Andrea. Los inicios

Recopilación de los tres primeros relatos.

1

Desde hace unos meses estaba preocupada por mi esposo. No se me ocultaban las dificultades económicas por las que pasaba mi pobre marido. Se llama Miguel.

Me enamoré de él siendo aún casi una niña, con tan sólo diecinueve años. Mi apuesto novio causó verdadera impresión entre mis amigas. Ya tenía cumplidos los treinta y dos años, lo que por otra parte era un verdadero abismo en cuanto a nuestra diferencia de edad. Nada más y nada menos que catorce años nos separan.

Aunque he de confesar que no es el mismo de entonces, sigo enamorada de él. A pesar de su calvicie casi total que le ha ido dando ese aspecto de sabio un poco loco. Y a pesar de la tripa cervecera que ha adquirido y mimado en los años de matrimonio.

Como digo, no se me ocultaba que Miguel estaba pasando apuros económicos. Mi marido se ha dedicado toda la vida a la compra de pisos en mal estado. Tiene una cuadrilla de trabajadores a los que conozco como hermanos. Cuando dejan el piso parece totalmente nuevo, a estrenar.

El sistema es sencillo de entender, se compara un piso que de pena verlo, cuanto más desastroso sea su estado mejor. Así se compra barato. Tras reformarlo se vende a un precio muy superior. Miguel suma al precio del piso en origen, el generoso sueldo que reciben sus obreros y los materiales empleados y al total le suma un diez por ciento, su ganancia. No es mucho, pero por cada operación ganábamos entre veinte y cincuenta mil euros.

Sabía que desde hacía unos meses no cerraba ninguna venta. Y que son más de diez los pisos que tiene listos. Así que decidí echar una mano.

Miguel tiene ahora cuarenta años justos y yo ya he cumplido los veintisiete.

Hace una semana tuvimos una conversación. Por cierto, aún no lo he dicho, me llamo Andrea.

-Miguel- le dije - hemos de hacer todo lo posible por levantar cabeza. He pensado que podría ayudarte, mi vida-

Él me miró sin decir palabra, estaba leyendo el periódico y tan solo sacó sus pupilas por encima de las gafas dedicándome una mirada inexpresiva.

-¿Te parece que estoy bien?- le dije poniendo mis muslos juntos y ligeramente encogidos de lado. Saqué pecho y moví la cabeza hacia atrás ahuecándome el pelo largo y negro.

Miguel me dedico una sonrisa. - Estás buenísima, ya lo sabes. ¿A qué cojones viene esto ahora?-

Yo le respondí. - No sé si te has mirado al espejo, pero si la cosa de los pisos está mal y eres tú, encima, el que ha de venderlos, no me extraña que estemos a verlas venir. ¿Tú crees que tu imagen vende? No te lo vayas a tomar mal- . Miguel me miro algo enfadado pero condescendiente. Nunca ha sido orgulloso.

Yo continué - He pensado que podría intentar alguna venta. Si no te parece mal.

Me pongo sexy y provocativa y si el tipo que venga a ver el piso es de los tontorrones que al ver dos buenas tetas se les nubla la mente…. Quién sabe, a lo mejor me lo llevo al huerto-.

Miguel frunció el ceño, -¿comó que te lo llevas al huerto?-

A mí me dio la risa. Cuando pude parar le contesté. - No seas tonto ya sabes a que me refiero. Que le encasqueto la venta. Tonto-

Miguel se mostró más dispuesto de lo que yo esperaba. En alguna ocasión me había asegurado que no quería que yo entrase de ninguna forma al negocio.

-Haz lo que quieras. Llama a Marta. Ella tiene la agenda y te podrá decir. Mañana creo que tenía una o dos visitas. Inténtalo, a ver qué pasa-.

Al ver tanta facilidad pensé que la situación debía estar peor de lo que yo creía.

-Pero a ver cómo te vas a poner de provocativa. No me jodas. Que hay mucho salido y tú estás mu güenorra. Si he de llevar cuernos pa vender pisos mejor dejo el negocio-.

Aquello me enterneció de una manera tal que no puede resistirme. Le quité el periódico de un tirón y me senté en sus rodillas. Como una gatita ronroneé su cuello, mordisqueándole la orejita.

- Sabes que soy solo tuya tonto- le susurre mojándole con los labios y pasándole la lengua por el oído. Eso le vuelve loco.

