Ángel y Roberto

Dos ex compañeros de la universidad que un día se descubren

Ángel no es lo que se dice un tío normal, aunque sí pasaría por uno más del montón en cuanto a físico. Sin ningún rasgo destacable más allá de su pelo rizado. Él solito se lo busca, pues aunque no está contento con su cuerpo, no hace nada por cambiarlo exceptuando alguna malograda dieta esporádica que no hace más que devolverle estrías como flaco favor. El deporte le da alergia aunque admite sentir envidia por aquellos que salen a correr llueva o haya treintaicinco grados a la sombra, y admira la fuerza de voluntad de los que acuden al gimnasio como parte de su rutina diaria.

La suya se centra en sus libros, un trabajo que adora y, de vez en cuando, evadirse a una vida paralela en la que se siente cómodo. Porque Ángel vive desplazado en una ciudad que no le gusta, y a la que le da muy pocas oportunidades. Siente demasiada morriña por la vida que llevaba en su ático de soltero junto a la playa, hasta que la crisis económica provocó que le despidieran del trabajo teniéndose que mudar a la capital para poder hacer frente a la hipoteca de una casa que no disfrutaría en años.

Roberto estaba orgulloso de vivir en Chueca y amaba el barrio. Quizá allí pasaría por una persona normal, pero a todas luces no lo era. No era un tío guapo, aunque sí resultón. No tenía un cuerpo de escándalo, pero los años que ha pasado como monitor de spinning han dejado su impronta. Si a eso le unimos una personalidad arrolladora, resulta hasta atractivo. Es uno de esos tíos que no paran de hablar y que saben de todo. Y si no saben, se lo inventan. Pero es incapaz de permanecer callado o pasar inadvertido.

Al margen de sus esporádicas clases subido a una bicicleta, odia su otro trabajo de comercial. Aunque se le dé bien, se queja continuamente de sus compañeros, de sus jefes o del horario, teniendo que trabajar a veces los fines de semana e impidiéndole hacer lo que más le gusta: salir de fiesta y acabar follando. Su vida apenas se limita al conocido barrio madrileño, donde cada noche acaba “triunfando” con un maromo diferente. Tiene unos gustos muy definidos, centrándose en tíos amantes del deporte, bien dotados y que escapen de cualquier compromiso.

Ángel no tiene los gustos tan claros, y aunque siempre ha presumido de rechazar la posibilidad de tener pareja, lo cierto es que resulta muy enamoradizo. Puede que sólo sea ilusión o capricho, pero tras la mayoría de las veces que se acuesta con un tío sale escaldado. Menos mal que las ocasiones no son muchas. Le cuesta ir directo al grano no se sabe si por complejos o porque no siente la necesidad, por más que a veces tenga la sensación de ser un salido que se fija y fantasea con todo macho viviente. Su discreción le aparta de tíos como Roberto, prefiriendo a alguien menos extrovertido y más como él.

A Roberto le importan menos esas cuestiones. Da igual que hable poco o mucho mientras le haga disfrutar en la cama. Aunque reconoce que las mosquitas muertas son los peores. Aunque Ángel piensa mucho, no lo hace en plan buenos o malos, sino que espera que alguien le haga “clic” de alguna manera. Su historial sexual es deprimente, y el amoroso aún más. Lleva un mes sin follar, y en ese tiempo Roberto se habrá tirado a más de una docena de tíos cachas, preferiblemente sin pluma y con una polla de buen tamaño.

Ángel apenas sabe qué es eso. Sus aventuras han sido en su mayoría con tíos normales. Salvo el amor de su vida, que era un envidiable maromo rubio de ojos azules, y un tío que conoció por internet con un buen miembro, no ha habido mucho más destacable. Quizá sí, pero por lo negativo, con algún amante frustrado con el que no se le levantaba, con algún descerebrado precoz o con algún otro que pensaba que la sensibilidad es una corriente artística. Roberto seguro que se ha topado con más de uno por el estilo, pues la probabilidad es bastante mayor. Aunque si hablamos de estadística, en lo que a mala suerte se refiere, Ángel sale muy mal parado.

