Angie: El encuentro
Conociendo su interior después de un encuentro casual
Vivir en un pueblo costero difícil de localizar en el mapa, tiene su encanto en cada época del año, pero es en verano cuando más se disfruta. Los inviernos son muy duros, las tormentas continuas y el viento arremete con fuerza contra las fachadas de las casas, como el mar enloquecido contra el rompeolas. Por contra, el calor de Julio es tibio, por las noches tan solo se escucha el sueño dulce de las olas al morir en la orilla, y la vida continúa alejada de la gentrificacion de otras zonas, sin más turismo que el de algún hippie despistado. Por las mañanas, todavía hoy, echo de menos el canto del gallo que me despertaba con la aurora.
Aquel domingo no me despertó el gallo, sino mi hermana con su habitual tacto, más bien escaso. Había dormido mal los últimos días... los exámenes de Septiembre se me hacían cuesta arriba, y las hormonas revolucionadas me estaban jugando una mala pasada. Para colmo, el bochorno penetraba por las paredes durante el día y, al irse el sol, la casa seguía siendo un horno. A la hora de irme a cama, no hacia más que sudar empapando la ropa hasta acabar completamente desnudo, arropado por una fina sabana. Horas después, tras varias vueltas y cambios de postura, acababa por dormirme arrullado por el armónico canto de los grillos.
No eran más de las nueve cuando la escuché, como si en la calle se estuviese preparando una especie de motín:
-"¡Vamos! ¡Aprovechemos el día! ¡A la playa¡"
Mi hermana acostumbraba a usar los tiempos imperativos, y tampoco medía cuando o como decía las cosas. No reaccioné, al zarandearme con violencia para que me despertase, ni tampoco cuando descubrió la sábana con un movimiento raudo, como si destapase un hermoso regalo.
-"¡Joder, nene¡ ¡No puedes seguir sin follar!" -exclamó con sorpresa, mientras fijaba sus ojos con curiosidad en mi erección matutina. "La tienes dura como una piedra" -prosiguió, mientras la palpaba para comprobarlo-. "Te hace falta descargar en un buen coño" -insistía.
Me giré dándole la espalda, buscando acomodo para seguir durmiendo, sin responderle. Pero ella seguía:
-"Vente a la playa a ver si haces migas con Paula de una vez, que también está muy necesitada", sentenció, antes de estallar en una carcajada.
-"Déjame. Quiero seguir durmiendo", contesté al fin.
Mi hermana suspiró profundamente, y soltó con violencia la sábana, hecha un ovillo, sobre mi cuerpo desnudo.
-"¡Que te den...! Quedé con Paula para desayunar fuera. Estaremos al final de la playa, junto al muelle. Así que si te apetece, ya sabes. No insisto más, sieso..." -sentenció con rabia, antes de abandonar el cuarto. No estaba acostumbrada a que las cosas no saliesen como ella quería.
Seguí acostado un rato más, pero me había desvelado definitivamente. Mi hermana había levantado la persiana lo justo para que los rayos de sol prolongaran su destello a lo largo del cuarto, hasta perderse en mi rostro.
Me levanté, todavía algo torpe y desorientado, y me dirigí al baño para mear, ducharme y lavarme los dientes, quizás no en ese orden. "Me vendrá bien la playa", acabé por convencerme antes de ponerme el bañador y una camiseta, y coger la toalla.
La distancia de nuestra casa a la playa no llegaba al kilómetro. El camino más rápido lo formaba un sendero muy estrecho, de tierra y piedras, que sorteaba el centro del pueblo, rodeandolo sin tocarlo. A medio camino, el sendero se ensanchaba lo justo para el paso de un tractor, y finalizaba en una larga recta desde la que se divisaba el pequeño puerto pesquero, a la izquierda, y a la derecha el Arenal, que así se llama la playa del centro. Me gustaba especialmente descender el camino a última hora de la tarde, cuando entre el puerto y la playa formaban una cuna donde acababa por acostarse el Sol, en su ocaso.
Al final del camino, nacía una estrecha pasarela de madera que iba a morir a la parte alta de la playa, donde suponía estaban mi hermana y su amiga. Me divertía escuchando el crujir de las tablas al caminar sobre ellas, cuando levanté la vista y me la encontré, caminando hacia mí.
Ella me había visto antes, pues estaba sonriéndome, y avanzaba muy despacio, esperando que me detuviese llegando a su altura. "Hola", me soltó, con la voz a medio tono, y sin que desapareciese de su boca una sonrisa sostenida.
-"Ah, hola... no te había visto... qué, ¿de retirada?" -acerté a decir.
