Andrea. La transacción
Mi encuentro con Taleb y su abogado, el señor Jhon Adams, resultó ser de lo más fructifero. La venta del piso solventó nuestros apuros financieros. Lo que sucedió en el piso durante la firma del contrato, eso dejo que tú lo leas.
Era un día gris. A ratos un fino agua nieve caía mecido por súbitas envestidas de aire intensamente frío. Asomada al gran ventanal del salón, mi aliento empañaba el cristal a través del cual la mirada se zambullía en un mundo de tejados y antenas, los tejados de mi adorado Madrid.
Miré hacia abajo. Desde lo alto de los seis pisos del señorial edificio se dibujaba el plano de la espaciosa e ilustre calle Serrano, con sus cuatro carriles con dirección hacia la plaza de Atocha surcados por el intenso tráfico.
Roberto, el conserje, estaba junto a la caseta de acceso, fumando uno de sus ducados. Sonreí al recordar las furtivas miradas que el barrigudo cincuentón le había dedicado al generoso abismo del canalillo de mi escote.
Hacía ya más de de diez minutos que se había cumplido la hora de mi cita con Taleb. Tal vez en otra ciudad ese retraso sea motivo de dudas o enfados. En Madrid, hasta los veinte o treinta minutos, una impuntualidad no comienza a ser grave.
A diferencia del día anterior, en mi primer encuentro con Taleb, una esplendorosa mañana de invierno en la que un sol placentero se colaba en la vivienda, proporcionando una temperatura más que agradable, hoy hacía frío en el piso.
Yo llevaba aún puesto mi abrigo negro. Es una prenda de cuero brillante con un suave y acogedor forro interior de lana. Había puesto el aire caliente, pero el piso era enorme y tardarían en notarse los efectos de la calefacción.
Hay ocasiones, y esa era una de ellas, en las que mi piel está especialmente sensible. En las que la voluptuosidad se apodera de mis sentidos. No me había puesto medias y mis pies empinados notaban el interior de los altos tacones negros. Me concentré en la sensación de mis muslos al rozar con la seda del vestidito oculto bajo el abrigo, un precioso y minúsculo modelito en tono rosa pastel.
Colé una de mis manos bajo el cuero del abrigo, en el escote, y acaricié la tela sobre mi pecho. Sin motivo aparente mi pezón estaba receptivo y duro, especialmente sensible a la caricia que le dediqué sobre la seda. La yema de mi dedo jugó con su dureza en un eléctrico y reconfortante rodeo que repetí glotona hasta que el placer me obligó a entornar los ojos.
Me dediqué un pellizquito. No sé explicar muy bien como me afecta ese agasajo en concreto, pero mis piernas se aflojan y mi respiración se carga. El cristal, cercano a mi naricita, se empañó notablemente. Prolongué el pellizco el tiempo suficiente. Y bajo el tanga comencé a anotar un calor dulce que lo invadía, acomodándolo y preparándolo velozmente.
Cesé en mi caricia cuando avisté a Roberto accionando el mando de la puerta de vehículos. Tras el parabrisas del gran BMW de la serie siete, un precioso modelo deportivo en tono azul índigo oscuro, adiviné la silueta de Taleb. Venía en el puesto de copiloto. No puede precisar los rasgos del conductor, pero seguro que era su abogado.
Los nervios bailaron en mi estómago junto con la excitación. Sabía que aquella no iba a ser una transacción convencional.
Miré apresuradamente en el móvil. Le había dicho a mi marido Miguel que si durante la mañana le asaltaba algún tipo de duda o si tenía la más mínima objeción a que sucediese lo previsto, me pusiese un mensaje. Yo abortaría cualquier tipo de contacto impúdico con los clientes. Pero el buzón de entrada del teléfono estaba vacío.
Pensé brevemente en mi esposo, le imaginé ansioso por que transcurrieran las horas de aquel día y llegase por fin la noche, para escuchar de mis labios el relato de lo que estaba apunto de acaecer.
