Anita, la joven del servicio

A un metro de mi, una mujer masturbándose viendo una porno, en ropa interior, jadeando bajito. Un paso más y la pude apreciar en plenitud: traía en sostén por encima de las tetas preciosas, redondas como uvas gigantes.

Hace algún tiempo, mi abuela sufrió una caída, por lo que mi madre tuvo que atenderla durante recuperación de la fractura de cadera que sufrió.

Mi abuela vive en provincia, así que mi madre y mi padre se ausentarían por un par de meses. Nos quedaríamos mi hermano y yo, y antes de irse decidieron contratar a alguien que se hiciera cargo de la casa (cocina, limpieza, lavar, etc.).

Mis padres se fueron y para la tarde, cuando regresé a casa me encontré ya a la mujer del servicio, Anita.

Era una joven de 19 años, morena, bajita, de pelo largo y muy negro, amarrado en una trenza, en pocas palabras una mujer bastante común. Venía del estado de Yucatán, por lo que sus rasgos, aunque no muy marcados eran de origen indígena.

La verdad no era una mujer fea, lejos de eso, sus rasgos castizos le favorecían bastante. Los primeros días apenas cruzábamos palabra, yo estaba en periodo de exámenes y andaba muy atareado y la verdad tampoco me interesaba mucho relacionarme con ella.

Un día dentro del ajetreo y la prisa, yo iba de un lado a otro de la casa, se me había hecho tarde y andaba un poco desesperado. Anita estaba a mitad de la sala, limpiando y al pasar por detrás, movió su mano, dándome un golpe bastante fuerte en los huevos. Fue bastante doloroso, sentía que se me doblaban las piernas y el dolor iba subiendo a la ingle, me senté en un sillón resoplando y aguantando las lágrimas. Cuando me recuperé un poco, abrí los ojos y ella estaba frente a mí, con las manos tapando su boca, con cara de preocupación y algo apenada.

  • ¿Está bien joven?

  • Ya está pasando… uff

  • Perdón, es que no lo vi

  • No te preocupes

  • ¿Le traigo un poco de agua?

  • No, ya se me hizo tarde, además dicen que caminando se quita. Anita… no vuelvo a pedirte de desayunar huevos revueltos. Me debes una

Aquel comentario lo hice sin alguna mala intención, más bien fue para no mentarle la madre, pero la hizo sonrojar y le provocó una sonrisa. Fue un buen inicio.

Por fin, cerca de cumplir ella el primer mes en la casa, terminé mis exámenes y las próximas dos semanas sería bastante relajadas. Ahora, con más tiempo empezaba a notar en ella, cosas que hasta entonces habían pasado desapercibidas. Tenía un cuerpecito bien formado, caderas anchas, piernas bien llenitas y unos pechos de buen tamaño y mejor forma. Vestía casi siempre con falda entalla debajo de la rodilla, y con playeras ajustadas que marcaban sus pechos y una que otra lonjita, cosa que lejos de molestarme, me gustaba (siempre he tenido debilidad por las mujeres un poco llenitas).

Ahora platicábamos más, yo pasaba mucho tiempo en casa y la verdad habíamos hecho una buena relación. Ya me decía por mi nombre (Roberto) y la verdad me pasaba momentos agradables. Sobre todo, me resultaba divertido hacer comentarios un poco subidos de tono, verla sonrojarse y tratar de esquivar los temas escabrosos. Aunque la verdad creo que le gustaba aquel ambiente tenso, porque sonreía tímidamente y en más de una ocasión me hizo comentarios bastante sexuales.

Una tarde, estaba buscando unos discos en el cuarto de mi hermano cuando noté que el cubrecama estaba desacomodado, metido, como si alguien hubiera levantado el colchón. Parecía algo sin importancia, pero entonces recordé lo que mi hermano guardaba bajo su colchón, revistas y videos porno. Siempre fue descuidado y para nadie en la casa era un secreto aquel material, pero el detalle del cubrecama de intrigó. Horas antes, había entrado a su cuarto y no noté lo del colchón.

¿Acaso sería Anita, podría ser que hubiera descubierto las revistas, cuál sería su reacción? La verdad estaba dejando volar mi imaginación, lo más probable es que fuera algo sin importancia, pero no me iba a quedar con la duda. Acomodé las revistas y los videos de manera que cualquier movimiento fuera notorio, salí de la casa con cualquier pretexto, haciendo notar a Anita que tardaría unas tres horas (habría que darle tiempo suficiente). Mi hermano regresa a casa alrededor de las nueve de la noche, así que tenía bastante tiempo.

