Ángel y Roberto se hacen uno

Los ex compañeros de universidad siguen descubriéndose y descubiendo cosas nuevas dentro de una cama

Puede que para Ángel hubieran sido las semanas más estresantes de su vida. No se suele quejar por exceso de trabajo o lamentarse de su mala suerte en cuanto a la súbita aparición de problemas varios. De hecho, está bastante acostumbrado, y le encanta su curro como a casi nadie, pero esta vez se le juntaron demasiadas cosas. Y además, esta vez no quería compartirlas porque tenía la sensación de que se quejaba demasiado o que ya cansaba con sus historias inverosímiles más propias de un gafe condenado a la mala suerte. Tragó con todo él solito. Se iba echando a las espaldas los problemas dilatando el momento de ir solucionándolos porque no le daban tregua alguna.

Fue por eso que envió un sms a Roberto a sabiendas de que lo hacía por pura necesidad. Imploraba relacionarse con alguien y echar un polvo para liberar tensiones. Es más, llevaba un par de meses sin follar, y el último con el que lo hizo fue, por supuesto, su ex compi de facultad. Éste había insistido con mensajes de todo tipo, pero a Ángel se le hacía muy cuesta arriba quedar con él. No sólo por falta de tiempo, sino por lo que podría acarrear, y no estaba dispuesto a sufrir más complicaciones o a buscarse más problemas que se creía incapaz de resolver. Pero tal fue el punto de agotamiento, que acabó por doblegarse y enviar un mensaje de texto que hasta a él le parecía de lo más desacertado porque Ángel tendrá muchos defectos, pero desde luego, el ser una persona interesada no es uno de ellos.

Pero era inevitable que Roberto pensara eso. Cuando por fin habían pasado unos días sin que tuviera noticias de su quebradero de cabeza le llegaron novedades que le causaron sentimientos enfrentados. Creía conocer bastante bien a Ángel, y por eso le costaba leer sus palabras en su móvil. Pero a pesar de todo, en un ataque de negatividad, ofuscación o simplemente venganza, llegó a la conclusión de que aquel mensaje recibido un viernes a las doce de la noche se debía o a que Ángel estaba borracho o bien que tenía un calentón y le buscaba sólo para echar un polvo. Roberto pensó muy mucho la respuesta, pero al final se dejó llevar por el resentimiento y le contestó algo de lo que se arrepentiría: “o estás muy borracho o muy cachondo”.

La respuesta de Ángel no se hizo esperar: “Ninguna de las dos cosas, pero sé que no tenía derecho a escribirte a estas horas y en este plan. Olvídalo”. A Roberto le aturdió tal réplica y admiró la sinceridad de su amigo. Esto hizo que reafirmara su opinión sobre él como una persona muy poco usual y que se diera de cabezazos por ser tan borde en su contestación. No sabía cómo responder de nuevo o si quiera si hacerlo. Ahora fue él quien metió la pata y no lo tenía tan fácil para remediarlo. Finalmente pidió disculpas y se mantuvo en vilo esperando que fueran aceptadas. Y las esperó en vano, pues su teléfono no sonó más aquella fría noche de febrero.

LA METEDURA DE PATA DE ÁNGEL

No se arrepentiría por el simple hecho de que suele ser una persona muy consecuente, pero es verdad que Ángel tuvo la sensación de haberse equivocado. Envió el dichoso mensajito por un motivo, y por eso no había de arrepentirse pues en ese instante en el que necesitaba tener a alguien determinó hacerlo. Que se dejó llevar es cierto. Tan cierto como que hay veces que uno no puede reprimirse y hace las cosas sin más, sin pensar en el daño que puede provocar o simplemente padecer, como fue el caso. Se olvidaría del tema y ya está. Total, no sería ni la primera vez ni la última en la que se delataba, y siempre se había repuesto.

