Angeles

Marta y María prosiguen con la educación de Miguel como cerdito y deposito de sus necesidades fisiologicas.

Desde el día en que María y Marta me llevaron a la pocilga para convertirme en su cerdo no había vuelto a ver a la amiga de mi mujer.

Mi mujer se había convertido en verdadera dueña de mis actos, y yo en el cerdo que se esperaba que fuera. Las relaciones sexuales entre ambos eran una mezcla de lujuria por su parte y de sumisión por la mía esperando siempre que Marta se dignara regalarme un pedo, una meada o una cagada.

Marta, cara al exterior, seguía siendo la feliz y educada esposa del profesor de termodinámica de la universidad, pero de puertas adentro, cada día se mostraba más como una mujer a la que le gustaba el sexo sucio y capaz de someterme a las mayores humillaciones.

  • Miguel – me dijo aquel sábado por la mañana – María nos ha invitado a comer a la casita del bosque. ¿Te apetece?

  • Claro – contesté – Si te apetece a ti... sabes que me apetece a mí.

  • Entonces iremos. Es mañana. Pasaremos el domingo allí.

Aquel sábado no permitió que la tocara. Se puso la faldita corta de cuero, una camiseta, unas botas de tacón, también de cuero negro y unas medias de rejilla, como era de esperar no se puso bragas. Sabía lo mucho que me excitaba verla así vestida, pero no permitió que me acercara a ella en absoluto. Para comer y para cenar preparó legumbres y verduras. Era como si quisiera tenerme caliente para el domingo. También se mostró muy recatada en cuanto a las necesidades fisiológicas.

Todo aquello me hacía pensar que algo iba a suceder.

Por la noche, en la cama, intenté acercar mi rostro a su culo, como solía hacer últimamente, esperando un pedo de buenas noches, pero solo logré que me apartara. No lo hizo con malas formas, pero dejo claro que por la noche tampoco obtendría nada de ella.

Buenos días cariñín, vamos despierta... María nos espera...

Mmmmmm – mientras despertaba solté un pedo mañanero.

Su reacción fue inmediata.

Ni se te ocurra cagarte. Solo voy a permitir que mees. ¿Me has entendido?

Sus primeras palabras cariñosas se habían convertido en secas y autoritarias. Además sabía lo mucho que me jodía porque yo tenía por costumbre cagar por la mañana al despertar.

Duchados y desayunados cogimos el coche. Le pregunté si teníamos que recoger a María.

No, ella nos espera desde ayer en la casita del bosque. Además, como le cuento lo bien que te portas como cerdito, te ha preparado un regalo. Verás como te gusta.

Antes de subir al coche la miré. Me encantaba su pelo corto y su carita inocente. Llevaba una falda plisada blanca, una camisa y unas deportivas.

¿Te has puesto bragas? Me atreví a preguntar.

Por supuesto. Mira, son de algodón. Se levantó la falda al tiempo que lo decía y vi unas braguitas blancas cubriéndole las nalgas.

Bueno, deja ya de mirar y sube al coche. Tenemos que irnos.

La idea de la sorpresa rondó por mi cabeza durante todo el trayecto. Llegamos con el coche hasta el final del camino y luego nos dirigimos a pie hasta la casita de la que sólo conocía la pocilga. El día que estuvimos allí sólo me mostraron eso. No necesitaban nada más para satisfacer sus necesidades y terminar de convertirme en un cerdito bueno.

Al llegar, María salió a recibirnos. Tampoco iba nada sexy. Llevaba unos pantalones vaqueros ajustados y una camisa.

Hola Miguel, ¿Qué tal Marta?

Nos dio un beso a cada uno.

Vamos pasad... pasad...

Yo cada vez estaba más desconcertado.

Tu no conoces la casa Miguel. Ven que te la enseño.

Me condujo por las diferentes dependencias, no era una casa grande, estaba bien cuidada, limpia y amueblada de forma un tanto rustica.

