Aniversario (4: La hija de la turca)
Una fiesta no se acaba hasta que las chicas lo deciden. Y aún me reservaban alguna sorpresa.
A un fanático de la cama como yo, también para dormir, no hay cosa que más le joda que le despierten cuando empieza a quedarse frito (Transpuesto, sobao, leño dormido, que no durmiendo, como muy bien puntualizó el insigne plumilla D. Camilo en sesión plenaria del Senado, aunque insistía en estar durmiendo en lugar de dormido, el muy capullo).
Para el incauto lector que aterriza por primera vez en uno de estos, mis escritos, varias advertencias: Sí, ésta es una página de relatos eróticos, aunque me temo que la elección del relato no haya sido la mejor, suponiendo que el fin último sea elevar la temperatura de tu líbido. Si en estos momentos tu mano se debate indecisa entre bajar o no la bragueta del pantalón o tantea las costuras de tus braguitas, tengo el penoso deber de advertirte que mejor lo dejas para otro día u otro relato, que los hay muy apropiados.
Para los sufridos habituales, los incombustibles fanáticos que todo me lo perdonan cada vez quedan menos, gracias a Dios- o los ya irrecuperables que necesitan su dosis de caña, no me negaréis la buena voluntad que demuestro, incluyendo al principio las digresiones, en lugar de utilizarlas para joder el clímax de la historia.
Habíamos dejado a nuestro querido Jorge en el camarote, sorprendido por la irrupción de la madurita con fijación oral y la chica que la acompañaba. Aquí debería ir una llamada de atención al lector, reclamando la lectura de los tres capítulos anteriores de la serie cinco, con los Papá Noel (presunto) pederasta e Ingrid, la noruega intelectualmente superdotada- y los enlaces directos correspondientes, pero la conexión del ordenador a los internetes no anda muy fina y, además, estoy tratando de corregir la fea costumbre que tengo de poner a parir al lector por vago, despistado y tocapelotas; así que mejor lo dejo como está, los leen si les apetece y prometo seguir disciplinándome y terminar la historia de un puta vez, sin más tonterías de por medio.
-¡Huy, perdón! No sabía que estabas durmiendo. Mi mamá se empeñó en que la acompañase. Me llamo Soraya. Encantada de conocerte- Todo las tonterías anteriores me las estaba diciendo, en un correctísimo inglés sin acento puesto que lo entendí casi todo- una chiquita morena, guapísima y vestida con una especie red negra con pedrería: un traje elegante y con la malla lo suficientemente amplia para poder admirar un buen par de tetas y un chohito depilado. La madre, la loca que me había adquirido en la subasta previa, seguía sin decir ni pío, seguía en pelota picada y con la misma mirada depredadora de siempre fijada en mi entrepierna.
Mientras la hija me contaba que eran de origen turco, que el crucero era un regalo de su papá por su mayoría de edad, que él no las había podido acompañar por tener que cerrar un importantísimo negocio internacional de bla, bla, bla y que su madre se llamaba Matil-dhu. Seguro que no se llamaba así, pero es que me desconcentré un poco cuando la madre me agarró de los huevos y noté sus labios cerrarse sobre la base de mi polla. La buena señora, aficionada a los números circenses de tragasables, seguro, me puso lo pelos de punta cuando hizo una mueca y me dejó ver dos hileras de dientes alrededor de parte tan preciada de mi anatomía. Mientras me daba lengüetazos al capullo, yo pude seguir el discurso de la hija y concentrarme en lo requetebuena que estaba la niña. Después ya no, perdí el hilo de la conversación.
Cuando la madre renuncio a repetir el nombre- consideró que mi nabo había alcanzado el punto de maduración óptimo, hizo que Soraya tomara el relevo. La chiquita, comparada con su madre, era una aficionada, pero suplía sus carencias técnicas con mucho entusiasmo y dedicación. Joder, a mí me gustan las mamadas lentas, los besitos en el capullo, que me la coman a mordisquitos, que no me estrujen los huevos y saliva, la justa; es decir, que estaba disfrutando como un cerdo de la "inexperiencia" de Soraya.
Hasta que la puta vieja tomó cartas en el asunto, montándole un escándalo a la pobre chica, apartándola sin miramientos y haciéndole otra demostración de mamada peliculera, con profusión de saliva, sacudiendo la cabeza de un lado para otro e introducciones de garganta profunda. Y, mientras tanto, seguía dándole instrucciones a gritos, en turco, supongo.
Llegué a la conclusión de que yo era el conejito de indias de una clase práctica, en la que una profesora exigente se esfuerza en transmitir su amor por la ciencia a una alumna particularmente torpe despellejando a pobre conejito.
