Angie: El desconcierto
Un nuevo encuentro provoca otra explosión de sensaciones, llegando más allá de lo imaginable
Tenía la extraña sensación de encontrarme en un lugar donde ya había estado. Quizás hubiese entrado con mi madre hace años, al poco de llegar al pueblo y cuando todavía vivía la madre de Angie. O quizás lo hubiese soñado alguna vez. Lo cierto es que su propia mano cogió la mía, para adentrarme en aquella pequeña casa de planta baja donde todo me resultaba familiar.
La entrada daba directamente a la cocina, de la que se salía a través de un estrecho pasillo que dividía el salón, a la derecha, de la habitación y el baño, a la izquierda. Todo estaba perfectamente ordenado, dispuesto de manera funcional y en contraste con las casas de la época, atosigadas en su mayoría de todo tipo de cachivaches decorativos, fotos de comunión de toda la prole, moqueta en el suelo o paredes con papel floreado.
Al contrario, la cocina -limpisima y ordenada- presentaba tan solo una nevera, una lavadora en la misma sala y una pequeñísima mesa de cocina con dos sillas. Avanzando por el pasillo, se veía el salón, o más bien la salita, acogedora, con un pequeño sofá y una mesita adornada con un par de libros abiertos y algún folio desmadejado y atravesado por varias trazas de lápiz, elevándose todo ello sobre una alfombra breve y psicodélica. Emanaba de la salita un fuerte olor a incienso dulce, y las paredes apenas estaban salpicadas por varias fotos de la propia Angie en distintas épocas y por un par de cuadros dibujados a lápiz. Uno era un paisaje, que parecía representar la entrada a la ría. Desde la orilla de la playa se veía, al fondo, el cabo y sobre él se elevaba majestuoso el faro, muriéndosea su lado el sol, marcando el horizonte. "Atardecer en la ría", me dijo. "Ya se que no es muy original", bromeó.
Al otro lado, y con un trazo ligeramente más fino, se veía una mujer de costado, completamente desnuda, sosteniendo una sábana que le tapaba lo justo los pechos, mientras una pierna ligeramente adelantada ocultaba su pubis. El larguísimo cabello descendía por su cuerpo, tapando su rostro inclinado. "Esa soy yo", me dijo esta vez .
-"¿Se llama así?", pregunté.
Angie rió: "No. Que la chica dibujada... soy yo".
-"Ahh..." -acerté a decir-, "¿son tuyos los dos?".
-"No. El de la ría si es mío. El otro me lo hizo un amigo, más o menos cuando yo tenía tu edad. Ibiza, verano de 1985", respondió, con un halo de nostalgia.
Intuyendo el desconcierto en mi rostro, continuó:
-"Realmente llevaba puesta la braguita del bikini. El resto se lo imaginó él", dijo, provocando la sonrisa de ambos. Continuó: "¿Abrimos esa cerveza?".
Regresamos hacia la cocina, no sin que antes ojease de refilón su cuarto, con la puerta abierta de par en par. "Eso ni lo mires" -dijo sonriendo- "Hoy me dió pereza hacer la cama". La sábana yacía desmadejada, y junto a ella unas braguitas moradas dormian a siesta también. Junto a la cama, un sillón soportaba una montaña de ropa desordenada, y la cima de la montaña la coronaba una guitarra española, tumbada.
-"¿Tocas la guitarra, además de dibujar?", le pregunté.
-"Hago muchas cosas", me dijo guiñándome un ojo, mientras avanzaba hacia la cocina.
Abrió la nevera y se sacó dos cervezas, que abrió en el momento. Me acercó la mía, y comenzó a prepararse una ensalada.
-"Voy a picar algo, o me van a sentar mal las birras. ¿Has comido?".
Negué con la cabeza y salimos de nuevo al jardín con dos tenedores.
Mientras dábamos cuenta de la ensalada y apurabamos las birras, nos fuimos relajando sucediendose los temas de conversación. Me habló de ese verano en Ibiza y Formentera, a las que volvió otras dos veces desde entonces. Me habló también de sus viajes a Londres o a Nueva York, de su carrera inconclusa, de sus años en Barcelona y de su vuelta al pueblo. Ese puñado de años que nos llevábamos abría una brecha aún mayor, por momentos, y hacía que me sintiese diminuto junto a ella.
-"¿Y tú que me cuentas?", preguntó.
-"Ehh... bastante menos que tú", respondí con sonrojo.
-"Bueno.. tu tendrás también tu historia. Comienza por contarme el pollo que montaste en tu casa esta mañana", indagó.
-"Oh.. es una tontería, en serio"
-"A ver...", insistió.
Sonreí, y animado por las dos cervezas que me había tomado y por el sol, que me daba de frente, me atreví a contarle.
-"Mi hermana... a ver... tiene una amiga...", -comencé mientras ella asentía-. "Bueno, pues con esa amiga... me pasó algo con ella".
