Andrea y los gustos de su madre capítulo 2

Un día de compras y primeras modificaciones corporales

Recomiendo la lectura de la primera parte del relato para entender bien la historia, y recuerdo a los lectores mi total disponibilidad para comentar cualquier cosa sobre mis relatos, mis datos de contacto están en mi perfil.


El relato continúa en el Tesla con Amaia y Andrea de camino para hacer compras en la mejor zona de Madrid, el Barrio de Salamanca.

Sigue hablando Andrea:

Al entrar en el coche, nos quitamos los abrigos que nos habíamos puesto antes de salir de casa, en mi caso, 1 abrigo largo de cuero y, en el de Amaia, un abrigo de visón, y nos encendimos unos cigarrillos.

Amaia comenzó a sobarme una teta por encima y yo me decidí a llevar un poco la iniciativa, por primera vez y empecé a besar sus labios, mientras nos comenzábamos a besar, pude ver a Renata que miraba desde su asiento de conductora y parecía estar disfrutando con lo que estaba viendo.

Tardamos unos 20 minutos en llegar a la primera tienda, al bajarnos del coche y mientras nos poníamos de nuevo los abrigos, Amaia me dijo que nos fumáramos otro cigarrillo mientras esperábamos a que llegara mi madre porque también nos iba a acompañar en las compras de ropa.

A la mitad del cigarrillo, llegó una especie de microbús en forma de Mercedes

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, con pinta de lujoso por dentro, el microbús se detuvo delante de nosotras, y se abrió una de las puertas laterales, de la que salió una mujer vestida de enfermera, y que se desplazó hasta las puertas laterales, y, una vez abiertas, sacó una silla de ruedas eléctrica y que se veía bastante útil para personas con movilidad realmente reducida, que estaba siendo ocupada por mi madre.

La enfermera, de unos 35 años, con tetas naturales y algo de sobrepeso, pelo castaño, y bastante guapa de cara, nos saludó, Amaia hizo las presentaciones de rigor, y Celia, la enfermera, ayudó a mi madre a que llegara hasta donde estábamos Amaia y yo.

Mi madre estaba vestida, llevaba un vestido negro no muy largo, medias y, a modo de calzado, unas botas de tipo ortopédico, además, llevaba también un collarín que le inmovilizaba el cuello y gafas de sol, aunque debajo seguía sin poder ver por los parches en los ojos.

Le pregunté el porqué de la silla de ruedas, pero fue Amaia quien me respondió que eran órdenes de Carolina y que era mejor que no preguntara tanto.

Entramos en la tienda de ropa, nos atendió Virginia, la dependienta a la que Amaia ya conocía bastante bien, y que tampoco es que estuviera nada mal físicamente, a pesar de que tuviera las tetas más bien pequeñas; me empezaba a dar cuenta de que, a partir de ese momento, cada vez que veía a una chica nueva, me fijaba mucho más en su cuerpo, en su físico y pensaba incluso en cómo sería verla desnuda o lo que pasaría si, al final, era follada por la chica, por quien fuera.

Amaia le pidió a Virginia que nos sacara algo de lencería sexy, de color negro, para ver si me la podía probar y llevármela si me quedaba bien.

Virginia fue a sacar un par de conjuntos y cuando regresó, pasamos Amaia, mi madre y yo, a los probadores; mi madre se levantó con alguna dificultad de la silla de ruedas y fue caminando con sus botas ortopédicas y la ayuda de Celia, la enfermera, hasta los probadores; Celia se quedó en la puerta y mi madre, Amaia y yo, entramos en los probadores.

Sin que Amaia me tuviera que ordenar nada, me fui desnudando, Amaia sacó su móvil y me empezó a grabar en vídeo, por lo que casi hice una especie de

strip-tease

, y, ya desnuda, le mandó a Carolina el primer vídeo en el que me desnudaba.

Ni siquiera me dejé puestas las botas, pues me iba a tener que poner medias, así que era más cómodo quedarme desnuda por completo y descalza.

