Andrea y los gustos de su madre capítulo 3

Una noche de pasión, las cirugías y un accidente.

Recomiendo la lectura de las dos partes anteriores de este relato para poder entender toda la historia.

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Tras una hora más de viaje en coche, en el Tesla, llegamos a la casa de Carolina en La Moraleja desde el estudio de tatuajes y piercings.

El viaje fue un poco incómodo porque estaba algo dolorida, sobre todo en el coño, por las perforaciones que llevaba, pero Amaia me recordó que el dolor forma parte del placer de convertirme en una puta.

Al llegar a la casa de Carolina el Tesla conducido por Renata aparcó delante de la puerta, nos bajamos Amaia y yo del coche y esperamos a que llegara el microbús con mi madre y con Celia.

Una vez que Celia bajó a mi madre del microbús, éste se fue, según Amaia, a la nave donde se guarda porque al ser tan alto, no cabe en el garaje, no entra por altura.

La puerta de la casa estaba abierta y una de las dos internas tailandesas que trabajaban al servicio de Carolina, nos llevó hasta el salón donde estaban Carolina y Virginia, la mujer que nos había atendido en la tienda de lencería sexy esa misma mañana.

La uniformada asistenta desapareció y ya nos quedamos a solas, Amaia, Carolina, Virginia, su esclava y yo.

Mi madre se fue con Celia a prepararse para la sesión de juegos y el castigo que iba a tener lugar esa noche, y nosotras, nos quedamos en el salón.

Carolina iba vestida solo con unos guantes de cuero de tipo ópera y el corsé de cuero negro que ya le había visto, y unas botas de aún más tacón que las que me estaba empezando a verle calzar, además, llevaba medias de red. Por tanto, Carolina, exhibía todo su cuerpo tatuado y con piercings, en el que destacaban sus enormes tetas y la cintura de avispa debido al corsé que parecía que llevaba siempre.

Virginia, por su parte, iba bastante más tapada, aunque entera de cuero también, llevaba un corsé que le tapaba las tetas, también los guantes del mismo tipo que los que llevaba Carolina, y botas aunque de algo menos de tacón que las de Carolina; además, llevaba una especie de pantalón corto del que salía un

strap-on

negro muy largo, dispuesto a ser usado en el culo o en el coño de una esclava; al verlo, se me volvió a humedecer el coño solo de pensar en que con algo de suerte, pronto ese aparato iba a estar dentro de mí.

Al lado de Virginia, y de rodillas, estaba una mujer, me dijeron que se llamaba Alejandra, parecía bastante joven, pero su cuerpo estaba lleno de marcas, de cicatrices, algunas parecían recientes y otras, ya no tanto; sus tetas eran de tamaño medio y parecían naturales. Llevaba una máscara de cuero con apenas un pequeño agujero en la boca para respirar y lo que parecía un collarín, pero de cuero que le impedía por completo mover el cuello. Además, llevaba las manos precintadas con cinta adhesiva negra, por lo que no las podía usar.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención de Alejandra fue que no tenía coño, literalmente, según me explicó Carolina, hace algún tiempo, ella misma (Alejandra), les había suplicado que le practicaran una cirugía para hacerle la ablación del coño.

Carolina y Virginia estaban charlando animadamente y tomando un whisky y lo que parecía ser una tabla de embutidos y quesos cuando aparecimos nosotras, sin ni siquiera saludar, aunque fuera con un escueto “Buenas noches”, Carolina me ordenó que me quedara con la lencería y las botas; yo tardé un par de segundos en reaccionar, por lo que Amaia estaba ya a punto de darme una bofetada cuando reaccioné y comencé a desnudarme delante de las dos Amas.

Tardé apenas unos segundos en desnudarme hasta el nivel en el que me había ordenado Carolina, que sacó un collar de perra con una cadena, y me lo puso al cuello, me ordenó que me pusiera a cuatro patas y que, durante esa noche, solo podría ladrar como si fuera una perra, si hablaba realmente, añadiría más cosas a mi castigo pendiente por la fallida mamada a Don Enrique de esa tarde.

Yo solté un ladrido de perra, lo que provocó una caricia de Carolina, pero una caricia como la de alguien que juega

con su

perr

@, fue eso sí, un poco fría, pero excitante.

