Ángeles en la Tierra

Hay muchas chicas guapas por el mundo, pero sólo unas pocas son angelicales. Mis amigos y yo tuvimos la fortuna de encontrarnos con algunas de estas bellezas divinas.

Hay muchas chicas guapas por el mundo, pero sólo unas pocas son angelicales. Mis amigos y yo tuvimos la fortuna de encontrarnos con algunas de estas bellezas divinas.

Ángeles en la Tierra

Este es un relato de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Cuando el presentador dijo nuestros nombres me pareció estar soñando despierto. Los focos del plató provocaron en mis amigos un sentimiento de euforia que yo no compartía. Debo confesar que estaba muy nervioso, y ni siquiera la ilusión que me prodigaba el participar en mi concurso preferido lograba aparcar la ansiedad.

Dos de mis colegas más íntimos me habían arrastrado a enviar una solicitud conjunta, y debo decir que Marcos y Alex acertaron de pleno: tras media hora de juego, logramos ganar nada más y nada menos que 27.000 euros. Teniendo en cuenta que Marcos y yo no pasábamos de los veinte años y que Alex acababa de cumplir los dieciocho, un millón y medio de pesetas por cabeza nos venía de perlas.

El concurso acabó y entregaron el premio en billetes de 500 €. Cogimos nuestros respectivos fajos y los admiramos como si fueran la octava maravilla del mundo. Con el dinero a salvo en nuestros bolsillos, nos adentramos por uno de los pasillos del estudio, buscando la salida.

Mis amigos y yo nos paramos al llegar a una sala próxima a la puerta del edificio. Era un saloncito de espera, con sus sillas y su mesa poblada de revistas en el centro. No nos habría llamado la atención si no fuera porque allí, en esa habitación, se encontraban las azafatas del programa.

Antes se me olvidó comentar que mi objetivo y el de los otros dos chicos, además de ganar suculentos premios en el concurso, era conocer a las bellas ayudantes del presentador. Se trataba de cinco chicas jóvenes y guapas, cada una con una simpatía especial. También eran bailarinas, y el número musical que llevaban a cabo al inicio del programa era para volver loco a cualquiera.

Pues allí estaban las mujeres, vestidas de calle y ojeando revistas. Nos miramos mutuamente y cogimos valor para pedirles que nos acompañaran a tomar unas copas, por eso de festejar el premio. Al principio se mostraron reticentes (lógicamente, no iban a salir con todos los ganadores del concurso), pero mis amigos y yo mostramos la mejor de nuestras sonrisas y logramos que tres de ellas accediesen. Lamentablemente, las otras dos alegaron planes preconcebidos, pero aún así íbamos a trasnochar con tres ángeles caídos del cielo.

Los seis jóvenes fuimos a un bar de copas en el que solía haber bastante ambiente cada noche. Nos sentamos en una mesa rodeada por tres sillones, las tres chicas enfrente de nosotros. Fui a la barra y pedí una ronda de cubatas.

Y a todo esto no he descrito a las bellísimas chicas que habían tenido la amabilidad de salir con nosotros. Una de ellas, Diana, era de origen francés, pero prácticamente no se le notaba el acento. Tenía el cabello largo y liso, y de color castaño claro. Era muy guapa de cara, y la verdad es que tenía un cuerpo para el pecado, con piel bronceada por el sol, unos pechos erguidos de buen tamaño y un culo un poco respingón que se antojaba duro y suave a la vez. Patricia, también castaña pero con el pelo ondulado, era quizá la más angelical de las tres, con una cara muy simpática, unos senos turgentes y de estilizada forma y un trasero suavemente redondeado. Por último, Anabel, de melena rubia y lacia hasta la mitad de la espalda, de piel pálida pero de buen color, era una chica delgada y con carita de niña pero con un cuerpo de escándalo en el que sobresalía una cinturita que ocultaba un culito respingón muy apetecible. Para no desentonar con los otros dos ángeles, sus pechos eran celestiales en la forma y generosos en tamaño.

Ante tal espectáculo de hembras, en mi cabeza se formaron pensamientos lujuriosos que intenté aplacar como pude. Sin embargo, Marcos me acompañó a la barra para mostrarme sus aviesas intenciones.

—Debes de estar bromeando –dije.

Mi amigo me mostraba un frasquito que contenía un poco de líquido. Cuando me explicó que se trataba de un afrodisíaco para caballos, no puede contener mi sorpresa. Agarró la bandeja con los cubatas y abrió el pequeño recipiente.

