Ángeles y demonios

Ángeles y demonios, de Caronte. También los ángeles tienen sexo y el feo, y peligroso, vicio de la curiosidad...

Parte I. Ángeles

Ayiel danzaba por el cielo del Cielo. Cortaba el aire con sus alas desplegadas, caía en picado, dibujaba círculos, hacía piruetas... se divertía volando por aquí y por allá, tal y como hacía siempre... Desde que Dios se había hartado de que cada uno de sus mensajes fuera tomado por los humanos según su desviado parecer, los ángeles no tenían nada más que hacer que deambular por el Cielo.

Ayiel, como decimos, danzaba por allí arriba, acatando todos los límites que se le imponían, aun cuando la palabra “acatar” no fuera realmente el concepto adecuado. Él, como todos los ángeles, sabía que para ellos, el libre albedrío no existía.

Este ángel veía a todos los otros desde las alturas... Allí estaba Israfil (Rafael para algunos), dándole vueltas y vueltas a su dichosa trompeta y preguntándose cuándo recibiría, de una vez, la orden de tocarla. Radwan cuidaba del Paraíso, reformado tras la expulsión de Eva y Adán para ser el lugar de descanso eterno de los Justos... El oscuro Azra'il (tanto tiempo como Ángel de la Muerte acaba ensombreciéndole el rostro a cualquiera) charlaba con Nakir, que estaba descansando un rato mientras Munkar, su hermano, seguía con la tarea de averiguar la fe de los recién llegados.

Todo parecía igual de animado (o desanimado) que siempre. Ayiel dibujó cuatro bucles en el cielo y voló al norte... Todo era una calcamonía del día anterior (aunque era muy difícil delimitar cuándo acababa un día y empezaba otro en un lugar donde no existía la noche). Todo, excepto alguien que parecía descansar en los límites del Cielo. En una de las últimas nubes, tumbada boca abajo, una de las ángeles observaba hacia abajo con cierta melancolía en sus ojos azules. Ayiel bajó hasta posarse a su lado.

  • Hola, hermanita- en el Cielo, todos los ángeles eran hermanos.- ¿Por qué estás tan triste? ¿Qué estás mirando?

Antes de que Nariel pudiera evitarlo, se asomó por la nube y lo que vio le horrorizó.

  • ¡NARIEL!- Ayiel saltó hacia atrás, revoloteando un poco antes de volver a posarse.

  • ¡Tsschhhh! ¡Cállate, que te van a oír!

  • ¿Estás loca? ¿Estabas mirando el Infierno?

  • ¿Quieres no gritar?- siseó ella, levantándose e intentando tapar la boca de su hermano.- Sí, estaba mirando el Infierno...

  • Pe-pero... ¡Está prohibido!- se alarmó él escabulléndose de la mano de su hermana.

  • ¿Por qué?

  • No lo sé. Ni quiero saberlo. ¡Pero lo que sí que sé, igual que tú, es que está prohibido! ¿Cómo se te ha ocurrido mirar ahí?

  • ¿Y cómo no se te ha ocurrido a ti? ¿Por qué no podemos hacerlo? ¿Por qué lo he hecho si no podemos hacerlo?

  • ¿¡QUÉEEEEE!? ¡Lo que dices no tiene ningún sentido! ¿Te has vuelto loca? ¡Debería decírselo a Gabriel!

A Nariel se le iluminó a cara con una sonrisa pícara...

  • ¿Y por qué no se lo dices? ¿Por qué no te vas a buscar a Yibril y se lo dices a la cara?

  • ¿Cómo? ¿Quieres que se lo diga?

  • No, claro que no... Pero... ¿Por qué no se lo dices? ¿Lo estás pensando aún? ¿Sabes lo que significa el pensar en las posibilidades?- Ayiel, que como todos los ángeles era blanco, empalideció aún más al entender lo que estaba pasando...

  • Libre albedrío...- murmuró, con el rostro del color de sus ropajes.

  • ¡Exacto!- exclamó Nariel, saltando y dando una palmada.

  • ¡Ayayayay! ¿Qué me has hecho, hermanita? ¿Por qué me habrás hecho mirar? ¡No puede ser! ¡Esto es cosa del Demonio!- a Ayiel se le aceleró la respiración, se llevó una mano a la cabeza y otra al pecho. Sus alas nunca había parecido tan pequeñas, arrebujadas tras su espalda... parecía al borde de un colapso.

  • ¿No lo entiendes?- Nariel abrazó a su hermano con ternura, tratando de tranquilizarlo, posó su cabeza en el hombro del ángel y suspiró...- ¿No lo ves? ¡Tenemos libre albedrío! ¡Siempre lo hemos tenido! Me he dado cuenta hoy...

  • ¿Pero cómo? ¡No puede ser!- Ayiel estaba como petrificado, debatiéndose entre alejarse de ahí tan rápido como sus alas dieran abasto, o devolverle el abrazo a su hermana.

  • ¡Sí, sí que puede ser! Verás, hoy estaba paseando y me asomé a ver qué se cocía ahí abajo... prometo que no sabía que era el Infierno ni nada... es más, no lo supe hasta mucho tiempo después de empezar a mirar. Me parecía gracioso poder ver a esas criaturas sin que ellas lo supieran... Luego, cuando pensé que podía ser el infierno, me asusté tanto como tú... Pero, entonces, me dieron ganas de volver a mirar... sabía que eso estaba prohibido, y que incluso es pecado pensarlo... pero, si los ángeles no podemos pecar... ¿Cómo es que yo he pecado?

  • No... no lo entiendo.

  • Es muy fácil, Ayiel... Somos LIBRES. Da igual lo que nos diga Dios, o Gabriel... somos libres, podemos hacer lo que nos venga en gana... podemos DECIDIR... ¡Lo he descubierto yo! ¡Hasta ahora siempre, todos y cada uno de nosotros, hemos hecho lo que se suponía que teníamos que haber hecho! ¡Excepto nosotros dos!

  • ¿Nosotros DOS? ¿Qué dices?

  • ¡Claro! Yo he hecho algo que no debería haber hecho. Y tú, al hablar conmigo de algo que no debería haber pasado, has roto también las reglas. ¡Tenemos libre albedrío!