Virginia se levantó y me empezó también a

acariciar,

aunque, acto seguido, me metió un par de dedos por el coño, que estaba dolorido por los piercings e hizo que se los chupara una vez que los sacó, fue excitante probar el sabor de sus dedos.

Carolina me dejó al lado de Alejandra, y le ordenó que me encontrara, palpando porque no podía ver nada por la máscara de cuero que llevaba, y que jugara conmigo, que me hiciera lo que Alejandra quisiera, como si fuera también una perrita que se encuentra con otra en la calle y comienza a olerse el culo y a jugar entre ellas.

Mientras Alejandra trataba de encontrarme, Virginia y Carolina se encendieron sendos puros y comenzaron a fumárselos, enviando todo el humo hacia nosotras, lo que supuso que tuviera que toser un poco, y provocó que, Virginia, me diera una bofetada,

porno

haber podido aguantar la tos.

Alejandra logró dar conmigo, empecé a notar sus manos tapadas y como me acariciaba y trataba de sobarme mi cuerpo como buenamente podía, al tener que usar solo su maltrecho tacto para tratar de tener algo de placer sexual.

Me comenzó a dar un masaje y a acariciarme los pezones, doloridos aún por los piercings, lo que supuso que tuviera que gritar de dolor, y, de nuevo, me gané otra bofetada, pero de Carolina, que fue mucho más dolorosa que la que me había propinado Virginia apenas un par de minutos antes.

El móvil de Carolina sonó, ella tomó la llamada y, a los pocos segundos, dio por terminada la sesión en el salón, dijo que la sala de juegos ya estaba lista y tomando mi correa, me hizo ir a 4 patas por la casa, hasta llegar a un ascensor en el que bajamos hasta el sótano donde estaba la sala de juegos de la casa de Carolina.

Amaia había asistido a la primera parte de la sesión como espectadora, y dijo que ella bajaría por las escaleras y le pidió a Carolina que la esperásemos en la sala de juegos, porque también se tenía que cambiar de ropa para empezar a jugar ella misma con Alejandra, mi madre y conmigo.

Salimos del ascensor y llegamos, de nuevo a 4 patas, hasta la sala de juegos, pero, en esta ocasión, era otra puerta diferente, con una sala mucho más grande y completamente equipada para jugar.

Nada más llegar, vi a mi madre, que estaba atada y esposada de pies y manos, tumbada sobre lo que parecía un potro de tortura, según Carolina, era un plinto. Mi madre estaba desnuda por completo, salvo por unas botas de tipo ballet, y, de nuevo, los ojos que seguían tapados con los parches.

Celia estaba vestida de enfermera, aunque con ropa más sexy, casi parecía más un pijama de quirófano, y estaba sentada tranquilamente, vigilando de cerca a mi madre.

Carolina agarró un látigo, no muy grande en tamaño, pero con varias colas y comenzó a usarlo en el coño de mi madre, que se quejaba de dolor y gritaba a cada latigazo, aunque los iba agradeciendo en voz alta, cada vez que recibía uno de los golpes.

Cuando ya llevaba unos 15 latigazos, Carolina me hizo ponerme de pie, me colocó una mordaza de bola en la boca, me entregó el látigo y me ordenó que le diera a mi madre otros 15 latigazos en su coño, pues esa sería la primera parte de mi castigo por la mamada fallida a Don Enrique.

Yo iba a ponerme manos a la obra, con cierto dolor

emocinal

, solo superado por la excitación de ver a mi madre disfrutar sufriendo, cuando vi que apareció en la sala de juegos, Amaia, vestida con un

catsuit

de látex negro y una máscara también del mismo material, que dejaba boca, nariz y ojos al descubierto.

Además, Amaia llevaba un corsé, también de látex y muy apretado, y un

strap-on

, aunque de menor tamaño que el de Virginia.

Ya con Amaia presente, comencé a darle a mi madre los latigazos en su coño, que estaba bastante inflamado; mi madre seguía agradeciendo cada uno de los golpes de látigo, yo los iba contando mentalmente, para tratar de no pasarme ni de equivocarme y quedarme en menos de 15, porque no sabía lo que podría pasar tanto si me pasaba de los 15 como si me quedaba corta y no llegaba a esa cifra.

Cuando acabé de darle a mi madre los 15 latigazos, estaba bastante excitada y satisfecha conmigo misma de haber sido capaz de hacerlo, Carolina me retiró el látigo de las manos, me quitó la mordaza de bola de la boca y me ordenó que volviera a ponerme de nuevo a 4 patas.

