Ángel y Roberto se encuentran de nuevo
Cada uno, con más o menos ganas, esperaba este reencuentro. Ocurrió durante la cena de Navidad de los ex compañeros de universidad.
Ángel había pasado unas semanas tranquilas, sin muchos sobresaltos sentimentales y mucho menos sexuales. Ni escribía, ni entraba en chats ni salía de bares. Era una época de mucho curro, de estudios y de cultivar otro tipo de relaciones. Había pensado en Roberto en alguna ocasión. En su cabeza, una mezcla incomprensible de sentimientos. La vergüenza se combinaba con la excitación; una sonrisa con una cara sonrojada; un recuerdo agradable empañado por un inevitable afán de excesiva reflexión.
Continuaba con su vida sin complicarse, a pesar de todo, como otras veces. El nudo de su estómago le oprimió alguna vez, aunque menos que de costumbre. Tampoco ahora pensó en algo tan tonto como “creo que me he enamorado”. Nada de eso. Quizá fue un síntoma de madurez. O quizá simplemente Roberto no le caló y pasó más desapercibido de lo que hubiera podido imaginar. Pero esto, en sí mismo, era un paso adelante. Un signo de querer demostrarse que existían polvos sin más. Que no había que montarse una historia romántico depresiva en torno al sexo sin complicaciones.
Porque bastante compleja era ya su vida como para crearse problemas artificiales a los que destinar un tiempo y una parte de su conciencia que ya bastante tenían. Madrid le atosigaba mucho. Se sentía demasiado rodeado de gente y a la vez cada vez más solo. En los días más negativos creía que nadie le veía, que nadie se interesaba por él. Le parecía que su Facebook tenía cada vez menos comentarios. Que la batería de su teléfono duraba más que de costumbre. Que el depósito de la gasolina le cundía mucho a pesar del insultante precio del combustible…”Son rachas”, se decía. “No es la primera vez, así que no seas negativo”, acababa por convencerse.
Roberto experimentó esas semanas unos sentimientos que nunca hubiera imaginado. Echó de menos a Ángel al fin de semana siguiente cuando volvía de fiesta hacia su casa. Pero esos días anteriores apenas pudo quitárselo de su cabeza. Silvia le dejó mosqueado y algo trastornado. No entendía por qué no debía llamarle. El caso es que siguió su consejo y no contactó con él. Puede que esperara que Ángel lo hiciera. Qué poco le conocía entonces. Roberto se preguntaba muchas cosas, recordaba muchos detalles, y deseaba repetir la mayoría de ellos.
Su vida, que tan envidiable y fácil parecía, se complicaba. El trabajo y sus maromos cachas de antaño cedían ante bajas laborales por estrés y noches encerrado en casa a solas. Se perdía en su apartamento del barrio de Chueca alejándose del mundanal ruido que tanta vida y tan imprescindible creía que era. Si en algún momento se pensaba que había un vacío muy grande en su interior, no tardaba en llenarlo con una sola imagen, una sola persona cuyo nombre se negaba si quiera a pronunciar. Pero el eco de Ángel retumbaba una y otra vez, ahogándole, inquietándole y causándole una ansiedad desconocida e inexplicable.
Sin duda, una situación muy novedosa, así que no sabía muy bien cómo afrontarla. A veces pensaba que tenía que asumirla y entonces llamar a Silvia o dejarle un mensaje directamente a Ángel en el Facebook. Algo superficial que no le comprometiera o delatara. Pero la respuesta o la falta de ella podrían herirle aún más. Y entonces cavilaba sobre la idea de dejarlo estar. Ya se le pasaría tarde o temprano. Algún día tendría que ver a Ángel en alguna de las quedadas. O puede que él diera señales de vida en forma de mensaje privado. O tal vez sonaría el telefonillo de su casa como otras tantas veces lo habían hecho tíos que sorprendentemente recordaban la dirección exacta a pesar de haber ido puestos de todo.
LA VÍSPERA DE ÁNGEL
Como cada año justo antes de que empezara la Navidad se organizaba una cena para todos los compañeros de la universidad que con más o menos asiduidad acudían a las quedadas del resto del año. Era simplemente una excusa, aunque bien es cierto que algunos o algunas sólo aparecían esta vez por encontrarse fuera de Madrid. Normalmente se lanzaba una cadena de emails con suficiente antelación como para que todos se pusieran de acuerdo. Era difícil, muy difícil coincidir en fechas o determinar horarios o sitios para cenar. Sin embargo, para la Navidad 2011-2012 se organizó en forma de evento de Facebook con lugar, fecha y hora ya acordados. Fue Roberto quien tomó la iniciativa.