—Déjate de tonterías –le agarré del brazo—. Son personas, ¿sabes?

—Lo que tú digas, Dani; pero yo no pienso desaprovechar esta oportunidad.

La presión en el brazo cedió, así que Marcos se liberó y vertió el líquido sobre una de las bebidas. Cogió la bandeja y volvimos a la mesa.

Alex suspiró aliviado cuando Marcos y yo regresamos de la barra. Realmente, aquellas tres chicas le habían puesto muy nervioso. Tomó un vaso de la bandeja y los demás le imitamos. Al echar el primer trago, miré a Marcos y susurré:

—¿En qué bebida está?

El chico abrió los ojos y negó con la cabeza: había perdido la pista del vaso que contenía el líquido libidinoso. Me asusté, porque cualquiera de nosotros tres podría haberlo escogido.

Nuestras dudas se disiparon cuando, un tiempo más tarde, una de las chicas comenzó a encontrarse mal. Observé a Marcos y me asusté al comprobar la lujuriosa mirada que profesaban sus ojos. Diana, una morbosísima francesa de poco más de veinte años, mostraba un rostro enrojecido y brillante por el sudor: el potente afrodisíaco había hecho efecto.

La chica se disculpó y se dirigió al servicio de mujeres. Instantes después, Marcos se levantó y dio un rodeo hasta arribar al baño donde había entrado Diana.

Alex y yo continuamos hablando con las chicas, y la verdad es que cada vez me caían más simpáticas. De todas formas, entre trivialidad y trivialidad no podía dejar de mirar la puerta del servicio, esperando a que alguien apareciese por ella. No podía creer que mi amigo se estuviera beneficiando a una de las azafatas de nuestro programa favorito, pero cuando se abrió la puerta de los baños se despejaron todas mis dudas.

Diana salió del servicio con el pelo y la ropa revueltos. Se acicaló un poco y se acercó a la mesa.

—Lo siento, chicas, pero me tengo que ir –sus ojos brillantes parecían a punto de soltar lágrimas—. No me encuentro bien.

Sus compañeras se interesaron por el estado de la chica, y luego se ofrecieron a llevarla a casa. Instintivamente, yo también me ofrecí.

—No pensaréis ir solas por la calle a estas horas, ¿verdad? No te preocupes, Diana; yo te acompaño –las otras dos féminas me miraron extrañadas, pero no creo que les pareciese mal mi oferta—. Vosotras quedaros aquí y seguid hablando, que yo regreso de inmediato.

Ya sabía yo que, al fin y al cabo, a Patricia y Anabel no les apetecía perderse un rato agradable por "escoltar" a su amiga. Además, lo que yo había dicho sobre lo de ir solas a esas horas era muy razonable. Pasé la mano cariñosamente por los hombros de Diana y nos encaminamos a la salida. Miré atrás y vi salir a Marcos del servicio de mujeres. Me saludó con una sonrisa en los labios, y pude avistar el contorno de una mano impresionado sobre una de sus mejillas.

—Agradezco tu compañía.

En el camino hacia su casa me había hecho muy amigo de Diana, y creo que empezaba a caerle francamente bien. Aunque nos llevábamos pocos años, me trataba como a un niño, con mucha dulzura. Sin embargo, debí transmitirle la suficiente madurez como para contarme el objeto de sus lloriqueos; comenzó a relatarme lo sucedido en el bar entre lágrimas.

Entré en el baño y me refresqué la cara y el pelo con agua. Mi cuerpo ardía, tal vez había bebido demasiado. Volví a mojarme y me asusté cuando vi a alguien reflejado en el espejo.

Era uno de los chicos que nos habían invitado a tomar algo. Creo que se llamaba Marcos. Le sonreí nerviosa, y él también sonrió, pero su expresión daba casi miedo. Bajó la vista y pareció escrutarme todo el cuerpo. Me sentí incómoda, pero el chico continuó contemplando mi falda de cuadros para luego pasar a mi blusa anudada. De repente, posó ambas manos a los lados de mi cintura desnuda. Intenté zafarme, pero no me sentía con fuerzas. Mi cabeza daba vueltas, y empezaba a sentir un calor que me quemaba todo el cuerpo.

El tal Marcos se acercó y besó mi cuello. Un escalofrío me recorrió la espalda, y luego el chico volvió a besarme y deslizó las manos hacia mi trasero.