Acto seguido, Carolina, con ayuda de Amaia, quitó las ataduras a mi madre, le colocó la misma mordaza de bola que me había puesto a mí (Sin ninguna limpieza entre los dos usos), y dándole el látigo con el que le había dado yo los 15 latigazos a mi madre, Carolina le ordenó a mi madre que me encontrara y que me diera a mí 30 latigazos en mi coño.

Carolina me ordenó que me tumbara en el suelo, me esposó las manos y los pies con las mismas ataduras que había llevado mi madre, y me dejó ahí, a la espera del encuentro con mi madre, para recibir sus latigazos.

Mi madre se tropezó conmigo, pues le costaba caminar con las botas de ballet y sin ver al llevar los parches en los ojos, estuvo a punto de caerse, pero cuando me localizó, comenzó a golpear mi coño con el látigo, con una fuerza que no me esperaba, pues nunca había visto a mi madre semejante fuerza/violencia contra mí.

Nadie me había dicho que tenía que agradecer cada uno de los latigazos, por lo que el primero tuvo que ser repetido, ya que solo solté un ¡Ay! de dolor, lo que me supuso dos bofetadas, una por hablar en lugar de ladrar, y, la otra,

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haber agradecido, aunque fuera con un ladrido, el primero de los latigazos de mi madre.

A partir de la repetición del primer latigazo, ya sí fui ladrando con cada golpe de látigo recibido, y acabé con 31 golpes en total, dolorida, y con el coño a punto de sangrar, y, todo hay que decirlo, a punto también de correrme, de hecho, me extrañó que aún no lo hubiera hecho, por toda la excitación que llevaba.

Para acabar el castigo, cuando mi madre acabó de darme todos los latigazos, Carolina me colocó un poco de cocaína en mi coño, algo que supuso que me excitara aún más y, ahí sí, ya me corrí, porque no podía aguantar más.

Correrme sin el permiso de alguna de las 2 Amas que estaban presentes, enfureció a Carolina, que, muy cabreada, hecha una furia, me dijo que lo iba a pagar muy caro.

Me levantó del suelo y me llevó casi a rastras hasta una especie de cruz, donde me dejó atada y dijo que iba a ir a buscar elementos para castigarme.

Amaia y Carolina fueron a buscar artilugios con los que llevar a cabo mi castigo; regresaron pasados unos minutos, que se me hicieron eternos, pues no sabía lo que me iba a pasar.

Cuando por fin regresaron, Carolina llevaba unos guantes de boxeo negros en las manos, se había quitado los largos de cuero que llevaba antes; Amaia llevaba dos parches como los que llevaba puestos mi madre en los ojos, pero sin destapar aún, sin pelar, lo que parecían dos auriculares y una máscara de cuero bastante extrema.

Sin decir una sola palabra, pero con gestos evidentes de cabreo, que se veían en su mirada, Amaia me colocó de nuevo la misma mordaza que ya habíamos llevado antes mi madre y yo misma, y comenzó a quitar los envoltorios de los parches, primero el ojo derecho, que me fue tapando, y, después, el izquierdo, lo que hizo que se me apagara la luz y que, lo que fue pasando hasta que volví a poder ver, pasado un buen tiempo (Que ya os iré contando), es el relato de lo que supongo que fue pasando y lo que me iban contando y yo misma iba notando, al no poder ya ver nada, solo sentir.

Pude notar como Amaia me introducía en los oídos los dos auriculares, presionándolos bien hasta el fondo para que no se saliesen, y escuché la voz de Carolina, que me ordenaba con voz de evidente cabreo que asintiese si escuchaba algo (Y me llamó pedazo de puta mientras me lo preguntaba)

Poco después, noté como alguien, supongo que fue Amaia, me colocó la máscara de cuero, era la primera vez que usaba una, y sabía que no iba a ser la última, me tenía que acostumbrar a ello.

La máscara, por suerte disponía de agujeros en la nariz, para poder respirar, pero no había más, noté como se iba bloqueando aún más el sonido del exterior y, durante unos segundos, noté algún problema para respirar, porque alguien colocó cinta adhesiva en los agujeros de la máscara, aunque eso, por suerte, no duró demasiado.

