Anita al natural vi
Jorge, Anita y el resto van a la fiesta de la playa, donde la desinhibida jovencita se exhibe sin pudor y hace felices a los hombres.
Nos reunimos en el bar de los padres de Anita para ir a la fiesta de la playa. Habíamos quedado en ir disfrazados de hawaianos. Los chicos nos vestimos con chancletas, pantalón corto y camisas estampadas. Las chicas estaban mucho más atractivas; flores en el pelo, vistosos collares, faldas con tiras de colores y unos cocos de plástico cubriendo los pechos conformaban unos preciosos atuendos. Estaban muy sexys; Laura y Verónica llevaban unos bikinis negros de triángulos para evitar que por algún descuido quedase a la vista alguna intimidad. La falda de Laura era un poco más larga que las de sus amigas, que las llevaban por encima de la rodilla.
Anita, como siempre más atrevida, no llevaba sujetador bajo los falsos cocos y cada poco tiempo tenía que recolocárselos para que no quedasen los pezones a la vista. Estaba muy ilusionada con asistir por primera vez a aquella fiesta. El año anterior aún tenía 17 años y su madre no le había dejado ir con sus amigas. Por eso estaba tan contenta y no dejaba de preguntar a los presentes si le quedaba bien el disfraz. Movía las tiras de la falda dejando a la vista sus hermosos muslos haciendo las delicias de los presentes, que respondían con piropos.
Cada vez se fue animando más y quiso presumir un poco más haciendo un giro. La falda cogió vuelo y todos pudimos ver por un instante su pompis y el chochito recién depilado. Los clientes, con una media de edad avanzada, disfrutaban con el atrevimiento de nuestra amiga. La que no estaba tan entusiasmada era su madre que, aunque ya no podía prohibir a su hija ir de fiesta, si que insistía en que vistiese un poco más “decente”.
También estaba nuestro nuevo amigo Frank, vestido con bermudas y una camisa con dibujos tropicales. Aunque nos llevaba varios años, el padre de Anita pidió a su hija que le dejásemos acompañarnos, al menos hasta que hiciese nuevos amigos. Una vez reunidos, montamos en los coches para ir a la fiesta. Pablo llevaba en un coche a Laura, Verónica y Guillermo; esa noche era muy propicia para las parejitas. Anita, Juan, Frank y yo fuimos con Raúl quien, aunque no se quedaría en la fiesta, se ofreció a llevarnos en su coche. Para la vuelta sería más fácil encontrar a alguien que nos acercase.
Al montar en el vehículo, Anita prefirió ocupar el centro del asiento trasero, cediendo el lugar del copiloto a Frank, para que fuese más cómodo. A ambos lados de la bella hawaiana íbamos Juan y yo. Era muy excitante para mí sentir tan cerca el calor de tan maravillosa muchacha y ardía en deseos de abrazarla y disfrutar de su sensualidad. El camino de acceso a la playa era de tierra y los baches hacían que Anita botase en el asiento y sus tetas se moviesen provocativamente.
Primero fue un pezón el que asomó y después de dos botes más se le salió uno de los pechos. Yo me volvía loco al ver moverse a mi lado aquél precioso seno. Antes de que se lo pudiese recolocar, otro movimiento brusco hizo que se le escapase el otro pecho. Ella ni se inmutó y prefirió seguir el viaje con las tetas al aire. El nervioso bamboleo de aquellos preciosos pechos me ponía terriblemente cachondo y no sabía cómo disimular.
Por fin llegamos a la playa y Anita, nada más salir del coche se soltó las tiras que sujetaban los cocos y dejó aquella parte del disfraz sobre el asiento. Sentí un escalofrío al ver que estaba dispuesta a enseñar las tetas en la fiesta. Aunque ya estaba acostumbrado a verla desnuda en la playa, me sorprendió que se atreviese a permanecer en topless en un evento así.
Alrededor del chiringuito habían encendido unas antorchas para iluminar la zona y sonaba música reggae que invitaba a moverse. Sobre unas mesas había bandejas con comida y en la barra servían una bebida dulce y fría que habían preparado para la ocasión. Estuvimos un rato comiendo y bebiendo mientras iba llegando la gente y aquello se iba animando. Salvo Frank y yo, que no éramos de allí, todos estaban constantemente saludando a conocidos.
La fiesta era un punto de encuentro de la juventud de los pueblos de la zona. Bueno, de los jóvenes y no tan jóvenes, pues también se veía a mucha gente madura. Casi todos estábamos disfrazados, de hawaianos, de indios, trogloditas; había de todo, y los que no llevaban disfraz iban ataviados con sus mejores ropas veraniegas. Muchas chicas llevaban ropa muy ligera; cortísimas faldas, algún escote más atrevido de lo normal y más de un bikini.
Mientras tomábamos algo junto a la barra, pasaron a nuestro lado varios chicos y chicas disfrazados de indios. Una de ellas llevaba un minúsculo bikini marrón con unos flecos en el top y abajo, sobre un minúsculo tanga, unas tiras a modo de taparrabos, dejando a la vista unas contundentes caderas y un trasero firme y bronceado. A su paso iba dejando decenas de hombres mirando embobados, y nosotros entre ellos.
