Andrea sería mía (2)

Continuación de la historia desde el punto de vista de Andrea. Este es el prólogo de un día muy, muy intenso...

ANDREA SERIA MIA (segunda parte)

Andrea

Capítulo 5: Usada

Me miré varias veces en el espejo, nerviosa, antes de salir hacia el colegio. ¿Desde cuándo me ponía yo nerviosa por un tío? Y, lo que era peor, ¿desde cuándo dejaba que me diera órdenes? Y sin rechistar, por si fuera poco

Intentaba convencerme a mí misma de que era tan dócil porque tenía miedo de que la foto famosa llegase a manos de mi padrastro, pero la verdad es que el calentón de la noche anterior no era fruto del miedo precisamente. Era muy raro. Unas veces me arrepentía de aquel estúpido impulso de haberle pedido a Raúl que me hiciera una foto, y otras me parecía todo lo contrario… ¿Y si era la mejor experiencia sexual de mi vida? Pero una parte de mi mente, la más orgullosa, no aceptaba esa idea. Siempre había sido yo la que manejaba las cosas a su antojo, nadie me decía lo que tenía que hacer… y menos un niñato casi un año más joven que yo que me había despreciado desde que me vio y me había humillado una vez tras otra.

La imagen que me devolvía el espejo era la misma de siempre. Los cambios sólo los notaba yo. Claro que eso de no llevar bragas me excitaba terriblemente… Me imaginé mojando la silla de clase, y sentí un ya conocido cosquilleo en mi coño.

A las ocho en punto estaba clavada en la puerta del colegio. Sólo estaba el vigilante en la puerta, que me saludó con cortesía y siguió a lo suyo.

Cinco minutos… diez… quince… Empezaba a ponerme nerviosa cuando me dieron un toquecito en el hombro. Sobresaltada me di la vuelta, y me encontré al lado de un chico de mi clase, Javi.

  • Hola – dijo con una sonrisita de suficiencia.

En aquel momento sentí una rabia dentro difícil de describir. Un par de semanas antes Javi había intentado ligar conmigo y yo, básicamente, me había burlado de él. Era bastante más bajito y delgado que yo, con gafas y aparato. El clásico empollón. Aunque no era feo, no me atraía en absoluto y así se lo había hecho saber.

  • Hola – contesté.

Siguió andando hacia la parte trasera del edificio y yo me quedé mirándole desde mi sitio. Se dio la vuelta.

  • No tengo toda la mañana.

  • ¿Qué?

  • Que te muevas, coño.

  • Pero si estoy esperando a

  • Sergio no va a venir, has quedado conmigo. ¿Vienes sí o sí?

El vigilante se acercó, con curiosidad.

  • ¿Todo bien, chicos?

Javi le miró, asintiendo con la cabeza, y después fijó la mirada en mí.

  • Sin problema, es que no me ha oído… ¿Nos vamos?

Con la cabeza agachada le seguí al aparcamiento, detrás del edificio. Sólo había dos coches aparcados, y uno, efectivamente, era el suyo.

  • Venga, entra – dijo, abriendo la puerta trasera.

Sólo había metido la cabeza cuando me agarró con brusquedad de las caderas. Me hizo apoyar los brazos en el asiento quedándome así, doblada. Me levantó la falda del todo, de modo que mi culo estaba completamente al aire. Después de sobarlo, apretarlo, y azotarlo un poco se fue a mi coño, chorreante, como venía siendo habitual.

  • Mmm… depilado, suave, abierto, mojado… estás hecha toda una puta.

Jugando con los dedos dentro de mi coño, desabrochó los botones de mi camisa y me sacó las tetas por encima del sujetador, magreándolas, primero una y luego otra, pellizcando los pezones, retorciéndolos, haciéndome gemir de… ¿Dolor? No, no era dolor, era placer puro y duro, y si no me las hubiera pellizcado él me lo habría hecho yo sola.

Me sobresaltó oír el motor de una moto, y levanté la cabeza.

  • Por favor, entremos al coche, nos van a ver

  • ¿Te preocupa que piensen que eres una puta? Si tu foto ha debido llegar a toda la clase… ¿No era eso lo que querías?

Iba a negarlo, pero habría sido bastante hipócrita, así que eludí la pregunta.

