Andrea sería mía (4)

A veces, obedecer todas y cada una de las órdenes recibidas puede ser de lo más difícil...

Andrea sería mía (4)

Capítulo 8: Abstinencia

Andrea

El día pasó lento, tedioso, desquiciante. Cada vez que recordaba todo lo vivido me calentaba irremediablemente, así que me di varias duchas de agua fría a lo largo del día. Y, como no era suficiente, decidí acostarme un rato.

Dormí durante una hora. Cuando me desperté volvía a estar caliente y mojada.

  • Esto es imposible… - murmuré.

Intenté evitarlo, resistir la tentación por todos los medios… Pero, como no lo conseguía, llevé la mano a mi coño, tan empapado que cualquier instrumento se me habría salido de haberlo insertado.

Tuve que parar. No quería correrme sin permiso. Era parte del juego, y me parecía poco honesto desobedecer y, mucho peor, ocultárselo. Porque si me corría y se lo contaba, había probabilidades de terminar nuestra relación. Y, si no se lo decía, me sentiría terriblemente culpable. Sus palabras no hacían más que repiquetear en mi cabeza:

  • Confío ciegamente en tu palabra – había dicho, cuando le prometí no correrme.

Pero estaba tan cachonda que de haberme pedido que saliera a follar a la calle con cualquiera lo habría hecho. No podía más, tenía que agotar todas mis posibilidades. Así pues, alargué la mano para coger mi móvil y marqué el número de Sergio. Un tono. Dos. Tres

  • ¿Sí?

  • Eh… hola – dije, bastante cortada.

  • ¿Qué, pasa algo? – contestó volviendo a adoptar su rol de macho dominante, pero interesándose realmente por si estaba bien.

Se oía ruido alrededor, y voces, lo que indicaba que, o estaba en un lugar ruidoso, o alguien le acompañaba. Pensé en colgar, decirle que no era nada, pero mi coño no me dejaba hacerlo.

  • No, bueno

  • ¿Qué pasa, puta?

Se oyeron risas y ya estuve segura de que estaba con alguno de los chicos de nuestra clase. Puede que fuera Javi, o Raúl

  • Nada… es que… - cerré los ojos y cogí aire. Bueno, ya sabían que estaba hablando conmigo, así que un poco más de humillación no sería nada – llevo todo el día muy nerviosa, y caliente, y he empezado a tocarme

  • ¿Te has vuelto a correr sin permiso? – preguntó.

Más risas… risas irónicas y comentarios soeces de, por lo menos, otros dos chicos.

  • No, no, por eso te llamo… Por favor… ¡¡por favor!! Deja que me corra

  • Me encanta que me hayas llamado, preciosa, pero me temo que hasta el fin de semana no vas a tener ese placer. Es parte de tu castigo, ¿recuerdas?

Las risas se metían en mi cabeza, resonando con fuerza.

  • Dile que si le babea el coño yo se lo limpio con la lengua – oí a uno de los chicos, partiéndose de risa. No sabía quién era, pero en aquel momento le hubiera dado mi dirección para que lo hiciera.

  • Por favor, Sergio, estamos a lunes, yo no aguanto así hasta el viernes

  • El sábado, en realidad, el viernes tengo cosas que hacer.

  • ¿Qué? Mira por favor haré lo que sea, ¡te lo cambio por un castigo, por cincuenta azotes, por pinzas, por humillaciones, por lo que sea… por favor!

En aquel momento varias voces estallaron en carcajadas y, cuando Sergio habló para volver a soltar un escueto "No", su voz se oía un poco lejana. Entonces entendí lo que pasaba: tenía puesto el manos libres, y todo el que estuviera a su alrededor me estaba oyendo suplicar por un orgasmo.

  • Te dejo, zorrita. A las once en el Messenger, me invitas a videoconferencia, y te quiero desnuda, arrodillada, y con las piernas lo más separadas posible. Debajo de la almohada te he dejado las pinzas tal cual las hemos usado y unas cuantas cosas más, así que te las pones antes de hablar conmigo. Lo demás puedes mirarlo pero no usarlo, no te toques más por esta tarde, a ver si no vas a resistir la tentación. ¿Alguna duda?

  • No, ninguna. Gracias por la aclaración.

Me colgó sin despedirse y me abalancé sobre la almohada. Había una cajita pequeña, de unos diez centímetros, y otra más grande.