-Ehhh, a ver si os cortáis un poco, que se os van a salir los ojos mirándole el culo a la india –dijo Verónica riéndose-
-Jajaja, pues sí, nos has pillado –respondió Pablo agitando una mano- es que menudo trasero que gasta….
-Jajaja, pues claro que sí. La chica tiene un buen culo y estos ya tienen que estar hartos de vernos a nosotras –añadió Anita-
-Venga Anita, que a esa la miraremos el culo, pero desde que hemos llegado no ha habido tío que no te haya mirado las tetas –Pablo dijo lo que todos pensábamos-
-Jajaja, gracias, que exagerado eres. Aquí ya estarán aburridos de verme las tetas, no creo que a nadie se le vayan los ojos.
Todos nos reímos, yo también, aunque no pensara así. Me volvía loco mirando aquella preciosidad con los pechos al aire, y no era el único. Todos los que se cruzaban con ella se quedaban embobados al verla. Quizás había alguna más despampanante, pero, además de su belleza, su atrevimiento la convertía en la más atractiva de la fiesta. Después de haber tomado dos vasos del brebaje del chiringuito ya estábamos bastante animados, hicimos un corro y nos pusimos a bailar.
La música discotequera y los primeros efectos de la bebida hicieron que poco a poco fuésemos perdiendo la vergüenza. Yo era bastante torpe, lo sigo siendo, y me movía como uno de esos muñecos sin articulaciones en las rodillas, pierna para adelante, pierna hacia atrás. Juan tampoco era muy hábil en la danza, mientras que Pablo y Guillermo se movían algo mejor. Laura no bailaba mal, aunque Verónica tenía un estilo más sexy.
La mayor sorpresa me la llevé con Anita. Tenía un sentido del ritmo y una sensualidad impresionantes. Se movía como una sirena balanceando armoniosamente sus caderas. De vez en cuando hacía giros moviendo pícaramente el trasero. Por supuesto, sus senos se balanceaban temblorosos hipnotizándome. Anita gozaba con la música y se dejaba llevar, sin importarle que por momentos, las tiras de la falda se abriesen y dejasen a la vista su trasero o su sexo. Como es lógico, ella centraba las miradas de casi todos los que estábamos en esa zona.
Y qué decir de Frank. Lo suyo era un caso aparte. Bailaba como un profesional, llevaba el ritmo en sus venas. Cuando por la tarde había dicho que en su país era casi obligatorio saber bailar, no había mentido. Sin grandes aspavientos seguía el ritmo de la música con estilo y elegancia. Era un placer verle moverse, aunque había algo que me inquietaba: Anita no le quitaba ojo. Yo quería pensar que era su forma de bailar lo que le entusiasmaba, pero me mataba la idea de que se sintiese atraída por él.
Frank aun era joven pero ya tenía cierta madurez, un buen físico y un aire exótico. Por eso podía ser muy atractivo para una chica con 18 años recién cumplidos. Pero apenas habíamos visto nada. No tardaron en poner música caribeña y nuestro amigo empezó a comportarse como pez en el agua. Al ir entrando en calor, decidió desabrocharse la camisa, dejando ver un torso fuerte, marcando abdominales. Las chicas le miraban admiradas, también Anita, que también bailaba con buen estilo. Entonces fue cuando nuestro nuevo amigo se acercó a ella.
-Señorita, me prometió usted el primer baile.
Anita sonrió aceptando la invitación. Ella le puso las manos sobre los hombros y él la agarró por la cintura. Frank llevaba la iniciativa, mostrando su habilidad en el baile, aunque al principio parecía algo cohibido y mantenía cierta distancia. Sin duda, le imponía bailar con una chica casi desnuda. Ella le seguía entusiasmada, aunque también parecía algo tensa, pero poco a poco fueron cogiendo confianza. Quizás por el efecto de la música y el licor, cada vez se compenetraban mejor.
Aquella música, alegre y con ritmo, permitía bailar a lo suelto y a lo agarrado. Los demás nos movíamos mientras mirábamos como aquella estupenda pareja de baile bailaba a lo agarrado. Poco a poco, Frank fue perdiendo el pudor y cada vez se acercaba más a Anita. Siguiendo alegremente el ritmo giraban y separaban y acercaban sus cuerpos, hasta que él se atrevió a agarrarla con fuerza pegando los senos de nuestra amiga contra su pecho. Fue algo fugaz, apenas un instante, pero a partir de ese momento se atrevió a hacerlo en repetidas ocasiones sin que a ella le importase.
Entre la música, el baile y los efectos del licor, la fiesta estaba muy animada, aunque en nuestra zona, nadie perdía ojo de las evoluciones de aquella maravillosa pareja de baile. Yo aparentaba indiferencia, pero un escalofrío recorría mi cuerpo cada vez que las tetas de Anita se pegaban al torso de Frank. Ella cada vez se movía con más energía, y la falda, precariamente confeccionaba, apenas podía sujetarse en su cintura. Hizo algunos intentos por volverla a su posición inicial, pero casi al instante volvía a deslizarse hacia abajo, dejando a la vista buena parte de su trasero.
Yo bailaba como un autómata, mientras miraba embobado y Juan, que era tan discreto como observador, se acercó a mí para charlar.
-Hay que ver qué bien bailan ¿eh?
-Sí. Se nota que Frank es dominicano. Lo llevan en la sangre. Y Anita también se mueve muy bien.
