Ángeles y Demonios

Un ángel guardián y un demonio tentador luchan por el alma de un muchacho.

ÁNGELES Y DEMONIOS

I

El lugar era, cuanto menos, extraño. No había nada. Nubes y neblina hasta donde la vista alcanzaba. Era el limbo. El terreno de los pensamientos y la conciencia. De pronto se escuchó el batir de unas alas.

-Bien hallado seáis, Lord Archimonde. ¿Me he demorado?- Dijo el recién llegado, con una voz suave y susurrante, que sólo podría ser calificada como "angelical".

-En absoluto, Inibel. Como siempre, llegas justo a tiempo.- Dijo la otra persona, con una voz grave y malévola, que sólo podría ser calificada como "demoníaca".

En la voz de ambos se distinguía un mal disimulado odio mutuo. No era de extrañar teniendo en cuenta que se trataba de un ángel guardián y un demonio tentador. Dos criaturas, una celestial y la otra infernal, pertenecientes a razas enemigas desde mucho antes de que el primer ser humano hollase la tierra.

La figura recién llegada plegó sus emplumadas alas y se ajustó la capucha de su azulada túnica. A pesar de que su rostro sólo era parcialmente visible, se distinguía en sus delgadas y pálidas facciones una belleza serena y sobrenatural. Su cuerpo era alto, hermoso y bien proporcionado. Varios mechones de cabello rubio caían más allá de su marfileño cuello.

A su lado, la otra figura poseía unas membranosas alas de murciélago, su piel era rojiza, su cabello negro como la noche, y una gran cola surgía de su espalda, enroscándose en su pierna. Su cuerpo era musculoso, atlético, marcado, perfecto. Estaba desnudo, y su inmensa verga, erecta más allá de lo humano. La sola visión de su sublime rostro y su descomunal falo incitaba a actos lujuriosos y prohibidos.

-Y bien, Inibel. ¿No te cansas siempre de perder? Nuestro "protegido" mortal está a punto de tener que elegir. Y estoy totalmente seguro de que no te hará el más mínimo caso.

-Lo veremos, Lord Archimonde.

-¿Quieres apostar?

-Ya sabéis que no me gusta apostar. Limitaos a cumplir vuestro trabajo.

-Si tan seguro estás, no tienes nada que perder. Vamos, ¿o es que tienes miedo?

-¡Callad de una vez! Está bien, acepto, si con eso permanecéis en silencio.

Pero la voz del ángel Inibel vacilaba. Se mordió los labios, nervioso, expectante. Ambos se concentraron en hacer su trabajo.

Mucho más abajo, en otro mundo, más terrenal, un mortal llamado Juan se acercaba a otro llamado Alex. El lugar era la cantina de una universidad. El mortal llamado Juan estaba extremadamente nervioso. En ese momento se preguntaba si el otro muchacho sería capaz de escuchar los latidos de su corazón. Se aproximó a la mesa donde Alex, un joven de cabeza rapada y numerosos anillos perforando sus orejas, leía un libro. Éste le miró, algo extrañado, antes de apartar su carpeta con numerosas pegatinas de "ACT-UP" y de la "Radical-Gay", para dejar que se sentase a su lado. Juan dudó. Era como si tuviese dos voces en su cabeza, como si una parte de su conciencia le dijese que lo que iba a hacer estaba mal y otra le animase a ello. Por un momento, Juan se imaginó a un pequeño angelito en uno de sus hombros, y un diablillo en el otro. Por fin pareció decidirse.

La charla intrascendente dio paso a conversaciones más profundas. Los dos muchachos se despidieron con una sonrisa y una cita para esa misma noche.

La sonrisa del demonio Archimonde se ensanchó más, mientras miraba con una mezcla de sorna y suficiencia a Inibel.

-Ya te lo dije.

-Todavía no habéis ganado. Esperemos.

El tiempo transcurre de distinta forma en el limbo que en la Tierra. Lo que en uno de esos lugares pueden ser años, días u horas, en el otro transcurre en un segundo, y viceversa. Sin haberse movido de su posición, los dos seres contemplaron como, por la noche, ambos muchachos, después de salir por los bares del campus, acabaron en la habitación de Alex. Cuando los labios de Juan se juntaron con los de Alex, el muchacho pensó que el aroma de cerveza y tabaco en ellos era la más deliciosa mezcla que jamás hubiese saboreado. Se desabrocharon las camisas sin dejar de besarse. Las lenguas de ambos se entrelazaban, y la mano de Alex acariciaba la nuca de Juan mientras la otra arrullaba su espalda.

Pronto ambos muchachos estaban desnudos, y abrazándose sobre la cama. Sonriendo, Alex sacó un preservativo de la mesita de noche y besó a Juan en el cuello.

Muchos mundos más arriba, Inibel, estimulado por la tórrida escena, apenas fue consciente de cómo Archimonde le rozaba con su prensil cola, terminada en una rojiza flecha. Todo sucedió en un instante: La extremidad, que hasta ahora se había enroscado casi descaradamente en el muslo del ángel, se retorció repentinamente, arrancándole la túnica de un violento tirón y apresando e inmovilizando sus manos. El demonio le atrajo hacia sí y le abrazó por la espalda. El ángel fue consciente de la enorme verga del demonio, apretada contra sus desnudas nalgas. Intentó rechazarle con las alas, pero fue un esfuerzo vano. No pudo moverse un milímetro, paralizado por un repentino terror.

-¿Pero qué...? Mmmph...

Inibel no pudo decir más, ya que Archimonde incrustó su boca con la suya para devorarle a besos, ahogando sus inútiles súplicas con sus voraces labios. Gimiendo, el ángel pudo notar como una mano del demonio pellizcaba sus pezones, retorciéndolos y apretujándolos, mientras la otra se acercaba peligrosamente a su orificio más íntimo.

Una neblina parecía velar su entendimiento. Le costaba pensar, y sólo quería dejarse llevar por las inusuales sensaciones que le asaltaban. Las palabras del demoníaco ser llegaron hasta sus oídos.

-Has perdido la apuesta y pienso cobrármela ahora mismo. Eres mío.

Las manos del diabólico ser aprisionaron sus glúteos y los masajearon, antes de rozar el esfínter, acariciándolo pero sin atravesarlo.

-Sabes por qué has perdido, mi querido Inibel, ¿verdad? ¿Sabes por qué nuestro mortal no te ha escuchado? Porque, aunque te empeñes en negarlo, en el interior de tu corazón sabes que lo que ha hecho el muchacho no está mal. No es ningún pecado. Es tan solo amor. Y, como tú mismo dices muchas veces, demasiado poco amor hay en el mundo. ¡Reconócelo!

Jadeando, Inibel pudo, por fin, mascullar unas palabras.

-Sí... Sí... Es cierto. Pero por favor... Tened piedad...

Archimonde rió, casi cruelmente, antes de morder el lóbulo de su oreja y arrancarle un inequívoco suspiro de placer.

-Oh, vamos... No me digas que no lo estás deseando. Mírate.

El pene de Inibel había crecido hasta alcanzar su máxima plenitud. El ángel bajó la cabeza, sin contestar, sus mejillas teñidas de púrpura. Parecía como si la tentadora voz del demonio le acariciase.