No hace mucho que usamos lenguaje soez en nuestras relaciones. Nunca lo habíamos hecho, pero recientemente hemos descubierto que nos excita mucho. Yo me muestro soez y vulgar y el adopta un aire autoritario, casi violento.

- Tócame lo chocho, ya verás cómo lo tengo- le dije de repente abriendo mis piernas. Llevaba la bata de casa que es de una franela rosa muy suave y calentita, y debajo un tanga rojo nada más.

Me separó las piernas aún más, con brusquedad, y noté sus dedos tirar del tanga hacia abajo y palparme con rudeza los labios vaginales. Di un gritito, como si me hubiese hecho algo de daño y él, de un tirón, abrió definitivamente la bata. Mis senos se mecieron ante su vista. Miguel aún llevaba puestas las gafas, me rozaba con ellas al lamer los pezones. Le gusta chuparlos succionando hasta que consigue ponérmelos inmensos y duros como piedras. Luego los mordisquea bordeando el límite del dolor. Yo me mojo muchísimo.

-¿Te gusta zorra?- me preguntó casi gritando. Yo adopte una posición sumisa y sin decir nada, con la vista puesta en la ventana di un sí moviendo la cabeza.

Sentí dos de sus dedos separando la abertura de mi sexo y penetrando sin rudeza pero con rapidez. Miré hacia mi entrepierna. Me encanta contemplar su mano jugando ahí bajo el tanga.

Gemí, sé que le gusta oírme gemir y jadear, y lo hago sonoramente cerrando los ojos y elevando la cabeza hacia atrás.

Bajo mi trasero sentía su pene duro pujante, apretando con fuerza en su crecimiento.

-¿Eres mi puta?- sus ojos se clavaron en los míos al hacerme la pregunta. Yo conteste casi susurrando. -Si mi amor soy tu zorra. Haz conmigo lo que quieras-.

-Seguro que quieres que te meta un dedo en el culo. Sácalo fuera-.

Escurrí mi culo hasta dejarlo libre, fuera de su pierna y me penetró.

Siempre me ha parecido una cochinada, pero no me molesta y a Miguel le vuelve loco. Tenía su dedo anular en mi culo y el gordo e índice jugando en mi almejita.

Me vino un arrebato de esos que no puedo contener. -Fóllame cielo. No aguanto más porfavor-

No se quitó las gafas, ni siquiera se desnudo. Me tumbó sobre la moqueta y extrajo su pene del pantalón del pijama. Sentí su peso, el tacto del batín que usa para estar en casa sobre mi pecho y la punta del prepucio buscando dura entre mis muslos el sitio exacto.

Ninguno de los dos aguantamos mucho. Yo me corrí casi en el momento. Él estuvo como tres o cuatro minutos hasta separarse y ponerse de rodillas. Le gusta terminar en mis pechos.

Tomé su pene con la mano y lo pajeé duro hasta recibir esa ducha caliente y viscosa con olor a sal.

-¿Y si algún cliente quisiese hacerte esto a condición de comprarte el piso?-

La pregunta me sorprendió. Manchada de esperma, tumbada en la moqueta, adopté un tono de broma pero dejando cierto soniquete que le diese lugar a la duda.

-Mmmmmmmm. ¡Ójala!- Le contesté. Siguiendo la broma - ¿Tú me dejarías?-

Esperaba una respuesta que zanjase el asunto. Una respuesta que no diese lugar a dudas. Un no contundente y rotundo.

Pero Miguel no me contestó. Se inclinó y me besó los labios.

-Sabes que siempre te querré, zorrita mía-.

Y así comenzó todo.

2

Marta me recibió algo perpleja. La sorpresa se reflejaba en su rostro. No suelo ir por la oficina y, desde luego, nunca lo había hecho sola. Siempre que he visitado la inmobiliaria de mi esposo lo he hecho con él.

Marta se levantó de la silla como un resorte al verme. Es extremadamente simpática. Yo creo que en realidad es más lista que un demonio y sabe que esa amabilidad es para su empleo una especie de seguro de vida.