Ven Miguel. Aquí está la terraza.

Marta y yo salimos a la terraza tras ella.

Y...

Allí estaba Ángeles.

Vestía una falda blanca también, por encima de las rodillas, y una camiseta roja con una frase en inglés escrita con letras blancas: You want this (Tu deseas esto). Era pelirroja, media melena, ojos marrones, boca grande, debía medir 1.70, y no estaba gorda pero sí bastante rellenita. Sus tetas eran grandes como dos melones y sus caderas anunciaban que si se daba la vuelta aparecería un buen trasero con hermosas y grandes nalgas.

Precisamente, lo primero que hizo después de las presentaciones y los besos de rigor fue darse la vuelta y preguntarme:

¿Te gusta?

La falda, a la altura de las nalgas, presentaba otra frase, esta vez en letras rojas: This is better (esto es mejor).

Una falda muy original. Contesté.

No me refiero a la falda, me refiero a mi culo

Magnifico. Respondí poniéndome rojo como un tomate.

Si es cierto lo que me han contado de ti, lo probarás.

Creo que es hora de tomar asiento, dijo María.

La mesa, de madera maciza, estaba bajo el porche. Cabíamos ampliamente los cuatro. A mí me correspondió sentarme frente a Ángeles. María había preparado una ensalada de judías, con atún y verduras, para beber había una jarra de agua.

¿Puedo ir al baño? Pregunté.

No puedes. Contestó Ángeles. Además quiero que me digas para que quieres ir.

Sus ojos estaban fijos en los míos ordenándome que contestara. A mi no me salían las palabras.

Ángeles es la verdadera dueña de la pocilga. Intervino María. Cualquier cosa que desee debemos cumplirlo.

Quería mear antes de comer y ver si podía soltarme algún pedo. Marta no me ha dejado cagar esta mañana. Me atreví a decir.

A partir de ahora sólo cagarás, mearás o te pedorrearás en mi presencia y pidiendo permiso. Yo lo haré cuando desee. ¿Entiendes?

Dame tu plato.

Se lo alargue. Lo puso en el borde del lado de su mesa. Se dio la vuelta. Levantó su falda. Un culo con unas preciosas y firmes nalgas apareció ante mí. Se las separó con sus manos y un ruidoso y largo pedo fue a parar sobre mi plato.

Ahora puedes comer.

Marta y María contenían sus risas.

Me han dado muy buenos informes sobre ti – volvió a la carga Ángeles mientras los cuatro estábamos comiendo las judías - ¿Te excitan más mis nalgas o mis tetas?

Tu culo.

¿Te gustan los culos limpios o sucios Miguel?

Creo que los sucios.

Habíamos terminado las judías. María fue a por más agua y a por los postres.

Unas preciosas fresas con nata aparecieron sobre la mesa, pero solo para ellas tres. Ni se me ocurrió preguntar porque no me correspondía postre a mí.

¿Te gusta que huelan? Dijo mientras deslizaba una fresa en su boca.

Me encanta.

¿Qué huelan a mierda?

Marta y María eran testigos mudos del dialogo.

A mi se me estaba poniendo dura.

Yo no sabía que contestar.

Marta intervino:

Le gusta el olor de los pedos y si son con un poco de escape de caca le gusta limpiarla con la lengua. Lo hace cada noche cuando nos acostamos. Claro que no todas las noches le doy caquita que limpiar, sería malcriarlo.

Muy bien... Muy bien... Marta, veo que vas aprendiendo las lecciones.

Se me puso la verga dura del todo.

Seguía con ganas de mear y el vientre presionándome.

¿Sabes porque no te han traído fresitas a ti?

No

Marta me contó que en un restaurante lamiste sus bragas como postre.

Si, es cierto. Fue al principio de mi educación como cerdo.

María ¿cuánto tiempo hace que llevas las bragas puestas?

Dos días Ángeles.

