Ángel mío (Supernatural-Destiel)

Dean recordó al fin lo doloroso que fué su regreso a este mundo y comprendió que tal vez su hermano Sammy no es el verdadero amor de su vida. Qué le hizo Castiel que lo marcó de por vida? Qué quiere de él y porqué lo acosa?

Su piel ya se había estremecido antes por ese contacto. Recordó primero la garra flamígera que ardía en su hombro y a la vez quemaba su alma como ácido, carcomiendo todo su ser. La desintegración de su carne y su espíritu fue necesaria para reintegrarse al mundo de los vivos. Ese lacerante dolor fue el precio que pagó Dean para salir del infierno. Cuando la transición terminó, lo envolvió una inquietante paz venida de la nada o eso creía el joven cazador. De pronto se sintió a salvo y se atrevió a comparar la sensación como cuando yacía con Sammy en el mismo lecho, después de hacer el amor. Esa traicionera memoria táctil fue la que lo arrancó de su profundo sueño, pues se sintió invadido de nuevo por aquel extraño confort, sintiéndose inexplicablemente amado y necesitado con esa especie de afecto que no requiere ninguna retribución y se prodiga libremente, solamente comparable al que sentían el uno por el otro los hermanos Winchester.

-Qué carajos –gritó a la sorda oscuridad- instintivamente volteó a su lado para buscar a Sam y procedió a llamarlo a gritos pues su hermano no estaba y un mal presentimiento oprimió su corazón.

-Maldita sea, Saaaaaaaaaaaam-gritó con toda la fuerza de sus pulmones, pero su desgarradora exclamación fue acallada por una firme mano que selló su boca. Había un intruso o tal vez más en la habitación del motel en el que se hospedaban los hermanos y quién sabe qué habían hecho con Sam, esto último era lo único que le interesaba a Dean. En vano, trató de librarse de la presión contra su cara incorporándose del lecho. Pero el extraño lo tenía totalmente a su merced.

Cuando se serenó, pudo observar al personaje que tuvo el atrevimiento de perturbar su sueño; sus ojos se ajustaron a la poca luz que ofrecía la luna llena atisbando por la ventana. No era muy alto, su complexión era muy similar a la suya, entonces cómo demonios pudo someter así a Dean Winchester? –Me agarró fuera de guardia, soy un perfecto imbécil-pensaba el ojiverde. Y ya su mente trabajaba en una manera de zafarse de la situación tan embarazosa en la que se encontraba. Estaba completamente desnudo bajo las sábanas de un hotel barato y a merced de un completo extraño. Maldijo la engañosa sensación que tuvo antes de su amargo despertar, misma que logró que su pene se endureciera. Ahí estaba Dean Winchester, desnudo, indefenso, maniatado y con la verga erecta apuntando a un desconocido que sin ningún esfuerzo lo tenía dominado con una sola mano. Qué pensaría su padre si lo viera? Qué vergüenza.

Entonces sintió La Voz. Esa que estaba seguro de haber escuchado más no con los oídos cuando fue liberado de su martirio. Esa misma que lo tranquilizó cuando ya no había en él esperanza y lo devolvió con su amado hermano. Pero quién o qué era el dueño de aquella entonación que hablaba sin sonidos pero se hacía escuchar en el alma? La impotencia que sentía Dean dio paso al más crudo terror pues estaba seguro de que esta vez no trataba con algo que pudiese vencer. –Dios mío-murmuró con la boca aún cubierta por la mano del extraño ser que sin entender cómo, poco a poco iba desvaneciendo su temor y la familiar sensación de confort antes vivida volvía a cubrirlo. Dean se debatía entre tal contradicción, pues de sobra sabía que existen infinidad de criaturas capaces de provocar tranquilidad catatónica a sus víctimas antes de absorber sus fluidos o bien comérselos enteros.

-Piensa de nuevo- contestó La Voz, esta vez la maraña de recuerdos escondidos en su subconsciente afloraron en tropel, Dean creyó volverse loco. El extraño lo soltó pero acercó aún más su rostro al del rubio. Dean se sintió aún más indefenso ante aquel par de bondadosos ojos azules que lo envolvían como un cálido abrazo.

-Eres tú?-Fue lo único que pudo articular el mayor de los Winchester-

-Soy Castiel –dijo el aludido y realmente no necesitaban más explicaciones. Ambos ya se conocían y a niveles que Dean no alcanzaba a comprender aún.

