Ángel y diablesa.
Un pequeño relato para animar este Halloween. Disfrutadlo. (Publicado hace casi un año y uelto a subir tras eliminarlo).
Ella estaba de pie, con su espalda apoyada contra la pared. La oscuridad sumía aquel lugar en una tenue calma pese a que se veía interrumpida por leves haces de luz y el histriónico sonido de pasos, gritos y una rabiosa melodía respaldada por sintetizadores. Ruth tenía sus ojos color miel posados en aquella orgia desfasada que se recreaba ante ella como una representación marchita de la humanidad.
En la negrura de aquel lugar, su vestimenta resaltaba con mucha fuerza por lo inusual que resultaba. Alas blancas, una aureola dorada sobre su cabeza, un vestido transparente que dejaba al descubierto su ropa interior. Tenía un aspecto inmaculado y celestial, inapropiado para un sitio como este. Era un ángel puro en mitad de la Sodoma que se recreaba a su alrededor.
Justo frente a ella, había un sofá donde un puñado de gente se enrollaba sin ningún pudor. Una Harley Quinn de psicodélicas coletas y ropa muy ajustada se montaba encima de su bufonesco Joker, al cual morreaba con total ansia y entrega, enrollando su lengua en la de él. Al lado de estos, un conde Drácula de apariencia anacrónica por su peculiar vestimenta, con una capa que más lo asemejaba a Ramón García en las Campanadas de Fin de Año, manoseaba a sus dos vampiresas, provistas de ropa de cuero y prominentes escotes. Alrededor de todos ellos, personas de edades jóvenes y diferentes sexos bailaban, bebían, conversaban o se enrollaban mientras una esquizofrénica música electrónica acompañaba tan peculiar celebración de la Noche de Brujas.
Ruth se lamentó. Este no era su lugar. Odiaba esta clase de eventos, donde el alcohol, el sexo y el desmadre son los principales medios para socializar. Ella no era una chica de tantos rodeos salvajes, era alguien más tranquila. Solo había venido porque su amiga Martina, quien celebraba aquella fiesta, se lo había pedido. Y allí estaba ella, en la zona de las mesas, vestida de enfermera y flirteando con el hombre lobo y un psicópata provisto mascara y machete. Ruth, en cambio, no tenía pensado liarse con nadie. Pretendientes no le habían faltado, aunque ninguno era de su agrado. Tan solo pudo volver a lamentarse y beber un sorbo del vaso que tenía en su mano que contenía ron con cola. Decidió permanecer allí hasta que la fiesta menguase un poco y, entonces, llamar a su padre para que la recogiese. Pero era Halloween esa noche y aún, no había concluido.
Sintió un súbito roce en su brazo derecho que la puso en tensión. Fue un toque rápido, como si una bocanada de frio viento la hubiese rozado. Fue algo tan liviano que apenas pudo percibirlo. Pero sabía que alguien la había tocado. Entonces, volvió a pasar.
Esta vez pudo notar la mano de finos y alargados dedos rozando el vello de su brazo, desde el codo al hombro. Era un contacto rápido, pero intenso, de los que dejaba huella. Y como si no lo quisiera, sintió el aliento en su nuca, meciendo los pelos de su corta melena marrón oscura.
—¿Te diviertes? —preguntó una femenina y sensual voz.
Tragó saliva. No entendía que pasaba. Detrás de ella, tan solo se encontraba la pared, nada más. Pero ahora, alguien había decidido situarse a su espalda, sin que se percatase de cómo y cuándo lo había hecho. Tan solo sabía que estaba allí. Escuchó una pequeña carcajada.
—No, no te estás divirtiendo —adivinó aquella voz, emitiendo un hermoso canto de sirena que parecía atraerla—. Este no es el lugar donde desearías estar, ¿verdad?
Parecía capaz de leer su mente, porque estaba adivinando cada cosa en la que pensaba con una facilidad espasmódica. Quiso girarse para verla, pero entonces, la misteriosa aparecida la rodeó por el vientre con su brazo izquierdo, apretándola contra su cuerpo. En la espalda, Ruth notaba la presión de un par de redondeados y erguidos pechos que se adivinaban grandes. Los inquietos roces parecían indicar que aquella espectral presencia tenía una figura esbelta y bonita.