  • Y si nos ve algún profesor… ¡por favor!

  • Mira, ahí tienes razón, no me importa que vean que tú eres una puta, pero yo tengo una reputación… - sacó los dedos de mi coño y me empujó – venga, entra ahí.

Se sentó a mi lado, cerrando la puerta – en aquel momento agradecí mi suerte enormemente, tenía los cristales traseros tintados – con las piernas abiertas y me miró.

  • Sácamela, venga, que tengo los huevos demasiado cargados para entrar en clase así.

La verdad es que dudé. Le había rechazado por una buena razón: no me atraía en absoluto. La situación me había puesto caliente, es cierto, y en parte también porque Sergio me calentó la noche anterior y no me dejó correrme, pero, ¿follar con Javi?

  • No si va a ser verdad que eres dura de oído.

Por otro lado, Sergio lo había planeado, y después hablarían entre ellos. Yo quería que Sergio me follara, pero, ¿lo haría si yo no cumplía sus deseos? Sabía que era improbable. Supongo que por eso abrí su bragueta de mala gana y extraje la polla, ya bien empalmada.

  • Muy bien, veo que empezamos a hablar el mismo idioma – dijo, irónico – ahora es cuando pones las tetas alrededor para que yo te las magree, y me la comes como es debido.

Lo de rodearle con las tetas lo hice enseguida y empezó a pajearse con ellas, pero en cuanto a chupársela… al acercar la cabeza noté un fuerte olor que me detuvo. Iba a alejarme cuando me agarró con fuerza de la nuca.

  • ¿Adónde te vas?

  • Es que… no me gusta como huele – se me ocurrió decir – podemos follar directamente mejor.

  • Joder y encima me ha salido remilgada. ¿Te he preguntado yo si preferías comérmela o follar? No, ¿verdad? Pues venga. Si aunque tengamos poco tiempo vas a hacerme un servicio muy completo.

Me empujó con fuerza de la cabeza y me clavó la polla hasta la garganta, manteniéndome ahí unos segundos. Apoyé las manos en sus piernas, haciendo presión para levantarme. No podía respirar, y las arcadas por el hedor que desprendía su polla no ayudaban.

Me tiró del pelo para sacarme la polla de la boca, contrariado.

  • Quítate la camisa ahora mismo y pon las manos a la espalda. ¡¡YA!! – añadió con un grito.

Lo hice lo más deprisa que pude, y con la camisa me ató las muñecas.

  • Por favor… lo siento mucho es que me estaba ahogando

  • Tranquila, no dejaré que te ahogues del todo – comentó burlón – no me importa que tengas arcadas, es más, me pone cachondo, pero como se te ocurra vomitar

Sin darme tiempo a réplicas, tirándome del pelo otra vez, me la volvió a clavar en la garganta, pero yo ya estaba prevenida y había cogido aire. Me movía la cabeza compulsivamente, jadeando, y recogía mis babas con la mano para restregármelas por la cara y el pelo.

  • Mantén el ritmo – gruñó, mientras se dedicaba a pellizcar mis pezones y a dar tortas a mis tetas, poniéndolas rojas.

Se la chupaba profunda y rápidamente. Aunque en un principio no me gustaba, muy a mi pesar tenía que reconocer que me estaba poniendo tan cachonda que notaba mis flujos resbalando por las piernas. Al cabo de un rato, me tiró del pelo hacia arriba, sacándomela. Jadeé y me relamí y él se rió, despectivo.

  • Deja algo para luego, golfilla, y pone a cuatro patas aquí delante, que te voy a montar.

En parte me molestaba su manera de hablarme, pero tenía cosas mejores en las que pensar. Nada más desatarme él las manos y tirar mi camisa para el asiento delantero me puse en posición, con el culo levantado. Enseguida le noté detrás de mí, palpándome el culo milímetro a milímetro, y la polla en la entrada de mi chorreante coño. Instintivamente moví las caderas hacia atrás, intentando metérmela.

  • ¿Qué haces? – preguntó, fingiendo sorprenderse.

  • Estoy muy caliente, por favor, fóllame – dije en un susurro. Hasta yo estaba sorprendida de mí misma, pero no iba a dudar en suplicar y en humillarme si con eso conseguía que me follara y mi ansiado orgasmo.

