Andrés (1)
Un especial encuentro con un joven vendedor de helados.
ANDRÉS
Un poco aturdido por el día de intenso trabajo y rumbo a mi casa, entré a una heladería con la intención de comprar algo de helado y disfrutar de una tranquila noche en la penumbra del jardín con mi esposa.
Me atendió una deliciosa jovencita que muy amablemente me preguntó que gustos me apetecían; estaba tratando de fijar mi atención en la lista de sabores cuando tomé conciencia del joven que, detrás del mostrador, hablaba animadamente por teléfono.
Intenté concentrarme en los helados pero ya mi atención estaba en el joven, casi sin pensar me oí decir -chocolate y banana-, gustos que en realidad nunca compro, la cuestión era nada más conseguir que la joven se dedicara a colocar los helados en el pote para que yo pudiera tranquilamente mirar a este hermoso ejemplar masculino sin desperdiciar un instante.
Delgado, de anchas espaldas, caderas estrechas, bastante alto, vestía unos jeans algo gastados, lo suficiente como para que la tela se amoldara perfectamente a su cuerpo, una chaqueta de mangas cortas confeccionada con una liviana tela blanca cubría su torso.
De espaldas se lo veía estupendo, con cabellos renegridos y lacios y una tez clara que se dejaba ver en la parte posterior del cuello y sus perfectos antebrazos cubiertos por un fino vello.
Su indolente postura, apenas apoyado en la mesa alta que sostenía el teléfono, hacía que sus redondos glúteos, especialmente el derecho, se marcaran casi impúdicamente bajo la tela del pantalón. No lo podía abarcar por completo con la vista porque la parte inferior de su cuerpo estaba oculta por el mobiliario de atención al público, mi interés se acrecentó, no quería salir del lugar sin llevar su imagen completa en la retina para poder pensar en él con más tranquilidad en la penumbra de mi jardín y probablemente masturbarme con su recuerdo.
La joven había terminado de pesar el pote, por lo que mi tiempo en el lugar acabaría rápidamente, sin pensarlo demasiado pedí otro pote cargado con sabores diferentes para que la vendedora tardara más en culminar con su tarea y me permitiera seguir observando tan bello cuerpo.
Inesperadamente el joven se dio vuelta, seguía conversando por teléfono, una sonrisa amplia se dibujaba en sus labios, sus blanquísimos y perfectos dientes se veían hermosos en ese rostro cubierto por una sombra oscura, propia de los hombres cuya barba comienza a aflorar después de algunas horas de haberse rasurado.
Mi reacción al verlo de frente fue muy natural, sin dudas la sonrisa era producto de su conversación telefónica, sin embargo, clavó sus profundos ojos negros en los míos sorprendiéndome al momento, respondí a su sonrisa imitándolo en ella, seguía mirándome casi impúdicamente, no bajé la vista, me di cuenta que ahora estaba en silencio, solo me miraba fijamente, la sonrisa era para mí, la conversación ya había terminado.
Estaba provocándome, no podía entender el modo en que había percibido que me había impactado, me sentí desorientado, alcé la vista por encima de sus hombros y pude darme cuenta de lo que había ocurrido; en realidad, y por efectos de la iluminación nocturna, los vidrios reflejaban el interior del local, había captado mi imagen observándolo en ellos, el desparpajo y la desinhibición propia de la juventud ahora tenían explicación.
Mi pedido estaba listo, debía abonarlo, el encargado de la caja era casualmente Andrés, ese era el nombre escrito en su chaqueta, le extendí un billete de cien pesos para abonar treinta y dos. Con una voz ronca, muy sensual me preguntó si no tenía dos pesos, le respondí que sí, hurgué en los bolsillos hasta encontrar dos monedas, se las extendí, abrió su mano derecha con la palma hacia arriba, deposité las monedas en ella, con rapidez cerró los dedos de manera de retener los míos en los suyos por un instante, me miró a los ojos con picardía, instantáneamente sentí una tremenda erección casi imposible de disimular. Me dio el cambio y me dispuse a salir cuando sin pensarlo giré sobre mí mismo, saqué de la billetera una tarjeta personal, agregué en ella el número de mi teléfono móvil y se la entregué sin disimulo.