—Tranquila, no voy a hacerte nada malo, mi precioso ángel —la tranquilizó con esa atractiva voz.
Se giró. Necesitaba verla, saber de quien se trataba. No le resultaba familiar, en su vida había conocido a alguien así, pero era tal el deseo por querer averiguarlo que aquella noche de Halloween haría lo que fuese. Aunque solo fuera esa noche. Y así, se volvió y sus ojos color miel contemplaron el pecado más tentador e inimaginable que pudiera existir.
Su piel era tan clara como las alas que llevaba ella. Su pelo, tan negro como los ojos de un cuervo, y era tan largo que le llegaba hasta la mitad de su espalda. Sus labios eran de un color rojo intenso y sus ojos, verdes como dos gemas de un templo perdido. Su figura delineaba unas curvas perfectas e imposibles. Sus piernas eran finas y cimbreantes, unidas a unas torneadas caderas. Una cintura estrecha y de vientre plano, con un ombligo coronado por un brillante piercing, llevaba hasta las estribaciones de un par de deliciosos pechos que se mostraban con suculencia tras un vistoso escote que conformaba aquel traje rojo que le ocultaba lo mínimo de su preciosa anatomía. Dos cuernos rojos de plástico en su frente y una cola de goma que, surgía de su delicioso culito, indicaban que iba disfrazada de tentadora diablesa del Infierno.
Ruth no podía articular palabra ante tan increíble visión. Estaba alucinando. Nunca antes sintió algo así por otra mujer, pero de repente, todas esas ideas y prejuicios se desvanecían ante lo que veía. Poco le importaba lo que ella fuera, quería estar a su lado, que la poseyese. Entonces, sin decir nada, la diablesa la tomó de su mano y la sacó de allí.
Como guía, solo tenía ese par de verdosos ojos, los cuales parecían haberla hipnotizado y así era, en verdad. Ruth se encontraba a su merced. Toda su voluntad había quedado anulada ante la seductora fuerza que emanaba de aquel súcubo que parecía peligroso y atrayente a la par. Quería seguirla y ver donde acababa todo aquello. Juntas de la mano, se adentraron en aquella cálida marea humana, donde las personas se movían al ritmo de la desacompasada música, en una extraña y lánguida danza. Cruzaron ese febril lugar y ascendieron las escaleras de la casa, en dirección a los dormitorios.
Todo pasaba tan rápido que Ruth apenas podía asimilarlo, pero le daba igual. La adrenalina se disparaba en su cuerpo y la excitación la invadió de forma súbita cuando, ya en pleno pasillo, su misteriosa acompañante la pegó contra una pared para besarla. Al principio, todo fue violento. Le mordió el labio, invadió su espacio con una fría y húmeda lengua y comenzó a tocarla por todas partes. En otras circunstancias, se despegaría de ella envuelta en pánico, pero el sentirla tan entregada y deseosa, tan solo aumentaba sus ganas de querer tener sexo con ella. Por eso, también respondió con la misma ansiedad. Tras un rato así, la diablesa se despegó de su lado y la llevó hasta una habitación.
La puerta se cerró con un estruendoso portazo y la oscuridad volvió a reinar en aquella estancia, dándole un tono lúgubre y tétrico, a escenario de película de terror gótica. La sombra de la diablesa se insinuaba en la penumbra, aunque costaba distinguirla. Entonces, la sintió muy cerca cuando sus manos acariciaron su rostro, dejando un gélido tacto al posarse en su piel.
—Deja que te desnude —pidió ella con sorpresivo encogimiento.
Y ella obedeció.
Se dio la vuelta y notó como le deshacía el nudo que mantenía las alas de plástico barato pegadas a su espalda. Cuando las escuchó caer al suelo, fue como si se sintiese despojada de su identidad. Aunque no le importaba.
—Ahora eres un ángel caído —le susurró juguetona la diablesa en su oído.
