Anita al natural VII

Disculpad el retraso. Tengo varios capítulos a medias, pero me cuesta terminarlos. Anita sigue exhibiéndose desnuda, ahora en el bar de sus padres.

La belleza y el atrevimiento de Anita me tenía permanentemente excitado y solo masturbándome a menudo podía mantenerme sereno delante de ella. Lo vivido el día anterior en el jardín de la casa de mis tíos y en la fiesta de la playa era algo que jamás habría soñado. Estuve muy inquieto toda la noche. Aquel maldito licor me produjo una fuerte resaca y me tuve que levantar varias veces a beber agua. Pero lo que más me desvelaba era el recuerdo de mi preciosa amiga, su cuerpo desnudo y el desenfado con que se había mostrado y dejado tocar en la fiesta.

La inquietud hizo que me levantase pronto. Ardía en deseo por volver a contemplar su sensual belleza desnuda. Desayuné con mi tía y charlamos sobre cómo había ido la fiesta. Aunque ella ya conocía bien a Anita, no me atreví a contarle lo lanzada que había estado esa noche. Sí le dije que se había desnudado, que habíamos bailado y cosas así, pero preferí no desvelar los detalles más calientes de la noche. El tiempo pasó lentísimo hasta que consideré que era una hora prudente para ir a encontrarme con ella.

Cuando llegué al bar, Emilia se afanaba limpiando las mesas. Sin darme tiempo a preguntar, me indicó que Anita estaba arriba y que la puerta estaba abierta y podía subir. No me gusta entrar en las casas ajenas sin llamar, pero las instrucciones de la mujer habían sido claras. Después de subir la escaleras, ya en el pasillo llamé varias veces a Anita –no era cuestión de registrar la casa buscándola. Pero no fue ella quien salió, sino su padre, que estaba comiendo algo en la cocina.

-Ah, Jorge, eres tú ¿Qué tal? Supongo que vendrás a buscar a Anita.

-Sí, Emilia me ha dicho que estaba aquí.

-Claro, claro. Pero pasa, no te quedes ahí parado. Anita acaba de entrar a ducharse.

Fernando volvió a la cocina para continuar con su almuerzo. Yo le seguí y me quedé en la puerta sin saber muy bien qué hacer. Tan solo fue un instante lo que tardó en levantar la cabeza y extrañarse al verme allí.

-¿Pero qué haces ahí? ¿No te he dicho que Anita está duchándose? Anda, entra al baño, que si no te vas a eternizar esperándola, y de paso le dices que se dé prisa que me tengo que afeitar.

Nunca antes había obedecido una orden tan a gusto. Aun así, golpeé un par de veces la puerta con los nudillos antes de abrir. En la bañera, tras el vidrio empañado de la mampara apenas se adivinan las sensuales formas de su cuerpo desnudo. Tan solo se distinguía el color tostado de su piel, su cabellera morena, la leve sombra de su sexo depilado y el color sonrosado de sus pezones. Al oírme entrar, entreabrió la puerta corredera y me regaló una amplia sonrisa. Entonces abrió totalmente la puerta permitiéndome contemplar sus maravillosas formas adornadas con las gotas de agua caliente que se deslizaban por su piel.

-Hola Jorge. Ahhhh –Anita emitió un suspiro de placer- que bien sienta una duchita después de una noche de fiesta.

-Claro, y más siendo como la de ayer –yo miraba embobado a mi preciosa amiga-, por cierto, ha dicho tu padre que te des prisa, que se tiene que afeitar.

-Vaya, siempre con prisas; a mí que me gusta ducharme tranquila. Aunque con tu ayuda podría terminar antes.

-¿Cómo?

-No te asustes, que no te voy a pedir nada raro. Mira, mientras yo me doy el champú en el pelo, tú me puedes jabonar el cuerpo. A estas alturas no creo que te de corte.

-No, claro que no –mentía; estaba como un flan- pero ¿y si entra tu padre?

-Jajaja, que bobada. ¡Que no te he pedido que me hagas ninguna guarrada! Además, ahí tienes esa manopla para extenderme el gel. Fíjate, ni siquiera me tienes que tocar, jajaja – su pícara carcajada la hacía aún más sexy-

Mientras comenzaba a aplicarse el champú en el cabello, se dio media vuelta, ofreciéndome la espalda. Apenas había empezado a jabonarle las piernas cuando su padre llamó a la puerta dando unos golpecitos.

-Anita ¿terminas ya? Que me tengo que afeitar.

-Pasa papi, que todavía me queda un rato.

Casi me muero del susto cuando vi que la puerta del baño se abría tras de mí y entraba su padre. Por supuesto, me aparté y dejé de darle el jabón.

-Perdonad, pero es que ando con prisa y me tengo que afeitar. Espero que no os moleste.

-Claro que no, papi, ¿Cómo nos va a molestar? –Anita contestó con naturalidad, yo no sabía dónde meterme ni que hacer, pero ella me hizo reaccionar- vamos Jorge, sigue con la faena, que sinó no terminamos.