-Es verdad, ella también lleva el ritmo dentro. ¿Y tú qué? Seguro que estás deseando pedirle baile.
-Jaja, nooo. Lo de bailar no es lo mío, soy un patoso.
-Vamos Jorge, no seas tonto. No puedes disimular, Anita te gusta, y creo que tú también le gustas a ella. Hoy está muy animada y tienes una buena oportunidad.
-No sé. Parece que lo que ella quiere es bailar con Frank.
-Mira, con Frank se está divirtiendo mucho, pero hazme caso y verás como contigo, aunque bailes mal, ella está mucho más contenta.
-Puede ser. En fín, supongo que no pierdo nada por intentarlo. Le pediré el próximo baile y a ver qué tal.
-Eso es. Ah, y no te cortes, se cariñoso, dile cosas bonitas y acaríciala.
Juan tenía razón. Si quería tener alguna opción con ella, no podía dejar pasar ninguna ocasión. Una muchacha tan bonita, simpática y sobre todo atrevida como Anita, no pasaba desapercibida para los hombres y pretendientes no le iban a faltar. Así que yo debía vencer mi timidez y jugar mis bazas con decisión. Aunque en ese terreno no me defendía bien, tenía que pedirle baile. Era una buena manera de acercarme a ella y decidí dar el paso.
Antes tuve que esperar a que mi pretendida terminase el baile con Frank. Era algo impactante; nuestro nuevo amigo se movía con maestría y Anita no se quedaba muy atrás. Además, superado el corte inicial, ya no les importaba que los pechos de Anita estuvieran en contacto con el cuerpo del hombre. Y para colmo, la faldita estaba venga bajarse dejando a la vista su trasero casi al completo. En cuando terminó la canción se dieron un par de besos y yo me apresuré a acercarme a ella, antes de que algún otro se me anticipase.
-Perdona Anita, ¿quieres bailar conmigo la siguiente canción? –Le pedí superando mi timidez-
-Por supuesto Jorge, claro que sí –para mi gozo, ella me respondió con cara de alegría- pero si no te importa, antes me voy a quitar esto, que no hace más que estorbarme.
Anita volvió a sorprenderme. Eso que tanto le molestaba era la falda. Se desabrochó el cierre y arrojó la precaria prenda hacia donde teníamos nuestras cosas. Estaba completamente desnuda. Bueno, casi, pues aún conservaba las pulseras, collares y otros adornos del disfraz, que le daban un aire exótico. Yo era un tipo enormemente afortunado, pero estaba terriblemente nervioso. Ya me aterraba la idea de bailar con una chica con las tetas al aire, pero tenerla en cueros entre mis brazos me hacía sentir algo parecido al vértigo.
Afortunadamente, ella me lo puso fácil. Se puso frente a mí moviéndose como una diosa. La piel morena de su rostro tenía un brillo especial y el balanceo anárquico de los senos me hipnotizaba. Puso sus manos sobre mis hombros y no tuve más remedio que agarrarla por la cintura. Inconscientemente, buscaba alguna prenda donde poner mis manos. Me producía una terrible inquietud sentir la suavidad de su piel. Mis dedos palpaban su delicada epidermis, mientras ella derrochaba energía y se prodigaba en contoneos.
Preferí no pensarlo dos veces, no me fuera a arrepentir. Moví una mano y la puse en su trasero, agarrando con firmeza el glúteo, esperando su reacción por un instante. Podría haberme dado un sonoro tortazo y aquello habría terminado de repente, pero no, me dedicó una dulce sonrisa. Eso me tranquilizó y Anita siguió danzando como una experta bailarina y yo acompañándola con mi mano pegada a su culo como una lapa. Mirando atentamente estaba Juan, que con gestos me animaba a que fuese un poco más lejos.
Yo no lo tenía muy claro. Tocarle el culo era algo atrevido pero asumible, pero no quería que ella pensase que yo trataba de aprovecharme de su desnudez. Sin embargo, Juan insistía, poniéndose una mano en el pecho indicándome donde debía tocar. Ya le había tocado las tetas esa misma tarde en la sesión de fotos, pero se supone que había sido algo artístico, sin ánimo libidinoso. Tanto insistió nuestro amigo, que decidí subir la mano que tenía en su cintura hasta la base del seno hasta que, lentamente, fui subiendo hasta acariciar el pecho entero.
Ella ni se inmutó, seguía bailando como si nada pasase y yo gozaba acariciando aquella maravilla de la anatomía humana.
-Vaya, parece que esta tarde le has cogido gusto a lo de tocarme las tetas.
-Ehhh, si. Es que las tienes muy bonitas –no se me ocurrió una respuesta más ingeniosa-
-Ohh, gracias, que amable. Pues si te gusta, sigue, que por mí encantada. Pero dime ¿qué tal te lo estás pasando?
-Muy bien, nunca había estado en una fiesta así, y es algo realmente genial. La verdad es que está de puta madre.
-¡Ya lo creo! Yo también es la primera vez que vengo a algo así. Hasta que no he cumplido los dieciocho mis padres no me han dejado. Es que mi madre es un poco carca. Pero me lo estoy pasando genial y esta noche no me para nadie.