-"Si.. me gusta bajar un rato muy a primera hora. Está la playa más tranquila, y luego tengo tiempo de hacer cosas en casa".
-"Bien pensado", contesté con torpeza.
-"Por la semana imposible... trabajo mañana y tarde, y el único ratito que tengo entre los dos turnos lo aprovecho para comer algo y descansar un rato. Así que ni playa, ni arreglar la casa" - explicó.
-"Ya", respondí nervioso.
-"En Agosto andaré mejor, con la jornada continua. Pero ahora es lo que toca, aprovechar los domingos para organizar la casa y relajarme en la playa. Espero poder bajar por la tarde un rato", continuó, mientras se iba animando con la conversación.
-"Qué bien", dije, embobado, mirándola. Llevaba un vestido muy fino y larguísimo, de colores vivos, con tirantes delgados que resaltaban su tez morena. Llevaba el pelo mojado, y el rostro salpicado de pequeños granos de arena.
-"Pasó un Ángel", anunció.
-"¿Cómo?", pregunté, como un idiota.
-"Que te recordaba más hablador cuando eras chico", me contestó, acentuándo su sonrisa, pero sin llegar a ser hiriente, como mi hermana.
-"Ah.. no.. acabo de despertarme y todavía estoy algo frito, supongo" -me repuso, fingiendo seguridad.
-"¿Saliste está noche?", preguntó.
-"No.. salgo poco últimamente. Me ha quedado una para Septiembre y quiero tomármelo en serio. Tengo que sacarla y pasar la selectividad, ya sabes..." -respondí atropelladamente.
-"Vaya... que faena, ¿no? Ya decía que no te veía últimamente por el pueblo. De hecho, le pregunté a tu madre hace poco si te habías ido a estudiar fuera , como tu hermana. Ahora comprendo, los inviernos son muy duros... y los veranos, con mis horarios y tú recluído... normal que no nos veamos" -concluyó.
-"Yo también hacía mucho que no te veía", mentí.
-"Pues a ver si al menos nos empezamos a ver en la playa".
-"No creo" -contesté, haciéndome el interesante grotescamente-. "Me quedan dos meses de reclusión. Y de ir a la playa, prefiero a las Cañas".
-"Si, es muy bonita y tranquila, voy mucho a pasear en primavera, cuando comienzan a crecer los días. Ya me ha contado tu madre que soléis ir allí"
-"¿No has ido nunca en verano?", pregunté con morbosa curiosidad.
-"No, prefiero esta. Ya le dije a tu madre que quizás pruebe el nudismo algún día... pero no por el momento" -sonrió con cierto nerviosismo-. "¿Has quedado con tu hermana?" -cambió de tercio- "Estuve con ella en la playa. Y con una chica muy maja..."
-"Paula", respondí.
-"Eso, Paula. ¿Has quedado con ellas?"
-"Le dije a mi hermana que quizás me pasase. Bajé a estirar un poco las piernas... y a tomarme una caña en la terraza" -improvisé-, "¿te hace una?", me lancé.
-"Bueno...no tengo mucho tiempo, pero una sí te acepto...venga" -contestó.
Giró sobre si misma para acompañarme hasta la Terraza, que quedaba a unos metros de la playa. Estaba realmente nervioso, y tenía la impresión de que mis esfuerzos por aparentar serenidad resultaban aún más cómicos. Mientras caminábamos juntos, mi cabeza funcionaba atropelladamente intentando buscar temas de conversación con una mujer de la que me separaba una galaxia. Pero ella siempre lo facilitaba todo:
-"Tu hermana está cada día más guapa. A ella si que hacía tiempo que no la veía... no le faltarán novios".
-"Mi hermana no es muy de novios, creo." -contesté, mientras ella reía mi ocurrencia.
-"Pues chicos, quiero decir. Como se califique eso, ya es secundario", sonrió.
-" No sé. Al final llevamos cada uno su vida... Entre semana está fuera, y muchos findes se queda porque la contratan para poner copas, o porque le apetece salir de fiesta... no tenemos mucho tiempo para contarnos cosas", respondí.
"¿Lo dices con nostalgia o con envidia?", me preguntó, mientras se sentaba en una de las sillas del porche y cruzaba las piernas, dejando ver un buen muslamen.
"No..ella lo aprovecha. Yo iré pronto para la ciudad también. Y supongo que entonces empatizaré todavía más con ella. El pueblo se nos hace pequeño, imagino".
