Andrea sería mía (6)

¿Qué pasará cuando sea cedida a un completo desconocido?

Andrea sería mía (6)

Capítulo 11: Impaciente

Andrea

Al salir del colegio, a mediodía, Sergio y Raúl me acercaron a casa, y Sergio me dio una especie de caja fuerte, bastante grande.

  • A las cinco pasamos a por ti, putita. La caja fuerte tiene una combinación, pero yo te llamaré cuando quiera que la abras. Vas a estar sola en casa, ¿verdad?

  • Sí.

  • Pues esto es lo que vas a hacer. Después de comer, o cuando quieras, te duchas, y cuando te seques te quedas desnuda, una vez quitado el uniforme no quiero que lleves absolutamente nada. No hagas nada más. Recibirás mi llamada.

  • Muy bien. Hasta luego.

Así que allí estaba yo, en casa, delante del espejo otra vez. Había tenido que echarme una siesta, de tan agotada como estaba por todo lo vivido por la mañana. Tenía la sensación de que había estado corriéndome durante horas – y prácticamente había sido así – y estaba rendida.

Después de dormir un poco me metí en la ducha. Mis ojos chocaban irremediablemente con la caja fuerte, y por más que la agitaba e intentaba adivinar su contenido, era inútil. Así que durante un buen rato dejé que el agua caliente relajara mis músculos, y me enjaboné a conciencia, eliminando restos de flujo y semen resecos. Cuando me enjabonaba la entrepierna me sorprendí a mí misma soltando un pequeño jadeo y tuve que parar.

Justo acababa de salir de la ducha y me encontraba desnuda, mirándome en el espejo, observando mi pelo mojado, y pequeñas gotas de agua cayendo por mis tetas, cuando el sonido de un mensaje de texto al móvil me sobresaltó. Antes de abrirlo ya sabía que era suyo.

"La combinación es 20-80-47. Cuando lo tengas puesto me mandas una foto. No tardes".

Abrí la caja, ansiosa. A Sergio le encantaba hacerme esperar, desear las cosas. Y, aunque me ponía muy caliente, yo era impaciente y odiaba tener aquello allí y no haber podido saber lo que era durante tres horas

Era ropa. No lo veía bien así que llevé la caja a la cama y allí lo saqué.

  • Uffff – murmuré, mordiéndome el labio inferior al imaginarme con ello.

Era una minifalda, negra, muy corta, lo que mi padrastro denominaría "un cinturón ancho", y una blusa blanca exageradamente transparente. Miré, por si acaso había algún sujetador – me daba demasiada vergüenza, una cosa es que se adivinara que no llevaba sujetador, y otra muy distinta que se me vieran las tetas enteras – pero, como era de esperar, no lo había. Pero sí había una nota:

"Póntelo rápido y mándame la foto. Sin ropa interior. Ponte los zapatos que quieras, excepto botas, esas piernas hay que lucirlas."

Me daba mucha vergüenza pensar que la gente iba a verme así vestida, pero no dudé un instante en ponérmelo. Los botones me abrochaban a duras penas y las tetas, además de transparentarse totalmente, se me salían por arriba. En cuanto a la falda… bueno, estaba segura de que Sergio conocía de sobra mi talla – entre otras cosas, me la había preguntado – pero la había comprado más pequeña aposta. Imitaba cuero negro y se me pegaba totalmente al culo. Me quedaba justo por debajo de las nalgas y de las ingles.

Puse el móvil encima de una estantería cercana con el disparador automático, me hice la foto y se la envié. Como ya he dicho, no se me da bien esperar, y Sergio no parecía dispuesto a contestar. Aún faltaba media hora

Estaba haciendo tiempo cuando sonó el timbre de la puerta y di un bote, asustada. La puerta de abajo estaba estropeada y se quedaba siempre abierta, por eso mucha gente subía y llamaba directamente al timbre. Pero, ¿cómo iba a abrir con esa pinta? ¿Y si era mi padrastro, que se había dejado las llaves? ¿Qué iba a pensar de mí?

Llamaron con más insistencia y me acerqué con cautela. Respiré tranquila cuando vi a Sergio y abrí la puerta, aliviada y excitada.

  • Hola putita.

Detrás venía Raúl, y los dos entraron hasta el salón. Me miraron de arriba abajo.

  • Qué buena estás – dijo Raúl, apretándose el paquete.

Sergio me abrió la camisa con brusquedad y se puso a pellizcar mis pezones.

  • Un poco aprisionadas las tetazas, ¿no? Será mejor que sólo te abroches dos botones… y por cierto, quiero los pezones tiesos en cualquier momento, jamás deben estar normales, los quiero duros, tú verás cómo te las apañas. Si no sabes hacerlo te los tendré pinzados las veinticuatro horas, ¿me has entendido?