Apenas sí había recuperado la respiración, cuando noté el primer golpe en el estómago, era de Carolina, con los guantes de boxeo, por

cómo

me dolió, sin duda, Carolina, estaba en plena forma.

Varios golpes seguidos siguieron a ese primero, Carolina se ensañó con mi cuerpo, me dejó muy dolorida, pero también muy excitada y sorprendida, pues no pensaba que pudiera con tantos golpes seguidos y tan fuertes.

Cuando los golpes pararon, pude escuchar claramente la voz de Carolina, que le pedía a Celia que volviera a tapar el ojo que le habían destapado a mi madre para que pudiera ver, con alguna dificultad, como yo era castigada por haberme corrido sin el permiso de Carolina.

Yo pensaba que me iban a desatar cuando se acabara el castigo, pero no fue así, me dejaron atada durante un tiempo bastante largo, yo diría que varias horas, tiempo que dediqué, por un lado, a escuchar como Virginia y Amaia se follaban con los

strap-ons

a Alejandra, y, debido a eso, me entraron muchas ganas de masturbarme, pero no podía al no tener las manos libres.

Podía escuchar cómo se follaban a Alejandra con nitidez, porque se cercioraron tanto Carolina como Amaia y Virginia de que el sonido llegara perfectamente a mis oídos a pesar de la máscara que ocultaba buena parte del sonido ambiental.


Pasado un tiempo indeterminado, yo calculo que unas cuantas horas, noté como Amaia me iba quitando la máscara, me avisó antes de lo que iba a pasar, me dijo que me iba a quitar también los auriculares y la mordaza pero que iba a ponerme un antifaz sobre los parches para que siguiera sin poder ver, ya que, de todas formas, lo que iba a pasar en la clínica a lo largo de la mañana, era mejor que no pudiera ver.

Amaia me ordenó que me quedara callada, a pesar de no llevar la mordaza y

que,

si necesitaba algo, simplemente tratara de lamerla, como la perra que era.

Amaia me desató las manos y los pies y me ayudó a salir de la sala de juegos y a subir por las escaleras hasta una de las habitaciones de la casa, donde comenzó a prepararme para la visita al hospital.

Primero comenzó por una ducha, para limpiarme todos los restos de la juerga de la noche, después me fue limpiando especialmente las zonas de los piercings y los tatuajes y, ya en la habitación de regreso, me empezó a colocar la ropa con la que iba a ir al hospital.

En ese momento llamaron a la puerta, pude oír claramente como Amaia saludaba a Celia, y le hablaba de que ya estaba todo listo para empezar a prepararme para la visita médica.

Celia me explicó que me iba a inyectar algo de manera que, de cintura para abajo, no me iba a poder mover, así es que, me vería obligada a usar pañal y a moverme en silla de ruedas durante el tiempo que durasen los efectos de la inyección.

Dicho

esto,

y sin darme opción ni siquiera a quejarme ni a protestar, sentí un pinchazo de una aguja y, minutos después, empecé a notar que las piernas estaban como dormidas, que me costaba mucho más moverlas.

Celia comenzó a ponerme el pañal, yo me sentía humillada, además, me volvieron a entrar ganas de mear justo en ese momento, pues debido a la excitación de lo vivido por la noche, ni siquiera había pensado en ir al baño a mear, ni había hecho pis en la ducha.

Así es que, apenas habían pasado unos pocos minutos con el pañal puesto cuando me oriné encima, al no poder ya levantarme para ir al baño, mojando todo el pañal y cabreando a Amaia, que me prometió que sería castigada por ello.

Me tuvieron que llevar de nuevo a la ducha, para limpiarme los restos de pis, me cambiaron el pañal y me terminaron de vestir, con un pantalón muy corto negro de tipo deportivo y un top que apenas tapaba nada y también era negro, me pusieron botas ortopédicas como las de mi madre el día anterior en ambos pies y, por último, me esposaron las manos y los pies, una vez que ya estaba sentada en la silla de ruedas que Celia había traído consigo al llegar a la habitación.

Salimos de la habitación, una vez que Amaia se vistió con ropa de calle, que no puedo describir porque no podía verla, pero supuse que iría sexy y de cuero o de látex.

Al llegar a la puerta de la casa de Carolina, Amaia me dijo que nos estaba esperando la furgoneta adaptada para silla de ruedas que nos llevaría a la clínica donde me harían las pruebas médicas y la histerectomía al día siguiente si todo iba como estaba previsto, además, Amaia me dijo que ya tenía un castigo en mente para mí por haberme meado encima.