Ya desnuda, y antes de empezar a probarme el primero de los conjuntos de lencería, Amaia le dijo a mi madre un simple ¡Ya!, y mi madre, que ya sabía lo que tenía que hacer, comenzó a palpar hasta encontrarme, se puso de rodillas y comenzó a lamer mi coño, que se humedeció aún más.

Comencé a gemir de placer,

pues,

aunque no me esperaba que fuera a pasar y estaba dudando de si iba a venir Virginia a echarnos la bronca, no me quedó más remedio que dejarme hacer y disfrutar de la primera vez que mi madre me comía todo el coño.

Por supuesto, Amaia, estaba grabando todo, para poder documentar bien a Carolina de todo lo que iba sucediendo.

Cuando a los pocos minutos, me corrí, por los nervios que llevaba y la excitación de que nos pudieran pillar en plena faena, llené todo el suelo con mis fluidos, pero Amaia, que ya sabía que eso podía pasar, con un gesto, logró que mi madre se agachara más, casi ya tumbada en el suelo y con la lengua, se puso a tratar de limpiar lo que yo había ensuciado con los restos de mi orgasmo.

Por suerte mi madre pudo limpiar el suelo, aunque me dio un poco de asco que tuviera que usar su lengua, aunque, por otro lado, me excitó bastante la idea de que lo tuviera que hacer e incluso me imaginé a mí misma haciéndolo y eso supuso que mi coño se humedeciera de nuevo; también me excitó especialmente que lo tuviera que hacer con todas las inmovilizaciones puestas (Collarín, botas ortopédicas y sin ver).

Con un poco de ayuda de Amaia, me empecé a poner la lencería, y ya con ella puesta, Amaia le mandó la foto a Carolina, que ya había respondido antes a los videos y le habían gustado, aunque insistía en que debía aguantar más sin correrme.

La lencería me quedaba bastante bien, había sido sencillo averiguar mi talla, así que Amaia decidió que me llevaría puesto el conjunto que ya llevaba y el otro, ya me lo probaría en la casa de Carolina más adelante.

Me puse el mismo vestido que traía, me calcé las botas y salimos del probador, fuimos hasta la caja, donde se había quedado la silla de ruedas de mi madre, que se volvió a sentar en ella.

Amaia pagó a Virginia los dos conjuntos de lencería, aparte de unos cuantos paquetes con medias y se despidió de ella, aunque le dijo algo al oído que no pude escuchar.

Salimos de la tienda, Renata nos estaba esperando para llevarse al coche las bolsas con la lencería y las medias, y fuimos caminando (Amaia y yo, porque mi madre iba en la silla de ruedas, con la ayuda de Celia), hasta la siguiente tienda, que estaba a pocos metros de la tienda donde habíamos comprado la lencería sexy; apenas sí nos dio tiempo a fumarnos un cigarrillo en el camino.

En la siguiente tienda, me pude probar un par de vestidos, ambos negros y cortos, algo escotados, pero normales, con ellos me veía guapa pero no especialmente una puta.

En esta ocasión, Amaia se quedó fuera de los probadores, porque tenía que atender alguna llamada de trabajo, pero me pidió que le fuera mandando fotos, hechas por mí misma, de cómo me iban quedando los vestidos.

Mientras me iba quitando el vestido que llevaba, aproveché para intentar hablar con mi madre de lo que estaba pasando, pero mi madre me mandó callar y por poco me dio una bofetada, de hecho, me dijo que el tiempo para hablar ya se había acabado el día anterior cuando mantuvimos la charla en la que aceptamos ser sometidas por Carolina o por quien ella dijera, y ya no había ni vuelta atrás ni nada más que hablar.

Ya con el primer vestido puesto, le mandé a Amaia la foto, ella me respondió que le gustaba y que me probara el otro, y que esperase con él puesto, porque iba de camino al probador.

Amaia tardó un par de minutos en llegar, me dio un beso en la boca al verme, pero me dijo que, aunque le apetecía follarme ahí mismo, íbamos ya con el tiempo justo para la comida con Carolina, así que, había que pagar los vestidos y agarrar el coche para ir ya al restaurante y esperar la llegada de Carolina.