Los minutos que tardó en sonar el timbre se me hicieron eternos. Volvieron a mi mente las escenas del día anterior en las que, de pie, con Taleb sentado a mis espaldas, fui masturbada y sodomizada por los grandes dedos del árabe mientras su boca besaba y mordisqueaba mis glúteos.
El espejo del recibidor me devolvía mi propia imagen. Había ido a la peluquería de mi amiga Merche y mi melena negra se ondulaba voluminosamente, exquisitamente modelada.
-Deja que te maquille- me había dicho durante la sesión de peinado. -No puedes ir con la melena tan arreglada y luego llevar la cara lavada-.
Me encanta sentir las escobillas y brochas sobre el rostro. El pincel de labios acariciándolos. El lápiz de ojos perfilando. El resultado de la sesión era realmente espectacular. Me había maquillado muy discretamente, en tonos tierra, resaltando con sombra natural la profundidad de mis ojos azabache.
Cuando abrí la puerta la presencia del viejo musulmán, alto y canoso me sobrecogió de nuevo. Le dediqué la mas hermosa de mis sonrisas y el me dedicó el más cálido de sus besos. Sentí en mi mejilla el roce agreste de las canas de su perilla y el calor húmedo de sus labios.
-Adelante. Pasen, pasen por favor- No podía creer lo que estaba viendo. Junto a Taleb hacía su aparición una preciosidad de hombre. En cuanto lo vi me recordó a Brad Pitt. Tendria entre treinta y treinta y cinco años. Su media melena, del color del trigo en verano, con algunos reflejos algo más oscuros, le caía graciosamente sobre la frente ocultando parcialmente uno de sus hermosos ojos verde oscuro. Algo bajito, yo con los tacones tenía su misma altura, pero prácticamente perfecto en lo demás.
-Señora Andrea, permita que le presente. Este es mi abogado el Señor Jhon Admas-.
Hice intención de estrechar su mano pero él se acercó a mí, ignorando mi gesto y me tomó de la cintura posando sus labios muy próximos a los míos. Mi plaza, con aquel simple envite, había quedado rendida.
-Jhon es cosmopolita, señora Andrea. Nació en Estocolmo, de padre inglés y madre española. Precisamente su condición bilingüe hace que sea el encargado de mis negocios aquí en España-. Taleb nos observaba. Disfrutaba evidentemente con la situación, analizaba los gestos iniciales de nuestro encuentro, la química que surgía, las miradas y, después, pasó a analizar nuestras voces y la entonación de las frase que compartimos.
-Eres un mentiroso, Taleb- dijo Jhon. A mí me sorprendió que le tutease. -Me dijiste que Andrea era bellísima-. Hubo un silencio largo. -Pero es la criatura más encantadora de esta ciudad-.
Comenzó a tutarme a mí también, desde el principio. -Andrea, ¿Te han sacado de alguna película de hadas para la firma del contrato?-
Yo le sonreí y callé.
Taleb me dio una bolsa de papel de estraza adornada con motivos navideños y un lazo rojo. Evidentemente contenía una botella. El helor del champán traspasaba el envoltorio. -Ya está fría,- me dijo -pero ponla en el congelador. Brindaremos tras la firma-.
El árabe debía estar forrado, había ingresado el día anterior, en concepto de señal trescientos mil euros, y ahora se presentaba con un botellón de dos litros de carísimo champán francés.
Pasamos al comedor en cuya mesa de brillante madera de cerezo quedaron expuestos los contratos que había preparado Marta, así como los documentos para el notario y el registro de la propiedad.
Jhon leía con detenimiento, tardó más de quince minutos en terminar el estudio de todas y cada una de las cláusulas y puntos de los distintos documentos.
Yo estaba sentada junto a él por si necesitaba alguna aclaración. Taleb, mientras, paseaba por la habitación. Primero fue hasta el ventanal en el que había estado asomada, después vino hacia nosotros y se me colocó detrás. Noté como jugaba con mi pelo con uno de sus dedos y pretendí no darme cuenta.
Jhon finalmente dictaminó. -Todo está correcto-.