- Hola Andrea. ¿Cómo tú por aquí?-

Me tomó de la cintura delicada y afectuosamente y me besó la mejilla. El aroma de la esencia de Saint Laurent, Cinéma, me invadió. La condenada usa uno de mis perfumes favoritos. La fragancia ponía de relieve su sensualidad, su intenso encanto y su glamor. El fondo del perfume es voluptuoso y cálido, yo lo uso para la cama, para cuando pretendo algo más que sumergirme en los brazos de Morfeo. Es muy muy sensual. Posee un sinfín de esencias sabiamente mezcladas: clementina, flor de almendro, ciclamen, amarilis, jazmín, almizcles blancos y vainilla.

Siempre he sentido celos de Marta. Es una niña de 22 años, rubia y preciosa. Las mujeres siempre pensamos que nuestros maridos nos la pegan con la secretaria. Parece un tópico, pero si la chica es tan joven y atractiva como Marta, una no puede evitar fantasear un poco con esa posibilidad. Cierto que yo nunca he sido celosa, y dada la condición promiscua de los tíos, soy consciente de que mi marido, a sus cuarenta años me la ha pegado fijo, más de una vez. Lo tengo claro. Lo que no sé es si Marta forma parte de esas "aventurillas".

La miré detenidamente, sus hermosos ojos azules me devolvieron una mirada franca, enmarcada en una gran sonrisa. Desde luego, si la chica se lo monta con mi marido, lo disimula de maravilla.

-Veras cariño. Ayer hablé con Miguel y hemos decidido que os echaré un cable con lo de las ventas. Voy a enseñar los pisos durante unos días. A ver qué tal-.

Marta no ocultó su sorpresa y exclamó encantada con la idea: -¡Es fantástico Andrea! Tú sabes que en esto de las ventas somos mucho mejor las mujeres y más si la vendedora es tan atractiva como tú.

No le digas nada a Miguel, pero yo no estaba muy de acuerdo con que tu marido fuese el responsable de esa tarea.

¡Qué bueno! Seguro que se te da bien. ¿Vas a mostrar el que teníamos para hoy?-

Le respondí que sí, y ella fue enseñandome en el ordenador las fotos del precioso dúplex en la zona más exclusiva de la ciudad. Una finca con portero físico y piscina en la calle Serrano. Los antiguos dueños la habían maltratado realmente, pero tras la reforma parecía otro. El precio final, un millón seiscientos mil euros, dejaba claro que no se trataba de una propiedad del montón. Trescientos metros cuadrados distribuidos sabiamente en dos alturas y más de doscientos metros cuadrados de terraza, por no hablar de las tres plazas de garaje.

La cita estaba fijada para las doce del medio día y tan solo eran las nueve y media.

Marta imprimió todos los datos, los del piso y los del cliente, un tal Taleb Tammam, empresario de Dubai, que no había querido dar más antecedentes por teléfono. Así que tanto su apariencia como su edad eran una sorpresa para mí.

El que fuese árabe me resultaba intrigante y me cogía un pellizco de incertidumbre y aventura en el estómago.

Me adelanté considerablemente a la cita. No quería hacerle esperar. Estuve charlando con Roberto, el portero. Un cincuentón barrigudo que escuchó mi explicación cordialmente. Sabía que el piso estaba en trámite de venta y ya había sido testigo de varias visitas atendidas por Miguel.

-¡Ah, es usted la esposa del señor Miguel!- Me dijo cuando me presenté. -Pero es usted tan joven. Podría pasar por su hija-.

Subí al dúplex sintiéndome alagada por el comentario del Roberto. Lo recorrí minuciosamente, leyendo en los folios de Marta las calidades de los materiales y las dimensiones. Memorizando todo detalle que me sirviese para vender el producto. Comunicaciones de la zona, servicios cercanos, etcétera.

A primera hora de la mañana no había querido ocultarle a mi esposo el vestuario que iba a lucir durante la venta. Después de ducharme, con Miguel aún tumbado en la cama, me dirigí totalmente desnuda hacia el dormitorio y me fui poniendo las prendas delante de él. El verde manzana fue el color elegido, tanto para el tanga como para las medias, ambos de gasa fina y transparente. No me puse sujetador. Una blusa de seda negra cuya suave tela jugaba con transparencias cubrió mis pechos. Eso sí, tanto al moverme como al agacharme el tejido delataba la presencia de los vivarachos y bamboleantes pezones.

Observé de reojo como Miguel se tocaba bajo la sábana al observar la parsimoniosa liturgia con la que yo me vestía. Creo que imaginaba las miradas de las que sería objeto en la cita de aquella mañana.

