Anita de tus deseos (capitulo 5)
Relato autobiográfico de Anita, dónde nos cuenta sus aventuras de sumisión desde que descubrió el sexo de la mano de su padre. En el capitulo de hoy: nos vamos al campo.
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Cuándo suena el despertador no digo ni pregunto nada a papá. Le toco con la mano para que sepa que estoy despierta y le dejo hacer. Mi padre es tu tío muy ordenado y metódico, y en esto también. Igual que por la noche que me folla siempre en la postura del misionero, por la mañana es parecido pero variando de postura: primero me la mete en la boca y a continuación me folla a cuatro patas. Un polvo rápido y listo. Los juegos y las innovaciones las deja para la tarde. Después, me deja recién follada sobre la cama mientras se afeita y se ducha. Normalmente, me quedo dormida y no le oigo irse. Así todas los días desde que me he convertido en su incondicional y devota amante.
Parece que llevo toda la vida durmiendo con él, pero solo son quince días. Ya no me pasa cómo el primer día que me desperté a las tantas. La alarma de mi móvil suena a las nueve de la mañana y me levanto rápidamente para no quedarme dormida otra vez: siempre cabe esa posibilidad. Si toca correr, me planto las zapatillas y salgo a corretear por ahí un rato. Supongo que con el tiempo iré haciendo más distancia. Y si no, me bajo al sótano y me lío con los abdominales y las pesas, pero la verdad es que no me mato con ellas. Estás rutinas se están instalado en mi vida, aunque supongo que cuándo empiece la universidad variaran bastante.
Pero me estoy adelantando. El segundo día me levanté cuándo sonó el móvil y cómo ya he dicho salí a corretear aunque reconozco que fue poco. Regresé, me desnudé y me puse el plug: lo tenía pactado con papá. Después de desayunar, pillé la aspiradora y los trapos y me subí al desván: madre mía cómo estaba. A pesar de hacerlo con la aspiradora, levanté una polvareda de narices, tanto, que me tuve que poner un pañuelo tapándome la nariz y la boca. Cuándo me miré en un antiguo espejo de cuerpo entero me quede asustada: parecía una croqueta. Entonce, a través del espejo, reparé en un pilotito rojo que parpadeaba en el techo. Me acerque a ver que era y comprobé que era una cámara y que estaba funcionando. Recordé lo que me dijo papá el día anterior sobre que él se enteraba de todo. Seguí limpiando mirando de reojo la cámara y a eso de las dos termine. Había localizado los baúles con la ropa de mama, y después de limpiarlos los bajé atando una cuerda al asa y dejándolos resbalar por la escalera abajo. Arrastré los baúles hasta mi antigua habitación y me fui a duchar: ya revisaría su contenido en otro momento.
Comí algo de fruta y me puse con la escoba. Según barría miraba por todas partes intentando descubrir más cámaras y no encontré ninguna. Estaba en el salón cuándo sonó un mensaje de whassap en el móvil: era papá.
—«Túmbate bocarriba en la mesa del salón».
Me quede desconcertada y después de unos segundos reaccione y retire todo lo que había sobre ella. Después, con el móvil de la mano me tumbe cómo me había dicho papá.
—«Levanta las piernas y sepáralas todo lo que puedas» —dijo el siguiente mensaje. Así lo hice.
—«Acaríciate el clítoris» —empecé a acariciármelo y noté cómo empezaba a abultarse.
—«Con la otra mano pellízcate los pezones» —dejé el móvil sobre mi vientre y empecé a pellizcarme cómo me había dicho papá. Sonó otra vez y con los nervios, al ir a cogerlo, se me escapó de la mano y se fue al suelo despanzurrándose. Mire las piezas con ojos de pánico y al pensar en el castigo de papá por cargarme el puto móvil me puse más cachonda. Poco a poco fui acelerando la mano hasta que unos minutos después llegué al orgasmo. Cuándo me tranquilice, me baje de la mesa y estuve recogiéndolas piezas. Lo pude montar otra vez, lo active y vi que había un último mensaje de papá.