El gigantón se encorvó sobre la mesa y firmó una a una todas las copias y originales que le fue poniendo el joven abogado delante.
-Andrea,- me dijo interrumpiendo en un momento dado la serie de firmas, -¿siempre vas tan abrigada?. ¿No sería más conveniente que te fueses poniendo cómoda?.¿Verdad Jhon?- La voz teñida de acentos árabes insinuaba en la pregunta a su abogado toda una declaración de intenciones.
Soy friolera y hasta entonces no había sentido la necesidad de quitármelo. Lo cierto es que el potente climatizador había hecho ya su tarea. Al entrar, hacía ya casi una hora, había girado el mando hasta los veinticuatro grados y hacía ya un buen rato que no se oía el rumor del aire al salir.
-Disculpa Taleb. Es que soy muy friolera. ¿Sabes?-. De nuevo me sorprendí tuteándole. Como el día anterior.
Me alejé hasta el perchero. Quedaba a unos cinco metros de la mesa, lo que proporcionaba a los dos hombres una perspectiva perfecta. Me desprendí de él lentamente. El minúsculo vestido rosa me dejaba casi desnuda. Lo había adquirido para la ocasión en la misma calle Serrano. Lo pensaba cargar como gasto a la empresa. Aproveché la ocasión, soy muy coqueta y en eso de los modelitos mi hambre no se sacia.
Por encima de medio muslo, su faldita caía graciosa y elegantemente desde mi culo respingón. Escotadísimo por delante, hasta casi el ombligo, era un verdadero escándalo por atrás. Toda mi espalda quedaba desnuda hasta casi insinuar el nacimiento de la rajita de mi culo.
Tuve que sonreír cuando, al girarme, comprobé que tanto Jhon como Taleb se habían olvidado de los contratos y miraban con descaro el espectáculo del perchero.
Recogí los contratos mientras Taleb fue a buscar el champán a la nevera. No había copas, o yo no conseguí encontrarlas. La firma del talón por el resto del importe del piso fue el último acto protocolario.
Los vasos para el agua cumplieron el papel de improvisadas copas. Yo necesitaba un poco de fuerzas extras, así que tras el brindis agote medio vaso de un trago y Jhon lo rellenó atentamente.
Taleb había gozado preparando el escenario y los pormenores de la obra. Se le notaba. En la inspección del piso el día anterior no le pasó inadvertido el impresionante equipo HD del salón. Traía su propia música y no tardo en hacerla sonar.
-Realmente- dijo -el piso es una maravilla, pero la vendedora supera con creces todas mis expectativas-.
Su mano en alto sujetando el vaso me invitaba a un nuevo brindis. Choqué el cristal con algo más de fuerza de la necesaria, casi me lo cargo. No tuve mas remedio que echarme a reír, en parte influída ya por los efectos del trago anterior. No obstante volví a beber el vaso de una sentada.
Supe que había llegado la hora porque Taleb, sin mediar palabra, dejó su bebida sobre la mesa y se me acercó hasta que tuve su perilla a escasos centímetros sobre mi frente. Me tomó de los hombros y me giró poniéndome de espaldas a él y de frente a Jhon.
-¿Te acuerdas, Andrea?-. Su mano se había posado en mi cadera y acariciaba la seda rosa sobre ella, bajando el suave tejido hacia mi vientre. -Dime, ¿te acuerdas de lo de ayer?-.
-Si-. Mi respuesta fue corta y lacónica.
Hundió sus dedos en el vestido sobre mi sexo, disfrutando de la línea del elástico de mi tanga que se adivinaba debajo. La fina gasa de la braguita y la seda del vestido eran lo único que separaba su dedo anular de mi clítoris. Lo masajeaba. Jhon miraba a menos de tres metros de nosotros. Me miraba a los ojos directamente y yo a los suyos. Estaba guapísimo y deseé que pasase pronto a la acción, pero el viejo Taleb parecía tener derecho de pernada.
