes, tenemos una reputación que mantener.
- ¿A qué te refieres? – pregunté extrañada a Susi.
- Son frikis, no podemos relacionarnos con ellos.
- ¿Pero, qué dices? Son compañeros de clase, no son apestados.
- Mira mona, tú siempre has estado en la parte más alta de la pirámide; pero a mí me ha costado mucho llegar y no pienso renunciar.
- Estás loca. Me estás empezando a dar miedo.
En ese momento, Albert salió del grupo, se dirigió hasta donde estábamos nosotras entre las caras de escepticismo de más de una y se plantó delante mío, mirándome fijamente con esos ojos verdes que tanto resaltaban y empezó a hablar con aparentes signos de nerviosismo ante nuestro asombro.
- ¡Hola! Verás es que me han regalado un par de entradas para el cine y como no encuentro nadie que quiera ir conmigo, he pensado que quizás me quieras acompañar esta noche.
- ¿ Y por qué no se lo pides a algún cerebrín de tu grupito? – saltó rauda Susi.
- ¡Susi! – la miré con mi más terrible mirada que fui suavizando mientras me giraba hacia Albert- Lo siento, no podemos, hemos quedado esta noche con dos chicos. Quizás otro día.
Albert se dio la vuelta y se marchó sin decir palabra. La verdad es que no fue otro día ni ningún otro, porque no hubo otro día. Muchos años después, Albert me confesaría que estuvo meses reuniendo el valor necesario para acercarse a mí y que aquella tarde cuando nos vio marchar con dos chicos en moto que nos sacaban cuatro o cinco años al menos, todas sus esperanzas se difuminaron de golpe.
La noche empezó genial. Primero nos llevaron a cenar a una pizzería y al acabar nos dirigimos a un pub hawaiano donde nos tomamos dos San Francisco que nos supieron a gloria. Por supuesto ellos corrieron con toda la parte económica y a su favor destacar que se portaron como verdaderos caballeros; un poco demasiado para nuestros gustos.
Llegó el momento definitivo cuando nos preguntaron si teníamos que volver a casa o preferíamos que nos llevaran a bailar un rato.
- Bueno si nos lleváis a la Atlantida, podríamos ir; aunque nos estamos arriesgando a que nos peguen una bronca al volver a casa.
Susi tenía un morro que se lo pisaba; aunque hay que reconocer que la mayoría de las veces se salía con la suya y esta vez tampoco fue una excepción, cogimos las motos y en unos minutos nos plantamos ante la puerta de la discoteca.
A partir de aquí las cosas se aceleraron de una manera extraña. Podría decir que fue la excitación de sentir tantas miradas sobre mí; o los dos cubatas y el par de canutos de maría que compartimos. Quizás fue la novedad de estar en una de esas discos para adultos, de esas que te pedían el carnet a la entrada por lo que no nos habíamos atrevido a ir nunca; pero era consciente que aquella noche mis hormonas tomaron el relevo de mi cerebro y no iba a ser una noche más.
Javier me cogió del brazo, mientras se quitaba la camisa y me llevó hasta el centro de la pista donde la espuma ya empezaba a cubrir hasta la cintura. La gente gritaba, saltaba y reía mientras sentía que la espuma iba humedeciendo todo su cuerpo. Fue en ese momento en que aprovechando la ocasión me besó. Al principio con suavidad, tanteando mi reacción y cuando comprobó que no ponía ninguna objeción se sintió en la obligación de meter su lengua hasta mis amígdalas. Supongo que me metería mano también, porque lo único que recuerdo era el dolor que me producían mis pezones excitadísimos en contacto con la tela del top. Todo lo demás que pasó en la disco se ha perdido entre nubes etílicas.
Un par de horas después, salimos de la disco. Estábamos al lado del mar y la brisa fresquita me iba despejando mi cerebro embotado todavía. Uno de ellos, ya no recuerdo quien formuló la sugerencia del millón:
- Si queréis nos podemos tomar la última en casa.
Susi me cogió del brazo y me llevó unos metros más allá. Lo suficiente para que no oyeran lo que me tenía que decir.
- ¿Sabes lo que quieren, verdad? No vamos a tomarnos una copa.
- Claro que sí, nos han estado calentando durante toda la noche, ya me imagino lo que quieren.
- ¿Estás segura? Si no quieres, nos marchamos. Por mí no lo hagas.
- No, quiero que sea hoy. Estoy preparada.
Tras unos minutos más en motos, llegamos a las puertas de una casucha en las afueras que compartían Juan y Javier. Según nos habían hecho saber habían venido arrastrados por el boom de la construcción y trabajaban en una obra de sol a sol; pero se sentían afortunados, porque según ellos estaban ganando una fortuna.