Luego, escuchó como cada botón, que abrochaba su corto vestido por atrás, era separado. Tras esto, sintió como este caía, deslizándose hasta el suelo en un rápido movimiento. Se dio la vuelta y notó en la aullante tenebrosidad, los ojos de ese demonio femenino brillando con intensidad. Le atemorizó un poco, pero al mismo tiempo, la excitó.
—Ya estás lista para sucumbir al pecado— habló la diablesa, con un insinuante tono de mezcla de erotismo y misterio a la vez.
Cayó bocarriba sobre la mullida cama, sin saber si este era el cuarto de su amiga o no. Poco le importaba, en realidad, eso le causaba hasta cierto morbo. Miró a su alrededor para buscar a su misteriosa amante, la persona con la que pasaría aquella noche llena de terror y espectros, pero que para ella, se presentaba llena de gemidos y orgasmos. Entonces, la vio gateando sobre la cama, en dirección hacia ella. Se asustó un poco, aunque cuando vio ese precioso y blanco cuerpo sin nada de ropa encima, la excitación hizo acto de presencia. La diablesa se puso encima de ella en una pose felina que aumentaba mucho más su sensual aura. Se miraron fijamente por lo que pudiera parecer una eternidad y, sin más dilación, comenzaron a besarse.
A partir de ahí, todo fue hacia arriba. Se acariciaron, se besaron. La ropa interior de Ruth era quitada de forma suave, sin prisas. Ella disfrutaba de los afectuosos besos que la diablesa le daba por toda su piel. Sintió sus pechos medianos siendo lamidos con dulce intensidad y como las largas uñas de las manos arañaban sus caderas. Su respiración se aceleró cuando su querida diablesa chupó uno de sus pezones al tiempo que una de sus manos se adentraba en su entrepierna. Cuando notó unos dedos penetrando en su húmedo sexo, no pudo más que gritar.
—Que mojada estás— le decía ese demonio de titilantes ojos verdes que parecía desear llevarla al paraíso.
La masturbó hasta que Ruth no pudo aguantar más y se corrió como nunca antes hizo. La diablesa quedó maravillada ante el increíble orgasmo que le había provocado y contempló como la chica se retorcía en su tremebundo éxtasis, expulsando flujo vaginal que empapaba su mano. Gimió, tratando de aspirar aire para lograr recobrar fuerzas. De repente, mientras se serenaba, la díscola diablesa la besó con tranquilidad.
—Esto no ha hecho más que comenzar.
Sin darle tregua, besó todo el cuerpo de Ruth hasta llegar a su húmedo coñito y comenzar a lamerlo. Cuando la chica sintió aquella correosa lengua recorriendo cada pliegue de su sexo, sintió morirse por dentro.
—¡Que bien sabes! —exclamó la diablesa gustosa—. Te voy a comer enterita.
Escuchó como aquella risita tan agradable que emitía se fue perdiendo en su cabeza mientras su lengua se retorcía en aquel pozo del cual no paraba de manar líquido. Ruth estaba presa de un placer delicioso como jamás había experimentado. La lengua golpeteaba su clítoris, lo lamía de arriba a abajo, lo bordeaba por un lado y otro. Cuando no pudo resistirlo más, se vino en la boca de quien no cesaba de darle gozo. Esta, por su parte, no se detenía ni tan siquiera cuando ella contoneaba sus caderas con fuerza al orgasmar.
Entonces, sintió como la lengua entraba en su vagina. Estaba fría, algo que le parecía raro. Era como si la penetrase un tempano de hielo, aunque no le importaba. El contraste entre aquella gélida sensación y el intenso calor que envolvía su cuerpo le gustaba mucho. Notó como su mano derecha era cogida por la izquierda de ella. La miró a su rostro, donde sus ojos verdes brillaban bajo el apagado manto de la noche. Y de nuevo, la devoró.
Sin piedad, esa lengua recorrió todo su conducto, ensanchando el interior opresivo de sus paredes vaginales. Ahogó un grito, pues no deseaba llamar la atención de nadie. Sin embargo, concluyó que nadie se daría cuenta, pues la música sonaba muy alta. Así que cuando la lengua se convirtió en un torbellino que no paraba de dar vueltas dentro de ella, dejó escapar todos los gemidos que pudo. Y el más fuerte lo emitió cuando alcanzó el preciado orgasmo que tanto buscaba.