  • Sí – murmuré, apresurándome a pellizcarlos yo.

  • A ver, date la vuelta – me palpó el culo – bien… así, la falda bien prieta… ¿ves? Ahora sí pareces una fulana, antes no pasabas de calientapollas. ¿No crees que he tenido un gusto magnífico al elegir la ropita?

  • Sí.

  • Entonces, ¿por qué no me lo agradeces? No me gusta que seas desagradecida.

  • Perdón… Gracias por comprarme la ropa, y gracias por hacerme parecer una puta.

  • No, preciosa, no pareces una puta… Eres una puta, ¿lo entiendes, cariño? Eres mi puta.

  • Gracias… Gracias por convertirme en tu puta.

Sonrieron complacidos, una sonrisita de suficiencia, como demostrándome que eran superiores, que podían hacerme o decirme lo que les diera la gana. Y lo peor es que era verdad. Si no, ¿por qué iba a estar ya mi coño chorreando?

  • Trae un cepillo de pelo y una goma, venga.

Los cogí del cuarto de baño y me hizo ponerme frente al espejo del salón. Me cepilló el pelo con suavidad, pero con decisión, y con la goma me hizo una cola de caballo en lo alto de la cabeza.

  • A partir de ahora, vas a ir siempre con coleta, ¿entiendes? Se acabó el pelo suelto a no ser que se te indique lo contrario. Si llevas coleta me será más fácil manejarte agarrándote de ella, y cuando adoptes alguna postura incómoda tu pelo no me estorbará. Además, así se ve mejor tu carita.

  • Es una gran idea, procuraré no olvidarlo – dije.

  • Así lo espero. Bueno, tenemos que irnos. ¿Preparada para catar nuevas pollas?

No sabía qué me daba más, si vergüenza, humillación o placer, pero asentí con la cabeza.

  • Preparada para obedecer todas vuestras órdenes.

Capítulo 12: Un extraño

No se me ocurrió preguntar adónde íbamos, era bastante obvio que no iban a decírmelo, y tampoco quería arriesgarme a que Sergio me reprendiera, así que guardé silencio.

Durante el camino, Raúl conducía, y Sergio iba conmigo en el asiento trasero. Nos paramos en un semáforo en rojo, con coches a ambos lados, y me dijo, sonriendo:

  • Quítate la camisa.

Su orden me sobresaltó.

  • ¿Qué? Pero

  • Además de puta, sorda. ¡Que te quites la camisa! Antes de salir del coche te la vuelves a poner, pero ahora te quiero sobar tranquilo.

Sin decir nada más, sintiéndome humillada, y tal vez observada por los coches de alrededor – ni lo comprobé, me limité a quitármela con la cabeza gacha – me dejé sobar por Sergio. Pellizcaba mis pezones, les daba palmadas, manoseaba mis tetas… Cuando empezó a lamerlos se me escapó un largo gemido y eché la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados.

  • Qué poco le ha durado la vergüenza – dijo Raúl, riéndose de mí, mirándome a través del retrovisor – vaya melones que tiene la niña

Me vieron conductores, peatones, motoristas… Y me dio exactamente igual. Me abandoné al placer que me proporcionaba la lengua y los dientes de Sergio en mis erizados pezones, y más cuando su mano se abrió paso entre mi entrepierna.

  • Como sigas mojándote así vas a mancharle el coche a Raúl, puta.

  • Perdón – dije, sonrojada. Era humillante que, desde que le conocía, cada vez que se había abierto paso en mi coño, estaba mojada, sin excepciones. Sergio no conocía mi coño seco.

Se limpió en mi cara y se sacó las pinzas del bolsillo, pinzándome los pezones, aunque no puso ningún peso en las argollas.

  • Ahora vístete, todo el mundo te mira

Ruborizada lo hice. No todo el mundo, pero sí unos cuantos chavales que me hacían gestos obscenos desde la acera. Cuando volvió a ver que la camisa apenas me cerraba en la zona de las tetas se echó a reír otra vez.

  • Que la vas a reventar… qué buena idea tuve al comprarla más pequeña, ¿no?

  • Sí… gracias, me encanta

Por fin, Raúl aparcó.

  • Ya hemos llegado, es ahí. ¿Qué te parece?

Mire adonde señalaban. Y mi coño empezó a chorrear, si es que en algún momento había dejado de hacerlo.

Capítulo 12:

Me hicieron ir delante de ellos, sólo con los dos botones de la camisa abrochados, y a cada paso que daba la gente me miraba. Unos, disimuladamente, de reojo. Otros, más descarados, me hacían la radiografía completa. Y, los más guarros, me soltaban alguna que otra bastada o se tocaban el paquete.