-Desde luego Anita, como te aprovechas. Viene tu amigo a buscarte y le pones a darte el jabón –afirmó Fernando sonriendo mientras se extendía la espuma por la barba-

Anita se reía mientras masajeaba su cabello. Yo estaba muerto de vergüenza y después de jabonarle las piernas y la espalda, me daba un corte enorme tocar las partes íntimas de Anita con su padre delante. Esperé hasta que le noté más concentrado en su afeitado para extender el jabón por esa zona; eso sí, con la mayor delicadeza posible. No quería que ella pensase que me estaba aprovechando de la situación. Sin embargo, a mi amiga no era eso lo que le preocupaba.

-Ay Jorge, no te andes con tantos remilgos, que casi no me has dado jabón por entre las piernas. Frótame bien, que todavía me queda arena de anoche.

Yo me quedé de piedra, sin saber cómo reaccionar por un instante, pero ella había sido clara en su petición y su padre seguía afeitándose como si nada. Así que volví a frotar el ano y la rajita de mi amiga, esta vez hurgando en todos sus orificios y pliegues.

-Vaya, ¿Qué hiciste anoche para que se te metiera arena por ahí? –Interrumpió su padre-

-Estuve casi toda la noche bailando, pero algún rato nos sentamos en la arena y ya sabes…

-Claro, eso te pasa por no llevar bragas. Y seguro que la falda tampoco te duró mucho –dijo Fernando a su hija sonriendo-

-Jajaja, ¡claro! hacía una noche estupenda y no hacía más que incomodar. ¿No te irás a escandalizar ahora por eso?

-Nooo hija. No hay nada más bonito que una chica desniuda, ¿cómo me va a molestar que lo hagas tú? Eso sí, en algunos lugares o situaciones debes de tener cuidado. Porque siempre hay algún bobo que piensa que por estar n cueros puede hacer lo que quiera.

-Que siii, que ya me lo has dicho más veces. Tranquilo, que ayer estuve desnuda casi toda la noche y nadie se metió conmigo.

-Bien. Sé que eres una chica responsable y no vas a hacer ninguna tontería. Pero acuérdate de poner algo en el suelo antes de sentarte para no llenarte el culo de arena –sentenció su padre entre una débil carcajada-

Yo escuchaba atónito mientras me consumía entre el placer de palpar el coño y el culo de mi amiga y los nervios de tener delante a su padre afeitándose. A pesar de usar un guante de ducha, éste era tan fino que podía sentir la suavidad de su sexo y la firmeza de su trasero. También pude disfrutar del agradable tacto de sus pechos, turgentes y redondos. Me dejé llevar y pude gozar acariciándola, aunque la situación fuese surrealista.

Al fin, Anita cerró la puerta de la mampara y se aclaró con agua, mientras su padre acababa de afeitarse. Al terminar y volver a abrir, apareció espectacular. Su piel morena brillaba y las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo. Se entretuvo un rato apretando su melena para escurrir el agua. Su padre, que se quitaba los últimos restos de espuma, la miró detenidamente.

-La verdad hija, es que estás preciosa. Tengo que reconocer que lo de pelarte el chochete ha sido una buena idea. Hasta ahora sólo lo había visto en alguna revista pornográfica, pero a ti te queda muy bien.

-Gracias. Me alegro, aunque a mami no le ha gustado tanto –matizó Anita-

-Bah, no te preocupes, ya se acostumbrará. Lo importante es que te guste a ti… y a los chicos, claro ¿No te parece Jorge?

-Eh, si, si, le queda muy bien. A mí me gusta mucho –todavía no sé cómo pude responderle-

-Seguro que ayer te tenías que quitar a los pretendientes de encima –

-Bah, alguno sí que se acercó, pero yo sé muy bien como librarme de los moscones –respondió Anita con rotundidad.

-Claro que si –sentenció su padre, que ya había terminado de afeitarse, y se marchó después de despedirse de su hija con dos besos.

Ella también había terminado y, anudándose la toalla en la cabeza, salió del baño. Caminé detrás de ella por el pasillo, admirando su precioso cuerpo desnudo. No me sorprendía que anduviese así, y menos en su casa, pero aún me excitaba su atrevimiento. El elegante balanceo de sus glúteos me hipnotizaba y la redondez de su trasero me atraía como un imán. Al entrar a su dormitorio y ver su cama, aún deshecha, me entraron ganas de abalanzarme sobre ella y disfrutar apasionadamente de su cuerpo. Opté por ser prudente y me detuve en el quicio de la puerta.

-Mejor te espero aquí mientras te vistes.

-Venga hombre ¿Cómo te vas a quedar ahí fuera esperando? –dijo ella riendo-

-Perdona, igual estoy un poco anticuado, pero no suelo entrar a la habitación de una chica mientras se está cambiando.