También fue cerrando los frentes que tenía abiertos. Como siempre, optó primero por irse un par de días de desconexión total y poder así recobrar las fuerzas suficientes para seguir con su vida. Pero la vuelta no fue tan optimista como él esperaba, y Roberto tenía mucho que ver en aquello. Leer el mensaje en el que se disculpaba le fastidió doblemente: por un lado, confirmaba que Ángel había metido la pata. Y por otro, no comprendía que tuviera que haber disculpas de por medio por aquello de la coherencia y tal. Él, desde luego, no las pediría; nunca lo hace. Y en rara ocasión las acepta. Es muy drástico sí, pero forma parte de su forma de ser. Quizá por eso se sienta o esté tan solo.

LA METEDURA DE PATA DE ROBERTO

Él sí que se arrepintió de sus palabras y trató de arreglarlo como mejor pudo. Pero el Whatsapp  no es el mejor medio. Por ello, insistió y llamó a Ángel ese fin de semana y quedar con él en persona. Sabía que los exámenes no durarían toda la vida y que cabría la posibilidad de que estuviera menos ocupado. De hecho, fue Ángel quien dio el paso supuestamente para quedar. Pero cuando por fin le contestó a lo largo de la mañana del sábado, aquel iba camino de la playa para desconectar un poco. Roberto tuvo la sensación de que perdió una oportunidad y que cuando Ángel volviera sería demasiado tarde.

Pero no perdería la esperanza y fue dejando mensajitos como si nada hubiera pasado para recuperar así su relación y no se dio cuenta de que quizá estaría agobiándole, de que Ángel se había marchado para evadirse y él no hacía más que darle a entender que estaba deseando que volviera. Cuando finalmente lo hizo jugó su última carta: “no te molestaré más si me dices que no quieres quedar conmigo el miércoles por la tarde, que sé que tienes un hueco libre”. Roberto ya se había descubierto demasiado y este mensaje casi amenazante supondría la ruptura definitiva o serviría para volver a estar con la persona que más deseaba. Pero ya no dependía de él; era el último paso y asumiría las consecuencias cualesquiera que fuesen.

LA DECISIÓN DE ÁNGEL

Lo pensó mucho; puede que demasiado. También notó el tono de amenaza que cubría el mensaje. O quizá fue desesperación. Ángel ya había jugado con los sentimientos de demasiadas personas y no quería que Roberto se sumara a la lista. No era insensible, pero hay cosas que no puede evitar, pero no jugaría con él ni se aprovecharía de sus sentimientos. Entonces era mejor cortar por lo sano si realmente Roberto no le llenaba. No había necesidad de dar más vueltas como en otras ocasiones. No siempre se puede quedar bien con todo el mundo y salir airoso de la situación. La vida, como ya sabía, era mucho más compleja que todo eso.

Pero aun así, incomprensiblemente y a pesar de todo, Ángel accedió a verle el miércoles de esa semana. Roberto se acercaría al barrio de Ángel para que no se hiciera muy tarde, ya que, aunque tenía un hueco, había de trabajar hasta después de que el sol se pusiera. Volvían los nervios a cobrar protagonismo, pero Ángel sabía muy bien lo que le esperaba, o al menos lo que deseaba, pues se arregló e incluso decidió pasarse antes por casa a darse una ducha rápida. Quizá esta vez no fuera tan diferente a las anteriores al fin y al cabo, aunque es cierto que algo de magia se había perdido y que un ultimátum no era la mejor manera de propiciar un tercer encuentro.

LA DECISIÓN DE ROBERTO

En realidad ya no había nada que decidir. La suerte estaba echada y le salió bien la jugada pues el miércoles vería por fin a su ex compañero de universidad. Estaba dispuesto incluso a que no hubiera sexo en este encuentro, pues no sería en su casa ni cerca de ella. Se puso de camino al barrio de Ángel para recogerle en un sitio a priori neutral. Le daba igual en realidad, pues sólo quería verle y estar con él. El sexo, aunque atrayente, era algo secundario esta vez. De hecho, para tenerlo, no hacía falta arrastrarse ni implorar un polvo ya que le bastaría levantar el teléfono para tener a cualquier descerebrado tocando su puerta. Ángel para bien o para mal era diferente.