  • No, no puede ser... ¡Los ángeles no tenemos libre albedrío!

  • ¿Y quién te ha dicho eso?

  • ¡Pues Dios, por supuesto!

  • ¿Seguro? ¿Tú has visto a Dios?

  • N-no, pero Gabriel sí, y él, como jefe nuestro, nos ha trasmitido sus palabras...

  • ¿Y quién te dice que él nos ha dicho la verdad? ¡A lo mejor ni él mismo ha visto a Dios!

  • ¡Cielo santo, Nariel! ¿Tú te das cuenta de lo que estás diciendo?

  • Sí. Me doy cuenta de demasiadas cosas... Gabriel nos ha dicho que no tenemos libre albedrío. Y has comprobado que lo tenemos. ¿Por qué crees que Gabriel nos ha mentido?

  • Nariel, creo que eso está fuera de nuestra comprensión. ¿Tan difícil es seguir como hasta ahora y dejar de pensar en toda esta locura?

  • ¿Sabes? Creo que tienes razón.

  • ¿Sí?- Ayiel se alegró, empezaba a encontrarle un mínimo sentido a las palabras de su hermana y eso le asustaba.

  • Sí. Está fuera de nuestra comprensión. Y voy a preguntárselo a un experto...

  • ¿Cómo? ¿No estarás pensando decíselo a Gabriel? ¡Te castigará por esto!

  • ¿Quién ha hablado de Gabriel?- Y dicho esto, Nariel saltó fuera de la nube y se hundió en el abismo que llevaba al Infierno...

  • ¡¡¡NARIEEEEEEEL!!!- Ayiel se asomó rápidamente a la nube. Su hermana bajaba a toda velocidad, con las alas recogidas para ser más aerodinámica, hacia el Infierno donde algunas criaturas parecían envueltas en una sangrienta pelea. Nariel parecía un puntito blanco, haciéndose cada vez más pequeño, en el abismo rojo por el que descendía.

  • ¿Qué ha hecho?- Ayiel veía como su hermana se alejaba cada vez más de él. "Ha ido al Infierno". "Tengo que decírselo a alguien". "¿A quién? quizá, para cuando pida ayuda, Nariel ya ha llegado allí abajo y...".

Tragando saliva y cerrando los ojos, salió detrás de ella. No podía dejar que llegara allí abajo. A saber las cosas horribles que le harían a su pequeña hermana. Afortunadamente, él era mucho más rápido volando que su compañera. La atrapó más allá de la mitad del camino, agarrándola de un pie.

  • ¡Aaaaaayyyyy!- se quejó Nariel, y Ayiel la soltó asustado, deteniendo su vuelo instantáneamente...

  • ¿T-te he hecho daño?

  • Sí.- respondió ella, deteniéndose también, y acariciándose el tobillo. Ayiel clavó la vista en el tobillo. No parecía que tuviera nada malo. Al contrario. Seguía igual de perfecto que siempre... quizá más.

  • ¿Ves? ¡No sé qué habrás conseguido! ¡Se supone que los ángeles no podemos sentir dolor!- Ayiel parecía al borde de las lágrimas, Nariel voló hasta ponerse de nuevo a su altura.

  • Te digo lo mismo que antes... ¿Alguna vez te has peleado con alguien?

  • ¡Por supuesto que no!

  • ¿Alguna vez te has caído sobre algo duro?

  • Sabes bien que aquí en el cielo todo es blandito...- sin ser consciente, Ayiel adelantó acarició la cara de su hermana con el dorso de su mano mientras pronunciaba la última palabra.

  • ¿Alguna vez te has golpeado tú mismo?

  • ¿Estás loca? ¿Por qué iba a hacer algo así?

  • Entonces... Si no has sentido ocasión de sentir dolor ¿Cómo puedes decir que no puedes sentir dolor?

Ayiel calló. Eran demasiadas cosas en que pensar. Se llevó las manos a la frente para intentar aclararse. La cabeza le dolía, demasiada información... ¿Le dolía la cabeza? ¿Cómo podía ser? Si él es un ángel... él no puede sentir dolor... Ni siquiera un dolor de cabeza.

Una fuerte bofetada por sorpresa lo sacó de sus ensoñaciones.

  • ¡Ay! ¿Por qué has hecho eso?

  • ¿Te ha dolido?

  • ¡Claro que me ha dolido! ¡Me has pegado!- Nariel sonrió y Ayiel, aún tapándose la mejilla golpeada, comprendió lo que acababa de decir letra a letra. La joven ángel reanudó su descenso en picado sin una palabra más, dejando a su hermano perdido en sus propias palabras- ¡No! ¡No me ha dolido! ¡Me oyes! ¡No me ha dolido!- gritó Ayiel, al ver que su hermana bajaba de nuevo hacia el Infierno.

Al oír aquello, Nariel frenó en seco y volvió a subir hacia su compañero. Su semblante era serio, aunque tremendamente hermoso. Era un ángel, no podría ser de otra forma.

  • ¿Acabas de mentirme?- preguntó Nariel, sin mostrar ninguna emoción en su voz decidida. Avergonzado, Ayiel bajó la mirada y susurró con un hilillo de voz:

  • Sí.

Entonces, Nariel hizo algo que no se esperaba. Que nadie se esperaba. Si, dos segundos antes, alguien le hubiera dicho a Ayiel lo que su hermana iba a hacer, él habría dicho que estaba loco. Era imposible...

Nariel, con toda la suavidad del mundo, tomó la cara de su hermano entre sus manos y depositó en sus labios un beso ternísimo. Ayiel abrió los ojos hasta donde le permitían sus párpados. Vio los ojos cerrados de su hermana, tan cerca de él... notó su corazón latir acelerado... sintió en sus labios la suavidad extrema de los labios de un ángel. Los labios de Nariel. ¿Eso era un beso de los que se daban los humanos? En ese momento, los envidió profundamente. La sensación que provocaba era un bienestar total.

Cuando su hermana se separó de él, Ayiel no sabía qué hacer.

  • Me... me has besado...

  • Y tú has mentido. Has mentido... ¿Te das cuenta? ¡Sin que yo te dijera nada! ¡Has usado tu libertad para mentir! ¡Entiéndelo, Ayiel! ¡Eres libre!