-Pues conmigo es diferente. Además, ya estoy desnuda, no sé que mas vas a ver, y quería hablar contigo de una cosa.

-Está bien, dime –contesté mientras entraba en la habitación detrás de ella-

-Era sobre la fiesta de ayer. Lo pasamos bien ¿verdad?

-Si, nunca antes había estado en una fiesta tan divertida. Aunque igual me pasé con el alcohol. No veas que noche ha pasado.

-Jaja, sí, yo también creo que bebí demasiado, tengo algo de dolor de cabeza. Pero hay algo que me preocupa un poco. Quería saber si piensas que estuve demasiado… atrevida –preguntó algo ruborizada-

-Ehh, no sé qué decirte. Con el disfraz ya estabas my sexy y cuando te lo quitaste fue increíble. Aunque supongo que lo que más te preocupará fue lo que pasó en la casa de Borja.

-Si, eso en parte. Aunque lo de la casa de Borja sólo fue una broma y ya sabía que no iba a llegar más lejos. Le dejé lamerme el coño porque lo tenía lleno de arena y así le daba un pequeño escarmiento. ¡Es que se pone muy pesado! Pero yo te preguntaba si tonteé demasiado con los chicos en el baile, si me dejé tocar demasiado.

-Vaya, si te molestó que te tocase las tetas o el culo yo no…

-No, tranquilo; no me refería a ti, sino al baile con Frank o lo de los chicos.

-No sé, igual estabas muy animada, pero es tu cuerpo, ¿Qué te puedo decir? ¿Te sientes mal por eso?

-No, sentirme mal no, pero igual fui demasiado lejos y no quiero que pienses que soy una guarra por dejar que me toquen otros tíos.

-No, tranquila. Yo entiendo que eres una chica bonita, que quieres divertirte y me parece genial que disfrutes de tu cuerpo.

-Gracias Jorge, no sabes lo que me tranquiliza.

Anita se lanzó hacia mí dándome un fuerte abrazo. Estaba inquieta y mis palabras parece que la habían tranquilizado. Yo estaba algo perplejo, pero también halagado porque esa muchacha que me gustaba tanto, mostraba un evidente interés por mí. Me abrazaba con fuerza y yo sentía en mi pecho la suave firmeza de sus senos. La tenía, completamente desnuda, a mi disposición. No tuve más opción que corresponderla y la rodeé con mis brazos.

Estuvimos unos instantes inmóviles, pero como ella no me soltaba, decidí aprovechar la ocasión para bajar poco a poco una mano y acomodarla en su trasero. Al principio dejé la mano quieta, posada en su pompis, después empecé a acariciarlo suavemente, para a continuación sobarlo intensamente. Me fascinaba la redondez de sus formas, la firmeza de su carne y la suavidad de su piel. Ella se dejaba hacer, así que me animé y con la otra mano empecé a tocarle un seno con suavidad. Eso parece que por fin le hizo reaccionar.

-Vaya, veo que no pierdes el tiempo.

-Perdona. No quiero que pienses que soy un aprovechado –respondí soltando mi mano de su pecho-

-No seas tonto. Ya nos conocemos como para que tengas más confianza conmigo –me animó ella, agarrando mi mano y volviéndola a colocar sobre su teta-

Me entró un poco de vértigo, pero ya no había vuelta atrás. Aún no sabía si esa confianza era de amigo o algo más íntimo, pero Anita me estaba haciendo una irresistible invitación para disfrutar de su cuerpo. Yo masajeaba su culo y sus tetas con ansiedad, mientras ella me abrazaba con fuerza y clavaba sus dedos en mi espalda. Solté la mano con que acariciaba su pompis para llevarla hasta el pubis y sentir el delicado tacto de su sexo. Pero un par de golpes en la puerta nos sobresaltaron. Inmediatamente nos separamos y se abrió la puerta de la habitación, apareciendo su padre.

-Anita, oye, que…-algo debió notar Fernando, que se quedó en silencio un instante- vaya, perdonad, igual tenía que haber esperado.

-No papi, no te preocupes. Solo es que Jorge me ha ayudado a secarme y hace tanto calor que nos hemos sofocado un poco –se explicó Anita algo titubeante-

-Ah sí, claro. Solo quería decirte que ha llamado tu hermana y nos ha invitado a comer con ellos, así que te tendrás que quedar en el bar hasta la tarde. No sé si habías hecho algún plan.

-No, no teníamos nada pensado. No os preocupéis e id tranquilos, que ya me ocupo yo del bar.

Anita acabó de secarse y se puso un vestido corto de tirantes, azul muy claro, por supuesto sin ropa interior. Bajo la fina tela destacaba la sombra de los pezones y a contraluz se adivinaba la forma de la rajita. Ni siquiera se molestó en abrocharse la cremallera con que se cerraba por la espalda, prefería llevarlo holgado, más cómodo. El conjunto se completaba con unas sandalias playeras con dibujos de flores. Todavía quedaba casi una hora para que sus padres marchasen, así que nos daba tiempo para dar un paseo, pero entonces apareció de nuevo su padre.