Ángel volvió a dudar sobre si acudir o no. Aunque en la última reunión había salido bien parado, las de Navidad no le gustaban porque se juntaban ya demasiadas personas para su gusto. Pensaría en alguna excusa, aunque ya le quedaban pocas pues había rehusado demasiadas veces. Quizá este año fuera un poco más especial por el tema de que volvería a ver a Roberto, aunque eso no le preocupaba demasiado. Su ansiedad se centraba más en si estaría de humor o se sentiría inspirado, o por el contrario se aburriría sobremanera como tantas otras veces. Reencontrarse con Roberto era un trance que había de pasar tarde o temprano y lo único que le preocupaba tal vez fuera en si su compañero se habría ido de la lengua dejándole a él y sus complejos en muy mal lugar.
Tardaba en contestar al mensaje de invitación. Ni si quiera hizo clic en “Tal vez asista” Eso le parecía incluso peor que decir directamente que no. No le apetecía en general, pero en esta ocasión tampoco le agradaba sentirse el centro de atención con sus amigas insistiendo en que fuera. Como no podía ser de otra manera, Silvia fue la primera en hacerlo. Es única haciendo sentir culpable a la gente, así que se sentiría muy mal si no iba. Y aún peor al tener que mentir, pues como se decía más arriba, Ángel no atravesaba una época en la que tuviera muchos planes. Determinaría entonces que sí, que iría, pero que intentaría escaquearse tan pronto como le fuera posible. Bueno, llegó a pensar incluso que lo mismo se repetía la escena de la última vez y que se convertiría en el foco de la reunión o que incluso podría acabar follando, aunque no con Roberto, claro.
LA VÍSPERA DE ROBERTO
No quería ni podía esperar a los interminables y exasperantes correos que se mandarían hasta acordar un sitio y una hora para la consabida cena de Navidad. Además este año por el tema del Puente de Diciembre y de que Nochebuena era sábado la única opción se reducía al sábado 17 de diciembre. La hora era lo de menos, pues al final cada uno llegaba cuando le daba la gana. Así que por eso, se aventuró a crear un evento y enviarlo a todos su ex compis de facultad, incluido, claro está, a Ángel. Su respuesta era la que más esperaba, tampoco cabe ninguna duda de eso. Y por ello miraba su cuenta en Facebook cada dos por tres, con ganas y ansiedad y después desilusión tras ver que su quebradero de cabeza no decía ni sí ni no.
El caso es que el resto de la gente le daba un poco igual. Y de hecho, la cena en sí era un simple medio o coyuntura para volverle a ver. Ni se le pasaba por la cabeza que Ángel no acudiera, a pesar de que lo había hecho muchas veces. “Esta vez no podía hacerlo”, se repetía. Aunque fue asumiéndolo a medida que pasaban los días, se acercaba el diecisiete y Ángel no contestaba. Entonces volvió a comentar y a preguntar que qué pasaba con los indecisos, que tendría que reservar en algún sitio y necesitaba, pues, saber el número más o menos exacto. Pero nada, eso tampoco sirvió. Dos días antes llamó por fin al restaurante de un conocido suyo para hacer la reserva de quince personas, aunque en realidad sabía que eran uno menos, pero albergaba la esperanza y por eso le guardaría un sitio a la única persona a la que quería ver.
El mismo sábado por la mañana odió a Ángel por su falta de consideración, por no haberse dignado a responder a la invitación. Por tenerle pendiente y en vilo pensando en él una y otra vez. Por hacerle organizar una quedada que no le apetecía, y porque si finalmente no iba lo pasaría mal y no habría merecido la pena salir de casa después de tantos días de enclaustramiento. Claro que si aparecía por allí, la cosa podría ser peor. Aunque lo dudaba. “Ángel no es mala persona en absoluto” se repetía sin saber muy bien qué quería demostrar.
LA CENA DE NAVIDAD DE ÁNGEL
Había quedado con Silvia para llegar juntos al centro en su coche y así ponerse al día, pues llevaban desde la última quedada de octubre sin verse. Estrenó algo de ropa y se arregló con antelación, pero llegaría tarde como siempre porque le surgiría algo de última hora. Pero bueno, Silvia era menos puntual que él, así que aun así le tocó esperar en doble fila en la puerta de la estación de Cercanías.