Me puse una faldita de punto negra, muy ceñida y corta. Se ajusta como un guante a mi culo respingón y generoso. Unos tacones verdes haciendo juego y una gabardina negra completaron el atuendo.

Miguel se levantó de la cama y se acercó para besarme. Bajo sus Unno lucía una hermosísima excitación. Metío su mano entre mi cuerpo y la gabardina y apoyó su soberbia lujuria contra mi vientre.

-Andrea, sabes que siempre te he querido. Disfruta con la venta mi amor, luego me cuentas los detalles. Los disfrutaremos juntos-

Le miré fijamente a los ojos buscando el mensaje que necesitaba.

Efectivamente mi esposo aprobaba tácitamente todo aquello que fuese necesario hacer. Es más, yo diría que deseaba profundamente el que yo viviese algún tipo de lance con el señor Taleb. Algún tipo de contacto prohibido.

Su mano posada sobre la lana de la falda, en le cachete derecho de mi trasero me dedicó un jugoso pellizco, y su lengua lamió detenidamente el carmín de mis labios.

Tuve que pintarme de nuevo.

Hasta las doce y cuarto no hizo su aparición Taleb. Mentiría si no dijese que quedé defraudada. El árabe vestía occidentalmente y yo lo había imaginado con su túnica blanca. Soy muy fantasiosa. Eso sí, tenía una perilla con su bigote exquisitamente cuidados.

El segundo detalle que me defraudó del comprador era su edad. Clarísimamente el señor Taleb sobrepasaba los sesenta años.

Pronto me encontré sumergida en mil explicaciones sobre los azulejos y las maderas de los suelos, enseñando vistas, pormenorizando dimensiones. Me olvidé de la parte, digamos lujuriosa, de aquella cita. La edad de mi contertulio me había hecho obviar el tema. Pero fue el propio Taleb el que se encargó de refrescar mi memoria.

-Señora Andrea, creo que estaría más cómoda sin esa aparatosa gabardina-

La prenda estaba aún cerrada, con el cinturón anudado y me cubría hasta más debajo de las rodillas. Yo sabía que al quitármela mis pechos se adivinarían sugerentes bajo la seda semi transparente, y que mi culo ceñido bajo la falda de punto cortísima serían un reclamo para aquel vejete.

Deshice el nudo del cinturón y Taleb se apresuró a sujetar detrás de mí la prenda por los hombros. Luego se dirigió hacia un perchero y la colgó cuidadosamente.

Parecerá raro, pero me sentí desnuda. Creo que fue por culpa de la mirada aguda e insistente de Taleb. Continué con mis explicaciones, pero aturrulladamente, sin concentración. Creo que el árabe notó mi nerviosismo.

-Señora Andrea, ¿cuál es su comisión por la venta de este piso?-. La pregunta me pilló por sorpresa. -Verá señor Taleb mi esposo es el dueño de la propiedad. ¿Comprende?-

-Lleva una bonita blusa-. A mí me costaba respirar. Nunca había estado con otro hombre desde mi matrimonio y la excitación, a pesar de no haber pasado nada, invadía cada uno de los poros de mi cuerpo.

- Gracias Taleb- me sorprendí tuteando a aquel desconocido.

Se me acercó de tal forma que pude aspirar una oleada de perfume Challenge de Lacoste. Soy una obsesa de los perfumes. Tuve que entornar los ojos para disfrutarla.

-Me lo quedo- dijo Talebe casi en mi oído. -¿Cómo?- Yo no podía creerlo.

-El piso. Me lo quedo. Es justamente lo que estaba buscando-.

Taleb, a pesar de su edad era alto, muy alto. Yo estaba junto a él como bajo la sombra de un gran árbol. Me sentía pequeña y sin voluntad propia.

-Cerraremos el contrato aquí mismo. Mañana. A la misma hora. Prepara los papeles. No me gustan las oficinas-

Su mano se había posado en mi nuca, aprisionando el pelo negro contra un cuello sudoroso por la excitación. No me resistí. Un millón seiscientos mil euros estaban en juego.

Acarició mi espalda sobre la blusa, tan lentamente que sus dedos parecieron formar parte de mí misma. Yo guardaba silencio. Recorrió la línea de mi columna, se posó en la cadera, volvió a subir hasta acceder a mi melena, y a bajar hasta posarse en la falda de punto. Se repitió en su viaje muchas veces. Sobando con descaro, impunemente.

