Anita caliente (01)

Yo soy una chica muy sensible a los tocamientos. Y si me tocan o me rozan me voy calentando, aunque sólo sea en el brazo o en la espalda. Debe ser por mis dieciocho añitos...

Anita caliente (01)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

Yo no sé por qué, a mis dieciocho añitos, encuentro que todos los hombres buscan cualquier excusa, para tocar mi grácil cuerpito aunque sólo sea un poquito. Un pequeño roce por aquí, un apretón de manos por allí, un toquecito en la cintura al abrirme la puerta del taxi... Tonterías, pequeñas cosas sin importancia, pero que van sumando. Porque aunque nadie lo sabe, tengo una lívido muy sensible. Y cada toque, por insignificante que sea, me cachondea un poquito. Lo que no sería nada, si esos pequeños cachondeos no se fueran sumando.

Por ejemplo, en la parada del colectivo. El señor que venía detrás de mí me empujó suavemente por la cintura, ya que el escalón era un poco alto. Y por la misma razón, otro señor algo mayor y muy gentil, me tomó del brazo para ayudarme a subir. Una mano caliente y fuerte, la del señor. Y el que venía detrás, se dio un envión para superar el escalón, con lo que su cuerpo dio contra el mío, y su mano contra mi cintura. Eso fue todo, pero ya me dejó la temperatura ligeramente aumentada para el resto del día. Afortunadamente el vehículo traía poca gente, de modo que los roces fueron pocos, aunque hicieron su contribución también. Cuando un muchacho me cedió el asiento, tomándome del brazo para que no perdiera el equilibrio, acepté el asiento, pero mi cara había tomado un matiz de color muy sexy, y mi respiración se había acelerado un poco. Sabía que esas sensaciones me acompañaría todo el día. Eso si tenía suerte y no aumentaban.

No tuve suerte. Al bajar del colectivo, el hombre que me precedía se dio vuelta gentilmente y me ofreció su mano, fuerte y viril, para ayudarme en la bajada. Y del impulso me fui contra su cuerpo. El hombre me sostuvo por los brazos, casi a la altura de los hombros, hasta que me estabilicé. Lo cual, en otro sentido, me desestabilizó un poco más. También contribuyó bastante el delicioso perfume de su colonia varonil. Las colonias de hombre me vuelven loca. Continué mi camino lo mejor que pude, aunque con una desestabilización de grado dos en la escala de ritcher.

Al entrar al edificio por la puerta giratoria coincidí con un muchacho que entró justo atrás mío, de modo que sentí su cuerpo con el mío, durante el breve tránsito hasta salir del otro lado. Por suerte no traía ninguna colonia, aunque fue igual, porque pude sentir el aroma de su piel. Y a mí los aromas que emanan de la piel de los hombres me vuelven loca. Creo que ese chico jamás sospechó el estado en que yo me encontraba, sino otra habría sido la historia.

El ascensor estaba lleno de gente, dos chicas, un señor cincuentón con una colonia exquisita, dos muchachos con pinta de vendedores, y así, seríamos unos diez.

Bajé, como siempre, en el piso dieciséis y entré en las oficinas de la empresa distribuidora para la cual trabajo. Un poquito húmeda, ciertamente.

Mis compañeros de equipo e saludaron con un beso en la mejilla. Tres chicas y seis varones. De modo que tuve que soportar nuevamente el desfile de aromas, pieles y contactos. Cuando llegué al último estaba ligeramente mareada, y con los ojos algo húmedos también. Aunque nunca me lo han dicho, creo que los muchachos sospechan mi pequeño problema. Así que los saludos, besos y apretones son un poco más fuertes de lo que me convendría. Pero esos son temas que una no puede hablar francamente.

Me tocó el jefe, para formar pareja en la calle. Qué desgracia. Rolando es un casado de treinta y cinco, de aspecto atlético y modales muy varoniles, además de la exquisita colonia que usa. Para colmo de males es muy toquetón. Para decirme cualquier cosa me toma del brazo, o me abraza protectoramente. Él me considera la benjamina del grupo, o al menos eso es lo que dice, cuando me lleva del hombro, o me acaricia afectuosamente la espalda. Y yo me voy poniendo que ni te cuento. Me esperaban horas difíciles esa mañana.

Tomamos un colectivo que nos llevaba hasta la zona que debíamos trabajar esa mañana. Por desgracia venía bastante lleno, así que tuve que sentir el cuerpo de Rolando contra mi espalda, apretándoseme en formas variadas según los vaivenes del colectivo y los pasajeros que pasaban detrás suyo. Eso fue demasiado para mi lívido, así que mi bajo vientre se puso a temblar, sentí fuertes punzadas de placer en mis híjares, y mientras él apoyaba sobre mi hombros, a través de la fina camisita blanca, su caliente mano, al par que me explicaba como recorreríamos la zona, me corrí silenciosamente. Por suerte él estaba a mi espalda, así que no pudo ver el desenfoque de mis ojos, ni la agitación de mi pecho. Es un problema ser tan calentona.