-"Ajá", asintió, mientras metía la mano en mi bolsillo sin permiso previo y me sacaba un cigarro.
-"Y nada... que luego no sé que pensaba mi hermana, o ella. Que debe ser que no estuve a la altura", conteste desairado y atribulado a la vez.
-"Ya", dijo, mientras se encendía el cigarro.
-"Me imagino que pensaban que luego habría una relación... o algo... no lo se. Y mi hermana se monta su película, luego si no le sale.... se enfurruña como una niña pequeña. En fin...", concluí atropelladamente.
Angie soltaba la ceniza sobre el cesped, con un breve toque con el índice, y me miró fijamente:
-"¿Tuviste sexo con esa chica?", me pregunto a pelo.
-"Eh.. no.. pero bueno...¿qué pregunta es esa?", dije sorprendido y divertido a la vez.
-"Jajajjaj, perdona..." -se disculpó, mientras posaba cariñosamente su mano libre sobre mi muslo- "Me refiero a sí ella pudo interpretar que te habías querido aprovechar... o lo que sea que se le pudo meter en la cabeza", intento justificar.
-"Ya..." -dije- "Pues ..a ver...", titubeé.
-"¿Sí?", contestó interesada.
-"Nada... que nos duchamos juntos... y la cosa se calentó. No hubo sexo como tal... pero bueno... ella... me la chupó....", me atreví a decir.
-"¿Y?", insistía.
-"Pues acabé en su boca...intenté evitarlo, pero...", me justifique.
-"¿Se enfadó?", preguntó.
-"No, no... fue ella la que así lo quiso... no me dejó acabar fuera".
Angie me miraba fijamente, con una penetrante mirada de interés, que no acerté a discernir si se trataba de curiosidad o de simple morbo. Yo me sorprendía a mi mismo a medida que las palabras brotaban a borbotones de mi boca, abriéndome en canal ante una, cuasi desconocida.... que además me excitaba profundamente.
-"¿Y para ti... eso no es sexo?", preguntó.
Me encogí de hombros, y le contesté: "A día de hoy, pienso que sigo siendo virgen", confesé avergonzado.
-"Oh, en fin. Que no tienes nada que esconder. Creo que esa chica se hizo contigo algún tipo de ilusiones y no se han cumplido. A veces pasa, no te sientas mal por eso", me dijo, al tiempo que se acercaba a mi para darme un cálido beso en la mejilla, mientras me rozaba el brazo con uno de sus pechos. Comprobé, de reojo, como se le habían erizado los pezones, así como ella se había dado cuenta de mi incipiente erección cuando me acarició el muslo, un momento antes.
-"Entre esta conversación y el calorazo que hace, necesito refrescarme", dijo alegre, mientras se levantó de la manta. "¿Puedes echarme agua?", me pidió, con la manguera ya en la mano.
Me pasó la boquilla y abrió el grifo, saliendo un primer chorro de agua fría que fue a romperse a su cuerpo acalorado. Comencé a rociarla de la cabeza a los pies con leves movimientos, y después del primer impacto comenzó a disfrutarlo. Giraba sobre si misma adaptando su cuerpo al chorro de la manguera, serpenteando su cintura para que el agua recorriera su cuerpo, moviendo la braguita del bikini, de frente y de espaldas, para que el agua penetrase por todos los rincones de su anatomía, mientras yo buscaba furtivamente aquello que la tela tapaba, como el comience de la raja de su culo, que alcancé a ver en uno de esos movimientos con la ayuda de un chorro juguetón. Alzó los brazos y, se colocó frente al mí, presentando desafiante sus dos poderosas tetas recubiertas tan solo por el trozo de tela humedecida, y esperando que derramase sobre ella otro chorro de agua fría que saciase su color. Se le veía disfrutar jugando como una niña entretenida, y acabó completamente empapada, con miles de gotas adornando su morenisimo cuerpo, y el pelo mojado recorriendo su espalda.
-"Ohh, que maravilla... deberías probarlo", -me dijo, señalando mi camiseta mojada-. "¿Nos echamos un ratito al sol?, preguntó, mientras yo asentí y me quité la camiseta, yaciendo como dos lagartos sobre la manta.
Se acostó boca abajo junto a mi, desabrochándose el sostén y recogiendo la braga del bikini hasta enterrarlo entre sus nalgas, para apurar los rayos del sol sobre su cuerpo. Yo me quedé boca arriba, cerrando los ojos confundido y excitado. Escuchaba su respiración suave y acompasada, hasta que poco a poco se fue haciendo más profunda. Se había quedado dormida.
No tarde en caer yo tampoco. Mi cabeza se debatía entre la excitación por su presencia junto a mi y la paz que se extendió por mi cuerpo después de la charla con ella. Finalmente, la tenue luz del sol y el efecto de las cervezas decantaron la balanza, y acabé por ceder al sueño.
