Anna Epílogo
Meses más tarde...
Epílogo
Sitges, Julio de 2021, Gemma
Aprovechando las vacaciones de mi cuñada y que las niñas ya han acabado las clases, las he invitado a pasar unos días en mi casa. No nos vemos desde que Albert nos dejó, y no es porque no haya querido ir a verlas, sino porque la muerte de mi hermano me ha afectado mucho. Era la única persona que quedaba de mi familia y desde pequeños hemos estado muy unidos. He aprendido a entender mejor cómo se sintió mi cuñada durante aquellos años que no estuvieron juntos.
Allí llegan, aparcan el coche y bajan. Mi cuñada camina con una cierta dificultad debido a su más que evidente embarazo. El centro de gravedad de su cuerpo ha cambiado, así como su vida ha sufrido unos vaivenes terribles estos últimos meses.
Hemos quedado en un chiringuito que ambas conocíamos al lado del mar donde hacen una fideuà de muerte, que es su plato favorito. Después mientras las niñas disfrutan de la playa tendremos tiempo de hablar tranquilamente entre nosotras.
Por fin llegan a mi lado, mi cuñada está resplandeciente, con esos colores que solo pueden presumir las que serán madres y un brillo en los ojos que la delata.
- Feliz cumpleaños, cielo– pregunto mientras la abrazó y nos intercambiamos un par de besos - ¿Cómo está mi sobrino favorito?
Anna se pasa la mano por la barriguita antes de acercarse a mí y besarme las dos mejillas,
- Pues últimamente dando un poco de guerra. Supongo que verías el vídeo que te envié de la última ecografía que nos hicieron.
- Pues sí. La verdad me asusté un poco al oír como le latía el corazón, pero luego me informe por internet y comprobé que es normal que el corazón le funcione a ese ritmo. Venga, vamos a comer que supongo que ya tendréis hambre.
- Ja, ja, Yo ahora tengo hambre a todas horas, tengo que hacer verdaderos esfuerzos por controlarme.
- ¿Ya habéis escogido un nombre para el bebé?
- Se llamará Albert. No hubo ninguna discusión. Las tres estuvimos de acuerdo en que así sea y la verdad es que no barajamos ningún nombre más.
Por fin llegamos al chiringuito y ocupamos la mesa que había reservado. L a fideuà estuvo realmente sensacional y acabamos con unos helados. Durante la comida mis sobrinas han llevado el peso de la conversación, contándome sus cosas. Por lo que parece Montse tiene un medio novio o algo así, pero no le ha hecho demasiada gracia que Nuria lo haya revelado. Reímos a costa de la falsa indignación que muestra y pienso que ya están dejando de ser niñas para convertirse en mujeres, en unas mujeres tan guapas o más que su madre. Solo me gustaría para ellas, que tuvieran más suerte en la vida que mi cuñada; pues si hay algo peor que perder a tu gran amor, no quiero ni imaginar el dolor que debe suponer perderlo dos veces.
Las niñas han salido a bañarse y a ponerse morenas, no sin antes que su madre les haga una serie de advertencias y quedamos las dos enfrentadas ante un café cappuccino y una infusión de hierbas.
- Nuestro regalo de cumpleaños
Dejo un pequeño paquete sobre la mesa que Anna se apresura a abrir. Contiene un pequeño estuche que al abrirlo revela un único pendiente idéntico al que perdió aquel día.
- Tu hermano me envió una foto y me pidió que la llevase a la joyería donde compró los originales. Quería una copia del pendiente para poder regalártelo el día de tu cumpleaños. De esta manera cumplo con su última voluntad.
Anna se lo quedó mirando fijamente, claramente emocionada. Estoy segura que en aquel momento debían pasar tantas cosas por su cabeza; pero si de algo estaba segura era del mensaje que Albert le había querido transmitir con este regalo.
- Tengo algo más para ti - me agacho y saco de mi bolso una funda para pañuelos hecha en ganchillo con un sencillo lazo rojo y se lo ofrezco.
- Buf, hacía años que no lo veía, creía que lo había perdido.