Además, Amaia me dijo que mi madre iba a estar presente en la revisión médica, y que ella estaba ya también de camino a la clínica, que nos esperaría ya allí, y que había ido en el mismo microbús que usaba siempre para sus desplazamientos cuando salía con su silla de ruedas.

Con ayuda de Celia, pude subirme sentada en la silla de ruedas en la furgoneta, Celia se sentó delante y me dijo que, si necesitaba algo durante el viaje, se lo hiciera saber; una vez ya acomodada en la furgoneta, comenzó el viaje; Amaia fue en el Tesla conducido por Renata y nos iban a ir siguiendo hasta la clínica.

Yo ya no notaba nada de cintura para abajo, estaba algo nerviosa por lo que me pudiera pasar, así que no fue un viaje demasiado agradable, pero traté de relajarme y de pensar en cosas agradables, no podía dejar de pensar en los golpes que había recibido por parte de mi madre y si, al recuperarme de la cirugía, iba a recibir más, algo que, sorprendentemente, se podía decir que estaba deseando que ocurriera.

El viaje en coche no fue muy largo, supuse que la clínica estaba relativamente cerca de la casa de Carolina; al llegar me bajaron y pude escuchar como mi madre me saludó, casi musitando, y yo sonreí como pude, pese a que era consciente de que ninguna de las dos nos podíamos ver la una a la otra, literalmente y pese a estar a menos de 2 metros de distancia.

Entramos en la clínica, Amaia empujaba mi silla de ruedas y Celia la de mi madre, supongo que de haber alguien mirando o que nos cruzáramos, la estampa debía de ser para voltearse a mirar, cuanto menos.

Fuimos directamente a una sala de espera y mientras esperábamos a que llegara la doctora que me iba a atender, Amaia le ordenó a mi madre que me empezara a masturbar.

Yo no pude notar nada, pues por la inyección que me había puesto Celia, ya no tenía sensibilidad desde la cintura para abajo, así que, por mucho que mi madre intentó darme placer, fue misión imposible.

Se abrió la puerta y apareció una nueva voz de mujer que no conocía, Amaia y Celia saludaron a Patricia, la doctora, y trataron de hacer las presentaciones de rigor.

Patricia antes de llevarnos a la sala donde me iba a empezar a hacer los análisis y a jugar conmigo, comprobó que no podía moverme de cintura para abajo, y miró cómo tenía los ojos.

Pasamos a su gabinete, me tumbaron en una camilla, y lo primero que hizo Patricia fue decirme que me iba a cambiar lo que llevaba en los ojos por un vendaje mucho más fuerte que impidiera cualquier intento por mi parte de poder ver algo.

Patricia me destapó el ojo izquierdo durante unos segundos, fue cuando pude ver cómo era físicamente, melena pelirroja, llena de pecas, sonriente, en torno a los 40 años y tetas operadas, pero de buen tamaño que fue lo que más pude ver porque me las puso por delante al volver a taparme los ojos. Llevaba ropa de médico, pero dejaba ver bien el escote lleno de pecas.

Noté como me iba colocando lo que parecía una venda sobre los ojos y, después, una especie de escayola sobre la nariz, que cerró colocando 1 tapón en cada uno de los agujeros, por lo que ya solo me quedaba libre la boca para respirar.

Patricia me dijo que iba a comenzar sacándome sangre para analizar, me pidió, con voz suave que me tranquilizara y que le fuera contando mientras tanto cómo había sido la noche anterior, y si me había sentido como la puta en la que me iba a convertir.

Yo le fui contando un poco lo que había ido pasando, y solo sentí un par de pinchazos en el brazo, supuse que de las extracciones que me hizo Patricia.

Después, escuché a Patricia que me dijo que me iba a hacer una ecografía para ver cómo estaban las cosas por mi útero, y ver si iba a haber algún problema al día siguiente en la cirugía.

Patricia me echó un líquido, que estaba algo frío, en la zona y comenzó con la ecografía, por suerte, todo parecía estar en orden y la operación, a menos que los análisis de sangre dijeran otra cosa, se iba a poder hacer.