-Qué eres tú? Qué has hecho con mi hermano? Espetó el cazador haciendo el intento de moverse pero al parecer, el hechizo de Castiel sobre su cuerpo aún no se desvanecía del todo, apenas fue capaz de mover la cabeza a los lados, buscando inútilmente a Sam.

-Él está bien, contestó Castiel, lo envié lejos por el momento, porque tengo que hablar contigo y se trata de algo, digamos privado.

-Cómo te atreves a atacarme de esta manera? – Contestó Dean, iracundo- No sacarás nada de mí si no me muestras que Sammy está bien.

Castiel, con aire pensativo, se alejó dos pasos pero regresó a la misma posición retadora frente a la cara de Dean y contestó – Qué te hace pensar que puedes elegir? No percibes acaso quien soy?

-Un hijo de perra, de eso estoy seguro, -gruñó Dean con desprecio-, así seas un demonio, un djinn o cualquier otra criatura rastrera….-Castiel reía divertido, enfureciendo más al pobre Dean-

-Pensé que serías más inteligente. Soy un ángel. Tu ángel, para ser exactos.

-Lo que me faltaba para completar la corte de fenómenos! Tú? Un ángel? Mi angelito de la guarda? Seguro.

-Estás ofuscado, Dean. Niegas entonces que en mi presencia se desvanecen todos tus temores? Te atreves a cuestionar que lo que estás sintiendo en este momento es genuino?

Dean se mordió el labio inferior pero no respondió. No era necesario. La verdad es que Castiel lograba cosas en él que eran muy difíciles de aceptar. Su mente no concebía serle infiel a su amado Sammy, su dulce y querido hermano, pero su alma y todo su ser  ya le pertenecían a Castiel. Visceral y subconscientemente. Y el maldito era un ángel?

-Hijo de perra, -repitió Dean- qué demonios me hiciste? Sé que no eres hombre, pero enfréntate a mí sin trucos y verás lo que es un ser humano. Cabrones, disfrutan jodiendo nuestra existencia, verdad? -terminó de decir Dean, con lágrimas de rabia en sus grandes ojos-.

Castiel suspiró y respondió pausadamente – Cierto que solamente mi envoltura de carne es humana, pero tiene necesidades que, animadas por mi curiosidad hacia ti, tuve que satisfacer antes de traerte a casa, Dean.

El rubio no daba crédito a lo que escuchaba, -entonces el maldito me violó?, tuvo el descaro de aprovecharse de mí durante el regreso a este mundo?- El ángel respondió tajantemente que si  a sus pensamientos. Dean estaba asqueado, inclusive con su hermano menor, él era quien actuaba activamente por decirlo así. Claro que había considerado la idea de que Sammy desvirgara su culo, hasta entonces solamente le permitía introducirle 3 dedos y su lengua en el ano, pero que solamente le informara este desgraciado que ya lo había consumado y peor, en medio del inmenso dolor que sintió al desgarrársele el alma y el cuerpo y su posterior regeneración; era el máximo abuso contra un ser humano. Dean había sido violentado a nivel físico y espiritual y nada menos que por un ángel.

Si embargo, lo que más le dolía en esos momentos era que finalmente aceptó el vacío tremendo que había sufrido toda su vida, creía que su amor por Sammy había logrado curar su destartalado corazón tan envilecido por su propio desinterés, pero ni ese cariño tan grande se comparaba a la necesidad que sentía por Castiel, muy a su pesar debía admitir que lo que lo tenía colérico no era lo que pudo hacerle el ángel sin su consentimiento, sino la ausencia de él desde que volvió al mundo de los vivos. Esto último era lo que más dolía; haberlo sentido unido a él tan íntimamente, explotando juntos en varios orgasmos de creación y placer no iba a poder compararse jamás con ninguna otra pasión mundana. De pronto todo tuvo sentido y las piezas del rompecabezas finalmente embonaron. Sus escasos recuerdos de lo vivido en el infierno y la terrible  jornada de regreso a la Tierra lo golpearon como mil martillos a la vez.