—Esta putita está que se funde… —susurró a mi oído.

Sentí que el cuerpo no me respondía, por lo que permanecí completamente inmóvil. Marcos me empujó bruscamente hacia el compartimento de uno de los servicios, y luego cerró el pestillo. Me apoyó contra la pared y me levantó la falda por detrás. Me saltaron las lágrimas cuando el chaval comenzó a bajarme las braguitas.

—Ummm… Me encanta… —Marcos olió la íntima prenda y la guardó en un bolsillo.

Estaba indefensa ante ese chico, y eso me producía una extraña sensación de calor. Era lo único que sentía: un ardor atroz que podía provocarme un desmayo en cualquier momento. Sin embargo, cuando el chaval se arrodilló y me subió la falda, descubrí que no sólo estaba acalorada: a mi pesar, estaba muy excitada.

Marcos ocultó la cabeza debajo de mi falda y comenzó a darme lametazos en las ingles. Las piernas me temblaron y mi sexo se lubricó en un instante. En ese momento deseaba, anhelaba que una lengua retozase sobre mi clítoris. El chico no se hizo rogar y abrió las paredes de mi ardiente coñito para, acto seguido, introducir la lengua en su interior.

Empecé a gemir como una hembra en celo. Las lamidas del chaval me provocaban intensas descargas de placer que me estaban transportando a otra dimensión. Casi por inercia deslicé las manos hacia mis pechos y acaricié mis ya erguidos pezones por encima de la blusa. Marcos dejó de lamer mi sexo y me dio la vuelta, casi aplastándome contra la pared.

—Tienes un conejito muy jugoso, Diana, pero la polla me va romper la bragueta como no la libere.

El excitado chico me puso las manos a la espalda y se bajó los pantalones. Estaba un poco asustada, pero algo en mi interior me impulsaba a abrir las piernas para facilitarle el camino. Marcos me ensartó de una forma tan brutal que grité de dolor.

—¡Diooos! ¡Qué coño tan maravilloso!

El chaval me taladró el chocho cuanto quiso. No puedo negar que no estaba disfrutando; de hecho, tras las primeras embestidas me corrí en un espectacular orgasmo. Cuando mi cuerpo se tranquilizó, la mente pareció aclarárseme.

Marcos dejó de follarme y me volteó. Me obligó a ponerme de rodillas para que se la chupara. Negué con la cabeza, desorientada. El chico pareció sorprenderse, pero rápidamente sacó un billete de 500 € y lo metió en mi blusa.

—Tendrás que hacerme una mamada espectacular si quieres otro de estos.

Súbitamente, mi cabeza se despejó. La excitación y el calor habían disminuido, por lo que ya podía pensar con más claridad. Me levanté y sacudí al chico con la mano abierta. Tiré al suelo el billete y agarré las bragas que sobresalían de uno de sus bolsillos. Tras ponérmelas, salí del baño.

Me encontraba en casa de Diana. Había aceptado el ofrecimiento de subir a su piso, y sin ningún tipo de pensamientos calenturientos. Quizá en otra ocasión hubiera tenido como objetivo conseguir follarme a esa preciosidad, pero en ese momento la chica necesitaba un amigo más que un amante.

Diana abrió su corazón de forma sincera, lo que me pareció un detalle formidable. Creo que logré consolarla, pues al cabo de media hora me pidió que regresara a la discoteca.

—Ya te he amargado suficientemente la noche.

Accedí a la petición y abandoné el apartamento de la azafata. Pensaba que me había vuelto loco por no aprovechar la oportunidad de tirármela, pero realmente tenía ganas de escuchar la versión de Marcos sobre lo acontecido en los servicios.

Llegué al bar de copas y busqué a mis conocidos. En la mesa donde los había dejado me encontré con una escena sorprendente: Alex, el tímido adolescente, estaba metiéndole mano a una de las chicas. Bueno, la verdad es que Anabel, la azafata rubia, era la que acosaba a mi amigo.

Desconcertado, me acerqué a la pareja y pregunté por Marcos.

—Se ha largado con la otra chica –contestó Alex con una sonrisa nerviosa.

La explosiva rubita que se acurrucaba contra el cuerpo de mi amigo me deleitó con una expresión infantil que, debo admitirlo, me produjo una erección instantánea.

—Patri se lo ha llevado a su casa –susurró Anabel.