  • Pero putita, es que no sé si te lo mereces… Sobre todo después de cómo me humillaste cuando quise quedar contigo- me sujetaba el culo para que no pudiese moverlo, y así sólo notar la puntita de su capullo, bien lubricado, recorriendo mi raja entera.

  • Por favor… por favor fóllame, hazme tuya, jódeme entera, prometo hacerte lo que quieras sin quejarme, pero dame polla

  • ¿Sí? ¿Entonces no te da asco mi polla? Es que no te veo del todo entregada, y no quisiera hacértelo pasar mal… - seguía rozándome el coño de arriba abajo con ella.

  • Noooo… clávamela entera te lo suplico, haz que tus huevos reboten en mi culo, destrózame, ¡¡fóllame ya!!

Por suerte no se hizo mucho más de rogar. Sin moverse él apenas, agarró mis caderas, las echó hacia atrás y me la clavó de un golpe seco haciéndome gemir. Me movía rápidamente, agarrándole el culo con las manos, perdiendo así mucha estabilidad, pero no quería un milímetro fuera de mí. Gemía, jadeaba y le pedía más y más.

  • Como haya gente ahí fuera te van a oír.

  • Me da igual – contesté, y por sorprendente que me pareciera, era cierto – me da exactamente igual, sólo quiero que me folles entera, ¡¡¡¡¡¡¡aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh, síiiiiiiiiiiiiiii dame más, dame maaaaaaaas!!!!!!!!

  • Vaya un putón que estás hecha, cariño, y eso que no querías, ¿eh?

  • Me porté como una gilipollas, pero sí quiero, quiero que me folles cuando y como te de la gana… uuufff… qué cachonda estoy

  • Venga, demuéstrame que de verdad eres tan puta como pareces y disfrutas mientras te folla cualquiera.

Un par de embestidas más y me corrí como en mi vida, mordiendo el asiento delantero para no chillar, convulsionándome apretándole contra mí mientras Javi me estrujaba los pezones. Me hacía daño, pero lejos de pedirle que parara, me vi a mí misma pidiéndole más.

  • ¡Dame más, estrújamelos, follame, dame duroooooooo! Haré todo lo que quieras, ¡vamos, dame pollaaaa!

Fue un orgasmo intensísimo, mucho más que cualquier otro, y durante el que Javi no paraba de decirme guarradas, darme azotes y pellizcarme y retorcerme los pezones.

Cuando acabé me quedé agotada encima del asiento, pero obviamente, no habíamos acabado. Javi seguía meneándosela delante de mí, orgulloso, sonriendo, con una expresión que debía significar algo así como "para que veas que puedo hacer contigo lo que quiera".

  • ¿Quieres que te la chupe? – pregunté entre jadeos, cansada.

  • No. Ponte detrás de mí.

Forcejeando un poco consiguió ponerse a cuatro patas, como estaba yo un rato antes. Su culo quedaba a la altura de mi cara y me alejé un poco. Pero justo entonces se lo abrió con las dos manos.

  • Ábrelo tú con tus manitas de puta y mete la lengua.

Puse cara de asco, aunque él no pudiera verlo.

  • Ni hablar – dije, sintiéndome demasiado asqueada y humillada – ¿estás loco? Eso es asqueroso, no pienso hacerlo.

  • Te lo diré de otra manera para que puedas entenderlo. Lame mi culo o le diré a Sergio que se ha equivocado de tía porque no eres lo suficientemente complaciente, y vuestra relación terminará antes de haber empezado.

  • Por favor…- supliqué.

  • No pienso repetirlo. Y no noto tus manos

Estaba a punto de llorar de humillación, y no por la petición en sí, sino porque a pesar de todo, separé sus nalgas y acerqué mi boca a su culo.

  • Mmmm, así me gusta, qué putita más complaciente… pero la lengua más profunda… Venga zorrita, más adentro, si sé que sabes hacerlo mejor

Le oía pajearse con una mano, y con la otra, aunque apenas llegaba, consiguió empujar mi cabeza contra su culo, de modo que a duras penas me dejaba respirar. Me pareció una eternidad cuando por fin me ordenó parar y se dio la vuelta.

  • Prepárame tus tetas para correrme en ellas.