—«Muy bien hija: buena chica».
Un poco antes de que llegara papá, me duché otra vez: quería estar bien limpia para el. Cuándo llegó, subió al dormitorio y mientras arrodillada le desanudaba los zapatos se fue quitando la camisa y la corbata. Terminó de desnudarse y se metió en la ducha. Mientras tanto le esperé anhelante de rodillas en el suelo. Salió terminándose de secar el pelo con la toalla, se sentó en el sillón que hace las veces de descalzadora y me llamó con el dedo. Me acerqué despacio gateando y empecé a restregar el rostro con su polla que fue reaccionando poco a poco. Recorrí con la lengua toda su longitud hasta llegar a la punta y poco a poco me la metí hasta el fondo de la garganta: cada vez se me daba mejor. Para entonces la polla de papá estaba dura de cojones y me hacia feliz la facilidad con que conseguía que se excitase y se endureciese. Seguí chupando y en ocasiones le chupaba también los huevos y el ano. Papá, con la cabeza recostada en el respaldo y los ojos cerrados, disfrutaba de mi esmerado trabajo. Finalmente, se corrió y le hice chillar mientras con la lengua le masajeaba el glande.
—Cada vez lo haces mejor mi amor, —dijo. Cómo la tarde anterior me quedé sentada en el suelo con mi cara junto a su polla por la empezaba a sentir devoción.
—Papá, ¿por qué hay una cámara en el desván y otra en el salón?
—Hay cámaras en todas las habitaciones de la casa.
—¿En todas? —pregunté incorporándome— ¿Aquí también?
—Claro, y además voy a poner una sola para ti para que te siga por todas partes y grave constantemente lo preciosa que eres, —bromeó. La cara se me iluminó de felicidad.
—Y ¿Hace mucho que están?
—Siete u ocho años, —y riendo añadió— tenía a mama vigilada constantemente.
-¿No te fiabas de ella?
—Al contrario: te puedo asegurar que tu madre era la persona en quien más confiaba de todas las que conozco.
—¿Entonces?
—Tu madre era una exhibicionista crónica. Ella me pidió que las instalara para que pudiera verla a cada momento desde la oficina.
—Y ahora las usas conmigo.
—Por supuesto. De hecho, renové toda la instalación un par de meses antes de que terminaras el internado: cambie las viejas cámaras por unas nuevas HD.
—Y ¿Dices que a mama le gustaba?
—¿Qué si le gustaba? Ya te digo: tengo horas y horas de grabaciones haciendo de todo lo que puedas imaginar. ¿Te acuerdas que un par de veranos te mandamos a un campamento? —asentí con la cabeza— pues cogimos la autocaravana, que la acabábamos de comprar, y nos fuimos a un camping nudista con playa: disfruto cómo una enana. Todo el día en bolas delante de todo el mundo y yo con mi cámara siguiéndola a todas partes. Además, la playa era bastante liberal y follamos unas cuantas veces delante de los demás bañistas. Y no fuimos los unicos.
—¿Sí?
—Ya te digo, —y soltando una carcajada, añadió—. Fíjate cómo era la cosa que en ocasiones mama se cabreaba conmigo porque decía que la gente miraba más mi polla que a ella.
—Quiero verlas, quiero ver esas grabaciones.
—Todo lo de tu madre está guardado en la nube: luego te doy el enlace y la clave. Y ahora ven, siéntate en mi regazo que me apetece tocarte el chocho.
Me levanté y que acurruqué en su regazo con la mano de papá en la vagina. Me besó en los labios: ¡Joder! Cómo solo sabe hacer él. Cuándo me mete la lengua en la boca noto cómo el chocho se me inunda y los pezones se me endurecen. Sé que mi reacción le gusta porque es natural, no es impostada. Mis jadeos eran evidentes y eso que aunque le estaba mojando la mano, él, aún no la movía: solo la tenía en contacto. Siguió morreándome y entonces, mientras me sujetaba por el chocho me dejó caer al suelo dejándome de rodillas entre sus piernas.