Por fin llegamos a nuestro destino. La sala estaba oscura, sólo iluminada por la luz de la gran pantalla, donde una chica le comía el coño a otra mientras un tío la enculaba.

  • ¿Habías estado en un cine porno alguna vez? – me preguntó Sergio.

  • No… no, nunca – respondí. ¡Si tenía dieciocho años!

  • Pues vete acostumbrando, es un buen lugar donde ver pollas nuevas.

Allí, en la oscuridad de la sala, me desabrochó la blusa entera. Se puso delante de mí, agarró la cadena de las pinzas y tiró con fuerza a medida que andaba, haciéndome daño en los pezones. En un momento dado se paró, y Raúl tiró de mi coleta hacia atrás. Me quedé quieta y me hicieron sentarme en la butaca de en medio.

Raúl me abrió las piernas con brusquedad.

  • Así, espatarrada.

En aquel momento, a una de las chicas de la pantalla empezaron a azotarla. Sergio me susurró:

  • Mira putita, lo que te hice yo el otro día. ¿Te gustó?

  • Me dolió, pero me gustó mucho.

  • El fin de semana, cuando vayamos a mi casa de la sierra, que está prácticamente aislada, y quiera azotarte más fuerte, no habrá problema, ¿no? El otro día gritabas y me dio vergüenza por los vecinos… pero allí no hay nadie por los alrededores.

Me dio miedo, pero por alguna extraña razón nada más pensarlo seguía chorreando. Asentí con la cabeza, levemente, y él llevó una mano a mi coño. Sonrió, burlón.

  • Veo que sí te gusta la idea. No sabes la caña que te voy a meter, puta… Y tranquila… puedes chillar lo que te dé la gana. Además, para amordazarte siempre estoy a tiempo.

Sin dejar de mirar la pantalla, Raúl alargó una mano para darme una torta en una teta. Después la magreó a conciencia.

  • Sergio voy a reventar – le dijo, en un susurro – empezamos, ¿o qué?

  • Claro – contestó él riendo. Después se dirigió a mí – putita, elige a algún tío de los que ves por aquí.

  • Pero… ¿para qué?

Me dio un fuerte tirón de la cadena de mis pezones, e instintivamente me agaché.

  • No agaches el cuerpo, estúpida. ¿Desde cuándo cuestionas mis órdenes?

  • Perdón.

  • Elige a un tío para hacerle un trabajito – sacó los pesos del bolsillo y los colocó en las argollas – no iba a ponerte peso, pero me has tocado los cojones.

Era el más pesado de todos y gemí, esta vez de dolor. No lo había probado aún. Observé a la gente de mi alrededor.

  • Vamos zorra, tienes un minuto.

Quería protestar, decir que no me gustaba ninguno porque todos los que me alcanzaba la vista, o estaban con alguna chica – lo que les descartaba – o eran viejos, pero no me atreví. Raúl dirigió la mirada a la derecha de la sala.

  • Si no quieres, yo elijo por ti… Ahí hay uno que seguro que agradecería tus servicios

  • No, por favor – supliqué. Era un hombre mayor, gordo, sudoroso, que me dirigía miradas viciosas de vez en cuando, y por los movimientos y agitación se adivinaba lo que tenía entre las manos.

  • Que sí, mujer… si seguro que en el fondo le ves ahí pelándosela y te gusta… Si en el fondo te hago un favor, con lo indecisa que pareces

  • ¡Está bien! Elijo al de la primera fila.

Era mi última esperanza. Sólo le veía de espaldas. Parecía fornido y alto, pero no veía más. La única esperanza fue pensar que peor que los otros tres viejos que había visto no podía ser.

  • Primera fila, ¿eh? – dijo Sergio, complacido – Muy bien. Pues vas, así tal cual, y se la comes. Y si te ven te jodes, haber elegido un sitio más escondido.

Tonta de mí, pregunté:

  • ¿Puedo pedirle ir al baño para hacerlo?

  • ¿He dicho yo que te muevas de donde estés? Te arrodillas y se la comes. Te advierto que no estoy para tonterías, estás acabando con nuestra paciencia.

  • Perdón, ya voy.

Me sentía herida, humillada… y, cómo no, excitada. Anduve hasta la primera fila, y me senté al lado del hombre misterioso.

  • Hola… - saludé.

Por primera vez le vi y suspiré, aliviada. Incluso algo se revolvió de gusto en mi coño. Parecía cuarentón, de pelo canoso. Llevaba tiempo pensando en lo morboso que sería estar con un tío mayorcito… Ahora sólo faltaba que mis encantos surtieran efecto. Sergio parecía algo enfadado, y sería fatal si no lograba mi objetivo.