-¡Qué guapo! – le saludó Silvia como de costumbre al tiempo que le daba dos besos y le pellizcaba la mejilla, también como de costumbre.
Hablaron un poco de todo hasta que llegó el tema de Roberto. Que el centro de Madrid estuviera colapsado por el tráfico les daba más margen.
-¿Has hablado con él? – se interesó ella.
-No, ni siquiera le he dicho que venía. ¿Y tú?
-Sí, le llamé el otro día – admitió Silvia.
-¿Y? – preguntó Ángel sin muchas ganas.
-Nada de particular.
Y ahí se acabó la conversación sobre Roberto. En realidad no había mucho más que decir. Media hora más tarde llegaron al restaurante italiano de diseño. La mayoría de los colegas les esperaban ya en la barra, aunque increíblemente no llegaron los últimos a pesar de las horas. Allí estaba Roberto con una Mixta en la mano, con mala cara, pero hablador como siempre. Saludó a Silvia con dos besos. A Ángel se le acercó nervioso. Fue a darle la mano, pero finalmente le plantó también dos besos. “Pincelín” no pudo evitar sonrojarse y mentiría si admitiese que no se puso nervioso también. Había algo de tensión en ese reencuentro, pero no sabía determinar muy bien el porqué.
Una vez en la mesa, el alcohol comenzó a hacer estragos. Pero en esta ocasión Ángel no fue ni la sombra del tío dicharachero y divertido que proyectó unas semanas antes. No se aburría, es cierto, pero no estaba inspirado y se sentía cortado por la presencia de algunos con los que apenas había tratado y que de momento se estaban llevando todo el protagonismo. Roberto se sentó casi en la otra punta, aunque en la parte de enfrente, así que podía mirarle de reojo de vez en cuando. Él sí hablaba, pero menos que de costumbre. Y sus sonoras carcajadas retumbaban mucho menos. Lo comentó con Silvia, que estaba a su lado, y ésta lo confirmó: Roberto estaba algo raro y un poco demacrado, incluso. Pero lo achacaron al curro o a una posible resaca de la noche anterior.
Las tornas no cambiaron, y la noche transcurrió sin sobresaltos. Cuando terminaron de cenar el restaurante estaba casi vacío, y el dueño –amigo de Roberto- les animó a quedarse a tomar unas copas, que cerraría en cuanto se fuera otra mesa grande que quedaba al fondo y que les dejaría fumar o poner otro tipo de música más animada. Y entonces comenzaron a formarse grupitos. Algunos añoraban tiempos pasados en los felices años universitarios. Otras miraban al futuro con planes de boda o hipotecas. Alguno incluso se peleaba ya por tenerse de pie por el alcohol ingerido. Y Ángel y Roberto se las ingeniaban para encontrar su sitio entre tanta charla. O puede que para forzar por fin un acercamiento.
LA CENA DE NAVIDAD DE ROBERTO
Quedó con Estefanía como siempre para ir juntos. Quedaron en su casa que pillaba más cerca y allí Estefanía notó a Roberto algo más emocionado de lo normal. Le sorprendió incluso que le preguntara acerca de su look, pues Roberto era bastante despreocupado para esas cosas. Obviamente no le había contado nada. De hecho, lo que había ocurrido sólo lo sabían él, Ángel y Silvia. A ambos tenía ganas de verlos. A ella, por si hacía de celestina o le contaba algo de Ángel, y a él…bueno a él quería verle sin más.
Por eso decidió no beber mucho mientras esperaba en la barra. Miraba el reloj cada cinco minutos bromeando sobre la falta de puntualidad del resto mientras contaba sin ganas cómo le iba la vida. Mentía, claro, porque nadie sabía que estaba de baja y que apenas salía del portal de su casa. Eran demasiadas explicaciones que no le apetecía dar. Por fin les vio abrirse paso entre el resto de la gente. Apenas echó un vistazo a Silvia para centrarse en Ángel, tímido, nervioso en apariencia, algo descentrado y con una sonrisa un tanto artificial que ya era capaz de identificar. Pero nada de eso le importó. Roberto padecía esos mismo síntomas pero aún más intensos. Su corazón le dio un vuelco; no pudo evitarlo. Tropezó mientras iba a su encuentro. Dudó en cómo saludarle y en ese instante pensó que ni la mano ni dos besos en las mejillas hubieran sido su forma ideal de recibirle.