En ese momento blasfemé contra Marcos; no podía creerme que intentase abordar al segundo ángel de la noche. El chaval tenía iniciativa, de eso no me cabía la menor duda.

Jadeante, me frené ante el portal del edificio. Anabel había sido muy exacta al darme la dirección de su amiga, aunque bien es cierto que quedaba muy cerca de la disco. Permanecí parado unos instantes mientras pensaba qué iba a hacer.

Emprendí la marcha cuando un vecino salió del piso. Aproveché la situación y adentré en el edificio, dirigiéndome con celeridad hacia el apartamento de Patricia. Me posicioné enfrente de la puerta y me detuve. Iba a llamar, pero descubrí algo

Estaba abierto. Empujé lentamente la entrada y penetré sigilosamente en la casa. Capté un sonido de voces proveniente de una habitación, y hacia ella me dirigí. La puerta del cuarto también estaba entreabierta, así que deslicé la mirada hacia el interior.

Allí estaban los dos. Marcos reposaba sobre un amplio sillón cerca de la cama, y parecía que su rostro se iba a desencajar por la ansiedad. No era para menos: Patricia, la tremendísima azafata de nuestro concurso preferido, paseaba por la habitación luciendo el escueto atuendo del programa. El vestido consistía en un conjunto rojo muy minimalista, con una minifalda cortita y ajustada y un top-sujetador que torneaba maravillosamente la excelsa delantera de la chica.

Mi polla creció hasta límites insospechados ante tal visión. Contemplé la escena como si de un salido voyeur se tratase. Patricia se contoneó delante de mi afortunado amigo, ofreciéndole un espectáculo alucinante. Se apoyó en el borde de la cama y mostró el trasero en todo su esplendor mientras flexionaba las rodillas.

—¡Ufff! Me voy a correr como sigas haciendo eso, putita —el chico abrió las piernas y posó las manos sobre ellas—. Ven aquí.

La angelical chavalita se arrodilló frente a Marcos y le acarició las piernas. Mi amigo metió una mano en el bolsillo e insertó un billete de 500 euros entre los redondeados pechos de Patricia.

—Esto es sólo un adelanto –el desquiciado chaval juntó las manos en su nuca –. Ahora enséñame lo zorra que eres.

Cuando Patricia, una chica de la que cualquiera se podría enamorar por su simpatía y atributos, comenzó a desabrochar la bragueta de mi amigo, dejé de contemplar la escena y salí del apartamento con mi virilidad completamente alzada.

No alcanzaba a comprender el porqué de mi huída. Quizá el hecho de que la situación resultaba peligrosa para cualquier tipo de acto sexual hizo que abandonase el lugar. Dicho de otro modo: creo que habría sido muy violento y arriesgado masturbarme con aquella escena.

Aparqué mis remordimientos cuando vi pasar a Alex y la azafata rubia por la calle de enfrente. Me oculté un instante y luego decidí seguir a la pareja: intuía que el destino me estaba concediendo una nueva oportunidad de ser un voyeur .

Cuando Anabel y mi amigo adentraron en un parque supuse que mis pensamientos iban a convertirse en realidad. Me escondí tras unos matorrales y contemplé como los jóvenes se sentaban en un banco y empezaban a besarse.

Nunca habría creído ver a Alex comiéndole la boca a una chica como Anabel, pero pronto comprobé que la rubita iba a ir más allá. Se arrodilló lentamente delante del chaval y le bajó el cierre de los vaqueros. Vi en la cara de Alex una expresión parecida al miedo, pero o mucho me equivocaba o dentro de muy poco experimentaría uno de los mayores placeres que una chica puede dar a un hombre.

No pude evitar un deseo de pajearme cuando Anabel le quitó los pantalones a mi amigo y observó su verga mordiéndose el labio inferior. Alex tenía la polla a medio gas, un hecho totalmente sorprendente que sólo podía justificar una ansiedad ante la situación. Sin embargo, la rubita no se reprimió y acarició el sexo del adolescente. No tuvo que esperar mucho para tener ante sus ojos una auténtica polla erecta que no dudó en lamer.

Casi pego un grito al notar algo en mi cuello. Estaba tan extasiado ante los preámbulos de la mamada que no me había percatado de la presencia de Diana. Y no sólo eso: la francesa me estaba besando en el cuello.

—Hola —me susurró—. ¿Estabas espiando a la parejita?