Me erguí, mostrando mis tetas con las pinzas, invitadoras, y me miró, lascivo, sin decir nada. Miré su polla, en la mano, y sin apartar la mirada de ahí, comenté:

  • Estaba por ahí detrás… y pensé… que tal vez querrías compañía.

Por fin, con voz suave y seductora, pero firme, dijo:

  • Hola, preciosa. ¿Cuántos añitos tienes?

  • Tengo dieciocho… espero que no suponga un problema para ti, la verdad es que aprendo rápido

  • ¿Problema? Al contrario, bonita… además veo que tienes buenos… atributos.

Me las agarré con las manos y se las acerqué.

  • Puedes tocar, ¿eh?

Dejó de cascársela y empezó a sobarme las tetas, con mucha suavidad.

  • Y puedes apretar más – sugerí – por cierto, ¿puedo tocar yo también? – señalé su polla – es que me da pena que esté tan desaprovechada.

  • Claro, gatita, claro.

En cuanto la agarré me besó, apretando mis tetas con fuerza y metiendo la lengua con violencia. Permaneció besándome un buen rato. La verdad es que besaba bien, y el morbo de estar con un desconocido y encima unos veinte años mayor que yo me calentaba irremediablemente.

De pronto noté un fuerte tirón del pelo hacia atrás y me separé de los labios del desconocido. Di un brinco, asustada, y ahí estaba Sergio.

  • Andrea, pedazo de zorra, ¿qué te crees que estás haciendo?

El tío pensó que el mosqueo de Sergio tenía que ver con él y me soltó las tetas.

  • Oye, tío, lo siento, no sabía que estuviera con nadie… yo no he hecho nada, de verdad ha sido ella la que ha venido

  • Tranquilo – respondió Sergio, cambiando el tono a uno mucho más cortés del que utilizaba conmigo – es que es mi puta, ¿sabes?

Él me miró alucinado, y yo asentí con la cabeza, mirando al suelo, avergonzada.

  • Le he dicho que viniera a comérsela a alguien del cine y ha querido que fueras tú… Pero zorra, ¡me refería a la polla, no a la boca!

  • Perdón, estaba a punto de

El hombre me interrumpió, poniéndose algo gallito.

  • ¿Me estás vacilando?

  • No… a no ser que no quieras, claro. Entonces la mandaré con el viejo verde de la izquierda.

  • No joder, claro que quiero… Pero, ¿cuánto me va a costar? – sacó la cartera.

  • Bah, guarda el dinero. Es puta pero lo hace por placer. Tú te llevas una mamada, y ella una humillación. Ambos salís ganando, ¿no?

Con la lujuria dibujada en sus ojos asintió con vehemencia.

  • Haz y di lo que quieras, no tiene límites. Yo te autorizo y ella no tiene opinión. Pero no os vayáis de aquí, me gustará veros.

En cuanto Sergio se fue, el hombre cambió de comportamiento a uno mucho más orgulloso y altanero. Me subió las tetas hasta la barbilla y las dejó caer. Los pesos cumplieron con su deber y tiraron de mis pezones.

  • Aaaayyyyy – me quejé.

  • Estoy esperando a que te arrodilles delante de mí, ¿vas a hacerme esperar mucho?

  • Lo siento.

Le abrí las piernas y me arrodillé entre ellas. No necesité meterme su polla en la boca, me agarró de la coleta y me la clavó entera. Su glande, hinchado y mojado, me golpeó la garganta y me dejó ahí sin poder moverme. Con la otra mano me tapó la nariz.

Coloqué las manos en sus muslos e intenté sacármela, sintiendo que me ahogaba. Di varias arcadas y cayeron mis babas por toda la barbilla y por sus huevos.

  • ¿No sabes mamar?

  • Perdón, es que no me lo esperaba.

Subió mis tetas a sus piernas y me quitó las manos con brusquedad.

  • Las manos no las necesitas, ponlas a la espalda. Mama solita, y si se te sale me cabreo y le digo al chaval que está contigo que la mamada ha sido una mierda. Apuesto a que te pondría el culito bien rojo. ¿O es que es lo que buscas, puta?

Negué con la cabeza, sin parar de comérsela. Me la metía hasta el fondo, pero cuando notaba alguna arcada la sacaba. Entonces él me empujaba con violencia, y cuando ya no cabía más me movía la cabeza en círculos, hasta el punto de que mi nariz golpeó sus huevos. Di varias arcadas seguidas, estaba a punto de vomitar. Me la sacó tirándome del pelo y me hizo alzar la cabeza, mirando al techo.

  • No vomites. No es por ti, ¿eh? Es que no quiero que me manches. Si estuviéramos en un sitio más privado sí te haría vomitar. Pero me la seguirías comiendo, ¿verdad? No querrías que me enfadara

"Este tío es un cerdo" pensé, agradeciendo no estar a solas con él en una habitación.

