Andrea sería mía (3)

Después de días que parecen años, llega el ansiado momento: follarme a Andrea.

Andrea sería mía (tercera parte)

Sergio

Capítulo 6: Precalentamiento.

Salimos del colegio y enfilamos calle arriba en dirección a la boca de metro. En aquel momento hubiera dado lo que fuera por tener carnet de conducir y plantarnos en su casa en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, el transporte público también tenía sus ventajas, ¿no? Podía ser una situación morbosa

Durante el trayecto, ni yo le dirigí la palabra ni ella me dijo nada a mí. Sólo cuando nos vimos ya dentro del vagón, decidí humillarla un poco.

La verdad es que a esas horas de la mañana el metro iba casi vacío. Observé a toda la gente, detenidamente, y me llevé a Andrea al final del vagón, donde había dos asientos libres frente a unos chicos de unos treinta años, que le dirigieron una mirada significativa cuando pasó por delante.

Había elegido esos sitios especialmente por dos razones: primera, porque nada más subir habían mirado a Andrea haciéndole una radiografía completa. Segunda, porque estaba seguro de que no perderían detalle de nuestros movimientos. No llevaban cascos, no hablaban entre ellos… sólo hacían que leían, pero no pasaban las páginas de sus libros. ¿Qué había más humillante en aquel momento que hablar sobre lo que había sucedido aquella mañana con Javi y lo que pasaría más tarde y que ese par de chicos se enterasen de todo?

Se sentó, y con un rápido – que no discreto – movimiento evité que juntase las rodillas.

  • ¿A qué hora llega tu padrastro? – pregunté – ¿tenemos tiempo?

  • Sí, ni siquiera viene a comer, siempre aparece ya hacia las ocho o las nueve.

  • Bien, así podré usarte a mi antojo – dije, en un volumen que ella, a juzgar por los colores de sus mejillas, debió considerar demasiado elevado – cuéntame qué ha pasado con Javi esta mañana.

  • Pues… estaba esperando, y vino

  • Andrea, no te oigo, habla más alto.

Señaló con la cabeza a los chicos, suplicante. Uno de ellos, el que sería más tímido, seguía fingiendo leer. El otro tenía el libro encima de las piernas y simulaba leer el plano del metro, y así se enteraba bien de la conversación y le lanzaba miradas lascivas a mi acompañante.

  • Habla – ordené, tajante – quiero detalles, y no hables tan bajo o no te oiré con todo este ruido del vagón.

Situé una mano en su muslo, subiéndola un poco. Cuando llegué a su ingle suspiró y puso los ojos en blanco, pero no pasé de ahí. Los tíos ya miraban más descaradamente, y yo me hacía el tonto.

  • Bueno… – continuó, cortada – yo no quería irme con Javi pero me dijo que tú no ibas, que había quedado con él, y que por eso debía hacerle caso. En el coche me… - bajó la voz considerablemente – me dejó el culo al aire.

  • ¿Te qué? Más alto

  • Me dejó el culo al aire.

El de apariencia más joven de los dos chicos de enfrente se levantó y vino hasta nosotros, tocando con el dedo el plano de la pared, y se tiró un buen rato buscando alguna estación inexistente antes de volver a sentarse y dirigirnos una mirada viciosa.

  • Y qué más

Javi ya me lo había contado todo con pelos y señales, y me había faltado poco para ir a pajearme al baño, pero debía resistir. Me había contado que se la había chupado muy bien, que se la había follado, que se había corrido como loca

Andrea continuaba hablando entre titubeos y cambié de estrategia. Aparté la mano de su ingle, fingí limpiarme en la falda, y dije, en tono bien audible:

  • Casi todo me parece bien, aunque no que cuestionaras lo que te decía. Eran órdenes, y no peticiones.

  • Lo siento, prometo hacerlo mejor las próximas veces.

  • Pero yo, ¿qué te dije ayer? – pregunté, fingiendo enfado – ¿qué te dije ayer antes de acostarte?