En la pequeña había algo redondo, muy pequeñito, del tamaño de un botón. Como no le vi utilidad, enseguida perdió mi interés.

En la otra caja estaban los distintos pesos que podían colgarse en las argollas de las pinzas. Un vibrador, de unos 20 centímetros, en forma de polla, dos bolas chinas de color rosa unidas por una cuerda blanca con pinchos de silicona, varias bolitas, unas diez, no muy grandes, de varios tamaños – luego sabría que eran bolas anales – y tres zanahorias de diferentes dimensiones.

Después de nuestra conversación telefónica, no volví a llamar a Sergio en toda la tarde, y tampoco él dio señales de vida. Cuando mi padrastro llegó cenamos juntos sobre las nueve y media. Me preguntó por las clases, y si me iba bien con Sergio. Yo contestaba a todo con asentimientos de cabeza, diciendo "sí", y "no" sin apenas escucharle, absorta en mis pensamientos, deseando dar con la respuesta adecuada en cada caso.

Lavé los platos, me duché, preparé la mochila para el día siguiente y me despedí.

  • Hoy estoy muy cansada, por eso me acuesto antes – dije, antes de meterme en mi habitación.

  • Que descanses.

Me quité la bata – ¡si él hubiera sospechado que no llevaba absolutamente nada debajo! – me pellizqué los pezones con energía para ponerlos duros, los pincé y me arrodillé, delante de la webcam, abierta de piernas, mi coño caliente casi mojando el suelo.

Once y cinco, y yo seguía arrodillada, sola. Once y diez. Y cuarto.

A las once y dieciocho exactamente Sergio se conectó, y al momento me mandó la invitación de videoconferencia y me puse los cascos con el micrófono. Enseguida vi mi imagen en la pantalla, pero no la suya. Estaba tan oscuro que sólo se adivinaba su contorno. Estaba deseando verle, pero no me atreví siquiera a insinuarlo.

  • ¿Me echabas de menos, eh putita?

  • Mucho – admití, y era cierto.

  • ¿Qué te han parecido los juguetitos?

  • Me han gustado, pero no entiendo algunas cosas

  • Dime.

  • ¿Las zanahorias para qué son, si ya me has dado un vibrador? ¿Y la esfera pequeñita?

  • Las zanahorias son para domar tu culito, y lo otro sólo es decorativo, se engancha a un soporte, como una especie de clip. Quiero ver cómo te quedaría, una especie de piercing .

Sus palabras me sonaron raras, pero no dije nada más. Parecía demasiado grande para ser un piercing , aunque fuese de prueba.

  • ¿Qué tal has pasado el día?

  • Muy caliente… demasiado… - contesté sin atreverme a pedirle otra vez que me dejase correrme.

  • En realidad, es posible que mañana por la mañana deje que te corras. Es más, yo te dejo hacerlo, si no te corres será porque seas tú la que decida no hacerlo.

  • Imposible… con lo caliente que estaré… No podría decidir eso nunca.

No le veía, pero por el tono de su voz adiviné una sonrisa maliciosa en su rostro.

  • Nunca digas nunca. Bueno, dime, ¿qué te parece la polla de silicona?

  • Me encanta, estoy deseando probarla.

  • Elegí una bien grande para que llegue a todos los rincones de ese coño hambriento que tienes. Incluso puede que algún día te encule con ella, ¿eh? No me digas que no te gustaría.

  • Me encantaría, seguro.

  • ¿Has visto lo mucho que vibra?

  • No

  • Pues pruébala, ya verás.

Cogí el vibrador y giré la rueda que tenía en el extremo, en el nivel uno. Empezó a moverse, un suave vaivén casi imperceptible.

  • No, no, para – me interrumpió – siempre que la uses será en el máximo nivel. Dale al nivel cinco y clávatela hasta el fondo. Pero antes de ponerla a funcionar cómetela, que quiero ver tu carita viciosa mamando antes de acostarme.

Mirando fijamente la cámara, como si tuviera sus ojos frente a los míos, me comí aquella polla como si me fuese la vida en ello, levantándola, enseñándole lo bien que se alojaba en mi garganta.

  • Hummm, sí que te gusta, sí. Mañana ve a las ocho también, Fran quería follarte, no te importa, ¿no?

Negué con la cabeza. ¿Importarme? Si Javi no me gustaba y me había follado, a Fran, que era uno de los tíos más buenos del colegio – aunque también más prepotentes, pero eso ya me daba igual – me entregaba sin dudarlo.