-No te angusties, Soraya, la mamas de vicio. La vieja ha visto muchas películas porno, pero no a todos nos gusta ser violados. Y si mamá pregunta, le dices que sí, que muy bien, que estoy a punto de correrme. Pero como me vuelva a pellizcar los huevos, la estampo contra la pared- A la niña se le iluminó a cara con la asombrosa revelación, convencida como estaba de que era un desastre como mamona. La madre seguía a lo suyo, aprovechando una pausa para tomar aire y preguntar algo. Creo que su hija tradujo omitió la amenaza de convertirla en parte del decorado de la pared, en vista la sonrisa que me dedicó y el renovado ímpetu con el que volvió al ataque.
Así estuvimos un buen rato: Soraya y yo en animada charla, la madre cada vez más agresiva, la madre empeñada en lamerme los huevos con mi polla encajada en la tráquea y mi querida amiga echa un verdadero lío. No acostumbro a follar o que me follen- a la vez que traduzco y gesticulo para hacerme entender.
La chica me contó que su madre la había convencido para hacer el crucero con dos buenas razones: hacer turismo y convertirla en una experta en felaciones y sexo anal, materias en las que la veía muy verde y fundamentales para cazar al socio de su padre, al que estaba casi prometida. Me conmovió la historia y, dado que me considero un caballero de los de antes -de los educados-, me ofrecí para echarle una mano siempre que mantuviera alejada de mi polla a la caníbal de su mamá.
La situación tomó cierto cariz surrealista cuando aparecieron Alessandra y Natalia. Un par de invitados más y aquello se habría parecido mucho a la famosa secuencia del camarote de los hermanos Marx. Hechas las presentaciones, sin que la vieja soltara ni un momento su presa, Alessandra me planto delante de las narices su chochito, con un sospechoso tufillo a leche agria y Natalia iniciaba las operaciones de acoso, con Soraya como objetivo.
A una la mandé con cajas destempladas al baño: -¡Pedazo guarra!-. A la otra le dieron calabazas enseguida. La tercera estaba en trance, amorrada a mi polla como un bebé a la teta. Y la cuarta seguía con ganas de conversación. ¡Menudo cuadro!
Natalia consiguió sacar del trance oral a la vieja, con una demostración práctica de la técnica de succión, con la que tantas veces había conseguido dejarme secos los cojones. Aquel día, no. Con tanto trajín y la aglomeración de público, mi polla se mostraba reacia a soltar ni una gota. ¡Coño, bastante hacía con mantener en alto el pabellón!
Alessandra salió del cuarto de baño luciendo el arnés de cuero, el de la polla de látex. Natalia se colocó en posición, con el culo en pompa y redoblando la potencia de la succión. La veja dudaba si apuntarse al bombardeo de mis dos chicas y, ante la duda, su hija aprovechó para quitarse el vestido de red, tumbarse a mi lado y disimular que me comía la oreja. Lo que hizo fue retransmitirme en directo la jugada, susurrándomelo al oído y dejando una de sus tetas al alcance de mi boca y el chochito al de mi mano.
-La pelirroja se lo está comiendo a la morena que te la chupa. Mi madre se ha entado en una silla, abierta de piernas y se retuerce los pezones con furia. ¡Ahh, más despacio, tengo un clítoris muy sensible!- Enseguida dejó de protestar, también de hablar, porque los suspiros y grititos de rata no son un idioma reconocido, que yo sepa. Me consta que soy un tipo hábil con la lengua y un manitas con los chochitos, pero también es verdad que me sorprendió la velocidad con la que se corrió la chica. Un minuto después seguía con la transmisión.
-¡Qué bruta! Tu amiga le ha metido la polla de látex de un viaje. ¡Por el culo y sin vaselina! No sé lo que dice la pelirroja, pero chilla como una loca. La morena te arrancará la polla de un mordisco, estoy segura. Bufa y se le está congestionado la cara, pero no suelta la polla ni para respirar. Eso tiene que doler y no, yo diría que ¡Joder, se está ahogando!- Yo estaba alucinando y demasiado excitado como para ponerme a discutir con Soraya. No, Natalia no se estaba ahogando. La he visto aguantar la respiración más de tres minutos seguidos. Lo que ocurre es que, al tener la boca llena y querer verbalizar su excitación, le salen unos gorgoritos que se pueden confundir con estertores de agonía. A mí también me acojonó la primera vez. En cuanto a mi nena, Alessandra, las barbaridades que salían de su boquita no son aquí reproducibles sin que tome cartas en el asunto la censura. No la veía, pero me la podía imaginar: espoleada su vena exhibicionista, al tener tanto público a mano, estaría en la gloria, dándole unos pollazos de muerte al culo de Natalia, meneando orgullosa la melena y con las uñas bien clavadas en las caderas de su pareja. Alguna vez me ha tocado darle friegas de agua oxigenada al pandero de Natalia, después de uno de estos arrebatos. Si ellas son felices así, yo no me meto.
