Anita al natural I
Jorge, de 18 años, acaba de aprobar la selectividad y pasa el verano en casa de sus tíos, en un pueblecito de Castellón. Allí sale con su primo y sus amigos y amigas. Una de ellas es especialmente desinhibida y sexy.
ANITA AL NATURAL
I
Lo que os voy a contar sucedió hace unos 15 años y hasta ahora ha sido el mejor verano de mi vida. Con 18 años, acababa de aprobar la selectividad y me disponía a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Mis padres, como varios millones de españoles, tenían que trabajar en julio, así que no podríamos irnos de veraneo hasta agosto. Es lo que había hecho siempre y lo que esperaba para ese año. Mi tío Julián llevaba mucho tiempo insistiendo para que pasase alguna temporada con ellos, pero mi madre, muy protectora ella, no me había dejado hasta entonces. Sin embargo ese año, por fin, mi tío consiguió convencerles de que me dejasen ir con él. No es que me entusiasmase el plan, pero cualquier cosa era mejor que quedarme en Zaragoza, que es donde vivía. Ah, mi nombre es Jorge, mido 1,75, tengo pelo castaño y soy bastante tímido, aunque dicen que también divertido.
Mi tío, hermano de mi madre, vivía en un pequeño pueblo de Castellón, cerca del mar. Hace años encontró allí un buen trabajo y, después de buscar vivienda a precio razonable por toda la provincia, fue a instalarse en aquel lugar. Apartado de las zonas más turísticas, entre montes, había que desviarse por una carretera para llegar allí. Era un lugar tranquilo, donde todo el mundo se conocía. La vida social se hacía en la plaza del pueblo, donde había algunas viviendas, un local municipal, la iglesia y un bar que hacía las veces de tienda. Lo demás eran casitas o chalés. Por un camino de tierra se llegaba a una pequeña cala, donde solía ir la gente de la zona y algún turista despistado. Más cerca había un pozo, formado por un arroyo, donde se solían ir a bañar los más jóvenes.
Fui hasta la capital de Castellón en autobús; llegué a media tarde y allí me esperaba mi tío con mi primo Guillermo, un año mayor que yo. Evidentemente, me iba a tener que entender con él durante las vacaciones. Tardamos cerca de una hora en llegar a su casa y, mientras, me fueron contando como era el pueblo y los planes que tenían. En verano se solía juntar un grupo chicos y chicas, entre los que vivían allí todo el año y los que iban a veranear, pero se conocían todos desde pequeños. Así que ese año yo sería el nuevo, algo que me daba bastante corte. Pero bueno, por lo menos tenía con quien pasar el rato, no como en mi ciudad, donde todos mis amigos emigraban a finales de junio.
Cuando llegamos a la casa de mis anfitriones me llevé una grata sorpresa. Era un bonito chalé de cuatro habitaciones, con jardín, donde tenían instalada una piscina desmontable. Allí nos esperaba mi tía Lidia, que me recibió con un par de besos. También estaba mi prima Virginia, de 12 años, simpática y algo tímida. Mis tíos tenían unos 50 años, pero se conservaban bien y tenían un estilo juvenil. No como mis padres que, a pesar de ser más jóvenes estaban más chapados a la antigua. Me mostraron la habitación donde iba a alojarme y, después de deshacer las maletas, nos dispusimos a cenar en la terraza que daba acceso al jardín. Me habían preparado un exquisito menú de bienvenida y estuvimos charlando animadamente mientras lo degustábamos.
Terminamos pronto –aún no eran las 10 de la noche- y Guillermo me propuso ir a la plaza, donde solían reunirse sus amigos, para presentarme. A mis tíos no les importó que abandonáramos la sobremesa y me animaron a conocer a la pandilla con la que disfrutaría del verano. Mi primo era más o menos de mi altura, moreno y de pelo corto. Un año mayor, había terminado el primer curso de una carrera universitaria con buenas notas. Desde hacía varios años se alojaba en un piso en Castellón dela Planacon otros dos chicos del pueblo, Ana y Juan. Allí era algo habitual, ya que el instituto de aquella zona quedaba bastante lejos. Los fines de semana y vacaciones las pasaban en el pueblo.