Yo salgo con un chico, el Guille, de mi misma edad. No digamos novios, pero salimos desde hace tres semanas. Pero faltaban muchas horas para verlo, y eso si nos veíamos, porque no habíamos arreglado nada. En cambio, ahí lo tenía a Rolando, atrás mío, haciéndome sentir el calor de su cuerpo. Sentir toda esa carne viril rozando mi espalda, me estaba poniendo nuevamente en órbita. Y eso que recién acababa de echarme un polvo.

Para cuando bajamos del vehículo yo estaba sumamente animada. Y me reía como una tonta de cualquier cosa que él me decía. Que es lo que me pasa siempre que estoy caliente con un hombre. No sé, en esos momentos encuentro muy divertidas todas las cosas que dice el hombre en cuestión, como si todo tuviera un doble sentido pícaro. Y mi concha está caliente como un volcán. Es una pena que los hombres por lo general, no interpretan esos síntomas...

En esos momentos me vuelvo bastante toquetona yo también. Sin motivo alguno, me apoyo en el cuerpo del hombre cuando me río, como si estuviéramos en confianza. O le aprieto el bíceps con las manos, o le toco casualmente el pecho. Una y otra vez, todo el tiempo. Y así seguí, mientras íbamos repartiendo las muestras. Para los que nos miraran de lejos, debíamos parecer una alegre pareja de novios, a juzgar por los contactos corporales que yo, entusiastamente, le procuraba.

Así que no fue raro, que a media mañana, mientras andábamos por la calle, yo notara de reojo una fuerte erección bajo el pantalón de mi jefe. Evidentemente había sido involuntaria, y debía de estarle incomodando bastante, no sólo para caminar, sino en su condición de esposo fiel, y en la visión que él tenía de nuestra relación, que era algo así como de un padrino con su ahijadita. Los mensajes que su polla le estaba enviando a su mente debían confundirlo bastante.

Yo, por mi parte, con tanto cachondeo estaba cada vez más cachonda. Y ya nada me importaba gran cosa. Así que seguí riéndome, apretándome contra su costado, y rozándole con mis caderas. A veces pienso que para mis dieciocho años soy un poquitín lanzada.

Se me cruzó el pensamiento de que estaba abusando un poco de Rolando. Pero los pensamientos que él debía estar teniendo acerca de abusarse de mí, compensaban el asunto. Así que lo seguí torturando con mi conducta afectuosa, inocente y desenfadada.

Cuando nos separamos, la cara de Rolando se veía algo congestionada, pobre. Pero, bueno, peor para él. Los problemas de conciencia no conducen a nada bueno.

Me había dejado muy caliente, pero no pensaba hacer nada al respecto. Al fin de cuentas yo soy una víctima de mi lívido. Y no quien la provoca. Así que me fui como pude, rebotando por las calles, según las pulsiones que me dictaba mi ardiente intimidad.

Como no sabía muy bien adonde ir, me metí en un cine porno que encontré al paso. En la pantalla se veía un tío con una polla descomunal que se la hacía mamar por otro tío de aspecto sumiso. Era una película gay. El de la polla descomunal era un negro gordo y musculoso, y el que se la chupaba era un chico blanco con aspecto de efebo. Por suerte no se me acercó nadie, ¡también con ese público...! Pero pude ver que un hombre a tres asientos del mío, se la había sacado afuera y se la estaba cascando lenta y sensualmente.

El negro se la dejaba mamar con un aire indolente que contrastaba con la fruición de su chupador, y le manejaba la cabeza con su gran manaza puesta sobre la nuca del chico.

Cuando el negro se descargó en la boca de su adorador, a este se le empezó a desbordar la leche por el costado de la boca, pero siguió prendido a la gran poronga negra, tratando de tragar lo más que podía. En ese momento, los movimientos de mi compañero de fila se hicieron frenéticos, y de su hinchado glande brotó, sin precaución alguna, un largo chorro de semen que fue a dar en la cabeza de un hombre sentado tres filas más adelante. El hombre se tocó con la mano, y al ver de qué se trataba, se dio vuelta y le dedicó una sonrisa simpática al emisor de su pringoso regalito. Un lindo ambiente de comprensión solidaria, por lo que pude ver. Ojalá todo el mundo fuera así.

Y no sólo eso, sino que el señor recién bautizado se levantó de su asiento, viniendo a sentarse al lado de su bautizador, y bajando su boca se dedicó a engullirle el miembro.