Pero Sergio me había enseñado bien, y sabía lo que tenía que responder.

  • Por supuesto que seguiría comiendo, no dejaría que nada entorpeciera tu placer

  • Me encanta charlar contigo, guarrilla, pero no quiero que se me baje la erección – otra vez clavada hasta el fondo, empujando mi cabeza con violencia, y me la sacó de nuevo – dime, ¿has estado con tíos de mi edad?

  • No, esta es la primera vez.

  • Pero te está poniendo muy cachonda, ¿no?

  • Sí, la verdad es que tengo el coño chorreando.

  • Seguro que a partir de ahora te imaginas follando con tus vecinos, o con los amigos de papi, o con tus profesores, ¿eh? Dime, ¿te dejarías follar por ellos?

  • Sí. Yo me dejo follar por quienes me ordenen.

  • Así me gusta. Aunque no te voy a follar, ya te aliviará el calentón tu amigo – dijo, refiriéndose a Sergio, claro. No sabía que había venido con dos personas – dime, ¿ese chico es tu Amo?

  • Sí, soy su puta.

  • Y, ¿qué te hace?

  • Me usa, en general. Me usa, me cede a otros, me folla, me azota, me exhibe, me humilla.

  • Hum… ¿te mea?

  • No.

  • ¿Es tu límite?

  • No… pero porque tampoco se me había ocurrido… no es algo que me atraiga.

  • Ah, pero, ¿tu opinión cuenta para algo? – preguntó, burlón, poniendo mi mano en su polla empapada – me da morbo hablar contigo y ya te he violado la boca, ahora toca que me pajees. De vez en cuando usa la lengua, no quiero que mi líquido se desperdicie.

  • Como quieras.

Me dio un bofetón que me pilló totalmente por sorpresa.

  • No me gusta que las putas me traten como a un igual. Llámame Señor y no vuelvas a tutearme.

  • Perdón, Señor, así lo haré.

  • Dime, ¿puedo mearte?

Pensé la respuesta con cautela antes de responder.

  • No lo sé, Señor, la verdad es que eso no depende de mí.

  • Bueno, da igual. Dame tu teléfono, quiero volver a usarte.

  • Perdóneme Señor, pero no estoy autorizada a tomar ninguna decisión por mí misma.

  • Estás bien enseñada… Me gusta, podrías dar mucho más de ti. Me gusta que me la comas, y humillarte, pero me muero por violarte la boca en condiciones y darte unos cuantos correazos. Dile a tu Amo que venga.

Sus palabras provocaron un conocido cosquilleo en mi coño chorreante. Por suerte Sergio estaba mirando y le pedí con la mano que se acercara. Raúl y él aparecieron a los pocos segundos.

  • ¿Qué pasa?

  • Ahora que no hablas puedes seguir comiendo –dijo el hombre, despectivo, volviéndomela a clavar en la garganta, ahogándome. Después se dirigió a Sergio – me gustaría hacerle muchas cosas que aquí son complicadas de hacer, ¿puedes darme su teléfono? ¿Hay algún problema en que vuelva a usarla? Entre otras cosas me gusta mear a las putas.

Noté que Sergio me miraba de reojo.

  • No creo que hubiera problema en que vuelvas a usarla, pero si no te importa, yo preferiría que me dieras tú un número de teléfono. Tenemos unos cuantos asuntos pendientes con otras personas. Además – me miró, directamente, y noté algo diferente en su mirada. Cariño, y preocupación – llevamos poco tiempo y es la primera vez que la he cedido a un desconocido.

  • Entiendo, ¿crees que supone un problema? – preguntó, justo antes de soltar un jadeo prolongado.

  • No lo creo, pero mi deber es protegerla. Tengo que hablar con ella de sus sensaciones, de cómo se ha sentido… y sinceramente, delante de ti, y con el calentón que debe llevar encima no creo que su opinión me valga.

  • Desde luego, está chorreando la muy guarra, espero que le encajéis un buen rabo o lo va a pasar muy mal – comentó el hombre, y los tres se rieron. Esa mezcla de placer, cariño por parte de Sergio y humillación, por no hablar de la polla que me taladraba hasta la campanilla, era un cóctel explosivo y mi coño no lo resistía.

  • No me malinterpretes, estoy seguro de que me pedirá que vuelvas a usarla, pero quiero preguntárselo cuando pueda mantener la mente fría… la mente y el coño, claro, aunque eso lo veo complicado – se rieron de nuevo, bajito, igual que hablaban, para no molestar a los demás. Sus risas resonaban en mi cerebro – y podrás hacerle lo que quieras. Comprenderás que no quiera que la mees aquí. Después de que te corras vamos a follarla nosotros y nos daría un poco de asco tenerla tan manchada.