-No puedes negar tus deseos. Tu linda polla responde por ti. Yo creo que sabe bien qué necesitas y qué deseas. Lo sabe incluso mejor que yo.

Inibel no respondió sino que continuó gimiendo quedamente, mientras Archimonde besaba y mordisqueaba su pálido cuello, apartando su largo cabello dorado.

-Estás demasiado reprimido, mi querido Inibel. Te voy a proporcionar un poco de placer, para variar. Pero no, no me des las gracias. Para mí, es un verdadero placer.

Enardecido, Archimonde abrió con sus manos las desnudas nalgas del ser alado e introdujo con rudeza un dedo por el ano, moviéndolo dentro del recto. La suave voz del ángel emitió un gemido que fue ahogado cuando el demonio le metió los dedos en la boca, para lubricarlos con la saliva de Inibel y para que, de paso, el espíritu celeste degustase el sabor de su propio ano.

Acto seguido, volvió a insertarlos en el ojete y los abrió dentro, dilatando el ano al máximo posible. Inibel, agotado, dejó de agitarse y cayó en un estado lánguido, a merced del lascivo demonio que le poseía. La lujuriosa voz del demonio le llegaba como en sueños.

-¿Sabes? Desde que me fue asignado este mortal, estar contigo ha sido un verdadero suplicio. Tenerte a mi lado, sin poder besarte, sin poder poseerte... Creí que me volvería loco. Pero hoy, por fin, tu lindo culito va a ser mío.

Archimonde retiró sus dedos y apretó el ano contra su pene. En esa posición le aupó con los dos brazos y colocó su enorme verga en la entrada de su orificio más estrecho, sentando a Inibel a horcajadas sobre su cintura. Le dejó caer muy poco a poco, para que el grosor se fuera abriendo paso en su agujero. Le fue bajando dedo a dedo, hasta ensartarle casi completamente en su tremendo falo carmesí.

-Unggg... Por favor...

-¿Sí, mi querido ángel?

-Por favor... Con cuidado...

Archimonde sonrió triunfalmente, como si hubiese triunfado en algún oscuro juego.

Con una embestida, el glande se coló en las entrañas del ser celestial, que intentó debatirse por el dolor, pero lo único que consiguió fue que el inacabable estoque se introdujera más, ganando terreno y empalándole literalmente.

Inibel gritó lastimosamente. El demonio le hacía el amor por detrás. El grueso y titánico pene estaba dentro de su culo, entrando y saliendo viscosamente. Las diestras manos de Archimonde le pellizcaban los pezones y acariciaban su estómago, mientras se extasiaba oliendo el rubio cabello del ángel. Hasta los oídos de Inibel llegaban los jadeos de placer del diabólico ser y los húmedos golpeteos de las caderas chocando contra sus propias nalgas. Jamás en su vida se había sentido así. La gruesa verga del ser se refrotaba y restregaba por sus entrañas, llenando completamente su interior. De pronto la idea de que un demonio, su ancestral enemigo, estuviese dentro de él, en su interior, en tórrida comunión, penetrándole, le provocó una terrible sensación de humillación y lujuria.

Como si presintiese ese momento, la mano de Archimonde buscó el pene del ángel y lo masturbó concienzudamente, mientras le susurraba lascivas obscenidades al oído. Inibel no reconoció sus propios gemidos cuando eyaculó. Pocos segundos después, Archimonde, presa de espasmos, llenó los intestinos del ángel de su caliente esencia, rugiendo de placer y triunfo. Cuando extrajo su pene, aún seguía disparando potentes chorros de esperma, bañando la espalda, culo e incluso el cabello de Inibel.

Archimonde se dejó caer al lado del ángel y buscó su boca con la suya. Ambos se besaron, mientras dos dedos del demonio buscaron el ano enormemente ensanchado del ángel y juguetearon con él. Inibel gimió nuevamente cuando los dedos le exploraron en su interior, entrando con suma facilidad. El ángel se ruborizó aún más cuando se dio cuenta de que estaba meneando sus caderas de forma instintiva, facilitando la penetración.

De pronto, Inibel fue consciente de la espantosa situación. Había copulado con un demonio, un enemigo, y lo que era peor: había sentido un placer como nunca antes había experimentado. Con dificultad, se incorporó. Le dolían las nalgas terriblemente y pudo sentir cómo el caliente semen del demonio resbalaba por sus desnudos muslos.

-¡Malvada criatura lasciva! ¿Qué me habéis hecho? Me habéis embrujado... ¿Qué clase de sucio hechizo...?

Archimonde rió con ganas.

-Sobreestimas mi débil magia. No has hecho nada que no quisieras hacer. Debo entender por tus palabras que te ha gustado.

-¡Mentís!

-Como quieras, mi hermoso enemigo... Y ahora, ¿por qué no vienes otra vez? Tu culo es precioso. Me pasaría toda la eternidad penetrándolo.

Con un bufido, Inibel desplegó sus alas y se alejó como alma que lleva el diablo, un símil inapropiado para un ángel, todo hay que decirlo, pero bastante ajustado a la realidad.

II

Inibel gruñó, temblando de enfado... ¿y de algo más? Cuando se posó en el suelo, se acarició las nalgas. Las tenía bastante magulladas. Con cuidado, introdujo un dedo por el orificio de su culito. Aquel lujurioso demonio se lo había ensanchado hasta dejárselo abierto como una flor. Cuando retiró el dedo, estaba totalmente impregnado de la esencia de ese diabólico ser. Lo contempló en silencio, y lentamente, como si fuese otra persona la que lo hiciese, se lo llevó a la boca y lo chupó.

El sabor era salado y extraño. Su pene pareció estimularse y crecer. ¿Pero qué diablos –que los Cielos le perdonasen por la blasfemia- estaba haciendo? Debía dejar de pensar en aquello. Pero lo más terrible de todo aquello que había sucedido es que Archimonde tenía razón. Inibel no pensaba que Juan estuviese haciendo nada malo por hacer el amor con Alex.

Inibel contempló de nuevo la Tierra. Juan y Alex compartían un cigarrillo en la cama. Sus pieles todavía estaban perladas de sudor por la contienda amorosa y respiraban agitadamente. Una sonrisa afloró en los labios de Juan antes de apoyarse en el pecho de Alex y quedarse dormido. El ángel sonrió con ternura. Si alguien merecía la felicidad en la tierra, ese era Juan. Todavía recordaba cuando fue asignado a ese mortal, hacía tanto tiempo y tan poco a la vez.

Juan supo que era diferente desde que era un niño, pero sus padres eran muy estrictos y no hablaban de cosas como esas. Los otros niños en el colegio, en cambio, tenían multitud de palabras para definirlo: nenaza, maricón.

Su vida fue un infierno. Su estricta educación le llevó a pensar que era un pervertido degenerado que no tenía un lugar en el mundo exterior, junto al resto de la gente decente. La gente normal.