A todo esto, el chico blanco no había desprendido su boca del grueso miembro del negrote, y se lo había continuado mamando. Y el negro parecía no tener ningún problema con eso. "Son actores de cine porno", me dije, pensando que mi novio no habría podido seguir tan dispuesto después de echar una lechada como esa. De haber podido echarla, claro. Bueno, que el enamorado chico blanco parecía estar buscando algo más. Y de pronto el gran negro lo levantó en vilo, sacándolo de su pollota y poniéndolo en pié frente a él. El negro le llevaba casi una cabeza, y su contextura musculosa hacía parecer afeminado al delicado cuerpo del blanquito. Bueno, que descubrimiento el mío. Y entonces, atrayéndolo hacia sí como si fuera una mujer comenzó a darle un beso de lengua, de esos capaces de terminar con cualquier resistencia que una chica tuviera. O un muchacho. Claro que este no oponía mucha resistencia, y había adoptado una actitud lánguida, dejándose besar mientras con su mano acariciaba la temible poronga del negro. Era como una mujer dejándose besar por un hombre mucho más fuerte que ella. El beso fue tan largo, profundo y contundente, que sentí necesidad de honrarlo con los deditos posados en mi intimidad. Así que abriendo bien los muslos, y con la faldita enrollada empecé a darle a mi clítoris que se sentía en la gloria. Y de paso, movía mi pelvis hacia atrás y adelante, de un modo tan desenfadado como me lo permitía la oscuridad de la sala.

A mí, el sexo entre hombres me resulta muy excitante, despierta en mí no sé qué fantasias. Y me acordé de una escena que había espiado en el baño de chicos del colegio, entre dos chicos. Uno que se lo cogió al otro. Me hice una paja de novela, aquella vez, y me la estaba haciendo de nuevo ahora.

Cuando el negro levantó al afeminado chico blanco tomándolo por detrás de las rodillas, enfrentando el ojete del chico a su tremenda tranca, mis deditos también se aceleraron y me corrí viendo como el blanquito le cubría la cara de besos al negrote que lo estaba por ensartar.

La cámara hizo una toma cercana, mostrando el arrugadito orificio trasero del chico blanco, y la gorda poronga negra y rígida que estaba por asaltarlo. Como la escena me provocaba un poco de impresión, giré la vista al costado, justo para ver al visitante de mi compañero de fila, arrodillado en el suelo entre las piernas abiertas y muy separadas de este, que habiéndose bajado los pantalones y el calzoncillo, ofrecía su erección con la pelvis adelantada.

Cuando volví la vista a la pantalla, la penetración de ese virginal ano apenas había comenzado. No es que yo creyera que era la primera vez del chico, pero seguramente era la primera vez con algo como lo que portaba el negro.

La negra cabeza se había abierto un poquitito de paso en el rosado orificio del efebo, que se veía apretadísimo alrededor del pequeño pedazo que le habían ya metido, ¡y todavía no había tenido que aguantar el grosor máximo de ese siniestro portento que lo iba a desfondar!

Otra vez había puesto mis deditos a trabajar. Y entonces me acordé de Rolando y me pregunté como sería la cosa entre él y yo.

Era increíble que semejante pedazote negro pudiera entrar en ese agujerito rosado. Pero el agujerito se había dilatado complaciente ante la pujanza de su visitante. La cámara enfocó la cara del chico blanco que parecía estar escuchando un poema sublime. Claro que lo estaba escuchando con el culo.

En una toma lateral mostraron como el negro le estaba dando al mete y saca en el culo del joven blanco. Era impresionante el ímpetu de los empellones del negro y el modo en que el chico se dejaba coger con una viciosa expresión de éxtasis en la cara. Desvié la mirada para no correrme ahí mismo, y encontré que el visitante de nuestra fila había subido sobre sus hombros las piernas de su nuevo amigo y le estaba enterrando su pija en el culo. Así que igual me corrí.

Cuando volví en mí, el negro se había descargado en el culo de su amiguito blanco, y al sacarla dejó un enorme agujero negro en lo que antes había sido un arrugado orificio rosa. Y por el agujero comenzó a escurrirse lentamente una enorme cantidad de espesa leche. Fue la última vez que me corrí en esa visita al cine, a causa de que mis dedos se movieron frenéticamente sobre mi muy sensibilizado clítoris.

Cuando salí del cine estaba mucho más tranquila que cuando entré. Aunque las imágenes del enorme negro follandose al delicado joven aún giraban en mi mente. El chico tenía algún parecido con mi semi-novio, lo que me hizo concebir extrañas ideas. Pero claro, para llevarlas a cabo tendría que encontrar un negro grandote y muy robusto. Me pregunté qué pensaría mi amigo sobre mis ideas, pero me dije tiempo al tiempo. Primero tendría que conseguir al negro. Creo que hay una delegación de senegaleses de visita en la ciudad. Así que tendré que ponerme en campaña.

Si conoces otra chica o algún muchacho que sufra de la misma fragilidad genital que sufro yo, que se caliente apenas le rozan, avísame, así trabamos una hermosa amistad. Escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com , mencionando este relato.

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