Una vez fuera del local, crucé la calle, subí al automóvil pensando en él, cuando me disponía a encender el motor sonó el teléfono, cual no sería mi sorpresa al escuchar su inconfundible voz diciéndome en una hora termina mi turno, quiero verte-
En realidad más que a una proposición para un encuentro sonó a orden, me volví a excitar y me escuché respondiéndole estaré en la esquina en el momento preciso-, conduje lentamente rumbo a casa escuchando algo de música, con una profunda satisfacción, llevando en el asiento del acompañante ambos potes de helado, únicos y silenciosos testigos de lo ocurrido.
El pretexto que encontré para volver a salir no tiene importancia ahora, el tiempo me alcanzó apenas para tomar un buen baño que hizo que recobrara con rapidez las energías gastadas durante el día, me vestí con un boxer negro que marcaba perfectamente mis atributos y que producían un contraste estupendo con mi cuerpo tostado por el sol, apenas cubierto por un sutil vello dorado que se hacía algo más abundante en las zonas que me proporcionaban más placer, sabía que el efecto era bueno, me veía atractivo y varonil.
Me calcé unos jeans que por el uso se amoldan perfectamente a mi cuerpo; los pantalones, apenas más desteñidos en la entrepierna, tenían la cualidad que solo tienen algunas prendas, de esconder pero a la vez exaltar lo que contiene y acaricia.
Mis genitales, ahora cubiertos, se encontraban inquietos desde el momento que observé por primera vez a Andrés, parecían tener vida propia; una camisa blanca arremangada y con algunos botones desprendidos completaban una vestimenta que parecía casual aunque en realidad estaba cuidada hasta en los últimos detalles, por debajo de la camisa se podía entrever el tiento de cuero oscurecido, que rodea mi cuello y que produce un efecto muy sensual apoyado sobre mi pecho.
Subí al automóvil, en el momento indicado estacioné en un lugar medianamente oscuro, cerca de la heladería, inmediatamente pude ver a Andrés caminando hacia mí con pasos largos, pisada firme, con la gracia y elasticidad de un felino y me sentí enormemente afortunado de poder disfrutar esa noche de un ser que sin dudas sería anhelado por muchas mujeres, sobre todo por aquellas que consideran un desperdicio que semejante macho tenga inclinaciones hacia los varones, su puntualidad agregó sabor al encuentro.
Nos saludamos con discreción, subió al coche, desparramó su metro ochenta y cinco en el asiento, abrió algo las piernas, lo suficiente como para que al arrancar y tomar la palanca de cambios, mi mano rozara su rodilla y me produjera una descarga eléctrica que, partiendo de la mano, me recorrió todo el cuerpo.
El coche se puso en movimiento con un suave ronroneo, la música suave nos acompañó con discreción; en ese momento percibí su aroma, áspero, a madera; sin dudas, en esa hora en que yo me había preparado cuidadosamente él también lo había hecho, pude adivinar una noche de lujuria y sin prisa conduje hasta el mejor motel de la ciudad dispuesto a disfrutar de todos los placeres que se pueden prodigar dos hombres.
Una vez en la habitación, lentamente me acerqué, él me tomó con la mano de la parte posterior de la cabeza y agarrándome de los cabellos con firmeza buscó mi boca que, dispuesta a recibirlo, fue prácticamente violada por esa espectacular, gruesa, húmeda y movediza lengua.
Sin dudas Andrés, con la impaciencia de la primera juventud, estaba dispuesto a un encuentro directo, instantáneo y potente, en cambio yo, con mis treinta y cuatro años, con muchas horas de batalla acumuladas, quería un encuentro en el cual, la mente jugara un importante papel.