EL DÍA DE ÁNGEL

El domingo era con diferencia su peor día de la semana. Si se despertaba en su casa de la playa lo era por la resaca de un sábado insaciable. Si lo hacía en Madrid le esperaba una jornada sin dolor de cabeza, pero de lo más aburrida. Miró el reloj y marcaba las nueve y algo. Demasiado pronto para levantarse, así que aprovechó para gandulear bajo la colcha un ratito más. Atraído por la idea de un café con un cigarro, decidió levantarse por fin y afrontar un tedioso día si nada ni nadie lo evitaba. Aquello podría ocurrir, pues el lunes siguiente era festivo, así que lo mismo surgía algún plan interesante.

A las doce de la mañana ya se había cansado de mirar su correo, su página de Facebook, o todos los perfiles que había ido colgando por sendas webs con la esperanza de encontrar alguien interesante. Pero para aquel día nada nuevo en ellos. Jugó a algún juego en línea, intentó escribir, probó a leer en el jardín, y hasta subió a darle un poco de uso al mini gimnasio que se había montado en la bohardilla y que cumplía la misma misión que un cuadro colgado de la pared. Desesperaba que el tiempo pasase tan lento, pero por fin sonó el teléfono para dar un poco de luz a aquel día gris de octubre.

-¿Unas cañas en el Centro? – preguntó su amiga Silvia.

-¿Quiénes vamos?

-Qué más da. Si te lo digo no vas a querer venir, que te conozco…

-Eso es que viene Roberto, ¿no? – preguntó Ángel con cierto grado de decepción.

-Sí, y Estefanía también. Pero no seas gili y vente anda, que siempre estás igual. Pasa de ellos y ya está.

Silvia logró convencer a Ángel, que debido a su pueril comportamiento ya había rechazado demasiadas invitaciones tras saber que Roberto acudía a las quedadas de los compañeros de facultad. Que no le caía bien era algo sobradamente conocido en el grupo. Lo que no estaba tan claro es que fuera recíproco, pues Roberto nunca hablaba de él, salvo algún comentario relacionado con la timidez de aquel. Para Ángel, Estefanía era aún peor. No la soportaba de ninguna de las maneras. Y además se llevaba muy bien con Roberto. Acudían a las reuniones sólo si lo hacía el otro, y apenas se despegaban durante toda la velada.

Se plantó frente al espejo para decidir si tocaba look pijo o más informal. Sus ex compañeros siempre le llamaban “pincelín” por lo bien que vestía, además de ser considerado un pijo por su afición a las marcas. Escogió la ropa, el calzado, el reloj y las gafas y se puso frente al volante de su coche azul para dirigirse al centro. Llegaría tarde como casi siempre, así que allí sentados en la terraza de un bar, le fueron recibiendo con besos y apretones de manos. Roberto y el novio de una de sus amigas eran los únicos tíos. El resto eran cotorras que no paraban de rememorar momentos únicos entre las paredes de la Facultad, apoyadas por un Roberto que no paraba de interrumpir y comentar sobre situaciones en las que no había estado, pues apenas pisó la universidad el primer año.

La tarde fue trascurriendo y el alcohol iba surtiendo efecto. Esta vez dejó en Ángel ese agradable puntillo que permite desinhibirte, y le convirtió, por primera vez en muchos años, en el foco de atención. Estaba muy gracioso, tenía acertados y cómicos comentarios para casi todo. Como se suele decir, estaba “que se salía”. Irradiaba buen rollo, que fue contagiando a cada miembro de la mesa provocándoles una risa detrás de otra. Por una vez, se sentía en su salsa frente a Roberto y Estefanía. Y por una vez, no miraba el reloj cada dos por tres mientras maquinaba en su cerebro alguna excusa para largarse cuanto antes.