Ya los dos chicos nos miraban, extasiados. Se habían dado cuenta de que a mí no sólo no me molestaba que lo hicieran, sino que lo iba buscando, y habían entrado al juego.

Andrea, ante mi pregunta, se encogió de hombros. Dado que nos habíamos quedado los cuatro solos, continué hablando en un volumen bastante alto.

  • ¡Te dije que tenías completamente prohibido correrte sin mi permiso! Y en menos de doce horas has desobedecido corriéndote como una cerda.

Bajó la cabeza.

  • Yo pensé que eso sólo se referí a ayer.

  • Pues no, puta, no, se refiere a siempre, y si te están follando tan fuerte que no puedes aguantarte te jodes, o te atienes a las consecuencias, como pasará hoy.

  • ¿Qué… qué consecuencias?

  • Las que tiene ser una zorra caliente que no sabe estarse quieta.

Los dos viajeros nos miraban con los ojos muy abiertos y, el más atrevido, se había llevado la mano al paquete y se lo apretaba por encima de los vaqueros.

  • Pero es que me estaba follando, y… - se justificaba Andrea. Ya ni siquiera parecía importarle que la oyeran.

  • Pues me llamas al móvil, me dices que te están follando y me pides permiso. Si te lo doy me lo agradeces y te corres conmigo al teléfono, y si te lo niego te jodes y te esperas a que dejen de usarte, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, vuelves a correrte sin mi consentimiento.

  • Lo siento mucho – dijo, con la cabeza agachada. El tío de enfrente soltó un resoplido. Me imagino la de cosas que estaría pensando, y lo que habría hecho de haber tenido oportunidad.

Me senté de lado y ordené a Andrea sentarse en mis piernas, de espaldas a mí, de manera que sólo podían verla los dos chicos, ya que en la parada anterior habían subido dos o tres personas. Así, cualquiera de esos que estaban por detrás sólo la veían de espaldas.

Metí las manos por dentro de su camisa y le sobé bien las tetas

  • ¿Te gusta llevar ahí pegada una corrida desde hace horas? – pregunté.

  • Sí, me pone bastante cachonda.

  • Vamos a ver… - metí dos dedos de golpe en su coño, y efectivamente, lo tenía empapado – ummm es verdad… cualquiera diría que no te has corrido en semanas.

  • Es que no puedo evitarlo, me pongo cachonda, y

  • Te pones cachonda… ¿nada más? Venga ya

Reclinó la cabeza sobre mi hombro mientras metía y sacaba los dedos de su coño, y mientras los tíos de enfrente miraban alucinados, dijo:

  • Sí, de verdad, me pongo muy caliente, como una perra en celo

Aquello ya era demasiado para mí. Llevaba demasiado tiempo queriéndomela tirar y se había convertido en un auténtico suplicio la espera. Cuando llegamos a la estación, le saqué los dedos del coño, me limpié en su falda – mientras aquellos tíos no perdían detalle – y la hice levantarse.

Cuando nos íbamos, me volví hacia ellos, y les dije:

  • Hasta otra.

Creo que contestaron con algún balbuceo, pero tampoco me acuerdo. Tan flipados estaban que no creo que hablar fuese lo que más les apetecía.

Capítulo 7: Por fin solos

Cuando llegamos a su casa me llevó a su habitación sin que tuviera que pedirlo. Allí la obligué a desnudarse, y después fuimos al cuarto de baño.

  • Me parece muy bien que a ti te guste ir pringada de leche, pero comprenderás que yo no voy a usarte si vas con semen de otro tío.

  • Claro, lo… lo siento, ¿me ducho?

Me quedé pensativo.

  • Supongo que sí… Como no tienes jardín no puedo bañarte como a una perra, ya lo haré cuando vayamos a mi casa de la sierra, ¿te gustaría? Te usaría un fin de semana entero, sin descanso.

  • Sííííí.

