Andrea sería mía (5)

Abandonarse al placer, sea cual sea la persona, el lugar o el momento... ser suya y correrme cuando y como él quiera. Simplemente eso...

Andrea sería mía (5)

Capítulo 10: Los dueños del placer.

Andrea

(

Hemos decidido escribir esta parte a medias.)

Cuando nos dirigíamos a la clase observamos que había mucha gente fuera, lo que significaba que el profesor aún no había llegado. Fran y Pedro estaban en la puerta, riéndose, con otros compañeros. Les vimos de lejos, y Sergio comentó:

  • La verdad es que la mayoría de las veces me parece un gilipollas.

  • ¿Quién, Fran? Pensaba que te caía bien. Entonces, ¿por qué…?

  • Un día te oí decir que estaba bueno. Además, suele presumir de experiencia. Pensé que disfrutarías con él.

Sonreí con timidez.

  • Bueno, disfruto con cualquier cosa si viene de ti.

Me llevaba aún agarrada de la cintura y me dio un apretón cariñoso. Cuando llegamos adonde estaba Fran, Sergio le dio una palmada en el hombro.

  • ¿Ya le has contado? – me preguntó Fran a mí, con una sonrisa de suficiencia – al principio no nos ha tenido muy contentos.

Sergio eludió la cuestión con bastante elegancia.

  • Sé todo lo que necesito saber, gracias.

  • Pues igual no sabes que me ha desobedecido

  • ¿Por qué? – fingió sorprenderse – No me digas

  • Sí, no quería dejarme hacerle fotos.

  • ¡Ah! ¿Es por eso? – tuve que reprimir una sonrisa – en ese caso sería más bien culpa mía por no haberla puesto sobre aviso.

  • Anda ya, pero, ¿qué dices?

  • Lo que oyes. Ella no sabía nada de lo de las fotos.

  • Eso no es excusa – intervino Pedro, gallito.

  • Tienes razón, no hace falta ninguna excusa, no estaba segura de lo que tenía que hacer y acudió a mí, que para eso estoy. No olvidéis que aunque hicimos el trato, quien manda de verdad soy yo. Ahora, si me disculpáis

Entramos en clase, y nos sentamos en nuestros sitios.

  • Gracias – dije, mirándole.

Sonreímos y nos quedamos callados, sentados en nuestro sitio. Enseguida llegó el profesor y empezó la clase.

Yo estaba sentada al lado de la pared, y Sergio a mi lado. Bajó la mano disimuladamente hasta mi entrepierna, y comprobó que tenía las piernas abiertas.

  • Sigues calentita… - murmuró.

  • ¡Como si hubiese dejado de estarlo!

Cogió las bragas y tiró hacia arriba con fuerza, incrustándome el consolador todavía más. Me revolví y la zanahoria del culo también se insertó entera.

Me mordí la mano para evitar el jadeo. Hacía como que cogía apuntes, pero no podía concentrarme. Y, por si eso fuera poco, mi coño comenzó a vibrar de nuevo.

  • Joder, Sergio, aquí no… - dije mirándole, en tono de súplica.

  • Bueno, no pasa nada. Si no quieres no te corras, y ya si acaso lo dejamos para el sábado.

  • Sabes que no voy a poder aguantar

  • De momento tendrás que hacerlo. Aunque no te lo creas, no está al máximo. Cuando notes una vibración mucho más intensa, entonces podrás correrte, putita.

  • Pero

En aquel momento pasó lo peor que podía pasar. El profesor nos señaló con el dedo, y dijo:

  • A ver, esos dos de la última fila, ¿os lo sabéis todo muy bien?

Sergio apagó el vibrador y respiré tranquila, pero el profesor malinterpretó mi suspiro.

  • ¿Andrea? Salga aquí.

Sergio

Andrea me miró con expresión suplicante, pero también con los ojos encendidos de deseo. Arrastró la silla y se levantó, intentando relajar la respiración. Andaba con más dificultad que otros días, con sus dos agujeritos llenos, y yo estaba muy empalmado.

  • A ver – dijo el tío, con cara de mala leche – ¿se sabe las fases de la Revolución Francesa?

Accioné el vibrador de nuevo y volvió a mirarme, alarmada. Alarmada, asustada, incómoda. Y también cachonda perdida.

  • Ehhh… sí, claro – contestó ella.

Él le dio una tiza.

  • Escríbalas en la pizarra.