-Vendré con mi abogado, tú ven sola. El dinero lo quieres en efectivo o en un talón-

Yo balbucee casi inaudiblemente. - Talón-

Sus dedos tiraban en ese mismo instante de mi falda hacia arriba. Mi culo fue quedando poco a poco desnudo, tan solo surcado por la tira del tanga verde. Taleb se sentó en un sillón cercano y me colocó de espaldas a él.

Besó mi culito tres veces, cambiando cada beso de lado. Luego me masturbó. Utilizó los efluvios abundantes que resbalaban entre los labios de mi chochito y lo amasó y penetró mil veces. Mis piernas temblorosas, descaradamente abiertas y el tanga apartado entre mi coño y el muslo.

De vez en cuando con su dedo dentro, me volvía a besar el culo.

-Eres muy bella. A mi abogado le va a gustar conocerte-

No pude aguantar más y aullé como una loba en celo cuando me sobrevino el orgasmo.

Uno de sus dedos entró en mi culo durante mis contracciones, no sabría decir cuál.

3

Miguel estaba en el ordenador cuando llegué a casa

Algo parecido al remordimiento se adueñaba de mis emociones.

Desde la boda nunca había puesto sus manos sobre mí otro hombre que no fuese él. Y ahora tan solo habían pasado unas horas desde que los dedos del viejo musulmán me habían poseído y masturbado a conciencia en la soledad del lujoso piso de Serrano.

En la piel apretada y rugosa de mi agujerito trasero aún permanecía reciente la sensación del tacto rudo de los dedos hendiendo y penetrando, provocando sensaciones que oscilaron entre el placer y el dolor.

Pero lo que más me preocupaba era que me había gustado. Mejor dicho, me había encantado, llevándome a un estado de excitación ya olvidado. Una excitación de intensidad desconocida, de infinito morbo, de adolescentes reminiscencias.

Había pensado en Miguel cuando Taleb apartaba la braga para dejar expedita su indagación. Sabía que Miguel anhelaba lo que me estaba sucediendo y esa certeza aumentó si cabe mi excitación y mi placer.

Ahora mi esposo estaba allí, de espaldas a mí, le miré, no se había percatado de mi llegada.

Volví a recordar, las imágenes de mi experiencia recién vivida volvían una y otra vez. El grito del orgasmo con los dedos refugiados en mi intimidad, la entrepierna mojada, el roce de la perilla del árabe mordisqueándome el glúteo, mi falda remangada arrugada en la cintura, el tanga recogido entre la vulva y el muslo, mis piernas lujosamente vestidas por la media de cristal verde.

Parecía, y así me había sentido, una zorra de lujo, la prostituta de alto postín que vendía su cuerpo.

Aun sabiendo que Miguel llevaba tiempo deseando que algo parecido sucediera, aun imaginando que su anhelo era ser cornudo, aun habiéndolo oído de sus labios como la mayor de sus fantasías, ahora dudaba como encajaría el que aquellos deseos imaginarios se hubiesen materializado en irremisible realidad.

Me acerqué lentamente.

-¡Ah! ¡Ya has llegado?- Me habló sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

Yo le besé desde atrás, en la mejilla, aspirando los recuerdos que sobre su piel había dejado la loción de afeitar de Giorgio Armani. Posé mis manos en sus hombros acogedores y anchos y después le susurré en el oído: -Creo que tenemos vendido el piso de Serrano-

La noticia fue como un latigazo. Miguel dejó inmediatamente su tarea y se giró hacia mí, sin decirme nada, fijando sus ojos en los míos con mirada temblorosa por la sorpresa y la impaciencia.

Supe que deseaba preguntarme, saber, oír. Pero permaneció callado esperando que fuese yo la que iniciase el relato.

Entoné una voz traviesa y juguetona y le dije -Esta noche en la cama te lo cuento todo - dedicándole la sonrisa más pícara y malvada de mi repertorio.

-¡No por favor! ¡Cuéntamelo ya, cariño. Por favor!- Su voz sonó suplicante, como la de un niño al que le quitan la bolsa de caramelos.

Fui tajante. -Esta noche-.

Luego sin volver a mirarle me di la vuelta perdiéndome en el pasillo camino del dormitorio.