  • Dependiendo de cómo te portes hoy, de cómo soportes tu castigo, y de cómo me complazcas, tomaré esa clase de decisiones… pero no es tan fácil, ¿entiendes? Tienes que demostrarme que voy a estar satisfecho contigo en cualquier aspecto, que eres una zorra con mayúsculas, vamos.

Por supuesto, todo aquello no era más que un juego, pero parecía que a los dos nos excitaba terriblemente. Así que, si la tenía donde quería – o casi – ¿cómo iba a desaprovecharlo?

  • Haré todo lo que pueda, lo prometo.

  • Desnúdate.

Como es lógico, no le llevó mucho tiempo: desabrochar la falda, desabotonar la camisa y quitarse los zapatos. Mi polla se contrajo de placer. No era lo mismo verla por una webcam de dudosa calidad, que tenerla ahí desnuda para mí. Esas enormes tetas que me volvían loco, de grandes pezones, erizados, y salpicadas de leche, y unas curvas de infarto. La puse a cuatro patas, palpé y observé su culo, apretadito y pequeño, y su coño, chorreante y sin ningún pelo.

  • Y ahora desnúdame a mí y vamos a la ducha.

Con sumo cuidado me quitó el uniforme, prenda a prenda, dejándola caer al suelo. Cuando llegó a los calzoncillos se quedó de rodillas, extasiada, mirando mi polla, sin hacer nada, y casi tuve que hacerla despertar de su trance para meterla en la bañera.

Gradué el agua a la temperatura ideal y, con una esponja llena de jabón, fui limpiándole las tetas, con tanto cuidado que apenas la tocaba, lo cual, estaba seguro, desesperaba bastante. Después de eso, le di el jabón.

  • Límpiame, haz que me relaje.

Se esmeró en enjabonarme todo el cuerpo: el torso, los brazos, las piernas, la tripa

  • ¿No vas a dedicarte a mi polla? – pregunté – si quien manda aquí es ella… anda, ponte de rodillas delante de mí y enjabónamela bien.

Me limpió la polla con expresión viciosa, pajeándome, con la excusa de limpiarme. Cuando acabó me la aclaró con agua. Al no darle yo instrucciones no se levantó. Aparté su mano y empecé a movérmela yo, apretando, haciendo salir gotitas de líquido preseminal, a menos de un centímetro de su boca. Y entonces jadeó.

La miré desde arriba, posición privilegiada. Los pezones estaban completamente duros y, aunque probablemente no se daba cuenta, gemía mirándome la polla, con la boca entreabierta. Estaba preciosa; mojada, entregada, sometida.

Golpeé su cara con mi glande y, agarrando su melena morena, susurré:

  • Sólo tienes que pedirla como tú sabes, putita, y será toda tuya.

  • Déjame comértela por favor, como una buena puta.

Javi me había contado que parecía que hacérselo desear la calentaba muchísimo. Habría estado un rato oyéndola suplicar y jugando de no haber estado tan sumamente cachondo, pero apenas le di tiempo a acabar la frase, y se la clavé hasta el fondo de la garganta de un golpe seco.

"Uffff" pensé, mientras con las dos manos empujaba su cabeza hasta la base de mi polla "es verdad que la mama de maravilla, Javi no exageraba".

Un par de minutos manejando su cabeza a mi antojo, y tuve que parar, respirando agitadamente. Mi polla estaba casi enterrada en su garganta. Daba pequeñas arcadas, y cada vez que lo hacía me volvía loco.

Le saqué la polla de la boca y me senté en la cama allí al lado. Me la sujeté con la mano, bien abierto de piernas.

  • Cómeme los huevos.

Creo que no había casi terminado de darle la orden cuando se abalanzó sobre ellos, lamiéndolos, absorbiéndolos, chupándolos… acercó la mano a mi polla, pero se la aparté.

  • Sólo he dicho los huevos, no hagas nada que no te haya ordenado yo – dije, a la segunda vez que fue a agarrármela.