Cuando regresé a casa, bastante desesperado por cierto, Anita estaba por irse y en cuanto se despidió, inmediatamente subí a la recámara de mi hermano. Levante con cuidado el colchón y ¡bingo! Aunque a simple vista parecía que todo estaba en orden, para mi era evidente que Anita las había movido.

Aquella noche apenas pude dormir pensando en Anita hojeando las revistas, viendo una película porno y con un poco más de morbo haciéndose un buen dedito. Después de un par de chaquetas a su salud decidí tenderle una pequeña trampa. El día siguiente, durante el desayuno, intensifique el ataque verbal, haciendo comentarios completamente sexuales y lanzándole miradas bastante obscenas a sus pechos y sus caderas. Lo hacía sin el menor disimulo, quería que se diera cuente, que sintiera y si era posible que la pusieran nerviosa. Esa mañana vestía una falda negra, un poco corta pero ajustada a más no poder. Sus caderas anchas eran evidentes, sus piernas se veían gordas y bastante fuertes. Una playera blanca sin mangas, ajustada, con un estampado ya casi borrado. ¡Qué tetas¡ redondas y grandes, marcando su silueta bajo la tela, brincando a cada paso, pidiendo ser mordidas por alguna boca piadosa (tal vez la mía). Salí de casa cerca de las 12:00 del medio día, ella saldría según mis cálculos a eso de las 12:30 para hacer las compras del día, así que desde la esquina esperé a que se alejara un poco y regresé a la casa.

Estuve observando por la ventana, cuando la vi venir, me encerré en el despacho (primer piso y siempre cerrado, solo teníamos llave los miembros de la familia). Así estuve un par de horas, pendiente de todos los movimientos de Anita, la escucha ir y venir, preparar la comida, limpiar, lavar los platos hasta que después de un periodo de silencio escuche el sonido de la televisión.

Un par de minutos después la escuche subir la escalera, y entrar al cuarto de mi hermano. Salió y bajo a prisa la escalera, no la había visto pero me la imaginaba con las manos llenas de pornografía y la cara llena de calentura.

Yo estaba ya con la verga completamente parada, acariciándomela sobre el pantalón y esperando el momento justo para salir a ver las maniobras de la muchacha del servicio. Se comenzaron a escuchar los sonidos propios de la porno, gritos, jadeos, palabras calientemente indecentes, etc.

Anita ya estaría en acción, pero decidí esperar cinco minutos más para dejarla entrar en calor y sorprenderla con las manos en la masa (o en la conchita más propiamente dicho).

Minutos que se me hicieron eternos, salí del despacho con la verga en la mano y caminando muy despacio, procurando no hacer ruido. Al asomarme por la escalera, una de las imágenes mas calientes que he visto en mi vida.

De espaldas a la escalera, en el sillón, Anita. Su playera y la falda en el respaldo y en sus hombros apenas los tirantes del sostén. En el televisor una mujer madura, rubia y de tetas enormes dándole una mamada impresionante a un hombre bastante más joven. Los jadeos y ruidos de la boca bombeando verga inundaban la casa. No podía ver las manos de Anita, pero era evidente que se acariciaba, movía los hombros rítmicamente, y su respiración era bastante acelerada. Sus ojos clavados en el televisor (seguramente en la verga del joven) y los míos en ella, en esa imagen que hasta el día de hoy sigue poniéndome caliente.

Bajé la escalera muy lentamente, procurando no hacer ruido para no espantar a la palomita. Cuando llegué abajo, un escalofrío recorrió mi espalda, el nivel de excitación era tremendo, con una erección como pocas había tenido. A un metro de mi, una mujer masturbándose viendo una porno, en ropa interior, jadeando bajito. Un paso más y la pude apreciar en plenitud: traía en sostén por encima de las tetas preciosas, redondas como uvas gigantes, mucha más claras que el resto de su piel. Los pezones oscuros, grandes, completamente duros, siendo apretados casi violentamente por sus dedos, se los apretaba, los torcía, los jalaba, mojaba sus dedos en la boca y regresaba a torturarlos.

Su vientre un poco llenito, marcada los pliegues de alrededor de cinco kilos de más.