Sin darme tiempo a contestar, la chica introdujo su lengua en mi boca con ardiente pasión. Mis manos fueron a su culo para luego trasladarse a sus pechos. Diana me calentó sobremanera cuando puso su mano sobre mi paquete y me instó a contemplar la escena.

Anabel tenía una carita de niña que daba un morbazo impresionante, por lo que no creía que Alex aguantara mucho más. La rubita succionaba la verga del muchacho muy lentamente, soltando saliva alrededor del capullo y mirando a los ojos de mi excitadísimo amigo. Con una mano le acariciaba los huevos, y la otra empezaba a acercarse paulatinamente hacia el interior de su falda.

Me zozobró el corazón cuando mi móvil empezó a sonar. Anabel dejó de practicarle la exquisita felación a Alex, y éste se volvió hacia mi posición. Diana, por su parte, saludó nerviosa a su amiga.

—¿Qué… qué hacéis aquí?

Alex recobró la conciencia y se subió los pantalones. Me dedicó una mirada fulminante que me obligó a bajar la cabeza. Mientras Diana procuraba excusarse con su compañera, contesté al teléfono.

— ¡No te puedes ni imaginar a quien me acabo de follar! No, no lo pienses; ¿te acuerdas de Patricia, la azafata del pelo ondulado? ¡Me la he tirado, chaval! ¡Y no te puedes ni imaginar lo súper-buena que está la zorrita!

Mi amigo Marcos no me dejaba ni pronunciar palabra. Por otra parte era lógico después de su gesta, pero la verdad es que yo seguía pensando en Alex: le había decepcionado, le había jodido una mamada brutal. Tenía claro que debía compensarle de alguna manera.

—Oye, dices que estás en casa de la piba, ¿verdad? Pues espérate que voy para allá.

Colgué, y luego me di cuenta de que mis tres acompañantes me miraban atentamente. Diana se me acercó.

—¿En qué has pensado, Dani?

Tragué saliva y observé a Alex y Anabel, que también estaban cerca.

—Creo que todos lo sabéis. Ahora bien, ¿aceptáis?

Marcos abrió la puerta embutido en un albornoz. Abrió los ojos como platos cuando vio a mis acompañantes.

—Y sin dinero, chavalote.

Palmeé la espalda de mi amigo y entré en la casa. Alex, Anabel y Diana también adentraron en el piso. Esta última cerró la puerta y miró fijamente a Marcos.

—No te guardo rencor, pero no vuelvas a utilizar drogas… por favor.

La chica besó en la mejilla a Marcos, y éste sonrió. Luego todos entramos en el dormitorio.

—Patricia se está duchando, pero enseguida termina. Poneos cómodos.

Las dos azafatas se sentaron sobre la cama y yo me quedé de pie junto a Alex.

—Oye, tío, siento lo de antes

—No pasa nada —sonrió—. No te preocupes.

—Supongo que sabrás lo que va ocurrir en esta habitación

Alex me abrazó con una sonrisa en los labios.

—Gracias.

Marcos se acercó a nosotros y comentó:

—Joder, tíos; ¿de verdad que nos vamos a montar una orgía con estos ángeles? —nuestro amigo y yo asentimos alegremente—. Dani, no sé cómo cojones te lo has montado, pero eres el puto amo.

Agradecí a Marcos sus alabanzas, pero nos interrumpieron las chicas.

—Patri está duchándose en la otra habitación, ¿no? Pues vamos un momento a avisarla.

Las chicas se fueron y mis amigos y yo nos tumbamos en la cama: el cielo nos esperaba.

La puerta de la habitación se abrió y Diana, Anabel y Patricia, tres ángeles en la tierra, aparecieron embutidas en las ceñidas prendas rojas del concurso del que eran azafatas y bailarinas. Marcos ya había asistido a la exhibición de una de las chicas, pero el efecto conjunto del trío de féminas le produjo el mismo efecto que a Alex y a mí: las miramos embobados con una empalmada de proporciones históricas.

Patricia puso en marcha la minicadena y las chicas nos deleitaron con la sexy coreografía del programa. Marcos, que era el único que ya se había corrido aquella noche, no se demoró y tiró el albornoz por los aires. Completamente desnudo, empezó a pajear su polla erecta. Alex se desnudó poco después, y yo tampoco tardé demasiado.