De nuevo Amaia pagó los vestidos, y salimos a la calle, en la puerta de la tienda, en doble fila, nos estaban esperando tanto Renata con el Tesla como el chofer de la

Sprinter

para recoger a mi madre; Celia se tuvo que encargar de subirla y sujetarla bien para que el viaje fuera lo más cómodo posible.

Nada más llegar al coche, Amaia sacó de su bolso una bolsa con cocaína, y preparó dos rayas, una para ella y la otra, para mí, después de esnifarla, nos encendimos sendos cigarrillos, y arrancamos en dirección al restaurante donde íbamos a comer, en principio, con Carolina, sin saber por mi parte, que iba a haber más invitados a la comida.


Llegamos al restaurante, Renata nos dejó en la puerta y se fue a buscar sitio en el parking; mi madre ya había llegado apenas un minuto antes, y estaba con Celia, esperándonos a Carolina, a Amaia y a mí.

En ese momento, me entraron ganas de mear, así que Celia, me dijo que ella también tenía ganas, por lo que decidimos ir a un bar que estaba al lado del restaurante donde íbamos a comer con Carolina, pedir un refresco y usar el baño, a pesar de que tenía pinta de ser un bar de mala muerte, bastante cutre.

En el bar, pedimos un par de refrescos, de los que apenas sí tomamos un par de tragos cada una, y fuimos al baño, para mear, que era lo que nos había llevado hasta allí.

Ya en el baño, Celia me dijo que ella no necesitaba mear, pero lo que quería y que por eso me había pedido acompañarme al baño, era que yo la meara a ella, que le hiciera ser mi WC.

Me sorprendí un poco al principio, pero accedí, pues tenía pis, y me daba igual vaciar en un baño normal, en un váter, o hacerlo en la boca de Celia.

Celia se puso de rodillas, sacó una especie de mordaza de su boca, que le dejaba la boca bien abierta, y, ya con Celia amordazada, me subí el vestido y me bajé la ropa interior, para empezar a llenar de pis su boca.

Cuando acabé, Celia con su lengua me limpió los restos del pis y, ya bien seca y limpia, le quité a Celia la mordaza, ella me agradeció que pudiera haberle dado mi pis como aperitivo, y también se ofreció a hacer lo mismo con mi caca cuando tuviera necesidad.

Salimos del bar una vez que Celia pagó los dos refrescos y regresamos a la puerta del restaurante, durante el camino, Celia me dijo que, a ella, lo que más le excitaba, era todo lo relacionado con el pis y el

scat

, e incluso le gustaba ser vomitada encima, le excitaba mucho; yo me sorprendí, pero no dije nada, quizás algún día le haría probar mi caca.

De nuevo a la puerta del restaurante, tuvimos que esperar, a pesar del frío que hacía al estar en invierno, a que llegara Carolina, que lo hizo en un flamante Mercedes EQ-S, primero se detuvo unos segundos a saludarnos a Amaia y a mí (A mi madre ni siquiera la miró), y nos dijo que se iba al parking a dejar el coche y que volvería pasados unos minutos.

Cuando Carolina apareció, ya caminando desde el parking, aparte de ir fumando, llevaba un abrigo de visón idéntico al de Amaia, y vi que también llevaba botas con bastante tacón; sin duda, su presencia, era hipnótica, y concentraba las miradas de los que pasaban por su lado.

Por fin entramos en el restaurante y pasamos a un reservado, donde Carolina se quitó el abrigo de visón y pude ver que volvía a llevar el corsé que ya le había visto el día anterior, aparte de la misma blusa y la falda de tubo de cuero que ya le había visto durante la videollamada de esa mañana.

En el reservado nos estaban esperando dos personas a las que no conocía, ambos de edad avanzada.

El hombre, Don Enrique, más cerca de los 80 años que de los 70, tenía pinta de estar amargado, como si estuviera siempre cabreado, llevaba un traje de tweed que le quedaba horriblemente mal y que parecía sacado del siglo XIX por lo menos; por suerte, aunque tenía algo de sobrepeso, no estaba del todo mal físicamente.