¿Te has limpiado después de cagar o de mear María?

No, Ángeles, están a punto para pasar por la lavadora.

Ángeles soltó una carcajada.

Tu culo me imagino que también necesita un buen repaso cerdita.

Imaginas bien, Dueña.

Dale las bragas como postre a Miguel. No quiero que piense que lo tratamos mal.

María se levantó, se desabrochó los vaqueros y se los estaba bajando cuando hablé de nuevo.

Ángeles. No puedo más. Necesito mear.

Pues mea hombre, mea, no te prives, estás en confianza.

María se había quitado los vaqueros y me enseñaba sus espléndidas piernas. Sus bragas también eran de algodón blanco. Se puso de espaldas a mí enseñándome la parte trasera de su prenda interior, estaban ligeramente manchadas de un color marrón y fue bajándoselas.

Ángeles, por favor... me estoy meando. Si no permites que se me baje la polla no voy a poder mear.

Las bragas de María ya estaban frente a mí.

Eso es un problema tuyo cerdito. Lame el postre.

No debía hacer mucho que María había usado su ojete, algunas de las manchas todavía estaban húmedas.

Mi lengua se paseaba por ellas intentando dejarlas en mejor estado.

¿Saben bien Miguel? - Preguntó Marta - Pásate una fresa por el ojete María, seguro que Miguel agradecerá que la fruta acompañe tus bragas.

No contesté. El olor y el sabor de aquellas bragas me impregnaba. La polla me dolía y quería mear desesperadamente. Miré a Ángeles de forma suplicante. Debió entenderme porque me dijo:

No tienes porque privarte de mear, estás en confianza, incluso puedes soltar un pedo, uno solo, si esto te alivia.

Mi lengua había lamido todo lo posible la prenda de María. Los restos que quedaban era evidente que no podría hacerlos desaparecer. La fresa que me alargó María por sugerencia de Marta también estaba impregnada de un poco de mierda marrón. Sólo quedaba deslizarla en mi boca y así lo hice. Mis ojos se giraron hacia la amiga de mi esposa en señal de agradecimiento.

Por fin sucedió. Pese a estar empalmado un tímido chorrito de pis salió de mi pene, le siguió otro, mi cara debía estar demudada, era el centro de atención de aquellas tres cerditas. El chorro se estaba haciendo imparable y mojaba por completo mis pantalones vaqueros. Levanté un poco el culo y expulsé una ventosidad rugiente y apestosa, supongo que me manche un poco el slip. El chorro de pis fue disminuyendo y al fin acabó.

Así me gusta Marta. Veo que has educado muy bien a tu cerdito. Lo ha hecho exactamente cuando yo deseaba y solo se ha soltado un pedo como le dije. Dime Miguel...

Ángeles no terminó la frase. Las judías debían estar haciendo su efecto y Marta y María soltaron al unísono un gran pedo.

¡Cerditas! ¡Dejad algo para el final!. Cómo te decía Miguel... ¿Te gustaría lamerme el culo? Yo no llevo bragas que ofrecerte.

Después de la meada mi polla había vuelto a su estado de dureza, diría incluso que la tenía más gruesa de lo normal. Y supongo que el pedo hizo que el movimiento de tripas se convirtiera en unas enormes ganas de cagar.

Nada me gustaría más Ángeles. Pero no querrás ofrecérmelo limpio ¿Verdad?

Estoy admirada Marta de la educación de tu cerdito. Miguel – dirigiéndose luego a mí – eso tiene fácil solución. ¿Cómo te gustaría verme cagando? A un chico tan bien educado como tu debe ofrecérsele algún premio.

Me gusta ver como las mujeres os levantáis la falda, os bajáis las bragas y luego de cuclillas dejáis caer el chorizo.

Marta, dame tus bragas, tu marido debe ser complacido.

Ángeles, me estoy cagando y ya llevo los pantalones mojados de pis.