Anita estaba realmente eufórica. Llevaba tiempo esperando ir a aquella fiesta y se la notaba con muchas ganas. El licor y la música también iban haciendo su efecto y estaba lanzadísima. Cuando terminó la canción, seguimos bailando a lo suelto. Anita exhibía su precioso cuerpo desnudo con movimientos sensuales. Lo malo es que constantemente se estaban acercando conocidos a saludarla y desconocidos a presentarse.
Después de varios bailes nos tomamos un descanso y fuimos a la barra a beber algo. Anita se encontraba muy a gusto y no se molestó en ponerse la falda del disfraz. Ya no me parecía tan extraño verla totalmente desnuda entre la gente, pero seguía siendo algo terriblemente excitante. A ella no le importaba que la viesen así, ni que en las zonas más concurridas sus pechos se apretasen contra los cuerpos de varios chicos o que alguno aprovechase para tocarle el trasero.
Pedimos las bebidas y nos quedamos junto a la barra charlando, cuando se acercó a nosotros un hombre de unos 35 años. Era Borja, el hijo de un hombre adinerado que tenía un lujoso chalé en las afueras del pueblo. Un tipo bien parecido, bronceado y con el pelo algo largo, peinado hacia atrás. Vestía unos vaqueros de marca y una camisa blanca. Saludó a todos por cortesía, pero se mostró especialmente atento con nuestra atrevida amiga.
-Caray Anita, estás espectacular. Hay que ver qué buena estás este verano. Se te ha puesto un cuerpo fantástico y tienes unas tetas preciosas.
-Jijiji, gracias.
-Y el coñito, mmm, te lo has pelado enterito. Ni por lo más remoto esperaba ver algo así en una chica del pueblo.
-Si, me lo he depilado esta tarde. ¿Te gusta? –contestó Anita levantando la pelvis para que pudiese verlo mejor-
-Ya lo creo. Y a mis amigos seguro que también les gustará. ¿Te importa que te los presente y les pedimos su opinión?
-Ehhh, me encantaría, pero es que estoy con la cuadrilla…
-Vamos, que solo va a ser un momento, seguro que tus amigos lo entenderán. Solo quiero que vean mis amigos de Madrid que en mi pueblo también hay tías buenas, jejeje.
Anita nos hizo una mueca disculpándose y acompañó a Borja al otro extremo de la barra, donde estaban sus amigos. Eran tres hombres, uno de la edad de Borja y dos algo mayores y dos mujeres espectaculares con unas minifaldas muy provocativas. Desde la distancia vimos como Borja les presentaba a nuestra atrevida amiga. Lo hacía como si fuese un trofeo, poniéndole la mano en el culo para demostrar lo que podía hacer sin que ella dijese nada.
Pidieron una bebida para ella y ordenaron al camarero que nos pusiese una ronda a nosotros. Mientras tomaban unas bebidas, Borja les mostraba la belleza de nuestra amiga. Sin dejar de tocarle el trasero, con la otra mano acarició su cintura para destacar sus curvas y señaló hacia el pubis para que contemplasen su coño depilado. Ellos miraban sin disimulo haciendo gestos de aprobación.
A petición de uno de los más mayores, Anita apoyó un pie en un taburete, para que pudiesen ver mejor la rajita. Ellos se agacharon y estuvieron un rato mirándolo y haciendo comentarios, que ella agradecía sonriendo. Las dos chicas que les acompañaban miraban la exhibición con gesto aburrido, quizás algo contrariadas por el protagonismo de Anita.
Para mostrar la belleza de sus senos, Borja empezó a acariciárselos delante de sus amigos. Con evidente descaro, los levantaba con la palma de la mano, jugueteaba con los pezones y los manoseaba sin pudor, mientras sus acompañantes reían y hacían comentarios que no podíamos escuchar. Ella también reía y le dejaba hacer, aunque no parecía cómoda. Según me contó Juan, el padre de Anita tenía negocios con el padre de Borja y no quería quedar mal con él. Estuvieron un rato charlando sin que Borja dejase de tocarle las tetas y el culo, hasta que nuestra amiga se despidió y se reunió con nosotros.
Apuramos las bebidas y volvimos a la zona de baile, donde seguimos divirtiéndonos. Anita estaba cada vez más animada y no paraba de bailar, casi siempre acompañada, ya que constantemente se acercaban hombres a pedirle baile y ella no rechazaba ninguna invitación. No es difícil imaginar las intenciones de la mayoría de ellos que, con más o menos disimulo, aprovechaban para meterle mano. Ella disfrutaba bailando. Le daba igual que le tocasen las tetas o el culo. Se lo tomaba como un cumplido. Confieso que eso me incomodaba, aunque también me aliviaba. Si ella permitía esos tocamientos sin dale importancia, yo no tendría problema para hacerlo más veces.
Pero aún quedaba el baile más caliente de la noche. Cuando comenzó a sonar la Lambada, ella buscó a Frank y se acercó a él dando brincos. Sin duda era el compañero perfecto para ejecutar un baile tan caliente. Por supuesto, nuestro nuevo amigo aceptó y volvieron a demostrar que formaban una explosiva pareja de baile. Empezaron con más confianza que en el baile anterior.
Después de varios giros, Frank se echó hacia atrás, y ella se puso dándole la espalda y haciendo que cabalgaba sobre una de sus piernas. Con movimientos enérgicos, frotaba su coño, húmedo y caliente, contra el muslo del dominicano, en un repetitivo vaivén, impregnándole sus jugos vaginales. El se dio cuenta de que ella estaba dispuesta a todo y la agarró por la cintura por un instante, aunque enseguida subió las manos hasta las tetas para magrearlas sin disimulo.