Su mujer, Agustina, algo mayor que Don Enrique, iba vestida de manera muy colorida, y muy maquillada en los labios, parecía que también tenía un carácter complicado, con cierta cara de sufrimiento.

Nos sentamos en torno a una mesa en la que estaba ya también Renata, porque aparte de ser una conductora, también era una de las chicas sumisas de Carolina, a la que usaba a su gusto.

Carolina me explicó que Don Enrique era su socio en un negocio de

narcopisos

donde se ejercía la prostitución y que, el fin de mi entrenamiento, era acabar en uno de esos

narcopisos

, siendo una más de las putas que allí había y que estaban en malas porno decir pésimas condiciones, sin salir de los pisos para nada y dedicadas casi de manera 24/7 a follar con clientes, además, sin ningún tipo de protección frente a ETS y permanentemente drogadas.

Durante la comida, Carolina me explicó cuál iba a ser el plan en los próximos semanas y meses.

Esa misma tarde, al acabar la comida, acudiría en compañía de mi madre y de Amaia, a una tatuadora, que me pondría piercings en la zona genital, en los pezones, en la lengua, en el septum y en las cejas, además, me haría también un tatuaje especial que sería una sorpresa, justo encima de mi coño.

Y, al día siguiente, tendría que ir, en ayunas, a una clínica de una amiga suya, para hacerme análisis, de manera que, el viernes (Y recuerdo, era miércoles), me harían una histerectomía, para poder follar con quien me ordenaran, sin miedo a un embarazo, y sin tener ya que parar por las visitas de Andrés (El que baja cada mes).

Carolina me explicó que la cicatriz de la cirugía ella se la tapaba con el

corsé

pero, en mi caso, la iba a mostrar como si fuera una herida de guerra, una especie de humillación.

Cuando me recuperase de la cirugía, entre mi madre y Amaia, me iban a entrenar para poder durar más sin correrme a la hora de follar, y también a convertirme en toda una puta, para ser la mejor en recaudación en el

narcopiso

de mala muerte de Don Enrique.

Yo me asusté un poco, porque iba a ser una cirugía un poco arriesgada, pero Carolina me tranquilizó diciendo que ella la tenía hecha en su cuerpo, se la hicieron a los 18 años, y, aunque era un poco dolorosa, en especial, los días siguientes, en realidad, merecía la pena

el

esfuerzo.

Le pregunté acto seguido a Carolina si me iban a hacer más operaciones, y me respondió que no, que era mejor que siguiera teniendo un cuerpo lo más natural posible, aunque eso sí, con síntomas de cierta destrucción, de ahí lo del consumo diario de drogas e intentar contraer ETS que los futuros clientes me pudieran pasar/pegar al follar sin ningún tipo de protección.

Entre el primer plato y el segundo, que, por cierto, Carolina ya había pedido por mí sin que pudiera hacer nada al respecto, Don Enrique le consultó a Carolina si yo le podía hacer una mamada, si se la podía chupar, pues tenía curiosidad por conocer de primera mano mis capacidades a la hora de ser una guarra, para poder inspeccionar la mercancía (Así mismo lo dijo), antes de ponerla en el mercado.

Antes de comenzar, Amaia propuso empezar ella, a modo de ejemplo, por si yo no estaba a la altura, y así poder aprender, pero yo le respondí que no hacía falta, es más, incluso dije que, si Don Enrique no quedaba satisfecho, aceptaría el castigo que Carolina quisiera imponerme, por duro que fuera.

Carolina y Don Enrique aceptaron el órdago, y yo comencé a quitar el cinturón de Don Enrique, le bajé el pantalón, y también el calzoncillo, lo suficiente como para sacarle la polla, que era bastante larga y ya estaba dura, para ser un viejo verde, no calzaba nada mal el hombre, todo hay que reconocerlo.

Comencé a dar lametones por los testículos, y, poco a poco, me fui metiendo la polla del viejo en la boca, pensaba que iba a ser algo sencilla y que en pocos minutos, Don Enrique se correría, llenando mi boca con su semen, pero no fue así, el hombre aguantaba bastante, y pasados unos 10 minutos, Carolina me dijo que dejara ya de intentarlo, que cediera mi puesto a Amaia, y que como no había logrado el objetivo, cuando llegara a la casa, me esperaría un buen castigo, tanto a mí, como a mi madre,

porno

haber hecho nada por impedirlo.