Nariel se abrazó de nuevo al cuerpo de su hermano y, por primera vez, él le devolvió el abrazo. Ayiel veía nacer una nueva sensación -o un nuevo sentimiento- en su cuerpo.

  • ¿Q-qué es eso?- susurró Nariel al oído de Ayiel.

  • ¿El qué?- preguntó él, sin dejar de abrazar a su hermana. ¡Se sentía tan bien en los delicados brazos de Nariel!

Nariel, como única respuesta, empujó su pelvis hacia delante, haciendo que algo duro golpease con el vientre de su hermano.

  • ¿N-no es tuyo?- balbuceó Ayiel.

  • No lo creo...- rió divertida Nariel. Se alejó unos centímetros de su hermano y, al mirar hacia abajo, comprobó el bulto que asomaba tras la tela de su ropa.

  • ¿Q-qué es eso? ¿Estoy enfermo?- Ayiel miraba también ese extraño empujón de sus ropajes a la altura de su cintura y no hallaba explicación. Nariel lo llevó hacia la más baja de las nubes -una que, más que nube celestial asemejaba nube de azufre- y allí se posaron, entre el Cielo y el Infierno. Nariel inspeccionó el bulto de la entrepierna de su hermano y, sin dudarlo, apartó la tela y extrajo al aire una majestuosa erección en todo su esplendor...

  • ¡Hala! ¡Qué grande!- sonrió Nariel, tomándola en sus manos y haciendo que su hermano se estremeciera de placer.

  • ¿Q-qué es eso?- repitió Ayiel, con los ojos como platos, sorprendido ante ese nuevo parásito que brotaba de su cuerpo.

  • No lo sé. Sólo sé que yo no lo tengo...- masculló su hermana, mientras lo manoseaba con inexperiencia.

  • Aahh...- gimió Ayiel.

  • ¿Te duele?

  • No. Al contrario. Es bueno...- suspiró el ángel, con los ojitos entrecerrados...

Nariel, sin más, comenzó a masajear la verga de su hermano. Le agradaba el tacto de aquella masa que latía, que palpitaba entre sus dedos.

  • Nariel...- Ayiel suspiraba sin saber por qué. Una humedad caliente y suave envolvió la punta de aquella dura estaca que brotaba de su cuerpo y a Ayiel se le escapó un gemido de placer. Al mirar hacia abajo, pudo ver la lengua de su hermana pegada a su polla (Se llamaba polla. No sabían quién se lo había dicho, ni cuándo lo habían aprendido, pero ahora los dos sabían que se llamaba "polla").

  • Sabe raro.- murmuró Nariel, y le dio otro lametazo, largo y húmedo, a la polla de su hermano.

  • ¡Por Dios!- Ayiel se derramó tras ese contacto. No pudo más y eyaculó sobre la ropa de su hermana, embarrando el blanco con más blanco.

  • ¿Qué... Qué ha pasado?- se preguntó, asustada, Nariel.

Ayiel no podía contestar. Jadeaba, resoplaba, y sus ojos azules brillaban de satisfacción.

  • No sé cómo explicártelo. Pero ha sido la mejor sensación de toda mi vida.- pudo jadear al fin.

  • ¿De verdad?- Nariel se mordía el labio inferior y frotaba sus piernas entre sí, sin saber por qué.

  • Sí. ¿Y cómo sabes que tú no tienes una de estas?- preguntó Ayiel cuando hubo recuperado la respiración.

  • Verás... pues... es que...- Nariel se sonrojó y miró al suelo de la nube.

  • ¿Qué te avergüenza, Nariel?- inquirió su hermano y, avanzando la mano, acaricio con suavidad el bello rostro de Nariel mientras su hermana cerraba los ojos y disfrutaba del contacto de los dedos de en sus mejillas.

  • Verás... Antes, cuando estaba mirando el infierno... pues sentí una especie de fuego ahí abajo... me toqué bajo la ropa. Por eso sé que no tengo una de esas. Cuando toqué no había nada de eso. Pero comprobé que estaba húmeda. Estaba excitada.

"Excitada". "Excitación". ¿Quién le había enseñado esas palabras a Nariel? ¿Por qué Ayiel también sabía lo que significaban? ¿Tan cerca estaban del Infierno?

  • ¿Ahí abajo?- Ayiel miró directamente la entrepierna de su hermana que, automáticamente, se tapó con las manos, sonrojándose aún más.

  • Por favor, Ayiel, no...- Pero Ayiel no iba a obedecer a su hermana. Avanzó hacia ella y la besó, tal y como ella le había besado antes. El beso fue recibido y respondido. Las manos de Nariel abandonaron su posición protectora y viajaron hasta la nuca y espaldas del ángel, donde jugaron con la piel y con las alas de Ayiel mientras ellos se besaban.

Ayiel aprovechó la ocasión. Dobló una de sus alas y, con su extremo, levantó la tela que cubría el cuerpo perfecto de Nariel hasta que su mano pudo acceder a ese lugar que Nariel había querido tapar.

  • No, Ayiel. No hagas...- las palabras quedaron heridas de muerte y sin posibilidad de repetirse. Un gemido las mató y se ocupó de mantenerse en la garganta de Nariel en forma de ronroneo.

  • Tssss...- la boca de Ayiel se escurrió hasta la oreja de su hermana y allí comenzó a tranquilizarla, mientras que su mano hacía todo lo contrario bajo la tela.

Los dedos de Ayiel marchaban reconociendo el terreno. Sin experiencia ninguna, supo que aquello que bordeaba se llamaban labios mayores, que también estaban los menores, y que aquella pequeña piedrecita viva cuyo contacto vino acompañado de un grito de placer de Nariel, recibía el nombre de clítoris.

  • Clítoris.- susurró Ayiel al oído de su gimiente hermana que parecía haber perdido el don del habla. Ojos cerrados, boca entreabierta... sólo con suspiros y gemidos le indicaba a su hermano lo que hacer mientras ella abría un poco más las piernas franqueando sus caricias. Sus piernas se entrelazaron, mientras Ayiel besaba el cuello de su hermana y ella gemía.