Apenas tardó unos segundos. Fue una corrida espectacular, salió disparada en gran cantidad, y lo que no cayó en mis tetas lo recogió él con la mano y lo esparció en ellas.

  • Ya va siendo hora de entrar en clase. Ponte la camisa y vete. Esto, si no te importa – dijo, cogiendo mi sujetador y mi jersey – me lo quedo yo.

  • Pero si voy sin sujetador se va a notar demasiado… Además, estoy manchada

  • No te preocupes, a los tíos nos gusta… Ponte la camisa ya, vamos, sin limpiarte.

Lo hice enseguida y su corrida se aplastó contra mis tetas, pringándome entera.

  • Bueno putita, justo a tiempo, creo que Sergio te espera en la puerta de clase, ve allí directamente, sin entretenerte.

Entendí la indirecta. "Sin entretenerte" significaba que no fuese al baño a lavarme.

  • Gracias… hasta luego.

Debía estar hecha un cromo, con la camisa y la falda arrugadas, empapada, con una corrida que hacía la camisa pegarse a mis tetas y sin ropa interior. Me peiné con un cepillo que llevaba siempre en la mochila.

Efectivamente, Sergio estaba en la puerta del aula, pero salvo mirarme, no hizo nada. Detrás de mí venía Javi y se detuvo a hablar con él, así que fui lo suficientemente lista como para entrar a clase y sentarme, en silencio.

Pero, cuál fue mi sorpresa cuando, un par de minutos antes de la hora, Sergio entró también, y se sentó a mi lado.

  • ¿Qué haces aquí?

  • ¿No te alegras de verme? No es esa forma de saludarme, zorra.

  • Claro que sí, perdón – me sonrojé – es que como estás en otro grupo.

  • Le pedí al director que me dejase cambiar de grupo para vigilarte de cerca… por lo de las matemáticas, putita, no por otra cosa. ¿Qué tal ha empezado tu mañana?

  • Muy bien

  • He hablado con Javi. Luego hablaremos tú y yo, parece que hay cosas que no te han quedado claras.

  • Lo siento si he hecho algo

  • Que luego hablamos he dicho – me cortó, brusco – y no cierres las piernas cuando estés aquí sentada.

  • ¿No me verá nadie si le da por mirar?

  • ¿Y? ¿Eso supone un problema para ti?

  • N… no, sólo preguntaba.

Las horas de clase pasaron lentas y tediosas. Cada vez que – sin querer, por puro instinto – hacía amago de cerrar las piernas, Sergio me las abría con brusquedad y me echaba una mirada fulminante, a menudo acompañada de un pellizco en las ingles o incluso en el coño. De repente volví a calentarme, y me sorprendí a mí misma cerrándolas aposta para provocarle.

Por fin llegó la hora del recreo, y todos salieron en estampida. Sergio no se levantaba de su asiento, y yo tampoco lo hice, esperando alguna orden. Cuando nos quedamos completamente solos, dijo:

  • Arrodíllate.

Lo hice sin preguntar nada, aunque esperaba que no me hiciera chupársela allí ni nada parecido. Era demasiado arriesgado.

  • Mirando hacia la pared, no hacia mí.

Me acababa de dar la vuelta cuando me agarró de la cabeza con brusquedad y me situó la cara en mi silla, pringándomela de mis propios flujos.

  • ¿Notas la silla mojada? Dime, ¿a qué te huele?

  • A… a mí, a mí excitada, caliente.

  • Vamos, sabes que puedes hacerlo mejor.

  • A… a puta caliente.

  • Eso es… no me gusta que manches nada. Así que saca la lengua y deja la silla bien limpia

Cuando ya pensaba que había llegado al límite de la humillación, ocurría algo que me degradaba más todavía. Hasta que no dejé la silla desprovista de cualquier resto, Sergio no me dejó levantar la cabeza, y yo no dejé de lamer.

Una vez pareció satisfecho, se quitó de encima de mí y me ordenó levantarme.

  • Tengo permiso del director para saltarnos las dos horas de estudio. Tu padrastro no está en casa, ¿verdad? – asentí con la cabeza – bueno, pues vámonos, te espera un día largo.

¡Qué razón tenía! Aquel día fue, oficialmente, el primero más humillante de mi nueva vida, pero tampoco hice nada por evitarlo.

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