—Separa bien las piernas, pon las manos en la nuca y no te muevas, —me ordenó. Le obedecí inmediatamente y empezó a masajearme la vagina y el plug con la mano mientras me empezaba a susurrar en el oído—. Zorra, te vas a correr en mi mano cómo la puta que eres. ¿A qué esperas perra? Mójame la mano con tus jugos. Vamos zorra.
Sus palabras me ponían a cien, mi deseo se disparaba y mis gemidos iban en aumento. Llegué al orgasmo y mi cuerpo se descontroló: me incliné hacia delante apoyándome en su brazo mientras el me mantenía firmemente agarrada por la vagina, e incluso las manos se me separaron de la nuca.
—Muy bien zorra, —dijo mientras me agarraba por el pelo y tiraba hacia detrás—. Vamos puta: abre la boca.
Le obedecí, sacó la mano de mi chocho y dejó gotear mis jugos en el interior de la boca. Después me metió los dedos y me ordenó que chupase. Sentí tal oleada de placer que casi tuve otro orgasmo. Asida por el pelo me tumbó en el suelo, se levantó, se puso los pantalones cortos y bajo al salón, no sin antes decir con una sonrisa—. Cuándo te recuperes baja.
Estuve un buen rato tirada en el suelo, sudorosa y con la mano agarrándome el chocho. Al cabo del rato me levante y me di una ducha rápida porque había sudado cómo una cerda.
Cuándo bajé, papá estaba en el despacho, con el ordenador.
—Ven, siéntate aquí, —dijo apartando un poco el sillón para que me sentara sobre sus piernas—. Estos son los archivos de tu madre.
—Pero si hay un montón, —dije al ver los cientos de carpetas.
—Hay muchos que ni los he visto: principalmente las grabaciones diarias.
—¿Grabaciones diarias?
—Claro, las cámaras graban constantemente cuándo detectan presencia y el sistema lo archiva automáticamente en la nube.
—¿Y a mí también me gravas? —pregunté. Cómo respuesta papá pincho un archivo y aparecí encima de la mesa masturbándome: lo que había ocurrido hacia escasamente unas horas. Al verme despatarrada sentí una punzada de placer y la espalda se me arqueó ligeramente—. Porfa, pon alguna de mama.
Buscó el archivo y vi a mama trajinando desnuda por la casa igual que yo hacia. Papa siguió pinchando archivos y la seguí viendo haciendo de todo: barriendo, haciendo ejercicios con las pesas, leyendo, tecleando en el ordenador y muchas más cosas. El recuerdo hizo que se me escapara alguna lagrima mientras papá me acariciaba cariñoso y me besaba el cabello.
Mientras cenábamos, papá me informó de algo que había pensado.
—He pensado que podíamos coger la autocaravana e irnos al puerto de Cotos a pasar el finde.
—¿Todavía la tenemos?
—Sí, esta en un garaje pero hace más de dos años que no la muevo: desde que murió tu madre. Le he dicho a un mecánico que conozco que la haga una puesta a punto.
—¡Ah! Pues genial.
—Mañana por la tarde me esperas a la salida de banco y vamos de compras: necesitaras botas de trekking, mochila y algo más. Ya veremos. Así estrenas la tarjeta: mañana te la doy.
Al día siguiente esperé a papá cómo me había dicho y experimenté un nuevo tipo de placer totalmente desconocido para mi: comprar y pagar con tarjeta. Me había vestido con la ropa que papá me había dejado preparada: pantalón vaquero corto, camiseta ajustada blanca y chanclas. Tengo que reconocer que desde que estoy adelgazando estoy más buena y la ropa me siento mejor. Estoy deseando bajar de cincuenta cómo me ha ordenado papá.