"Frota", entendió él, y obedeció. Y el placer, que había sido una hoguera en el vientre de Nariel, se avivó como un incendio devastándolo todo. No era sólo un fuego. Era un Infierno. Era un Infierno lo que tenía la muchacha de blancas alas dentro del cuerpo. Un Infierno que acabó por llevarla a un Cielo más alto -mucho más alto- que del que venía.

Nariel gritó. Juntó las piernas, arqueó el cuerpo y extendió las alas. Cerró los ojos ,que se quedaron en blanco tras los párpados, y echó la cabeza hacia atrás, su cabellera rubia se estremeció. Agarró con las dos manos el brazo de Ayiel que tocaba su cuerpo, como si temiera que se fuera a marchar, brilló como un amanecer, y gritó. Gritó como nunca. El chillido de placer de Nariel lo tuvieron que escuchar en Cielo e Infierno, e incluso más allá, en un Cielo del Cielo donde vivan los dioses muertos. El éxtasis la golpeó con una fuerza brutal, la dejó incluso sin sentido. Con los ojos en blanco, y una sonrisa en los labios, cayó hacia atrás, desmayada de placer, saliendo de la nube y hundiéndose de nuevo en el camino hacia el Infierno.

  • ¡NARIEL!- Ayiel se asomó y, nuevamente, pudo ver a su hermana descender hacia el Infierno. Pero esta vez no era como antes. Ahora caía de espaldas, sin moverse, con su sonrisa dormida enmarcada entre sus blancas alas que, laxas, ondeaban mientras se precipitaba en una distancia mucho más corta que la de antes.

Ayiel saltó sin dudarlo. Nariel se acercaba cada vez más al averno. Aceleró todo lo que pudo, tenía que llegar a por ella antes de que su joven hermana chocara con el suelo. Si existe el dolor, existe la muerte...

  • No llego, no llego, no llego...-el ángel bajaba a toda velocidad, pero aún así, ni con toda la rapidez de uno de los ángeles más veloces del cielo, parecía ser capaz de alcanzar al peso muerto en que se había convertido Nariel. Estaba cansado. Lo de antes lo había cansado. Ahora sabía, por primera vez, lo que era el cansancio. Y también el miedo, y la impotencia y, sobre todo, la desesperación. La desesperación de ver que no llegaba a salvar a su hermana. La desesperación que lo abatía.

Dos criaturas de las profundidades dejaron su "lucha" y alzaron su cabeza para ver cómo bajaban esos dos cuerpos blancos al país del rojo. Se miraron entre sí sin comprender nada. De pronto, algo, una sombra rojinegra con aire imperial y, sobre todo, demoníaco, voló sobre sus cabezas a una rapidez pasmosa. Parecía querer ir al encuentro de esos dos cuerpos blancos.

Nariel, aún inconsciente, caía.

Parte II. Demonios

  • No llego.- Ayiel estaba llorando, las lágrimas resbalaban por sus sienes y se quedaban atrás, dejando una triste estela de puntitos arcoiris tras de sí. No iba a llegar. No era suficientemente rápido. Quizá, si hubiera reaccionado antes, si la hubiera agarrado antes de que cayera, si no estuviera tan cansado...- ¡NARIEEEEEL!

El berrido de Ayiel atrajo la atención de todos cuanto lo oyeron. Todos se giraron hacia él y todos lo vieron. Vieron cómo uno de los dos cuerpos blancos estaba a punto de caer al suelo. Pero algo pasó. Una sombra. Un cuerpo rojo. Un ángel oscuro agarró a Nariel un segundo antes de que se estrellara con la roca escarlata. El demonio salvó al ángel.

Ayiel, que lo vio, tuvo el tiempo justo de frenar para no ser él el que se estampara con el suelo. Suelo que sabía duro y arisco. Suelo que sabía doloroso. Se detuvo con un estruendoso batir de alas mientras el salvador de Nariel hacía lo propio hasta aterrizar a pocos metros del ángel.

  • Mmmmmmmmm... ¿Qué...?- Nariel abrió los ojos. Lo primero que vio fue el rostro de su salvador. Hermoso. Rojo. Extrañamente familar. Rojo. Angelical. Rojo. Demoníaco.- ¿Qué?

  • ¡Nariel!- Ayiel se adelantó y casi arrancó a su hermana de los brazos del demonio. Los dos ángeles se abrazaron temerosos mientras el demonio escondía sus alas (un poder que extrañó a los ángeles, pues ellos carecían de esa facilidad).

  • ¿Qué coño hacéis vosotros dos aquí? ¿Ahora los ángeles son tan estúpidos que se caen de su cielo perfecto?

  • ¡No te pases!- se revolvió Ayiel.

  • ¡Callaros, joder!- gritó Nariel, y acto seguido se tapó la boca mientras su hermano y el demonio la miraban asombrados. "Joder". Palabra de ángel. "Joder".

  • Manda cojones... manda cojones...- el ángel caído parecía divertido.- Bueno, angelitos malhablados... ¿Me váis a decir lo que pintan dos de los vuestros aquí o voy a tener que mover algunos hilos?

  • ¡Eh! Tú... eres... eres... eres igualito que Gabriel.- susurró Nariel, escrutando el rostro rojizo del demonio.

  • Yo he preguntado primero.

  • Vale, vale... Verás... es que... esta mañana... yo... esto...- Nariel no sabía cómo empezar. Realmente no sabía ni cómo continuar. No sabía qué decir.

  • Al grano, nenita...- animó el demonio.

  • Queremos hablar con Iblís.- resumió al fin Ayiel.

  • Gracias.- le susurró su hermana.

  • ¿Y para qué coño (si puede saberse, claro) quieren dos jodidos ángeles hablar con Lucifer?

  • Primero de todo.- se adelantó decidida Nariel.- No somos unos "jodidos" ángeles. Somos, simplemente, ángeles. ¿De acuerdo? Y segundo, no creo que te importe el porqué.

  • Está bien... está bien, niñita... no sois "jodidos"...- añadió el demonio con una sonrisa.- Pero te equivocas en lo que no me importa...

  • ¿Y por qué?- Nariel parecía haberse deshecho del miedo. Ya era capaz de aguantarle la mirada al demonio.

  • Porque YO soy Iblís.- sonrió el demonio. Quizá por casualidad, quizá por obra del Diablo, unos volcanes que habían varios cientos de metros tras él, entraron en erupción con fuego y estruendo, enmarcando las palabras del demonio en infernal apariencia.