Le hubiera dado un buen beso en los labios. Quizá tierno. Hubiera llamado bien la atención. Deseó que Ángel lo hubiera hecho al verle. Pero no. Eso era fantasear demasiado. También quería que se sentara a su lado. Y se arrepintió de no haber organizado ese detalle. Le tocó lejos, pero aun así podía verle de soslayo. Intentaba comportarse de la forma más natural posible, pero no siempre lo conseguía. Perdía la mitad de las conversaciones escapándose con sus pensamientos monotemáticos. Sonreía sin ningún motivo o se ponía más serio de lo normal en un abrir y cerrar de ojos. A Ángel no le veía como la última vez. Apenas hablaba y de chistes o historias graciosas no quedaba ni rastro. “¿Sería por el mismo motivo?”, se preguntaba olvidando que el estado natural de Ángel era ese.
Cuando empezaron con las copas Roberto se animó pensando en que llegaría ya el momento del reencuentro de verdad. Ya todos se levantaban y formaban grupos o simplemente bailaban o seguían enfrascados en aburridísimas conversaciones. Se cruzó con los ojos de Ángel en alguna ocasión, y le regalaba alguna sonrisa mientras acercaba el vaso a los labios. Roberto pensó que quizá le ignoraba y se preguntaba por qué narices ninguno se acercaba para hablar con el otro. Aprovechó una de las veces que fue al baño y frente al espejo decidió que el momento había llegado.
EL ENCUENTRO DE ÁNGEL Y ROBERTO
Cuando Roberto salió del aseo esperaba encontrarse a Ángel sentado en el sitio del que no se había movido toda la noche salvo para salir a fumar. Con la idea de unirse al minigrupo que había formado con Ana, se llevó una decepción al no encontrarle allí. Se le pasó por la cabeza que quizá se había ido ya, pero Luis le sacó del ensimismamiento agarrándole por el brazo y acercándole a Silvia, que seguía cascando sobre su viaje a Marruecos durante el puente. A Roberto se le escapó preguntar por Ángel, y nadie supo darle respuesta. Ana pasó por su lado para ir al baño y volvió a probar suerte con la pregunta. Le dijo por fin que Ángel estaba arriba pidiendo una copa.
Y para allá que se fue. Se acabó la suya de un trago y caminó por las escaleras con el pulso acelerado. Apoyado sobre la barra vio a su amigo que rápido le ofreció una copa. Tuvieron suerte a pesar de todo y finalmente estaban juntos y a solas.
-¿Qué tal todo? – preguntó Ángel salvando la situación.
-Ahí vamos tío, ¿tú qué tal? Pensaba que no ibas a venir. Como no contestaste por el Facebook…
-Ya, lo siento. No sabía si iba a venir o no.
-¿Y eso? – preguntó Roberto con interés.
-Pues no sé. Tampoco es que tuviera muchas ganas.
Roberto puso cara de desilusión. Ángel ya tardaba en meter la pata. A ver cómo salía de esa. Era único para fastidiar momentos, aunque también para salir airoso de ellos.
-No lo digo por ti, ¿eh? Pero ya sabes que con tanta gente… - No resultó muy convincente, la verdad. Pero tampoco mentía.
-Como no he vuelto a saber de ti desde…bueno, desde la última quedada.
-No tengo tu número – anunció Ángel sin saber muy bien por qué había dicho eso.
-¿Me hubieras llamado? – preguntó Roberto con cierto tono de curiosidad.
-Pues no sé. Ya te digo que no he decidido venir hasta última hora.
Y Ángel la fastidió otra vez. De nuevo no se dio cuenta por dónde iban los tiros. O puede que sí, pero jugaba al despiste. El caso es que se percató de que no dijo lo apropiado y volvió a querer arreglarlo, pero tampoco era consciente de hasta qué punto sus palabras calaban en Roberto.
-Bueno, da igual – se resignó Roberto. -¿Bajamos?
-Espera, a ver, que estoy yo espesito hoy. Silvia tiene mi número si querías llamarme. Si es eso a lo que te refieres, no sé.
-Da igual, déjalo – insistió Roberto. –Sólo que…
-¿Qué? – intento provocar Ángel.