Amaia no tardó ni un segundo en levantarse de la mesa, y antes de que me pudiera dar cuenta, me apartó de un empujón, y me dijo que aprendiera lo que era una buena mamada.

Yo me levanté del suelo, donde me había mandado Amaia, y me puse de rodillas a su lado, para ver bien de cerca la técnica de Amaia y tratar de aprender algo.

Pasados apenas 3 minutos, Amaia logró que Don Enrique finalmente se corriera, llenando la boca de Amaia de semen; Amaia no se lo tragó, me lo pasó a mí con un beso, y fui yo quien me lo tuve que tragar por completo.

Amaia le dio un toque a mi madre, que se levantó de la silla de ruedas, se agachó con algo de dificultad y fue palpando hasta dar con la polla de Don Enrique, y comenzó a limpiarle los restos de la corrida, hasta dejársela bien limpia (La polla a Don Enrique).

La camarera apareció con varios platos en la mano, pero no se sorprendió al ver la escena, parecía que no era la primera vez que veía cosas sexuales en el reservado del restaurante, simplemente dejó los platos con la comida y se fue a seguir atendiendo otras mesas.

Seguimos comiendo, aunque al llegar al postre, mi madre y yo, nos quedamos sin poderlo tomar, pues era una parte del castigo, la parte psicológica, pues la física, iba a tener lugar en la sala de juegos de la casa de Carolina, por motivos obvios.

Acabamos de comer, antes de abandonar el restaurante, todos los presentes nos metimos, al menos, una raya de cocaína; quedamos con Carolina en que nos veríamos por la noche en su casa, y que iríamos allí nada más acabar con los piercings y los tatuajes en el estudio de la tatuadora.

Al salir del restaurante, el Tesla y el microbús

Sprinter

nos estaban esperando de nuevo, el chofer del microbús estaba fumando con Renata, que había salido unos minutos antes del restaurante, hacia el parking, para dejar todo listo para nuestra salida del restaurante.

Nos despedimos de Carolina, hasta la noche, y nos subimos al Tesla, Amaia y yo; mi madre se subió de nuevo a la

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con la ayuda de Celia.

Ya en el coche, Amaia me ayudó a ponerme un antifaz negro en los ojos, que me los tapaba por completo, me dijo que eran órdenes de Carolina, para que no pudiera saber la ubicación del estudio de tatuajes y piercings; Amaia me dijo que, al llegar, me lo quitaría si quería.

No sé cuánto tiempo tardamos en llegar al estudio de tatuajes y piercings, se me estaba empezando a hacer eterno, además, como había bebido bastante durante la comida, por indicación de Carolina, volvía a tener ganas de mear, así que, le pedí a Amaia que, cuando llegáramos al sitio de los tatuajes, me dejaran antes volver a vaciar la vejiga; Amaia me dijo que sí, pero que era una meona, y pude oír como se reía.


Llegamos por fin al estudio de tatuajes y piercings, yo estaba bailando por las ganas de mear, al bajar del coche, Celia ya estaba allí, adivinó mi cara de urgencia por mear, y se ofreció de nuevo a ser mi WC.

Amaia me había quitado ya el antifaz, aunque me dijo que, si lo prefería, me lo volvía a poner, en cuanto fuéramos a empezar con los pinchazos de los piercings; al quitarme el antifaz, pude adivinar que estábamos en Segovia, en la puerta de un estudio de tatuajes.

Celia me tomó de la mano, fuimos a un lugar algo apartado que encontramos y, de nuevo, hicimos lo mismo que habíamos hecho en el bar, aunque, en esta ocasión, sin la mordaza; estuvimos cerca de ser descubiertas por alguien que pasó, y yo por poco me muero de la vergüenza, aunque las ganas de mear y la excitación, ganaron y me sentí aliviada al acabar de mear.