  • Tranquilo. De todas for… formas… ughhhhh – me sacó la polla de la boca y me puso las manos en ella, para que le pajeara – ahora te la… ahhhh… te la dejo limpita… vamos zorrita menéala, quiero tu carita llena de leche caliente… La boquita abierta

Apenas tardó en llegar. Se la moví con rapidez y se puso a jugar con los pesos de las pinzas de mis pezones. Apreté los labios de dolor, sin querer, y me tapó la nariz, insultándome, diciendo que nadie me había ordenado cerrar la boca y que me callase. Algún chorro de semen me dio en la boca, y el resto por la cara y el pelo.

  • Alza bien la cabeza, putita, y cierra los ojos. La boca abierta.

No sabía qué iba a hacerme, pero tampoco pregunté, sólo obedecí.

Un líquido frío empezó a caer por toda mi cara, boca y camisa. No pude evitar una expresión de sorpresa y me mandó callar. No sabía a nada, así que di por hecho que era agua.

  • He dicho que te calles y que dejes la boca abierta – susurró autoritario. Casi me dio miedo su tono amenazante. Al poco dejó de caer líquido – ya estás lista.

Miré a su mano. Tenía una botella de un litro de agua aproximadamente, vacía. Claro que eso suponía un problema, pensé. Mi camisa blanca estaba ahora empapada, y eso unido a que era transparente, iban a dificultarme salir de allí.

  • Miss puta mojada jajajaja – se rió – ¿qué se dice, puta?

  • Gracias, Señor, por limpiarme.

  • De nada. Lárgate, no te quiero usar más – después se dirigió a mis acompañantes – chicos, tomad mi tarjeta, podéis llamarme a cualquier hora. Espero vuestra llamada. Es más, llamadme aunque sea para decir que no, ¿de acuerdo?

  • De acuerdo.

  • Ha sido un placer, muchachos – les estrechó la mano, y luego me tiró a mí de la cadena de los pezones para que me agachase a su altura – y contigo también lo he pasado bien, zorrita, aunque sigo creyendo que puedes dar más de ti.

  • Gracias por usarme, Señor, también para mí ha sido un placer servirle.

Se metió la polla en el pantalón, cogió su chaqueta y se levantó. Como se iba, Sergio y Raúl no se levantaron, sino que se quedaron allí. Sergio apenas me miró, y Raúl me agarró del pelo.

  • Quiero follarte – dijo jadeando, y sacándose la polla del pantalón con torpeza – pero quiero que te la claves en el culito… tú sola… bueno, mójala en el coñito primero… pero luego al culo.

Miré a mi alrededor. Pensé que sería dar el espectáculo, aunque claro, ahí el que no se masturbaba probablemente estaría follando. Lo que pasaba era que los gemidos que llegaban a mis oídos se confundían con los de la pantalla.

Me llamó la atención que Sergio pasara de mí. Lo único que hizo antes de continuar viendo la película fue quitar los pesos de las argollas de las pinzas.. ¿Estaría enfadado? Miraba la pantalla fijamente, sin hacer nada, las manos a ambos lados del cuerpo. Como no hablabas, me abrí de piernas y me subí encima de Raúl, entrando su polla hasta los huevos dentro de mi chorreante coño.

  • Ahhh joder… qué coño más abierto tienes, la de pollazos que han tenido que sacudirte.

  • Mmmm… sííííí – jadeaba yo, intentando no ser escandalosa. Seguía mirando a Sergio de reojo. ¿Por qué no hacía nada? Me ponía nerviosa.

  • Ahora te la sacas… y al culo de golpe, venga. Y te vas sobando el coño.

Dicho y hecho. Me la saqué, con un fuerte chapoteo, y la situé en la entrada de mi ano. Iba a metérmela poco a poco, ya que lo tenía aún cerradito, pero Raúl se encargó de empujarme de los hombros con fuerza a la vez que elevaba la pelvis. Me la clavó de un golpe seco. Aquella mezcla de dolor y placer fue indescriptible… Sentía que me partía en dos, pero a la vez mi coño había respondido de forma positiva.

  • Vamos guarra, sóbate.

Esas palabras eran gloria para mis oídos. Me afané en botar arriba y abajo, pidiéndole que me follara, mientras con la otra mano metía dedos en mi vagina y me frotaba el clítoris.

  • Sergio… - susurré de pronto, clavando las uñas en el asiento – Sergio, por favor… Necesito correrme… te lo suplico, deja que me corra

Me miró fijamente a los ojos, desconcertándome. Se lo pensó y, justo antes de fijar la vista de nuevo en la pantalla, dijo:

  • No.