Eso no me importa Miguel. No va incluido en el premio. Dame las bragas Marta.

Sabía que si me movía del asiento me cargaría encima.

Marta se quitó las bragas, se las dio a Ángeles y mientras esta se las ponía subió a la mesa. Se puso de cuclillas con el culo pegado a mi nariz, separó las nalgas con las manos y noté un vientecillo caliente, silencioso, con un fuerte olor dirigido a mi nariz, luego dos gotitas de mierda clarita cayeron frente a mi sobre la mesa.

Se ve que las judías me están haciendo efecto amor. ¿Quieres más?

Ángeles, que ya se había puesto las bragas de Marta, la cortó de forma seca:

Repórtate Marta. No te corresponde todavía. Aprende de María.

Perdón Ángeles, pero es que a mí también me aprieta.

No me importa. Una cerdita, hasta llegar a dueña de la pocilga debe respetar la jerarquía y de momento la dueña soy yo.

Al hablar, Ángeles, sabía poner a cada cual en su sitio.

Marta bajó de la mesa y la miré a los ojos. Su cara la delataba. Estaba haciendo verdaderos esfuerzos para contenerse. Luego miré a María. Su cara era la viva imagen de la lubricidad. Al volver de nuevo la vista al frente vi de nuevo las dos gotitas de mierda clara que había depositado mi mujer frente a mí y los ojos de Ángeles mirándome fijamente.

Seguro que no te conformas con estas dos gotitas cerdo. Dime que desearías de mí.

No lo sé Ángeles. Antes te dije como me gustaba ver a las mujeres defecando.

Lo tendrás, eres muy marrano y te lo estás ganando a pulso pero quiero que seas muy explicito. Me encantará hacer lo que me pidas.

Fuera del porche se hallaba un olivo. Mis ojos se dirigieron a él.

Me gustaría ver como obras junto al olivo. Ver como cagas frente a nosotros como si quisieras esconderte pero dejando que te viéramos. Y otra cosa: Todavía no te he visto el coño.

Ángeles se puso de pie. Se levantó la falda y con una mano se bajó un poco las braguitas.

Míralo

Los pelos de su coño también eran rojizos, abundantes, salvajes, lo llevaba sin arreglar. Sus muslos se apretaban a su alrededor y le daban un aspecto apretado.

Veo que te gusta apreciar todos los detalles. Has comenzado a calentarme. Te has ganado un entremés.

Sin abrir las piernas, se paso un dedo por su sexo. Estuvo moviéndolo en su interior por un momento y cuando lo sacó estaba brillante por la humedad.

Chúpalo – dijo ofreciéndomelo.

Mi boca lo saboreó con fruición y mi polla estaba completamente inflada y tiesa. Sentía un intenso deseo de ver como aquel magnifico ejemplar de marrana hacía sus necesidades frente a mí.

Retiró su dedo de mi boca y fue hacia el olivo. De espaldas a nosotros me miró volviendo su cabeza.

¡Voy a cagar para ti!

Se escondió tras el árbol, y cuando ya esperaba quedar decepcionado, vi como sobresalía el culo, unas manos se subían la falda y se bajaban las bragas hasta las rodillas. Vi como se ponía de cuclillas y oí una voz que decía:

Esto seguro que no te lo esperabas cerdito.

Acto seguido un cagarrito delgado se descolgaba de entre sus nalgas e iba a parar a las braguitas a medio bajar. El choricillo era relativamente pequeño y no cayó hasta el suelo. Permaneció en la tela. De nuevo se levantó, subió las braguitas con el presente dentro y volvió a desaparecer tras el olivo.

Acabo de aplastarlo en mi culo – volví a oír – Como ves quiero que el regalo sea completo. Cuando lamas mi ojete no estará limpio. Me pediste que te ofreciera un culo sucio. Yo cumplo lo que prometo.

En el próximo relato os contaré como terminó el domingo en la casita de la pocilga.