Estaban tan a gusto que decidieron quedarse para cenar. Más alcohol y más risas. Entre Roberto y Ángel se creó cierta complicidad, inimaginable hasta entonces. Descubrieron cosas el uno del otro que jamás hubieran pensado. Mantenían conversaciones de cualquier tema ya fuera serio o no ante la mirada atónita del resto de compañeros que disfrutaban de aquella recién adquirida amistad. Todos menos Estefanía, que llevada quizá por algún eventual ataque de celos intentaba en vano acallar a Ángel con alguna bordería o algún comentario fuera de lugar. Fue la primera en marcharse.

Tras la cena decidieron seguir con la fiesta y se fueron a varios bares de copas fuera y dentro de Chueca. Ángel no se planteaba ir allí para ligar. Seguiría pasándoselo tan bien como el resto de la tarde, siguiendo con su carácter alegre que le llevaría incluso a bailar en cualquiera de los garitos. Aunque tenía mucha más confianza con cualquiera de sus amigas, aquella noche Roberto fue su foco de atención. Pero no como un objetivo para ligarse, sino como una persona a la que acababa de descubrir y con la que se sentía cómodo hablando. Nada sexual pasó por su cabeza y sí se decía a sí mismo que nunca volvería a renunciar a otra quedada por el hecho de que Roberto asistiera.

Comenzaron a marcharse hasta que quedaron Ángel, Roberto, Silvia y Leticia. Decidieron, pues, irse a un sitio más tranquilo a pesar de las horas en el que poder continuar con sus interesantes conversaciones. Leticia apenas se tenía en pie por el pedo que se había pillado, así que quedó un poco al margen. Silvia se empeñaba en iniciar conversaciones que Ángel y Roberto se sentían muy dispuestos a mantener. Así, los tres se descubrían, tomando aquellas palabras cada vez un cariz más íntimo. Ángel y Silvia se mostraron tal cuál eran, desnudándose y enseñando su lado más sensible. Roberto, sin embargo, no se llegó a involucrar del todo, exponiéndose menos, pero aprendiendo mucho de sus ex compañeros de clase.

Ángel se sintió aliviado y satisfecho de haber revelado algo que necesitaba contar. Silvia lo agradeció, y aunque el sentido del humor que había manifestado toda la tarde, sus comentarios materialistas y clasistas de tono jocoso o su imagen de tío pijo desalmado con ideas políticas contrarias a las suyas le proyectaban de una manera, se descubrió que parte de aquello era sólo fachada. Silvia empatizó con él. Ángel fue capaz de desprender algo que la cautivó. Puede que a Roberto también, pero un par de encontronazos con Silvia les llevaron a mantener algo de distancia. Ángel, pues, salía bien parado por aquello.

Leticia insistía desde su lamentable estado tumbada sobre uno de los sillones en marcharse. La ignoraron varias veces diciendo que pronto se irían, hasta que la pobre Leti no pudo más y amenazó con irse sola. Se levantaron todos entonces y salieron del local, a pesar de que ninguno quería que la noche acabara todavía. Pero Leticia dormía en casa de Silvia así que a ésta no le quedaba otra que retirarse ya. Ángel estaba súper despierto y seguía con ganas de más. Podría haberle pedido a Roberto que se quedaran un rato en otro garito, pero no lo hizo.

EL DÍA DE ROBERTO

Casi todos los domingos eran muy similares para Roberto, exceptuando aquellos en los que tenía que trabajar. Si no lo hacía, se despertaba acompañado bien pasado el medio día echando el ojo a su conquista de esa madrugada a la vez que abría la boca para desperezarse. La situación se repetía domingo tras domingo, aunque el tío nunca era el mismo, por más que estuvieran todos cortados por el mismo patrón. Se levantaba haciendo el mayor ruido posible para que su amante se despertara y se marchara cuanto antes, aunque había ocasiones en las que el acompañante abría el ojo antes que él, se mostraba un poco mimoso y echaban un polvo mañanero.

