Anécdotas (1: Elena, la novia de mi amigo)

Hace años que transcribo cosas que me pasan y las guardo en una carpeta perdida. Es hora de recuperar estos relatos inconclusos pero fidedignos.

Mayo, 29 de marzo de 2004.

Tengo muy poco tiempo para escribir, así que iré más rápido de lo normal. Pido disculpas, pero al final desvelaré el porqué de esta falta de tiempo

Todo comenzó ayer por la noche. Fui con unos amigos a tomar unas copas a una discoteca, y la verdad es que la juerga comenzó bastante normal, pero acabó de forma muy extraña.

Alrededor de la una de la madrugada, mi amigo David se empezó a encontrar fatal. "Te has pasado con las pastillas", le dije. En realidad, ya hacía tiempo que mi colega, de apenas veinte años, se había convertido en un vulgar drogadicto. Pálido como un cadáver, mi otro compañero se ofreció a llevarlo a casa. "Mañana tengo un examen, me iba a ir de todos modos". Acepté la generosa propuesta de Miguel y continué a lo mío.

Bueno, pues la situación era la siguiente: los dos chicos del grupo se habían largado, y yo me había quedado con mis otras dos acompañantes: la novia de David y una amiga común. Y aquí empieza la verdadera historia

—Estoy más que harta, Merche. Ya no le aguanto.

A escasos metros de mi posición, la novia de David ahogaba sus penas con su amiga. Estaban sentadas en la barra, y Elena, que así se llamaba la chica, sollozaba mientras insultaba a su novio.

—Es un buen tío, pero se ha convertido en un yanqui. —Miró fijamente a su interlocutora— Voy a romper con él.

La conversación me sentaba mal, era una pena que David hubiese caído en la droga, con lo amigos que habíamos sido siempre… Para no amargarme, me fui a bailar a la otra punta de la disco.

Ya eran las dos de la madrugada. No me había comido un rosco, por lo que estaba un poco jodido. "Tanto gimnasio para nada", pensé. En esto, vi a Merche acercándose a mí.

—¿Qué tal? ¿Nada de nada, verdad?

Mi amiga rió, y yo le devolví la burla. De repente se puso seria, y la verdad es que me asusté un poco.

—Acompáñame un momento.

Me cogió del brazo y nos dirigimos a la barra. Pedimos un par de cervezas y nos sentamos.

—Oye, ¿dónde está Elena?—pregunté.

—De eso te quería hablar. —Se acercó más a mí— Sin rodeos: Elena quiere ponerle los cuernos a David… contigo.

Quedé paralizado. ¿No os parece una situación alucinante? Y eso que todavía no he explicado cómo era Elenita… Digamos que el hijo puta de David se había agenciado un pivón de escándalo. Pongamos un pequeño perfil: Elena, 22 añitos, pelo cortito castaño hasta la nuca, ojos preciosos, labios sensuales, mirada angelical… y esto solo de cuello para arriba. ¿Que qué tal de cuerpo? Pues no se quedaba corta, ni mucho menos: alta, como 1,70, delgadita pero no escuálida, pechos redondeados y firmes que abarcan toda una mano, ombliguito juguetón, piernas contorneadas y un culito respingón y muy buen puesto. Ufff… Ahora sí que comprendéis la situación, ¿verdad?

—¿No respondes?—me preguntó Merche.

—Es que me has dejado flipado… De todas formas, yo a David nunca le haría esa putada.

La chica sonrió maliciosamente.

—¿Qué… qué pasa?

—No me has comprendido, ingenuo David… Si Elena quiere tener algo contigo, lo tendrá. —Me dio una palmadita en la pierna— Siempre consigue lo que quiere.

Todo ese rollo me estaba incomodando un poco, para ser sinceros.

—No digas tonterías. Yo respeto a los amigos, y David es muy amigo mío.

Merche se levantó, pero antes de marcharse me dejó un recadito en el oído.

—Elena está viniendo hacia aquí, así que te voy a dar un consejo de amiga: si de verdad no quieres engañar a David… —Empezó a susurrar en un tono muy bajo, a la vez que yo miraba a Elena por el rabillo del ojo— Vete ahora mismo al baño y hazte una buena paja; si no, caerás en la tentación. Elenita te va a poner tan cachondo que no podrás negarte a nada.

Después de estas tormentosas palabras, Merche se fue.

—Hola, David —dijo Elena.

Tres de la madrugada. A esas horas, todavía no había atendido al consejo de mi amiga. Sin embargo, empezaba a necesitar un desahogo… ¿Os imagináis en mi persona? Como bien me había advertido Merche, la novia de mi amigo llevaba una hora intentando excitarme descaradamente. Se había quitado la chaqueta para quedarse con un top blanco muy ajustado que realzaba sus senos turgentes, y a veces descruzaba las piernas para permitirme la visión de su minúsculo tanguita, también blanco. Otras veces se ponía de pie para pedir una cerveza y no se jalonaba la falda, por lo que me concedía el deleite de sus nalgas casi desnudas. Bueno, a mí y al resto de tíos que por allí pululaban, los ojos viciosos.

—¿Me acompañas al baño?

Sin darme tiempo a reaccionar, Elena me tomó de la mano y me condujo al servicio de mujeres. Yo tenía una cara de desconcierto; Merche ya me había dicho que la despechada novia de mi amigo me iba a convertir en su juguete de celos.

Y entramos en los servicios. Y luego en uno de los baños privados. Y luego Elena echó el cierre. Estaba a su merced.

Nos quedamos mirando como dos besugos. Las respiraciones estaba agitadas, y nuestros cuerpos quedaron muy pegados debido a la estrechez del lugar. Debo confesar que yo me encontraba un poco acojonado; bueno, en realidad bastante: de hecho, no estaba empalmado siquiera. Elena debió captar mi pensamiento, porque deslizó la mano hasta la bragueta de mis vaqueros.

—Ummm… Tengo hambre —se relamió al tiempo que me bajaba la cremallera del pantalón.

La situación era la hostia. Una chica preciosa a más no poder me estaba acariciando por allí abajo mientras me anunciaba sus intenciones, ejem, "orales". Por supuesto, mi polla tomó vida propia y quiso salir por la abertura del vaquero, pero Elena se volvió a adelantar y me colocó los pantalones en la rodillas. Se agachó mientras me miraba fijamente y volvió a acariciarme por encima del calzoncillo. ¡¡¡Diooossss, casi me corro del gusto!!!

Ya no había vuelta atrás. En ese momento me importaba un cuerno David, su amistad y la paz mundial. Sólo tenía ojos para esa escena. Elena, sonriendo pícaramente, me bajó el slip y se lamió los labios de gusto. La polla inhiesta y muy roja, de verdad que creí que me daba algo. Elenita se levantó y me dio un tierno beso en los labios.

—¿Quieres que te la coma un ratito, cariño? —Me mordió el lóbulo de la oreja mientras me pajeaba lentamente con una mano— ¿Verdad que sí? ¿Te apetece una mamadita?

Ya no podía más, la tía me estaba masturbando mientras me calentaba la cabeza con comentarios de colegiala salida. Por fortuna, no se hizo de rogar y volvió a arrodillarse.

CONTINUARÁ