Ángel de la Guarda

Un policía, luego de un intenso tiroteo, conoce a su ángel guardián. Pero él viste de cuero negro...

ÁNGEL DE CUERO NEGRO

Él era un policía absolutamente correcto. Su hoja de vida era impecable. Ya desde la Escuela de Adiestramiento se mostró como el mejor estudiante de su generación, tanto en el área deportiva y psicomotriz como en el aspecto intelectual. Por eso, ascendió rápidamente, resolviendo intrincados casos y llevando a cabo la detención de peligrosos sujetos. Así, a sus veinticuatro años era considerado el hombre con mejor perspectiva dentro de la institución.

Sin embargo, la vida sentimental e íntima de este hombre era un caos. Mujeres no le faltaban, pero no le duraban más de un mes. A pesar de su búsqueda de estabilidad, ésta no llegaba. Las mujeres suspiraban al verlo, pero algo le pasaba con ellas, que luego le aburrían. En cambio, podía pasar horas conversando con sus compañeros, tomándose una cerveza al salir del turno o en el gimnasio, entrenando para mantener la agilidad física. A pesar de ello, se declaraba heterosexual y mantenía entre sus camisas limpias guardadas algunas revistas eróticas de mujeres. A los hombres, igualmente, parecía gustarles su presencia: pelo rubio cortado al rape, ojos cafés con una profundidad de acecho, labios finos, nariz angosta. Cuando estaba en el gimnasio, además, sin que se diera cuenta, los hombres miraban su físico imponente. Por otra parte, el uniforme verde oscuro provocaba suspiros de sus compañeros a sus espaldas.

Aquel día que cambió absolutamente su vida él entró a trabajar, como siempre, a las cinco de la mañana. Sabía que ese día debían desbaratar una banda de tráfico de cocaína. La labor era peligrosa, pero para él era casi cotidiana. Serían cinco carabineros los que rodearían la casa para evitar la huida. A él, le tocaría la entrada principal. Pero las cosas no resultaron tal cual se habían planeado. A la hora señalada, luego del "salgan fuera con las manos en alto", una balacera gigante se dejó caer. Simón –el hombre del cual hemos estado hablando- apenas tuvo tiempo de lanzarse al suelo junto al radiopatrulla. Luego, una camioneta salió rápidamente, rompiendo el garaje de la casa. Ver esto y salir en la persecución fue un solo hecho. Entre las balas y los semáforos en rojo, manejaba diestramente el policía. Al final, un giro mal dado provocó que la camioneta chocara contra otro vehículo y que los maleantes fueran reducidos.

La actividad del día provocó en Simón un intenso sopor. Al llegar a su departamento, sólo pensaba en comer un bocado pequeño y tenderse a dormir. Pero la sorpresa fue grande, al ver un hombre en su dormitorio, sacando sus inmaculadas camisas blancas de los cajones y creando un gran desorden. Hay que decir que él era un hombre excesivamente ordenado, que dejaba "cada cosa en su lugar". Fue tal la sorpresa, que no atinó a decir ninguna palabra. Sólo miró a este ser de piel color mate, pelo y bigote negro, anteojos oscuros, chaqueta y pantalones de cuero negro. ¿Qué hacía ahí? Pensaba ya en tomarlo y apresarlo, cuando él lo dejó con las palabras en la boca.

-Simón, amigo. Menos mal que llegaste. Ya estaba echándote de menos.

Junto con decir esto, botaba a la basura las revistas pornográficas donde aparecían mujeres de grandes senos.

-Perdón, pero yo a usted...

-Sí, es cierto que no me conoces. Mi nombre es Ángel y tengo una misión especial contigo.

La frase "misión especial" tenía algo de detectivesco que hizo que Simón dejara de pensar en echar a patadas al hombre y consintiera en escucharlo. Es cierto que en cualquier otra ocasión no habría actuado así. Pero esta noche se sentía como encantado. Y, verdaderamente, lo estaba...

-No es fácil explicarlo ni que me lo creas –dijo Ángel.

Simón sólo calló y asintió con la cabeza, dejando un espacio de tiempo para que su interlocutor pudiera continuar.

-Pues bien. Si recuerdas los acontecimientos de la tarde, cuando estuviste metido en una balacera y, luego, cuando perseguías esa camioneta por toda la ciudad...

¿Cómo sabía ese hombre de esos sucesos? ¿Quién le había dado esa información? ¿Sería parte del cartel desbaratado y querría cobrar venganza o secuestrarlo?

-No, no pretendo secuestrarte ni nada parecido.