La verdad es que por dentro no resultó tan decepcionante y estaba limpia y ordenada. Parecía claro que aquella mañana ya tenían claro como esperaban que acabara la noche. No nos dieron tiempo a nada, no fuera que nos arrepintiéramos, así que Javier me cogió de la mano y me acompañó hasta su habitación. Al final lo de la última copa pasó a ser un recurso literario.
Al abrir la luz, me encontré en una habitación, pequeña con una cama en un lateral y un armario en la pared opuesta. Las paredes rebosaban de posters con grupos roqueros. Viendo mis vacilaciones, Javier intentó tranquilizarme.
- No te preocupes, esta mañana he cambiado las sábanas.
Pero ni ese romántico comentario, pudo con mi determinación. Lo senté en la cama y delante de él, mirándole a los ojos, empecé a desnudarme poco a poco; como si fuera una profesional. En honor a la verdad, tendría que decir que al quitarme los jeans, estuve a punto de perder el equilibrio; pero lo compensé cuando me quité el sujetador, lentamente, mientras sentía su deseo. Me di la vuelta y le dejé admirar mi cuerpo entero todavía cubierto por unas minúsculas braguitas rosas que apenas ocultaban nada. Javier se levantó y me besó. Bueno, no; no me beso, me morreo con toda su alma, como si le fuera su vida en ello, mientras su mano oscilaba entre mis pechos y mi sexo que empezaba a sentir húmedo.
- ¡Eres tan guapa!– explicó mi galán mientras intentaba meter su mano por dentro de mis braguitas.
- Desnúdate - le ordené mientras ahora era yo la que se sentaba al borde de la cama.
Javier era guapo y además tenía un cuerpo precioso con unos pectorales bien definidos. Su piel morena y sus músculos firmes daban fe de su trabajo duro al aire libre. Al quitarse el slip pude comprobar como ya estaba preparado.
- Ponte un condón y ven.
Mentiría si dijese que sé de donde lo sacó, pero lo cierto es que en un instante vi como peleaba por colocárselo. Siempre me ha admirado esa habilidad que tienen muchos hombres para hacer aparecer preservativos de la nada, supongo que debe ser una cuestión genética.
Me quitó mis braguitas y se lanzó sobre mí, su boca y sus manos recorrían mi cuerpo con más energía que técnica, todo hay que decirlo.
- Ves con cuidado, soy virgen.
Javier se apartó como si hubiera visto una víbora y recostándose sobre su brazo se me quedó mirando como evaluando la veracidad de mis palabras.
- Ven, quiero que me la metas – dije sujetando su pene y colocándolo entre mis labios vaginales- poco a poco…
Javier fue considerado, fue entrando en mi muy lentamente, milímetro a milímetro diría yo. Solté un leve gemido cuando noté un pequeño dolor, un pequeño pinchazo como si algo se rasgara y en ese momento tuve consciencia de que había cruzado una de esas líneas de no retorno.
Poco a poco fui sintiendo el miembro que se abría paso en mi inexplorada vagina, sentí como las paredes de mi vagina arropaban a aquel miembro cálido. Me gustaría decir que lo pasé bien, pero la verdad es que mis nervios agarrotaron mi cuerpo y cada vez que Javier entraba y salía en aquel movimiento rítmico tan característico, apenas noté nada más que un cierto malestar. A los pocos minutos tras un grito de triunfo se dejó caer sobre mí para hacerme saber que había acabado. Me besó e inmediatamente se levantó para quitarse delante de mí el condón lleno de su semen, prueba de que él había cumplido. Desde la habitación contigua nos llegaban los gemidos de Susi, que por lo que parece se lo estaba pasando mejor que yo.
Unos minutos después, que me parecieron horas, se reunieron con nosotros y se ofrecieron para llevarnos a casa.
Al llegar a casa de Susi lo primero que hicimos fue darnos una ducha, un hilillo de sangre seca cubría uno de mis muslos. Ella se dio cuenta, pero no dijo nada. Me sacó de la bañera y me secó con una toalla de raso, después me puso uno de sus pijamas y me llevó hasta su cama.
Dormimos juntas aquella noche, bueno yo lo intentaba, porque a pesar de mi cansancio, no podía dormirme, daba vueltas y vueltas mientras rememoraba los hechos acontecidos aquella noche.
- ¿Qué tal?- preguntó acercando su boca hasta rozar el lóbulo de mi boca.
- Una mierda – contesté liberando un par de lágrimas rebeldes- ¿Es siempre así?
- No, cariño. Ahora viene lo bueno.
Susi acarició mis mejillas, secó mis lágrimas y me abrazo, y así entre sus brazos conseguí dormirme aquella noche.
Muchas horas después, sentí el sol del mediodía en mis todavía enrojecidos ojos. Me giré, Susi todavía dormía. Me levanté sin hacer ruido y me dirigí al lavabo. Esa noche había soñado con unos ojos verdes.