El miedo de los ángeles volvió a ellos, de golpe y aumentado.

  • ¿Tú eres Iblís?- preguntó Ayiel quien, de pronto, sentía su boca seca. -¿Por qué has salvado a mi hermana?

  • Porque tú me has llamado.

  • ¡¿YOOOO?!- exclamó Ayiel.

  • Claro, tu desesperación. De ése sentimiento sé un cacho.- sonrió el demonio.

  • Pero... no sé... no te imaginaba así.

  • Déjame que lo adivine. Esperábais un monstruo gigantesco, deforme y horroroso, con varias cabezas y que escupiera fuego por la boca.

  • Sí, algo así.- respondió alegremente Nariel, antes de recibir un codazo de Ayiel.- ¡Ay! ¿Qué?

  • Deja a tu hermana tranquila, angelito... me gusta esa imagen que se tiene de mí. Normalmente ayuda a que no venga gente de la vuestra a tocarme los cojones...

  • ¿De la nuestra?- inquirió Ayiel, tratando de endurecer su voz.

  • ¿Para qué queríais hablar conmigo?- preguntó Iblís sin hacerle ningún caso al ángel.

  • Quiero que me expliques unas cosas.- respondió Nariel decidida

  • ¡Ja! ¿Y quién te ha dicho que te lo quiera explicar así como así?

  • ¿Y quién te ha dicho que no te voy a dar algo a cambio?

  • ¡Nariel!- se alarmó Ayiel de lo que acababa de escuchar de labios de su hermana.

  • Calla. Creo que es la única forma de saberlo...

  • Vaya, vaya...- se frotó las manos Iblís.- ¿Qué ha pasado en el Cielo para que los ángeles se hayan vuelto así?

  • Nada. Yo soy especial.- contestó Nariel sin ninguna emoción en su voz.

Iblís, entonces, se dio cuenta de algo. Se acercó a Nariel e inspeccionó la ropa de ésta. Reparó en los chorretones de sustancia blancuzca que lo manchaban y, tras echarle una mirada cómplice a Ayiel, que trató de mirar al suelo avergonzado, el demonio estalló en risas.

  • Joder, sí que lo eres, sí... Está bien, si de verdad queréis saber de la misa la media, seguidme.- bramó Iblís extendiendo de nuevo las alas.

Un ojo despistado quizá habría percibido lo del demonio como una desaparición completa, tal que un truco de prestidigitador. Pero tanto Ayiel como su hermana, que no habían perdido ni un segundo de vista al ángel caído, captaron cómo Iblís empezaba un vuelo a altas velocidades hacia su derecha (otros habrían dicho que hacia el Este, pero ellos sabían, sin saber bien por qué, que en el infierno no habían puntos cardinales).

Así pues, los dos ángeles salieron volando detrás del demonio. Sin embargo, Iblís era demasiado rápido, ni siquiera Ayiel podía hacerle sombra a la velocidad del demonio.

  • ¡Venga, coño! ¡No tengo todo el día!- gritó Iblís, deteniendo su vuelo y esperando a la pareja de ángeles.

Volando más allá de las velocidades que ellos habían siquiera imaginado (¿sería cosa del azufre que flotaba en el aire? ¿O era obra del demonio?), llegaron a las puertas de un enorme palacio. Nunca creyó Nariel que en el Infierno pudiera existir obra tan bella. Tenía rasgos de todas y cada una de las civilizaciones que conocía y, a la vez, parecía tener un estilo propio. Verdaderamente extraño.

Iblís aterrizó ante las dos enormes puertas y éstas se abrieron con suavidad permitiéndole el paso. El pasillo que guardaban era hermoso, la moqueta tenía preciosos grabados y la cenefa de la pared estaba pintada con delicadeza. Todo aquél palacio era una obra de arte... desde los grabados en las lámparas que echaban algo de luz en la oscuridad, hasta los arcos que separaban unas estancias de otras. Nariel se fijó en los dibujos de las paredes y no pudo evitar ruborizarse. Cuerpos desnudos, abrazados, enredados, en grupos de dos, de tres, de mil... hombres y mujeres, mujeres y mujeres, hombres y hombres... Nariel notó que se empezaba a excitar.

  • ¿Para qué coño traes a unos ángeles? ¿Quieres tener problemas con tu hermano?

Aquella voz femenina rasgó el silencio del palacio. Antes de verla, Ayiel notó en el ambiente un perfume dulce con base de azufre. Sin saber evitarlo, su polla empezó a endurecerse de nuevo.

  • ¡Silencio!- tronó Iblís, con una voz que hizo temblar todo el palacio.- Los he traído para que te conozcan. ¡Y NO VUELVAS A LLAMARLO ASÍ! ¡No es mi hermano! ¡A mí me hicieron a partir del fuego!

Lentamente, una figura se fue desnudando de sombras, avanzando hacia la luz que emanaba de una de las lámparas colocadas en la pared.

  • tranquilo, cariño... estás asustando a los niños...- sonrió, dándole un sensual beso en los labios a Iblís y mirando de reojo a los dos ángeles.

  • Perdona.- se excusó el demonio.

  • ¿Conocerla a ella? ¿Para qué?- preguntó Ayiel, inspeccionando las voluptuosas curvas de la diablesa. Al llegar al pubis, notó que estaba completamente desnuda, y la hendidura de su sexo asomaba, brillante y lasciva, entre sus piernas.

  • ¿Para qué?- Iblís rió.- ¿La estáis viendo, no? No es tan distinta de mí. Bueno, sí, ella tiene esas dos tetas tan perfectas y ése coñito que me encanta.. Pero, aquí donde la veis... Ella, Qamar, fue un ángel como vosotros.

  • ¡¿QUÉEE!?- exclamaron a coro Nariel y su hermano.