Enseguida tuve ocasión de conocerles. Estaban reunidos en torno a dos bancos que habían puesto, uno enfrente de otro en una esquina de la plaza. Además de los compañeros de piso de Guillermo, estaban Laura, Verónica y Pablo. Éstos vivían en Madrid, aunque su familia era originaria del lugar y allí pasaban todos los veranos desde niños. Uno a uno me saludaron, ellos dándome la mano y ellas con un par de besos. Pablo, el mayor del grupo, de 22 años, tenía el pelo castaño claro, estaba bastante cachas y era bien parecido; vamos, el típico guaperas que se lleva a las chicas de calle. Era muy bromista y, lo mejor, de vez en cuando su padre le dejaba su coche, que nos venía de cine.
Juan, uno de los compañeros de piso de mi primo, era bajito, tenía 18 años, algo entrado en carnes y con el pelo rizado y moreno. Algo tímido y callado, parecía siempre atento a lo que decían los demás. Laura era la mayor de las chicas. Tenía 21 años. Estaba rellenita y tenía el pelo corto, liso y moreno. Llevaba un pantalón corto y camiseta. También llevaba pantalón corto Verónica, pero estaba mucho más sexy. Con 20 años, su larga melena rubia, sus ojos claros y sus bien torneadas y bronceadas piernas, llamaban la atención. El minúsculo pantalón apenas cubría los cachetes del culo. Una camiseta de tirantes hacía que mi vista se fijase sin querer en su precioso canalillo. Era muy guapa y realmente sexy.
Ana no era tan espectacular, pero si muy atractiva. Tenía 18 años recién cumplidos, poco más que Juan, siendo la más joven de las chicas. Morena con el pelo largo y ondulado, llevaba un vestido de flores corto con tirantes. Tenía un bonito bronceado que le daba a sus piernas un brillo especial. Me llamaron la atención sus piececitos, morenos y pequeños, con una forma realmente bella. Llevaba unas sandalias con las tiras muy delgadas que los dejaban casi por completo al descubierto.
Después de las presentaciones, nos sentamos en los bancos, Juan y yo en la parte de abajo, mientras que Guillermo y Pablo se acomodaron sobre el respaldo. Las chicas, se sentaron juntas sobre el respaldo del banco de enfrente, dejándome contemplar una bonita perspectiva de sus piernas. Mientras iban comentando lo que habían hecho ese día y me preguntaban alguna cosa para irme conociendo, yo no podía evitar mirar a las piernas de las muchachas. Verónica las tenía cruzadas, haciendo que sobresaliese aún más el cachete del culo. Además, por el escote de la camiseta se adivinaba la tira del sujetador; estaba realmente sexy. El vestido de Ana no era tan escotado, pero cuando hablaba, al mover los brazos, se podía intuir el movimiento nervioso de sus senos. Me pareció que no llevaba sujetador; supuse que se lo habría quitado después de darse un baño por la tarde.
Anita, que es como la llamaban sus amigos y yo en adelante, también tenía las piernas cruzadas y desde mi posición podía ver donde terminan éstas y comienza el trasero. Mi situación era estratégica y estaba disfrutando de lo lindo con lo que veía. Estaba claro que allí estaban más desinhibidas que mis amigas de Zaragoza, quizás por el calor o el ambiente. Pero mi gozo no había terminado ahí y lo mejor estaba por llegar. Mientras explicaba animadamente algún suceso del día, Anita descruzó las piernas y mi mirada, automáticamente se dirigió hacia el hueco que se hizo bajo la falda del vestido, esperando ver sus braguitas o un sugerente tanga, pero no fue así. Fue algo fugaz y no pude percibir la habitual claridad que tienen las prendas íntimas. La tela quedó caída entre sus piernas y no me dejo ver más.