  • Tiene una herramienta impresionante, seguro que se te va a hacer el coñito agua. Y encima te tiene ganas desde que te conoció… Es el que ha dicho que te lamía el coño.

Gemí como toda respuesta, aún con el vibrador en la garganta.

  • Déjatelo ahí… Cógete las tetas con las manos y acércalas a la cámara, ofrécemelas – las puse casi a la altura de mi barbilla y me acerqué a la webcam – qué par de melones, joder, cómo no vas a sacar mi vena más salvaje, esos pezones siempre tiesos… Ahora deja caer tus tetas… venga, suéltalas.

Las solté con los ojos cerrados, y sentí dos fuertes tirones en los pezones. Los pesos de las pinzas contribuían a que fuera más doloroso. Gemí, mezcla de dolor y placer.

  • Ya te puedes sacar ese rabo de la boca y clavártelo de un solo golpe en tu raja encharcada.

Dicho y hecho. Me clavé aquella polla de un solo movimiento, fuerte, haciéndome casi daño, y regulé la vibración al nivel cinco, que era el máximo.

  • Ohhhhhhhhh- gemía – ah, ah, ayyyy.

  • Me encanta tu voz de putita caliente gimiendo como una loca

  • ¿Voy a poder correrme ahora? ¡Por favor!

  • ¿Estás sorda? He dicho mañana.

  • No, perdón, pero es que no voy a aguantar

  • Sí, si vas a aguantar. Yo me voy a ir ya, a cascármela en tu honor antes de dormir. Tú vas a quedarte donde estás, follándote con la polla durante diez minutos. Y no me digas que no vas a aguantar porque te conozco.

  • Vale. ¿Y después?

  • Después nada, putita. Después apagas el motor, sacas el vibrador, lo limpias a conciencia con la lengua, lo guardas y bien mojadita te vas a dormir, que mañana tienes que madrugar. A las ocho en la puerta del colegio, lleva todos los juguetes. Descansa.

Cortó la conexión antes de que pudiera contestar. ¡¡Diez minutos!! Si cuando me masturbaba sola con mi vibrador tardaba unos cinco en correrme, y este era mucho más potente… por no hablar de que solía tener un par de orgasmos al día, y no estar un día entero cachonda sin aliviarme.

No sé cómo lo hice, pero lo conseguí. Me follé con el consolador durante diez minutos, alterando el ritmo, moviéndolo en círculos, jadeando y gimiendo, parando de vez en cuando y, a los diez minutos justos, apagué el motor y me lo saqué, empapado hasta el mecanismo donde se accionaba.

Pese a que no tenía esas instrucciones y podría haberlo hecho normal, estaba fuera de mí. Me encontraba tan cachonda que me humillé a mí misma dejando la polla en el suelo. Después, a cuatro patas, me dediqué a lamerla sin usar las manos, imaginando que era una perra, mientras apretaba las pinzas de mis pezones, haciéndome daño.

Y, por si eso fuera poco, cuando estaba afanándome en limpiarlo bien, me llegó al móvil un mensaje de Sergio. Era una foto de su polla semierecta y la mano manchada de leche.

"Qué rabia me da desperdiciar las corridas, quién tuviera una boquita donde descargarse los cojones" .

Después de aquello, y de lo que me costó dormirme por el calentón, estaba segura de que iba a correrme al día siguiente en cuanto me dieran luz verde, costase lo que costase. Claro que, entonces, aún no me imaginaba el precio que tendría que pagar

Capítulo 9: Mañana movidita.

Como siempre, a las ocho en punto me encontraba en la puerta del edificio de piedra gris. El vigilante, también como era habitual, me saludó con cortesía, mirándome significativamente. Ya me había acostumbrado a que me hicieran esperar y no pensaba que Sergio, o Fran, o quienquiera que fuera, fuese a llegar antes de las ocho y cuarto, pero a y cinco pasó un coche por delante de mí. Se paró y bajó la ventanilla. Era Fran.

  • Venga, adentro – dijo. Odiaba su prepotencia, y días antes le habría mandado a la mierda sólo por eso, pero subí con la cabeza gacha.

En el asiento trasero iba Pedro, uno de sus amigos. Era un chaval de esos que se dejaban manejar, con poco criterio, que seguía a Fran a todas partes como un perrito faldero.

  • He invitado a Pedro, supongo que no te importa.

Me miró a través del retrovisor y mantuve la mirada.