-Ya estás sumando dos más dos, Dean? Puedo percibir que aún me deseas como yo a ti –dijo Castiel mientras acariciaba la punta del pene de su humano, rozándola apenas con sus delicados dedos. Tan etérea caricia arrancó un suspiro del varonil cazador. Después, removió la sábana que cubría tan escasamente el torneado y juvenil cuerpo de Dean Winchester. Las manos de Castiel recorrieron de palmo a palmo sus fuertes pectorales, deteniéndose para acariciar sus tetillas delicadamente, como las alas de una mariposa. Dean estaba extasiado, ni siquiera reparó en que ya volvía a tener control sobre su propio cuerpo. Sin detenerse a meditarlo, alargó sus musculosos brazos hacia Castiel, atrayéndolo a su cuerpo. La ahora evidente desnudez del ángel no lo sorprendió en absoluto, al contrario, el roce de sus penes era enloquecedor;  Dean permanecía acostado y Castiel estaba a horcajadas sobre él, unidas sus bocas, sus lenguas explorándose hasta el delirio, volviéndose a saborear, reconociéndose al final. Las manos de ambos no pedían tregua al acariciar cada centímetro de su piel. Ya ninguno hablaba, para qué?

-Tenemos un vínculo especial, Dean-susurró Castiel al oído de su amante- recuérdalo siempre. Eres mío y yo tuyo y así será por siempre.

-Pero, y mi hermano? Yo amo a Sam y…-Castiel volvió a cubrirlo de besos en la boca, atrapando esos labios tan tentadores  y carnosos que volvían locas a las mujeres y también a su hermano menor. Todo él estaba diseñado para el placer, pero hasta estos momentos se daba cuenta de lo que significaba una total entrega, ni Sammy lograba excitarlo de esa manera, mezcla de fuego y hielo que funde y derrite la mente y los sentidos.

-Dean-dijo finalmente Castiel- no te atrevas a comparar burdas sensaciones humanas con lo divino. –No blasfemes, cabrón, ni yo me atrevería a decir eso! –le interrumpió Dean.

-El blasfemo eres tú al intentar siquiera comparar tu pobre y limitada concepción de amor a nivel humano, a tu propio nivel, con lo que yo te ofrezco. –Castiel hablaba sin dejar de acariciar los cabellos de su amante, su nuca, su cuello, sus hombros y fue bajando más y más. Ya no solamente eran sus dedos los que tocaban al cazador, la lengua y los labios del ángel, inclusive sus dientes se dieron un festín con el cuerpo entero de Dean. Cuando llegó a la anhelada zona genital, relamiéndose los labios paró a propósito, como preguntando: quieres que continúe?

Como respuesta a su lasciva sonrisa, Dean empujó la cabeza de Castiel cuya boca recibió golosa la hombría de Dean en su totalidad. Sus labios envolvían la verga erecta de su joven amante y su lengua la acariciaba en círculos; sus manos estaban en los huevos de él. La cabeza de Dean daba vueltas, debatiéndose entre el placer que estaba sintiendo y la lealtad hacia su Sam; Castiel volvió a “leerlo” y le dijo: -Quiero que entiendas bien esto, porque no volveré a repetirlo, me escuchas? –Dean asintió- Ese amor que sienten tu hermano y tú no me incumbe, de hecho, aún no lo sabes pero él ya está más que condenado, a mí solamente me interesas tú. Siempre ha sido así, desde el principio de los tiempos, desde antes que fueras esta preciosa materia en este espacio tiempo.-Al percatarse de la sorpresa de Dean, Castiel continuó- Eso que tú conoces como amor no es más que una triste y pobre versión egoísta de lo que nosotros disfrutamos en el cielo. Lo único que tienen de bueno ustedes los humanos es su envoltura, tan tentadora y atrayente que siempre nos ha intrigado, tan tibia; no saben ni comprenden todo su potencial, pero yo estoy aquí para ti, Dean; yo te rescaté del suplicio eterno porque alguien tan hermoso como tú y con tanta vitalidad, tanta entrega y sacrificio no debía terminar consumiéndose entre la escoria común por los siglos de los siglos. Yo pude recrearme con tu verdadero ser y eso fue lo que hizo que me enamorara de ti.