-Que te fuiste tan rápido de mi casa aquel día…
-¡Ah! Bueno, me desperté y no quise molestarte –mintió. - Y es verdad que pensé en enviarte un sms, pero ya te digo que no tengo tu número. Al menos para decirte que me había ido.
-Ya bueno, no tiene importancia. Yo se lo pedí a Silvia, pero me dijo que mejor no te llamara.
-¿Por? Yo no le dije nada de que no te diera mi número ni nada de eso.
-Ya me imagino. Supongo que tendría sus motivos para decirme eso. En el fondo, es amiga de los dos, ¿no?
-Sí, pero te repito que no entiendo el porqué – contestó Ángel extrañado. Hablamos al día siguiente y le dije que nos habíamos liado y ya está – aclaró en un alarde de sinceridad. –No le di detalles.
Bajaron entonces para reunirse con los demás y en sus cabezas ninguno sabía muy bien qué había significado aquel encuentro a solas. Roberto estaba desilusionado y Ángel avergonzado por su forma de actuar. A ambos se les encogió la garganta, pero por motivos algo distintos. A uno porque esperaba sin duda mucho más y el otro porque a pesar de meter la pata casi siempre no podía evitar sentirse mal o arrepentirse de sus palabras cada vez que lo hacía. Por tanto, Roberto decidiría que ya no había más pasos que dar, pero Ángel se dio cuenta de que aquello no podía acabar de esa manera y trataría de arreglarlo como fuera. Ahora era él quien elucubraba frente al espejo de cómo provocar una segunda aproximación. Pero no era tan difícil, se sentaría al lado de Roberto y ya está. No había muchas más vueltas que dar.
Y así lo hizo segundos después. Roberto yacía desolado junto a su inseparable Estefanía y Ángel se colocó enfrente regalándole la mejor de sus sonrisas. Hubo un momento de silencio un tanto incómodo, pero gracias a que Estefanía se levantó y se quedaron de nuevo a solas pudieron llenarlo con palabras.
-Nos podríamos ir a un sitio más tranquilo, ¿no? – le preguntó Ángel mucho más directo de lo que solía ser. Aunque bien es cierto que él quería hablar más que nada.
-¿Para dónde? – respondió un Roberto un tanto desconcertado. – Va a ser un cantazo si desaparecemos los dos.
-Bueno, pues nada, déjalo – sentenció Ángel mientras se levantaba de su sitio, iba a por su abrigo y pensaba en cómo despedirse de todos.
Fue dando besos y apretones de manos de uno en uno. Roberto fue de los primeros, pero no cruzaron palabras. Sin embargo, cuando Ángel iba ya ascendiendo por las escaleras con Silvia amarrada a su brazo para acompañarle hasta la puerta y poder así contarle algo de la charla con Roberto, apareció éste anunciando que se iba con él. Silvia sonrió. Ángel también. Y Roberto aún más.
-Si quieres te acerco a tu casa, tengo el coche aquí mismo – propuso Ángel.
-¿No querías que fuéramos a un sitio más tranquilo? – recordó Roberto.
-Bueno, sólo era por aclararte todo lo de antes, aunque en realidad tampoco hay mucho que aclarar. Tan sólo que yo no dije nada a Silvia, así que ella sabrá por qué te aconsejó eso.
-Pensé que igual le habías dicho que no te molaba o algo.
-No, ya te digo que sólo le conté que nos habíamos acostado y ya está, y que no habíamos quedado en nada más.
-O sea que fue un polvo y ya está, ¿no? – se resignó Roberto.
-En realidad no hablamos de nada más, ¿no?
-Es cierto. Pero por eso quise tu teléfono. Te hubiera llamado.
-Pues apúntalo ahora y me llamas cuando quieras – dijo Ángel en un tono algo arisco intentando convencerse de querer zanjar el tema.
Roberto lo apuntó mientras se dirigían al parking. Quizá pensaría que ganaría tiempo si Ángel le acercaba a su casa. Aquél, se comportó por fin de una forma natural, sin tensiones. Comentaba sobre la cena y soltaba alguna de sus bromas que aturdían a Roberto.
-Eres un crack – le decía mientras el otro conducía. – Por eso creo que me molas – soltó por fin.
-¡Pero cómo te voy a molar yo a ti! – exclamó Ángel ruborizado, sorprendido, halagado y hasta malintencionado.