- Cuando fui al apartamento de Albert para recoger todas sus cosas, lo encontré sobre su mesita. Fue lo único tuyo que se llevó Nueva York, siempre lo tuvo junto a él.
- Sabes creo que fue el mismo que recogió cuando hablamos por primera vez.
- ¿Así nunca te contó la historia?
- ¿Historia? ¿Qué historia? No sé de qué me hablas.
- Ya sabes que siempre estuvimos muy unidos. Hubo un tiempo hasta que se hizo mayor que pasaba a arroparlo cada noche y le contaba un cuento para que se durmiera. Esa noche le relate una antigua leyenda japonesa que nos habían contado ese mismo día en el instituto.
Cuentan que hace ya muchos siglos un poderoso Shogun decidió que ya era momento de tener descendencia e hizo llamar a una hechicera que tenía fama de conocer el futuro para que le aconsejará. La anciana mujer le contó que las personas estamos unidos por un lazo rojo invisible con la persona a la que amaremos y con la que seremos felices. El señor feudal le pidió que siguiera su lazo y le condujera hasta esa persona que debía ser tan importante en su vida.
Tras sortear calles y mercados, la hechicera, lo condujo hasta un templo donde se hallaba una mujer sosteniendo un bebé. “Ahí la tienes, ella sostiene el otro extremo de tu lazo rojo”. Pero al acercarse, el shogun comprobó que era una mujer vieja y fea y creyó que la hechicera le había engañado. En su ira, empujó a la mujer e hizo que el bebé cayera al suelo y se golpeara la cabeza. Preso de una furia salvaje mandó decapitar a la hechicera antes de volver a su mansión.
Pasaron los años y cuando el poderoso señor ya había entrado en su madurez, se sintió solo y desafortunado y hablando con uno de sus generales, éste le ofreció a su hija adolescente para sus nupcias.
El shogún quedó prendado nada más verla, pues la joven aunaba una gran inteligencia y sencillez a su belleza innata. Apenas una pequeña cicatriz junto a uno de sus ojos afeaba mínimamente aquel rostro perfecto. Al preguntarle por el origen de esa cicatriz, la joven contó que siendo un bebé,al cuidado de su aya, un malvado señor las atacó sin razón alguna y ella se golpeó contra un peldaño.
- ¡Vaya, Qué historia tan bonita! – dijo Anna secándose un par de lagrimas rebeldes que pugnaban por abandonar sus ojos.
- Albert siempre tuvo claro que tu estabas al otro lado de su hilo rojo y yo he tardado algo más de tiempo, lo reconozco, pero ahora tengo la misma seguridad.
- Vamos a llamar a las niñas, me preocupa que estén demasiado tiempo al sol. Además hoy es su primer día y no quiero que se pongan como cangrejos.
Nos levantamos y nos disponíamos a abandonar el recinto, cuando me decidí a hacerle la pregunta que ya llevaba tiempo rondándome por la cabeza.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Por supuesto, si después de todo lo que hemos pasado, no tienes confianza…
- ¿Qué harás con sus cenizas?
- Hace unos días lo hablé con mis hijas. No queremos que sus cenizas descansen en cualquier cementerio o sobre la repisa de una chimenea. Habíamos pensado arrojarlas al mar, a él siempre le gustó. Tal vez podíamos ir al lugar donde solía ir a pescar con sus amigos en verano.
Hemos traído su urna en el coche. ¿Te gustaría venir con nosotras? - proseguí
Y así fue como aquella noche las cuatro mujeres que habíamos compartido la vida de Albert, nos juntamos en un pequeño acantilado sobre un mar Mediterráneo de aguas tranquilas, en un silencio con el que parecía respetar nuestro duelo. Y mientras esparcíamos sus cenizas al viento y se posaban sobre un mar en calma levantando esquirlas de plata allá donde se reflejaba la luna llena, noté como mi bebé se movía y entendí en aquel mismo momento que el círculo se cerraba y supe a ciencia cierta que Albert me esperaba en algún lugar para estar siempre juntos, hasta más allá de la eternidad, pues ése y no otro, había sido siempre nuestro auténtico destino.
FIN