Aquella comida de huevos tan espectacular sirvió para calmar un poco mi rabo sin perder la erección. Cuando ya me cansé y me decidí a follarla, le dije que se pusiera a cuatro patas en la cama.

  • Tengo que castigarte por haberte corrido sin permiso – dije, poniéndome a su espalda y agarrando su culo con fuerza.

  • Lo sé – murmuró, levantándolo y apoyando la cabeza en la almohada.

  • Pero antes voy a descargar los huevos. No tengo que decirte que si te corres sin mi permiso el castigo será peor, ¿verdad?

  • No, claro que no.

  • Y que si me cansas desobedeciéndome puede que corte esta relación.

  • No, por favor

Me tumbé debajo de ella, quedando así uno frente a otro. Doblé la almohada en dos para ganar algo de altura, y así sus enormes tetas quedaban en mi boca. Las magreé, las pellizqué, las sopesé, las azoté, las pellizqué.

  • ¿Te gustan las pinzas? – pregunté, esperando una respuesta negativa – ¿las has probado?

Se puso roja.

  • Bueno, yo me pongo pinzas de la ropa muchas veces cuando me masturbo, tengo unas cuantas en el cajón.

  • Dámelas. Yo he traído otras, pero eso lo dejamos para luego.

Alargó la mano a la mesilla de noche y las sacó. Mordí sus pezones, estirándolos con los dientes, apretando, provocando sus gemidos.

  • ¿Eso es dolor? – sabía la respuesta de antemano, pero quería oírselo decir.

  • No… bueno, un poco, pero no pares, por favor

Le puse una pinza en cada pezón y las apreté con los dedos, estirándolos de nuevo.

  • Ayyyyyyy – eso sí era dolor, pero apostaba lo que fuera a que también se estaba mojando irremediablemente.

Después, la maniobra fue sencilla. Salí de allí abajo, me coloqué por detrás, y sin previo aviso, se la clavé hasta que los huevos me rebotaron. Ya habría tiempo para hacérselo desear, en aquel momento estaba cachondo perdido.

  • ¡Oooooh, sííííí! – gritó.

  • Pero, zorra, si estás calada

  • Sí… no puedo evitarlo, estoy muy cachonda, fóllame por favor, fóllame fuerte, ¡¡más fuerte!!

  • Te voy a joder, puta, te voy a joder como no lo han hecho en tu vida, hasta que ya no puedas más

  • Uuuh… sí… reviéntame, fóllame, destrózame, ¡dame duroooooo! Aaaaaaahhhhhhhhhh

Fue un gemido tan fuerte que paré en seco.

  • ¿No te habrás corrido?

  • No… pero poco me falta, déjame correrme, por favor.

Se llevó la mano al clítoris y se la aparté con brusquedad.

  • No, zorrita, de momento te está prohibido.

  • Por favor, haré lo que sea… lo que me pidas… pero déjame correrme – suplicaba – por favor, no voy a ser capaz de aguantarme, te lo suplico

  • Si te corres sin mi permiso – dije, muy serio – puedes tener por seguro que no volveré a tener contigo más relación que la de compañeros de clase.

  • Está bien – se resignó – haré todo lo que quieras.

Volví a bombear con fuerza dentro de su coño.

  • Pues como siempre, puta, si estás en mis manos.

  • Sí, soy toda tuya.

  • Eso ya lo sé, pero no es por la foto, ¿verdad? Querías que te follara desde mucho antes, no es miedo precisamente lo que tienes.

  • No… ya eso me da igual, sólo quiero que me folles – reconoció – haz lo que te dé la gana con la foto, pero dame polla

  • Qué zorra estás hecha

Se la saqué y me puse de pie en el suelo.

  • Ponte de rodillas y chúpamela. Quiero mi leche calentita directa a tu garganta.

Me miraba a los ojos, provocadora, mientras se dedicaba a comérmela y a masajear mis huevos con una mano.