Había decidido tratar de excitarlo hasta el delirio, pero debía comenzar con cautela, sin que se diera cuenta que lo quería llevar a un terreno probablemente inexplorado por él, para ello comencé a separarme algo de su cuerpo para que el contacto entre ambos no fuera tan directo, sino muy sutil.
Ante una arremetida suya me retiraba casi hasta perder el contacto, por momentos solo nuestros penes endurecidos se rozaban imperceptiblemente, me di cuenta que mis acciones estaban causando el efecto esperado.
Andrés suspiraba más fuerte, intentaba besarme, pero yo, con cada intento suyo, apenas giraba algo la cabeza para que su lengua no alcanzara mi boca al primer intento, por ello, despacio las mejillas se nos fueron mojando con las salivas mezcladas, la temperatura se elevaba más con el transcurrir del tiempo.
No nos habíamos quitado la ropa, lo fui empujando lentamente hasta el borde de la cama, lo obligué de un suave empujón a sentarse en la misma, mi endurecida verga quedó a la altura de su cara, intentó bajar el cierre de mis jeans, me retiré un poco como diciendo con el movimiento aún no , lo incentivé con delicadeza para que comenzara a gozar solamente del olor que se desprendía de mi caliente miembro y de su tibieza en la cara, por momentos abría la boca, dejaba que mi pene, aún cubierto de ropa, presionara sobre sus labios, luego rápidamente me retiraba.
Su excitación iba en aumento, lo notaba en el modo de respirar, de improviso se incorporó con rapidez para alcanzar mi boca con un rápido movimiento, luego del primer contacto bucal conseguí tenerlo acostado boca abajo, a los pies de la cama.
Comencé a rozarle con delicadeza la verga en esa zona en la cual se satisfacen los más oscuros deseos, se aferró con ambas manos de la cabecera de bronce perfectamente lustrada y que me devolvía su imagen deformada, la lujuria ya reinaba en nosotros y se evidenció en una ligera elevación de su pelvis.
Aproveché para sacar de un bolsillo una corbata de seda que traía por previsión, con ella até sus las manos a la cama de modo de limitar sus movimientos, me dejó hacer, pude confirmar por su actitud que ya había aceptado mi juego.
Prácticamente sin tocarlo introduje la punta de la lengua en sus orejas, el olor a madera que había sentido en el automóvil se hizo más intenso, Andrés intentó que sus nalgas volvieran a rozar mi verga inflamada por el deseo, se lo permití apenas unos segundos y volví a retirar mi cuerpo del suyo.
Comencé desde atrás a acariciar sus tetillas, inmediatamente sus pezones se endurecieron, su respiración agitada me incitaba a hacerlo desear más aún el momento de la penetración, se las pellizqué por encima de su ropa, su respiración se transformó en un gemido, a lo lejos, vagamente oído, un tema musical hacía el momento perfecto.
Por debajo de su ceñida camiseta comencé a acariciar su columna, vértebra por vértebra, desde su cintura al cuello, los movimientos de Andrés se volvieron suaves, se dejaba hacer, decidí avanzar un poco, levanté la camiseta y volví a efectuar el mismo camino pero con la lengua; por encima del cinturón que sujetaba su pantalón asomaban unos pocos vellos negros, esos que me indicarían más tarde el camino a ese oscuro y suave lugar protegido por sus espléndidos glúteos.
Creí llegado el momento de desvestir su torso, pero, ¿cómo hacerlo?, no quería desatarlo, mucho encanto se perdería haciéndolo, evalué la posibilidad de volver al automóvil por una navaja que siempre me acompaña pero rápidamente deseché la idea y decidí en un instante desgarrar su vestimenta, de un movimiento brusco rompí la tela que separaba ese perfecto torso de mí, que placer sentir que Andrés se excitaba más aún, ya nada importó, la batalla estaba planteada.