-Ah, Anita. Antes se me ha olvidado pedirte que lavases el coche, que para un día que salimos no lo voy a llevar hecho un asco.

-Jo papi, no fastidies. Ya me podías haber avisado antes, que me acabo de duchar y ahora voy a empezar a sudar.

-Venta hija, hazme ese favor, que no tardas nada. Y cuando acabes de remojas con un poco de agua y ya está.

Anita asintió a regañadientes y fue a extender la manguera hasta donde estaba aparcado el coche, en la parte trasera de la casa. Después de preparar el balde y el resto de los utensilios, se dispuso a iniciar el lavado. Pero antes de abrir el agua, se quitó el vestido y lo dejó extendiido sobre una silla. Estaba en la calle completamente desnuda, a plena luz del día. Solo las sandalias protegían sus bellos piececitos de los guijarros del firme.

-Bueno Jorge, ya lo siento, pero si no tienes mejor plan igual me echas una mano. ¿Qué tal si tú vas echando agua con la manguera mientras yo paso la esponja con el jabón?

-Claro, como no, aunque perdona que me sorprenda pero ¿vas a lavar el coche así…desnuda?

-Jajaja, ¡pues claro! ¿Qué quieres, que manche el vestido que me acabo de poner limpio?

-No, pensaba que te ibas a poner una camiseta o algo. Estamos en la calle y puede venir cualquiera o verte desde las casas.

-Bah, tranquilo, que por aquí no pasa mucha gente y los vecinos ya me conocen y no les importa.

Efectivamente, aquella era una zona bastante tranquila, pero yo estaba inquieto temiendo que en cualquier momento apareciese alguien. Ella, tranquilamente llenó el balde con agua a la que añadió un chorrito de jabón mientras yo mojaba el coche con la manguera. Después me deleité mirando cómo, al agacharse, colgaban sus tetas mientras empapaba la esponja en el agua jabonosa.

Empezó a limpiar la carrocería del coche por la zona más cercana a la casa. Fue impresionante cuando se agachó a limpiar una rueda y pude ver como se abría su trasero dejando a la vista sus más tentadores orificios. Estaba tan absorto observándola que tardé en ver a dos hombres que se acercaban por un camino secundario, charlando tranquilamente. Me llevé un gran susto e inmediatamente avisé a mi amiga para que se cubriese o entrase a la casa, pues justo detrás de ella estaba la puerta de la vivienda.

-Anita, vienen dos hombres por ese camino –la avisé nervioso-

-Ah, sí, por ahí suelen venir del pueblo de al lado a tomar algo al bar –contestó ella levantando la vista para mirar a través de los cristales del coche-

Yo pensé que aprovecharía el parapeto que le proporcionaba el automóvil para vestirse o esconderse, pero no. Volvió a empapar la esponja y siguió con la tarea tranquilamente hasta que los hombres llegaron a nuestra posición. Tendrían unos cincuenta años. Al vernos, a mí de cuerpo entero y a Anita la cabeza, se detuvieron y se quedaron mirando. Yo estaba terriblemente nervioso esperando el momento en que descubriesen que mi amiga estaba completamente desnuda.

-Hola chicos. Nos han dicho que por aquí hay un bar, ¿sabéis si queda lejos?–preguntó uno de ellos-

Yo me quedé callado, bloqueado por la tensión. Fue ella la que se incorporó y con la esponja en la mano salió por un lateral mostrándoles su precioso cuerpo desnudo. La sorpresa que se llevaron aquellos dos hombres fue mayúscula.

-Hola, si. Supongo que ustedes no son de aquí. Es el bar de mis padres y solo tienen que doblar la esquina –les indicó sonriendo-

-Gracias, no, no somos de aquí, pero… ¡joder chiquilla! ¡Si estás en pelotas! –dijo uno de ellos sin dejar de mirarla de arriba abajo-

-Pues sí, mi padre me ha pedido que le lave el coche y con este calor no esperará que lo haga con abrigo –respondió ella entre risas-

-No, claro, pero cuando te hemos visto de lejos pensábamos que estabas en bikini. No esperábamos encontrar aquí a una nudista.

-No, no, yo no soy nudista. Yo soy una chica más del pueblo, solo que me gusta estar desnuda para estar más cómoda.

-Di que sí –terció el otro hombre- que además estás preciosa con las tetas al aire y ese chochete peladito como las de las revistas, ufff. Pídeme lo que quieras por lavarme el coche, pero cuando yo te pueda ver.