Agotada, sintió por un momento como su alma salía de su cuerpo y flotaba sobre el mundo y todas las personas. Ya más calmada, esa sensación de euforia se fue desvaneciendo al tiempo que su amante volvía hacia arriba, en busca de sus labios. Y se encontraron. Y no se separaron en largo rato.
Estuvieron besándose con tranquilidad, recreándose en el placer tan pequeño y magnifico que construían. Ruth gemía algo agitada mientras que su compañera le sonreía cómplice y atenta. La chica palpó el prohibido cuerpo de la diablesa, notando su algo inesperada frialdad, aunque solo en apariencia. También era suave y tersa. Sus manos apretaron su par de grandes senos y con su boca, succionó los pequeños y endurecidos pezones. La chica se agitó ante los avances de Ruth, quien se hallaba en pleno descubrimiento de un nuevo mundo con cada beso y caricia que daba. Siguió lamiendo y devorando ese precioso busto y su mano llegó a las prietas caderas y, bajo la poca luz que pujaba por algo de espacio, pudo adivinar sobre el muslo izquierdo, un sinuoso tatuaje de una serpiente negra con sus colmillos listos para inyectar letal veneno. Estaba ante una belleza salvaje y destructora. Ante un ser de insaciable apetito sexual. Y le encantaba.
Por eso, cuando ella se posó sobre su rostro, asentando su coño, tan fresco como húmedo, no dudó en devorarlo con gula. Y cuando la diablesa decidió darse la vuelta para colocarse con su cabeza orientada hacia sus piernas, bocabajo, lo aceptó gustosa. Y en una posición de 69, se devoraron la una a la otra. Callaban sus gemidos en el coño ajeno, introduciendo sus lenguas hasta lo más insondable, bebiendo del néctar que no dejaba de derramar, mordiendo a dentellada limpia para conseguir hasta el último resquicio de orgasmo. Cuando no pudieron más, se vinieron en una, dos, tres y hasta cuatro explosiones de placer intenso. Pero aún no habían terminado.
Cruzando sus piernas y pegando sus mojados sexos, comenzaron a frotarse sin piedad, a follarse con vehemencia, como si las vidas les fuesen en ello. Sus caderas se movían a ritmo igualado. Se aferraron a las piernas ajenas para tener un punto de fijación. Gritaron con fuerza, al tiempo que cerraban sus ojos para sentir ese placer más intenso. Sus pechos botaban libres y el pelo de sus cabezas revolvía sus rostros. Siguieron así, hasta que no pudieron resistir más y se derrumbaron.
Destrozadas por la gran lucha que habían librado esa noche, acabaron abrazadas, sintiendo el tacto de sus desnudos cuerpos y el batir de sus profundas respiraciones. Se miraban en silencio, maravilladas por lo que acababa de ocurrir.
Ruth aun no cabía en su gozo por lo que había sucedido. Pensó que sería otra aburrida noche de fiesta pero en vez de eso, acabó en una increíble experiencia con quien menos creía que pudiera imaginar. Se preguntaba si sería lesbiana, o más bien, bisexual. Pero poco le importaba eso ahora. Tan solo quería estar con esa deliciosa diablesa que tenía entre sus brazos. Diablesa que apareció en el momento más inesperado. ¿Quién era? No sabía tan siquiera su nombre. Fue a hablar, pero ella la detuvo con un suave beso.
—Vamos a dormir— le dijo—. Estamos muy cansadas.
Llevaba razón. Quizás mañana. Como fuere, cerró sus ojos y se apretó contra su amante, quien las tapó con una manta.
—Descansa mi bello ángel— habló la misteriosa chica con voz calmada mientras el sueño invadía a Ruth—. Tu diablesa siempre estará aquí.
Despertó a la mañana siguiente. En un principio, no recordaba donde se hallaba, pero imágenes distorsionadas de la noche anterior no tardaron en inundar su mente. La diablesa, la habitación, las dos desnudas, sexo desenfrenado. En poco tiempo, terminó de completar la escena. Y ansiosa por lo ocurrido, miró a su lado, esperando encontrar a su insaciable amante dormitando. No la encontró. Eso produjo una enorme desazón en su interior. Luego, miró a su alrededor para percatarse de que estaba en la habitación de su amiga Martina. Eso la asustó un poco. No quería saber la reacción de esta cuando se enterase de lo ocurrido.