  • Frótate el coño con la otra mano, pero no se te ocurra correrte.

Me miró, suplicante, pero me obedeció. Quería tenerla al borde del orgasmo. Cuanto más cachonda, más salida. Y cuanto más salida, más entregada.

Apreté su cabeza contra mi rabo, alojándolo en lo más profundo de su garganta, a la vez que con la mano izquierda arrancaba las pinzas de sus pezones sin miramientos. Un sonido gutural, mezcla del dolor y el placer, salió de su garganta a la vez que cerraba los ojos cuando liberaba a los pezones doloridos de aquella presión.

Por fin gruñí, sabiendo que estaba a punto de correrme, y la agarré del pelo con fuerza con las dos manos, clavándosela, si cabe, más que antes.

  • Traga, puta, ahí va lo que llevabas tiempo pidiéndome, joder, cómo chupas, traga puta, tragaaaaaaaaaaaaaaa,¡¡¡¡¡¡¡ ahhhhhhhhhhhhhhh, zorra!!!!!!!!!

Sería por llevar cachondo toda la mañana, pero fue una corrida tan abundante que parte le resbaló por la barbilla y le cayó por las tetas.

Me senté en la cama, agotado, y estiré sus pezones para que viniera hasta donde yo estaba, así, de rodillas. Agarré sus tetas y se las puse a la altura de la cara, donde había pequeños rastros de mi semen.

  • Venga, sé que estás deseándolo, así que lámelo.

Después de dejar sus tetas relucientes me miró suplicante.

  • Por favor, sigo muy caliente, ¿ya puedo correrme?

  • No.

Sin decir nada más fuimos al salón, donde me senté a ver la tele, con ella al lado a cuatro patas, mirándola de reojo de vez en cuando. Al cabo de un buen rato empecé a sobar sus tetas y su coño empapado y, como era natural, se me volvió a poner dura.

Con un gesto de la cabeza le indiqué que me acompañara, volviendo a su cuarto, y sin que tuviera que decírselo se puso de nuevo a cuatro patas en la cama. Yo, por mi parte, había cogido mi mochila, donde esa mañana metí unas cuantas cosas, lo justo para un primer contacto: pinzas especialmente compradas en un sex shop, un par de consoladores y un cinturón, ya que no tenía látigo de momento y me apetecía calentarle un poco el culo para que, realmente, hubiese algo de castigo y no volviera a sentir la tentación de desobedecerme.

Pellizqué sus pezones, aunque en realidad no habían dejado de estar duros en ningún momento, y coloqué las pinzas, las típicas unidas por una cadenita.

  • ¿Ves esta pequeña argolla? Sirve para poner peso en las pinzas – expliqué – dependiendo de lo mal que se porte la putita, dolerá más o menos. Además, sé que estando a cuatro patas las pinzas duelen más, por la postura, pero te prohíbo terminantemente tocarlas a no ser que sea por orden mía, ¿está claro?

  • Sí, está claro.

Cogí un peso intermedio, por si acaso no aguantaba bien, y lo coloqué donde correspondía.

-Ahhh, ay… me duele

  • Para eso las pongo, puta, para que te duela.

  • Pero no sé si aguantaré, ¿no podemos usar las de antes?

  • Sí que vas a aguantar… las de madera también las usaremos, tranquila.

Las cogí y pincé cada uno de sus labios vaginales.

  • Ayyyy.

  • ¡Qué te calles o te amordazo!

La dejé allí, nerviosa, durante un par de minutos. Yo estaba detrás, cinturón en mano, pero me gustaba inquietarla, ponerla nerviosa.

  • ¿Estás lista para tu castigo? – pregunté por fin.

  • Supongo

  • ¿Cómo?

  • Sí… sí, estoy lista – rectificó.

Supongo que sospechaba en lo que iba a consistir, pero no sé si se lo esperaba así, porque después de sobar un poco su culo, rasgué el aire con el cinturón y descargué un primer golpe bastante fuerte que provocó un auténtico alarido.