Mis amigos y yo ya estábamos desnudos, pero sólo se masturbaba Marcos, porque tanto Alex como yo estábamos a punto de estallar. La azafata rubia se acercó contoneándose a mi más joven amigo y le pasó el trasero por el rostro. Alex babeó, y los ojos se le salieron de las órbitas. Anabel, la misma que se la había chupado en el parque, frotó su culito respingón sobre la polla de mi amigo, y creí que empezaría a disparar chorros de leche sin más dilación. Pero no fue así, y la joven rubita se arrodilló frente al chaval y lamió la punta del capullo. Recorrió con su lengua la superficie de la verga de Alex, y el pobre no aguantó ni un segundo más: se corrió escandalosamente, gimiendo y soltando borbotes de esperma sobre el rostro de Anabel, que reía e intentaba engullir de nuevo la palpitante polla del chico.

Pues yo era el único que quedaba en correrse aquella noche, por lo que mi amiga Diana acudió en mi ayuda. Me empujó y me tumbó sobre la cama, y con una mano me impidió izarme. Con la mano restante comenzó a masturbarme con maestría, lo que me produjo un escalofrío de gusto que se acrecentó cuando metió en la boca el capullo de mi verga mientras continuaba pajeándome. No hizo falta que succionase demasiado, porque el esperma brotó a presión de mi polla y casi atragantó a la francesita, que tuvo que dejar caer algunos restos por la comisura de los labios. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos.

Marcos estaba caliente, así que se levantó y fue a por el único ángel que le faltaba por follarse: agarró a Anabel por detrás y le apretujó los senos. La joven rubia respondió intentando alcanzar con una mano la polla del chico, y éste avanzó en su conquista liberando del top los suaves pechos de la azafata. Marcos retorció los pezones hasta provocar dolor, pero Anabel comenzó a sentirse muy excitada, por lo que comenzó a acariciarse por debajo de la falda. Mi amigo la disuadió empujándola contra la pared.

Diana ya se me había quitado de encima, y en ese momento jugaba con la flácida polla de Alex en pos de una pronta recuperación. Yo me levanté y Patricia se acercó a mí. La agarré de la cintura y mostré la mejor de mis sonrisas.

—Hola, guapa. ¿Sabes que eres bellísima? —mis manos se introdujeron por debajo de su falda hasta llegar a tocar un fino tanguita—. Eres una linda flor —le besé el cuello mientras ella suspiraba y cerraba los ojos —. ¿Quieres que te riegue, mi linda florecilla?

Mi jocoso comentario provocó la hilaridad en la chica.

—Desde luego sabes tratar a las mujeres

Pasé a la acción bajándole de improviso su diminuta braguita. Me la llevé a la nariz e inspiré. Patricia rió alegremente y se apretujó contra mi pecho.

—Eres muy guarro

Dejé caer el tanguita y metí mi cara entre los turgentes pechos de la azafata. Patricia se dejó hacer y me acarició el pelo. Luego facilitó mi tarea desabrochándose el top.

—¡Esto es el paraíso!

Simplemente, en ese momento me pareció que Patricia tenía unas tetas perfectas, y me lancé como un loco a lamer sus pezones y estrujarlos con los dedos. El suave tacto de los pechos de Patricia hizo que mi polla volviese por sus fueros.

A todo esto, Alex contemplaba a Marcos y Anabel mientras Diana le ponía a tono la verga. Su amigo se estaba follando a la rubita por detrás mientras le manoseaba las tetas, por lo que no tardó mucho en volver a empalmarse.

—Ya te has despertado, amiguito.

Diana dejó de chuparle la polla y se quitó los corchetes de la falda. Acto seguido, hizo lo mismo con el tanguita rojo, mostrándole a Alex una rajita depiladita y estrechita.

—Túmbate.

El adolescente obedeció y dejó que la hembra se colocase sobre él. Diana frotó su húmedo chochito contra su polla, lo que hizo que la erección le aumentase aún más, si cabe.

—Baja ya, por favor.

Diana se dejó caer sobre la verga del chaval, y acertó de pleno. Estaba lubricada, por lo que el polvo resultaba muy placentero. La chica se liberó del top y colocó las manos del chico sobre sus sugerentes pechos.

Al mismo tiempo, Marcos daba embestidas tan fuertes que el coño de Anabel ya estaba casi tan rojo como la vestimenta de la azafata. La chica le pidió que parase un rato, pero mi amigo quería continuar.

—Abre más las piernas.

El salido chaval despojó a la muchacha de su falda, y la rubita decidió facilitarle el camino: ya sabía lo que se proponía su amante.