Roberto aprovechó uno de tantos semáforos para acercarse y darle un beso. Ángel lo recibió de buena gana, sin poder evitar que un cosquilleo recorriera su cuerpo. En aquel instante deseó que Roberto le invitara a su casa. Resultaba inútil escudarse en nada o si quiera buscar explicaciones. Ángel, con sus virtudes y defectos no dejaba de ser un tío, con sus necesidades. Y el polvo estaba casi asegurado, y eso excita y emociona a cualquiera. Por supuesto que Roberto le invitó, así que buscaron otro parking y juntos, casi agarrados, subieron al apartamento de Roberto.
En el ascensor comenzaron a besarse con ganas. Intercambiaban sus lenguas de una forma muy pasional. Al llegar a la puerta del ático Roberto apenas atinaba a meter la llave en la cerradura mientras Ángel se quedaba quieto un momento con la mirada perdida. Se abrió al fin la puerta y Roberto le condujo de la mano directamente al dormitorio. Se quitó ropa hasta quedarse en calzoncillos e hizo lo propio con su amigo. Se metió en la cama bajo el nórdico y allí disfrutó de lo que tanto había añorado. Se besaron, acariciaron y abrazaron. Ángel, como siempre, se dejaba llevar, pero de vez en cuando sobaba el paquete de su amante sobre el bóxer de licra. Roberto, sin embargo, se centraba más en recorrer cada milímetro de la piel del otro con las manos a través de caricias de lo más tiernas. Le besaba, se apartaba y le observaba sonriente. Apenas hablaron. Y no, aunque parezca mentira, aquella noche de sábado de diciembre no hubo sexo.
Cedieron ante el sueño de aquella manera; sólo como dos amantes que simplemente quieren estar juntos y sentirse el uno al otro. Puede que Roberto deseara eso. Ángel se había planteado el follar, claro, pero siempre se deja hacer y en su irritante prudencia, esa noche no dio ningún paso más. Tenían todo el domingo por delante. Y muchos más días si ambos quisieran y no ocurría lo de la vez anterior. Por eso, cuando Roberto se despertó el domingo por la mañana sintió un escalofrío sólo de pensar que Ángel no estuviera allí. Pero sí, esta vez sí estaba a su lado, rodeándole con un brazo y haciéndole sentir feliz, así como experimentar algo que pocas veces había padecido: tener a alguien a su lado al abrir los ojos y no pensar en cómo echarle, sino simplemente disfrutar de una postura tan reconfortante.
Lo primero que vio Ángel al desvelarse fue la cara de satisfacción de Roberto que le recibía con un dulce “buenos días”. Y entonces se besaron y volvieron a aferrarse el uno al otro para luchar contra el frío. De nuevo sintieron el cosquilleo recorrer su piel. Y Ángel notó otra vez su verga excitada, casi ya empalmada con el primer roce y el sensual morreo. Casi con legañas en los ojos, se giró y se colocó encima de Roberto. Le besó y acarició el pelo, el pecho, los brazos…Roberto sonreía y cerraba los ojos como señal de complacencia. Entonces notó una húmeda lengua recorrer su cuello y cómo se deslizaba hasta partes poco exploradas en esa ocasión. Gimió al sentirla en los pezones y se retorció cuando bajaba sobre su vientre hasta sollozar cuando Ángel le despojó de su ropa interior y descubrió una verga empalmada y dispuesta a ser engullida.
Rozó levemente el glande con la lengua y pronto se tragó la polla de Roberto. Percibió el característico olor que desprendía una polla sudada que había ido acumulando matices a lo largo de la noche. Despacio fue metiéndola y sacándola de su boca mientras se ayudaba de la lengua y la acariciaba con los dientes. Roberto gemía mientras apoyaba sus manos en la cabeza de Ángel, acompasando sus movimientos y no dejándole escapar. No lo haría. Chupaba y tragaba cada vez con más ganas y aumentando el ritmo al tiempo que Roberto arqueaba su cuerpo para ayudar en los movimientos. La polla de Ángel luchaba por no estallar aún debajo de su calzoncillo y la de Roberto pugnaba por atenuar tanto placer, pero Ángel parecía no rendirse hasta que su amigo le regalara su caliente y sabrosa corrida en la garganta.
