Ángela

Para conmemorar el décimo aniversario de la publicación del primer capítulo de Niña Lucía, publico este pequeño relato erótico para aquellos que aún la recuerden. Gracias.

Pequeña secuela de la saga de Niña Lucía: http://todorelatos.com/relato/59711/

Hace diez años iniciaba un proyecto en Todorelatos: “Niña Lucía”. Los resultados obtenidos superaron cualquier tipo de expectativa que me pudiese haber marcado y aún hoy me encuentro con lectores que recuerdan la serie. Tal vez como regalo para ellos o, incluso como regalo para una serie que tanto me ha dado en esta página, he querido conmemorar su décimo aniversario con esta pequeña secuela/spin-off que escribí hace mucho tiempo y que nunca publiqué en esta web. Pero creo que es de justicia que pueda leerse aquí y por eso, y para conmemorar los diez años del primer relato de Niña Lucía, lo mando a TR.

Gracias a todos, de verdad.

2 de julio

Vamos, Angie… no puedes estar toda la vida en cama por lo de Lucía. Tienes que superarlo…

Una lágrima descendió por la mejilla de Ángela, en ella, parecían reflejarse sus recuerdos.


7 de junio. Cuatro semanas antes.

Ángela abrió los ojos repentinamente, saliendo al instante del sopor en que la había sumido la pequeña siesta que se había querido tomar en el salón de su casa.

Estaba apenada por la muerte de Joan, y llevaba dos días intentando sacar del bache a su amiga. Era la primera tarde que estaban separadas desde la muerte del joven, pero tanto ella como Lucía necesitaban un poco de descanso.

Sin embargo, en ese instante Ángela sintió un pinchazo en su corazón que la hizo despertar, un pequeño ramalazo de angustia que le hizo un nudo en la garganta, y con ello llegó una palabra que se formaba en su mente: “Lucía”.

Buscó su móvil por la habitación y marcó el número de su amiga. El frío y mecánico “El número que ha marcado está apagado o fuera de cobertura” fue la única respuesta a su temor. Llamó insistentemente a casa de Lucía, pero nadie cogía el teléfono.

“Tranquilízate, Ángela, seguro que se ha ido a tomar algo al bar de sus padres… es la primera tarde que no estás con ella desde lo de Joan y eso te vuelve algo psicótica...”

La joven trataba de tranquilizarse a sí misma, con poco o ningún efecto. El corazón le latía desbocado en su generoso pecho cuando salió de casa a la carrera. El corto camino de su casa al bar de los padres de Niña Lucía jamás le había parecido tan angustiosamente largo.

–¿Así que Lucía está sola en casa? –La joven intentó que no se notase cómo la preocupación iba creciendo en su interior

–Sí… sí… había mucha gente en el bar y he llamado a Luna para que se viniera a echarme una mano. A Lucía le vendrá bien descansar un poco. –aclaró Jorge, el padre (o quien Ángela creía que era el padre) de Lucía.

–Cariño –interrumpió la madre–, ha bajado un poco la clientela, casi que voy a volver con Ángela. Seguro que Lucía está durmiendo y por eso no coge el teléfono, pero le hará bien estar juntas.

La voz de Luna quería sonar decidida, pero la joven amiga de su hija notó que ni ella misma se creía lo que acababa de decir.

Aunque no lo exteriorizaran, ambas sabían que la otra estaba aterrorizada.

La mano de Luna temblaba al abrir la puerta de la casa.

–¡Luci!

–¡Lucía! ¿Dónde estás? --Ambas comenzaron a llamar nada más traspasar el umbral de la vivienda.

Ángela miró en la habitación de su amiga, el ordenador estaba encendido pero con la pantalla apagada, lo que quería decir que hacía al menos treinta minutos que alguien no lo tocaba. Luna siguió pasillo adelante. La puerta del baño estaba entreabierta y por ella se colaba el tórrido vaho de un baño de agua caliente que empezaba a enfriarse.

Pero Luna olió algo más. Un olor extraño, casi metálico, macabro y obsceno.