—Despacito… por favor —susurró Anabel.

Marcos mojó un dedo en el palpitante chocho de la chica y procedió a introducirlo por su sonrosado ano. Entró a la perfección, lo que le hizo atreverse de inmediato con dos dedos, y luego con tres. Colocó la polla en la entrada del orificio y presionó. Cuando entró el capullo, Anabel gimió. Marcos penetró más profundamente en el culito de la rubita y empezó a bombear.

Yo, por mi parte, me mostré generoso con la angelical Patricia y, después de desnudarla por completo, la hice tumbar en la cama y me arrodillé ante su entrepierna. Abrí con los dedos su dulce conejito y lamí los pliegues de su sexo. Patricia cerró los ojos y comenzó a gemir, y yo me dediqué a penetrarla con dos dedos y succionar tiernamente el clítoris.

A mi lado, Diana saltaba sobre Alex en un polvo espectacular. El chaval la agarraba de los pechos e intentaba disfrutar al máximo.

—¡Me corro, me corro! –gritó Alex.

Diana se bajó de la cama y se arrodilló ante el chico, que se había levantado. La francesita juntó los pechos y abrigó su polla en una cubana sin duda muy placentera. Alex derramó su leche sobre los suaves senos de la azafata.

Cerca de la pareja, la angelical rubia llamada Anabel se corrió como una colegiala. Empezó a chillar cuando sintió un escalofrío de gusto que se extendía desde su ano hasta todas las partes del cuerpo. Marcos se sintió en la gloria cuando la chica tensó los músculos del ano debido al orgasmo.

—¡Madre míaaa!

Mi amigo sacó la polla del orificio y se corrió sobre las nalgas de la rubita. La expresión de placer que le adornaba el rostro era similar a la felicidad que irradiaban las facciones de la satisfecha Anabel.

Me alegré un montón cuando Patricia se corrió dulcemente en mi boca. Su chochito comenzó a palpitar y humedecerse, y los pezones se le endurecieron a la vez que se le volvía la piel de gallina. Me volvió a acariciar el pelo brindándome una sonrisa de felicidad.

Excitado, me incorporé sobre su cuerpo y la besé cariñosamente. Mientras juntábamos nuestras lenguas la penetré poco a poco hasta que mi verga entró del todo. Patricia gimió y sonrió. Aumenté el ritmo y empecé a follarme ese enloquecedor coñito.

Marcos y Alex, exhaustos, decidieron tumbarse en el suelo y descansar. Anabel y Diana se acercaron y comenzaron a charlar cerca de Patricia y de mí.

Estaba echando un polvo espectacular. El coño del ángel era celestial, así que decidí poner a la chica de lado y seguir follándola. Cuando cambié de posición, capté un trozo de la conversación que mantenían Anabel y Diana.

— …gracias, pero no me hagas esperar, estoy que me fundo —susurró Diana a su amiga.

Mis ojos se desencajaron cuando la francesita se tumbó en el suelo y abrió las piernas. Anabel se agachó y hundió la cara en la entrepierna de su compañera.

Ante tal visión, era lógico que me el semen quisiera salir de inmediato al exterior. Saqué la polla de la excelsa rajita de Patricia y ésta, por iniciativa propia, se arrodilló para practicarme una mamada.

Los labios de la azafata se juntaron sobre mi verga y succionaron toda la superficie, dedicando algunos mordisquitos en el capullo. Sus ojos grandes y expresivos se clavaron en los míos, y esa visión me excitó sobremanera.

—Se me ha ocurrido una idea.

Diana y Anabel se acercaron sonrientes. En ese momento estaba con la polla a punto de explotar ante tres ángeles desnudos, feliz de mí.

—Se me ha ocurrido una idea —repitió Diana—. Agáchate, Anabel.

Las dos chicas se arrodillaron junto a Patricia, que había dejado de chupármela. Diana y Anabel sonrieron y juntaron las manos a la espalda.

—Disfruta, Dani.

Patricia me lamió la polla y me apretó los huevos. Gemí, y la chica procedió a pajearme. Entre jadeos de felicidad, empecé a soltar chorros de semen que inundaron los rostros de las tres azafatas. Patricia continuó agitándome la verga hasta que dejé de correrme, momento en el que mi dulce Patri se apartó y Diana y Anabel se pelearon por lamer mi satisfecha polla.

Dedicado a todos los ángeles de la Tierra. Os admiro, chicas.