-Oh, gracias por el cumplido. Lo de lavarle el coche no va a poder ser pero si quieren, pueden ver como lavo éste, que por eso no le voy a cobrar –le invitó ella con coquetería-

Por supuesto, los dos hombres aceptaron la invitación y se quedaron con nosotros conversando y mirando como mi preciosa amiga lavaba el coche en cueros. Anita se puso de nuevo a la faena. Ellos nos contaron que estaban con sus familias en una casa alquilada en el pueblo de al lado. Aún estaban conociendo la zona y cuando mi amiga les dijo que ella solía atender el bar, ellos anunciaron que lo visitarían a menudo. Por supuesto, se prodigaron en piropos, algunos bastante subidos de tono.

Ella parecía cómoda, sin preocuparle que no dejásemos de mirarla. Eran inevitables las posturas donde sus encantos se exponían sin recato. Al acacharse o estirarse para llegar a las zonas más difíciles de la carrocería quedaba a la vista su sonrosado esfínter. Sus labios vaginales se abrían y podíamos contemplar sus más íntimas cavidades, aterciopeladas y brillantes. Con el movimiento, sus pechos se balanceaban en vaivén y, al frotar el techo, se pegó tanto al coche que las tetas se aplastaron contra los cristales, provocando una escena muy tórrida.

Por fin, terminó de pasar la esponja por todo el coche y yo me encargué de aclararlo con agua. El vehículo quedó resplandeciente, pero mi preciosa amiga tenía una buena sudada y jabón por todo el cuerpo, sobre todo por el vientre y las tetas. Ella se miró y me pidió que le echase agua por el cuerpo para limpiarse y refrescarse. Así, puse la boquilla de la manguera en la posición más suave para remojar el sensual cuerpo de Anita.

El agua estaba fresca, como lo evidenciaban los gestos y pequeños gritos de la chica. Tenía la piel de gallina y los pezones se contrajeron y se pusieron duros y puntiagudos. En cuando desapareció el jabón y el sudor de su cuerpo, terminó la ducha. Las gotas de agua resbalaban por su piel tostada y Anita no tenía una toalla a mano. Podía haber entrado a su casa a secarse pero prefirió sentarse en un banco de piedra que había junto a la pared para que el sol evaporase la humedad. Entonces, los dos hombres, visiblemente excitados por el espectáculo que acababan de contemplar, se despidieron y se fueron al bar a tomar algo.

Me quedé acompañando a mi preciosa amiga mientras se secaba, exponiendo su bello cuerpo desnudo a los rayos del sol. A duras penas disimulaba mi excitación, y hablaba con ella como si fuese indiferente a su belleza. Me habría lanzado a chuparle las tetas y el coño, pero estábamos en plena calle y quizás no era el lugar más adecuado. Después de secar su cuerpo al sol, Anita volvió a entrar a su casa para ponerse algo de ropa apropiada para atender el bar, para no manchar la tela clara del vestido. Yo me despedí, pues se acercaba la hora de comer y tenía que volver a casa de mis tíos.

Durante el almuerzo, mi deseo era terminar cuanto antes para volver al bar a estar con mi amada. Se me hizo muy largo, pues los fines de semana a mis tíos les gustaba almorzar con tranquilidad, degustando cada plato sin prisas. Antes del postre, les dije que me iba al bar a tomar un helado. Solo era una excusa; lo que yo realmente quería era estar con Anita, y si podía ser a solas, mejor. Por eso, cuando mi primo se ofreció a acompañarme, le dije que no hacía falta, que total solo era ir y volver. Creo que entendió perfectamente lo que yo quería, porque no insistió y me dirigió una sonrisa cómplice cuando salí por la puerta.

Según me acercaba al bar, vi que en la terraza había dos mesas en la sombra ocupadas por hombres jugando a las cartas. Supuse que mi preciosa amiga estaría atareada sirviendo cafés y copas. Y así era. Antes de que yo entrase, ella salió por la puerta con dos copas que dejó en una de las mesas donde jugaban a las cartas cuatro hombres mayores, gente del pueblo.

Llevaba puesto uno de los pareos que le había traído su hermana de Ibiza. Demasiado sexy para estar atendiendo un bar de pueblo y más como ella, sin ropa interior. Tenía anudada la prenda por delante, sobre los pechos. Bajo la fina tela se veía perfectamente la sombra colorada de los pezones y por detrás se transparentaba dejando a la vista la preciosa forma de su trasero. El pubis estaba un poco más escondido al solaparse el cierre de la tela, pero al moverse también se destapaba a veces la rajita. Cuando terminó de atenderles me miró sonriendo.

-Hola Jorge, espera un momento que atiendo a la otra mesa y enseguida estoy contigo.

Anita se volvió para tomar nota a otros cuatro hombres que jugaban a las cartas. Ellos no disimulaban y le miraban a las tetas y el culo mientras pedían las bebidas. Ella les atendía con simpatía y anotaba la comanda sonriendo. Después de apuntar el pedido y recibir algunos piropos, Anita volvió a entrar al bar a preparar las consumiciones. Yo disfrutaba observándola mientras ella preparaba cafés y copas.