Regresamos a la puerta de la tienda, fuera no había nadie, porque tanto Amaia como mi madre, ya habían entrado en el estudio de tatuajes; Amaia se estaba comiendo la boca con la tatuadora, que iba aún más tatuada que Carolina, de hecho, llevaba tatuajes hasta en los ojos (Tatuajes de color negro en los globos oculares).

La tatuadora tenía un sobrepeso notable y llevaba la cabeza rapada y afeitada, también cubierta con tatuajes, pero, de algún modo, me atrajo a nivel sexual, quizás por la excitación que ya llevaba encima.

Amaia me ordenó que me quedara desnuda por completo salvo por las medias y las botas, para que la tatuadora pudiera maniobrar bien en mi cuerpo a la hora de ponerme los piercings y tatuarme, también me preguntó si quería que me volviera a poner el antifaz, pero dije que, al menos de momento, prefería poder ver lo que me iba a pasar.

Mi madre se quedó a cierta distancia, sentada en la silla de ruedas, con Celia al lado de ella, sentada en una silla normal.

Cuando ya estaba desnuda, empecé a notar las manos de la tatuadora por todo mi cuerpo, comenzó metiendo dedos en mi coño, que estaba otra vez húmedo, logró meter casi la mano entera, de lo excitada que estaba.

La tatuadora agarró una aguja, y realizó varios pinchazos en mis genitales, que dolieron un poco, aunque menos de lo que me esperaba.

Sin hacer ni siquiera una breve pausa, pasó a mis tetas, las sobó, centrándose especialmente en mis pezones y, con una aguja nueva, perforó primero el derecho y después, el izquierdo, causando cierto dolor en mi cuerpo, pero era incluso algo excitante.

Amaia le ordenó a mi madre, que comenzara a comerme el coño, para que me relajara un poco mientras iban teniendo lugar el resto de las perforaciones, así que, vi como mi madre se puso de rodillas, y, suavemente, empezó a lamer las heridas de las perforaciones de los piercings, algo que me dolió y me excitó a partes iguales.

Amaia estaba grabando con una cámara casi profesional de video, todo el proceso de mi anillado, además, estaba con una

tablet

, esperando la videollamada de Carolina, que quería saber cómo iba la tarde, la sesión de piercings y tatuajes.

Carolina estaba en lo que reconocí como su despacho, ya en su casa, donde habíamos estado esa misma mañana, y pudimos ver como se empezó a masturbar al verme allí, con todo mi cuerpo al aire, y a mi madre lamiéndome el coño con cierto gusto, pese a que era mi madre.

Cuando la tatuadora había acabado de perforar mis pezones, los comenzó a lamer, así que estaba disfrutando de lametones a dos lenguas, ambas femeninas, pensaba que me iba a correr, pero, en ese momento, Carolina, desde la videollamada, ordenó que parasen, así que, el orgasmo y la corrida, tendrían que esperar un poco más.

La tatuadora pasó ya al piercing de mi lengua, así que me pidió que abriera la boca; en ese momento, Celia se acordó de la mordaza de dentista que llevaba en su bolso, y le sugirió a Amaia que me la pusieran, para hacer más sencilla la operación.

A Amaia le pareció una buena opción, así que, me la colocó en la boca, con ayuda de la tatuadora, que procedió con el piercing de la lengua, sin más dilación.

El piercing de la lengua, dolió un poco, pero era casi peor el hecho de que mi madre ya había vuelto a sentarse en la silla de ruedas, por lo que no iba a poder seguir lamiendo mi herido coño, y parecía que no me iba a poder correr, a pesar de las ganas que tenía.

Cuando la tatuadora acabó de hacer el piercing de la lengua, pasó a mis cejas, pero antes, me quitó la mordaza, y me dio un beso en los labios, que me supo realmente bien.

Amaia dijo que quería salir a fumar, así que, dejó a Celia a los mandos de la cámara de vídeo y se fue, por lo que no pudo ver como la tatuadora me ponía los dos piercings en las cejas ni tampoco el del septum, que fue el que más me dolió de todos, junto con los del coño, claro está.