Me encaramé a la cama, metí la cabeza entre ella y su abdomen, Andrés elevó algo su cuerpo para facilitarme la tarea, me deslicé cual una perfecta serpiente para alcanzar su boca, regando de saliva el camino recorrido para llegar a ella, cuando lo conseguí, nos besamos salvajemente.
Empecé a desandar el camino recorrido, sus vellos ahora estaban pegados al cuerpo, succioné sus tetillas, lo oí suspirar aún más fuerte, esos sonidos me invitaron a morderlo, dejó escapar un ahogado grito. Con dificultad pude acercar la cara a una de sus axilas y alargando lo más posible la lengua las acaricié primero, las succioné después, sentí en la boca el áspero sabor que tanto me deleita, fue la primera vez que oí salir de su boca con esa áspera voz hecha casi un susurro las palabras que más me motivan: - basta por favor, no doy más -
Su voz no hizo otra cosa que encenderme aún más, de un salto bajé de la cama, me ubiqué nuevamente detrás de él y comencé con el juego que más me gusta, apoyar primero suavemente y cada vez con mayor presión el pene endurecido entre los glúteos.
Volví a jugar con la lengua en la cintura por encima del cinturón, ese exquisito lugar donde ralean los vellos, mientras, con las manos acariciaba con delicadeza su pene que pedía a gritos ser liberado, olí su adorable hueco por encima de la tela, hice presión con la nariz en el lugar, sentí esa particular y excitante sensación que produce una tela cuando resbala sobre una piel cubierta de vellos.
El momento era sublime, estaba frente a un espléndido ejemplar de macho joven al cual las inhibiciones lo fueron abandonando sin que siquiera se hubiera dado cuenta.
Fui bajando, acariciando con firmeza esas espléndidas piernas dignas de ser el sostén de un templo dórico, llegué a las zapatillas, volví a subir con las manos por encima de los calcetines pero por debajo de los pantalones, hasta encontrar la piel de esas piernas cubiertas de un espeso vello, que placer!!!!
Desabroché sus calzados y se los saqué de a uno, toqué sus pies, quienes me conocen saben que tengo debilidad por ellos, estaban calientes, producto de la transpiración y el encierro, los acaricié, aspiré su aroma, Andrés había conseguido desatarse, giró sobre su cuerpo hasta quedar boca arriba, se incorporó, su torso oculto en parte por los jirones que aún quedaban de su camiseta se veía aún más deseable, me monté sobre él y dejé que su tremenda arma, dispuesta ya al combate, aún cubierta por la ropa, encontrara naturalmente la ubicación que los dos deseábamos, el placer aumentó más.
Lo miré desde arriba, sus ojos oscuros, entrecerrados por el placer, su barba incipiente, sus lacios cabellos emergiendo de la penumbra de la habitación eran dignos de un cuadro barroco representando una bacanal. Su primer movimiento en esta postura fue levantar la pelvis para que yo pudiera sentir aún más su pene ubicado entre los glúteos, yo lo deseaba cada vez más, tomé una respiración profunda para no dejarme llevar por la excitación y poder continuar con lo que había empezado.
Desabroché el cinturón primero y el cierre de los pantalones después, Andrés parecía un pura sangre a punto de comenzar una carrera, sus movimientos eran nerviosos, bruscos, cortos, bajé sus pantalones, dejé al descubierto sus gruesas piernas oscurecidas por los pelos que cubrían sus soberbios músculos en la cantidad justa y distribuidos convenientemente.
Levanté una de ellas, me entretuve con la lengua detrás de sus rodillas, es un lugar tremendamente erótico que recomiendo hurgar con detenimiento y concentración, mientras mi lengua recorría ese erógeno lugar mis manos acariciaban su tremendo pene que, liberado del pantalón, dejaba asomar apenas su cabeza humedecida por encima de la cintura de su boxer.