Después de ponerlo todo sobre una bandeja redonda, la cogió con las dos manos y se dirigió hacia la mesa. Con el movimiento, la fina tela del pareo se fue moviendo hasta dejar a la vista uno de sus pechos. Ella apretó los codos contra sus costados, evitando que la tela siguiese moviéndose. Sin embargo, a servir las consumiciones, separó los brazos y el pareo se deslizó suavemente hasta caer al suelo. Anita, con las manos ocupadas con la bandeja y las consumiciones, no pudo sujetarlo y se quedó completamente desnuda delante de aquellos hombres.

-Vaya, lo siento –se disculpó mi amiga algo ruborizada-

-Tranquila maja, tú no te apures que para nosotros es una bendición que se te haya caído el pareo y ver lo buena que estás –dijo uno de los hombres, mientras los demás miraban embobados-

-Que amable, muchas gracias –respondió ella halagada-

Anita no tuvo más opción que terminar de servir las bebidas con las tetas y el coño al aire. Los hombres la miraban de arriba abajo, disfrutando de la belleza de su cuerpo. Ella estaba bastante apurada, quizás más por ser el centro de atención que por su desnudez. Al agacharse a dejar alguna consumición sus tetas se balanceaban insinuantes. Cuando por fin terminó de atenderles dejó la bandeja en el suelo, recogió el pareo y se lo volvió a poner haciendo un nudo sobre los pechos.

Después de dedicarles una sonrisa, se acercó a la barra a dejar la bandeja. Luego vino hasta la entrada del bar, donde yo estaba esperando y había visto toda la escena.  Antes de sentarse, volvió a deshacer el nudo  y se quitó el paro, quedándose otra vez completamente desnuda. Con cuidado, extendió la fina tela sobre una silla de plástico que había junto a la mía y se sentó. Lo de esa muchacha era desconcertante. Un momento antes parecía apurada al caérsele el pareo y justo después era ella la que se lo quitaba sin pudor.

Reclinó el respaldo hasta la mitad del recorrido, quedando en una posición cómoda. Toda su piel estaba expuesta a los rayos del sol y la mirada de los hombres que jugaban a las cartas. Entre juego y juego, no dudaban en dirigir su vista hacia ella sin disimulo, cruzándose gestos de admiración entre ellos. Sus preciosas tetas, morenas y firmes, con los pezones dilatados por el calor y su tierno chochito, perfectamente depilado, brillante y terso, eran un inexcusable reclamo.

-Uf, vaya jugarreta que me ha jugado el pareo, se me ha ido a caer en el peor momento –todavía parecía algo ruborizada-

-Vaya, no pensaba que eso te preocupase; ahora también estás desnuda –le dije sorprendido-

-Claro, no es porque me hayan visto desnuda; eso me da igual, sino por lo ridículo de la situación.

-Pues por lo que he visto, ellos estaban encantados y ahora tampoco te quitan ojo.

-Sí, son muy majos. Tengo suerte con la gente del pueblo; nunca me han puesto ninguna pega por estar desnuda. Hasta me dicen algún piropo.

Yo no podía apartar la vista de su cuerpo desnudo. Me costaba mucho centrarme en lo que decía teniéndola delante en cueros. Y más cuando se incorporó, cogió un bote de crema y se puso a extenderla por su cuerpo. Empezó por las piernas, que adquirieron un brillo intenso. Después pasó a los brazos y el abdomen. Creí morir cuando pasó a masajearse las tetas. Ella no parecía consciente de lo que provocaba. Los hombres dejaron de jugar y en silencio se quedaron mirándola embobados.

Yo mantenía el tipo como podía mientras Anita seguía masajeando sus pechos con suavidad y terminó por el pubis, más discretamente, quizás reprimida al ser el centro de tantas miradas. Con el cuerpo protegido por la crema que lo hacía brillar, volvió a acomodarse sobre el respaldo y estuvimos charlando un rato mientras seguía bronceándose. Había buscado la posición en que el sol le diese mejor y curiosamente coincidía con la que ofrecía una mejor perspectiva a los jugadores de cartas.

Podía haberse colocado en el otro extremo de la terraza, dándoles la espalda, pero prefirió estar en la entrada del bar. Así atendía más rápido y controlaba a los que estaban en el interior, aunque eso también significase que todos la viesen totalmente desnuda tomando el sol, algo que no le preocupaba en absoluto. Ella parecía encontrarse a gusto y yo no digamos. Ni me acordaba de que supuestamente había ido a comprar un helado, hasta que ella me preguntó.

-Oye, que nos hemos puesto a hablar y no te he preguntado si querías tomar algo.

-Había venido a por un helado, pero no te preocupes, ya me lo tomaré luego.

-Ah no, ni hablar, ¿de qué lo quieres? –dijo ella mientras se levantaba y cogía el pareo.