Roberto quiso evitarlo, y en un alargado suspiro y balbuciendo no sé qué intentó apartarle, pero Ángel no se dejó. Así, entre un “sí tíoooo” se corrió dentro de su amante mientras descargaba unos trallazos inimaginables y Ángel los recibía en su garganta, los saboreaba y los ingería como si de un vaso de leche de vaca se tratase. En su excitación, aún mantenía la polla dentro de su boca y Roberto imploraba clemencia desde su postura sobre el colchón. Logró apartarle y mientras le besaba quiso que Ángel se pajeara para estar en igualdad de condiciones. Ángel no lo hizo. Quedaba mucho domingo por delante y total, no era la primera vez que se entregaba tanto que se olvidaba de él mismo. Pero no podría dejar pasar mucho tiempo, pues con los achuchones que vinieron después, más y más besos y tanto sobeteo, sus huevos le dolían, y mucho.
En un momento dado, Ángel se lo hizo saber a Roberto, y éste hizo todo lo posible por ayudar a su amigo y le comió la polla como casi nunca antes se lo habían hecho. No pudo evitar gemir, suspirar, sollozar o retorcerse mientras Roberto le hacía una increíble mamada. También le correspondió permitiéndole correrse en su boca, pero Roberto no se detuvo tanto tiempo en la verga de Ángel y arrimó sus labios para compartir los restos de lefa que aún le resbalaban. Después de eso, Roberto estaba excitadísimo otra vez y al contrario que Ángel, no se conformaría y permitiría que sus huevos le doliesen. Ángel captó la señal y empezó a pajearle, pero Roberto quería más que una paja, por más que viniera de las manos de la persona que más deseaba.
Entonces se centró en el culo de Ángel y le pidió permiso para follarle. Aquél prefería en aquel instante fumarse un cigarro, pero no se negó a que le penetraran. El domingo era largo, pero nunca se sabe cómo puede acabar y por tanto aprovechó la ocasión de ser follado. Y se llevó a cabo sin dilaciones. Roberto apenas se lubricó el cipote y embistió a su amigo en un pis pas. Ambos gimieron de nuevo al unísono regalándose unos semblantes de placer y lascivia que no olvidarían. Las piernas abiertas de Ángel pendían sobre el aire y las de Roberto firmes sobre la cama para no perder el ritmo de las embestidas. Metía y sacaba su polla a su antojo sin que Ángel desfalleciera o se quejara de dolor. La aparente ternura de antes cedió antes los instintos más básicos y salvajes. Para Roberto sí parecía que el domingo iba a acabarse y follaba a su ex compañero de universidad como lo hubiera hecho en otras tantas ocasiones con otros tantos tíos que poco tenían que ver con Ángel.
Le fallaron las fuerzas o quizá se le durmieron las piernas, peor el caso es que Roberto cambió de postura. Ángel permanecía boca arriba y no sabía muy bien qué quería hacer Roberto, pero éste intentó metérsela mientras también apoyaba el culo sobre el colchón y ponía ambas piernas junto al cuerpo de Ángel, justo en frente de él. Éste sólo había visto esa postura en las películas porno más cochinas, pero es verdad que le resultaba bastante agradable. La polla de Roberto entraba quizá con mayor dificultad, pues su tamaño más bien normalito no se lo ponía tan fácil como a los superdotados de las pelis, pero aún así, para ambos resultaba de lo más placentero. Ángel intentaba arquearse un poco y Roberto le agarraba de las piernas para que su verga pudiera penetrar más fácilmente. Aquella parecía ser la postura definitiva.
Por eso, Ángel se excitó sobremanera y esta vez decidió no reprimirse y comenzó a sacudírsela al tiempo que Roberto mantenía su ritmo, no tan acelerado como antes pero sí muy constante. Y entonces Roberto no pudo más y volvió a correrse. Sacó la polla antes para no hacerlo en las entrañas del otro, algo que, por otra parte, no le hubiera molestado, pero sintió un chorro alcanzarle la mano y se ayudó de él para seguir cascándosela. Tras los espasmos y suspiros, Roberto se desplomó sudoroso sobre el colchón durante un instante, aunque el tiempo suficiente como para que escuchara un liviano gemido que anunciaba que Ángel también se había corrido. Roberto le dio entonces un par de palmaditas en la pierna y ambos emitieron un fuerte suspiro. Se encendieron un cigarro y permanecieron así un rato hasta que de nuevo sus bocas se buscaron. Y así pasaron el domingo más sexual de sus vidas.