Los calzones (muy poco sexis por cierto) a la altura de los tobillos permitían apreciar una mata de pelo rizado, bastante abundante y centímetro más abajo su mano frotando morbosamente su sexo. Con las piernas separadas se acariciaba la conchita de una manera deliciosa, tenía unos labios sexuales gruesos, sus dedos se perdían en ellos y de vez en cuando se los metía en la vagina haciendo ruidos de evidente humedad. A estás alturas mis pantalones habían caído al suelo y me acariciaba el pene que apuntaba directamente a la nuca de Anita. Fue entonces que ella sintió mi presencia, miro por encima de su hombro y me vio. Intentó levantarse rápidamente, pero aquello era algo que definitivamente no iba a permitir.

La sujete fuertemente de los hombros y la senté con fuerza en el sofá, ella gritaba y forcejeaba bastante

-¡Suélteme joven!

-Te he dicho que me digas Roberto

-¡Suéltemeeee! -No te voy a soltar, me tienes con la verga paradísima, además no te puedes quedar así, ni siquiera pudiste terminar tu "quehacer".

Anita tenía fuerza, me tiraba de los cabellos, trataba de liberarse, gritaba y lloraba. Pero desde mi posición, aunque no era fácil, podía controlarla.

La sujete con la mano izquierda y con la derecha rápidamente baje hasta su peluda conchita. Comencé a frotársela como ella lo había estado haciendo, tal vez con más fuerza para derribar sus defensas lo más rápido posible. Cerraba las piernas aprisionando mi mano, lo que lejos de detenerme, hacía que mis tallones fueras más enérgicos. -¡Noooo¡ -¿No te gusta, entonces porque lo hacías?

-¡Suélteme¡ -Está muy mal que tomes las cosas de mi hermano y más si son películas porno -¡Por favor!

-Qué rica mamada le dieron al de la película ¿no crees?

-¡…! -¿Crees que puedas hacerlo mejor?

Anita seguía luchando, tratando de liberarse de mis brazos, jalando mis cabellos y llorando ahora más intensamente, incluso estuve a punto de soltarla, pero una buena señal me indicó que el camino era el correcto.

Sentí su clítoris con los dedos, había crecido bastante y lo tenía durito. Me concentré en acariciarlo, en darle pequeños golpecitos, sujetarlo entre mis dedos y frotarlo muy rápido para no darle tiempo de pensar.

Anita abrió los ojos, miraba mi mano moverse locamente sobre su sexo, sollozaba aún pero ahora lo combinaba con jadeos que me indicaron que empezaba a sentir placer. Sus piernas perdieron fuerza y se abrieron ante mis embestidas. Esto me permitió entrar en ella, aproveche aquel "descuido" para meter dos de mis dedos en su conchita, se sentía no húmeda, completamente mojada. Mis dedos resbalaron en su interior y comencé a bombearla salvajemente al tiempo que con el dedo pulgar le tallaba el clítoris.

Poco a poco sentí que sus defensas cayeron, se deshizo del calzón que contenía sus tobillos, subió una pierna al sillón dándome libre acceso a su conchita. Dejó de luchar, respiraba agitadamente, dejando atrás los sollozos y dando paso a pequeños gemido de placer. No apartaba la vista de mi mano sobre su sexo, parecía disfrutar mucho viendo cosas morbosas y no solo me refiero a la película.

Seguía jalándome de los cabellos, pero ahora era distinto, ya no era para que la soltara, sino para no detuviera mi cogida manual.

Besé y mordí su nuca, su cuello, sus mejillas, metí la punta de la lengua en su oreja haciéndole una violación auditiva que la puso a temblar.

Ahora con la mano libre pude apretar esas tetas gordas que tanto me gustaban, mis dedos se hundían en su suavidad, se las apreté a placer, pasando de una a otra, de pezón a pezón, haciéndolo con fuerza, como había visto que a Anita le gustaba. Ella comenzó a besarme el rostro también apasionadamente, hasta que nuestros labios se juntaron. Quién diría que una mejer como ella, que parecía tan recatada, pudiera ser tan caliente y besar de aquella forma. Sus labios me succionaban como ventosas, su lengua recorría mi boca, me lamía los labios, la cara, como si fuera una perrita mimosa (y si). Aunque en otras circunstancias algo así tal vez (solo tal vez) me hubiera parecido desagradable, ahora, con lo caliente que estaba la verdad resultó en algo bastante rico.

M mente voló imaginándome las maravillas que aquella boca podría hacer sobre una verga, como la mía, que pedía a gritos ser exprimida.