-Pero y Sam… -volvió a interrumpir abruptamente Dean- Sam, Sammy, tu Sam, -contestó el ángel- no te preocupes por él, es más, puedes contarle de mí si eso te satisface y continuar revolcándote con él cuanto les plazca, te repito que eso no me incumbe. –Sonrió con ironía- Esos estúpidos celos son una muestra más del imperfecto y mutilado concepto que entienden ustedes como amor. Esa inseguridad enfermiza es la que los mete en tantos problemas, por eso existe el odio y el rencor que engendra tanta tragedia. Realmente los compadezco! El verdadero amor no conoce límites ni condicionantes, significa simple y llanamente entrega, pero no espero que lo entiendas ahora; que te baste con comprender que yo te amo tal y como eres y no querría ni esperaría otra cosa de tu parte; qué dices, Dean? Estás dispuesto a permitir que te ame? En cuanto a tus propios sentimientos, no luches más en su contra. Busca en lo más profundo de tu ser y atrévete a encontrarme ahí, tatuado a fuego en tu alma.

Dean no respondió; alzó a Castiel hacia su cara y haciendo acopio de toda su fuerza, sometió al ángel para colocarse encima de él; Castiel hubiera soportado mil veces ese peso, Dios, cómo lo amaba! Ambos eran compañeros desde la Creación; el porqué y el cómo nada importaba; se habían encontrado nuevamente y esta vez sería de manera consciente.

El adonis rubio tomó los muslos de Castiel, alzándolos de manera que la entrada de su culo quedara a buena distancia para penetrarlo salvajemente, era lo que más le apetecía; en realidad no estaba seguro de cómo lo había hecho suyo Castiel pero ahora lo que quería era hacer lo propio, marcarlo como suyo, hacerlo gritar su nombre y que suplicara por su verga hasta el delirio.

-Así, Dean, mi amado Dean, siénteme palpitar por ti –gemía Castiel, lo que era música celestial para los oídos de Dean, quien rápidamente pero con delicadeza ya tanteaba el ano de su precioso ángel, casi se viene de placer cuando descubrió que su entrada posterior lo recibía con agrado, dilatándose para recibir su erección completa. No tardó en complacerlo y enfilando su enorme miembro a la cavidad angelical, nunca mejor dicho, bombeó desenfrenadamente a su celestial amante.

Los cuerpos de ambos se sincronizaron danzando al mismo ritmo, con un vaivén enloquecedor; ninguno daba ni pedía tregua; humano y ángel estaban al mismo nivel; Los dos alcanzaron al unísono un orgasmo sublime, en perfecta armonía, tal era la compenetración y el vínculo entre los dos seres. Uno venía del cielo y le había mostrado al otro el verdadero paraíso.

Dean expulsó gran cantidad de su leche, depositándola hasta el fondo de su Castiel quien al sentir la corrida de su amor, enterró los dedos en la espalda del cazador, gimiendo, murmurando que lo amaba en medio de su propio éxtasis. La verga de Dean salió de su funda perfecta y Castiel se apresuró a chuparla con deleite, lamía y succionaba con deleite hasta dejar el pene de Dean tan limpio como al principio.

-Ahora debo marcharme querido mío, tengo mucho trabajo qué hacer, es de hecho una misión, -agregó con pesar- pero nos veremos con frecuencia, te parece? –dijo Castiel regalándole la más hermosa de las sonrisas, Dean pensó que el cuarto se iluminaba y solamente respondió: -Regresa pronto, Cass.

De pronto, algo cambió en la habitación, se sintió como un breve temblor seguido de un parpadeo de luces y Dean tuvo la impresión de que todo aquello había sido un sueño; hasta que sintió el cálido bulto que tenía abrazado. Retiró delicadamente la sábana para descubrir que se trataba del dulce Sam, profundamente dormido entre sus brazos. Suspirando, volvió a arropar a su tierno hermanito y besó sus cabellos, cómo amaba a ese muchacho. Pero algo en él estaba cambiando y eso lo asustaba. Castiel mencionó que ya estaba condenado, pero desde cuándo los ángeles eran de fiar? Mucho menos ahora que ya sabía el alcance de sus propias pasiones, no son tan diferentes a nosotros, pensó en voz alta, a lo que Sammy respondió con un gruñido somnoliento.

-Dijiste algo, Dean? –preguntó su Sammy acurrucando su cuerpo desnudo contra su hermano mayor, buscando su calor como pajarito en su nido. Ambos quedaron frente a frente respirándose mutuamente. Si en verdad sucedió algo extraño esa noche, por fortuna Sammy ni cuenta se había dado. Para Dean, él seguía siendo su pequeño, el más puro y verdadero amor de su vida, sólo que ya no estaba tan seguro de la fidelidad de su propio corazón. Acaso el hacer el amor con un ángel era traición?

