Anita

La primera vez de una adolescente convertida en mujer.

El día era insoportablemente caluroso. El sol apretaba fuerte y la única manera de apaciguar el infierno era en la piscina, donde yo me encontraba. Mi amigo Juan estaba en la parrilla, asándose junto a la carne, mientras nuestras mujeres preparaban la mesa y las ensaladas. Habíamos planificado en domingo sin niños, para que pudiéramos charlar solos los cuatro sin tener que preocuparnos por los siete hijos que juntábamos entre ambos matrimonios. Claro que no todo sale como se esperaba.

Conmigo, dentro de la piscina estaba Ana. Sobrina venida del norte del país, había caído a casa de su tía para pasar unas cortas vacaciones. Según me enteré después, sus padres atravesaban un muy mal momento, y al parecer querían alejar a su niña por un tiempo.

Ana era un espectáculo y una caja de sorpresas. Alta, flaquita, carita de ángel, hermosísima, con unas curvas muy bonitas, que sin ser exuberante, tenía todo puesto en su sitio de manera perfecta.

La realidad era que ni siquiera le conocía la voz. Parecía muy tímida, y de no ser porque mis ojos se dirigían constantemente hacia ella, podría haber pasado desapercibida.

En el agua, jugaba como una niña, simulando bucear continuamente, dándome un espectáculo visual inmejorable de sus nalgas. Más de una vez me atrapó mirándola, al principio se sonrojaba, pero luego me empezó a mirar con cara divertida. El juego se interrumpió cuando Juan se zambulló buscando refrescarse y para anunciar que la comida estaba lista.

En el almuerzo, Ana se sentó a mi lado, y continua y no casualmente, nos rozábamos los pies y los muslos por debajo de la mesa. ¡Casi me atraganto cuando me entero que solo tenía quince añitos!

Cuando finalizamos la comida, renegando del calor, me dirigí de nuevo a la piscina. Los otros cuatro, se tiraron en reposeras a beber mate y tomar sol. Con el tiempo, la conversación fue menguando, y de a poco fueron durmiéndose. Solo Ana estaba despierta, y al poco rato, me hizo compañía.

Desde que supe de verdadera edad, traté de cortarme un poco, pero su cuerpo me atraía demasiado.

A eso de las cinco de la tarde, comencé a prepararme para partir, ya que como todos los domingos, me encontraría con unos amigos para jugar un rato al poker. Juan me pidió si de paso podía dejar a Ana en un complejo de cines que quedaba en mi camino, ya que entre grandes se estaba aburriendo bastante. ¡Cosa que no era del todo cierta!

Una vez adecentados, salimos en mi auto rumbo al complejo, empezó a contarme que quería escapar de su casa, que no podía seguir viendo como sus padres se peleaban continuamente, al parecer por romances paralelos de ambos. Yo la aconsejaba y trataba de tranquilizarla. Una vez logrado, se disculpó diciéndome que necesitaba descargarse, y que había sido injusta al hacerlo conmigo. Le expliqué que estaba bien, y que cualquier cosa que necesitase, contara conmigo.

El final del viaje lo recorrimos en silencio, y al llegar a destino, me dio un beso en la mejilla, rozando mis labios y se quedó mirándome con los ojos muy abiertos. Acaricié su carita, mientras ella ladeaba su cabecita y cerraba los ojos.

Otra vez en marcha, le pregunté si sabía lo que hacía y que consecuencias traería. A lo que me contestó siempre con un sí, aunque con la vista fija en el suelo. Era indudable que necesitaba cariño y atención, y realmente me sentí como un hijo de puta al aprovecharme de la situación, pero el hecho de poder poseer a esa criaturita, podía más que cualquier remordimiento de conciencia.

Entramos a mi casa, la cual estaba por supuesto desierta, y sin mediar palabras la dirigí al dormitorio.

La abracé, y ella se pegó a mí con todas sus fuerzas. Lentamente besaba su cabeza, mientras se la acariciaba. Iría con toda la dulzura y paciencia posible.

Levanté suavemente su mentón, y la besé con ternura, primero solo con los labios, después con la lengua, que se unió a la suya, para jugar durante un largo rato. La giré y besé su nuca, su cuello, sus hombros, mientras mis manos dibujaban su silueta, apenas rozándola. Me detuve en sus senos, y los acaricié, por encima de la ropa, pellizcando suavemente sus pezones.

Siempre de espaldas a mi, la fui desvistiendo, besando cada centímetro de piel que descubría. Cuando hubo volado toda su ropa, me descambie rápidamente para sentarla en mi regazo, como acunándola. Ella permanecía en silencio, abriendo los ojos muy de vez en cuando para mirarme con dulzura.

La tendí en la cama, para dirigirme directamente a su sexo. Estaba todo mojado, y olía hembra en celo. Con las manos aparté los pocos y aún sedosos pelos, y mientras besaba la parte interna de sus muslos, acariciaba externamente su vagina. Para este tiempo, Ana

ya jadeaba notoriamente y asía mi cabeza, pugnando por enterrarla dentro de ella.