Nuestra desinhibida amiga no solo no se molestó, sino que seguía moviéndose insinuante mientras el dominicano cada vez más pegado a ella, seguía acariciándole los senos y arrimando su entrepierna al culo. Sin duda era el baile más caliente que nunca había visto, pero el colmo fue cuando bajó una mano, acariciando fugazmente el vientre y la deslizó hasta el pubis. Al principio lo acariciaba con suavidad, tanteando la reacción de nuestra amiga, que reaccionó sonriendo y moviendo varias veces la pelvis, animándole a seguir.
El no dudó y metió la mano en la entrepierna, para palpar la vagina con sus dedos. Era todo un espectáculo verles moviéndose sin perder el ritmo mientras él con una mano le tocaba los pechos, mientras con la otra le sobaba el coño con lujuria. Anita estaba muy caliente, sin frenos. Yo me moría de celos, pero a la vez estaba terriblemente excitado al ver a aquel hombre magreando a la chica que yo deseaba. La bebida y la música le habían hecho perder el control y parecía dispuesta a todo.
Aquel desenfrenado baile no pasó inadvertido para los asistentes a la fiesta. Como si fuese una atracción más, la gente fue haciendo un multitudinario corro alrededor de la sensual pareja de baile. Era llamativa la habilidad de Frank para llevar el ritmo sin dejar de magrear a nuestra amiga. Ella le dejaba hacer y seguía como podía sus movimientos. Si en algún paso él quitaba la mano del sexo de Anita, éste aparecía enrojecido y húmedo.
Cuando terminó la canción, todos nos quedamos callados, sin saber bien qué hacer. En ese instante, ellos fueron conscientes del espectáculo que nos habían brindado. Abrumados, se abrazaron y se dieron dos besos en las mejillas. Entonces todos rompieron en una sonora ovación, que ellos agradecieron con un saludo. Hasta la música se había detenido por un momento.
Superado aquel momento caliente, comenzó a sonar la música pachanguera que anunciaba el fin de la fiesta. Para entonces ya estábamos bastante bebidos y todos nos mezclábamos en una coreografía desordenada. Y como no, los pulpos se acercaban a nuestra amiga y no dejaban pasar ninguna ocasión para tocarle el culo o las tetas. Todos estábamos bastante ebrios y ella no le daba importancia, pero aquello podía llegar demasiado lejos.
Un grupo de cuatro chicos que estaban sin camiseta se acercaron a Anita y, rodeándola, se pusieron a bailar y hacer gracias. A ella le pareció divertido lo que hacían los chicos y se unió al improvisado espectáculo. La diferencia es que ella estaba totalmente desnuda y cuando bailaba hacía sugerentes poses, consiguiendo un efecto realmente caliente. Con los codos echados hacia atrás, movía los hombros haciendo que los pechos se bamboleasen descontrolados.
Los chicos, que también estaban bastante bebidos, se movían como locos alrededor de nuestra amiga. Ella no parecía consciente de lo excitados que estaban, quizás le diese igual o disfrutaba calentándoles. Uno de ellos se puso delante de ella sacando pecho y moviéndose hacia los lados. Ella, ni corta ni perezosa, imitó su movimiento y se acercó aun más, haciendo que sus tetas se frotasen contra el torso del muchacho, que no ocultaba su cara de satisfacción.
Aquel baile tan morboso fue celebrado con aplausos y alboroto por los demás. Quizás por eso, otro chico se animó a ponerse pegado a su espalda y pasar sus manos por detrás agarrándole con fuerza los pechos. Por la cara que puso, a nuestra amiga no le hizo ninguna gracia aquella maniobra. Pudo ser la brusquedad con la que le abordó o la ansiedad con que los manoseaba, delatando su falta de experiencia. Aun así, fue comprensiva y dejó que el chico disfrutase un rato tocándole las tetas.
Antes de que pasase a mayores, sin dejar de sonreír, Anita le retiró las manos y siguió bailando mientras se acercaba a nosotros. Ellos comprendieron que para ella ya era suficiente y siguieron con su particular juerga. Mientras, seguía la música pachanguera y, poco antes de terminar, se formó una gran cadeneta que recorría toda la zona de fiesta. Esa vez estuve atento y me puse detrás de mi maravillosa amiga, a pesar de que más de uno intentó ocupar ese lugar.
Me sentía todo un privilegiado agarrando aquella suave cintura y contemplando sus hombros morenos y aquel culito tan redondito. En un momento del baile, había que agacharse y pasar una mano por entre las piernas del de delante para darle la mano. En ese momento debía ser el más envidiado de la fiesta. A un palmo de mi cara estaba su trasero lo suficientemente abierto como para poder contemplar el ano y la vagina en todo su esplendor. Tuve que reprimir mis deseos de pasar la lengua por tan jugosos bocados.
Cuando por fin terminó la música, la gente se fue organizando para volver a casa, ya que no todos tenían medio de transporte propio. En el coche de Pablo se fueron Laura, Verónica, Guillermo y Frank. Parecería lógico que Anita se hubiese marchado con las otras chicas, pero como el dominicano se hospedaba en otro pueblo, decidieron que fuese él en el coche. Además, nuestra amiga no tenía mucha prisa por llegar a casa y prefirió quedarse con Juan y conmigo.