-De vainilla y chocolate –contesté mientras la veía entrar en el bar-

No se molestó en atarse el pareo, lo sujetó con una mano cubriendo precariamente un seno y la barriga. Daba gusto ver como movía el culito mientras se acercaba a la cámara de los helados, que estaba al fondo del local. Lolo, un hombre de unos 40 años, de los habituales en el bar, que estaba apoyado en la barra, siguió sus movimientos con descaro. Cuando ella se agachó a buscar, hizo un gesto de asombro al ver su redondito trasero y la rajita asomando entre las piernas. Quizás por eso, no pudo contenerse y se acercó a ella, que revolvía entre las cajas de helados. Con todo el descaro le puso la mano en el culo y empezó a acariciárselo. Anita dio un pequeño respingo y volvió la mirada con cara de sorpresa.

-¡Ay Lolo!, que susto me has dado. Un día me va a dar un infarto con tus bromitas –le recriminó, aunque acto seguido continuó buceando en la cámara frigorífica-

-Venga, no te enfades, que solo quería saber si necesitas ayuda –dijo el hombre sonriendo sin dejar de manosear su trasero-

-Anda, no seas caradura que ya te conozco bien –contestó ella sin levantar la mirada-

Por fin el hombre volvió a sentarse sin dejar de mirar a mi preciosa amiga hasta que ella encontró el helado para mí. Como si hubiese conseguido una gran victoria salió del bar con mi pedido en una mano y el pareo en la otra, sin intentar siquiera cubrirse las tetas o el coño. Volvió a extender la tela sobre el asiento, se acomodó frente al sol y los felices espectadores y retomamos la conversación. Sin embargo, yo estaba algo confuso con lo que había hecho aquel hombre.

-Joder, como se ha pasado ese tipo ¿no?

-Si, la verdad es que me ha dado un buen susto.

-Vaya, un susto y lo que se ha aprovechado para tocarte el culo.

-Ya le irás conociendo, Lolo es bastante pulpo. En cuanto una se descuida, te mete mano.

-¿Y tus padres lo saben?

-Todo el mundo sabe que Lolo es un sobón, pero él elige bien cuando lo hace. No le des más importancia, que lo intenta con todas. Lo que pasa es que conmigo lo tiene más fácil para pillarme distraída en el bar.

Poco después apareció en la plaza el coche de sus padres. Anita no esperó a que la llamasen y rápidamente bajó a saludarles, dejando el pareo sobre la silla. Primero se acercó a su padre, que hizo una mueca al verla desnuda, sabiendo que eso disgustaba a su madre.

-Hola papi –con un par de besos Anita hizo brotar una sonrisa en su rostro-

-Pero hija, mira que te he dicho veces que te vistas para estar en el bar. ¿No te da vergüenza que te esté viendo el culo todo el mundo? –su madre fue más severa-

-¡Jo mamá, que pesada eres! Es que tenía puesto el pareo, pero si voy a tener andar levantándome cada cinco minutos, se me suelta el nudo y es un incordio. Además, son todos hombres del pueblo. Como si no tuviesen otra cosa que hacer que mirarme a mí.

-Claro que si, Emilia, la chica tiene razón –terció uno de los hombres que jugaban a las cartas, de unos 70 años- no hace daño a nadie y además da gusto verla.

Los demás asentían con gestos y murmuraban entre ellos.

-¡Hombre, que va a decir usted! Que ya me he fijado como le mira el culo –la madre de Anita trataba al hombre con el respeto debido a la edad-

-Pues claro que se lo miro, ¡y lo tiene precioso! Pero mujer, no sea mal pensada, que podría ser mi nieta. Además, no creo que a nadie de los que estamos aquí nos parezca mal que Anita ande desnuda si ella está a gusto.

-¿Lo ves mami? Si ya sabes que llevo muy mal lo del calor y lo que me agobia la ropa en verano.

-No sé, igual Anita tiene razón –intervino su padre- si quiere estar desnuda y no molesta a nadie, tampoco hay tanto problema. Y con el chochete depilado parece hasta más joven.

-Gracias papi –Anita se abrazó con fuerza a su padre y le dio un largo beso en la mejilla, mientras su madre miraba con gesto contrariado-

-Desde luego hija, cuando se te mete una cosa en la cabeza no hay manera –añadió su madre- tú sabrás; ya tienes 18 años y no te podemos prohibir nada. Al fin y al cabo, éste es un pueblo pequeño y ya te han visto todos desnuda; solo te pido que cuando tengas que atender a alguien te tapes un poco. Ah, y no quiero oír ningún comentario por ahí –terminó, mirando hacia los clientes que seguían interesados el debate-

Aunque a su madre no le agradaba su afición a la desnudez, los padres de mi amiga estaban orgullosos de ella. Era muy buena estudiante, les ayudaba en casa y en el negocio y era muy cariñosa con ellos. Quizás por eso tenían tanta confianza en ella y le permitían muchas libertades. Al fin, ellos se quedaron atendiendo el bar y Anita y yo, decidimos ir a dar un paseo. Ella cogió en su mano el pareo, pero no se lo puso y se dispuso a marchar en cueros. Iba muy contenta, hasta que su madre volvió a requerirla.