  • ¿Lo sabe Sergio? – pregunté.

  • Joder, pues claro, zorra.

  • Pues si a él no le importa, a mí tampoco.

  • Y aunque te hubiera importado nos la habría sudado.

Se rieron, como si acabase de contar un chiste graciosísimo.

Pedro me miraba extasiado, con cara de vicioso, y su entrepierna empezaba a estar algo abultada. Supongo que si no me tocaba era por indicación expresa de su amigo.

Fran aparcó el coche allí, en un descampado cercano y me abrió la puerta. En cuanto salí me empujó con brusquedad contra el coche.

  • Sergio nos ha dicho que quiere ver lo que hacemos contigo, así que mientras te follo te voy a hacer unas fotitos… seguro que te pone cachonda, ¿no? Por cierto, ¿nos dejas tu móvil para hacerlas?

Le miré a los ojos.

  • Yo no sé nada de eso – dije, con desconfianza.

  • Será porque a las putas no se os informa, se os usa y listo.

  • No voy a dejarme hacer fotos sin hablar antes con Sergio – continué. No era orgullo, ni mucho menos.

Por la mirada que Fran me echó, incendiada de ira, me di cuenta de que debía estar diciendo la verdad, pero me sentí en la obligación de comprobarlo, así que saqué el móvil de la mochila y llamé a Sergio.

  • ¿Sí? – contestó enseguida, y parecía nervioso.

  • ¿Sergio? No estarías durmiendo, ¿no? – no había caído en que faltaba una hora para entrar en clase y él vivía muy cerca del colegio.

  • No, tranquila. ¿Qué pasa, Andrea, te pasa algo?

  • No, bueno, no lo sé – Fran me miraba, cabreado, apretando los dientes – quieren hacerme fotos. Fran y Pedro – añadí, para que supiera también que querían follarme dos personas.

  • Tranquila – dijo. Su voz era suave y protectora – yo se lo he dicho porque pensé que les pondría calientes y porque me gustaría verte en acción con otros, pero van a hacer las fotos con tu móvil, así no habrá manera de que las tengan a no ser que yo quiera. ¿Te parece mal?

  • No – respondí rápidamente – pero como no sabía nada, pensé que debía oírlo directamente de tu boca.

  • Vale. Nos vemos en clase, pórtate bien y no te corras.

  • Lo haré. Hasta luego.

Cuando colgué miré a Fran, que seguía mosqueado, y le di mi móvil.

  • Vale. Lo siento.

Me agarró con fuerza de los brazos y me zarandeó.

  • Como vuelvas a ponerme en duda te aseguro que te vas a arrepentir. Que sepas que le voy a decir a Sergio que has sido desobediente.

  • Lo siento mucho – dije con sinceridad – no le digas eso, por favor… No quiero que piense que

  • Pues te jodes. Dame lo que tenías que traer.

Le tendí la bolsa con todos los juguetes y los inspeccionó. Abrió el coche y sacó algo de la guantera.

  • Mira, ¿te gustan estas bragas?

Eran negras, minúsculas, transparentes… y con una polla de plástico incorporada.

  • Me… me encantan… - dije, haciendo amago de cogerlas, pero las apartó de mí.

  • Pues tengo órdenes de que las lleves hoy durante todo el día… y también esto – sacó una de las zanahorias – dentro de tu culito. Yo personalmente te metería la más grande, pero Sergio quiere un tamaño intermedio. Bueno, ¿vienes con ganas de polla?

  • Muchas, sí.

  • Te voy a hacer chillar de placer.

  • No lo dudo, pero tengo órdenes de no correrme.

  • ¿En serio? – dijo, y empezó a reírse – esto va a ser muy entretenido.

Me quitó la falda y me abrió la camisa con brusquedad. Pedro tenía mi móvil en la mano e hizo la primera foto.

  • Guau, menudas peras – comentó llevando la mano a los pezones –como engañas, cacho puta.

Fran se quitó la corbata. Me dio la vuelta con violencia y me puso arqueada, boca abajo, encima del capó. Con la corbata me ató las manos a la espalda y, en cuestión de segundos, oí su cremallera bajarse y me la clavó de un empujón.

  • ¡Aaaahhh! – gemí.

  • Te gusta, ¿eh? Te voy a dar polla hasta que te salga por la boca.

Con una mano empujaba mi cuerpo, y con otra me tiraba del pelo.