Si no encontrábamos a alguien que nos llevase a casa tendríamos que hacer el camino andando. A decir verdad, yo estaba encantado. Anita seguía totalmente desnuda y no tenía intención de vestirse y estaba tan animada que podía suceder cualquier cosa. Además, Juan no suponía molestia alguna. Al contrario, él la conocía a la perfección y podía propiciar situaciones morbosas. Pero entonces es cuando apareció Borja, conduciendo un lujoso coche. Casualmente, solo tenía sitio para una persona. Con él iba uno de los más maduros y el otro de su edad con una de las chicas que les acompañaban.
-Anita ¿ya tienes quien te lleve a casa? Si quieres puedes venir con nosotros –dijo Borja-
-Pero ¿Cuántos sitios tienes? Es que somos tres y no quiero dejar tirados a los chicos.
-Mmm, no. Solo hay sitio para uno, pero si te vienes con nosotros, para ellos será más fácil encontrar alguien que lleve solo a dos.
-Bueno, mirado así creo que tienes razón. Creo que iré contigo –Anita se volvió para consultarnos- ¿Qué os parece chicos?
-No sé si será buena idea que vayas tu sola así –aunque no lo dije, ella entendió perfectamente que me refería a su desnudez- tu madre…
-Bah, por eso no te preocupes. Mis padres ya conocen a Borja de sobra y saben que no es peligroso –contestó ella riéndose-
-Vale. Entonces quedamos en los bancos de la plaza -añadió Juan-
Anita asintió con la cabeza y Borja se apresuró a abrirle la puerta para que montase en el coche y no perdió la ocasión de tocarla el culo mientras se acomodaba. Como el amigo más viejo iba en el asiento delantero, ella se situó en la parte de atrás, junto con el de la misma edad que Borja. Me llevé una decepción. Al verla marchar en coche con aquella gente, pensé que perdía una gran ocasión de haber llegado a algo más esa noche.
-Me parece que te has quedado bastante chafado -Juan acertaba-
-Es que no me gustan nada esos tipos. No me quedo tranquilo viendo a Anita marcharse con ellos, y más estando completamente desnuda.
-Bah, por eso no te preocupes; a Borja le conocemos de siempre y ella ya sabe cómo tratarlo. Supongo que estando bebidos y ella despelotada intentarán algo. Les dejará que la soben un poco y ahí terminará todo. Ya sabes que para ella eso no tiene demasiada importancia.
Joder, aquello más que tranquilizarme, me puso aún más nervioso. Pero Anita era así y tenía que asumirlo. Al final, Juan y yo no encontramos quien nos llevase e hicimos el camino a pie. Fuimos a buen paso y en menos de veinte minutos ya estábamos en el pueblo. Charlamos sobre lo que habíamos vivido en la fiesta y, cómo no, sobre Anita. Juan me insistió en que yo tenía que ser decidido y lanzarme si quería tener algo con ella. Yo le mostré mis dudas, después de haber visto como se había dejado tocar las tetas y el coño por varios chicos. Sin embargo, Juan me hizo ver que para Anita eso no tenía ninguna importancia.
Estuvimos hablando un buen rato y Anita no acababa de llegar. Juan estaba tranquilo, pero yo me preocupaba por nuestra alegre amiga. Estaba bebida y desnuda con unos hombres y cualquiera sabe lo que podían hacer con ella. Juan trató de tranquilizarme diciendo que seguramente estarían en casa de Borja, como habían hecho en otras ocasiones. Yo estaba muy inquieto y finalmente me propuso que nos acercásemos hasta el chalé, que estaba en la entrada al pueblo, no muy lejos.
Una tupida hilera de arbustos rodeaba la vivienda, que era muy grande y lujosa. El salón estaba a pie del jardín. Nos asomamos entre la vegetación camuflados por la oscuridad. Unos grandes ventanales nos permitían ver lo que sucedía en el interior. Al principio nos pusimos en la parte delantera de la casa y solo veíamos a Anita y un hombre, dándonos la espalda. Luego fuimos a la zona trasera de la casa y allí sí les podíamos ver y escuchar perfectamente, ya que tenían abiertas las puertas correderas. Anita seguía totalmente desnuda, sentada junto a al hombre más mayor de los que acompañaban a Borja. Los dos charlaban, aunque él la trataba con una actitud paternal.
-Eres una muchacha deliciosa ¿te apetece sentarte aquí? – Le dijo el hombre señalando sus piernas-
-Gracias, pero estoy cómoda.
-Vamos, no me niegues ese capricho. Para un viejo como yo es un placer tener sobre las piernas una jovencita bonita como tú.
-Bueno, pidiéndomelo así, como me voy a negar.
Nuestra amiga se sentó sobre los muslos de aquel hombre quien, visiblemente contento, puso las manos a los lados de sus glúteos y empezó a acariciarlos.
-Ahhh –suspiró el hombre- no hay nada como el cuerpo de una jovencita. Tienes una carne tan firme y una piel tan suave. Dime ¿a qué te dedicas?
-Soy estudiante –respondió ella-
-Jajaja, así que estudiante –dijo el hombre entre risas que Anita no llegaba a comprender-. Yo conozco muchas estudiantes ¿sabes?