Levantó la pierna que aún estaba apoyada en la cama para permitirme que liberara su cuerpo de la única prenda que oficiaba de barrera entre nosotros, una vez desnudo me incorporé y alejé para poder observar con deleite a este hombre, la imagen era hermosa, el pura sangre estaba preparado para la carrera.
Me acerqué nuevamente al lecho, con la mirada nublada por el deseo Andrés se incorporó de un salto me tomó casi con desesperación, cubrió mi boca con la suya, me mordisqueó los labios y su lengua volvió a introducirte como un huracán en mi cavidad húmeda, apenas entreabierta para juguetear con todo lo que encontraba a su paso, lo abracé fuertemente acariciándole la espalda.
Me empujó con firmeza utilizando todo su cuerpo hacia la cama, sentí su verga liberada sobre la mía aún en prisión, retrocedí de espaldas hasta que mis piernas se detuvieron al encontrarse con la cama, se me aflojaron, caí sobre ella y Andrés sobre mí.
Con desesperación me quitó la ropa, un par de botones saltaron por el aire, con rapidez digna de mejor causa me tuvo desnudo en un instante, bajó con la lengua por mi pecho, deteniéndose ora en una tetilla, ora en la otra, llegó a mi ombligo, introdujo su lengua en él, el placer era indescriptible, lo dejé hacer como él lo había hecho conmigo minutos antes, introdujo brevemente mi verga en su boca y entré al paraíso.
Mi pene parecía un garrote apuntando al techo, Andrés suspiraba frente a él sin tocarlo, solo sentía el aire caliente rodeándolo, fue el primer momento en que tomé conciencia que estaba frente a un experto en sexo, me estaba haciendo sufrir, necesitaba con urgencia que me rodeara la verga con su húmeda y tibia cavidad bucal, era el refugio perfecto para tanta energía masculina concentrada en el glande, pero Andrés esta dispuesto a hacerme desesperar tanto como antes lo había hecho yo.
Solo la envolvía con su respiración, podía sentir su mentón cubierto por la barba arañando el comienzo de mis piernas, sus manos en tanto pellizcándome ambas tetillas, los pezones erectos y enrojecidos por el intenso roce, le clamé que se la tragara pero él solamente la a rozaba por pequeñísimos momentos con la punta de la lengua, luego volvía a sentir el aire caliente de sus exhalaciones cubriéndola.
Con ambas piernas atenacé su cintura, apoyé con ímpetu los talones entre los glúteos, creo que ese movimiento lo llevó a que hiciera desaparecer mi glande en su boca levanté lo que pude la cabeza y alcancé a ver fugazmente cómo sus carnosos labios se cerraban haciendo desaparecer de mi vista mi pene endurecido.
Dejé caer nuevamente la cabeza en la almohada y casi involuntariamente levanté solo una vez la pelvis, todo mi pene desapareció en su boca e involuntariamente expulsé enormes cantidades de semen en su garganta. Andrés se lo tragó prácticamente todo y con un movimiento felino se incorporó por un instante, solo para tirarse nuevamente encima y sellarme la boca con sus labios. Sentí a la vez el gusto de mi propio semen mezclado con su saliva y los calientes chorros de Andrés mojándome el abdomen.
Nos relajamos solo por unos instantes, nos acariciamos con firmeza, sus grandes manos recorrían toda la extensión de mi cuerpo produciéndome al principio solo un delicado placer, me puse de costado, ubiqué sobre él una de mis piernas, el contacto de la misma con su pene hizo que comenzara a palpitar muy lentamente.
Todo comenzó nuevamente, al principio, como suelen ocurrir las segundas partes, solo que el intervalo fue más corto. Nuevamente los suspiros, los pequeños mordiscos, las lenguas jugando entre ellas como si fueran dos espadachines de esgrima, los movimientos se fueron haciendo cada vez más bruscos y las caricias más firmes, habíamos empezado de nuevo o habíamos comenzado otro juego?