Fran se dio la vuelta y me miró, con esos aires de suficiencia, puesto que sabía perfectamente el juego que nos traíamos y, al ver la cara de Andrea completamente contraída, sólo podía significar dos cosas: dolor o placer. Y, por razones obvias, sabía que no era lo primero.

Con manos temblorosas Andrea empezó a escribir lo que el profesor le había mandado. Y entonces moví el interruptor, de velocidad media a alta, justo cuando ella terminaba de escribir una frase, e hizo chirriar la tiza contra la pizarra.

Se volvió para mirarme. Nunca olvidaré su expresión suplicante, mordiéndose levemente el labio inferior, reprimiendo los jadeos, a punto de estallar de placer. Me miraba a los ojos, pidiéndome algo, pero no sabía si era que parase o que la dejara correrse y, como lo primero no iba a hacerlo, asentí la cabeza para darle vía libre.

De nuevo se dio la vuelta, escribiendo en la pizarra. El profesor se levantó, creo que sospechando que algo no iba bien.

"¡Si supiera lo bien que va!" pensé, con ironía.

  • ¡Ayyyyyy! – gritó Andrea de repente.

Fran me miró otra vez, con gesto de complicidad, y yo me hice el tonto. Andrea se llevó las manos a la tripa y cayó de rodillas al suelo. Un momento antes de cerrar los ojos los puso en blanco y su cara se contorsionó de placer.

El profesor, asustado, la agarró del brazo para levantarla, y no me pasó desapercibido que ella le apretaba con todas sus fuerzas.

  • ¡Andrea! ¿Está bien? ¿Qué le pasa?

Cuando abrió los ojos para mirarme, me dirigió una media sonrisa y yo apagué el vibrador. Toda la clase se había asustado con el episodio, puesto que sólo Fran, Pedro y yo lo sabíamos, aunque tal vez Javi y Raúl lo sospecharan.

  • Estoy bien – contestó Andrea, apoyándose en la pared, buscando una excusa – no sé… me ha… dado un dolor de tripa fuerte, pero ya estoy bien.

  • ¿Seguro? – estaba tan preocupado que casi me dio pena.

Ella sonrió, pero la verdad es que, de no haber sabido lo que sabía, yo también habría pensado que le pasaba algo malo. Aún jadeaba por el esfuerzo y tenía la cara sudorosa.

  • Será mejor que vaya a la enfermería… ¿alguien la acompaña?

Fran fue a levantar la mano, pero me adelanté rápidamente a sus movimientos.

  • Ahora mismo voy con ella – dije, solícito.

La agarré de la cintura, y salimos juntos de clase.

  • ¡Ha sido impresionante, Sergio! – exclamó.

Con una sonrisa, ya donde nadie podía vernos, la empotré contra la pared y la besé, con pasión y con deseo, y froté mi paquete contra su coño mojado.

  • Sí que lo ha sido, sí, he tenido que taparme con la mano para que no me vieran empalmado… Te has portado muy bien.

  • Gracias por dejar que me corriera, lo necesitaba

Miré a uno y otro lado, comprobando que no venía nadie.

  • ¿Adónde vamos?

No contesté. Bajé las escaleras que daban acceso al semisótano y entramos en el vestuario de los chicos. Nos metimos en una de las duchas y volví a besarla con fuerza, tirando un poco del pelo, lo que sabía que le encantaba.

  • No voy a quedarme así de empalmado toda la mañana.

Andrea me entendió a la primera, y mientras ella se quitaba las bragas yo le abría la camisa para jugar con sus tetas, calientes, invitadoras, con los pezones totalmente erectos. Se los mordí con fuerza.

  • Uuuummmm – gimió.

Me senté en un pequeño banco que había en cada compartimento y la atraje hacia mí agarrándola de los pezones, estirándoselos.

  • Vamos putita, cabálgame.

Se levantó la falda – lo poco que se podía levantar – y enseguida se la clavó entera con un jadeo impresionante. La verdad es que tenía el coño chorreando de la corrida de hacía unos minutos. Jugué con sus pezones mientras ella botaba, arriba y abajo, clavándose cada centímetro en el fondo de sus entrañas.

  • Ay, Sergio… - gimió, agarrándome de los hombros – joder, Sergio, no sé qué me haces, pero me vas a matar de placer.

  • ¿No me dirás que estás cachonda otra vez?

Asintió, con los ojos cerrados, sin dejar de botar sobre mi polla.