Juan perdió la cuenta de las noches de insomnio, ahogado en lágrimas. Su máximo deseo era ser una persona "normal", como los demás. El día que decidió confesárselo todo a sus padres fue el día más terrible de su vida. Y las palabras de su padre quedaron grabadas indeleblemente a fuego en el corazón del joven. "Prefiero tener un hijo con cáncer a tener un hijo homosexual".

El tiempo transcurrió y consiguió una beca en la universidad. Y fue entonces cuando conoció a Alex. Elocuente y extrovertido, Alex era activista en varios grupos pro-gays. David quedó fascinado inmediatamente por el muchacho de cabeza rapada: su gran convicción, su inteligencia y también su espléndido físico. Pero nunca se había atrevido a dar el primer paso.

Hasta esa noche.

La sonrisa continuó en los labios de Inibel. ¿Qué derecho tenía nadie a interponerse entre ellos dos? ¿Acaso hacían mal a alguien? Era en momentos como aquellos cuando el ángel odiaba su cometido. Sus Superiores le obligaban a sermonear a Juan, como ángel de su conciencia, y advertirle que uniones como la suya y la de Alex eran una ofensa al Supremo Hacedor, una desviación del orden natural, y una aberración. Y todavía tenía que agradecer haber nacido en una época como aquella. Siglos atrás, los representantes de sus Superiores en la tierra puede que le hubiesen quemado vivo. Por fortuna, Inibel no había puesto mucho empeño en realizar su cometido, ya que sus dudas interiores quizás incluso superaban a las del muchacho. De hecho, incluso Archimonde, el demonio tentador que había sido asignado a Juan, se había percatado de su debilidad y se aprovechaba de ello a su antojo. Como había sucedido hacía unos momentos.

Inibel bajó la vista, mientras el rubor oscurecía sus mejillas, y sentía su pene palpitar con vida propia. Avergonzado, siguió contemplando la vida del muchacho, mientras los meses transcurrían en un instante.

Con Alex, Juan se encontró a gusto consigo mismo por primera vez. El muchacho le hizo darse cuenta de que la culpabilidad que sentía era problema del mundo, no suyo. Otros compañeros de clase comenzaron a murmurar, pero ahora, a diferencia de hacía unos años, a Juan no le importaba en absoluto. Aquellos fueron los meses más felices de su vida.

El tiempo siguió transcurriendo. La sonrisa se borró de la faz del ángel.

Una grave y extraña enfermedad se apoderó del muchacho. Juan se debatía entre la vida y la muerte. Los médicos pronto encontraron la causa: una infección estomacal. Las lágrimas se derramaron por la mejilla de Inibel. La operación quirúrgica sería muy delicada, pero el muchacho era fuerte y tenía posibilidades de sobrevivir. No obstante, los Poderes Superiores Celestiales e Infernales ya habían decretado su destino.

Moriría. Y su alma sería enviada a los Infiernos.

Los ojos de Inibel se desorbitaron y tuvo que tapar su boca para ahogar un grito. Era injusto. Juan era la personificación de la bondad. Aunque no fuese muy religioso, jamás había hecho mal a nadie. Debía tratarse de un trágico error.

Inibel apeló a sus Superiores. Como siempre, no obtuvo respuesta. El ángel se atusó sus dorados cabellos, desesperado, mientras se devanaba los sesos intentando encontrar una solución. ¿Qué podía hacer? Debía, tenía que poder hacer algo. Pero eso significaba... No importaba. Estaba dispuesto a arriesgarse e infringir las Leyes Supremas.

Pero necesitaba ayuda. Y sólo había una persona que pudiera proporcionársela.

Archimonde.

III

El demonio levantó la vista con curiosidad cuando escuchó el batir de alas. Jugueteaba con una de las plumas que el ángel había perdido al huir.

-Ah, mi bello Inibel. ¿Vuelves para otra sesión de folleteo? ¿Te ha sabido a poco la anterior? Ya sabes que yo estoy aquí para complacerte en lo que quieras.

El ángel se tuvo que obligar a no contemplar el magnífico falo del demonio. Escogió con cuidado las palabras antes de hablar.

-Lord Archimonde, nuestro protegido ha enfermado y...

-Lo sé. Yo también lo he visto.

Inibel entornó los ojos, escrutando al demonio. ¿Había percibido algún atisbo de emoción? No podría jurarlo.

-Entonces, debéis ayudarme. Su alma ha sido separada de su cuerpo. Si lográsemos...

-Olvidáis que yo soy un demonio tentador. Mi objetivo es lograr que el alma del muchacho acabe en los infiernos. Y, según parece, aunque no sepa muy bien cómo ni por qué, mi objetivo ha sido cumplido.

Inibel temblaba de temor. Se sintió mareado, mientras hablaba con vehemencia.

-Por favor... Vos sabéis, como yo... Su tiempo no ha terminado, y su lugar no es la Prisión de Almas. El muchacho es la encarnación de la pureza. No merece... –Inibel se interrumpió y bajó el tono de su voz. –Si vos y yo...

Archimonde levantó la vista. Parecía levemente interesado.

-¿Sí?

-Si ambos colaborásemos, podríamos... Liberar su alma. Regresaría a su cuerpo, y podría reanudar su existencia, seguir viviendo.

-¿Sabes lo que me estás pidiendo?

-Lo sé. Si nos atrapasen... –Inibel tragó saliva, mientras su corazón se encogía. No quería ni pensarlo.

-Además, ¿por qué tendría que ayudarle, a él o a ti?

-Yo... pensaba... Pensaba que vos amabais como yo al muchacho. Recuerdo hace tiempo. Juan se hallaba próximo al suicidio. Ambos lo sabíamos, pero se nos ordenó no actuar de ninguna forma. Yo no tuve suficiente valor para contradecir la orden. Vos sí. Le besasteis, cuando pensabais que yo no miraba. Aquel fue un beso reconfortante, de verdadero afecto. Aunque no pudiese veros, él sintió vuestra presencia. Su ánimo creció. Y los negros pensamientos de suicidio fueron desvaneciéndose hasta desaparecer.

Archimonde apartó la vista. Parecía molesto. Y quizás, ¿ligeramente avergonzado?

-Qué tonto eres... No lo hice por... Bah, no lo entenderías. Aún así... No sé si debería ayudarle...

El demonio se acarició la barbilla. Contempló al ángel, esperando que éste diese el siguiente paso. Inibel respiró profundamente.

-De acuerdo, vos ganáis... Fijad un precio.

-Ahhh... –Archimonde sonrió con voluptuosidad- Ahora nos entendemos a la perfección. Muy bien. Te ayudaré. Pero tendrás que hacerme... Algo muy fácil. Una felación.

Los ojos de Inibel se abrieron como platos. -¡¿Qué?!

-Una simple mamada. No es tan difícil de entender, ¿no? Me comes la polla y yo te ayudo. ¿Clarito ahora? Bien... Ya conoces el precio. ¿Lo aceptas?

Inibel permaneció en silencio unos segundos, sopesando las alternativas. Archimonde se acariciaba su tremenda verga, que había crecido aún más, si cabe. Lentamente, liberó el rojizo glande, ya húmedo y goteante.

-Sois una criatura detestable...