Buscó su ropa por todo el cuarto. Su vestido y calzado estaban a los pies de la cama, pero su ropa interior andaba por ahí desperdigada. Al final, halló el sujetador colgando entre dos cajones medio abiertos de una cómoda y las bragas sobre el escritorio. Se puso todo y se fue de allí.
Abajo, la casa estaba hecha un desastre. Vasos y botellas por todos lados, líquidos de dudosa procedencia derramados por el suelo, cintas de papel higiénico colgando hasta de las lámparas del techo. Todo era un verdadero estropicio. Vio hasta restos de vomito en alguna esquina y en el sofá, buenos manchurrones de semen. Se compadeció del pobre que tuviera que limpiar todo aquel desaguisado. Algo desorientada aun, escuchó ruido procedente de la cocina, así que decidió ir allí. Aún no había visto a nadie.
Para cuando llego allí, encontró a su amiga Martina en pie frente a la encimera de la cocina, preparándose el desayuno, y a su hermana Julia bebiéndose una taza de café caliente, sentada a la mesa.
—¡Vaya, mira quien aparece al final!— exclamó con bastante alevosía Martina mientras se volvía a Ruth—. ¿Dónde has estado metida, listilla? No te vi desde que nos saludamos en la entrada y entonces, te perdí de vista.
Aturdida por lo ocurrido la noche anterior, se acercó a la mesa y tomó asiento.
—Estaba….
—¿Dónde?— preguntó su amiga ansiosa.
Miró a Julia, la hermana mayor. Ella no estuvo en la fiesta y suponía que acababa de llegar. La observó por un instante, pero no tardó en pasar de ella. Luego miró a Martina, quien la deseosa de una respuesta.
—Estaba en tu habitación.
Martina emitió un grito escandaloso que casi taladraba los oídos de las allí presentes. Molesta, Julia le replicó que no gritase tan fuerte a lo que su hermana le respondió que no lo volvería a hacer. Tanto Ruth como ella sabían que era mentira.
—Vaya, vaya, así que estuviste en mi habitación. Con alguien, supongo— Eso último lo dijo con mucha malevolencia—. Espero que no lo dejaseis todo pringando.
Ruth prefirió guardar silencio ante lo que ella le decía.
—¿Qué te hace pensar que tu amiga estuvo anoche con alguien?— preguntó Julia con clara intención de mal meter.
—Pues está más que claro— le respondió agresiva Martina—. Yo misma le dije que se liara con alguien esta noche. Es tan cerrada la pobre. Ya debía desmelenarse.
Se lamentó un poco ante las indiscretas palabras de su amiga. Era una cotilla y le encantaba estar enterada de todo.
—Y dime, ¿quién fue el afortunado?
Lo que le faltaba, que le preguntase con quien se había liado. No sabía qué hacer. Estaba claro que no podía callarse, pues Martina era muy pesada.
—Más bien, afortunada— comentó de forma rápida.
Cuando dijo esto, Martina se quedó sin habla. Julia, que parecía indiferente a la conversación, se quedó mirando a Ruth alucinada. Nadie supo en un principio que decir, hasta que fue la hermana mayor quien rompió el incómodo silencio.
—¿¡Se ha enrollado con una tía?!— preguntó escandalizada.
—Cállate— le espetó Martina a Julia mientras se sentaba al lado de Ruth—. A ver, cariño, ¿me estas tomando el pelo o vas en serio? ¿Te has tirado a una mujer en mi cuarto?
Ella se limitó a asentir.
—Joder, chica, cuando te dijo que te soltaras el pelo, no pensé que fueras a ser tan literal— dijo su amiga impresionada.
—Tampoco seas anticuada, la chavala tiene todo el derecho del mundo a acostarse con quien quiera— le contestó con cierta reprobación su hermana—. Ella es libre de estar con quien desee mientras le haga feliz y no le lastime.