Ese domingo no ocurrió así. Roberto se levantó, despertó al tío moreno que yacía sobre el colchón, y con la excusa de que tenía que irse a comer a casa de sus padres le pidió que se marchara. El colega no quería irse sin más, y se mostró un tanto pesado arrastrándose y casi suplicando un polvo. Roberto no accedía al principio, pero ante tanta insistencia, finalmente se la dejó chupar en el sofá del salón. Después de correrse tras la mamada, y de que el otro se hiciera una paja, pido por fin quedarse solo y disfrutar de un poco de descanso físico y mental. Le gustaban los domingos por ese motivo, porque era el día que dedicaba para él, a sabiendas que todo su entorno se despertaba en las mismas circunstancias de resaca y cansancio.

Aprovechaba la tarde para verse una película, cocinar o simplemente estar tirado en el sofá sin hacer nada y con la mente en blanco. Detrás de un buen polvo, resultaba sin duda el mejor momento de la semana. Por ello, había días que apagaba el móvil, o lo silenciaba pese a que pocas veces nadie le sacaba de su enfrascamiento. Ese domingo de puente fue Silvia quien le apartó de su letargo.

-¿Unas cañas en el Centro?

-Déjame que hable con Estefanía.

-¿Qué pasa, que si no viene ella no vienes?

La respuesta era evidente, así que para qué excusarse. Tras esa “encerrona” por parte de Silvia, Roberto dijo que sí. Se vistió con lo primero que pilló del montón de la ropa limpia que no guardaba ningún orden, cogió el Metrobús y la cartera y se fue para el lugar acordado. Roberto no se imaginaba que a aquella quedada tan precipitada acudiera tanta gente. Y mucho menos se esperaba que apareciera Ángel, por lo que la sorpresa al verle aparecer impecablemente vestido fue mayúscula, pues él casi nunca venía a las reuniones, a no ser que fuera el cumpleaños de alguna de sus “amiguitas del alma”.

La primera cerveza le supo a rayos, seguramente por la ingente cantidad de alcohol que bebería la noche anterior. Además estaba algo cansado, así que Roberto no se sentía en su salsa aquella tarde. Le sorprendió un Ángel desinhibido y chistoso. Le recordaba mucho más serio y poco hablador, aunque no perdía su tono arrogante de siempre. “Algo muy bueno le ha tenido que pasar para que haya venido y además esté así”, pensaba Roberto. Descubrió entonces esa faceta que desconocía de un compañero de universidad con el que apenas compartió pupitre o palabras. Pero sus bromas y elocuentes comentarios de esa tarde le hicieron verle con otros ojos, amén de que las risas que le provocaba le animaran a olvidar su resaca y su cansancio.

Nunca se aburría en aquellas reuniones, pues a Roberto le encantaba hablar, y encontraba en Silvia la horma de su zapato, manteniendo largas y vivas conversaciones con ella, y apenas dejando meter baza al resto. Estefanía era con la que más contacto mantenía, pero no le resultaba ni la mitad de interesante que Silvia. Pero aquella tarde, la revelación fue Ángel, y descubrió en él a una persona interesante y locuaz, que carecía de la cabezonería de Silvia por lo que resultaba más fácil entenderse con él, por más que apenas tuvieran cosas en común. O al menos Roberto no lo sabía, pues a pesar de conocer a Ángel desde hacía diez años, le resultaba todo un desconocido.

La tarde había resultado de lo más amena, y el mal sabor de la primera caña pasó pronto, por lo que la idea de quedarse a cenar le atrajo. Mientras comían algunas raciones, la conexión con el único estudiante masculino que había asistido aquella tarde se intensificaba. Es verdad que Ángel tenía un punto de soberbia que no le pegaba mucho, pero quedaba perfectamente camuflado por el tono jocoso que envolvía sus palabras. Era un pijo, pero de los buenos. Nada que ver con las ideas o costumbres más sencillas de Roberto. Ángel se iba mitificando a medida que pasaban las horas y el resto de contertulios se iba retirando hasta dejarles a los cuatro en un tranquilo bar de copas, tras haber bebido todo lo bebible y bailar todo lo bailable.