Y no tuvo nervios, más bien ansiedad porque llegaran las ocho de la tarde y ver la cara que tantas veces había proyectado en su memoria; disfrutar de una compañía que le resultaba tan especial. Y aunque tuvo la sensación de que su advertencia había sido demasiado drástica, se convencía de que él, a pesar de todo, no se merecía sufrir pues no estaba haciendo nada malo. Eran únicamente sus sentimientos los que le llevaban a actuar de la forma en que lo hacía y creía que contra eso no se puede luchar.

EL ENCUENTRO DE ÁNGEL Y ROBERTO

-¡Por fin te veo! – saludó Roberto mientras le daba un cariñoso beso en mejilla.

Ángel se limitó a sonreír sin evitar sentirse algo raro. No le había gustado nada la amenaza de Roberto y hasta el último momento no decidió si se la echaría en cara o se comportaría de una manera natural, ignorando la contenida rabia que le había provocado. Optó por lo último, pero Ángel no es muy buen actor.

-Estás raro, Ángel – apreció Roberto -. ¿Qué te pasa?

-Nada, nada, dejémoslo estar. ¿Dónde vamos?

-¿Qué te apetece? ¿Vamos a tu casa?

-Está mi madre – respondió Ángel algo seco.

Se montaron en el coche mientras decidían qué hacer y es verdad que Ángel estuvo borde sin poder evitarlo. No le gusta que le manden ni que le impongan, y menos en esas circunstancias. Por una vez, no era él quien estaba detrás y se había quedado con ganas de más, así que le fastidiaba también que no le hubiera salido bien la jugada en esta ocasión. Tampoco comprendía muy bien adónde llevaba todo eso.

Pararon en un bar cercano y se tomaron unas cañas. Hablaron de exámenes, trabajo y demás cosas banales, pero ninguno aludió a los dos meses que habían estado sin verse. Roberto se sentía algo frustrado y deseaba que Ángel le diera pie a algo, pero parecía no estar por la labor. Sin embargo, en ese preciso instante Ángel se dio cuenta de que no podía enfadarse porque entendía a Roberto, y se sintió cómodo y a gusto. Vio en aquel hecho tan cotidiano como tomar una cerveza con un tío atractivo, simpático y entregado como la analogía de lo que cualquier persona normal de su edad pudiera desear. Era reconfortante estar con alguien del que sabes lo que espera de ti y no había necesidad de complicar las cosas. Puede que Ángel no llegara a sentir lo mismo por Roberto en aquel momento, pero presintió que aquello podría llegar lejos.

Y por eso Ángel se olvidó de sus propios objetivos para convertirse en seguidor de los objetivos de Roberto. Fue incapaz de tener algún pensamiento negativo sobre él y súbitamente deseó saber y conocer todo cuanto Roberto pensaba sobre él y asegurarse así de que estaban en sintonía. Se paró el tiempo y nada más importaba a su alrededor. Roberto notó cómo los ojos de su compañero brillaban más que nunca y su sonrisa iluminaba a la mayor intensidad posible. Estaban tan pendientes el uno del otro que nada más importaba. Sin embargo, sus hormonas habían sufrido el mismo cambio; alocadas y excitadas necesitaban con urgencia otro encuentro apasionado que les liberase de tensiones y que simplemente les evadiera al mundo que estaban comenzando a crearse.

De esa manera, Ángel condujo rápido e impaciente, casi absorto hacia la casa de Roberto en pleno centro de Madrid. Se miraban en cada semáforo y se dedicaban la sonrisa más tonta que se pudiera imaginar. Roberto la acompañaba a veces con una caricia en la mejilla que resaltaba aún más el casi patetismo que emanaba el deportivo azul. Sólo faltaba que los cristales se empañasen y de repente una de sus manos se deslizara por ellos a lo Dicaprio en Titanic.