Lo siguiente que me hicieron fue un electro para asegurarse que no iba tampoco a haber problemas cardiacos durante la cirugía, y de nuevo, no hubo problemas, todo en orden en mi corazón, al menos, en el músculo/órgano, porque lo que es a nivel sentimental/

emocinal

, las cosas eran muy diferentes por todo lo vivido en menos de 2 días.

Aún faltaban tres cosas más por hacerme, en primer lugar, me metieron una sonda por la boca, hasta el estómago para poder comer en los siguientes días, hasta que me pudiera ir recuperando de la cirugía, y, además, por orden de Amaia y como castigo por la meada cuando estaba ya duchada, me escayolaron el brazo derecho, me pusieron un collarín ortopédico en el cuello que me impedía moverlo por completo y me dijeron que me iban a dejar la escayola puesta hasta que saliese de la clínica, como consecuencia de ser una meona.

Ya escayolada e inmovilizada casi por completo, me volvieron a sentar en la silla de ruedas y me llevaron hasta la que iba a ser mi habitación en la clínica durante los siguientes días, si todo iba bien, iba a tener que quedarme al menos 1 semana ingresada desde la operación, así que, considerando que no daban altas los findes y que era ya viernes el día de la operación, calculé que me esperaban 10 días de escayola y sufrimiento, algo que me excitó, a pesar de todo.


El tiempo en la clínica pasaba despacio, al llegar a la habitación, me metieron en la cama, me tomaron una vía y me dieron algo de comida a través de la sonda.

Patricia apareció a media tarde para dar luz verde a la cirugía de manera ya definitiva porque los análisis habían salido con total normalidad y no había por tanto ningún impedimento para poder llevar a cabo la cirugía.

Ya no pasó nada más de interés hasta la noche, cuando me dijeron que me iban a dar un somnífero suave para que pudiera dormir con tranquilidad.

A los pocos minutos de saber eso, noté que me inyectaban algo a través de la vía que me habían puesto al llegar a la habitación y, poco a poco, me fui durmiendo, seguía sin sentir nada de la cintura hacia abajo.

El pañal me lo cambiaron dos veces, ambas por pis, supongo

que,

por la emoción y la falta de comida sólida, no pude cagar, además, la idea de manchar de caca el pañal, me daba cierto asco, aunque esperaba que llegara el momento en el que eso tuviera que suceder.


Al día siguiente, me desperté, seguía sin poder ver, pero podía hablar y oír, así que cuando escuché a alguien que entraba en la habitación donde me encontraba pude hacerme notar y una enfermera a la que no identifiqué por la voz, me empezó a explicar que la operación había sido un éxito y que había salido todo tal y como se esperaba, pero que era viernes a media tarde y tendría que estar al menos 24 horas en recuperación, para evitar complicaciones en la herida de la cirugía.

La herida me dolía un poco por lo que pedí que me pusieran algún analgésico o algo para tratar de evitar o, al menos, reducir el dolor, supuse que me hicieron caso porque al poco tiempo el dolor fue desapareciendo un poco, así que aproveché para descansar y sentirme alegre porque parecía que las cosas iban saliendo como esperaba, como se preveía.

Pasé una noche un poco complicada, al no poderme casi mover porno tener problemas con los puntos de la herida de la cirugía, además, seguía sin poderme mover de cintura para abajo, sin notar nada, pero no me preocupé, porque ya me empezaba incluso a acostumbrar y tampoco era tan difícil la situación, pensaba que iba a ser cosa de poco tiempo.

A la mañana siguiente (Lo supe porque me lo dijeron Amaia y Celia), pasaron ellas junto con Patricia por la habitación en la que me encontraba y Patricia, al ver que todo iba según lo previsto, ya autorizó que me pasaran de nuevo a la habitación en planta donde iba a pasar, al menos, 1 semana más, hasta el lunes de la semana siguiente.

Cuando llegué por fin a la habitación en planta, lo primero casi que escuché fue la voz de mi madre, junto con la de Celia que le comentaba acerca de mi llegada, noté una cierta sensación de alivio en su voz, para ella debió también ser duro tener a su hija en

quirófano,

aunque fuera para un bien, por una buena causa.

Como no me podía apenas mover hasta al menos el lunes, que era cuando ya podía tratar de dar algún paseo por el pasillo y por la habitación y con cuidado, pues ese sábado por la tarde y el domingo entero, apenas pasó nada importante, Patricia estaba en su día libre y Carolina no apareció por la clínica; solo el paso de enfermeras para revisar las vendas tanto de los ojos como de la herida de la cirugía y cambiarlas, pude apenas ver unos segundos y solo por uno de los ojos de manera alterna, ni siquiera me atreví a preguntar cuando me iban a dejar volver a ver, en realidad, tampoco me importaba tanto, porque me sentía relajada y más tranquila estando indefensa.