En ese ambiente más relajado, Silvia y Ángel parecían también haber debilitado sus corazas y se abrían el corazón ante la atenta mirada de Roberto y la desganada Leticia que pensaba más en la cama que en los amoríos, traumas y demás torturas de sus amigos. Sin embargo, Silvia seguía manteniendo algo de su escudo, que le hacía chocar con Roberto, siendo los dos algo intransigentes. Con Ángel era todo más fácil. Al escucharle, Roberto no se imaginaba que pudiera existir alguien así. En su forma de hablar descubría una delicadeza y sensibilidad poco usuales, y la manera en que describía ciertas situaciones le hacían pensar en cosas que jamás se había planteado. Las palabras de Ángel calaban en lo más hondo de Roberto.

Por eso le sentó mal que Leticia quisiera marcharse ya. Silvia tendría que irse con ella. Le propuso que la dejaran en su casa y continuar los tres en algún bar cercano a la misma, pero Silvia no quiso y decidió marcharse. Esperó a que Ángel le propusiera tomarse otra copa, pero no se le veía muy por la labor. Entonces, Roberto pensó en marcharse solo a algún garito que conociera y acabar follando.

-Pues si os vais todos, yo me quedo por aquí en algún garito.

-Sí, vámonos – insistía Leticia.

-Yo no quiero – decía Ángel.

-Pues quédate con Roberto – propuso una ya cansada Silvia.

Y Ángel y Roberto se miraron. Ambos querían quedarse. Ambos querían quedarse solos y juntos. Y a ambos se les pasó por la cabeza lo extraño y curioso de una situación que si se les hubiera contado horas antes ninguno hubiera creído. Finalmente, caminaron juntos en dirección opuesta a Silvia y Leticia.

LA NOCHE DE ÁNGEL Y ROBERTO

-¿Dónde vamos? – preguntó Roberto.

-Ni idea, yo no conozco nada de por aquí.

-¿En serio? ¿No sueles salir por Chueca? – inquirió Roberto sorprendido.

-No, no me gusta nada.

-¿Por?

-Me parece un escaparate. Y además, nunca ligo en Chueca – dijo Ángel riéndose.

-Si quieres vamos a algún otro sitio.

-Donde quieras, pero algo tranquilito, ¿no?

Y entonces coincidieron que algún garito rollo chill out estaría bien, aunque finalmente entraron a una tetería que se encontraba abierta cerca de donde estaban. Allí continuaron descubriéndose el uno al otro. Ángel confirmaba lo poco que ya sabía y conocía de su nuevo amigo. Roberto exploraba a un tío que siempre le pasó inadvertido y una personalidad que le parecía completamente novedosa, bien distinta a las que estaba acostumbrado ver los domingos al medio día en el lado derecho de su cama. Y en la cama pensó. E incluso Ángel le empezaba a resultar atractivo. Que fuera diferente quizá le sedujo. Y que esa diferencia radicara en ser un tío interesante, sensible, culto, tolerante y buen conversador atraía aún más.

Para Ángel Roberto seguía siendo un tipo charlatán que sabe de todo y que para todo tiene una opinión. Pero ser su interlocutor en vez de un espectador más no le hacía tan censurable. A Ángel también le gustaba sentirse el centro de atención, y aquel día lo consiguió, y además Roberto se lo permitió de alguna manera, así que no creía estar tomando un té con alguien que no le agradaba o le caía mal, pero tampoco le cautivó tanto como para sentirse atraído por él. Seguramente, porque Roberto era siempre así, y lo suyo había sido algo esporádico que el alcohol y la necesidad de relacionarse con otras personas habían propiciado. Pero a pesar de todo, la situación incitaba a pensar en un posible encuentro sexual, aunque Ángel dudaba que le resultara atractivo a Roberto.