  • Estoy muy cachonda, podría correrme otra vez, esto no me ha pasado nunca

Mi respuesta provocó una enorme sorpresa en su cara y un enorme jadeo. Mordiéndole el lóbulo de la oreja susurré:

  • Te vas a correr, ¿me oyes? Te vas a correr en cuanto yo te diga o pensaré que mi polla no te gusta lo suficiente… Ya va siendo hora de que sea conmigo con quien gimas de placer como una buena zorra

Entró al juego enseguida.

  • No hay nada que me dé más placer que tu polla… me pasaría la vida cabalgándola y follándome con ella

Con una mano y con la boca seguí jugando con sus pezones, y con la otra mano empecé a meter y sacar la zanahoria de su culito. Andrea me agarró de los hombros, apretándome, y si no hubiese llevado camisa me habría arañado.

  • Sergio, no puedo más, por favor, necesito correrme, no aguanto.

En otra situación le habría hecho suplicar un poco más, pero su comportamiento me demostraba que, por primera vez, era verdad que no aguantaba más. Mordiéndole el cuello y azotando su culo con la mano, mientras seguía jugando con la zanahoria, le dije al oído:

  • Córrete, vamos, dame tu placer, sabes que eres mía, cabálgame como una puta complaciente, vamos… date duro

Mientras con la mano se rozaba el clítoris y con la otra me apretaba con fuerza, abrazándome por detrás de la cabeza, cerró la boca y apretó los dientes para no gritar de placer, mojándose mucho más de lo que ya estaba, convulsionándose, echando la cabeza hacia atrás y poniendo los ojos en blanco

  • Joder, Sergio, fóllame, no puedo más, ah, ahhhhhhhhh, me corro, sííí, fóllame… Soy toda tuya, soy tu puta… ¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Cuando acabó tuve que sujetarla para que no se cayera al suelo. Saqué la zanahoria de su culo y la tiré a la papelera.

Sin que tuviera que decírselo, se bajó de mi polla y se arrodilló delante de mí.

Andrea

Le abrí de piernas, me puse en medio, acaricié su polla chorreante de mis flujos y la pajeé un poco, poniéndola entre mis tetas.

  • Ahora soy yo quien necesita tu leche calentita

Me agarró del pelo, como si llevara una coleta, y me guió la boca hasta su miembro.

  • Te va a llegar la leche hasta el estómago, puta.

  • Ummmm qué bien me conoces, sabes que me pasaría el día comiéndote la polla

Con una mirada lujuriosa me metió la polla en la boca mientras yo movía las tetas arriba y abajo. Le miraba con vicio, poniendo los ojos en blanco y sacándomela de la boca.

Apreté con la mano, saliendo gotas de líquido preseminal y las saboreé jadeando, observando un hilillo de líquido entre mis labios y su polla. Absorbí su glande, gimiendo, y entonces me agarró de la nuca y me alojó la polla en el fondo de la garganta.

Me concentré en alojar el glande en la garganta y no ahogarme. Sabía de sobra que, cuando respiraba así de agitadamente y me agarraba el pelo con fuerza, significaba que el orgasmo estaba cerca. Masajeé sus huevos con las manos, mirándole a los ojos fijamente, los míos algo llorosos por el esfuerzo.

  • Ahhh… uf… joder… ya va, puta, trágatelo todo, no quiero ni una gota fuera, ahhhhhhhhhhh, vamos, vamoooooooooos

Menuda corrida. Era la mejor, y eso que en los últimos días había probado varios tipos de leche, pero la de Sergio, tal vez influida la complicidad y la relación entre nosotros, era la mejor con diferencia.

Se apoyó contra la pared, cansado, y me soltó el pelo. Entonces me saqué la polla de la boca, saqué la lengua para enseñarle la leche que quedaba aún en mi boca de los últimos chorros y me la tragué entre gemidos.

  • Qué puta eres… - dijo sonriendo.

Bajé la piel de su polla, que aún no estaba flácida, hasta dejar al lado de mi boca su glande, hinchado y con restos de leche.

  • No querrás que desperdicie lo último, ¿no? – pregunté, traviesa – quiero tu leche siempre en mí, en cualquier parte del cuerpo – me restregué los restos de su semen por mis tetas y después me las lamí. Creo que de haber estado mucho rato así habría conseguido empalmarle otra vez.

  • Como me pones, pedazo de zorra. Tranquila que tu lengua desde ahora va a trabajar duro y como desperdicies una sola gota de leche te puedes preparar.

Me estaba calentando otra vez… y mi mente volvió al día del castigo, en lo tremendamente cachonda que me había puesto.

  • Lo intentaré, pero no prometo nada

Adivinó mis intenciones enseguida.