-Yo también te quiero, mi dulce ángel. Pero espero tu respuesta.

-A... Acepto.

-Muy bien, pues ya sabes qué tienes que hacer. Y hazlo bien.

Inibel se arrodilló y tomó el enorme mango demoníaco de Archimonde, con una mueca de repulsión en su angelical rostro. Era tan grande que necesitó las dos manos para sostenerlo. Luego, lentamente, lo introdujo en su boca. Archimonde sonrió, de oreja a oreja. Le hizo jugar con el glande, posándolo sobre sus labios, y golpeándole suavemente con él en mejillas y nariz, manchándole de líquido preseminal. Pronto se cansó de aquellos juegos y comenzó a empujar la verga hacia dentro, sin dejar a Inibel que pudiera resistirse. El ángel comenzó a atemorizarse. El gigantesco miembro podía llegar por su garganta hasta el estómago.

El glande se introdujo por su garganta, e Inibel tuvo que reprimir una arcada. Pero Archimonde no prosiguió más, sino que movió sus caderas, rugiendo mientras su mango se retorcía dentro de la boca del ángel. Inibel sollozó lastimeramente, mientras las lágrimas le resbalaban por su mejilla.

Archimonde rugió, antes de eyacular. Un río de ardiente semen llenó boca y garganta del ángel, amenazando con ahogarle. La esencia del demonio le desbordó por los labios y barbilla. Siguió descargando incluso después de retirar su pene de la boca de Inibel. Varios chorros de la espesa sustancia golpearon el hermoso rostro del ángel, manchando su rostro y cabello.

Extasiado, Archimonde le cerró la boca y le tapó la nariz, obligándole a tragar toda la esencia que todavía contenía su boca. Cuando Inibel tragó todo lo que pudo, el demonio le liberó de su zarpa, con lo que el ángel cayó al suelo, jadeante y embadurnado del semen del diabólico ser.

-Lo has hecho muy bien, mi angelical enemigo. Ya sólo te queda una cosita más y cumpliré mi parte del trato.

-Cofff... Cofff... ¿Cómo? ¡Dijisteis que me ayudaríais si... si... hacía... eso!

-He cambiado de opinión, mi bello Inibel. El juego todavía no ha acabado.

-Maldito...

El demonio se dio la vuelta y descubrió sus rojizas nalgas ante el arrodillado ángel. Ante el rostro de Inibel quedaba el surco del demoníaco culo y justo al final, algo que rompía la armonía pero que a la vez convertía toda la visión en algo diabólicamente delicioso: un orificio oscuro.

-Querido Inibel, te presento a mi ano. ¿Te importaría hacer los honores?

-Sin duda, Archimonde, sois el ser más depravado que conozco.

-Oh, muchas gracias por los halagos, pero no malgastes tu saliva, querido.

Con una inexplicable mezcla de aversión y excitación, Inibel sacó su lengua y la posó sobre el arrugado agujerito. Estaba ardiente, como un pequeño volcán. El ángel apoyó sus manos sobre las caderas de Archimonde y lamió el ano del diabólico ser.

-Eso es, muy bien. Cómetelo todo.

Inibel acarició con su lengua todo el contorno y luego su centro. Casi podía oírse el raspar de las papilas gustativas contra la rugosa piel. La lengua se introducía más, en una progresión casi imperceptible, hasta que el ano del demonio acogía ya en su interior más de media lengua, serpenteando y chapoteando.

-Eres magnífico... ¿Seguro que es la primera vez que lo haces, cochino mío?

Inibel prosiguió, ajeno a los sarcasmos. El demonio temblaba, sin duda próximo al orgasmo. El ángel extrajo su lengua con un sonido viscoso, deliciosamente sucio, y acto seguido, introdujo un dedo. Aquello fue demasiado. La frenética exploración dio sus frutos, y, violentamente, Archimonde bramó, mientras se daba la vuelta y apuntaba con su verga, de nuevo erecta, al rostro del ángel. Los potentes chorros del demonio impactaron directamente contra la nariz, la frente y las mejillas de Inibel, quien cerró los ojos con fuerza.

-Eso es... Así... ¡Tómalo todo! ¡Ahhh!

Los sucesivos disparos le embadurnaron completamente de caliente esencia. Ambos jadeaban, intentando recuperarse.

-Ha sido fabuloso... Pero debo contarte un pequeño secreto, mi precioso enemigo.

Inibel entornó los ojos, temiendo una traición del taimado demonio. Éste se arrodilló a su lado y, aprisionando el erecto pene del ángel, lo movió dulcemente arriba y abajo, masturbándolo. El celestial ser cerró los ojos y se mordió el labio inferior, paralizado por el placer. Estaba demasiado extenuado para resistirse, y demasiado excitado para desear rebelarse.

-¿Sabes? Iba a ayudarte de todas formas. De hecho, pensaba rogar tu ayuda antes de que me la pidieras tú a mí. Supongo que en el fondo tenías razón. Yo también le he cogido cariño al mortal.

-Pero... unggg... entonces... ¿por qué... ufff... me habéis obligado a... a todo esto...?

-El trabajo no está reñido con el placer, mi querido Inibel. Además, no podía resistirme a sentir tu lengua en mi culito.

-Sois... sois... un... ¡Ahhh!

El ángel eyaculó, derramando su cálido semen sobre la mano del demonio, quien tuvo que sujetar al alado ser para que no cayera al suelo. Archimonde, acercó sus dedos, manchados de angelical esencia, hasta la boca de Inibel, y los introdujo entre sus labios. El ángel, a su pesar, los chupó como si fueran la más deliciosa de las golosinas, luchando para no caer rendido entre los brazos de su enemigo.

IV

La negrura de una noche eterna se extendía, engulléndolo todo, dejando sumidos en una fría oscuridad a las dos figuras aladas que observaban el siniestro edifico desde una colina cercana.

-La Prisión de Almas. Hemos llegado a nuestro destino.

Inibel tiritó. Un escalofrío recorrió su columna vertebral. La construcción se asemejaba a un castillo de piedra, inquietante, monstruoso, que se levantaba hasta más allá de donde la vista alcanzaba. El sueño loco de un demente arquitecto. Una ominosa abominación pétrea que se erguía como una bestia al acecho.

-El mal hiede por doquier.

-Sí. El hogar de los demonios. Mi hogar. ¿Te gusta?

Inibel fulminó a Archimonde con la mirada.

-¿Se os ocurre un plan para entrar?

-Es... difícil. Yo podría entrar sin problemas, pero tú... Muy pocos ángeles han entrado en la Prisión de Almas, y la mayoría eran ángeles Caídos. Entrar volando no, desde luego. Los Horrores Alados que patrullan las alturas nos reducirían a pulpa. Déjame pensar... Mmmh... Sí, podría funcionar.

Un estremecimiento sacudió al ángel cuando contempló cómo la maquiavélica mirada del demonio le escrutaba.

-Me dais miedo.

-Entraremos por la puerta principal. Fingiremos que eres mi prisionero. Los guardias de la entrada son demonios Centinelas y no son muy inteligentes. Se tragarán el cebo. Pero eso sí... Debo atarte, para dar un poco de credibilidad al engaño.