Pedro se puso al otro lado del capó, con la polla en la mano, pajeándose, y me hizo otro par de fotos. La verdad es que la visión de su miembro mientras me follaba otro tío me ponía más caliente de lo que imaginaba.

Se subió al capó y jugó con mis pezones, estirándolos, retorciéndolos, aplastándolos. Fran soltándome burradas al oído y tirándome del pelo, y yo cachonda a más no poder

Pedro vino hasta donde estábamos y se situó en el borde, al lado de mi cabeza. Acercó su polla a mi cabeza.

  • Chupa.

Fran me soltó el pelo y Pedro tomó el relevo. Me guió la polla a la boca y empezó a follármela, gimiendo como un loco. Con la otra mano, temblorosa, me hizo otra foto.

  • ¿Qué, nunca te la habían comido, eh? No todas las tías lo hacen, pero esta hace lo que le ordenes, así que no te cortes.

Nunca se la habían comido… ¿Sería virgen también? Inexperto sí parecía, desde luego. Y la verdad es que debía estar muy caliente, porque me llenó la boca de leche enseguida.

  • Sí que estabas cachondo, cabrón – comentó Fran riéndose, mientras seguía embistiéndome – mira como gime la zorra esta ahora que ya tiene la boca libre… ¿quieres más polla en tu boquita, zorra?

  • Ufff, sí… por favor

Volvió a darme la vuelta, sin sacarme la polla. Cogió las bragas y me metió la polla de plástico en la boca.

  • Una puta amordazada – dijo riéndose, y bombeándome a toda velocidad dentro del coño. Aprovechando que tenía la bolsa ahí al lado, me puso las pinzas en los pezones.

Sádico, cogió los pesos más fuertes y los colgó de las argollas, haciéndome cerrar los ojos de dolor. Jugó con ellas, estirando, dejándolas caer.

  • ¿Tomas anticonceptivos o quieres que te preñe?

Asustada, negué con la cabeza, suplicante.

  • Pero es que tienes la boca llena… Bueno, supongo que podría probar tu culo, ¿qué dices?

Asentí con energía. Me daba miedo que con lo grande que tenía la polla y lo estrecho que seguía siendo mi culo me hiciera daño, pero también me ponía caliente… Además, así también mi coño descansaría y no tendría que estar aguantando el suplicio de no poder correrme.

Se pringó la mano de mis flujos y me llevó los dedos al culo. Empezó a penetrarme con ellos sin ninguna delicadeza. En aquel momento, eché muchísimo de menos a Sergio, evocando su firmeza, pero su delicadeza, al desvirgarme el culo.

Al poco rato ya estaba haciendo presión con la polla empapada para clavármela en el culo. Por la postura, el tamaño de su miembro y la falta de lubricación, le costaba penetrarme.

  • Joder, qué estrecha estás, ¿cómo se puede tener el culo tan cerrado si en el coño te caben una docena de rabos?

A pesar del instrumento de plástico que llegaba a mi garganta, cuando noté la presión de nuevo, y entró toda la cabeza de su polla, grité de dolor. Pero también es cierto que me estaba mojando más aún, si cabe.

Poco a poco fue metiéndola entera, hasta que noté sus huevos rozando mi coño. Y empezó a moverse con maestría. Y empecé a gemir, poniendo los ojos en blanco. Y a mirar a Pedro con cara de viciosa, que no paraba de hacerme fotos

  • Voy a llenarte las entrañas de semen, zorra.

Dicho y hecho. Me agarró del pelo, tirándome con fuerza, haciéndome daño. Me mordió en el hombro y en el cuello para no gritar y descargó toda la corrida en mi ano.

Sin soltarme el pelo me dijo al oído:

  • Aprieta el culo. Voy a sacarte la polla y no quiero que se caiga mi corrida. No creo que te apetezca lamerla del suelo de la calle.

Sacó la polla y me quitó la mordaza de la boca.

  • ¿Te ha gustado la follada? – me preguntó.

  • No puedo correrme, pero sí, me ha encantado

  • Me habría gustado oír tus grititos de puta corriéndote, es una pena… Aunque quien tenía que disfrutar era yo y no tú, ¿no?

  • Sí.

Me dio la espalda, metiendo la mano en la bolsa de plástico, mientras yo seguía apretando el culo. Se agachó hasta mis pies para que los levantara y me subió las bragas, metiéndome la polla de plástico lubricada de saliva, en mi coño, a su vez chorreante de flujos. Apartó un poco por la parte trasera las bragas y me insertó la zanahoria en el culo.