  • Lo harás, puta, vas a ser la mayor zorra de todas para tenerme contento… ¿Te crees que no sé que cuando te castigo te chorrea el coño? Sé lo que necesitas y voy a dártelo, no necesito un motivo concreto para ponerte el culo rojo, puede ser porque me salga de los cojones, aunque prefiero que seas tú la que me lo pida, bien humillada… Pero desobedecerme ni se te ocurra – me agarró del pelo otra vez, levantándome la cabeza para mirarle – eres mi puta y tienes que ser siempre obediente, ¿queda claro?

  • Sí… seré la puta más complaciente y obediente.

Le dejé la polla reluciente y me hizo levantarme y vestirme, bragas incluidas de nuevo.

  • Además, los castigos no son para que disfrutes, y probablemente un castigo podría ser… no sé… ¿dos semanas sin correrte? O mejor aún, sin correrte y sin saber nada de mí.

Abrí mucho los ojos, asustada.

  • ¿Ves como no quieres enfadarme? Vamos a clase, puta.

Sergio

Llegamos justo cuando salía el profesor de Historia.

  • Andrea, ¿estás bien? – parecía preocupado de verdad.

Me adelanté para responder.

  • Está bien, no se preocupe, cosas de chicas, ¿verdad?

Ella asintió, sonriendo.

  • Bien, menos mal. Procura descansar, ¿eh?

  • Sí, muchas gracias.

Cuando entramos en clase, muy pegado a ella, susurré:

  • Bueno, si quieres descansar puedo dejarte, pero mi polla te tenía preparada una sorpresa para esta tarde.

  • ¿Sí? – preguntó, ansiosa – ¿por qué, dónde vamos?

  • No seas impaciente, guarrilla… voy a usarte en un sitio nuevo, donde podrás gemir todo lo que quieras… Es más, cuanto más gimas, mejor.

  • Pero… ¿un sitio público?

Sonreí. Era impaciente por naturaleza.

  • Puede ser. Dime, ¿te gusta mi amigo Raúl? Quiero decir, para usarte con él. Al fin y al cabo ya te folló, ¿no? Aunque fuese para captar mi atención.

Bajó la cabeza, algo avergonzada.

  • Entonces, creo que es lo justo. Tú le usaste a él para atraerme a mí. Ahora es el momento de que sea él quien te use a ti.

  • Sí, me parece bien.

  • ¡Raúl! – le llamé. Quería decírselo antes de que entrase la profesora de Literatura – ¡eh, Raúl, ven aquí!

  • Dime, ¿qué pasa, tío?

Mire a Andrea, que estaba cabizbaja.

  • ¿Quieres que quedemos esta tarde para usar a esta? Ella lo está deseando, le he preguntado por ti y me lo ha dicho… verdad que sí, ¿puta?

  • Sí, me encantaría.

Raúl se echó a reír.

  • Joder, ¿es una pregunta trampa? Pues claro que quiero, coño, pensé que nunca me lo pedirías.

  • De puta madre, como además tú tienes coche no hay problema.

  • ¿Adónde vamos?

Miré a Andrea, que nos observaba con curiosidad. Me acerqué a Raúl y se lo dije al oído.

  • ¡No jodas! ¿En serio?

  • Sí, bueno, para caldear el ambiente.

Andrea no dijo nada, pero estaba deseando preguntar. Raúl la miró, con vicio, y se fue a su sitio cuando la profesora entró. La clase empezó.

De vez en cuando tiraba de las bragas de Andrea provocándole gemidos que ahogaba mordiéndose el brazo. Jugaba con el vibrador, encendiéndolo y apagándolo en la velocidad suave.

  • Dime – susurré – dime, ¿qué eres?

  • Soy tu puta.

  • ¿Y mi puta está cachonda?

  • No sé cómo lo haces, pero contigo estoy cachonda siempre.

Un rato más de juegos, y moví el interruptor del vibrador hasta la máxima velocidad. Andrea se revolvió en su silla, incómoda.

  • Por favor… – dijo, con expresión implorante pero con ojillos viciosos.

  • Shhh.

Se quedó callada. Un par de minutos con el vibrador a máxima velocidad, y Andrea no sabía ya en qué postura ponerse.

  • Por favor, Sergio, otra vez no. No voy a aguantar sin correrme.

  • No quiero que aguantes nada, zorra – susurré – quiero tu placer, aquí y ahora.

Apenas había terminado de pronunciar la frase cuando escondió la cabeza en el brazo encima de la mesa.

  • No puedo más

Me clavó las uñas en la pierna.

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