No sabría precisar con exactitud si fueron unos minutos tan solo, o más de una hora, el tiempo que estuve dormitando al sol sobre la manta. Me desperté lentamente, animado por una lengua que humedecía cada recoveco de mi oreja izquierda, hasta acabar el trabajo y bajar a repasar mi cuello, humedeciéndose los labios y dosificando con ellos pequeños besos alrededor del mismo.
Con los ojos entreabiertos, quise levantar la cabeza para verla, pero su mano en mi frente me lo impidió, justo antes de que un dedo me cerrase los labios.
-"Shhhh... no digas nada ... no hagas nada. Déjame a mí", me sorprendió Angie.
Ese mismo dedo desapareció para dejar paso a su rostro, que se presentó acercando sus labios a los míos, abrazandolos con un beso del que se escapó su lengua que, por libre, recorrió traviesa cada hueco de mi boca. Sus pechos, liberados al fin del sostén, se presionaban ahora contra mi cuerpo, mientras su mano derecha recorría mi entrepierna en busca de mi paquete, encontrando a tientas su objetivo tras desabrocharme los botones.
Mi polla saltó como un resorte, recia como un junco, y la mano siguió agitándola para mantenerla rígida a la espera de su boca, que descendía aprisa por mi cuerpo, entreteniendose en mis pezones, recorriendo mi abdomen....
-"Por favor...", supliqué, con miedo de no resistir el envite de Angie, y acabar por derramar justo antes de sentirme dentro de ella.
-"Dejame hacer", me ordenó con un sensual hilillo de voz, justo antes de engullir mi polla con su boca, desapareciendo en un instante. Así se quedó un par de segundos, manteniéndola dentro, antes de liberarla nuevamente de golpe, para después proseguir la felación con acometidas más cortas y lentas, jugando con mi excitación sin llegar a provocar el éxtasis.
-"Uff...", -exclamé-, "ten cuidado...", supliqué de nuevo.
-"Calla", contestó Angie dulcemente sacándosela de la boca, al tiempo que se apartó un palmo y, contemplando de cerca mi falo, volvió a darle un lengúetazo alrededor de su base, exclamando, como hablando consigo misma: "Ahora".
Entonces se incorporó, y se acercó a mi cuerpo tumbado arrastrando las rodillas desnudas, hasta abocar la entrada de su coño justo a la altura de la punta de mi falo. Con una mano, retiró la braguita, mientras con la otra dirigía mi polla hacia la boca de su sexo.
Entró a la primera, deslizándose ágil por las paredes de su cueva, ayudada por los jugos que se entremezclan en su interior. En su recorrido, mi polla fue recibida por el espeso calor que emanaba , y sentía crecer dentro de ella el deseo hecho carne que masajeaba la punta de mi capullo. Angie cerró los ojos, se juntaron las palmas de nuestras manos, se entrelazaron nuestros dedos y todo el peso de su cuerpo descansaba sobre mis brazos. Las gotas de sudor descendían por su cuerpo, hasta confluir en mi pecho con las mías propias. Angie rebotaba una y otra vez sobre mí con toda su anatomía, jugando con mi falo, buscando con el movimiento de su cintura el lugar sagrado del placer. Seguía ganando ritmo, hasta que se frenaba para sentirla dentro y bajaba lentamente hasta llevarla al interior mismo de su cuerpo. Entonces comenzaba otra vez, subiendo y bajando sobre mi pene a punto de explotar, repitiendo la operación varias veces hasta que finalizaba en un largo suspiro. Y vuelta a empezar. Fue entonces cuando aceleró en su frenético sube y baja, hasta que, en lugar de frenarse de nuevo, y con un movimiento rápido de caderas, mi polla estalló en una prolongada y abundante corrida dentro de su sexo caliente y palpitante, justo en el mismo instante en que levanté mi cabeza y me pareció distinguir, en un espejismo de mi placer, la figura de mi hermana en la ventana, que parecía gritar "¿Que haces ahí?".
Angie estaba a mi lado, acariciando suavemente mi rostro mientras se tapaba con el brazo libre las tetas de manera graciosa."Despierta", me ordenó. "Nos hemos quedado dormidos".
Abrí los ojos al fin, desorientado. Angie me sonreía con dulzura, mientras en su rostro se adivinaban las marcas de haber dormido sobre uno de sus brazos. Mi hermana, apoyada en mi ventana, parecía sonreirnos a los dos. Y yo sentía en mi entrepierna una intensa humedad, que amenazaba con delatar el relato secreto de mis sueños.
Volví a mirar a Angie, y nuestras miradas volvieron a encontrarse, al tiempo que, penetrando en sus pupilas, me vi reflejado. Fue entonces cuando me encontré de frente con el vivo rostro del desconcierto.