En ese instante entraba Borja en el salón con bebidas para los tres y soltó una carcajada al escuchar el comentario de su amigo.
-Jajaja, pero esta no es como las estudiantes que conoces tú, que no abren los libros sino las piernas. Anita es la hija de un amigo mío y me consta que es muy aplicada en los estudios.
-Vaya, eso está bien. Perdóname, es que como eres tan alegre y tú forma de vestir, o de no vestir… pensé que…-se disculpó el amigo de Borja-
-No se preocupe. Es que a mí en verano me gusta estar desnuda cuando puedo. Ya sé que a veces sorprende, pero no me importa –explicó Anita con una bonita sonrisa-
-Además, que sea una buena estudiante no quiere decir que no sepa divertirse, ¿verdad? –Afirmó Borja mientras se sentaba y empezaba a tocarle una teta-
-Ehhh, no seas aprovechado –le recriminó ella quitándole la mano sin dejar de sonreir-
-Venga, no seas así, que solo queremos pasar un buen rato. ¿No ves que no hemos ligado nada en la fiesta y vamos muy cachondos? – Insistió Borja poniéndole otra vez la mano en el seno-
-¿Cómo? O sea que como otras no han querido te has acordado de mí. Mmm, eso no está bien. Además, con algo de dinero no creo que os hubiese costado mucho conseguir dos chicas como las que estaban con vuestros amigos –respondió nuestra amiga algo contrariada-
-Vamos Anita, no seas malpensada. Tu misma lo has dicho; chicas así se pueden conseguir pagando. Sin embargo, tú eres tan natural, tan bonita e inteligente, que es mejor estar contigo que con diez de esas – Borja no se cortó y empezó a chupar con suavidad el pezón de uno de los pechos de nuestra amiga mientras ponía la mano en un muslo-
-Desde luego Borja, que adulador eres. Mira, para que veas que no soy mala, os voy a dejar tocar un poquito, pero en cuanto termine la bebida me marcho; que es muy tarde –sentenció ella, mirándoles sonriente-
Al amigo de Borja se le abrieron los ojos como platos y puso la mano en la otra teta y, después de tocarla unos instantes, se animó a chuparla como hacía el anfitrión. Este llevó la mano que tenía en el muslo hasta el pubis para acariciarlo suavemente. Después de comprobar que a ella no le importaba, descendió para sobar con lujuria aquel precioso sexo rasurado. Ella tomaba tranquilamente el refresco, mientras seguía complacida las evoluciones de sus acompañantes, abriendo las piernas para facilitarles la labor. En cuanto Borja quitó la mano del coño para tocarle el culo, su amigo aprovechó para poner la suya. A partir de ese instante, los dos se turnaban para tocar sus zonas más íntimas sin dejar libre un centímetro de piel.
Juan y yo, amparados por la oscuridad, éramos espectadores privilegiados de aquel tórrido momento. Yo sentía una extraña sensación, era humillante ver como la chica con la que me quería enrollar estaba siendo manoseada por dos tipos, uno de ellos muy mayor y a quien acababa de conocer. Pero la dureza de mi miembro viril evidenciaba que me excitaba contemplar como las manos de aquellos hombres estrujaban sin miramientos los redondos senos de la muchacha, o como deslizaban los dedos por el suave pubis rasurado y hurgaban en su húmeda rajita.
-Caray Anita. Tienes un coño maravilloso. Has acertado al depilártelo. Está tan suavecito…-dijo Borja visiblemente excitado-
-Vaya, gracias por el cumplido.
-Y debe de estar riquísimo, si no te importa voy a probarlo.
Borja se inclinó y metió la cabeza entre los muslos de la bella jovencita, que sonreía divertida. Ella sujetaba el vaso con una mano y le puso la otra en la nuca para acompañar su movimiento mientras le pasaba la lengua por la vagina. De pronto, Borja saltó hacia atrás, escupiendo y haciendo aspavientos.
-¡Puafff! Joder, si tienes el chocho lleno de arena.
-Jajajaja, pues claro, ¿Qué esperabas? ¿Acaso no te acuerdas de que hemos estado en una fiesta en la playa? –explicó Anita sin dejar de reírse-
-¡Con la dentera que me da la arena! Anda, vete al baño y límpiate bien, que así no hay manera.
-¿Eh? No, no, yo me marcho, que ya es muy tarde y además he quedado con Juan y Jorge. Y creo que ya tenéis suficiente –ella se levantó y apuró su bebida-
-Vamos chiquilla, no nos dejes así, que esto no ha hecho más que empezar –suplicó el amigo de Borja- podemos pasarlo muy bien los tres juntos.
-No, no, en serio. Que ya es demasiado tarde y os he dejado tocar lo que habéis querido mientras me tomaba la bebida –se justificó ella mientras se levantaba del sofá-
-Esta bien Anita, pero otro día tienes que terminar lo que has dejado a medias – afirmó Borja-
-Bueno, ya veremos –contestó ella riéndose mientras se acercaba a la puerta de salida.