Pero cuando salieron de la tetería y Roberto le invitó a su casa su apreciación varió. A Ángel le entraron los nervios de repente, pese a lo cual aceptó. Su cabeza siempre iba más allá y le ahogaban unos pensamientos que siempre se juraba a sí mismo trataría de evitar, pero resultaba imposible. Básicamente se centraba en el porqué de la invitación, o sea, en que si era por seguir hablando tranquilamente o por echar un polvo. Para Roberto, aquel trance era más cotidiano, y si Ángel había aceptado ir a su casa ya no tendría que buscarse a otro para follar esa noche. A todas luces él estaba mucho más acostumbrado a esas cosas que su tímido acompañante.

Por tanto, Roberto llevó la iniciativa nada más sentarse en el sofá de su casa. Besó a Ángel con firmeza mientras éste temblaba a la vez que le devolvía el beso y liberaba a su lengua cuando Roberto se lo pidió. Hizo lo mismo con su mano, pero no fue hasta que la de Roberto le comenzó a sobar la espalda, el culo o los muslos. Roberto trató de quitarle su camisa de lino y ahí fue cuando Ángel recuperaba sus miedos y se alejaba del tío dicharachero y extrovertido que pareció ser durante toda la jornada. Roberto lo notó y preguntó qué pasaba. Ángel estaba serio, y Roberto, de repente, preocupado. Ángel se sentía mal por no lograr superar sus traumas y Roberto algo confundido por no saber muy bien por qué Ángel había parado.

Pero también como casi siempre, y como en cualquier comentario de esa tarde, “pincelín” salvó la situación con un comentario elocuente en tono de broma aludiendo a sus complejos y Roberto recuperó de nuevo la sonrisa y recuperó de nuevo la boca de Ángel. Ya sí que le dejó que le despojara de la ropa, al tiempo que Ángel hacía lo propio con la camiseta de Roberto, sus vaqueros rotos y sus infantiles calzoncillos. Descubrió entonces un cuerpo bien proporcionado que para sí querría, con un toso firme carente de cualquier tipo de michelín con los que él sí contaba. Ver la ya tiesa polla de Roberto le excitó, y aunque no era nada excepcional, de nuevo él saldría mal parado.

Se reclinó entonces y acercó su boca a ella sin dilaciones. Aquí ya no dudó y comenzó a lamer el cipote de Roberto, quien gemía mientras se acomodaba en el sillón. Ángel empezó despacio, recorriendo con su lengua cada milímetro de la polla que tenía delante, acariciando a la vez los huevos que más tarde se llevaría también a la boca. El intenso olor de aquella zona le calaba en los sentidos, así como el sabor de la verga de Roberto, que ya había soltado algún líquido que la hacía incluso más sabrosa. Los dos disfrutaban de la mamada y se dejaban llevar sin más. Roberto colocó sus manos sobre los rizos de Ángel, que seguía aferrado a un cipote que lamía de arriba abajo, el cual se introducía hasta lo más profundo de su garganta, al que daba pequeños mordiscos o al que acariciaba con sus delicadas manos mientras se detenía engullendo los huevos.

Roberto se estremecía desde su cómoda posición intentando dirigir los movimientos de su amigo, pero pronto se dio cuenta de que no hacía falta, pues Ángel por sí solo le estaba proporcionando un  enorme placer. Aunque Ángel tenía buen aguante chupando pollas, la aparcó por un momento y subió de nuevo a la boca de Roberto. Éste le recibió con una sonrisa y le devolvió un beso con el que ambos gozaron. Ángel apoyaba los brazos sobre el respaldo y Roberto recorría la espalda y el pelo de Ángel con sus manos, hasta que hizo un amago de apartarse y volver a su polla. Pero esta vez Roberto se adelantó y no se lo permitió, de momento.