Mi madre se quedaba conmigo de día, y por la noche, venía Amaia a hacer el cambio de turno, para que no me quedara sola ni un segundo, incluso si Amaia necesitaba salir por la noche a hacer alguna cosa o a fumar, me dejaban con alguna de las enfermeras al cuidado de mi indefensa persona.


Pasó el finde y llegó el lunes, Patricia pasó a media mañana, vio que todo estaba yendo bien, y que yo ya empezaba a recuperar movilidad en las piernas, me quitó el vendaje de los

ojos,

pero me dejó la escayola en el brazo y el collarín en el cuello.

Al principio me molestaba un poco la luz, pero, pasadas 2 horas, ya volvía a ver con normalidad, así que, con ayuda de Celia y de Amaia, me puse en pie y pude dar los primeros pasos en casi 5 días.

Sin embargo y debido a mi impulsividad y a que no podía mover apenas el cuello y la inmovilización del brazo al llevarlo escayolado, cuando apenas sí había dado unos pocos pasos por la habitación, y sin apoyos de ningún tipo (Muletas o cosas similares), perdí un poco el equilibrio y me caí al suelo, con la pésima suerte de que en la caída, aterricé sobre el brazo que no estaba escayolado y me produje una fractura del mismo, junto con el fémur de la pierna derecha y un buen golpe en la cara que afectó principalmente al ojo izquierdo, por el que comenzaba a no ver y que, de hecho, me estaba sangrando.

Amaia se llevó un buen susto porque me veía en el suelo, retorciéndome de dolor y pidiendo ayuda, que por suerte llegó rápido, pues Patricia estaba por la zona del hospital y me pudo dar los primeros auxilios.

Amaia le comentó a mi madre lo que había sucedido y a

ella,

a mi madre, le dio casi un ataque de ansiedad, la tuvieron que sacar de la habitación para que se tranquilizara.

A mí me taparon de nuevo los dos ojos, para que no pudiera abrirlos y tratar de que la posible avería ocular fuera lo menos intensa posible, y me llevaron a hacer radiografías y hasta un TAC (Para descartar lesiones/daños cerebrales) que solo confirmaron lo que ya sospechaba, me quedaban por delante cirugías para reparar lo que tenía roto y meses de rehabilitación, aparte de bastante tiempo preocupada por mis ojos, que era lo que más me importaba.

Patricia me explicó, junto con otra cirujana, en este caso, de traumatología, llamada Bárbara y con Isabel, la doctora que se encargaba de temas de Oftalmología, las cirugías que me iban a hacer en los siguientes dos días.

Sonaba muy duro, más que nada el post operatorio que la cirugía en sí, pero me aseguraron que en 6 meses estaría recuperada y que todo esto de la caída habría sido un mal sueño.

Esa misma noche, me llevaron de nuevo al quirófano, donde Bárbara hizo honor a su nombre y logró reparar las dos fracturas, la del fémur y la del brazo.

Todo el martes, lo pasé de nuevo en recuperación, seguía sin poder ver porque el ojo aún no lo habían operado y me dolía bastante, la verdad, pero traté de tranquilizarme, a pesar de que ni Amaia ni nadie conocido pasaron por allí, aparte de alguna enfermera de la que sí reconocí

voz,

pero no podía poner cara porque nunca había podido verla realmente.

Al día siguiente, Isabel pasó a verme antes de ir de nuevo a quirófano, y una vez ya en el teatro, alguna de las enfermeras, se sorprendió al verme allí de nuevo, aunque me dijo que no me preocupara y que todo iba a salir bien.


El jueves por la mañana, ya de regreso en la habitación, escuché a Isabel decir que me iban a quitar un momento los vendajes de los ojos, para ver cómo iba la cosa y valorar mi capacidad visual.

Fui notando como quitaban los vendajes, y, para mi disgusto, solo podía ver bien con el ojo derecho, el otro, empecé a notar que ni siquiera estaba allí, entonces, fue cuando Isabel me tuvo que decir que, por desgracia, no me lo habían podido salvar...