Mi esposo sabe cuando digo algo en serio. No volvió a mencionar el tema. Eso me enternece mucho. Le veía tan buenecito, casi asustado con mi reacción, con su tripita redonda y su calvita.

Le puse de cenar, soy un ama de casa a la antigua usanza. No me gusta la plancha, aunque lo sobrellevo. Lo de la limpieza lo solventa Juana, una niña de Bolivia, indita y morena, muy bajita y algo rechoncha, todo dulzura y trabajo. Pero lo que no he querido delegar en nadie es la cocina. Me encanta cocinar.

Esa noche le preparé a Miguel unos finísimos filetes de solomillo de ternera casi transparentes. Sólo tirarlos a la plancha unos pocos segundos, con polvo de ajo y unas laminas de foi caliente sobre ellos, recogerlos rápidamente. Finalmente los salpico con unas gotas de salsa de oporto. Ese plato lo bordo.

-¿Por qué no te has quitado aún las medias verdes?- Miguel preguntaba con la boca llena, como un crío pequeño a pesar de sus cuarenta años.

-Me acostaré con ellas. No seas curiosón- Después de haberle respondido me arrepentí de haber utilizado el tono casi cortante.

A las once de la noche ya se había metido en la cama. Yo, en el cuarto de baño de nuestra habitación, sonreía sus prisas, mientras me lavaba los dientes y me perfumaba. Passion de Elizabeth Taylor es una fragancia intensa pero floral, no satura. La uso en mi zona íntima. Vale casi cien euros el frasco y con lo que el tapón lleva adherido al destaparlo, es más que suficiente. Me lo paso por mi coñito depilado y entre los cachetes del culo. Luego me rozo los pezones con él.

Cuando apagué la luz y me metí bajo el ligero edredón Miguel quiso cogerme y se lo impedí.

-Haz de hacerme caso esta noche mi amor-.

Dirigí mis manos para colocarle, tumbándole boca arriba y le puse el dedo sobre los labios indicándole que callase, que no dijese nada.

El tenía puesto el pijama por indicación mía. Se lo pedí durante la cena. Es de esos de cuadros de señor mayor, muy fino, de tergal. Yo solo llevaba las medias y el tanga verde.

Me sentía una retorcida y poderosa Afrodita, dominando la situación, marcando los tiempos.

Como ya comenté, hace poco descubrimos el placer de usar lenguaje soez y basto en ciertas ocasiones.

-No te muevas- le ordene casi militarmente -no te muevas y escúchame. Hasta que termine de contarte lo que ha pasado hoy no quiero que te muevas. Serás como un muñequito inflable. Y no hables. Si en algún momento dices algo, la que dejará de hablar seré yo-.

Acostada a su lado comencé a jugar con mi pie en los suyos, acariciaba el pantalón del pijama desde la rodilla hasta llegar a su pie. Miguel es muy velludo. Me encanta sentir el bello de mi marido en la piel depilada al laser de todo mi cuerpo. Metía mi dedo pulgar entre los suyos.

-Me recibió esta mañana la putita que tienes en tu oficina. La muy zorra olía a mi perfume, seguro que lo has notado ya. Es bonita la zorra. Una zorrita con caché.

Me cogió de la cintura y me besó en la mejilla. Creo que quería comerme el coño la puta-

Comencé a jugar con mi rodilla sobre su muslo mientras le contaba cómo me había enseñado Marta las fotos del piso, y los detalles de la conversación.

Mi mano se coló bajo la blusa del pijama y comencé a acariciar y dar tironcitos del abundante pelo de su pecho. Me encanta como huele. Le tengo prohibido que se perfume para ir a dormir. Una ducha con agua abundante, con un jabón neutro de farmacia, sin olor. Me vuelve loca aspirar su aroma a macho.

Busqué sus pequeños pezones perdidos en la jungla de bello y jugueteé con ellos hasta notarlos duritos.

-Tu secretaria debe ser bisexual. Estoy convencida. Seguro que le encantaría que le follaras el culo mientras y la masturbo con cualquier juguete. Tan joven como puta, te lo digo yo, mi amor-

Mi mano había bajado hasta su vientre redondito y hermoso y colaba algún dedo bajo el elástico del pantalón del pijama, rozando como accidentalmente su erección creciente, pero retirándome inmediatamente para volver a subir.