  • Mirad, puede que os hayan dicho que nosotros, los genios, somos los malos, los que desobedecimos a Dios por culpa de estar fabricados de fuego y darnos el libre albedrío...- Comenzó Iblís.- Ya lo habéis descubierto. Los ángeles también tienen libre albedrío. No existe la negación del libre albedrío. Cuando Allah crea una criatura no puede negarle la mente... Pero ellos lo usaron para decidir hacerle siempre caso a Allah. Y "Ellos" fueron, ante todo, dos o tres, los verdaderos líderes de los ángeles. Y luego, engañaron a los pocos que quedaban y a los que llegaron después... Aunque es demasiado largo de contar... dejare que lo aprendáis de otra forma.- rió el diablo.

  • ¿De otra forma?- se asustó Ayiel, y no pudo evitar dar un pequeño bote cuando sintió unas manos aferrarse a sus hombros...

  • Tranquilo, mi niño... que sé que te va a gustar...- ronroneó la diablesa al oído del ángel. Su cola, acabada en corazón, se internó bajo los ropajes de Ayiel, enroscándose sobre su verga.

  • ¡Ey! ¿Qué vas a hacerl...?- intentó detenerla Nariel, pero, enseguida, se vio encerrada entre los brazos de Iblís.

  • Tranquila, pequeña... tú te lo vas a pasar mejor conmigo...

  • ¡NO! ¡Déjame! ¡Suéltame! ¡Ayiel!- gritó Nariel. Pero su hermano no la escuchaba. No escuchaba nada. Qamar lo estaba besando, con una lascivia total y completa, y Nariel pudo ver cómo la lengua de su compañero celestial respondía a la de la diablesa.- Ayiel...- Terminó susurrando

  • ¿Seguro que quieres que te deje?- gruñó Iblís, al oído de la muchacha de alas blancas.

Nariel no contestó. No supo qué decir. Se quedó mirando cómo su hermano se hundía en aquél ósculo lascivo con la diablesa que colaba sus manos bajo la túnica. Las alas de Ayiel parecían nerviosas, no conseguían estarse quietas. Poco a poco, fue notando cómo a Qamar le crecían de la espalda otras dos alas, igual de grandes, pero rojas y sin plumas.

  • ¿Ves cómo tu amiguito se lo pasa bien?- seguía murmurando el demonio al oído de la sorprendida angelita. Ella no dijo nada, y siguió callada aún cuando Iblís le dio un beso en el nacimiento del cuello, arrancándola un escalofrío de placer.

Nariel tragó saliva y no dudó en coger, con su mano izquierda, la cabeza del demonio que la besaba, mientras entrecerraba los ojitos de placer. Otra vez aquella sensación. Pero ahora, quizá por estar en el infierno, quizá por estar en brazos del mayor de los demonios, notaba su cuerpo aún más sensible y caliente.

  • ¿Te la ha metido?- La voz del diablo seguía ronroneando en el oído izquierdo de Nariel, interrumpido, de vez en cuando, por alguna lamida de su lengua al lóbulo de la oreja y el consiguiente suspiro excitado de Nariel.

  • ¿Dónde?- Preguntó ella inocentemente, aunque casi derretida entre las manos sabias de Iblís, que ya se habían colado bajo su túnica y sobaban los pechos marfileños, duros, pequeños y sensibles, sobre todo sensibles, de la pequeña angelita.

  • ¿Dónde va a ser...?- los labios de Nariel buscaban ya los de el demonio que la abrazaba desde detrás, pero él se esperó hasta decir la última palabra.- ¡Aquí!- Los dedos del demonio se adentraron, bajo su ropa, en el pubis rubio de la ángel y Nariel no pudo ocultar un gemido que fue sepultado por el beso tan ansiado con los labios de Iblís.

Ayiel, por su parte, acababa de desnudarse y se acostó sobre Qamar, que lo esperaba en el suelo (duro y, a la vez, blando suelo, cosa del demonio, seguramente), con las piernas abiertas.

Iblís cesó momentáneamente las caricias para que Nariel pudiera ver cómo su hermano, todo alas blancas que brillaban casi dolorosamente sobre el paisaje gris, se fundía con la diablesa escarlata que lo recibió con un gemido de placer.

Blanco y rojo se unieron sobre el granate del infierno. La piel pálida de Ayiel contrastaba con la de Qamar, que no se cortaba y lo abrazaba con brazos y piernas, dirigiendo con sapiencia su movimiento.

El Demonio, viendo el efecto que estaba produciendo la escena sobre Nariel, cuyas mejillas ya podía casi competir con el tono rojizo de la piel de Iblís, reanudó el tratamiento de sus dedos sobre el sexo de la virgen angelita. Mientras, diestramente, con la otra mano desanudó las ropas de Nariel, que cayeron al suelo deslizándose sobre su piel y mostrando una piel blanquecina levemente sonrosada en algunos tramos. Vergonzosamente, la muchacha trató de taparse el cuerpo con las manos, pero el demonio, buen situado, la besó otra vez en el cuello y le dio una nueva caricia al excitado clítoris que resguardaba entre sus piernas, desarmándola por completo.

Los gemidos de Ayiel y Qamar comenzaron a llenar la escena. Los ojos del ángel parecían vidriosos, como si estuvieran enfermos o vacíos... no era vitalidad lo que en ellos se veía, pero a Ayiel parecía gustarle.

Los cuerpos sudorosos, el aroma a azufre, las caricias de Iblís, el calor, la verga que, crecida, rozaba su piel desnuda...

  • ¿Te gustaría follar conmigo?- murmuró el diablo.

  • Sí.- "Sí" contestó Nariel, enloquecida, llevada por la cachondez.

Iblís, sonriente, giró a la ángel y la besó sucia, lasciva, casi cruelmente. La cola del demonio se abrazó a una de las piernas de Nariel. La lengua, tan larga, la cola enroscándose. "No hagas caso a la serpiente", bramaba en su cabeza la voz de Gabriel... "Toma, Eva, prueba la manzana que te ofrezco en la punta de mi lengua" Y Eva, que no era Eva, sino Nariel, Eva tomaba la manzana... la alojaba en su boca y con su propia lengua jugaba con ella. ¿Dónde está la manzana? ¿Cuál es el pecado si no hay manzana en el extremo de tu lengua?

Cuando Nariel abrió los ojos, sintió que el mundo había girado noventa grados y un leve escozor en su sexo.

  • ¿Qué ha pasado?- murmuró, dándose cuenta, poco a poco, que se encontraba sobre Iblís, que tumbado en el suelo alojaba su roja verga en el interior de su coño.