-¿Atarme? ¡Ni lo soñéis!

-¿Quieres salvar el alma de Juan o no? Desnúdate ya. No hay tiempo que perder.

Inibel gruñó.

-Está bien. Vos ganáis. De nuevo.

Inibel se deshizo de su túnica, que cayó al suelo con un sonido sedoso, dejándole desnudo. El ángel cerró los ojos al ser toqueteado y sobado a placer por el demoníaco ser, mientras era atado concienzudamente. Archimonde le amarró como si fuese un fardo, con cintas de cuero. Enseguida, Inibel quedó atado y amordazado en el suelo, en posición fetal. Contempló con ojos asustados al demonio y no pudo evitar que su mirada se deslizase hasta la diabólica verga, que había crecido considerablemente. Una mano se posó suavemente sobre una de las dos pálidas medias lunas del trasero del ángel que quedaban a la vista.

-Pareces un regalo de navidad, mi bello Inibel, envuelto y listo para mí. ¿Te he dicho alguna vez que tienes unas nalgas verdaderamente exquisitas?

El ángel gimió inquisitivamente a través de la mordaza, y sus gemidos aumentaron cuando dos dedos del demonio entraron por su ano y se movieron arriba y abajo, abriéndolo sin remedio. Archimonde sacó los dedos, los chupó con avidez y volvió a explorar en las entrañas del celestial ser. La mordaza ahogaba los chillidos. Inibel intentó revolverse, pero estaba firmemente atado e indefenso.

-Eres tan hermoso... Si tú mismo pudieras verte... Te enamorarías sin remedio.

La verga de Archimonde era terroríficamente grande. Inibel cerró los ojos y jadeó cuando el largo y grueso instrumento fue introduciéndose lentamente por su orificio anal. Quizá fuese por el amoroso vaivén o por la humillante situación, pero Inibel pronto dejó de agitarse y se movió acompasadamente con su demoníaco amante, emitiendo unos dulces gemidos cada vez que el grueso garrote se hundía en su esponjoso interior.

-Muy bien, te gusta, ¿verdad? En el fondo eres un cochino.

El ángel enrojeció por la vergüenza. Volvió a gemir cuando llegó al orgasmo, provocado por la diestra mano del demonio que le masturbaba. Acto seguido, Archimonde salió de él y eyaculó justo en su agrandado orificio. Estampó un beso en la frente del jadeante ángel y lo cargó como un fardo sobre su hombro, haciendo caso omiso de sus quejidos de protesta.

A los pocos minutos, ambos llegaron al portón. Más allá, sólo oscuridad, más negro que la misma noche. Una alabarda cerró el paso de Archimonde. Tres diablos Centinelas se cruzaron en su camino. De forma humanoide, la piel coriácea de las criaturas estaba repleta de amenazadores espolones, y espantosos cuernos brotaban de sus frentes. Uno de los demonios habló con voz grave y gutural.

-Estás muy lejos de las tierras del limbo, demonio tentador. ¿Qué haces en nuestros dominios?

La voz de Archimonde era tranquila y confiada, pero Inibel no pudo evitar temblar de puro terror.

-Vengo a traer un prisionero a la Cámara del Dolor, para que sea interrogado.

-Un prisionero muy hermoso, por lo que parece. ¿Nos lo prestas un momento?–Uno de los Centinelas acercó una de sus garras al trasero del ángel, pero Archimonde le golpeó en la mano, apartándola.

-Señores, tengo prisa. Dejadme pasar ahora mismo.

Los tres demonios le miraron iracundos. Sus ojos refulgieron y sus garras parecieron aumentar de tamaño y brillar. De repente, todo el plan le pareció una locura a Inibel. Sus vergas eran tan grandes que parecían pavorosas armas. Temblando casi de manera espasmódica, ya se imaginaba siendo violado y destrozado por esos espeluznantes monstruos.

-¿Cómo te atreves, proyecto de íncubo? –El demonio que hablaba respiró profundamente una vez, intentando serenarse. –Muy bien... Intentaremos ser amables. Déjanos al ángel y no te pasará nada. Vamos... Las diversiones son escasas por aquí. Creo que merecemos un poco de entretenimiento.

Archimonde suspiró, como si se armase de infinita paciencia.

-Sois un poco estúpidos, ¿no? ¿Qué parte de "dejadme pasar ahora mismo" no habéis entendido?

El demonio Centinela que llevaba la voz cantante bramó de furia, próximo al frenesí.

-¡Raaarggghhh! ¡Te voy a machacar, maldito gusano! ¡Te arrancaré tu corazón y me lo comeré crudo si no me entregas a ese ángel ahora mismo!

Archimonde dejó a Inibel en el suelo sin la menor delicadeza. El ángel ahogó un quejido, cuando su trasero chocó contra el duro suelo. El demonio tentador hizo crujir sus nudillos y sonrió siniestramente.

-Nunca digo que no a una pelea.

El demonio Centinela se preparó para abalanzarse sobre Archimonde, pero fue detenido por otro de los guardianes, que dirigió unos cuchicheos a sus compañeros. Los tres se enzarzaron en una breve pero feroz discusión. Parecieron serenarse, pero el brillo asesino todavía seguía presente en sus miradas carmesíes.

-No merece la pena el esfuerzo. Puedes pasar. Ya te ajustaremos cuentas en otra ocasión.

Sin dignarse a mirarles, Archimonde recogió a Inibel y penetró por el portón. Había caminado un buen trecho cuando el demonio depositó al ángel en el suelo con delicadeza y le liberó de sus ataduras. Inibel se frotó con fuerza sus muñecas, intentando reactivar su circulación, mientras miraba con fijeza al sonriente demonio.

-Bueno, ya estamos dentro. Ha sido fácil, ¿verdad? Ya tengo calado a esos demonios. Hablan y amenazan mucho, pero luego, a la hora de la verdad, se acobardan con rapidez. No habrás tenido miedo, ¿eh?

Inibel permaneció en silencio durante varios minutos. Después, rápidamente, de improviso, se acercó a Archimonde y, antes de que pudiera reaccionar, le besó en la mejilla.

El demonio miró con sorpresa al ángel.

-¿Por qué has hecho eso?

Inibel bajó la vista, algo avergonzado.

-Habéis evitado que esos monstruos me violaran. Sois un cielo.

-Yo... –Archimonde apartó incómodo la mirada al cabo de unos segundos. –La Sala de Almas está en esa dirección. Debemos apresurarnos.

Quizá fuese su imaginación, pero a Inibel le pareció ver una sonrisa en el rostro del demonio.

V

La Sala de Almas.

Los dos seres habían llegado por fin a su destino. ¿Cuánto tiempo habían deambulado por los pasillos inacabables, por infaustos corredores? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días?

El habitáculo parecía el interior de una gigantesca catedral, con bóvedas inabarcables y arcos imposibles. La oscuridad lo sumía todo, pero el pétreo suelo y las paredes emitían una extraña fosforescencia de un color verde enfermizo. Inibel agudizó el oído. Millones de sofocados gemidos parecían escucharse como ecos, en la lejanía. Percibió la tristeza y desesperación de esos gritos silenciosos. Eran las almas de los condenados, aguardando para ser asignadas a los Círculos del Infierno.