–¿Lucía? ¿Te estás bañ…? –murmuró Luna Cortés asomándose por la puerta del baño, pero sus palabras desaparecieron cuando miró la bañera.

El grito fue monstruoso, enorme, desgarrado. Un grito terrorífico de un alma que se rompe en mil pedazos.

El grito de una madre.

Ángela se separó del ordenador y corrió hacia el baño con toda la rapidez que podía.

Luna sacaba el cuerpo desnudo de su hija de la bañera, aunque éste, húmedo, se le escurría.

La bañera era un mar de sangre.

La sonrisa del cadáver de Niña Lucía parecía tranquila y feliz.


2 de julio. Cuatro semanas después.

–Vamos, Angie, dime algo… ¿Te crees que a Lucía le gustaría que te quedases tirada en la cama toda tu puta vida lamentando su muerte? ¿De verdad piensas eso de Lucía?

–Nacho... –musitó Ángela, rompiendo a llorar por enésima vez y abrazándose a su novio.

–Eso es, Angie… desahógate.

–Nacho… quiero que… que hagamos el amor… –balbució Ángela entre lágrimas.

–¿Qué? ¿Ahora?

–Por favor… necesito evadirme.

Nacho sonrió con tristeza, si es que tal cosa puede suceder. Para evadirse, él hubiera optado por una borrachera. Como la que una semana antes le costó el salir a empujones de un pub, como la que un par de días antes lo había llevado a amanecer llorando, con el amargo regusto del vómito en la boca, a varios kilómetros de su casa. Él también había perdido mucho. No tenía con Joan y mucho menos con Lucía la misma relación que Ángela tenía con la propia Lucía, pero cuando dos amigos se van tan repentinamente, solo se quiere olvidar.

Nacho besó lenta y efusivamente a Ángela. Iban a hacer el amor, como ella había pedido. Nada de follar, nada de lujuria, solo amor. Hay muchas noches para follar, y pocos momentos para hacer el amor de verdad.

El joven desnudó con suavidad y presteza a su chica. Él seguía completamente vestido, pero no permitió que Ángela lo desnudara. Siguió besando, tierna, lenta, amorosamente la piel de la morena muchacha, cuya respiración se aceleró.

Ella cerró los ojos mientras los labios de Nacho se cerraban sobre su pezón izquierdo, las caricias de las manos rápidas y suaves del joven le hacían creer que la tocaban miles de manos a la vez. Sintió el pezón derecho hundirse en la humedad de la boca de Nacho, mientras el izquierdo aún daba la impresión de bucear en saliva.

La joven entreabrió los ojos, y la vio. Allí estaba, junto a Nacho, repartiéndose como buenos compañeros sus suculentos pechos. Niña Lucía lamía su pezón diestro mientras su chico hacía lo propio con el zurdo.

No quiso gritar, la aparición no la asustaba, tal vez, incluso, ni siquiera la sorprendía. La había sentido antes de abrir los ojos, había notado la presencia de Niña Lucía con esa parte de su alma que todavía la ataba a la pequeña rubia. Ángela no dijo nada, esperó que fuera Lucía la que se separara de su pezón y se explicara.

–Ángela… lamento no haberme despedido –le decía el fantasma, el espíritu, o simplemente esa imagen de Niña Lucía que sólo ella podía ver–. Pero tienes que olvidarme, al menos un poco… No estás sola, tienes a Nacho, y tienes a tu madre… Has de salir adelante, pequeña. Yo no era tan importante como para que te jodas la vida por mí. Tienes aún muchas cosas que hacer en esta vida, y si te quedas en la cama no podrás cumplirlas.

Nacho besaba el vientre de Ángela con absoluta devoción, ignorante de la otra supuesta presencia en la habitación. La desnuda morena fue a decir algo, pero Niña Lucía colocó su dedo índice sobre los labios rojos y calientes de su amiga, para luego sustituirlo por sus propios labios.

Niña Lucía y Ángela se besaban mientras Nacho, ajeno, le daba un primer lengüetazo lascivo al sexo de su chica. Ángela suspiró tras esa caricia y dejó de sentir los labios de Lucía sobre los suyos propios. Temió que su amiga se esfumara, que desapareciera otra vez repentinamente sin darle tiempo a decirle todo lo que la quería, todo lo que la amaba.