¡Ese hombre le estaba leyendo la mente!

-Como te decía –continuó- estaba escrito hoy que tú podrías morir en ese intento. Otros ángeles custodios no están tan bien preparados como yo.

-¿Qué dices?

-¡Que yo te salvé la vida hoy como una docena de veces!- gritó ese hombre, que se declaraba ante él como un ángel.- Por eso aparecí, porque tú me invocaste.

-Perdóname, pero...

-No me crees –interrumpió el hombre de cuero.- Es lógico. Hoy en día los ángeles vienen en un formato mucho más ingenuo, con corazoncitos y rosas. Pero yo soy diferente de los otros ángeles y no acepto discriminaciones.

-Bueno, finalmente, ¿qué haces aquí? –preguntó el dueño del departamento, entrecerrando sus pesados párpados.

Bajo esa mirada indirecta, el ángel se estremeció notoriamente. Recuperando la compostura, continuó su explicación:

-Pero no me entiendes. ¡Estoy pro-te-gién-do-te!– recargó cada una de las sílabas.

-Discúlpame, pero ¿cómo puedo saber verdaderamente que eres un ángel? Tú pareces saber que yo no creo en esas cosas.

-Tengo alas.

-¿Cómo?

-Tengo alas, no de cisne como las de los ángeles convencionales, pero alas al fin y al cabo –y diciendo esto comenzó a bajar el cierre de su chaqueta de cuero.

El cuadro se pintaba de la siguiente forma: un dormitorio convencional con paredes de color crema. Al medio, una cama con ropa tirada y un hombre vestido de cuero sobre ella, semiechado, sacándose su chaqueta. Frente a él, intentando la mejor postura para estar de pie, un policía lo mira pensando que está teniendo un extraño sueño.

Lo siguiente que llamó la atención de Simón no fueron las alas, sino un pecho robusto y lleno de vellos, abrazado por un arnés de cuero que se cerraba en una argolla en su torso. Ángel bajó su mano por un bien entrenado estómago e introdujo sólo un dedo dentro de su pantalón. En sus espaldas algo aleteaba: eran un par de pequeñas alas negras, como de cuero, parecidas a las de un murciélago.

-Y... ¿te gustan?

-¿Qué cosa?

-¡Las alas pues, hombre! ¡Qué más podría ser! Si quieres, puedes tocarlas.

Lentamente, Simón se acercó a Ángel. Quería ver que eso no fuera un truco. Puso su mano derecha sobre un ala y sintió un calor que recorría su cuerpo. Por primera vez en la vida, sentía que no era dueño de sí mismo y que obedecería a alguien más. ¿Al ángel infernal? ¿A su propio inconsciente? Sin quererlo, su mano izquierda apretó el pecho del hombre alado y su labio se posó en el pezón del lado.

Por fin, Ángel dejó de hablar y sólo sonrió. Se sacó los anteojos y mostró por primera vez un par de ojos negros, profundos. La pupila era más grande que en los humanos y abarcaba casi todo el globo ocular. Cuando Simón alzó la vista y lo vio, supo que ya sólo obedecería.

-Levántate y ponte frente a mí –sonó la voz de Ángel en un tono más bajo que anteriormente.- Con mucha lentitud, irás sacándote toda la ropa, en la forma que yo te diga.

-Sí –respondió el policía.

Así, en un baile erótico y pausado, Simón lanzó lejos la chaqueta verde. Luego, la camisa fue desabotonada y cayó al piso. La punta de la pistola se introdujo en sus labios sensualmente, para ser abandonada en el velador, junto con las esposas. Las pesadas botas quedaron en extremos distintos del cuarto. Simón escuchaba órdenes en su mente, pero nadie las estaba expresando. Junto con un movimiento pélvico y de caderas, los pantalones del uniforme abandonaron las fuertes piernas y, levantando un pie, cayeron sobre la lámpara de velador, creando un ambiente de menor luminosidad y mayor sensualidad. Allí estaba ese hombre que casi no había bailado en su vida, moviéndose sensual y rítmicamente, siguiendo una música que sólo habitaba en su mente, vestido con sólo un ajustado slip blanco.

-Ahora, quiero que me entregues tu calzoncillo y te pongas frente a mí –dijo el ángel suavemente.

El slip se perdió en un bolsillo de la chaqueta del hombre de cuero negro. Ante él, el policía blandía una erección potente, como jamás la había tenido en sus encuentros con mujeres. El falo no era tan ancho, pero sí bastante largo y recto, apuntando hacia arriba en un ángulo de pocos grados. Por haber tenido fimosis de niño, había sido circuncidado. Así, brillaba un glande de color claro, preparándose para cualquier aventura. Por la retaguardia, su trasero se veía levantado, aunque no demasiado grande. En todo el cuerpo existía el vello, aunque en proporciones menores, excepto en las nalgas y el ano, donde quiso la madre naturaleza mantener la vegetación despoblada.