Fuimos a una conocida tienda de la calle O´Donnell y compramos todo lo necesario. Durante todo el tiempo que estuvimos en ella, papá no perdía oportunidad de pasar la mano por mi trasero, en ocasiones descaradamente, y a pesar de la vergüenza que sentía, me gustaba, y me gustaba mucho.
Durante el resto de la semana, tuve las botas puestas permanentemente por orden de papá. Quería que las fuera domando para que no tuviera problemas durante el fin de semana. En casa, mientras hacia las cosas de casa desnuda, también las llevaba.
El viernes esperé a papá en la puerta del banco y cuándo salió fuimos a por la autocaravana.
Llegamos al Puerto de Cotos pasadas las ocho de la tarde después de tragarnos todo el tráfico de salida de Madrid por la carretera de La Coruña. Cómo había algunos coches en la parte alta del aparcamiento, nosotros lo hicimos en la parte baja para tener más intimidad. Aunque había sido un día de mucho calor en Madrid, allí la temperatura bajo rápidamente en cuánto el sol se escondió por detrás de las montañas. Nivelamos el vehículo y nos pusimos a preparar la cena. Experimenté un nuevo placer que no conocía, y esta vez no fue preparado o previsto por mi padre. La casa de Madrid es grande y aunque normalmente a mi padre le gusta tener contacto físico conmigo, lo cierto es que normalmente hay una separación física entre ambos. Aquí no. La autocaravana es tan estrecha que cualquier cosita que hacemos entramos en contacto, nos rozamos y mucho, y me encanta. Me encanta que me roce el trasero cuándo pasa de un lado a otro, que me lo toque cada dos por tres, que me ponga las manos en las caderas, en definitiva: que me meta mano. Desde luego a papá no hay que animarle y yo estoy en una excitación constante.
—Esta noche va a hacer frío, —dijo papá.
—Si, se nota fresco ya.
—Voy a encender el generador para poner la calefacción.
—Si no quieres, por mi no lo hagas papá. He traído un polar.
—Ya, pero es que yo prefiero tenerte a mano sin el polar, —dijo riendo.
—Pues entonces si: pon la calefacción. Me apetecía cenar fuera bajo todas estas estrellas.
—No hay problema: cenamos fuera y te meto mano dentro.
—Genial.
Mientras preparaba la cena, papá conectó el generador y sacó la mesa y las butacas. Fue muy agradable, cuándo terminamos y apurábamos nuestras copas de vino, papá apagó todas las luces y nos quedamos un buen rato bajo la formidable bóveda estelar de una limpia noche sin luna.
—Cuándo entremos te voy a tener que poner la mordaza, —dijo papá mirando hacia la parte alta del aparcamiento dónde los ocupantes de varios coches tenían organizado un ruidoso botellón.
—Genial, —dije entusiasmada. En poco tiempo me había aficionado a todo lo que se le ocurría a papá—. Pero con el ruido que están haciendo…
—Ya, pero cuándo se callen, por la noche se oye todo. La verdad es que me da igual, lo que quiero es tenerte amordazada.
—¡Ah! Pues entonces ya está, —me quedé pensativa unos segundos y continué—. ¿Sabes una cosa que me gustaría papá?
—Dime.
—Poder vivir cómo una pareja normal.
—Ya lo hacemos.
—No, no lo hacemos porque somos padre e hija y los vecinos nos conocen, ya sabes.
—¿Y que quieres, que nos cambiemos de casa?
—Y de ciudad, y de país: eso ya sería la pera, —papá se echó a reír.
—De ciudad y de país no es posible. Cómo estoy en el banco estoy bien: casi tengo un horario fijo y gano mucho dinero. Nunca he querido ascender más porque entonces tendría que vivir para el banco y yo necesitaba tiempo para tu madre, y ahora para ti. Pero lo de cambiar de casa si es posible.