Afortunadamente para ella, Niña Lucía simplemente miraba, sentada sobre la cama, cómo Nacho le lamía el coño a su amiga. La morena no pudo ocultar un gemido, le excitaba la situación más de lo que querría. Pero Nacho le comía el coño, y Niña Lucía la observaba sonriente, acariciando su vientre desnudo con ternura y, quizá algo de lujuria.

Dejó escapar un nuevo gemido, su novio había colado un par de dedos en su húmedo, ansioso y cálido agujero, y su cuerpo cada vez aumentaba más de temperatura. Una fina película de sudor cubría su piel, que se incendiaba aún más cuando Lucía se inclinaba sobre ella y depositaba besos aleatoriamente sobre su vientre o sus pechos.

Las caricias del joven aceleraron. Aumentó el movimiento de caderas de Ángela, que para cualquier espectador ignorante, simplemente estaba abriendo la boca y moviendo la lengua en su interior mientras su garganta se plagaba de gemiditos sin ningún sentido más que el abandono que estaba sufriendo al placer. Pero Ángela no abría la boca y movía la lengua simplemente. No. Estaba besando con toda su pasión a esa amiga que tanto había querido, que tanto le había enseñado, junto a la que tanto había pasado... y estaba disfrutando ese beso como un sediento disfruta un oasis.

La joven sentía la lengua de Lucía meterse en su boca, enredarse con la suya propia mientras otra lengua, la de Nacho le daba las últimas caricias necesarias a su sexo.

Ya no había quien lo frenara. Sus grandes pechos, aunque levemente aplanados por la postura bocarriba, subían y bajaban a velocidad de vértigo, la misma velocidad que llevaba su respiración entrecortada, y similar a con la que sus caderas buscaban una y otra vez juntarse y alejarse de los dedos y la lengua de Nacho.

Acallando sus gritos en un beso que no existía, Ángela se corrió.

Nacho sonrió mientras su novia se recuperaba, aparentemente, mirando al vacío.

Ella, sin embargo, miraba fijamente a los ojos verdes de Niña Lucía.

No se atrevía a llorar, porque no sabía si hacerlo de pena o alegría.

–Desnúdate, Nacho, y túmbate conmigo… --pidió Ángela, suavemente, mientras de reojo veía a Niña Lucía asentir.

Cabalgó suavemente y durante muchos minutos a Nacho, que se alegraba de ver de nuevo a Ángela sonreír y disfrutar sin su amiga. Él, sin embargo, no sabía que Niña Lucía estaba allí, sentada en la cama, mirándolos follar. Rectifico. Mirándolos hacer el amor.


18 de junio, once meses y medio después.

–Putos exámenes… –Ángela bufó fastidiada, esa materia en concreto se le había resistido durante todo el curso, y si no la aprobaba, seguramente tendría que repetir el primer curso de bachiller.

Por más que se esforzaba, no lograba memorizar bien todos los datos importantes, a pesar de los apuntes subrayados en varios y variados colores.

–¡A la mierda! –exclamó de pronto, cerrando el libro con fastidio. A punto estaba de encender el ordenador para conectarse un rato a internet y desconectarse, al mismo tiempo, del mundo real, cuando sus ojos pasaron por encima de una de las fotos que mantenía en el corcho de su habitación.

En ella, dos niñas de no más de diez años sonreían y saludaban a cámara en medio de la playa. La primera tenía la piel morena, y una larga cabellera negra que enmarcaba una carita preciosa e infantil. Esa era ella, Ángela. La otra, una chiquilla delgaducha de piel pálida en la que, bajo sus dos coletas rubias, brillaban dos luceros verdes en forma de ojos que parecían atravesar la cámara, el tiempo y el espacio. Era Niña Lucía. De aquello hacía casi 8 años.

–Está bien, Luci… tú ganas… –susurró Ángela, reabriendo el libro y continuando su estudio.


24 de julio, un año y un mes después.