  • No quería que sintieras cómo rompía tu himen.- Murmuró, sonriente el demonio. Era bello. Muy bello. Casi sin darse cuenta, y por puro instinto que no sabía de dónde había sacado, Nariel comenzó a cabalgar sobre Iblís, metiendo y sacando algunos centímetros de aquél instrumento que se le alojaba en las entrañas, como un parásito traidor, como una serpiente lasciva. "Ésta era la serpiente".

A cuatro patas, Qamar recibía las embestidas de Ayiel que, tras dos eyaculaciones no había perdido ni un ápice de su vigor. "Pobrecito", pensó. "Tanto cielo y tanta hostia. Yo sé lo que es eso. Tranquilo, mi niño, que yo te compensaré por tantos siglos de abstinencia."

La cola de Qamar cobró movimiento, mientras una y otra vez, la polla del ángel se alojaba en sus entrañas. Con travesura, acarició los testículos, blancos y casi sin vello, de Ayiel, y se fue un poco más atrás. La forma de su cola ayudó. Y mucho. Con decisión, atravesó el ano del ángel y comenzó a penetrarlo mientras él la penetraba a ella.

El ángel gruñó, pero no se detuvo. Aquello casi no dolía y el placer que recibía a cambio era inconcebible. Follaba como un experto, mientras su culo era follado a su vez. Cerró los ojos, el placer le hacía ver cosas extrañas.

Nariel, deslizándose adelante y atrás sobre el demonio, notó que su respiración se aceleraba, que su corazón se encabritaba y que su cuerpo comenzaba a perder el control. Cerró los ojos, el placer le hacía ver cosas extrañas.

Ayiel y Nariel follaban. Y veían cosas. Algo les trasmitía lo que sabía mientras hacían el amor. Cosa de demonios, aroma a infierno, tacto de azufre, palabra de Lucifer.

"Éste es el nuevo ser que he creado. Lo he creado para dominar la Tierra."- Tronó solemne (como siempre) Allah.

"¡No es justo!"- se quejó un ángel. La tierra la usaban ellos para hacer el amor, fuera de los ojos de Allah.

Nariel, blanco sobre rojo, seguía cabalgando sobre Iblís. Ayiel, blanco ante rojo, penetraba el cuerpo de Qamar.

"A partir de ahora, todos le serviréis a él. Su nombre es Adán."

"¿Servir a alguien como él? Lo he visto deambular por el paraíso, Señor, y es torpe, idiota, egoísta, haragán..."

"¡Silencio, Yibril! ¡Me obedecerás o serás castigado!"

Gabriel estaba enfadado y gruñía. Gruñían también Ayiel y Nariel, pero por otro motivo. El placer no es sólo cosa de demonios, sino que los ángeles sabían igual de ello.

"¡No le hables así! ¡Tiene razón!"

"¡Iblís! ¡Maldito genio! ¡Tú también estás obligado a obedecer a Adam!"

Nariel y Ayiel gemían casi al unísono, follando cada uno por su parte. El nuevo placer los rodeaba y el nuevo movimiento aprendido, dentro-fuera, se hundía en sus almas como un pentáculo grabado a fuego en el corazón. Tal vez eso era. El infierno tratando de hacerlos suyos.

Iblís buscó con la mirada a Yibril. Tantas noches de pasión juntos, solos él y él, compartiendo placeres en los más bellos parajes de la Tierra, debían significar algo. Pero no para el ángel. Yibril mantenía la cabeza gacha. No se atrevía a replicar a Allah. Ni siquiera por su amante.

Iblís buscó con la mirada a Qamar. Se sonrieron. La verdad salía a la luz, aunque fuera la luz quebrada del fuego infernal. Los gemidos de Nariel se hacían más ostentosos hasta que, en un momento dado, cesaron por completo. El orgasmo la asaltó cabalgando sin pausa y, durante unos segundos, lo disfrutó gritando al cielo, como dedicándole al resto de ángeles ese placer supremo del que nunca sabrán.

"Iblís, djinn impío, te condeno a pasar el resto de tus días fuera de Cielo y Tierra... ¡Quedas desterrado al infierno!"- bramó el todopoderoso señalando con su dedo acusador al ángel de fuego.

"¡Gabriel, por favor!"- Gritó él.

  • ¡Iblís, por favor!- Gritó Nariel, que se vio asaltada de nuevo por otra poderosa ola de placer. Pensó que su cuerpo no lo podría aguantar, que acabaría por explotar como explotaba el placer en su interior.

Uno a uno, los djinn fueron abandonando el cielo. Los ángeles, que durante tanto tiempo habían sido hermanos y amantes, los despedían con gran tristeza. A algún que otro ángel debían aguantar entre varios para que no corriera a acompañar a los desterrados.

Ayiel aceleraba sus embestidas. El sudor de su piel se unía con el azufre del aire y con el propio sudor de Qamar. Sus alas se movían adelante y atrás, cubriéndolo a ratos de las miradas furtivas que le echaba Nariel para saber cómo follaba su hermano. No iba a poder aguantar mucho más. Qamar también sentía que las embestidas del joven ángel surtían efecto. Ya no había forma de ocultar sus gemidos.

Pasó el tiempo. Los genios se asentaron en el infierno. Construyeron palacios. Desde el Cielo, los ángeles mayores vigilaban que ninguno del resto de los ángeles pudiera saber nada de aquellos demonios. Gabriel vigilaba a los suyos aunque él mismo no podía evitar, de vez en cuando, echar una mirada hacia el infierno y observar a su antiguo amante.

Iblís gozaba del conducto estrecho y desvirgado de Nariel. La jovencita había aprendido a usar los músculos de su bajo vientre en pocos minutos y la polla del demonio estaba a punto de estallar. Se aguantaba Iblís mientras Nariel volvía a cabalgarlo, en busca de un nuevo orgasmo que la llevara otra vez a aquellos altos cielos del Infierno.

Siempre hay un momento de desconcentración, y ése fue el que usó el primer ángel huido en hacerse portador de ése título. O mejor, del título "Ángel huida". Qamar aprovechó un momento de distracción de Gabriel para escabullirse de las nubes celestiales y, con nocturnidad, bajo los rayos de su tocaya Luna, se hundió en aquél pozo humeante de azufre que sólo prometía calor, fuego... y sexo. Sobre todo sexo.