LA NAVIDAD DE ÁNGEL
Ángel se marchó bien entrada la tarde a pesar de las insistencias de Roberto para que se quedara la noche del domingo también. Él estaba de baja, pero su amigo madrugaba al día siguiente. Ángel en realidad ni se lo planteó. Sus expectativas se habían cubierto con creces. Había salido de cena sin mucho ánimo, pero se había medio emborrachado, se había relacionado y además había follado. No podía esperar más de un fin de semana para recordar. Alguna noche antes de dormir le entraría el calentón y pensaría en Roberto, pero ese mismo jueves pillaba vacaciones y se iría lejos durante un par de semanas. También Roberto le insistió en forma de sms para que no se marchara y pasara con él las fiestas, pero para Ángel esas fechas eran sagradas, las más anheladas de todo el año.
Se perdería en una sierra andaluza sin cobertura, sin aparentes preocupaciones más allá de decidir con los amigos a los que tanto echaba de menos en qué pasarían el tiempo durante el día. Es cierto que cuando les vio les contó lo de su aventura con Roberto, y puede que alguna vez pensara en él como algo más que un tío con el que se había acostado un par de días. Pero de su boca no salieron palabras comprometedoras. Sí pensó en Roberto y sí analizó sus mensajes una y otra vez intentando descifrarlos y creerse lo que en ellos decía. Pero no se atrevió a más. El tiempo que pasaría aislado sin tener nuevas noticias le ayudarían a aclararse si es que había algo que aclarar.
Cuando recuperó la cobertura y leyó nuevos mensajes no pudo evitar agobiarse un poco. Bien es cierto que su ego se infló con frases como “te echo de menos” o “ven pronto”, pero él era incapaz de responder de la misma manera. Puede que simple y llanamente Roberto estuviera bien como un amigo con el que follar, con el que llenar parcialmente la vida vacía que le esperaba en Madrid. Pero de ahí a un compromiso más formal y más forzado había un trecho que no estaba dispuesto a traspasar. Quizá porque era cierto lo que siempre decía de que no servía para tener pareja. O quizá es que Roberto no era la persona adecuada. El caso es que al llegar a Madrid la segunda semana de enero, se escudó en que los inminentes exámenes de febrero le absorberían el poco tiempo libre que su trabajo le dejaba.
LA NAVIDAD DE ROBERTO
La sola idea de que Ángel se marchara esa misma tarde era lacerante. No pudo retenerle una noche más. A pesar de que habían follado un montón y había perdido la cuenta de las veces que llegó a correrse, Roberto anhelaría otra noche durmiendo abrazado a alguien y despertándose de nuevo con esa sensación tan agradable. Pero Ángel se marchó dejándole vacío. Además le advirtió que pocos días después se iría de vacaciones durante dos semanas y no logró convencerle para que se vieran antes de su partida. O se hacía el duro, o realmente no podía o realmente no quería. Roberto tenía mucho margen para pensar.
Esos días le envió mensajes y le llamó a sabiendas de que en su trabajo, Ángel no podía responder a las llamadas. Tenía muchas ganas de verle y se lo hizo saber. Pero de poco servía. Llegaba entonces otra Navidad triste. Quizá fuera el momento de pedir el alta y mantener su cabeza ocupada. Total, durante esos días Ángel no iba a tener teléfono así que no merecía la pena atormentarse de aquella manera. La semana siguiente se reincorporó al trabajo y le ayudó a sobrellevarla. También la de después. Lo malo vendría cuando Ángel regresó y se excusó en los exámenes para no sacar tiempo para poder quedar. Dolía, dolía intensamente no saber el porqué, no verle después de tanto tiempo, no entender aquel comportamiento o no ser consciente de si se lo había dejado lo suficientemente claro o no.
Le llamaba para preguntarle qué tal. Y lo cierto es que Ángel no se mostraba distante ni seco. Sería verdad que los estudios le absorbían. “¿Pero ni para un rato?”, se preguntaba. Le propuso quedar una y otra vez y le seguía dando largas. Decidió entonces no insistir. Y logró que pasaran cuatro días sin que se pusiera en contacto con él. Tuvo que luchar para conseguirlo, pero finalmente lo hizo. Y entonces, cuando ya no lo esperaba, su teléfono sonó. Un viernes a las doce de la noche. Ya casi dormía, pero no tardó en desvelarse.