Daba vueltas sobre la enorme cama, abrazada a las anchas espaldas del joven, con las energías propias de quien tiene dieciocho años recién cumplidos.

La habitación era un infierno de jadeos y gemidos, el sexo aromaba cada uno de los rincones, en su agridulce esencia de sudor, flujo y semen.

–Oh, dios… –mascullaba Ángela, sintiendo cómo aquella polla se clavaba hasta lo más hondo de sus entrañas. Por momentos, sus ojos se quedaban en blanco, mientras su pareja embestía con fuerza una y otra vez.

–Ángela, eres una diosa… –susurraba él, mientras entre los gemidos se escapaba el sonido de un choque de caderas.

–¡Fóllame! –fue la única respuesta de la joven, y su acompañante obedeció la orden con premura.

El coño hambriento y ya experto de Ángela tragaba y escupía el enhiesto falo del voluntarioso chaval, que gozaba como nunca del cuerpo de la morena. El semen, en tropel, se agolpó en los testículos de él.

–Angie… voy a… voy a…

–Espera un poco… un poquito solamente… –rogó con la voz entrecortada por los gemidos.

Él aguantó, ella cerró los ojos, los sexos se unieron por enésima vez.

Y pasó. Un coche derrapó bajo la ventana, tembló Damasco, Júpiter se incendió y Ángela se corrió, en un orgasmo rabioso y compartido en que los nombres de él y de ella se fundieron en el aire.

–¡Ángela!

–¡Nacho!

Se dejaron caer, exhaustos, sobre las sábanas. Besaron como si fuera la primera vez esos labios que tantas, tantísimas veces se habían aprendido con sus propios labios.

–¿Has visto la hora que es? ¡Hay que ir a ver la nota de los exámenes del selectivo! --exclamó Ángela, después de largos minutos de abandono mutuo entre los brazos de la persona amada.

Poco después llegaban al instituto, en su última visita como alumnos.

Tras ver las notas, ambos se abrazaron alegres, riendo y chillando.

–¿Entonces, Nacho? ¿Con esa pedazo de notas que tienes te vas a conformar con ingeniería informática?

–Sí, sabes que me encanta. ¿Y tú, cariño?

–ADE. Administración y Dirección de Empresas. Luci y yo siempre decíamos que nos haríamos famosas ejecutivas y que crearíamos una empresa que revolucionaría el mundo.

Nacho elevó una de sus cejas con una sonrisa de lado. Era un gesto que en su rostro madurado quedaba especialmente sexy según Ángela.

–Tranquilo, Nacho. No lo hago por ella. Es por mí. Siempre quise hacer esa carrera… –le tranquilizó Ángela con una sonrisa amable.


31 de julio, cuatro años después.

–Ven, cariño… te tengo una sorpresa preparada para celebrar tu graduación –Ángela guiaba a Nacho por los pasillos de casa de sus padres, casa que el joven ya conocía bien, después de 6 años de noviazgo ininterrumpido con la voluptuosa Ángela, que se había convertido (ya lo era con 16 años) en una mujer atractivísima–. No te quites todavía la venda de los ojos”

Nacho esperó. Afinó el oído y escuchó sonido de tela, de objetos cayendo sobre la cama, de Ángela moviendo su cuerpo escultural (con algún que otro centímetro más que cuando era sólo una cría dieciseisañera) por la habitación. Y al final, un “clic”... y luego silencio.

–Ya puedes quitarte la venda.

Nacho obedeció y lo que vio le causó una erección instantánea. Su boca, ahora rodeada por una cuidada y espesa barba que remarcaba sus facciones angulosas, se debatió durante segundos entre un gesto de profunda sorpresa o simplemente una sonrisa.

Al final se decidió por lo segundo.

En la cama, había un festín de cuero y demás utensilios que él sólo había visto en películas porno.

Junto a la cama, de rodillas, con un collar con correa cerrándose sobre su cuello, y completamente desnuda, estaba su escultural Ángela, mirándolo con sus intensos ojos negros.

–Bienvenido al mundo de la dominación. –musitó Ángela.