-¿A qué esperamos? El alma de Juan debe estar aquí, en este espantoso lugar. Debemos encontrarla sin tiempo que perder.

Archimonde sujetó el brazo de Inibel y le indicó que permaneciese en silencio y escuchase. Un ruido sordo y viscoso llegó hasta los oídos del ángel, como si algo se deslizase en la oscuridad.

-¿Qué es eso?

Inibel creyó percibir miedo en la respuesta del demonio.

-Lo llaman el Recolector, el Reptador, el Bibliotecario de Almas, El-Que-Se-Arrastra-En-La-Oscuridad... Tiene muchos nombres, pero ninguno puede describirle. Si nos descubre... que los Poderes Superiores nos ayuden.

Los demonios casi nunca tenían miedo. Inibel pensó que no quería averiguar qué era capaz de asustar a uno de ellos. La voz de Archimonde le sacó de sus cavilaciones.

-Hay millones de almas. Esto va a ser como buscar una aguja en un pajar. Sería mejor que nos separásemos, pero... no sé si es una buena idea.

Inibel casi hubiese podido jurar que detectó algo parecido a la preocupación en la mirada del demonio.

-Oh, vamos, sé cuidar muy bien de mí mismo.

Archimonde torció el gesto, indeciso, pero continuó hablando.

-Muy bien. Tú registra la parte norte, yo haré lo mismo con la sur. Ah, y ten mucho cuidado. El Recolector no es el único guardián.

El ángel se alejó volando, y pronto perdió de vista al demonio. Cuando se posó en la fría roca, comenzó de inmediato su búsqueda. Aquello era un laberinto, de altos muros negros que emitían una fosforescencia verdosa. Más arriba de esos muros, la bóveda, demasiado elevada para poder ser divisada. Por doquier se veían pequeñas luces blanquecinas, que pululaban por los pasillos de negra roca. Eran almas. Algunas, increíblemente malévolas. Otras, no, como muy bien sabía Inibel. La de Juan se hallaría entre ellas.

Inibel se apresuró, notando cómo su respiración se aceleraba. De pronto, hacía mucho más frío. A su alrededor, se escuchaban los gemidos de las almas, además de inquietantes murmullos de agua fluyendo, pasos que se detenían y cuchicheos ahogados.

El ángel jadeaba mientras recorría los interminables pasillos. Las paredes de los muros eran estrechas e irregulares. Si se encontraba con algún morador de la Sala de Almas no podría desplegar las alas con efectividad y huir. Evitó darse la vuelta. Temía que al hacerlo, un monstruo surgiese de las galerías y le atrapase con brazos como garfios. Se censuró a sí mismo. Ya estaba demasiado asustado como para encima dejarse aterrorizar por su propia imaginación. Una ráfaga de aire agrio y viciado acarició su rostro, junto a extraños murmullos pronunciados en un idioma incomprensible.

De pronto, al doblar un recodo, casi choca con algo delante suyo. Inibel ahogó un grito y luchó para que su vejiga no se vaciase en ese mismo momento. La forma, de unos tres metros de altura, no se movió.

Inibel retiró el sudor helado que resbalaba por su frente y se asustó del ruido producido por sus propios latidos. Sólo al cabo de unos largos segundos se atrevió a examinar el objeto que había delante de él. Suspiró aliviado. Sólo era una estatua.

Era una gárgola, grotesca y horrenda. Su rostro parecía el de un águila, su cuerpo era el de un felino, tenía cuatro senos, y una postura ligeramente bípeda, a pesar de poseer cuatro articulaciones en las piernas. El ángel logró serenarse y se dispuso a continuar su búsqueda, dando unos golpecitos a la escultura.

-Menudo susto me has dado, amiguita.

De pronto, Inibel se detuvo en seco, paralizado por el terror.

La estatua había abierto los ojos y le contemplaba fijamente.

El monstruo se movió, muy lentamente y acercó su rostro al inmovilizado Inibel, como si le olisqueara. El ángel se preparó para rezar sus oraciones y encontrarse a su hacedor, mientras cerraba los ojos. Esperaba que no doliese mucho. No soportaba el dolor.

-¡Qué sorpresa! ¿Qué tenemos aquí? ¡Un ángel!

Inibel abrió los ojos. La voz era grave, pero indudablemente femenina. Las dos ascuas rojas seguían clavadas en él. Las garras de aquel ser parecían ser capaces de despedazar el hierro como si fuese mantequilla.

-¿No dices nada? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

-M... Me llamo Ini...Inibel, señora.

-Hola, Ini-Inibel. Yo me llamo Dora. ¿Qué hace un ángel como tú en un sitio como éste?

-Estaba... Estaba buscando un alma... El alma de Juan...

-¡Un alma! Has venido al sitio adecuado. Esto está lleno de almas. Yo debería guardarlas, pero he decidido no hacerlo.

-¿Por qué?

La gárgola de cabeza de águila se acercó en tono conspiratorio.

-En primer lugar, mis Superiores dicen que estoy loca. Pero, ¿quién no lo está hoy en día? Mira a tu alrededor. Este lugar es terrible. ¿No te volverías loco tú también?

Inibel asintió, sin saber qué decir.

-Fíjate, fíjate. ¿Ves ese alma de tu izquierda, por ejemplo? Perteneció a una muchacha que nació a principios del siglo pasado. Cuando tenía quince años, trabajaba en un mesón, y el dueño la llamó un día a sus dependencias. Varios meses después su embarazo fue demasiado evidente y fue puesta de patitas en la calle. Sin nadie a quien acudir y sin recursos, parió en plena calle, apartando a las ratas con sus pies. ¿Sabes lo que es la psicosis puerperal?

-No, señora.

-¿Y la depresión posparto? ¿Tampoco? Típico de los hombres. ¿Para qué preocuparse en saber qué es algo que sólo afecta a las mujeres? Por culpa de ese trastorno, la muchacha ahogó al niño con una manta a los pocos días. Acto seguido, se ahorcó. Resultado: Su alma se pudrirá en los infiernos por toda la eternidad.

El ángel tragó saliva, afligido. Con timidez, preguntó: -¿Y el mesonero?

Los ojos de la gárgola se entornaron amenazadoramente. –Recibió la extremaunción en su lecho de muerte, siendo ya un anciano. Su alma se halla en los cielos, con los angelitos, y todas esas cosas, ya sabes. Qué asco.

La gárgola escupió al suelo. Inibel permaneció en silencio, sin saber qué decir. Dora continuó hablando, pero bajó su tono de voz, con lo que Inibel tuvo que acercase un poco más para oírla.

-Y hay millones de casos como ese, muchos tan sangrantes que durante mucho tiempo temí perder la razón. Pero ya no me importa. He logrado descubrir un gran secreto. Es un secreto tan grande y tan importante, que revolucionaría todos los cielos y los infiernos. Para ocultarlo, me mantienen aquí, y dicen que estoy desequilibrada, porque quieren evitar que sepamos la verdad.