Me incorporé dejando de hablarle de Marta y le besé en la boca.

-Cuando llegué a Serrano el portero estuvo muy amable, me dijo que podría pasar por hija tuya. El muy cerdo estaba tirándome unas miradas descardas a las tetas. Abrí la gabardina en cuanto le vi. Yo sentada en el coche y el fuera mira que te mira. Pude oler a pesar de la distancia el sudor y el pis seco de sus pantalones-

Aquello era falso, pero Miguel piensa que mi afición por los aromas y olores es enfermiza y a mí me gusta jugar a incrementar esa idea.

Posé mi mano en sus testículos, sobre el pijama y comencé a amasar suavemente. Miguel respondió abriendo las piernas. Ofreciéndose.

-Te he dicho que no te muevas. No pienso repetírtelo.

Abre la boca-

Me arrodillé junto a su hombro y paseé el pezón perfumado entre su nariz y su boca, dejando que la lengua lo tocase en breves y húmedos encuentros. Luego volví a recostarme a su lado y metí mi mano bajo el pantalón aferrando contundentemente la verga henchida y dura como una piedra.

-Lo que te voy a contar lo hice por ti, mi amor, sólo por ti.

Taleb es viejo. Setenta años o así. Es grande, muy grande. Va exquisitamente vestido y tiene un pelo abundante canoso, casi blanco. Su perilla perfilada y una mirada profunda que casi asusta-

Tiré del elástico hacia abajo liberando el pene de mi esposo, dejando sus pantalones y bóxer a medio muslo.

-Chupa- ordené.

Pasé la palma de mi mano por su lengua, recogiendo la saliva y volví a agarrar la berenjena mojándola con su saliva, rozándola con suavidad, recorriendo las venas hinchadas, dibujando con la yema de los dedos húmedos el glande lujurioso.

Cuando le conté como me quité la gabardina para que el árabe me viese los senos bajo las transparencias de la blusa negra, noté que estaba a punto de correrse, así que paré. La polla de mi esposo quedó haciendo unas contracciones en seco, sin correrse, con unas gotas de líquido transparente y denso como el aceite asomando en la glotona redondez de su extremo.

-Me sentía tan zorra como tu secretaria. Una verdadera puta mientras Taleb me desnudaba con los ojos. Su mirada iba a mi culo todo el rato, sabes cariño. Y yo me mojé mientras le dedicaba largas sonrisas en mis explicaciones, insinuándome descaradamente-

Al decirle esto me había puesto a horcajadas sobre él, desabotonando la blusa del pijama de Miguel y posando mis pechos sobre el suyo, arando la plantación de vello con el arado de mis pezones duros. Le sentía excitado y mi coño chocaba de vez en cuando con su mástil hambriento. Su dureza y rigidez eran definitivas.

Terminé de contarle cómo me había cogido Taleb, le conté con detalle cómo me acarició larga y pausadamente, cómo remangó mi falda hasta la cintura, como apartó mi tanga, cómo me besaba el culo tras sentarse dejándome en pié y cómo me masturbó eternamente hasta provocar mí orgasmo. Mientras relataba las escenas fui bajando cómo una culebra sobre su cuerpo, arañando suavemente con mis uñas cada centímetro hasta adquirir la postura en la que el pene de Miguel quedó frente a mi cara.

-Según me corría me metió un dedo en el culo el muy cabrón. Y cuando terminé se resistía a sacarlo. Lo tuvo por lo menos cinco minutos. Me hizo agachar para ver mejor como me entraba y salía-

Esas fueron mis últimas palabras. El poderoso olor del instrumento de Miguel hizo irresistible el manjar, la fruta madura, el descomunal mango.

Comí la carne dura y elástica con mis labios, mi lengua y mis dientes. Descansaba a ratos la boca para pasar a masturbarle con la mano, largamente, desde los huevos al capullo, con una rudeza delicada y contundente.

-Quiero ser tu puta mi amor. Hacer lo que tú me digas. Follar con quien tú quieras-

Miguel, al oír mi petición, no aguantó más. Yo engullí su pene hasta la garganta y sentí el chorro de esperma golpearme en la profundidad, entrar sin pasar siquiera por la boca. Luego dejé que su erección muriese en mi boca. Bailando mi lengua contra el glande que se deshinchaba soltando de vez en cuando gotas sueltas de néctar salado y caliente.