Andrea, mi antipática vecina (2)

Segunda parte de un relato que... véalo usted mismo...

Claro que un poquito más significaba un ir y venir de aquella braguita de algodón cuyo roce me confundía. Como quien se divierte un poco con la situación, me prometí a mi mismo que en el próximo descenso sacaría la lengua, para recibir con algo más prominente que mi nariz aquella braguita cada vez más caliente y perfumada. Qué importaba si se daba cuenta. Al fin y al cabo ella había provocado esa situación y estaba requiriendo mis servicios para dejarme allí encerrado hasta el día siguiente. Efectivamente, su siguiente aterrizaje fue suavizado por un lenguetazo a la altura del clítoris. La obsequiada Andrea apretó entonces los muslos que rodeaban mi cara y volvió a subir. Mi lengua seguía haciendo su trabajo pero se secaba una y otra vez al contacto con aquella tela de algodón que ya me estaba molestando.

-Creo que así no vamos a ningún lado, me dijo. -¿Tiene usted una mejor idea?, le pregunté. - Es que usted no ayuda para nada... -¿Qué quiere que haga? - Que cada vez que yo intento alcanzar la manija de la puerta, usted me empuje y me sostenga un ratito, porque yo sola no puedo.

Pensé que el juego de la lengua se había terminado, pero cuando Andrea tomó impulso otra vez, me dijo:

-¿Qué está esperando? Empújeme un poco ahora.

Era imposible acceder a lo solicitado sin tomarla del culo. Y fue eso exactamente lo que hice y creo que eso también lo que ella quería. Pero no fue cualquier empujoncito: junté mis manos por detrás de su culito al mismo tiempo que mantenía mi cara apretada contra aquella excitante fuente de olores. Mis dedos más largos se tocaban pero por debajo de sus braguitas y pude notar como tenía su orificio posterior apretadísimo (estaba haciendo fuerza) y poblado de pelitos. Nada más inútil que mantener mis dos manos allí, de modo que dejé que mi mano derecha bajara un poco más para que al momento del próximo descenso pudiera ver de qué estaba hecho aquel huequito productor de olores. En efecto, al bajar sentí como un fuego que quemaba justo a la entrada de su rajita. Me dio un poco de miedo y quité la mano, pero estaba casi seguro que aquel lugar estaba hecho todo agua.

  • Oiga, me estoy cansando un poquito aquí, le dije.

Ella se bajó y se tomó un respiro para continuar después de unos minutos. Mientras intentaba recomponer el equilibrio de mis cervicales, noté que su falda estaba en el suelo.

  • ¿Le duele todavía?, me preguntó con picardía.
  • Mire, ha estado usted casi un cuarto de hora apretando mi cuello...
  • No, no, no... digo que si le duele todavía la patada que le dí.
  • La verdad es que creo que me lo ha mandado usted al centro del abdomen...
  • No ha de ser para tanto, a ver, déjeme ver...

Andrea se puso de rodillas y comenzó a palpar exactamente la zona en donde había impactado su pie, pero no encontraba nada. Sufría en aquel momento una erección fuera de lo común, por lo que la tela del pantalón estaba sumamente tensa, haciendo imposible cualquier comprobación por los costados.

  • Es que si usted se pone así, no voy a poder revisarle, me dijo.
  • Si quiere que le diga la verdad, no es mi culpa.
  • Debería controlarse, es posible que le reviente allí dentro, respondió.

Encontró entonces la hebilla del cinturón, le liberó y enseguida bajó mi cremallera. Levantó el lateral del calzoncillo por sobre todo el paquete y apartó la durísima polla con frialdad profesional y se centró en la zona afectada.

  • Sí, aquí parece que tiene usted un poco inflamado. Le convendría ponerse algo...

Luego hizo un masaje suave sobre el huevo lastimado, le subió y le bajó a su antojo, mientras que con la otra mano apartaba una y otra vez la rebelde polla que amenazaba con golpearla en la cara y dejarla knock out. Terminada la revisión, hice el intento de subirme la ropa.

  • No se apriete más, deje que eso que tiene ahí vuelva a la normalidad, porque apretado le dolerá aún más.
  • La verdad es que puedo estar así toda la noche. A veces es inevitable.

Ella se puso de pie, echó un suspiro profundo y puso sus dos manos sobre la pared del ascensor, a ambos lados de mi cabeza.

  • ¿De verdad es usted capaz de mantenerse así toda la noche?
  • Si, ya lo creo. Usted no ayuda para nada. A decir verdad me tiene un poco inquie...

No terminé la última sílaba que la tal Andrea me puso su lengua en mi boca como para demostrar que además de buena auscultadora de huevos, era también excelente inspectora de cavidades bucales.

  • Cállese, no hable tonterías. Ningún hombre aguanta así. Me dijo.
  • Si insinúa usted que conoce una forma para que todo esto vuelva a la normalidad, es que me parece todo esto una película estúpida. Prefiero seguir con esta dolorosa erección a que usted me...

Tampoco pude terminar la idea que me puso otro beso, pero esta vez tomando la tan discutida polla, de costado con una de sus manos.

  • Bueno, si todo esto sigue así, usaré su miembro para echar abajo la puerta del ascensor, dijo en tono de broma.
  • Usted está toda mojada y la verdad es que si mi miembro puede servir para algo, con lo que usted tiene entre las piernas no podremos salir de aquí.

Ella tomó una de mis manos y se la puso debajo de sus bragas, ya completamente mojadas en partes calientes y en partes frías.

  • Mire lo que son las cosas. Yo no le puedo ni ver a usted, y ahora que no puedo distinguir sino apenas su sombra, lo único que se ocurre, además de salir de aquí, es de que usted me penetre con esto. Desde que vi este bulto aquella mañana en la puerta de su casa es que deseo saber de qué está hecho. No creo que tocándolo encuentre la respuesta. Va a tener usted que follarme ahora mismo.