Al contrario que en los encuentros anteriores, ahora Ángel y Roberto no buscaban placeres individuales, no eran sus propias necesidades las que les llevaban con tantas ansias a la cama. Necesitaban expresar de alguna manera lo que ambos sentían más allá de gestos enternecedores o palabras cursis y elaboradas. No iban a follar, sino a hacer el amor, puede que la más bella e intensa experiencia con la que nos regala la vida.

El ascensor se les quedaba pequeño, y los segundos de subida resultaban eternos. Quitarse la ropa el uno al otro parecía más necesario que hacerlo con un jersey de lana en pleno Sahara. Sin embargo, el tiempo se detuvo una vez que los dos yacían desnudos sobre el colchón. Todo pareció ralentizarse mientras se miraban y observaban intentando cerciorarse de que aquello era real. Incrédulos, seguían dedicándose sonrisas bobas acompañadas de caricias y besos que, a pesar de todo, iban acalorándose y perdiendo pudor.

Sus vergas ya tiesas no eran más que cualquier otra parte de sus cuerpos que sólo querían compartir, tal como lo pudieran ser las manos o los labios. Se besaban con tanta intensidad que casi perdían el aliento. Sus pulsaciones seguían tan aceleradas que supondrían un infarto si no acababan lo que tanto habían deseado empezar. Aun así, no eran sólo sus corazones los que bombeaban a mil.

Ángel se decidió por fin a intensificar aún más la situación. Le costaba que sus labios se separaran de los de Roberto, pero necesitaba y quería la lengua en otras zonas que  le quedaban por explorar aquella noche. Recorrer el torso desnudo de su amante era sólo el principio y el prólogo de una sinfonía de gemidos que les dejaría casi afónicos. La piel de Roberto se erizó con más fuerza mientras Ángel jugaba con su lengua a lo largo del vientre. Recibirla en su caliente polla alteró sus instintos y elevó el tono de sus sollozos hasta límites insospechados.

Ángel se lo tomaba con más calma mientras disfrutaba del cipote de su amigo. Lo lamía con delicadeza, lo saboreaba con tranquilidad y se excitaba sobremanera al oler y sentir aquel pedazo de carne erecto y dispuesto a todo. Se ayudaba con las manos sobando los huevos o agarrándole del troco mientras se centraba en el glande. Roberto aquí se estremecía al sentir un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. La boca de Ángel era experta en mamadas, pero ambos sentían que aquella no era una felación cualquiera. No había prisas ni ganas de experimentar más. El único afán era el de dar placer al otro. O más bien, de ser capaces de sentirlo con la misma intensidad en el mismo momento.

Por eso Roberto intentó apartar a Ángel, que seguía entregado chupándole la polla. Quería hacérselo a él; devolverle el mismo placer que él mismo interrumpió. Ángel no opuso resistencia y de nuevo le costó despegarse de los labios de Roberto que se detuvieron en su boca haciendo una escala mientras se dirigía a su verga. Ángel vibró cuando notó su polla en la boca de Roberto. Quizá esperaba que lo hiciera como él, pero su compañero de universidad decidió mantener su propio ritmo. Le comía los huevos o se la tragaba entera con movimientos más bruscos, pero igual de placenteros.

Le recorría un hormigueo casi tan reconfortante como la boca de Roberto encajada en la zona más caliente de su cuerpo. Pero Ángel necesitaba más, pues no sabía dónde colocar sus manos mientras le infligían tanto placer. Es cierto que podría haber continuado así mientras su verga aguantara, pero quizá por aquello de llevar la duplicidad a su máxima expresión determinó que un sesenta y nueve sería lo más apropiado. No lo había hecho en muchas ocasiones, así que además le llamaba la atención por eso. Le apetecía recordar cómo era estar chupándola – con lo que a él le gustaba hacerlo – mientras otro se la estaba comiendo a él.

Pero resultaba que el otro era Roberto, así que mejor que mejor. Así, intentó girarle con los brazos y pronto tuvo la polla de su amigo frente a él. Roberto lo pilló desde el principio, así que le siguió sin dejar de estar aferrado a la verga de Ángel. La sincronía era casi perfecta, aunque los gemidos los interiorizaban aunándolos con las avivadas pulsaciones que retumbaban dentro de sus cuerpos. Ambos sentían cómo formaban parte del otro y cómo la excitación no sólo era intensa sino que además por duplicado.