-Jhon, ¡está bonita Andrea?, verdad- Jhon contestó con un gesto simpático, moviendo la cara de lado y poniendo una expresión encantadora. -¡Uuuhhhhhhhhhhhh!, desde luego-.
La polla y los huevos de Taleb encontraron asiento en mi espalda, sobre mi culo. Los notaba claramente bajo la tela de su pantalón, un importante paquete amorcillado que ganaba dureza por momentos. Taleb tomó con su mano libre el borde de mi vestido y lo elevó hasta mi ombligo para que Jhon me pudiese ver las bragas.
-¿Qué me dices de la zorrita?- El árabe preguntaba sarcásticamente. -¡Uauuuu!- Dijo Jhon paladeando el espectáculo de mi triangulo secreto.
Los dedos de Taleb se colaron entre el elástico y mi piel ante la mirada atenta del joven. Pronto los tuve entre los labios del coño. La gasa transparente rosa del tanga, a juego con el vestido permitía a Jhon ver el juego de los dátiles en mi intimidad con nitidez. El cabrón del viejo sabía masturbar a una mujer, tras unos instantes de sabio manoseo, de mi almejita manaba un verdadero manantial. La situación era lo más erótico que había vivido.
La otra mano de Taleb se dirigió a mi escote y apartó ladinamente la tela, con lentitud y parsimonia, desnudando mi pecho izquierdo.
-Cómele la tetita a Andrea Jhon. ¿O es que no te apetece?. Se buen chico y mama.
Yo saqué pecho, me sentí muy zorra, le ofrecí mi teta descaradamente, deseando ver a mi Brad Pitt particular succionándome el pezón.
Vi al abogado acercarse con el vaso de champán. Lo puso sobre mi seno y lo inclinó muy lentamente. El líquido frio y burbujeante se fue acercando al borde del cristal. Mi cuerpo se sacudió al notar las gotas frías sobre la delicada piel rosa de la mama. Jhon me sonrió y miró hacia los dedos de Taleb sumergidos entre mis muslos, acariciando un chochito que rezumaba aceite a raudales. Luego se agachó y lamió como un perrillo, con la lengua fuera. Ponía la punta dura haciendo temblar el pezón endurecido y gordo.
Comencé a jadear, a dar pequeños quejidos de placer. Jhon desnudó mi otro pecho y repitió la ceremonia. Cambió de teta media docena de veces, hasta que el vaso de champán quedó vacío.
Luego se sacó la polla. Le costó. La tenía enorme y tan dura que a pesar de abrirse la cremallera del todo casi no pudo sacarla.
-Mira, zorra,- me dijo -¿ves cómo me has puesto?¿cómo estoy por tu culpa?. Andrea, eres una putita de primera-. Me pellizcó la mejilla y después los pezones uno a uno, fuertemente. Mis ojos seguían clavados en el inmenso pene, que oscilaba soberbio, un grandioso mastil hinchado, venoso y brillante.
Jhon se dirigió a mi en un tono juguetón. -¿La putita no quiere más champán?-
Definitivamente se habían roto las formas. Recordé cómo en las sesiones de sexo con mi esposo habían ido tomando relevancia las formas soeces y desconsideradas. Era como representar el papel de puta y eso me encanta.
Taleb se fue hasta la mesa y llenó un vaso. Mientras lo hacía le ordenó a Jhon -siéntala-.
En el sillón azul de fina tela aterciopelada quedé sentada, aún vestida, pero con las tetas al aire. Taleb vino con su polla fuera también. A pesar de ser mas alto y grande que Jhon el tamaño del pene del árabe era considerablemente menor.
Sumergían sus prepucios en el champán, bajando el vaso y forzando la rigidez que elevaba las pollas hacia el techo, después de sumergirlas las metían en mi boca por turnos. Cuando mamaba a Jhon, Taleb se entretenía sobando mis tetas y metiendo sus dedos entre mis muslos, recorriendo mi culo y mi coño. Y al revés, cuando era la polla del viejo la que me daba de beber el champán, Jhon se cuidaba de comerme los pezones o pasar su lengua por mi monte de Venus depilado.