—¿Sí? —pregunté visiblemente interesada.
—Sí, de hecho, somos propietarios de varias viviendas, lo que pasa es que no son unifamiliares: para jugar contigo necesito que lo sea.
—¿Y si compramos otro chalé?
—El lunes voy a traer un listado del banco. Podrías dedicarte a mirarlos a ver si encuentras algo apropiado al otro lado de Madrid.
—Y esas casas que dices que tenemos ¿dónde están?
—Por todo Madrid y alrededores.
—Pero ¿cuántas son? Y ¿para que las quieres?
—Son catorce, y son una inversión. Se las he ido comprando al banco: gangas ya sabes. Están todas alquiladas: sacamos más de seis mil euros al mes.
—Y entonces ¿cuándo me traigas el listado me pongo a buscar?
—Sí. Lo ideal seria unifamiliar, no muy grande, con jardín, con sótano, y muy importante: comunicado por metro con el centro. Así no me llevo el coche.
—¿No te hace falta en el banco?
—Para nada: cuándo tengo que salir a visitar a algún cliente voy con un conductor del banco. Y vamos a dejar la charla que se me esta poniendo dura solo de pensar en el polvo que te voy a echar.
Me levante automáticamente y entre en la autocaravana mientras papá plegaba la mesa y las butacas y las guardaba. El interior estaba caldeado y se notaba mucho calor al entrar desde el frío del exterior. Cuándo papá entró, yo ya había desplegado la cama y me encontraba desnuda sobre ella. Se quitó la ropa y de uno de los armarios sacó una bolsa de deporte. De su interior sacó muñequeras y tobilleras de cuero y una mordaza hinchable. Me puso las tobilleras y las muñequeras y se tumbó a mi lado. Me abrazó y me estuvo besuqueando por todas partes: creo que no dejó un solo centímetro mío sin besar. Cuándo llegó a mis pies unió las tobilleras con un mosquetón. Después se centró en mi boca mientras me sujetaba las manos a la espalda con las muñequeras. Estuvo mucho tiempo peleando con mi lengua, mordisqueándome los labios al tiempo que movía el plus de mi culo. Con el deseo disparado intentaba atrapar su lengua con mis labios, con mis dientes y eso me ponía más cachonda si cabe. Cuándo me tocó el chocho con la mano me corrí automáticamente. Papá siguió con la boca pegada a la mía respirando mis gemidos. Notaba su polla firme, enorme, rozándome en vientre mientras seguía besándome, y la anhelaba, deseaba que me la metiera hasta el fondo y me partiera en dos. Cómo si me leyera la mente, me soltó las manos, se separó y unió las muñequeras con las tobilleras. Me colocó bocabajo y me quedé con el trasero en popa. Noté cómo me introducía un par de dedos en la vagina, vi, y sentí, a través de mis piernas cómo con el pulgar me estimulaba el clítoris. Igual que si hubiera dado a un interruptor volví a correrme y a berrear mientras entre mis piernas veía poderosa la polla de papá dispuesta a ensartarme. Y lo hizo. Después de lubricarla me la introdujo lentamente hasta que la mitad estuvo dentro. Empezó a bombear y con cada embestida iba entrando más. Notaba la presión contra el fondo de la vagina cuándo papá metió la mano por debajo y empezó a estimularme el clítoris. Mientras chillaba cómo una demente con el nuevo orgasmo, noté cómo papá se derramaba en mi interior abundantemente. Desde que empezamos la relación, hace poco tiempo la verdad, es la primera vez que está tanto tiempo sin follarme: hoy, por el viaje, no ha habido sesión de tarde.
El resto del finde también fue genial. El sábado, polvo mañanero, excursión por las cumbres de Peñalara con polvo silvestre incluido, y regreso a la autocaravana para cenar, follar y dormir. El domingo lo mismo pero por la Bola del Mundo y regreso por la tarde para regresar a Madrid.
Ha sido un fin de semana fantástico.