Se encontraban tan bien comiéndose las pollas que ninguno se atrevía a romper el momento. Lo ideal hubiera sido que se corrieran a la vez y que ambos terminaran por saborearse del todo, pero eso ocurre en muy pocas ocasiones. Cuando uno liberó su boca del trozo de carne y dijo que se corría, el otro no le permitió apartarse y así todo se agudizaba todavía más. Uno sentía los chorros de lefa caliente deslizarse por su garganta mientras le servía para apresurar su corrida llevándole al culmen de la excitación. El otro no se apartaba a pesar de que sus fuerzas flaquearan como es lógico y le regalaría también su gaznate para absorber el cálido y amargo líquido que le sabría más dulce que nunca. Y le notó por fin resbalarse por su lengua mientras le penetraba en los tímpanos un alargado suspiro que le agradecía su gesto.

Volvieron a encontrarse frente a frente con esas miradas inequívocamente irracionales e irreflexivas que les apartaban a una realidad vacía en la que sólo estaban ellos dos tan callados, pero con tantas cosas que decirse aunque del todo innecesarias en aquel momento tan perfecto e idealizado, tan feliz y tan difícil de describir.

ÁNGEL

Para él, lo bueno de enamorarse es que le permitía olvidarse de otras personas que también le habían arrebatado el corazón. Lo más difícil era encontrar con quién rellenar esos huecos y aunque sólo eran un par, le atormentaban como si hubiera estado enamorado toda la vida. Por eso, tener a Roberto frente a él suponía volver a ser feliz y creer en las personas y en las relaciones entre dos adultos. Pero no sólo las sentimentales, sino también el sexo fácil en cuanto a cómodo y sin complejos.

Por eso volvió a romper la magia y a querer más de su amante. Le besó con ganas mientras le sobaba y acariciaba con su mano. Le rozó la polla e hizo que la suya se empalmara de nuevo. Roberto le correspondió y le tocaba dar el siguiente paso. Puso a Ángel a cuatro patas y sin demora comenzó a comerle el culo. Ángel se estremecía de nuevo al sentir la lengua en su agujero y Roberto se excitaba por el olor y la tentación de poder follarse a su amigo otra vez.

Ángel notó la punta de la polla de Roberto haciéndose hueco en su ano y gimió. Quería sentirla entera dentro de sí y adaptó su cuerpo para que entrara con facilidad. Roberto le penetraba sin brusquedades implorándole un placer que se dilataba en el tiempo al igual que se dilataba su agujero con el pollón de su amigo. Notaba cómo sus huevos le golpeaban las nalgas en cuanto avivaba el ritmo y cómo la punta llegaba hasta lo más profundo de sus entrañas.

Sentir la leche de Roberto en su interior fue la culminación de una de las mejores folladas que le habían hecho. Se lo agradecieron mutuamente con un apasionado beso. Ángel por la delicadeza con la que Roberto acometía sus embestidas y éste por haberle sido permitido descargar en su interior. Tanta dicha les estaba llevando a un mundo casi irreal, ajenos a todo lo que les pudiera acontecer fuera de su burbuja. Placer, sexo, amor, afinidad…

Cuando Ángel se despertó a la mañana siguiente sólo pensó en una cosa; sólo veía una imagen y sólo tenía una meta que no era otra que acabar pronto el trabajo y reunirse con Roberto. Le asustaba que los días transcurrieran sin sobresaltos, consciente de que la felicidad no dura eternamente. Pero se propuso que aprovecharía el tiempo al máximo y que sacaría partido de sus sentimientos y de los de Roberto, que le recibía en su casa cada día con la mayor de las sonrisas olvidándose de todo lo demás para mantener su pequeño edén intacto.