Dora hizo una pausa, para añadir más dramatismo a su narración.

-Y ese secreto es... que no existimos. Ni tú, ni yo, ni ningún ser celestial ni infernal.

-¿Perdonad?

-Sí, sí, como lo oyes. No existimos. Ni el cielo, ni el infierno, ni Dios, ni los ángeles, ni los demonios. Nuestros Superiores nos dicen que El Supremo Hacedor creó al hombre a su imagen y semejanza. ¡No! Sucedió exactamente al revés. El hombre nos ha creado a nosotros. No somos sino un sueño de los humanos.

La gárgola movió su picuda cabeza arriba y abajo, enfatizando su discurso, como si estuviese orgullosa de sí misma. Inibel estaba completamente confundido.

-¿Un sueño...?

-Sí, hijo sí, un sueño. Oye, me parece que eres un poco lento en entender las cosas, ¿no? A ver, mira, te pondré un ejemplo. Mírate el estómago. ¿Qué ves?

-Pues no sé... Yo diría que un estómago...

Dora sacudió la cabeza de izquierda a derecha, con expresión de impaciencia.

-¡No, tonto! ¡Un ombligo! Vamos a ver, ¿has tenido madre? No, ¿verdad? Ni los ángeles ni los demonios tenemos madre, sino que nos crea de la nada el Supremo Hacedor. Entonces, ¿por qué tenemos la marca de haber nacido con un cordón umbilical? Y mírate más abajo. ¡Un sexo! Muy bonito el tuyo, por cierto, eres una criatura muy hermosa. Y detrás, un esfínter.

Inibel no pudo evitar darse la vuelta mirando sus propias nalgas.

-Si no nos reproducimos ni necesitamos comer, ni, por lo tanto, defecar. ¿Por qué tenemos todas estas cosas?

El ángel se ruborizó al pensar en Archimonde. Él sí había encontrado una utilidad a los suyos.

-Y lo más absurdo de todo: mira esas alas que tienes en la espalda. Por muy grandes que sean, es físicamente imposible que puedan elevarte del suelo. Quizá planear, como mucho, no sé... Pero ¿romper la ley de la gravedad? Im-po-si-ble. La avutarda, la mayor ave voladora, pesa sólo quince kilos. Y ahí tienes a todos los demonios y ángeles, que pesan muchísimo más, surcando los cielos, violando todas las leyes de la física.

Inibel nunca se había parado a pensarlo.

-De todo esto se deduce que ha sido el hombre el que nos ha imaginado, imperfectamente, y ha puesto todos esos elementos en nosotros. El hombre siempre proyecta características suyas en sus obras. ¿Cómo explicas si no que haya un Dios vengativo y terrible en el Antiguo Testamento y otro más compasivo y humano en el Nuevo, aunque un poco esquizofrénico, todo hay que decirlo? Es como si su forma y comportamiento dependiese de la época. Si el Supremo Hacedor es uno e inmutable, sin principio ni final, no tiene ninguna lógica. Ergo... ¡Le ha inventado el hombre! ¡No existe, ni Él, ni nosotros, en el sentido propiamente dicho de la palabra!

La gárgola agachó la cabeza, como si hiciese una reverencia esperando recibir aplausos. Inibel permaneció en silencio, todavía demasiado anonadado para responder. Dora continuó hablando, algo molesta por no haber recibido ni siquiera una pequeña ovación.

-Así que, si no existimos, no tiene sentido que continúe vigilando a las almas ni que desgarre tu bonito pellejo y devore tus entrañas, como se supone que debería hacer con los intrusos como tú.

Las piernas de Inibel temblaron mientras daba mentalmente las gracias al Supremo Hacedor, si existía, por haberse topado con una gárgola nihilista en vez de con el Reptador.

-Así que, puesto que nada es real, no tiene la menor importancia que te ayude. Quizás sí sea verdad que muy cuerda no estoy, ayudando a un ser que no existe, ¿no crees? –Sin esperar contestación, la gárgola cerró los ojos, como si se concentrase. –Mira, estás de suerte. Creo que el alma que buscas está en el siguiente pasillo a la izquierda, a unos cuatrocientos metros de distancia. Ha sido un placer conversar contigo. Vuelve cuando quieras.

-A... Adiós y muchísimas gracias, señora.

Inibel se dispuso a largarse lo más rápidamente posible, pero la grave voz de Dora le detuvo, mientras la gárgola volvía a adoptar su posición hierática.

-Ten cuidado, Ini-Inibel. El Recolector está cerca. Puede que existas o puede que no, pero si te atrapa, estarás perdido.

Despidiéndose de nuevo, el ángel avanzó con toda la rapidez que le permitían sus piernas. Por fin llegó al lugar que Dora le había indicado y miró a su alrededor, frenéticamente. Muy cerca, avistó su objetivo.

En el suelo, temblaba un alma. No era muy grande. Cabía, como todas las almas, en una mano. Pero Inibel percibió claramente el miedo y la confusión de ésta. No debía estar allí. Todavía seguía viva. El ángel se agachó y la recogió. Sonrió. Sí, era Juan. Podía sentirlo. Sus miedos, sus sueños, sus esperanzas y también su amor hacia Alex, estaban en ella.

Tan ensimismado se hallaba, que no escuchó el barboteante sonido a sus espaldas hasta que casi fue demasiado tarde.

Al fondo del lóbrego pasillo algo se acercaba.

Inibel no pudo distinguirlo con claridad. En un momento dado, parecía un despellejado sabueso flaco y terrible, y al siguiente paso, un horrendo insecto húmedo y viscoso, y al siguiente paso, un hombre muy alto con ojos y boca como abismos y cuchillos por dedos. No parecía poder permanecer quieto, y a cada paso que daba y cada vez que le miraba, su forma parecía cambiar, y cada forma era peor que la anterior, más retorcida y obscena.

El ángel no esperó a que su cordura se quebrase en mil pedazos. No tenía suficiente espacio para elevarse volando, así que corrió lo más lejos que pudo. Sujetando el alma de Juan, se internó en los anárquicos pasillos, sin dirigirse a ningún lugar concreto, con una sola idea en la mente: huir de aquél horror.

La loca carrera duró poco. Pronto, se encontró en un callejón sin salida. Inibel, llorando de desesperación, se dio la vuelta, con su corazón martilleando como un potro desbocado. Aquél era el final. La cosa que le perseguía todavía no era visible, pero su sombra blasfema se recortaba contra el recodo del pasillo, avanzando lenta y viscosamente, como si supiera que no necesitase apresurarse para conseguir a su presa. Un fétido hedor le envolvió. Sin poder evitarlo, Inibel gritó de terror. La confusa sombra del Reptador se dibujaba ya perfectamente nítida contra el fosforescente muro. Pronto, torcería la esquina, y la cordura y la vida de Inibel se extinguirían definitivamente. Un paso más, dos... y todo habría acabado.

De pronto, dos fuertes manos le agarraron desde arriba y tiraron de él, elevándole.

-Hola, Inibel. ¿Me echabas de menos?

Los sollozos apenas dejaron responder al ángel.

-¡Archimonde! ¿Cómo...?