Recordó la última vez que había dicho esa frase, 6 años atrás, dejando a Niña Lucía sola con Joan, que la esperaba arrodillado y desnudo.

Sin embargo, esta vez, al recordar a Lucía, no se apenó ni lo más mínimo. Solo sonrió mientras notaba su sexo encharcarse.


20 de julio, un año después.

Ocho. Ocho orgasmos en una sola noche y Nacho todavía no la había metido la polla. Ángela estaba al borde del paroxismo, y había perdido completamente la noción de tiempo y espacio. Sólo existía su cuerpo, los dedos y la lengua de Nacho, ese maldito vibrador con el que hacía diabluras y el bote de gel especial que él había comprado para la ocasión.

Ángela acababa de aprobar el último examen de la carrera y, al igual que el año pasado cuando Nacho consiguió el título, esa noche también había habido “premio especial” para el recién titulado. Esta vez le tocaba a ella. La noche en el hotel que Nacho había contratado estaba saliendo redonda.

–Por favor, Nacho… métemela antes de que me vuelva loca… –pidió Ángela, retorciéndose al sentir las manos de Nacho dándole un nuevo masaje por todo el cuerpo mientras ella se recuperaba del orgasmo.

–¿Quieres que te la meta? –preguntó el hombre mientras introducía el pequeño vibrador (un diminuto huevo rosado que, sin embargo, temblaba a velocidad de vértigo), por el anegado coñito de su novia.

–¡Sí! –gritó ella, arqueándose al sentir la intrusión del aparato.

Nacho sonrió y llevó a la joven hasta el borde de la cama. Juntó las piernas de la chica, poniéndolas mirando al techo y colocó varios cojines bajo sus caderas, de tal forma que quedaran en una posición ligeramente más elevada que su cabeza de morena cabellera. Lentamente, introdujo su erectísima polla (escuchar y ver ocho orgasmos de Ángela seguidos había hecho que su verga se endureciera hasta casi convertirse en dura roca) por el ano dilatado de Ángela, que gritó de placer.

Le encantaba cuando Nacho la sodomizaba.

Con la sangre bajando a su cabeza, multiplicando su placer, le gustaba mucho más.

No tardó en correrse nuevamente.

Dos horas de placer inmenso después, agotados, sudorosos y más que satisfechos, Nacho y Ángela, aún desnudos, se miraban fijamente sobre la cama.

–Ángela… –musitó el hombre, dándole seriedad a sus palabras.

–¿Sí?

–No sé cómo decirte esto… pero… –Nacho vacilaba. Nunca había sido bueno con las palabras.

–¿Qué pasa? --Ángela se semiincorporó sobre la cama mirando fijamente a su pareja.

–He encontrado un piso en el centro, barato, con espacio, es un segundo piso sin ascensor, sí, pero dos pisos no son nada… está muy bien ubicado y con mi trabajo me he informado y me darían el crédito suficiente. Aunque claro, si tú también quieres trabajar, sería más fácil, pero… --decía el joven, visiblemente nervioso.

–Nacho, resume… –los ojos de Ángela se habían iluminado.

–¿Quieres vivir conmigo, los dos solos? Sin padres, sin hoteles, sin mi hermano pequeño dando la puta tabarra, sin tener que hacerlo a escondidas…

–¡Sí! ¡Sí! ¡¡¡SÍ!!! –gritó entusiasmada la chica, y se lanzó a besar salvajemente a Nacho.


21 de noviembre, dos años y cinco meses después.

Nacho estaba preocupado. Ángela había esquivado cada noche de la semana sus intentos por hacerle el amor. Llevaba un par de semanas en que su relación se había vuelto extraña, casi distante, como si hubiera secretos volando en cada rincón de la casa. Mientras la mujer estaba en el baño, él perdía su mirada en el techo, intentando saber qué es lo que había hecho mal. La quería como el primer día, pero tal vez su pasión estaba perdiendo fuego y él no se daba cuenta.

–Cari… –Ángela le llamó desde la puerta del baño, llevaba puesto un vaporoso camisón y estaba visiblemente nerviosa.

Nacho se incorporó y acudió a la llamada de su novia.