Borja se ofreció a llevarla en el coche hasta casa, pero ella le dijo que prefería ir dando un paseo para relajarse y le recordó que había quedado con nosotros en la plaza. Juan y yo salimos apresuradamente de nuestro puesto de observación para llegar antes que ella al punto de encuentro. Anita no tardó en llegar y se sentó en el respaldo del banco frente al que estábamos nosotros, igual que la primera noche que la vi. La diferencia es que en esta ocasión estaba totalmente desnuda y la luz de una farola iluminaba oportunamente su cuerpo lleno de juventud y lozanía. Con su habitual espontaneidad, tenía las piernas abiertas, exponiendo sin recato su coño, que estaba colorado y húmedo.
-Jo Anita, para haber venido en coche sí que has tardado. Mira que nosotros hemos venido a pie y llevamos un rato esperando –dijo Juan señalando su reloj-
-Es que Borja se ha puesto pesado con que parasemos a tomar una copa en su casa. Ya sabes como es.
-Ya imaginábamos. Pues no lo debes de haber pasado mal, porque tienes el chichi colorado y brillante –me sorprendió el descaro de Juan-
-Oh, vaya –Anita miró apurada su entrepierna- si, es verdad. Es que además de Borja estaba un amigo suyo, un hombre bastante mayor y claro, como no habían ligado en la fiesta se han puesto un poco sobones, pero se han llevado un buen chasco.
-¿Ah sí? ¿Qué ha pasado? –Preguntó Juan, cambiándose de sitio para sentarse junto a ella-
-Ha sido muy gracioso. Al principio todo normal, estábamos charlando y tomando algo y poco a poco han empezado a tocarme las tetas.
-Bueno, eso no es raro. Yo siempre he dicho que tienes unas tetas estupendas –afirmó Juan, se arrimó a ella, pasó uno de sus brazos por la espalda y se puso a acariciarle los senos con las dos manos- ¿así?
-Si, algo así –contestó ella sonriendo- Borja empezaba y el otro le seguía. Han estado tocándolas y chupándolas y luego se han puesto a tocarme el coño y el culo. Cada vez estaban más cachondos.
-¡Como para no estarlo! –Juan no se cortaba y seguía tocándole las tetas con una mano, mientras bajaba la otra para tocarle el coño- ¿Y tú qué hacías?
-Pues ¿Qué voy a hacer?, tomarme el refresco y abrir las piernas. Estaban tan excitados…
-Jaja, claro –Juan asentía sin dejar de tocar las partes íntimas de la chica- No me extraña; está muy sexy el coñito depilado.
-Gracias Juan. Pero lo mejor ha sido cuando Borja se ha agachado y ha empezado a chuparme el chocho.
-¡Joder! Menos mal que habías dicho que no es peligroso –me mostré ridículamente escandalizado-
-¡Vamos Jorge! No seas carca. Ya sabes que eso para Anita solo es un juego –me corrigió Juan- Cuenta, Anita, ¿y qué es lo que ha pasado?
-Pues que como yo he estado sentada en la playa, en cuando me ha metido la lengua se le ha llenado de arena ¡No veas que manera de escupir!
Juan y yo nos echamos a reír, aunque mis carcajadas eran más de nervios y excitación que otra cosa. Mi pene estaba a punto de reventar, no solo por lo que había visto y vivido aquella noche. También me resultaba increíble que ella lo contase como algo divertido con tanta naturalidad. Se expresaba con desparpajo, moviendo los brazos, haciendo que sus senos se bamboleasen. Subía y bajaba las piernas, ofreciendo distintas perspectivas de su sexo, a cual más sugerente.
Todavía nos entretuvimos un rato hablando sobre como lo habíamos pasado. Ella se mostró especialmente entusiasmada; hacía mucho que quería ir a una fiesta en la playa y no le había defraudado. Confesó que en algún momento quizás se había dejado ir demasiado lejos, pero se justificó con la música y la bebida. También ella nos preguntó a nosotros a ver qué tal lo habíamos pasado. Yo le contesté que muy bien, sin atreverme a decirle que lo que había hecho ella era lo más salvaje que yo había visto nunca.
Por fin, llegó el momento de despedirse. Cuando se acercó a darme un par de besos en las mejillas, volví a sentir la contundencia de sus senos sobre mi pecho y torpemente acaricié un seno y su precioso trasero. Ella se hizo la sorprendida y me dedicó una pícara sonrisa. Nos citamos para el día siguiente y yo tomé el camino hacia la casa de mis tíos, mientras Juan la acompañaba hasta la puerta de su casa. Todavía pude ver como ella movía sensualmente la cadera. Le salía natural.
Y con esa misma naturalidad, ella permitió que Juan volviese a tocarle las tetas y el culo cuando se entretuvieron en su puerta despidiéndose. Para mí, no era fácil de entender que el mismo amigo que me animaba a conquistar a Anita la metiese mano delante de mis narices. Sin embargo, tenían tanta confianza que para ellos eso era algo normal, y no era extraño que Juan estuviese también algo excitado. Todavía tenía que sorprenderme alguna vez más para asimilar que Anita era así y era yo quien debía cambiar si quería tener algo con ella.
Cuanto llegué a casa de mis tíos y estuve solo en mi habitación, me quité la ropa y empecé a recordar las increíbles situaciones que había vivido y contemplado ese día. No tuve que tocarme apenas para que el semen brotase con fuerza de mi castigado miembro viril. Me limpié con un papel y casi al instante me quedé dormido, satisfecho, con una sonrisa de felicidad dibujada en los labios.