  • Si crees que no aguantas te dejo que te largues.

  • ¡No! Por favor, no… es que… no me lo esperaba… pensaba que me ibas a dar unos cuantos azotes con la mano

  • Te voy a dar treinta correazos. Y tú los vas a contar.

  • Tre… ¿treinta?

  • Sí, ¿por qué? ¿Tienes algún problema?

  • No, no, si soy tu puta, puedes hacerme lo que quieras.

  • Así me gusta. Como decía, treinta, y tú los vas a contar. Este primero no, este era de prueba – me acerqué a ella, pegándome por detrás, y lamí su oreja. Le mordí el lóbulo, estirando con los dientes, y susurré – ¿y sabes lo que pasará si mi putita pierde la cuenta o deja de contar en alto? Que volveré a empezar… Y si tengo que volver a empezar me enfadaré, te pondré más peso en las pinzas y te azotaré el doble de fuerte. Así que no quiero oír una sola palabra que no sea el número de azote correspondiente. ¿Me has entendido?

Respiró hondo antes de contestar.

  • Sí. Estoy lista.

Con cada azote agarraba la almohada con fuerza y cerraba los ojos, presa del dolor, pero en ningún momento dejó de contar uno solo, ni me suplicó que parara. Y, por si eso fuera poco, el coño le chorreaba.

  • Treinta – murmuró con el último, dejando caer parte del cuerpo encima de la cama, sudando.

La abracé por detrás, restregando mi polla dura por su culito.

  • Muy bien, putita, te has portado mejor de lo que pensaba.

  • Gracias.

  • Y ahora, ¿sabes lo que tengo para ti?

  • No, pero estoy deseando saberlo

  • Pues es que mi rabo cada vez que roza tu culito virgen se pone rígido como un palo, y no me apetece irme sin desvirgártelo

  • ¡Sí, por favor, fóllame el culo! – dijo enseguida – yo a veces me meto el dedo cuando me masturbo y me pone muy caliente, llevo tiempo deseando que alguien me lo folle

  • No me lo creo… ¿nadie ha querido romperte el culito?

  • Sí, pero nadie que me ponga lo suficientemente cachonda, tíos demasiado delicados

  • Ya, que no saben tratar a una buena hembra… ¿Qué quiere decir demasiado delicados, que quieres que te lo haga sin cuidado?

  • Bueno, sin que me muera de dolor, pero… sí, más o menos – noté que le daba vergüenza decirlo – me pone caliente que me folles sin compasión, lo que quiero es que me rompas el culo… por favor, por favor, rómpemelo

Aquellas palabras me sonaban a gloria… claro que iba a tener cuidado de no hacerle daño de verdad, pero, ¿quién era yo para negarme a desvirgar un culo que lo estaba pidiendo a gritos?

  • Date la vuelta… vamos, sabes que no quieres resistirte a comérmela para que entre mejor por ese culito.

Enseguida se la metió hasta la garganta, saboreándola entre gemidos, y poniéndome cachondo perdido otra vez.

  • No quiero que me hagas una mamada, sólo que la ensalives bien.

Me miraba a los ojos, sonriendo, mientras yo la llamaba puta y jugaba con las pinzas de sus tetas. Y cuanto más lo hacía, más sonreía ella.

Mientras me la ensalivaba, mis dedos recogieron gran parte del flujo de su coño chorreante y lo llevaron a su culo, donde empecé a meter un dedo con suavidad, pero con firmeza. La cara de Andrea era todo un poema, con la boca llena de polla y los ojos en blanco de placer.

  • Date la vuelta.

Teniendo ya su culo a mi merced, mi dedo pasaba de un agujero a otro, lubricándolo bien. Metí uno, poco a poco, relajando su esfínter, hasta que entró entero, y lo saqué, repitiendo la operación varias veces. Después empecé a insertar dos, y me sorprendió la facilidad con que se vencía la resistencia. Por eso no tardé mucho en agarrarla de las caderas y situar la cabeza de mi polla, mojada e hinchada, en la entrada de su ano. Empecé a meterla, con suavidad, pero sin parar, y ella soltó un gruñido.