Los labios del ángel se cerraron sobre la fisura del pene del policía y sorbió gustosamente. De improviso, se tragó toda la tranca de un solo envión, haciendo jadear al joven encargado de la seguridad ciudadana. Así estuvo varios minutos, entrando y sacando el juguete, incorporando saliva para facilitar la mamada, hasta que, con una cara de avidez, se desprendió y pronunció la siguiente orden.

-Pásame las esposas.

Sin ningún reparo, Simón entregó el par de artilugios a su protector y esperó por lo que viniera. Sus muñecas quedaron aprisionadas y la cadena atada a un poste de la cama. Ahora él estaba sobre ella, en posición de perrito. Así, sintió cómo una lengua suave, como de cuero, se introdujo en su agujero y lo lamió adentrándose profundamente. Ninguna lengua humana podría haber hecho esa proeza. El policía suspiró lleno de calentura. Ahora su rostro, normalmente pálido, se veía inflamado de sangre. Sus ojos brillaban como estrellas. Pero eso no era nada comparados con los ojos del ángel, que semejaban bolas de cristal negro. El iris, en ellos, había desaparecido.

El hombre de cuero negro tomó distancia de su víctima, como un hombre que aprecia una obra de arte o como el cazador que observa a la presa. Vio las curvas de la espalda, el grueso cuello, el atractivo trasero, y se relamió los labios gustosamente, como paladeando el dulce bocado que se veía en el escaparate de la tienda. Sin pronunciar una palabra, bajó la cremallera de su pantalón de cuero, mostrando un ajustado slip del mismo material, con un cierre eclair grueso en medio. Se desprendió del pantalón, bajó el cierre y dejó escapar su pájaro. Ahora sí, mirando sobre su hombro, Simón creyó que era un ángel. A pesar de tener en todo el cuerpo mucho vello oscuro, los pendejos del pubis eran rubios. Bajo ellos, un falo guerrero se erguía, mirando hacia arriba, altanero, circundado de venas de color concho de vino. Un poco más abajo, dos testículos, más bien de toro que de ángel, hacían juego con el conjunto.

El ángel puso sus manos sobre las caderas de su compañero sexual y agitó sus alas negras. De un solo envión, introdujo su palo hasta golpear la próstata del joven, ocasionándole un fuerte aullido. Pero pronto, el dolor, sin dejar de estar presente, dio la bienvenida al placer. El pene de Simón se agitaba en el aire, hacia uno y otro costado, sin dejar de estar erecto, mientras las violentas sacudidas provocaban que gruesos goterones de sudor perlaran su frente. Una mano del gigantesco ángel apretaba su cadera, mientras que la otra se paseaba por sobre sus cabellos cortos y el lóbulo de su oreja izquierda. Cuando esa mano abandonó sus caricias, se dirigió hacia su pene, apretándolo con energía. Un nuevo dolor-placer experimentó Simón con este delicioso gesto. El mete y saca no podía ser más intenso, no demasiado rápido, pero sí extremo, con ganas. Ángel clavó sus uñas en el miembro del policía, quien pensó que se desmayaría del dolor; pero pronto comprendió que el dolor era breve y las oleadas eléctricas que llegaban a su cerebro, intensas.

Finalmente, luego de tres horas, Ángel sacó su pene y, agitándolo, dejó que una descarga fuerte cayera sobre el policía. Simón, sintiendo el líquido hirviente quemando su dorso, eyaculó también sobre las sábanas. El hombre alado quitó las esposas de su protegido y se acurrucó junto a él, abrazándolo por atrás. Un rato después, buscó en su chaqueta un cigarro y lo prendió.

-Sé que tienes por misión protegerme –dijo Simón- y así lo hiciste esta tarde. Pero al aparecerte aquí, ¿de qué me proteges?

-De ti.

-¿Eres ángel o demonio?

-¿Que no es lo mismo? –y diciendo esto, el ser alado se convirtió en éter.

Al día siguiente, los compañeros de Simón lo vieron más descansado y sonriente. Incluso, varios se confesaron que estaba más atractivo que antes. Sus ojos brillaban más. Pero lo que no sabían es que, bajo su uniforme verde, un arnés y un calzoncillo de cuero negro abrían nuevas perspectivas de vida.

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