Faltaba aun por hacer el tatuaje de encima del coño, en la zona púbica; la tatuadora me dijo que había que esperar a Amaia, porque tendríamos que hacer otra videollamada con Carolina, además, ese sí que tenía que ser ya sin poderlo ver, para que fuera una sorpresa, por lo que Amaia me tendría que volver a colocar el antifaz en los ojos para que no pudiera ver nada de lo que iba a pasarme en mi pubis.

Mientras esperábamos a Amaia, la tatuadora sugirió que quería probar mis capacidades con el sexo oral, así que, me puse como pude de rodillas, una vez que la tatuadora se había quitado la falda de cuero que llevaba y se había tumbado en la camilla donde me había hecho los piercings.

Me escocía el coño por los piercings, y me dolían las zonas perforadas, pero tenía que hacer lo posible por empezar a dar imagen de puta, pues ese iba a ser mi futuro.

La lengua también me dolía un poco, por lo que tuve que ir con cuidado, además, el coño de la tatuadora estaba todo lleno de piercings, había más de 40, sin exagerar, por lo que tuve que lamer casi más metal que el coño en sí de la tatuadora.

Amaia entró justo cuando empezaba a lamer el coño casi metálico de la tatuadora, llevaba una bolsa de la que empezó a sacar pasteles de chocolate, que fue dando a todas menos a mí, porque tenía la boca ocupada y no podía comer.

Cuando mi madre se acabó su pastel de chocolate, Amaia le ordenó que se comiera el que me correspondía a mí, pues yo aún seguía ocupada con el coño de la tatuadora, que justamente se corrió en cuanto que mi madre se acabó de comer el pastel de chocolate que, a priori, iba a ser mío.

Estaba un poco frustrada, pero no me dio tiempo ni siquiera a enfadarme, porque Amaia me tapó ya los ojos, así que, me relajé y dejé que la tatuadora comenzara con el tatuaje del pubis.

Sentí dolor, a pesar de que estaba relajada al no poder ver nada de lo que pasaba a mi alrededor, pero era soportable.

Notaba la máquina de tatuar, que pasaba sobre mi pubis, y hacía esfuerzos para no acabar corriéndome, pues eran unas cosquillas algo excitantes.

Finalmente noté que Amaia me decía que ya estaba hecho el tatuaje, y que me iba a quitar ya el antifaz para ver el resultado.

Al poder recuperar la visión, pude ver que el tatuaje decía

Fuck

me (Fóllame en inglés) y había una flecha que indicaba hacia mi coño; Amaia me dijo que me tenía que dar la vuelta, porque faltaba una segunda parte del tatuaje, pero que iba a ser en el culo.

Amaia no volvió a taparme los ojos, aunque, al ser en el culo, no iba a poder ver el tatuaje hasta que estuviera acabado y me dieran un espejo en el que se pudiera reflejar el resultado final.

Ya me estaba acostumbrando al dolor, así que no noté demasiado a la tatuadora haciendo su labor, además,

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Finalmente, cuando se acabó el tatuaje, pude ver que era una frase en letras góticas, que ponía “

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” y de nuevo una flecha, aunque, en esta ocasión, la flecha miraba hacia mi culo. (En Castellano, algo así como “Métemela”)

Ya estaba todo hecho, así que, con algo de ayuda de Amaia, me empecé a vestir, estaba algo dolorida, la tatuadora le indicó a Amaia los cuidados a seguir para los tatuajes y los piercings y quedó con ella en que nos veríamos en unos días, para ver

cómo

evolucionaban.

Nos despedimos de la tatuadora tras recoger los bártulos de filmar y salimos a la calle, donde nos esperaban de nuevo el coche y el microbús, para llevarnos ya de vuelta a la casa de Carolina, de hecho, lo primero que hizo Amaia, tras encenderse un cigarrillo, y darme fuego a mí también, fue avisar a Carolina de que ya íbamos hacia la casa.

Tardamos en torno a 1 hora en llegar a la casa de Carolina, donde nos esperaba alguna sorpresa que ya os contaré en el siguiente capítulo.