  • ¿Duele? – preguntó. En ese sentido, sí me preocupaba por ella especialmente, no quería por nada del mundo hacerle daño de verdad.

  • Sí… me duele pero me pone caliente… no quiero que pares… quiero que me folles el culo.

  • Qué putita

Saqué la punta, lubriqué más su ano y volví a meterla, logrando una mayor aceptación. En aquel momento mi polla entró un poco más.

  • Oooooh… qué gusto… me estás rompiendo el culo

Tiré de las dos pinzas de sus labios vaginales para quitárselas y se quejó.

  • Cuanto más daño me haces más cachonda estoy, joder, esto es imposible

  • Eso es porque eres una zorrita caliente… - susurré, penetrando un poco más.

  • Pues si tan zorra soy fóllame el culo ya

No me costó mucho tiempo, ni mucho esfuerzo. Con un poco de cuidado y lubricación, la verdad es que entró enseguida.

  • Estarás contenta, ya la tienes ensartada del todo.

  • Me encanta… fóllalo como quieras, córrete en mi culo… quiero tu leche caliente en mi culo todo el día, como esta mañana la de Javi… Quiero ir bien llena de semen todos los días, y tragarlo también, como una buena zorra

No necesitaba ningún estímulo para follarla, pero sus palabras me estaban volviendo loco. Empecé a bombear con fuerza. Era difícil pensar en no hacerle daño mientras me soltaba todas aquellas cosas, pero parecía que el placer se imponía al dolor.

  • Riégame, lléname de leche, te lo suplico… por favor

Hablaba casi a gritos, gimiendo, jadeando moviendo el culo para sentir mis embestidas.

  • Con que quieres leche, pedazo de zorra… toma leche, puta, ¡¡toma leche!! Me corrooooooooo, ah, joder, me corro, te voy a llenar el culo – gritaba mientras me corría y pellizcaba y azotaba su culo, muy enrojecido.

  • Sí, ¡¡qué gustooooooooooo, asííííí, lléname de leche!!

Me corrí como un loco por segunda vez aquella mañana. Era increíble, cada orgasmo superaba al anterior

Le quité las pinzas de los pezones, esta vez con cuidado, y nos quedamos tumbados uno al lado del otro. Durante un rato no dije nada, pero después volví la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Entonces hice lo que llevaba deseando hacer durante semanas: acerqué mis labios a los suyos y la besé, con cariño, con pasión y con deseo. Ella correspondió a mi beso con creces, y permanecimos así un buen rato.

Cuando nos separamos me miró, y por su expresión supe que todo aquel orgullo inicial, todo aquel desprecio, habían desaparecido de verdad, lo cual me inspiró cierta ternura.

Nos duchamos juntos, besándonos. Ambos sabíamos disfrutar de un sexo salvaje y habíamos asumido nuestros roles en el juego, pero también nos teníamos cariño y nos gustaba demostrárnoslo.

Al poco tiempo me fui. Me acompañó a la puerta y volví a besarla, para después jugar con el lóbulo de su oreja.

  • No quiero que te corras, ya verás el fin de semana… Prométeme que aguantarás.

  • Antes no habría sabido asegurártelo, pero… te lo prometo.

En ningún momento dudé de su palabra.

  • Conéctate esta noche – le pedí, justo antes de irme – sobre las once.

Me miró con picardía. Podía ser la chica más cariñosa y dulce de la tierra, pero ambos sabíamos que, la próxima vez, que probablemente sería esa misma noche, en cuanto se cruzara la frontera entre el cariño y el sexo, volvería a sacar la sumisa que tenía dentro. Y yo, por supuesto, jugaría todas mis cartas para no defraudarla.

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