Taleb se sentó en el sofá y me puso de rodillas en la moqueta del suelo, entre sus piernas. Yo me incliné y comencé mi trabajo bucal.
-¿Es que no piensas follártela nunca?¿No ves como pide polla esa almejita tan tierna? ¡Vamos coño. Dale Jhon, dale!
Mi boca apuraba los últimos aromas a champán en el prepucio de Taleb cuando sentí las manos de Jhon aferrar mis caderas.
Mi coño palpitaba, latía con vida propia, deseaba hacía mucho rato que el tremendo instrumento de Brad Pitt me empalase. Cuando sentí que me agarraba, puse el culo en pompa elevándolo y abriéndolo. Primero llegó la punta redonda, jugando con mi rajita y mi culo, queriendo y no queriendo. Yo me movía para comunicarle el hambre de mi agujero, pero él me hacía sufrir. Luego metió toda la cabeza y la rotó y giró, la sacó para volverla a meter, una y otra vez. Y poco a poco, aumentando la proporción de polla que colaba en cada envestida, fue ingresando la inmensa barra de embutido caliente que parecía no tener fin. Finalmente engullí sin el más mínimo recelo la totalidad del inmenso leño carnoso en mis entrañas.
Jhon azotó entonces mi culo varias veces, como cabalgando a su yegua. Me hizo daño, pero me gustó. Yo grité de dolor y placer, un grito mudo, ahogado por la polla del árabe que llenaba mi boca.
Llevé con urgencia mi mano al coño y me acaricié suavemente el clítoris. Tuve un orgasmo bestial que me hizo temblar dándome con la polla de Taleb en la garganta, con el sentido prácticamente perdido.
-Espera un momento- dijo Taleb. El muy cabrón ejercía de jefe. Jhon dejó de follarme.
-Andrea, cariño. ¿No tienes ganas de mear?. Has bebido mucho. Entre los dos me desnudaron. Primero Taleb descolgó el vestido que se deslizó por mis pechos y caderas hasta posarse en mis pies, sobre la moqueta beige. Después Jhon me quitó el tanga que había quedado a medio muslo, y tras olerlo lo arrojo en el sofá azul.
Taleb, tendido desnudo en el yacusi del baño me pidió que orinase despacito sobre su pene y sus testículos. Cuando comenzó a caer mi orina se masturbó frenéticamente. El semen de su orgasmo se mezcló con el pis caliente de mi coñito. Luego se incorporó y lamió besándolos los labios de mi coño. Libando las gotas de orina que habían quedado adheridas a la piel de mi sexo.
Jhon me llevó de nuevo al salón y me apoyó contra la cristalera del ventanal.
-Eres una diosa, Andrea. Muchas gracias-. Me lo dijo como en un susurro, colocado tras de mí, al oído, dejando apoyada sobre mi glúteo su enorme polla. Taleb apareció limpiándose con una toalla y se sentó desnudo en el sofá. Y tras tomar mis braga y taparse la boca y la nariz con ellas se dedicó a observarnos.
Jhon metió uno de sus dedos en mi culo, mientras me amasaba las tetas delicadamente con la otra mano, luego fueron dos, y tras los dedos llegó la cabeza gorda que ya conocía mi coñito.
Supe que debía relajar el culo si no quería sufrir un desgarro y aflojé todo mi cuerpo. -No te preocupes amor- Me dijo Jhon mostrándome el bote de gel lubricante.
La verdad es que casi no noté dolor, tan solo la presión y el inmenso volumen de la tranca.
Cuando la tuve dentro apreté, para que sintiera mi esfínter en su hermosa polla mientras me bombeaba el culo. Apreté todo lo que pude.
Los coches seguían transitando Serrano. Vi a Roberto mirar hacia arriba, no sé si se imaginaria algo.
Recibí la leche de Jhon, mi Brad Pitt particular, en lo más profundo del culo, su pubis temblando las contracciones contra mis nalgas.
Yo miraba los tejados y las antenas de mi adorado Madrid.