Sabía que no había más que hacer. Era consciente de mis faltas, y no quería cabrearle más. Dejé de acariciarme, y recé porque Raúl se corriera pronto. No quería desobedecer, pero estaba tan caliente

  • No recuerdo haberte dicho que pares de tocarte – dijo Raúl, estirando la cadena que unía mis pezones.

  • Perdón… tenía miedo de correrme

  • Sigue follándote con los dedos, me gusta ver tu cara de puta viciosa al tener los dos agujeros llenos. Date caña, nena.

Sinceramente, no sé cómo aguanté. Sólo sé que de repente Raúl me agarró de la coleta con una mano, y de las pinzas con la otra, y empezó a descargar abundante leche caliente en mi ano. Me mordía el cuello y el hombro para amortiguar los gemidos.

  • Vamos puta, bájate ya, que ya me has exprimido bastante. Límpiamela con la boquita.

Arrodillada, como ya venía siendo costumbre, limpié su miembro de cualquier resto que pudiera haber.

Sergio, por fin, miró, pero no fue a mí, sino a su amigo.

  • ¿Nos vamos?

  • Claro… que camine ella delante.

Completamente humillada me hicieron abrocharme dos botones y salir de la sala. Me vi bajo la luz, y la camisa blanca estaba totalmente pegada a mis tetas, del agua que el tío aquel me había echado por encima. Notaba el sabor a semen en la boca, y la sensación de que el que había ido a parar a mi culo iba resbalando lenta y abundantemente por mis piernas

El camino hasta el coche se me hizo eterno, pero iba metida en mi burbuja, desconcertada, pensando en por qué Sergio me castigaba con su indiferencia. Deseé mentalmente no haber desobedecido sus órdenes.

"Por favor" pensé "castígame, pero no pases de mí. No podría soportarlo."

Pero no hizo amago de hacerme caso. Se subió en el asiento delantero del coche, no en el trasero conmigo como hiciera antes, y no me dio ninguna orden, ni siquiera quitarme la camisa. Me habría humillado con gusto quitándomela si con eso me hubiese prestado un mínimo de atención. Tenía ganas de llorar, de pura impotencia.

Cuando llegamos a la puerta de mi casa me ordenaron salir. Raúl me besó con violencia, restregándome la lengua, y Sergio permaneció impasible a su lado.

  • Adiós putilla – se despidió Raúl.

Capítulo 13: Feliz

Me quedé allí, quieta. Sergio seguía a mi lado. Cuando Raúl se alejó, se quitó el abrigo y me lo dio.

  • Póntelo, Andrea. No quiero que tu padrastro te vea así.

Aquello me llenó de emoción. No sabía si estaba enfadado o no, pero seguía preocupándose por mí, y eso era buena señal.

Subimos en silencio. Mi padrastro estaba en el salón y saludó a Sergio con efusividad, mientras yo le daba un beso rápido en la mejilla, saludaba con un escueto "hola" y me escurría a mi habitación.

  • ¿Qué hay, Sergio? ¿Qué tal van las clases?

  • Muy bien, Luis, la verdad es que progresa bien.

  • ¿Quieres tomar algo?

  • No, muchísimas gracias, voy a hacer unas cosas con Andrea y enseguida me voy.

  • Como quieras, a ver si vienes a cenar un día.

  • Será un placer.

Escuché la conversación desde mi cuarto, con la puerta cerrada. Enseguida vino Sergio. Cerró de nuevo, echando el cerrojo, y me miró desde la entrada. Poco a poco se acercó hasta quitarme el abrigo. Su silencio me mataba.

  • Sergio… gracias – murmuré.

  • ¿Por qué?

  • Por cuidarme… Por lo que le dijiste al hombre del cine, y ahora, por ocuparte de que mi padrastro no me viera… bueno, así. Quiero pedirte perdón. Sé que esta tarde no he estado a la altura, que esperabas más de mí, pero te prometo que te obedeceré en todo sin rechistar, y que haré lo que esté en mi mano para

Poco a poco una sonrisa se fue dibujando en su cara. Se puso el dedo índice sobre los labios, indicando silencio, y me cogió la cara entre sus manos.

  • Eso no es así. Andrea… no te haces una idea de lo orgulloso que estoy de ti. No tienes que darme las gracias. Quiero cuidarte, no es sólo que me vea en la obligación de hacerlo.

Parpadeé varias veces, notando las lágrimas, de emoción, y de alivio, a punto de salir.

  • Pensaba que estabas enfadado.

Acercó sus labios a los míos y los rozó.

  • Pues pensabas mal – susurró – bésame.