-¡Anita! Una cosa es que tomes el sol en la terraza del bar y otra pasearte desnuda por el pueblo. Anda, ponte al menos el pareo – le ordenó con firmeza-

-Vaaaale –respondió la jovencita con resignación-

Anita hizo le hizo caso, pero solo en parte. Dobló el pareo por la mitad y se lo enrollo por la cintura como una falda, dejando las tetas al aire. Emilia la seguía con la mirada con gesto de desagrado. Yo estaba desbordado, caminando con aquella preciosidad en topless por la mitad del pueblo; contemplando de reojo el insinuante temblor de sus senos. Yo creía que iría así hasta salir del pueblo, pero en cuanto su madre nos perdió de vista, Anita volvió a sorprenderme.

-Bueno, parece que ya no nos ve. Me voy a quitar esto que me da mucho calor –y se desprendió del pareo que apenas había anudado con una lazada-

-Pero Anita, aún no hemos salido del pueblo. ¿No te importa que te vean desnuda por la calle?

-Tranquilo, que por aquí apenas pasa nadie. Además, la gente del pueblo lleva viéndome así toda la vida y no hay ningún problema. No sé porqué mi madre se pone tan pesada.

-Entiéndela. No es muy habitual que una chica ande desnuda por la calle. Al menos, no conozco a ninguna otra, y es normal que se preocupe de que vayas por ahí… enseñándolo todo.

-Pues es que yo así estoy mucho más cómoda. ¿Qué pasa, que a ti también te parece mal?

-Nooo, yo solo lo decía por ella. A mí me encanta verte así, aunque es algo tan nuevo para mí, que aún no me lo acabo de creer.

-Que exagerado eres. No entiendo porque te llama tanto la atención que esté desnuda, si no tengo nada que no tengan otras. Pero te tendrás que acostumbrar, ya que me vas a ver así durante todo el verano.

-¿Incluso por el pueblo?

-Claro. Mi madre lleva varios veranos intentando que me vista, pero yo prefiero estar desnuda y tengo la suerte de que a los de pueblo no les molesta.

-Pues sí que son modernos aquí, que no les importa que las chicas vayan en bolas por la calle.

-No, no es eso. No les importa que yo vaya en bolas por la calle, porque ya saben cómo soy y están acostumbrados. Pero que no se le ocurra hacerlo a otra, aunque solo sea andar con un bikini provocativo, y no digamos en topless.

-Bah, no creo que sea para tanto – le dije incrédulo-

-Creeme. El año pasado vino una amiga a pasar una semana y un día, volviendo del pozo, yo iba totalmente desnuda y ella con un bikini bastante pequeño con la braguita algo metida por el culo. Pues al llegar al pueblo, nos cruzamos con unas vecinas y no veas como la pusieron por ir tan provocativa.

-Qué curioso. Lo que no entiendo es que tú andes desnuda y tus amigas no hagan ni topless.

-Porque yo soy la más joven de mis amigas – Anita siguió explicándose al ver mi cara de extrañeza - De pequeños, en verano, todos nos bañábamos desnudos en el pozo o en las piscinas. Pero, como Laura y Verónica se desarrollaron antes, empezaron a ponerse bikini, mientras yo seguía desnuda sin problema. El caso es que me acostumbré a estar así y cuando pegué el estirón, mi madre me compró un bikini, pero me resultaba tan incómodo que no me lo ponía y fui dejándolo para más adelante.

-¿Y los siguientes veranos tampoco te pusiste bikini?

-Mi madre lleva varios años intentándolo, y me ha comprado varios muy bonitos. Pero yo me los pruebo y al final no me los pongo nunca. Además, así creo que no estoy tan mal ¿no te parece?

¿Qué iba a contestarle, si estaba escandalosamente atractiva? Seguro que los bikinis le quedarían perfectos, pero totalmente desnuda estaba irresistible. Yo estaba desconcertado y excitado. Entre lo que me contaba y la visión de sus encantos, tenía una gran confusión y no sabía si declararle mi amor o lanzarme a besarla, tocarla y dar rienda suelta a los más bajos instintos. Una vez más, tardé en decidirme y, para cuando quise darme cuenta, nos encontramos con el resto de la cuadrilla.

Ellos, acostumbrados a la naturalidad de Anita, no se sorprendieron al verla en cueros por el camino. Iban a buscarnos para ir al pozo del arroyo. Allí pasamos el resto de la tarde tomando el sol, bañándonos y jugando. Disfruté de su belleza y de algún toqueteo furtivo de sus tetas y su trasero. Aunque también los demás lo hicieron, pero sin darle la misma importancia que yo. A mí no me importaba que se mostrase desnuda ante los demás y se dejase tocar. Al contrario, cada vez me atraía más su belleza y su frescura y estaba decidido a conquistarla.