ROBERTO

Que Roberto se enamorara sí que era toda una novedad. Había estado tan encima de Ángel en los últimos meses precisamente por eso, porque nunca antes había percibido nada parecido y porque le resultaba enormemente agradable sentir lo que sentía. En el sexo era un experto, pero de temas afectivos no tenía ni idea. Pero no resultaba difícil, pues sólo tenía que dejarse llevar tal como lo hizo. Y le salió bien esta vez.

Cuando veía a Ángel tumbado a su lado era incapaz de describir lo que se le pasaba por la cabeza. No pensaba en el futuro, pero se preguntaba si aquello podría durar o simplemente se despertaría del sueño. Los defectos de Ángel le pasaban completamente inadvertidos, así como cualquier asunto relacionado con el trabajo, su familia o su economía. Lo único que le causaba cierta inquietud es que no estuviera con él tanto como deseaba y por ello aprovechaba cada minuto que estaban juntos.

Siempre hacían el amor, es cierto, y se podría pensar que lo suyo era algo puramente sexual pues no salían del ático de Roberto, pero se habían dicho que el poco tiempo que podían pasar juntos lo dedicarían a lo que ellos consideraban el grado máximo de sus sentimientos, pues en la cama se mostraban cariñosos, atentos, sensibles…pero también pasionales, impulsivos, carnales…

Cuando Ángel le pedía a Roberto que le follara, un estímulo de lascivia le brotaba, le iluminaba y le convencía de que aquello era la consumación de lo que sentían. Sin embargo, Roberto quiso en alguna ocasión que fuera él el pasivo, pero le daba miedo romper la agradable rutina. Un día se lo comentó a Ángel y le recriminó no habérselo dicho antes. A Ángel no le importaba en absoluto follarse a su amigo. Es más, le agradecía el detalle de que le permitiera ser él el primero en romperle el culo.

Roberto sintió la polla de Ángel en su agujero agradeciendo que no fuera uno de esos pollones con los que se había cruzado a lo largo de su vida porque pensó que le reventarían. Cierto que dolió al principio a pesar de toda la lubricación y del cuidado que su compañero le ponía. Escocía cada vez menos, pero aún así estuvo a punto de rendirse en un par de ocasiones. Sin embargo, cada vez que escuchaba a su amado gemir y gritar cuando le follaba, se convencía de que aquello tendría que valer la pena.

Las embestidas de Ángel eran pausadas y delicadas y quizá Roberto no acababa de sentir todo lo que supone una buena enculada, pero mejor así que no poder sentarse en semanas. Fue acomodando la verga de Ángel en su interior y sus sollozos dieron paso a gemidos mucho más placenteros. Notaba cómo algo en su interior se estimulaba y provocaba un cosquilleo que le alcanzaba hasta la punta de su propia polla. Tuvo la sensación de que se corría sin ni siquiera tocarse, pero no fue así. Era extraño, y hasta sugerente, pero dudó por un momento que aquello le gustase de verdad.

Roberto convenció a Ángel para que se corriera dentro de él y así experimentarlo todo de una vez. Cuando le sacó la polla después también le dolió sin saber muy bien por qué. De hecho, él mismo no se corrió aquella vez a pesar de todo. Volvió a mirar a Ángel sonriente y de nuevo agradecido porque le resultaba impensable que cualquier otro hubiera hecho aquello con tanta serenidad y dulzura. Por eso Ángel le gustaba. Por eso y por mil cosas más que quería seguir descubriendo.

ÁNGEL Y ROBERTO

Ángel a Roberto vivieron tan intensamente todo el tiempo que estuvieron juntos que estar separados era como si les faltase una parte de sí mismos. Se veían incapaces de seguir adelante si no era el uno con el otro. Se creían una extremidad más de sus cuerpos. Una parte fundamental de su aparato locomotor. Era tal su estado de dependencia que ambos se negaban a hablar, o incluso pensar, en qué ocurriría después, si es que en realidad había un después, por mucho que todos sepamos que el amor se acaba. Pero ese era el precio que había que pagar y Ángel y Roberto, en aquel momento, podían permitírselo.