—Bueno, vale, tienes razón— se excusó Martina para volver la atención a su amiga—, pero lo que interesa es, ¿quién ha sido de toda la fiesta? Porque no me suena que ninguna de las chicas fuera lesbiana o bi.
Ruth miró a su amiga, deseosa de una respuesta, y decidió no demorarse en darla. No quería matarla de la desesperación.
—No sé quién pudo ser. Ni siquiera me dijo su nombre— contestó algo decepcionada—. Lo único que recuerdo es que iba disfrazada de demonio.
—¡Ángel y demonio! ¡Qué bonita contraposición!— exclamó risueña Martina—. Pero no recuerdo a nadie así en la fiesta. ¿Qué más recuerdas de ella?
—Tenía el pelo largo y de color negro. Sus ojos eran verdes y la piel blanca. Era muy fogosa.— Todo lo enumeró Ruth con minuciosidad y cuando llegó a lo último, un cosquilleo recorrió su cuerpo.
Entonces, la mesa se movió de golpe. Las dos chicas volvieron la vista hacia Julia. La chica permanecía con la mirada fija en el vaso de café que acababa de derramar, contemplando como el líquido marrón se extendía por toda la superficie. Ruth se estremeció al mirar sus ojos. Estaban inyectados en miedo puro.
—Julia, ¿pero qué pasa?— preguntó intranquila Martina.
La hermana mayor clavó sus ojos en los de Ruth y esta se revolvió. No entendía porque la chica estaba reaccionando de manera tan extraña y lo cierto era que la estaba asustando.
—¿Te acuerdas si en su muslo izquierdo tenía un tatuaje de una serpiente negra enseñando sus colmillos?
Cuando hizo esa pregunta, Ruth abrió sus ojos de par en par. Julia pareció adivinar su reacción ante esto y le invitó a contestar con un mero asentimiento.
—¿A qué viene esa gilipollez?— inquirió Martina molesta.
—Si, lo recuerdo— dijo de manera sorpresiva Ruth.
Martina se volvió perpleja a su amiga ante la inesperada revelación. No podía creer lo que escuchaba y estaba empezando a cabrearse por lo que ocultasen su hermana y ella.
—A ver, me estoy perdiendo— esgrimió tratando de mantener la coherencia de la situación—, ¿qué es lo que pasa aquí?
Julia miró a su hermana y decidió hablar.
—¿Recuerdas hace dos años, el accidente que tuve justo en la noche de Halloween?
Cuando escuchó esto, Martina no tardó en asentir.
—Si, ibais tú, Cristóbal, quien era tu novio en ese entonces, y unas amigas, pero no recuerdo que pasase nada malo.
Un par de lágrimas se derramaron de los ojos de Julia y un escalofrío recorrió el cuerpo de Ruth.
—Si pasó Martina— respondió la chica mientras sollozaba lastimosa—. Aunque Cristóbal y yo no acabamos mal, mis dos amigas acabaron gravemente heridas.
Ruth contuvo la respiración y miró de refilón a Martina mientras su hermana mayor les hablaba.
—Sandra se rompió una pierna y arrastra una pequeña molestia en ella, pero Luz….Luz…
Rompió a llorar. Era incapaz de seguir relatando la historia. Ruth y Martina se levantaron para atender a la chica y su amiga abrazó a su hermana para consolarla. Entre sus brazos, Julia se desahogó, intentando calmarse para seguir hablando, pero le costaba.
—Venga, no pasa nada, tranquila— le decía Martina mientras acariciada su pelo.
—Recuerdo que esa noche— prosiguió Julia—, esa noche, Luz iba disfrazada de demonio. Dijo que Halloween era su época favorita para salir a ligar. Que el resto de su vida no dudaría en hacerlo. Y ella era lesbiana. Solo le gustaban las chicas.
Julia posó sus llorosos ojos en Ruth. La chica se levantó asustada y dio un par de pasos atrás mientras sentía su cuerpo removerse desde dentro.
—Sabes que me contó una vez, Ruth— le dijo la hermana de Martina—. Que siempre le pareciste un precioso ángel. Un precioso ángel al que ella deseaba corromper.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.