-"Quizas llegue el día que la ciudad se os quede grande", respondió, al tiempo que sacaba un paquete de tabaco de su bolso y cogía un cigarro. "Quieres?", preguntó, mientras extendía hacia a mí el paquete abierto.
-"¿Qué quieres decir?", respondí, mientras cogí uno de sus pitillos y me lo llevaba a la boca.
-"Quiero decir..." -paró para accionar el mechero y darse fuego- "que el pueblo es muy pequeño, pero te aleja del foco" -sentenció, mientras exhalan una bocanada de humo.
"Yo tuve vuestra edad... no hace tanto" -dijo, mientras volvió a accionar el mechero para darme fuego. "Y disfruté de las mismas cosas que vosotros. Pero llega un momento que te dejan de llenar. Viví fuera varios años, lo pasé muy bien, pero llegó un momento en que me di cuenta que lo que hacía era escapar de mi misma. No lo echo de menos, no lo necesito. Estoy muy a gusto aquí. Sola, pero a gusto" -levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los míos. Sonrió. "Luego... mi madre enfermó, y tuve que volver.. eso lo aceleró todo... pero la decisión estaba tomada", prosiguió, mientras se le quebraba la voz.
-"Lo sé", contesté intentando darle confianza.
-"Uff.. lo siento...", decía con voz ahogada, mientras una lágrima corría por su mejilla derecha.
-"Esta bien, tranqui....", le dije, e instintivamente la abracé.
Su cuerpo estaba caliente después de tumbarse al sol. Me excitaba su olor a salitre y a perfume. La abracé muy fuerte, con un brazo alrededor de la nuca buscando su espalda desnuda y con otro rodeando su cintura, tanteando sus formas con la palma de la mano, apretando sus pechos contra el mío. Se encontraba vulnerable, y me abrazó muy fuerte intentando buscar resguardo, dibujando con ello una perfecta simetría. Definitivamente, la vida le había pasado por encima.
Busqué su rostro con mi boca, saboreando el salado de sus lágrimas. Me acerqué con disimulo a la comisura de sus labios, y escuché acelerarse su respiración por unos segundos, justo antes de que con un gesto rápido, me agarrase la cabeza con ambas manos, me miraste fijamente a los ojos y me plantaste un beso en plena mejilla.
-"¡Eres un sol!" -casi me gritó-. "Perdona por esta llorera tan tonta" -se disculpó, a media voz-.
Estuvimos un buen rato en silencio, los dos masticando su propia vergüenza El camarero nos sirvió dos cañas, que bebimos casi de un trago con el calor. Para romper el hielo, volvió a preguntar de manera tópica:
-"¿Como llevas los exámenes?"
-"Mal" -contesté mecanicamente- "Lo que yo quiero estudiar es Geografía e Historia. No le encuentro el sentido al arte. Llámame bruto".
-"¿Es historia del Arte la asignatura que te queda?" -preguntó, mientras se le iluminaba el rostro.
-"Si...¿por?"
-"Pues si te llamo bruto... ¿cómo no te puede gustar?"
-"No tendré eso que dicen..sensibilidad artística".
Sonrió, mientras apuraba el cigarro y lo destrozaba contra el cenicero. Tenia una manera peculiar y morbosa de fumar, que le daba un aire de "femme fatale" que contrastaba con sus maneras dulces y sus modos de princesa convertida en cenicienta por azar. Y sentenció:
-"Soy licenciada en historia del arte, ¿sabes?"
-"¿En serio?"
-"Nunca ejercí, porque al acabar la carrera pasó lo de... bueno... mi madre enfermó, ya sabes... Me tuve que venir y ponerme a currar en lo que saliese... pero siempre me ha chiflado", me dijo. "No entiendo cómo no os puede gustar. A tu y a otros Para el nivel en el que estas, puedo echarte un cable. Ahora ando pillada de tiempo, pero para Agosto, que libro las tardes, puedo ayudarte con esto. Al menos a descubrir tu sensibilidad artística.. no se si tanto a grabar conceptos..."
-"Jo.. muchas gracias... lo tendré en cuenta, por si se me sigue atragantado el temario", respondí.
Sonrió, cogió el bolso y se despidió cortésmente:
- "Bueno... tiro el camino hacia arriba.. me has liado la mañana, ¿ehh? Jajajj. Lo dicho, cuenta conmigo para lo que necesites"
Nos dimos un beso en la mejilla y la ví perderse paseo arriba, haciendo crujir con sus pies descalzos las tablas de madera vieja del paseo. Mientras pagaba las cañas, miraba perderse aquel culazo redondo y aquella espalda desnuda perfumada de salitre.
Definitivamente, no quería ser un sol.