Me dediqué a comerla, mordisqueando sus labios y metiendo la lengua lo mas profundamente que podía. Me encontré con su clítoris, enorme y rojo, para lamerlo y succionarlo lentamente. Ella tensó el cuerpo, parecía que iba a levitar y contuvo el aliento todo lo que pudo. Cuando sobrevino su orgasmo, arqueó la espalda y apretó con sus piernas mi cabeza, teniendo pequeños temblores que la recorrían de pies a cabeza. Al relajarse supe que estaba lista para penetrarla.

Mirándonos fijamente a los ojos levanté sus piernas sobre mis hombros, acomodé mi pene en su entrada y forcé solo un poco su sexo. Un suave vaivén la estremeció, obligándola a cerrar los ojos, y poco a poco fue ella, con su cadencia de cadera, la que se enterraba todo mi pene a fondo. Tal vez por saber que era el primer hombre en ella, las sensaciones que sentía en ese momento no eran comparables con ninguna anterior. Sentía que esa vagina cálida, húmeda y estrecha, había sido diseñada solo para mí placer. Verla estirada, gozando debajo mío, con cara esa de niña pero reaccionando como toda una mujer me hicieron sentir en el séptimo cielo.

Cuando casi estaba totalmente metido, acelere progresivamente mis movimientos, hasta que Ana comenzó a gritar, abrió su boca desmesuradamente, tomando aire como de a sorbos, para lanzar un fuerte alarido que retumbó en la habitación.

Me quedé quieto, para dejarla disfrutar plenamente de su orgasmo, mas cuando su recupero un poco, bajo sus piernas, y aún penetrada, me abrazó con todas sus fuerzas. Al rato me preguntó si yo había terminado, y al contestarle que no, me preguntó que quería yo que hiciese. Le expliqué que por ser su primera vez no quería forzarla a nada, y que no era aconsejable que yo terminara dentro de ella.

Me respondió que haría lo que le pidiera, y si bien se me vinieron muchas agradables alternativas a la mente, decidí no probar con nada muy fuera de lo común, aunque sea solo por hoy.

Nos separamos un poco, y ella quedó obnubilada mirando mi pene. Estaba lleno de sus jugos y con alguna pequeña manchita de sangre, Le comenté que no se preocupara, que era normal en su primera vez. Me contestó que ya lo sabía (me hizo sentir algo tonto) pero lo que le llamaba la atención era como todo mi miembro había podido caber en ella. Ahora me reí, ya que no tengo un pene especialmente grande, pensando que a lo largo de su vida, tal vez se conocería cosas mayores. Pero era sencillamente halagador, en ese momento su comentario.

Se acercó a mi caminando como una gata, contoneando con sutileza las caderas, y creo que si afinaba el oído, hasta ronroneando. ¡Vaya con la pendeja! Suavemente, poniendo sus manos en mi pecho, me fue empujando hacia atrás, y una vez que me tuvo acostado, tomo con una de sus manitas (que erótico son las manos pequeñas) mi pene y comenzó a moverlo. Yo decidí dejarla hacer, para ver hasta donde podía llegar sola. De a poco fue acercando su boquita a mi pene, dándole pequeños besitos en el glande. Se entretuvo ahí un rato, para después mirarme como pidiendo que la guiara. Ni siquiera me moví, y al ver ella que no podía contar con mi asistencia, decidió tratar de empalarse ella misma.

Tras dos o tres intentos fallidos, acertó en el blanco para ir deslizándose en cámara lenta hacia abajo. ¡Que sensación más exquisita! Cuando ya no pudo bajar mas, me miró con lascivia, sonriendo. Con mis caderas le fui marcando el ritmo, hasta que ella sola fue encontrando la posición, a veces erguida, a veces inclinándose un poco para que pudiera chupar esos ricos pezones. Solo paraba algunos segundos para disfrutar de sus orgasmos, para luego recomenzar el vaivén nuevamente. Pero verla de esa manera, rebotando contra mi vientre, sus firmes pechos entre mis manos y humedeciéndose constantemente los labios con la lengua, pudo más que mis deseos de prolongar el éxtasis.

Usando mi peso, la giré hasta situarla bajo mío, con el tiempo justo para descargar sobre su abdomen todo mi semen. Ana tomó una gota entre sus dedos para observarla detenidamente, y luego se la llevó a la boca para terminar chupándose los dedos. Me dieron unas ganas locas de comenzar a jugar de nuevo, pero para nuestra desgracia ya era hora de marcharnos. Ya no la veía como a una jovencita, sino como a toda una mujer, toda una hembra.

Ana estuvo casi un mes, y fueron varios los encuentros que mantuvimos, cada uno mas osado que el anterior. Puedo decir, sin falsa modestia, que regresó a su ciudad convertida en toda una experta en sexo.

Aún hoy, casi cuatro años más tarde, cuando viene por aquí, nos encontramos para tener sexo del mejor. Es mas, puedo decir que ella me ha enseñado algunas cosillas.