  • Como te lo he dejado bien abierto y lubricadito de leche no hay problema, te cabe cualquier cosa.

Empezaron a reírse. Pedro me desató las muñecas, me quitó las pinzas y me tiró la ropa.

  • Vístete.

No me llevó demasiado tiempo. Fran se alejó, hasta un enorme árbol cercano.

  • Ven aquí. Apóyate en el árbol.

Les miraba, extrañada, pero no decía nada. Me limité a obedecer. Pedro me cogió los brazos y me los puso alrededor del tronco. Por detrás, Fran me ató las muñecas con firmeza.

Vi como metían mi móvil y la bolsa con el resto de juguetes en mi mochila y se despedían.

  • Aquí te quedas, un placer.

Se metieron en el coche y desaparecieron.

El único miedo que tuve fue que pasase alguien y me viera ahí atada, pero la verdad es que excepto parejas que iban a aliviar su tensión sexual nunca había nadie por ahí, y en ese sentido podía estar tranquila, por lo menos a aquellas horas. Así que sólo tenía que esperar a Sergio.

Abrí y cerré las manos varias veces, empezando a notar los brazos entumecidos. Intenté relajarme, limitarme a esperar. Y, de repente, mi coño empezó a vibrar a gran velocidad.

Miré a los lados, ansiosa, buscando a Sergio pero no vi a nadie. Tardó un par de minutos en aparecer, por detrás, acariciándome la tripa.

  • ¿Sergio?

Se puso delante de mí y me enseñó una especie de mando negro con dos botones, pequeño.

  • Hola, preciosa.

  • Pero, ¿qué…?

  • Fran ha colocado la famosa "esfera negra" que me preguntaste qué era. Te mentí porque quería sorprenderte. Y cuando me di cuenta de que ni sospechabas lo que era, me alegré. Es un vibrador a distancia, como bien ves, y es lo que va a hacer que te corras hoy.

  • ¿Ahora? – pregunté con ansiedad.

  • No, ahora no, pero muy pronto – contestó con una sonrisa, desactivando el vibrador.

Me revolví, incómoda, pero no me quejé. La postura no era precisamente agradable.

  • Espera.

Abrazándome, muy pegado a mí, Sergio agarró la corbata de Fran y me desató las muñecas. Las piernas me fallaron y me habría caído al suelo si no llega a sujetarme.

Cogió mi mochila del suelo, se la colgó al hombro y me pasó el brazo por la cintura para llevarme a un banco cercano, donde nos sentamos.

  • ¿Qué tal ha ido? – preguntó.

  • Bien – dije, y bajé la cabeza, algo avergonzada.

Me agarró de la barbilla con suavidad, obligándome a mirarle.

  • ¿Qué pasa?

Sentía una rabia difícil de contener, pero conseguí reprimirme.

  • Fran dice que va a decirte que le he desobedecido.

  • ¿Por qué? ¿Qué has hecho? ¿Te has negado a algo?

  • No, pero me entró miedo con lo de las fotos y por eso te llamé.

  • ¿Dónde están?

  • En mi móvil, en el bolsillo pequeño.

Lo sacó y empezó a observar todas las fotos, una por una. Yo también las vi, y la verdad es que estaban muy bien – dentro de la poca calidad que un móvil podía aportar – y excitaban terriblemente. No sabía si a Sergio le gustaban hasta que guardó mi teléfono otra vez, me miró y me besó.

Cada vez que juntaba sus labios con los míos me sentía desfallecer. No era sólo la forma de demostrarme que era suya. Era una demostración de seguridad, de cariño, incluso de ternura. Un auténtico cóctel explosivo.

Cuando nos separamos me acarició la cara.

  • No te preocupes. No has sido desobediente, has sido cauta. Estoy muy orgulloso de ti.

Creo que no podría describir la emoción que sentí en ese momento. Y él lo notó.

  • Gracias.

  • Antes de lo que piensas podrás correrte, te lo prometo, te lo has ganado.

  • Ahora mismo no pensaba en eso, sólo en que me gusta haberte complacido – dije, en un arranque de sinceridad y de alivio.

Volvió a darme un beso rápido.

  • Sabía que no me equivocaba contigo. Venga, vámonos a clase.

Y nos fuimos, agarrados. Me sentía nerviosa, excitada e inquieta. Pero, por encima de todo, me sentía feliz.

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