Nunca había oído correrse a una tipa en turco. Resulta gracioso. Descojonante, si, además, su hija te lo cuenta.
-¡Buf, madre mía! ¿Te puedes creer que se ha metido cuatro dedos dentro? ¡Y sigue empujando! Como no se ande con ojo se hará un desgarro con las uñas- Yo las tengo cortas y bien cuidadas, así que Soraya no tuvo ningún reparo en acomodarse de nuevo para permitirles a mis dedos sólo dos- un cómodo acceso a su chochito. O debería decir a su fuente de aguas termales, vista la cantidad y temperatura de los fluidos que emitía. Dos minutos más tarde continuaba con la charla.
-Tu amiga está loca y mi madre también. La pelirroja le está poniendo el culo morado a bofetones a la otra y mi madre ya ha conseguido meterse el puño hasta la muñeca y sigue empujando. ¿La oyes? Le está diciendo a la morena que deje de mamarte la polla y le meta la mano y a la otra que pruebe con su culo. ¡Esto tengo que grabarlo con el móvil!- Y, sí, quedó una secuencia de lo más chula. Aún la guardo en la carpeta de Mi PC/Documentos/Mis vídeos.
Aprovechando que mis dos nenas le daban por delante y por detrás a la otomana, una vez que Soraya tradujo la petición, ésta aprovechó para subirse encima de mi polla y grabar la secuencia mientras tanto. Se lo agradecí un montón. Ya tenía la punta del nabo escocida con tanto roce: la puta de Natalia debe de tener un callo justo detrás de la campanilla.
La grabación no llega al cuarto de hora, pero se oyen los grititos de rata seis veces. Los tengo contados. Y el séptimo es un crescendo que se interrumpe de pronto, justo cuando se me oye decir a mí un delicado: "¡Me cago en la hostia, por fin!". La grabación termina con la jeta del menda en primer plano. Una jeta satisfecha, por cierto.
Costó convencer a madre e hija que la fiesta se había terminado, y sólo después de prometerles el partido de vuelta en su camarote, conseguí que se fueran. A Natalia hubo que darle ración doble de agua oxigenada en sus maltrechas nalgas y colocarle media docena de apósitos donde las uñas de Alessandra habían hecho un destrozo. Tuve que acompañarla al camarote de al lado -no se tenía de pie-, arroparla y darle un besito de buenas noches.
-¿Qué tal el italiano? ¿Aún respiraba cuando acabaste con él?- Le pregunté a Alesandra cuando volví. Se había quitado el chisme, que ahora usaba como un consolador. Supongo que era una indirecta. Pero no tenía yo el cuerpo para más sutilezas. La última sílaba la pronuncié con la cara enterrada en la almohada, tal como caí, de bruces en la cama.
-No aguantó ni el primer asalto. Tres minutos y ya. Menos mal que sus dos nietos se apuntaron después- Fue lo último que recuerdo de aquel día. Seguro que Alessandra siguió contándome sus aventuras y dándole cera al conejo, pero yo estaba ya en otra cosa.
Lo que sí recuerdo, es que el día siguiente empezó igual que el anterior: con la visión de Natalia relamiéndose, prueba circunstancial de un reciente ordeño, y Alessandra dando botes sobre mi polla. ¡Joder, con la ilusión que me hacía asomarme por la mañana a la terraza y contemplar la costa de Dalmacia, con el sol dándome en la cara! Pero las tetas de Alessandra, bailando a dos centímetros de mis narices, también eran un bonito paisaje.
Durante el desayuno, la megafonía del buque emitió infructuosas llamadas, reclamando al señor Pietro Sandrini ponerse en contacto con sus preocupadísimos nietos. Yo miré a Alessandra, convencido de que se trataba del italiano calvo, gordo, viejo y rico que le había tocado en la subasta. Alessandra miró a Natalia y Natalia contestó dibujando una enigmática sonrisa y una de sus salidas de pata banco.
-Lo de ayer no te lo perdono, querida. Aún me sangran un par de heridas en las nalgas. La próxima vez te pongo guantes-.
Apostillas del autor.
Tengo que admitir, bajo coacción y amenazas a mi integridad física, que mis amigotes son unas bellísimas personas, incapaces de cometer ninguna de las tropelías que aquí se cuentan. Ni siquiera de imaginarlas. Es más, alguna de sus santas, abnegadas y fidelísimas esposas, madres ejemplares de sus hijos, no me perdonarán jamás lo dicho en el cuarto párrafo de las apostillas del capítulo anterior.
Me jode mucho que me hayan prohibido volver a poner un pie en sus casas. ¿A quién le voy a chulear ahora el Chivas Reserva?
Coño, Pepe, Santiago, Luis, Gerardo ¿Cómo dejáis a la parienta leer estas cosas?