–¿Qué pasa, cariño? –inquirió preocupado.

Ángela no se atrevía a mirar a los ojos a Nacho, que seguía desnudo, tal y como dormía siempre. Simplemente, levantó su mano y le enseñó lo que llevaba en ella.

Nacho lo miró. Era una prueba de embarazo. Miró a Ángela con la sonrisa más grande que cabía en su cara y notó que su mujer le devolvía el gesto.

Gritó de alegría. Daba igual que fueran las tres de la mañana. Que se jodieran los vecinos. Que se jodiera todo el mundo. Se abrazó a Ángela y comenzó a reír y a llorar, todo al tiempo.

Se besaron y cayeron sobre la cama, aún riendo.

Iban a ser papás.


4 de mayo, siete meses después.

Ángela salía de la ducha, su barriga ya mostraba una redonda y fértil curva, que cobijaba a la pequeña criatura que sus padres tanto deseaban. No habían querido saber el sexo del bebé, no les importaba. Les importaba que creciera sano y así lo hacía.

–No sabes cómo me pones, cari… –musitó Nacho, abrazando por la espalda a la desnuda Ángela.

–Estate quieto, Nacho, que luego nos saldrá el niño pervertido… –rio la mujer, sintiendo sobre sus nalgas la erección de su hombre, malamente cubierta por unos bóxers de algodón.

–Si sale pervertido será porque ha salido a la madre… que es muy pervertida… –le susurró Nacho pegado a su oído, rodeando la creciente barriga de Ángela y acariciando el sexo de la mujer, cubierto por una pequeña mata de vello púbico.

Siseó la joven de placer, desde que estaba embarazada se estaba volviendo más sensitiva, y Nacho se aprovechaba de ello. Lubricaba más y más rápido, y el placer que sentía cuando su chico le hacía el amor era también superior. Al menos, ella lo sentía así.

–El médico dijo que era bueno que practicáramos el “coito” para favorecer la dilatación a la hora del parto… –dijo, con sonrisa pícara, Nacho, observando a su mujer por el espejo, donde ambos se reflejaban. Con suavidad, pellizcó los hinchadísimos pezones y estiró levemente de ellos mientras le besaba en el nacimiento del cuello.

Ángela suspiró.

No tardaron en comenzar a besarse, sobre la cama, al tiempo que ambos se masturbaban mutuamente.

La mujer se colocó a cuatro patas, pensaba en la posición más segura para el feto. Nacho comenzó a follársela con movimientos lentos y seguros, dejando su polla resbalar por el sexo inundado de su mujer.

Ángela gemía, y cerraba los ojos abandonándose al goce que le causaba Nacho. Se aceleraron las respiraciones, su flujo le salpicaba las piernas, el sudor los cubría a ambos...

La verga cabezona salía completamente antes de volver a entrar en el coñito de la embarazada, que respondía a cada envite con un gemido.

Se corrió varias veces antes de que Nacho terminara en su interior.


7 de junio, tres meses después.

Ángela lloraba de emoción. Le temblaban los brazos, tenía miedo de que no le respondieran como debían y por un momento pensó en negarse. Pero no podía hacerlo, sabía que en cuanto tuviera aquel cuerpecito entre ellos, sus brazos serían como dos inamovibles ramas protectoras.

La pequeña criatura lloraba, recién abiertos sus ojos al nuevo mundo, arropada en una suave toalla de impoluto blanco nuclear.

–Es una niña. –le repitió Nacho, con la sonrisa más orgullosa que nunca nadie había visto, y los ojos también inundados de emoción.

–Me lo dijo el doctor –dijo Ángela mientras miraba con ternura a la pequeña niña que, tal vez reconociendo el reconfortante abrazo maternal, había dejado de llorar-. Nacho…

–Dime…

–Respecto al nombre…

–¿Sí?

–¿Te importa si…? -dijo Ángela, aún entre lágrimas.

–Te entiendo… Sí. Pónselo.

Ángela le regaló una sonrisa a su hombre antes de volver a mirar a su hija.

–Decidido, pequeña… Te llamarás Lucía. Mi pequeña Niña Lucía.