Fue un beso lento, cariñoso, prolongado, suave. Un beso que demostraba nuevas sensaciones, nuevos sentimientos. De pronto me daba cuenta de la enorme ansiedad que me creaba pensar en estar lejos de Sergio. Y, por muy calenturienta que fuera, eso no podía deberse única y exclusivamente al sexo. Aunque ayudaba, claro.

Cuando nos separamos, me miró sonriendo, entre pícaro y tierno.

  • Has estado a la altura, preciosa, ya lo creo. Has sido sensual, pero también lo suficientemente puta. Quería probarte, ver tu comportamiento y tu aguante, y has superado mis expectativas.

Se me iluminó la mirada.

  • ¿De verdad?

Desabrochó los botones de mi camisa y me la quitó.

  • Sí – dijo. Tocó las pinzas de mis pezones – te las voy a quitar, ¿vale?

  • Sí, por favor.

Agachó un poco la cabeza. Con delicadeza abrió las pinzas y mis pezones se libraron de aquella presión. Si bien es cierto que me ponía muy cachonda, ya los tenía lo suficientemente castigados. Empezó a succionarlos, despacio, y a lamerlos, aliviando su dolor… y poniéndome cachonda. Claro que tampoco había dejado de estarlo.

Me desnudó entera, despacio, y me tumbó sobre la cama, abierta de piernas.

  • Vas a correrte. Te lo has ganado. Voy a darte placer por haber sido una buena putita, y vas a disfrutarlo ¿me oyes?

Se arrodilló en el suelo.

  • Pero Sergio… yo quiero hacerte disfrutar

  • Quiero que te centres en tu placer. Abandónate a él. No pienses en nada más.

  • Gracias… - murmuré, emocionada, y turbada.

  • No hace falta que me pidas permiso. Córrete cuando quieras, sólo avísame.

  • Pero… yo quiero pedírtelo – dije, algo sonrojada aún. Estaba familiarizándome con toda aquella amalgama de sensaciones nuevas – quiero que seas… el dueño de mi placer. Por favor, ¿puedo pedírtelo? Quiero tener tu consentimiento.

Se tumbó encima de mí para besarme con suavidad, antes de volver entre mis piernas.

  • Claro que sí.

Y entonces pasó. Con las manos me abría las piernas, y sus labios empezaron a succionar mi clítoris hinchado. Bajaba a mi vagina y metía la lengua, profunda. La verdad es que lo comía con una gran maestría. Enseguida me sorprendí a mí misma agarrada al cabecero de la cama.

  • Sergio, ¿puedo correrme? Por favor.

Paró un momento, dejándome al borde del orgasmo, y dijo:

  • Córrete. Córrete como no te habías corrido en tu vida.

Empezó a lamer y mordisquear mi clítoris, y a dar fuertes pasadas, casi latigazos, con la lengua, haciendo círculos y dando toquecitos.

  • Ay… ay Sergio, sí, sí… me corro… eres increíble, me corroooo, aggggghhh

Y fue, ciertamente, el mejor orgasmo de mi vida – hasta entonces, al menos –. No sé cómo conseguí ahogar los gemidos para que mi padrastro no me oyera. Habría chillado de placer de haber podido

Cuando el fuerte orgasmo dejó de sacudirme, me solté del cabecero. Dejé de morder la almohada y, a medida que paraba de temblar y convulsionarme, relajé todos los músculos. No me moví, no era capaz. Sergio se tumbó a mi lado, y me acarició el pelo.

  • Gracias – dije, mirándole a los ojos.

Me besó en la cabeza.

  • De nada. ¿Dime, te ha gustado lo de esta tarde? Por un momento temí haberme pasado.

  • ¡No! Quiero decir... que no te pasaste. Me encantó. Además yo haría cualquier cosa para complacerte.

  • Lo sé. Como viste, despaché a aquel hombre con sutileza. Creo que conozco bien tus límites y hasta dónde puedes llegar, pero jamás haría nada que te hiciera sentir realmente mal, o que fuera perjudicial para ti, ¿entiendes?

  • Sí. Me siento muy segura contigo.

  • De eso se trata. Ya lo hablaremos con más calma, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza, sin poder reprimir un bostezo. Estaba cansada.

  • Sí. Me parece genial.

  • Tengo un regalo para ti, pero lo dejamos para mañana. Ahora, date una ducha y descansa, pequeña. Te lo has ganado.

Volvió a besarme a modo de despedida y salió de la habitación. Me duché, lavándome a conciencia, y cené algo rápido con mi padrastro. Después, poco tardé en irme a la cama. En cuanto mi cuerpo rozó el colchón me dormí en el acto, con una sonrisa incrustada en los labios. Esas cuatro palabras, simples pero cargadas de significado, repiqueteaban en mi cabeza como una fina lluvia, suave y esperanzadora:

  • Estoy orgulloso de ti.

andreitaviciosa@yahoo.es