Aunque fue algo rápido y no pude ver nada, aquello me excitó. No se que extraña habilidad tienen las mujeres para llevar esas prendas tan cortas sin que se vean sus secretos. Imaginaba que sus braguitas fuesen oscuras o de color carne aunque, si sus pechos se movían libremente ¿porqué no imaginar que la chica no llevase ropa interior? No, era demasiado. No era posible que una muchacha del pueblo se atreviese a salir sin bragas, y menos con ese vestido tan corto. Pero pronto pude salir de dudas. Al moverse intentando acomodarse mejor en el respaldo, la tela del vestido se estiró y lo que ocultaba quedó a la vista. ¡No podía ser, era increíble! ¡No llevaba nada! Su sexo desnudo estaba expuesto ante mí.
Anita tenía las piernas entreabiertas, en una postura cómoda, relajada. Su actitud no era la de quien trata de exhibir, pero tampoco esconderlo. Parecía que le daba igual que su sexo quedase a la vista de los chicos, porque creo que los cuatro se lo podíamos ver perfectamente. A la vista quedaba el vello rizado de su pubis, no muy tupido, y su rajita de arriba abajo, enterita. Era un espectáculo majestuoso, único. Lo curioso es que solo yo parecía darme cuenta de lo que pasaba. Los demás chicos participaban animadamente en la conversación sin darse cuenta de que el coño de Anita estaba a la vista de todos. ¿O quizás se daban cuenta y permanecían indiferentes? Tampoco ella parecía darse cuenta o simplemente le daba igual.
-Estás muy callado Jorge, cuéntanos que planes tienes, hasta cuando te vas a quedar. Si vas a pasar el verano con nosotros será mejor que nos vayamos conociendo -fue la propia Anita la que me interpeló e hizo que participase en la charla-
-Oh si, claro. Si, estaré todo el verano aquí; espero pasarlo bien –por suerte, la chica volvió a moverse antes de que yo tomase la palabra y su sexo permaneció oculto mientras yo hablaba, porque sino no habría articulado palabra.
Llegó la hora de irse a casa y al levantarse, mientras otras chicas tienen un cuidado especial en que no se les vea nada, Anita lo hizo sin preocuparse de que su sexo quedase de nuevo a la vista. Al recolocarse bien el vestido, también pude ver su redondito trasero. “Pues si que es descuidada este chica” pensé. Cuando me quedé a solas con Guillermo, éste me preguntó a ver que le había parecido la cuadrilla, especialmente las chicas.
-Bien, bien, parecen muy majas- le contesté-
-Venga primo, no disimules, no me digas que no te has fijado en Verónica, no me digas que no es un bombón.
-Si, la verdad es que es muy guapa y está muy buena y con esos pantaloncitos…
-Pues no te hagas ilusiones que esa es para mí. A ver si este verano me lo monto bien y me la ligo –Yo estaba alucinado, parecía que no se había dado cuenta de que Anita había estado con el coño a la vista durante buena parte de la velada-
-Tranquilo, que yo no te voy a estorbar. Pero…no se di decirlo. Hay algo que me ha llamado la atención; no se si te habrás dado cuenta.
-¿Cuenta, de que?
-Bueno, no se si te habrás fijado, pero Anita no llevaba bragas, y claro…
-Ah si, jajaja, es verdad. Ya me he dado cuento que se le veía el chorrete. Esta Anita… Ya, supongo que te habrá chocado un poco, pero no te preocupes, Anita es así. Ya la irás conociendo mejor y verás que es una chavala guay.
Era increíble. Tenemos delante una tía buena de 18 años con el coño al aire y parece que al único que le había puesto cachondo era a mí. Yo no entendía nada, pero esa noche, en cuando me quedé solo en el cuarto, tuve que hacerme una paja para relajarme un poco. Y ni así pude quitármela de la cabeza. Las enigmáticas palabras de mi primo “Anita es así” me habían dejado perplejo. ¿Cómo era Anita? ¿Descuidada, exhibicionista, guarra, puta? Por suerte tenía todo un verano por delante para conocerla.