-¿Te he encontrado? Difícil hubiera sido no hacerlo con los gritos que pegabas.

El demonio transportó volando a Inibel por la oscuridad de la bóveda. En el suelo se escuchó un espantoso bramido, como el de un depredador furioso por perder a su presa. El terrible sonido fue apagándose en la distancia hasta morir.

Sin detenerse ni un segundo, los dos seres volaron hasta abandonar la Prisión de Almas, dejándola atrás hasta que sólo fue un punto en la lejanía. Los Centinelas no fueron lo suficientemente rápidos cómo para poder detenerlos, y cuando pudieron reaccionar, los intrusos habían desaparecido.

Archimonde e Inibel se posaron en el suelo. En cuanto lo hicieron, el ángel abrazó al demonio y rompió a llorar, temblando incontrolablemente.

-Archimonde, yo... yo... Me has salvado la vida.

-Vamos, tranquilízate. Ya ha pasado todo. Has sido muy valiente. He visto poderosos demonios de combate que no han mostrado ni la mitad de valor que tú hoy. Y has encontrado a Juan. Lo hemos conseguido. –Dijo el demonio tentador contemplando la pequeña alma.

Ángel y demonio permanecieron durante varios minutos entrelazados, como si temiesen separarse de nuevo, y muy lentamente, Archimonde inclinó ligeramente la cabeza, besando los párpados de Inibel, y bebiendo sus lágrimas, hasta que, finalmente, los labios de ambos se fundieron.

VI

La puerta de la habitación del hospital se abrió y un hombre mayor entró en la estancia. Apenas tenía cabello en su cabeza y un gran mostacho poblaba su labio superior. Sus ojos estaban muy húmedos.

En la cama de la habitación, había un muchacho que dormitaba apaciblemente. Al escuchar el ruido, abrió los ojos y sonrió.

-Hola, papá.

-¿Estás... estás bien? Los médicos han dicho que la operación ha salido bien.

-Sí, un poco débil, por la anestesia, pero estoy bien.

-Juan, yo... yo...

-No pasa nada, papá. Ya ha pasado todo...

-No. Escúchame. He sido un padre horrible y estos días me he dado cuenta. He rezado cada día... Yo... Todavía recuerdo lo que te dije aquella vez, eso de que prefería un hijo con un cáncer a uno... a uno... Pensé que era como si Dios me hubiese oído. He rezado para morir yo en tu lugar... –La voz del padre de Juan se quebró en sollozos. –Si te hubiera pasado algo, no sé lo que yo... Perdóname hijo... Por favor, perdóname...

Las lágrimas también brotaron de los ojos de Juan mientras su padre se inclinaba para abrazarle. –Pues claro que sí, papá. Claro que sí...

Habían transcurrido varios minutos durante los cuales ambos habían permanecido abrazados, cuando Juan reparó en que alguien más había entrado detrás de su padre.

-Oh, perdonad. Esperaré fuera.

Juan hizo un gesto al recién llegado para que entrase.

-Papa, quiero que conozcas a...

-Alejandro. Ya lo sé, hijo. Ya le he conocido. Es un buen chico. Quiero que sepas que hagas lo que hagas, y elijas lo que elijas ser, yo te apoyaré. –El padre de Juan abrazó al muchacho una vez más antes de dirigirse hacia la puerta. –Bueno, y ahora creo que debo dejaros solos un rato.

-Gracias, papá. –La voz de Juan temblaba. Los dos muchachos quedaron solos.

-¿Qué tal estás?

-Venga, confiesa. Has secuestrado a mi padre y has colocado un doble en su lugar, ¿a que sí?

Alex sonrió. –Hemos hablado mucho mientras esperábamos que la operación terminase. Creo que es una buena persona, que se equivocó en el pasado y que ahora quiere demostrarte lo mucho que te quiere.

-Vaya, parece que los milagros existen. En fin... Me alegro mucho de estar otra vez contigo, Alex.

Los dos chicos se besaron.

-¿Sabes? He soñado unas cosas rarísimas. ¿Te las cuento?

-Me encantan los sueños raros. Empieza. –Alex se sentó en la silla al lado de Juan y entrelazó sus manos con la suya.

-Verás, estaba en un mundo extrañísimo. Estaba perdido y tenía un miedo de muerte, porque no podía moverme. Era como si no tuviese cuerpo. No dejaba de pensar en ti, pero estaba completamente solo en ese lugar horrible. Pero de pronto llegaron dos seres, uno era como un ángel, y el otro era una especie de demonio horrible, aunque, bueno, la verdad es que estaba buenísimo...

Varios mundos más hacia arriba, dos figuras contemplaban la escena.

-¿"Demonio horrible"? ¿Tú crees que soy un "demonio horrible"?

El ángel sonrió. –Bueno, ha dicho que estás buenísimo, si te sirve de consuelo.

-¡Estaría bueno! –Replicó el demonio con fingida indignación. –Encima de todo lo que hemos hecho por él, sólo faltaría que me insultase impunemente faltando a la verdad.

-¿Sabes? Tenía un poco de miedo de... Bah, olvídalo. Es una tontería.

-¿De qué?

-No, de verdad, olvídalo.

-Ah, ya que has empezado, tienes que acabar. No me puedes dejar así. –Archimonde sujetó al ángel entre sus fuertes brazos y lo atrajo hacia sí. Sus rostros quedaron a menos de dos centímetros uno de otro.

Inibel contuvo la respiración antes de ser besado por el demonio.

-De que todo fuese un sueño de Juan y de que desapareciésemos cuando despertase. Miedo de no ser real. De desvanecernos en cualquier momento y de perderte. Bueno, ya lo he dicho. ¿Estás contento?

Archimonde arqueó las cejas, sorprendido.

-Qué cosas más raras dices. ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza?

-Nadie, una amiga... Olvídalo... Nuestros Superiores pronto nos declararán Anatema y decretarán una Cacería sobre nosotros. Deberíamos ir pensando en huir, pero antes...

-¿Si? –Preguntó el demonio con malicia.

-Antes quiero que... Ya sabes...

-No, no lo sé... Tienes que pedírmelo.

-Oh, vamos, no seas malvado, por favor... –Inibel sonreía.

-Lo haré sólo si tú me lo pides.

-Está bien, de acuerdo... –Ambos seres se besaban cada vez más apasionadamente. –Quiero... que me hagas el amor... necesito sentirte dentro de mí...

-Muy bien. Oír es obedecer. –Ambos rieron. Archimonde dio la vuelta a Inibel y besó sus alas, después su espalda y por último su nuca.

-No, por favor... Me gustaría ver tu rostro.

-Tus deseos son órdenes para mí.

Archimonde tumbó con delicadeza a Inibel en el suelo, boca arriba, y le abrió las piernas. El demonio las llevó hacia arriba, colocándolas sobre sus hombros y le penetró sin dejar de mirarle a los ojos. El ángel se mordió el labio inferior y no pudo evitar gruñir de placer. Archimonde jadeó, mientras aceleraba sus acometidas.

–Te quiero, mi ángel de la guarda.

-Te quiero, mi demonio tentador. –Respondió Inibel con una sonrisa.