Le quitó entonces el bóxer de rayas que aún llevaba puesto y vio por fin la polla de Ángel, completamente empalmada, que palpó poco después mientras emitía algún sollozo. Fue Ángel esta vez el que quedó sentado sobre el sofá y Roberto quien se centró en la polla del otro. Desde luego, la de esa noche no alcanzaba el tamaño estándar que a él le gustaba, pero el sabor de aquel cipote con los restos de sudor y orina le resultaban bastante excitantes. Se la tragó de golpe y Ángel se sumió en un largo suspiro al tiempo que arqueaba su cuerpo. Sintió la lengua dejar rastros de saliva por su polla y sintió cómo los dientes de Roberto la arrastraban desde el tronco hasta su glande, que recibía durante más tempo la caliente lengua de Roberto.

Éste se levantó, tendió una mano a Ángel y le invitó al dormitorio. Allí continuaron con la escena que ninguno hubiera imaginado jamás, pero disfrutándola como si no se fuera a repetir. Roberto empujó a Ángel hasta dejarle sobre el colchón y se volvió a comer su polla. Poco después le levantó las piernas y se centró en su culo, que escupió un par de veces para luego acercar su lengua y lamerlo. Ángel soltó el gemido más sonoro de aquella noche y se estremeció sintiendo la lengua de su amante en su agujero. Roberto se incorporó y recuperó los labios del otro llevando consigo el olor a culo que impregnó su nuevo beso. Ángel pudo disimular su propio aroma poco después cuando guió el cuerpo de Roberto hacía sí, quedando su polla de nuevo frente a su boca.

Roberto se inclinó, y apoyado sobre el pecho de Ángel comenzó a follarle la boca. Ahora era él quien emitía un agudo gemido, y el que sentía un escalofrío recorriendo su piel. Ángel recibía su polla con ganas, ayudándose con su lengua y dejándose meter y sacar aquella sabrosa verga. Notaba incluso los huevos de Roberto golpear su barbilla y las manos en su vientre intentando mantener el equilibrio. Ángel tuvo que parar un momento para no quedarse sin aliento, pero apenas hizo falta un suspiro para que recuperaran el ritmo. Esta vez Roberto no dio pie a que Ángel desfalleciera, o al menos su boca, y se centró por segunda vez en el apetecible culo de su amigo.

Aunque esta vez no hubo rodeos, y tras lubricarse la polla con algo que guardaba sobre la mesilla, determinó meterla sin más. Aquí, ambos gimieron al unísono, y en sus ojos pudo verse la lascivia. Roberto metía y sacaba su polla de lo más profundo de Ángel. Éste la notaba en todo su esplendor y le agradecía el placer que le estaba otorgando. Lo que Roberto agradecía era que Ángel estuviera tan entregado y se centraba en sus embestidas anhelando bajar un poco más su cuerpo y acompañarlas por un morreo. Ángel captaba la señal e intentaba levantar su cabeza para juntarse con Roberto, pero la postura resultaba algo difícil.

Se dieron pues la vuelta y ahora Roberto yacía sobre el colchón. Ángel se clavó su polla de nuevo sin detenerse a chuparla otra vez. La follada que le estaba dando su ex compañero de clase le gustaba en exceso como para hacer que se corriera sólo gracias a su boca. Roberto le recibió de buena gana y volvió a vibrar de nuevo ante el estímulo de su verga. Se sentía tan excitado que incluso arqueaba su cuerpo y le penetraba con más fuerza con vivos movimientos pélvicos. Por su parte, Ángel se contoneaba y acompasaba los meneos de su experimentado amigo para que los dos pudieran disfrutar aún más.