Sentí que mordió mis labios, su respiración se hizo angustiosa y de los cabellos me sujetaba para mantenerme contra ella. Mi mano empapada, comenzó a sentir las contracciones de su cuerpo, aceleré las acometidas y las caricias sobre su clítoris. Me dolía el brazo pero no había tiempo para treguas, aceleré a fondo y Anita comenzó a gritar salvajemente, a escurrir sobre mi mano a temblar como pez fuera del agua.

-¡Ya¡ -¿Ya qué?

-¡Huummmm¡ -¿Ya qué?

-¡Me vengo… Ahhhhhh…. ahhhhhh¡

-¡Mójame, muérete en mi mano, así… escúrrete¡

-¡Si…! ¡Ayyyyy! ¡Ayyyyy! Ahhhhh

Evita se había venido como loca, su cabeza apoyada sobre la mía, sus tetas subías y bajaban al ritmo agitado de su respiración dándome que estuvo a punto de hacerme soltar mi semen sobre el respaldo del sillón.

La recosté sobre el respaldo y me quité la ropa, faltaba yo y la verdad ya no podía más, sabía que no duraría mucho pero necesitaba descargar mis huevos que ya empezaban a dolerme. Ella permanecía con los ojos cerrados, con la cabeza hacia atrás, despatarrada, con las tetas al aire. Los vellos de su pubis brillando por la humedad, con el sexo dilatado y con un cabrón con la verga apunto de explotar enfrente de ella.

Apenas abrió los ojos y la jalé hacia mi, la tome por la nunca acercándola a mi verga, quería sentir sus labios carnosos chuparme, comerme como lo había hecho con mis labios. Anita se resistía un poco, con la verga comencé a acariciarle toda la cara, se la pasé por las mejillas, la frente, los labios, llenándola de mis jugos. Empuje sobre su boca cerrada y poco a poco y con un gusto enorme, mi verga se deslizó entre sus apretados labios.

-¡Chúpamela… más fuerte! ¿Te gusta?

-¡No! -¡Pues a mi si… cómetela!

Tomé su cabeza y aceleré mis movimientos, cogiéndomela literalmente por la boca. Era evidente que no tenía mucha experiencia en las artes bucales, me lastimaba un poco con los dientes y se ahogaba continuamente.

Pero como la práctica hace al maestro, en cuestión de minutos me chupaba como si lo hubiera hecho toda su vida y ya no era yo en que se movía, era ella la que empujaba su cabeza violentamente. En más de una ocasión tuvo que detenerse para controlar las arcadas que le provocaba mi verga, pero apenas tomaba aire y regresaba con desesperación a sus labor.

Estaba a punto de venirme, la excitación era demasiada, y para ser honesto aquella mamada no duró más de dos minutos. Sentí un calor intenso subiendo por mi pene, la tome de los cabellos, inclinando un poco su cabeza hacia atrás, quería ver su cara, sus ojos destilando fuego. Anita presintió lo que estaba apunto de ocurrir, detuvo sus movimientos e intento zafarse, abrió mucho los ojos como pidiéndome que no lo hiciera, que no le llenara la boca de semen. Pero a esas alturas era demasiado tarde, un par de arremetidas más a su boca y me vine como loco. Le solté la cabeza y un par de chorros de semen le llenaron la boca, al sentirse libre se sacó mi verga de la boca, pero sólo para recibir el resto de mi leche sobre su rostro y tetas.

Solté semen como si llevara años sin coger, cuando me repuse un poco y voltee a verla, su imagen me hizo temblar la verga nuevamente. Ver a Anita con la cara llena de semen, cubierta casi completamente, con su cabello negro manchado de leche, escurriendo por sus mejillas y pómulos gotas gruesas que le caían en sus tetas. Con los ojos entrecerrados, respirando agitadamente y sacando de su boca el semen revuelto con su saliva.

Recogí con la verga (ya casi dormida) algo del semen que tenía en su cara y se la puse en los labios, ella, sorprendiéndome, abrió la boca y me dio unas últimas chupadas, haciéndome temblar y dejándome la verga completamente limpia.

En el televisor la película había terminado.

Tomé sus calzones y con ellos limpié todo el semen, tanto de su cuerpo como del sillón. Quedaron empapados y se los entregue como un recuerdo. Le di un beso en esa boca que tanto placer me había dado, levanté mi ropa y subí a darme un baño.

Mientras me bañaba escuche a Anita entrar al cuarto de mi hermano (a dejar las películas en su lugar), y después detenerse en el pasillo:

-¡Hasta mañana joven!

-¡Hasta mañana¡ Anita… te he dicho que me digas Roberto.