Nariel apretó los puños en los hombros de Iblís, clavándole sus uñas. Ayiel tensó sus piernas, hundiendo su miembro en los interiores de Qamar. Iblís rugió y se convulsionó bajo de Nariel. Qamar comenzó a temblar, fundiendo sus gemidos en uno más sonoro y poderoso.

Siglos atrás ella misma descendía hacia el infierno. Poco tiempo después, más ángeles siguieron su camino. Dos siglos más tarde, más de un centenar de ángeles se habían quedado para siempre a vivir y a follar en el infierno.

"¡Esto no puede seguir así o el Cielo se quedará vacío!"

“¡Ni siquiera evitando la noche hemos conseguido que los ángeles dejen de abandonar el Cielo!”

"¡Y Allah sin aparecer!"

Allah se encontraba en los ojos de Iblís, Qamar, Ayiel y Nariel. Allah se llamaba "placer" y estaba a las órdenes de un dios más poderoso. "Sexo", murmuraron los ángeles.

"Nos podríamos aprovechar de que todos los ángeles temen tanto a Dios que no se atreven a pecar."

"¿A qué te refieres, Yibril?"

"Si decimos que cualquier alusión al infierno es pecado, y que los ángeles no pueden pecar, se les acabará olvidando que existe un infierno, y como mirar hacia abajo, fuera del Cielo, también será pecado, ¡No lo verán! Acabaremos con el Infierno y esos malditos demonios sin siquiera acercarnos a su apestosa ciénaga de azufre."

"Podría funcionar"- decían los ángeles mayores.

"Funcionará"- afirmaron los ángeles mayores.

"No funcionará"- rieron los demonios.

  • No funcionó.- pensaron Ayiel y Nariel, cerrando los ojos y dejándose llevar por un orgasmo bello y total que los azotó a los cuatro, y quizá a alguien más que pasara por allí, tal fue la fuerza de esas alas batiéndose sin moverse, de los rayos de luz que creó el placer en los cuerpos casi albinos de los ángeles y rojizos de los demonios, tal fue la fuerza del Placer...

Aquella sensación fue una supernova que volvió blanco por un instante toda la tierra del Infierno.

Los cuatro, Ayiel, Iblís, Nariel y Qamar, cayeron exhaustos al suelo.

Nariel casi lloraba de placer. Iblís y Qamar sonreían. Ayiel sólo miraba al infinito.

  • Ahora os tengo que preguntar si queréis pasar el ritual- Sonrió el demonio.

  • ¿Ritual?- preguntaron extrañados los ángeles.

  • Claro... no es nada... simplemente quitaros esas plumitas blancas porque a muchos aquí no les gusta pensar que el cielo pueda enviar a ángeles espía.- comenzó Qamar.- Así, os volvéis como yo, y estamos seguros de que en el cielo no os van a volver a aceptar.

  • ¿Quieres decir que no podremos volver al cielo?

  • Correcto. Tienes que elegir. Cielo o Infierno.- sonó tajante Iblís.

  • ¿Y qué hay que hacer?

  • Sólo decidir. Únicamente, decidir.

Nariel, con una sonrisa perversa, que tan ajena quedaba en su carita de ángel, no respondió. En vez de eso, se acercó de nuevo a Iblís y le dio un lascivo beso mientras los cubría a los dos con sus alas.

  • ¿Te quedarás?- Preguntó, desde allí dentro, el demonio a quien había sido su compañera sexual. Desde el amasijo de blancas plumas, empezaron a llegar las risas de los dos.

  • ¿Y tú, Ayiel? ¿Te quedarás?- sonrió Qamar. Pero Ayiel no contestó. Ni tampoco la besó ni la cubrió con sus alas como su hermana había hecho con Iblís. Sólo miró al infinito.

  • ¿Te quedarás?- repitió Qamar.

  • No puedo.

Las alas de Nariel se abrieron de nuevo y mostraron al ángel y al djinn, una encima del otro, interrumpido su beso por las palabras del ángel.

  • ¿Por qué?- preguntó su hermana.

  • No puedo Nariel... lo siento... No...

  • ¡Ayiel!

Nariel no pudo moverse. Iblís se lo impidió.

  • Déjalo. Es su elección.

Mientras Ayiel recogía sus ropas e iniciaba de nuevo el vuelo hacia las blancas nubes que se veían allí a lo lejos, a través de la puerta, Nariel no pudo esconder una lágrima.

  • tranquila, mi niña...- trató de tranquilizarla Qamar mientras las plumas de Nariel comenzaban a caer. La transformación había empezado. Mentalmente, Iblís dio la orden a un par de demonios que quedaban cerca de que atraparan a Ayiel. Sin que la nueva diablesa los viera, empezaron su carrera hacia el ángel, que los vio y huyó de ellos. Ayiel era el ángel más rápido del cielo por algo.

  • Pero... ¿Por qué?- lloraba Nariel, con su cuerpo volviéndose rojo por momentos y la cola surgiendo de la parte donde la espalda perdía su nombre para pasar a llamarse culo. Un culo precioso en el caso de Nariel. Un angelical culo de diablesa.

  • Eso... sólo él lo sabe.- rumió Iblís, rezando, al mismo Dios que los expulsó, o quizá a otros, daba igual, eran todos la misma clase de cabrones egoístas, que Ayiel no fuera lo que él temió en un principio.


Horas después, en una recóndita nube del Cielo, tras escapar de los demonios que lo persiguieron hasta las mismas puertas que custodiaban Nakir y Munkar, Ayiel se reunía con un pequeño grupo de ángeles. Pero no eran los ángeles mayores, los que le habían dado la misión de explorar el infierno. No. Era una reunión con ángeles como él, sus amigos.

  • Como os lo he contado. Maravilloso. Corred la voz y, por lo que más queráis, que no se enteren los ángeles mayores. Esta noche... nos bajamos todos al infierno.

  • A follar.- rió nervioso uno de los ángeles.

  • A follar. A follar como genios. ¡Como putos genios!.- gritó Ayiel y todos los ángeles alzaron un grito de victoria. La Victoria del Infierno.