La recién adquirida confianza llevó a Ángel a permitir que Roberto se corriera dentro de él. La sensación del caliente líquido blanco resbalando por sus entrañas y los sollozos que le llegaban a sus oídos anunciaron que su amigo había cumplido su parte. Roberto se quedó desplomado sobre la cama mientras Ángel terminaba de pajearse de una manera más discreta y sutil, y ya sin necesidad de ayuda, pues las fuerzas de Roberto flaqueaban. Aun así, recibir los labios de Ángel otra vez le gustó, y les llevó a un largo beso en una posición más cómoda que les dio paso a ceder ante el sueño.

EL LUNES DE ÁNGEL

Ángel se despertó y se quedó pensando por un momento qué hacer. Tenía la opción de permanecer en la cama hasta que Roberto se despertara. O podría levantarse y esperarle en el salón. O quizá debía marcharse a su casa, darse una ducha allí y esperar a que la oleada de pensamientos le inundaran para analizar lo acontecido. Optó por esto último, así que sin hacer ruido se vistió, cerró la puerta tras de sí y condujo aturdido hasta su casa. Allí, una ducha, un café y un cigarro hasta quedar tumbado en el sofá pensando en Roberto y lo que el polvo supondría. Como siempre, se repite la misma tesitura alejándole de la improbable alternativa de que echar un polvo quede sólo en eso, sin necesidad de plantearse nada más, ni de auto convencerse de nada, ni temer en que los días sucesivos algo le inundará la cabeza, le ahogará o le creará ansiedad.

Pero el lunes transcurre mejor de lo que esperaba. Roberto no tiene tanto peso como imaginaba. Piensa más en si se lo contará a sus amigas cuando le llamen. Sí que siente algo de vergüenza por su infantil e inseguro comportamiento. Y quizá sea eso lo que le frene y le aparte de pensar en una segunda parte. “Fue sexo y ya está”, se decía. “Y para Roberto será lo mismo. No somos amigos ni nada a pesar de todo”. Y entonces el lunes fue como la primera parte del día anterior: aburrido y tedioso. Se preocupó más en cómo matar el tiempo lo que quedaba del día. De nuevo Silvia le llamaba por teléfono. Y de nuevo Roberto formaba parte del tema de conversación. Ella se rió cuando le contó que se acostaron.

-¿Pero te mola? – le preguntó.

-Fue un polvo y ya está.

EL LUNES DE ROBERTO

Cuando Roberto despertó esperaba encontrarse con Ángel al otro lado de la cama. Por una vez su primer pensamiento del día no era cómo echar al tío al que se había follado. Pero no porque Ángel ya hubiera decidido marcharse solito, sino porque a Roberto le hubiera apetecido levantarse con alguien que conocía, con el que se sentía cómodo. En resumidas cuentas, alguien que por alguna extraña razón le parecía especial. Pensó que quizás estuviera en el baño o esperándole en el salón. Pero tras echar un vistazo por su casa, Roberto se dio cuenta de que Ángel se había largado.

Lo que cualquier otro día hubiera supuesto un alivio, en aquel lunes de octubre le pareció algo agobiante. Pensó en Ángel como pocas veces había pensado en otro tío. Sonrió rememorando algunos momentos graciosos del día anterior en cualquiera de los muchos bares en los que estuvieron. También una sonrisa tierna le iluminó la cara cuando recordó la timidez de su amigo al intentar quitarle la camisa. Y por qué no, también echó de menos la entrega con la que Ángel se había abandonado al placer, sintetizándose con él, e intensificando el que el propio Roberto pudo haber padecido.

Roberto sintió algo de angustia y decidió aplacarla con una llamada de teléfono. No, no llamaría a Ángel por el simple hecho de que no tenía su número. Utilizó a Silvia como canal de información. Silvia no sabe mentir, y le dijo que había llamado a Ángel y que éste le contó que habían acabado follando. Lo hizo sin maldad, pero se arrepintió de ello por la reacción del otro. Entonces no fue capaz de decirle que para Ángel había sido sólo un polvo. Simplemente le aconsejó a un decepcionado Roberto que era mejor que no le llamase.