-Nada, campeón, no dije nada –respondió Dean y besándolo en los labios le dijo: Te amo, mi pequeño, por favor, si algo te preocupa, me lo dirás, verdad? Siempre estaré contigo para protegerte, no importa lo que pase, de acuerdo? Es en serio, Sam –dijo riñéndolo con ese tono de voz grave que enloquecía a su hermano menor desde que eran niños y solamente se besaban y acariciaban sus cuerpecitos desnudos sin entender porqué lo hacían, para ellos se trataba simplemente de la necesidad de sentirse amados, unidos ante la ausencia del padre que mostraba más interés en monstruos y demonios que en sus propios hijos. Así fue que ellos aprendieron a amarse y ahora que eran mayores, daban rienda suelta a esa pasión prohibida que precisamente por eso resultaba más embriagante, más deliciosa. Los pequeños habían desaparecido en la memoria y se habían trocado en tremendos ejemplares masculinos que se deseaban con locura y se amaban más allá de lo comprensible.

-Maldito seas Castiel –masculló Dean entre dientes-maldito si crees que renunciaré a Sam sin pelear. Tú y los de tu especie tendrán que matarme antes que permita que mi hermano se condene. Nada nos apartará, mi niño, ya lo verás-estrujaba a Sam contra su pecho como queriendo absorberlo y ponerlo fuera del alcance de cualquier bastardo que quisiera llevárselo.

-Me lastimas, Dean –murmuró Sam perezosamente entre los brazos de su hermano; él era mucho más alto y fuerte que Dean, pero siempre había sido tan ingenuo, tan frágil y esa última cualidad combinada con su gran corazón era lo que tenía tan enamorado a su hermano. Su hermoso rostro y su delineado cuerpo eran la perdición para él.

-Lo siento, bebé. Duérmete ya, quieres? No tarda en amanecer y yo no he pegado el ojo en toda la noche. –Pero si hasta roncabas, respondió Sam- Olvídalo campeón. Mañana será otro día. –Pero ya que me despertaste, no podríamos…? –Claro mi amor, dijo Dean besando cariñosamente esos labios de puchero que lo encendían tanto. Ambos rodaron por la cama king size, de todas maneras siempre los veían con sospecha cuando llegaban juntos a registrarse en los hoteles, aunque pidieran camas separadas que luego tenían que juntar para guardar las malditas apariencias, qué más daba ya? La tibia familiaridad que tenían ambos con sus cuerpos era sólo comparable con la pasión que desbordaban cuando se miraban a los ojos, siempre se habían pertenecido, desde que eran niños y en ese entonces aún no comprendían porqué preferían su propia compañía a la del sexo opuesto. Claro que Dean había tenido sus aventuras, pero solamente le servían para reafirmar que su corazón le pertenecía a su pequeño Sam y que solamente él lograba estremecerlo hasta la médula de los huesos cuando hacían el amor.

Sammy quiso darse la vuelta para ofrecerle su firme trasero pero Dean declinó la oferta y a cambio le dijo: -Esta vez no, Sam- Confundido, Sam se incorporó en la cama y Dean le hizo señas de que tomara el bote de crema para manos que estaba en la mesita de noche.

-Estás seguro, amor? –preguntó Sam, bastante confundido pero con gran regocijo, por fin sentiría lo que era poseer a su hermano mayor, Dean sería suyo completamente.

-Nunca he estado más seguro en mi vida, campeón. Podrás conmigo, gigantón? –dijo guiñando el ojo como sólo él podía hacerlo. Dean era la esencia misma del sexo, tan era así que ni los ángeles podían obviarlo y se había convertido en obsesión para uno de ellos. Aún no sabía lo que iba a significar ese desliz. Pero la noche aún era joven y se tenían el uno al otro para disfrutarse hasta la saciedad.

-Sí, mañana será otro día -, murmuraba Dean a gatas entre las tremendas estocadas que le propinaba su hermano menor. Sam era todo un semental y su verga era grande y gruesa, sin duda marca registrada de los Winchester y tenía el vigor de la juventud, qué más podría pedir Dean?

Suspirando por su placer pre orgásmico un nombre escapó de sus labios: Cass.

Lo habría escuchado su hermano? Importaba eso?